Un lugar donde carse muerta

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un lugar donde caerse muerta not a leg to stand on Lina Meruane dramaturgia / dramaturgy by

Martín Balmaceda Sarah Thomas Guillermo Calderón

traducción / translation by prólogo / prologue by

Colección Copá el 522 3


Un lugar donde caerse muerta Not a leg to stand on primera edición abril 2012 isbn 978-0-xxxxx-xxx-x © Lina Meruane, 2012, por el texto © Sarah Thomas, 2012, por la traducción © Guillermo Calderón, 2012, por el prólogo © DíazGrey Editores, 2012, por la edición diazgreyeditores@gmail.com arte y diseño de cubierta Cecilia Mandrile diseño de interiores y diagramación Agencia Tipográfica | www.tipografica.cl Permitimos la reproducción parcial de este libro sin fines de lucro, para uso privado o colectivo, en cualquier medio impreso o electrónico. Partial reproduction of this book non-profit, private or collective use in any printed or electronic, it’s allowed.

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contenidos

Un lugar donde caerse muerta ................................. 7 Pr贸logo, Guillermo Calder贸n ........................... 9 Acto uno ............................................................ 19 Acto dos ............................................................ 61 Sobre los autores ..................................................... 91 Not a leg to stand on .............................................. 91 Prologue, Guillermo Calder贸n ...................... 93 Acto one ......................................................... 103 Act two ............................................................ 147 On authors ............................................................. 179

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Un lugar donde caerse muerta

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prólogo

Guillermo Calderón

Así hablamos nosotros. Cuando no tenemos trabajo o cuando no tenemos plata decimos no tengo donde caerme muerto. No tengo un lugar. Soy tan pobre que aunque quisiera morirme no tengo donde acostarme y cerrar los ojos. No tengo cama. No tengo casa. No tengo tierra. No tengo nada. Eso decimos. Y claro que somos dramáticos porque también decimos me estoy muriendo de hambre una hora antes del almuerzo. No tener un lugar para morir debe ser espantoso. Aunque si uno no tiene donde caerse muerto quizás tenga que esperar a que se abra la tierra. Y esta historia ocurre en una plaza donde una mujer espera eso. Morir. Pero ella ya encontró un lugar donde caerse muerta. Está sentada en un rincón de la plaza. En una banca, leyendo. Es una plaza de Nueva York. Creo. Y es una mujer perfectamente ignorable. Pero la enfermera no puede ignorarla. Le incomoda su presencia. Porque hay una enfermera 9


vestida como las enfermeras de antes. Aunque esta enfermera está dividida en tres. Son tres mujeres enfermeras que son una. Y no sé si es Nueva York, pero tiene que ser Nueva York. Creo. La plaza, el hospital, una mujer rellena con papel, las enfermeras vestidas como las enfermeras de antes. De blanco. Ahora usan delantales floreados pero antes parecían cocineras. Y una mañana están sentadas en la plaza cubierta de nieve. Esa es una de las cosas que le sorprenden al inmigrante. La nieve en las plazas. Y las enfermeras comiendo manzanas. Y el bilingüismo o el trilingüismo de los trabajadores de la ciudad. Los trabajadores son tres enfermeras que son una. Y que hablan de su sala de urgencias. Que no se pueden callar en esta plaza. Son las salvadoras. Las que ponen inyecciones. Las que anotan todo en sus fichas médicas. Y el ruido. La música. Tiene que ser Nueva York. Y pasa el tiempo. Pasan las estaciones que en este caso parecen ser dos: sudor y nieve. Por lo menos así son en Nueva York. Y pasa el tiempo. Y la mujer no se muere. Le gustaría que la ayudaran. Que le dieran un empujón. Su problema no es el lugar. El lugar para morir ya lo encontró. Es esta plaza. Este espacio público. Esta plaza sin pasto en donde las enfermeras comen manzanas y no se callan. Para la mujer sería tan fácil caminar hasta la sala de urgencias y pedir ayuda para que la mantengan viva. Pero esa no es la idea. La idea es esperar. Aquí. En la plaza. Esperar a que un viento generoso final10


mente la empuje al suelo, al lugar que ha elegido para caerse muerta. Pero no en el hospital. En ese castillo blanco. No. En esos lugares te mueres y te abren. Y revisan si hay algo que todavía sirva. ¿Y si sirve todo? ¿Me van a desarmar entera? ¿Me van a repartir en otros cuerpos? Si no queda cuerpo no voy a poder caerme muerta. Y eso es lo que más quiero. La mujer sigue esperando aunque ya no tiene pulso. No la pueden descartar hasta que no caiga. Por lo menos aquí no estoy registrada. No estoy fichada. No han escrito mi enfermedad en un papel. Quiere tratar de morir al margen del horror de los hospitales. En esta plaza. En este espacio blanco que lo único que tiene son algunos árboles y las estaciones del año. Parece que si uno no tiene donde caerse muerto, siempre va a haber una plaza en Nueva York dispuesta a recibirte y un invierno blanco dispuesto a matarte. Morir cubierta de nieve en una plaza de Nueva York es mucho mejor que morir en un hospital. La gente no lo sabe pero esta ciudad puede ser maravillosamente compasiva. Tiene que ser Nueva York. Porque en Nueva York hay mujeres sentadas en los rincones de las plazas y uno se pregunta si están muertas o vivas. Uno se pregunta si están aquí desde la época en que el arriendo costaba 40 dólares. Pero uno no habla. Uno es el inmigrante. Pero se imagina que si esa mujer sin pulso hablara, diría cosas de otro mundo. Cosas absurdas. Cosas, que si uno las piensa, son extrañamente lúcidas. Por ejemplo la mujer diría 11


que a veces tiene la muerte a sus pies pero no puede tomarla. ¿Y en ese caso qué se puede hacer? Quizás la enfermera pueda ayudar. Ella debe saber cómo matar… Quizás. Aunque ahora mi problema no es la muerte. Para nada. Mi problema es el tiempo. El tiempo que es como una herida que se infecta con el tiempo. Creo que sí. El tiempo duele. Las heridas duelen. Pero la infección también es vida. O por lo menos vida después de la vida. A eso me refiero. Así hablamos nosotros. Somos dramáticos. Pero sobrios. Podemos hablar de la muerte sin ponernos tristes. Por ejemplo ahora leo estas voces escritas en un papel, pero no puedo parar de imaginarme la plaza. El aire, el ruido de ambulancias. Un escenario. Y yo sé que parece una historia desoladora, pero no. Uno se siente acompañado. Uno se siente que no está solo en su cabeza. Como que hay un lugar para caernos muertos juntos. Y abrazados. Así pensamos nosotros. Decimos que nos estamos muriendo si tenemos un poco de hambre. Cuando nos vamos a vivir a otras ciudades, por ejemplo a Nueva York, nos encanta la nieve. Y caminar sobre esa sal que cruje al pisarla. Se nos empieza a confundir el idioma. Y empezamos a pensar que quizás en esta ciudad lejana me pille la muerte; no lo podemos evitar. Quizás este es el lugar que elegí para caerme muerta. Pero yo no voy a esperar leyendo sentada en una plaza, pidiéndole a las enfermeras que me maten. No. Yo prefiero esperar escribiendo. 12


un lugar donde caerse muerta

Lina Meruane

Personajes LA MUJER ENFERMERA 1 ENFERMERA 2 ENFERMERA 3

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Oh, sin duda estás muerto. Como los otros, sin duda te has muerto, o te has ido y me has dejado, como los otros, no importa, estás aquí. SAMUEL BECKETT ,

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Los días felices


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A lo largo de esta obra las estaciones cambian; comienza con la primera nevada del otoño y acaba en pleno verano. Las luces sobre la escena reflejan esta transformación. Las enfermeras son un mismo personaje. Las tres son una y por eso van vestidas y peinadas de manera exactamente igual: llevan delantal blanco y toca, posiblemente falda por debajo y medias blancas. Posiblemente capucha para el frio, pero ni guantes de lana ni bufanda. La ENFERMERA 1 lleva una pequeña manzana en el bolsillo. L A M U J E R viste de blanco también, su traje está relleno de papel de diario. No lleva guantes pero sí unos tapa-orejas que parecen auriculares. Lleva un reloj de pulsera que no funciona en una de sus muñecas. Ubicada en el margen durante el primera acto, más centrada en el segundo.

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ACT O UNO

ESCENA 1

Una mujer en la plaza De madrugada, en una zona desierta. Comienza el invierno con una tormenta de nieve que pronto cesa. Debido al vendaval nocturno, hay diarios regados por todas partes. L A M U J E R sentada en el banco aparece cubierta de nieve. E N FE R M E R A 1

(acercándose, quizá alargando la primera palabra) …y esto tiene que ser un paréntesis. El mal tiempo de esta mañana. Simplemente un tropiezo de la naturaleza, un desorden químico en la cabeza loca del clima. Una gasa estéril sobre la piel áspera y rota de la ciudad, y este aire cargado de nieve barre hasta la asepsia las calles desiertas. Estas salpicaduras de sangre son la condecoración de mis noches. De los cráneos que abro o remacho, de las agujas que clavo, de las inevitables secreciones de los órganos durante la extracción. 19


Que sobre estos residuos caigan ahora motas de nieve blanda, que se deshagan al tocarme… Manchas en mis dedos, manchas en mi delantal, y en esta plaza inmaculada otra mancha que no, que verdaderamente no es una mancha. No. Es esa mujer. La misma mujer en la misma banqueta de madera de todos los días con su grueso abrigo, leyendo... (escalofrío triple) E N FE R M E R A S 2 y 3

Cómo me vine sin bufanda, cómo pude salir de mi casa

E N FE R M E R A 2

sin guantes

E N FE R M E R A 3

sin impermeable

E N FE R M E R A S 2 y 3

Cómo es posible que no se me haya ocurrido traer un paraguas.

E N FE R M E R A 1

Paréntesis…

E N FE R M E R A 2

¿Qué paréntesis?

E N FE R M E R A 3

¡Nada de paréntesis! (se pone de pie, sin mirar al público. Contemplando el espectáculo) 20


E N FE R M E R A 1

Nieva sobre la nieve. Esta tormenta de invierno ha cuajado sobre los edificios con sus tanques de agua, sobre los cables y los postes de luz que empiezan a apagarse, sobre la plaza y su destartalado monumento al prócer sonriente, sobre las ramas deshojadas de los árboles. Nieve sobre los basureros llenos de jeringas desechadas y bolsas de plástico. Nieve sobre la sal gruesa que derrite la nieve sobre las calles.

C O RO

(al público) S O B R E L A ENFERMERA QUE SOY. E N FE R M E R A 1

Sobre la mujer bajo la gruesa frazada de nieve. Va a caer una helada. Tengo que irme derechito a mi casa, sin perder un minuto ni desviarme: irme, rapidito, en línea recta hacia mi cama.

C O RO

(a destiempo, cambiando tonos) Por supuesto: esto es lo que debo hacer… Por supuesto: esto es lo que debo hacer… Por supuesto: esto es lo que debo hacer…. (sigue ahí, sin dejar de mirar a LA MUJER . Ajustando su moño con una horquilla) 21


E N FE R M E R A 1

Sin pausa, rápidamente: Irme… Rapidito... Y rapidito bajo los escalones y cruzo la calle y hundo un pie en la escarcha. (mira al cielo, extiende las palmas) C O RO

¿Dejó de nevar…? (espera unos segundos) E N FE R M E R A 1

Dejó efectivamente de nevar.

E N FE R M E R A 3

¡Se cierra el paréntesis!

E N FE R M E R A 1

Debo animarme a cruzar la plaza a toda velocidad... ESCENA 2

Atención a los charcos E N FE R M E R A 2

¡Qué encantador! (arrugando la nariz, luego componiendo la cara) qué encantadora esta plaza de merengue, este sol adormecido dorando este pastel de plaza. El sol va a salir. Va a salir. El sol convertirá todo esto en clara de huevo (avanza con cuidado) toda esta nieve reducida a charcos de azúcar diluida y sucia. 22


Charcos, qué peligro el de los charcos. A quien quiera oírme; atención a los charcos. (militarmente, sin pausa, CORO en alternancia y luego unido como se indica a continuación) E N FE R M E R A 1 A E N FE R M E R A 2 TEN E N FE R M E R A 3 CIÓN C O RO

¡Ciudadanos! ¡A los charcos!

E N FE R M E R A 1

(al público) Alerta a los esguinces, fémures rotos, codos luxados. ¡Presten atención! (silencio, y otra vez rápidamente) E N FE R M E R A 2

Querría poder decir que los prevengo de todos esos accidentes que legitiman mi trabajo. Decir que advertí a esa gente miserable fracturada de cadera, lesionada de tobillo y haciendo cola para la muerte, que previne a toda esa multitud desesperada en la que no reconozco ni distingo ni una sola cara. 23


E N FE R M E R A 1

Sólo pieles heridas supurando pus, gargantas rellenas de cápsulas. A todos esos peatones destinados al resbalón y al tropiezo y a la sucesiva caída, a todos ellos que no son más que cifras de nueve números en un ángulo de mis expedientes. Sólo les exijo un documento de identidad o el pasaporte para entregarles las radiografías del desastre.

E N FE R M E R A 3

Y les notifico sin el más mínimo simulacro de interés, sin la menor cordialidad, sin un gesto de compasión o de simpatía, que los ligamentos nunca quedarán bien ensamblados, que esos huesos hechos polvo nunca volverán a ser como fueron,

C O RO

huesos-huesos,

E N FE R M E R A 3

sus columnas han perdido alguna de sus vértebras. Pobrecitos, van a sacar plata de sus bolsillos y a liquidar sus cuentas de ahorro para procurarse el tratamiento que pudieron ahorrarse.

E N FE R M E R A 1

En eso hay que pensar, a veces pienso, en la 24


necesidad de custodiar cada uno de esos charcos, en la obligación de entrenar el ojo y prevenir. (mira alrededor; silencio) E N FE R M E R A 2

Es mejor callar: el hospital requiere de peatones accidentados y también yo. Porque también yo puedo verme en la angustiosa necesidad de exprimir mi presupuesto. Nunca se sabe. ESCENA 3

Prohibido enfermarse El frío se ha intensificado, corre un viento blanco que envuelve la plaza entera como una bruma espesa, irrespirable. Tres grados bajo cero. Celsius. E N FE R M E R A 1

(lentamente; sorprendida) Me equivoqué rotundamente. E N FE R M E R A 2

Es una muñeca de nieve.

E N FE R M E R A 3

¡Una muñeca de nieve!

E N FE R M E R A 1

Tengo que ir mañana mismo al oculista, 25


E N FE R M E R A 2

mañana mismo o en mi primer día libre.

E N FE R M E R A 1

Qué craso error atravesar esta plaza… (tose, varias veces) Yo que soy asmática… (sigue respirando con un poco de dificultad. L A mueve un dedo)

MUJER

C O RO

Ay, no: sí es una mujer. (le sacude la nieve de los hombros) E N FE R M E R A 3

Una mujer de abrigo y hueso. (hunde su dedo en la mejilla de LA MUJER ) E N FE R M E R A 1

Una mujer de carne.

E N FE R M E R A 2

Y no sólo es una mujer, es una mujer bastante joven. (mientras la examina) Me había imaginado que no sería una mujer joven, pero es. E N FE R M E R A 1

En estos fríos,

E N FE R M E R A 2

en estos fríos tan intensos, 26


E N FE R M E R A 3

en estos horrorosos fríos es inevitable mantenerse joven.

E N FE R M E R A 2

Es la congelación de la carne.

E N FE R M E R A 3

Sí, sí, ¡se conserva bien la piel en estos inviernos! (L A M U J E R no levanta la cabeza pero pestañea. Al público) E N FE R M E R A 1

Los ojos de esta mujer se mueven, de un lado para otro. A mí no se me escapa ningún detalle, ni uno solo: ni siquiera sus manos enguantadas se mueven. No se mueven ni siquiera un poquito las manos de su reloj. Las manecillas del tiempo están absolutamente detenidas. (con el dedo debajo del ojo) Mi ojo clínico no pierde detalle: ahí están los probables síntomas de hipotermia en el inexpresivo rostro de esta mujer que lee. E N FE R M E R A 3

Pero qué lee. (a L A M U J E R ) E N FE R M E R A 2

Disculpe… (L A M U J E R no contesta. Al público) 27


La mujer no mueve ni uno sólo de sus músculos, ni un milímetro de su piel se contrae, ni siquiera pestañea ya, y yo: (a L A M U J E R ) E N FE R M E R A 1

Disculpe. ¿Le importa que me siente?

E N FE R M E R A 3

(al público) Mi pregunta es parte del engranaje de la simulada caridad que yo misma engraso cada día con mi aceite. E N FE R M E R A 1

(a L A M U J E R , sin sentarse todavía) ¿Le importa? Tengo los pies como piedras, me duelen las junturas de los huesos. E N FE R M E R A 2

(al público, nerviosamente) ¿Por qué he venido a perturbar la lectura de esta mujer en esta mañana nevada de sol, para qué interrumpirla con mi retorcida retórica cuando ni siquiera quiero por nada, por nada del mundo, sentarme? No puedo permitirme ese lujo. Si contraigo una enfermedad me quedo sin sueldo: es así de fácil. Es así también de cierto. Lo estipula mi contrato. 28


No se admiten enfermeras enfermas en la sala de emergencias. No se admiten dentro del hospital trabajadoras de la salud no saludables. C O RO

Esta cláusula, subrayada en el pie de página de nuestro contrato, comentada en los pasillos y en la cafetería subterránea del hospital, confirmada en cada despido; esta cláusula que es la primera del contrato indica

E N FE R M E R A 1

que YO , agripada y tosiendo, con un dolor agudo en las costillas de tanto sacudirme,

E N FE R M E R A 3

que YO , culpable por exponerme al riesgo de enfermarme y conseguirlo;

E N FE R M E R A 2

que YO , de manera voluntariosa y unilateral he roto mi contrato como enfermera de urgencias:

C O RO

así de simple es.

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E N FE R M E R A 1

Tan inmediato como irrevocable. Lo especifica ese papelito con copia que YO voluntariamente firmé a pesar de los sindicatos.

E N FE R M E R A 3

Y porque entonces puse mi firma al pie en un acuerdo desventajoso y automáticamente renovable, porque firmé sin chistar me quedo en la calle, de patitas en la calle. En la calle y sin derecho a pataleo, como dice el doctor jefe que es quien redacta los contratos y quien los termina, poniéndonos de patitas en este lugar.

E N FE R M E R A 2

En la calle con sus charcos mugrientos, con sus quebrados vidrios de botella… Pero es mejor no ponerse el parche antes de la herida.

E N FE R M E R A 1

Estoy absolutamente sana, y menos mal no hay nadie. Nadie que me haya oído pedirle a esta mujer nada.

E N FE R M E R A 3

Nadie.

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