Periódico La Esquina - Edición 480

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1era edición octubre 2013

PUNTO DE VISTA Gilberto Montes Fantauzzi Es posible que usted, amigo lector, piense o diga: “Este tipo parece que no tenía nada de qué hablar hoy. Si así lo pensó, lamento decirle que se equivocó, pues en días pasados se celebró el día dedicado a unas servidoras y servidores púbicos de gran importancia dentro de nuestro sistema educativo. Me refiero a las empleadas de comedores escolares. Es que se ha escrito y hablado tanto en torno a la crisis fiscal, el cierre del gobierno federal, del Obamacare, de don Güiso Malavé, ex alcalde de Cidra con sus sobaeras a sus empleadas, tiroteos, maltrato de menores, por parte de sus padrastros en contubernio con sus madres. En fin, un caos moral, social, fiscal y económico. De modo que he decidido mencionar algo que considero de gran valor. Así que este escrito va dirigido a resaltar la gran importancia para la educación, que tiene una empleada de comedores escolares. O sea, las “cocineras” tal como se les llamaba hace muchos años. Al menos en mi barrio. Por supuesto, que no se pretendía menospreciar a esas damas que realizaban tan importante labor dentro del sistema educativo. Tal como lo hacen hoy, con algunos notables cambios, por supuesto. Pero, igual de importantes.

Mi vieja: “La cocinera”

Sí; esa mujer cocinera, quien se esmera, llena de un alto sentido de responsabilidad, sabiendo que en sus manos está la salud de los estudiantes, tanto física como mentalmente. Pues; ¿Cómo podría un niño desempeñar una eficiente tarea escolar con el estómago vacío? Imposible. Por lo tanto, llamarle cocinera, lejos de humillarle, era un merecido acto de reconocimiento a su labor. Todo eso, añadido a su rol de madre, educadora, esposa, ama de casa, portadora de hermosos valores. Aún recuerdo, cuando en mi escuela del barrio Palo Seco, se les rendía un merecido homenaje a esas damas especiales. Se les llevaba un regalo sencillo, pero repleto de amor y mucho respeto. Allí fue homenajeada durante muchos años, una cocinera muy especial para mí, a quien muchos estudiantes llamaban “mamá”. Sí, amigos; porque esa cocinera llevaba el nombre de Dominga Fantauzzi. Ésa, que igual que otras empleadas de su época, caminaba desde la montaña de nuestro barrio Lizas hasta Palo Seco a las 5:30 de la madrugada para realizar las tareas de confección de los alimentos para cientos de estudiantes, en los que nos incluíamos sus hijos. Todo eso sin transportación y sin carretera de asfalto. A pura patita, como

solíamos decir. Así era Dominga Fantauzzi, mi madre; objeto del tÍtulo de esta columna. Mujer fuerte, pero amorosa. De tan sólo un octavo grado, de gran inteligencia. Octavo grado, porque después de ahí, no había nada más, ya que la pobreza de la época no se lo permitió. Pero, eso no fue impedimento para guiarnos por el camino recto y educarnos como Dios manda. No puedo olvidar sus canciones diarias. “No pelees en la escuela”. “Respeta a los maestros”. “Tienen que estudiar pa que lleguen adonde yo no pude llegar”. “Aprovechen el tiempo. “El trabajo no mata a nadie”. “Eso lo viví en carne propia”. “Tienen que ir al catecismo”. “Hay que ir a la iglesia”, etc. Como pueden ver, era una continua cantaleta, producto de su gran preocupación de que fuéramos buenos seres humanos. Y puedo decir con orgullo, que no falló. Sus consejos rutinarios, su ejemplo de vida fueron para todos sus hijos como una continua biblia, siempre abierta. Así era nuestra madre. Una maestra en todos los sentidos. ¿Qué más puedo pedir al Padre Todopoderoso? Con su amor, su labor, enseñanzas, su ejemplo, nos proveyó las herramientas que nos llevaron a convertirnos en buenos ciudadanos. Ésa es su paga por la labor realizada con todos sus hijos. Sus enseñanzas no cayeron en terreno pedregoso, pues ella supo, a pesar de las dificultades, abonar muy bien la tierra para que diera frutos. Mis distinguidos lectores, ésa era aquella “cocinera”, quien por treinta años alimentó a cientos de estudiantes, a quienes trataba como hijos suyos. Para ellos era “Minga”. ¡Cómo añoro aquellos días! Lamentablemente, sólo nos basta recordar, porque el tiempo no se detiene. Lo que no debe cambiar son los valores con los cuales dio dirección a nuestras vidas. En sus propias palabras, un día me dijo algo que no pasó nunca desapercibido para mí. “Solamente puedes cuidar y defender tu país cuando lo amas”. Retomando el tema, podría decir que aquellas llamadas cocineras, hoy servidoras o empleadas de comedores escolares, nunca se dieron a a la tarea de pensar cuán importante era y es su función de mayor

responsabilidad, pero, a la vez, de las peores pagadas económicamente. No es “cáscara de coco”, la tarea de alimentar a aquellos de quienes depende el futuro de la patria. Ellas, sin proponérselo, hacen realidad aquella filosofía griega de “Mente sana en cuerpo sano”. ¿Cómo podría funcionar un cerebro sano dentro de un cuerpo desnutrido? He ahí la gran importancia de esas servidoras y su labor ciudadana. Vaya de mi parte el mayor respeto para esa “cocinera” madre, esposa, educadora, forjadora del futuro, maestra, amiga, confidente. Porque así era ella, mi cocinera preferida, mami. Ésa, quien nos preparó hasta para su muerte, pues en muchas ocasiones le escuché decir: “Yo no soy de piedra”. “Algún día Dios me va a mandar a buscar”. Pero, esa fe que inculcó en mí y mis hermanos, me dice que su paso por la vida no fue en vano. Sus huellas así lo testifican. Esas huellas nos aseguran que su presencia se ve y se siente. Sin embargo, no crea por nada en el mundo que nuestra madre era una blandengue. Era de un carácter fuerte y de gran rectitud, pero matizados con un entrañable amor. Aún me pregunto, cómo pudo existir tanto amor inmenso dentro de tal fortaleza de carácter. Pero, es que además de todo lo anterior, era chistosa, humorista. Como si se burlara de sus penurias. Cantaba muy bonito. Ella era quien cantaba en los bailes que celebraba mi abuelo; o sea, su papá, quien era un magnífico cuatrista. De modo que, aunque por momentos añoro su presencia, no la recuerdo con tristeza, pues todo lo bueno que pueda haber dentro de mi humilde existencia, se lo debo a ella, mi madre por excelencia. ¿Quién ha dicho que ella murió? Ella sólo se jubiló de este mundo terrenal para irse al cielo a vivir una vida más plena y mejor, sobre todo, muy merecida. Ella supo ganarse aquella promesa del Señor en Juan 3:16: “Porque tanto amó Dios al mundo, que nos dio en sacrificio a su hijo unigénito para que aquél que en Él crea, no se pierda, mas tenga la vida eterna.” Felicidades a todas las empleadas de comedor escolares en su día, a pesar de todo aquello de lo que no se les valora.


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