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Libia: entre la

tragedia

y la

Por TĂŠmoris Grecko

farsa


“Ningún país consigue transformarse en tres años”, es una frase COMÚN en esta república norafricana que intenta dejar atrás el recuerdo de la dictadura. Pero las intenciones de cambio se han topado con milicias,

falsos golpes de Estado, atentados, MASACRES Y apatía.

El futuro del país es ahora más incierto.

foto: getty images

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L

a profundidad

de sus ojos verdes se acentúa con los gruesos trazos de un delineador que los rodea y afina en estilizados tajos hacia las sienes. Las cejas, bien marcadas, también denotan elegancia. El puente de la nariz es delgado. Eso es todo lo que puedo apreciar del rostro de quien pide que la llame Mariam, porque oculta lo demás con un bello jiyab multicolor. Aunque es musulmana, asegura ser liberal, y su ropa, como la blusa verde que insinúa las líneas del busto, es como la de usanza normal en Italia, tan cerca, a sólo 300 kilómetros del Mar Mediterráneo. “No todo está perdido para Libia”, dice como queriendo convencerme, o convencerse a ella. “No todo está perdido para la Revolución.” Para entender a Libia tal vez sea pertinente compararla con Egipto. En ese país, Abdelfatá al Sisi, el general que dio un golpe de Estado el 3 de julio de 2013, está tomando el poder, falsa pero eficazmente, en nombre de su revolución. Libia parece no estar tan desviada de ese camino. Por eso la angustia de Mariam no es sorprendente. Estas han sido semanas clave. Por ejemplo, el lunes 17 de febrero, el pueblo celebró ruidosamente el tercer aniversario del inicio de su lucha contra la dictadura de Muamar Gadafi, y el jueves 21 se rehusó a participar en unas elecciones para elegir a quienes redactarán una constitución que sustituya la del régimen derrocado. En esos pocos días se registró una cadena de eventos que oscilaban entre la peligrosidad y el ridículo, y hacían parecer que el país era el escenario de una telenovela con guionistas que no se decidían entre darle un tono de tragedia o de farsa. Los sucesos iban de golpes de Estado anunciados en YouTube, pero sin movimientos de tropas, hasta un primer ministro que salía en televisión a reírse de los presuntos golpistas, pero sin actuar contra ellos. Otros protagonistas son un Congreso que dice sí a las protestas del pueblo, pero no cuándo, y un comandante que, después de robarse la mitad del petróleo del país, no sabe qué hacer con él. Si a eso sumamos espectaculares

atentados con bomba contra cuarteles que no son militares, sino de niñas scout, y mujeres de cuyas violaciones no se habla, se entiende por qué esto es una tragedia que se combina con farsa. Uno de estos últimos casos es el de Mariam. Ella es una activista que sufrió graves abusos sexuales y que se esfuerza por crear conciencia al respecto, para que las personas como ella reciban valoración y apoyo por parte del Estado, en lugar de que su dolor se acalle. Mariam misma lo oculta: no quiere que se descubra su identidad. Los libios son un pueblo pequeño, apretado en una estrecha franja entre el desierto y el mar, reprimido durante 42 años, y hasta 2011, por el asesinado dictador Gadafi. Vivieron en ese tiempo en un aislamiento casi total y tienen una mentalidad tan conservadora que ven a la mujer violada como culpable de su propio tormento y como una vergüenza para los suyos. Por eso lo mejor es que se guarde lo que le ocurrió para mantener la honra de su familia, de su tribu. Y si son muchas, el descrédito es para la nación entera. Mejor que no se hable de eso, no ocurrió. Mariam desobedece. Mariam aprendió a pelear en la Revolución. Mariam levanta la voz. Mariam esconde el rostro.

V

ICTORIA LEJANA

Cada régimen le ha puesto un nombre distinto a la plaza principal de Trípoli, la capital libia, el equivalente del Zócalo de la ciudad de México. Los colonialistas italianos la llamaron Plaza Italia; la monarquía la bautizó como Plaza de la Independencia; Gadafi la nombró Verde, lo 156 — abr

Izquierda: El fallecido dictador Muamar Gadafi. Derecha: Celebración por el tercer aniversario del inicio de la Revolución en la Plaza de la Libertad, en Bengasi.

mismo que al libro de su pensamiento y a la bandera nacional; y a partir de las batallas del 21 y 22 de agosto de 2011, las de la toma de Trípoli por los revolucionarios, es conocida como Plaza de los Mártires, en honor a los 25 mil caídos en el conflicto. No hay duelo sino alegría en el festejo por el tercer aniversario del inicio de la Revolución, el 17 de febrero. El sitio está a reventar, con banderas que ondean y muestran el diseño creado originalmente en 1951 para una nación recién independizada: una media luna y una estrella sobre tres franjas horizontales, roja, negra y verde. La mayoría de quienes agitan la bandera crecieron bajo la dictadura gadafista y nunca la habían visto, pues el régimen la había eliminado de la historia. Uno de ellos, Nafi al Fasani, dice que en tiempos de Gadafi “no sentíamos orgullo por nuestro país, pero ahora vemos la foto: efe


que provoca entre los periodistas extranjeros esta celebración radica en que el país se encuentra en tal situación de caos que cuesta trabajo entender la felicidad genuina que demuestra la gente. Esta misma mañana, el presidente del Congreso General Nacional prometió que habría elecciones para renovarlo, pero no ofreció una fecha. El órgano, electo el 7 de julio de 2012, ha sido incapaz de cumplir sus objetivos fundamentales, entre los que destacaba redactar una constitución, celebrar comicios bajo las reglas que se establecieran en ella y disolverse el 7 de febrero. En lugar de reconocer su fracaso, los parlamentarios votaron para extender su periodo un año más y delegaron

a GADAFI lo derrotaron GRUPOS ARMADOS CON IDEAS encontradas sobre CÓMO DEBERÍA SER EL NUEVO ESTADO. bandera y escuchamos la palabra ‘Libia’ y nos invade un enorme placer”. Al ver la energía con que jóvenes y viejos la agitan, elevan y abrazan como si los hubiera envuelto toda la vida, uno no imaginaría que la bandera era casi desconocida hace apenas tres años: se las devolvió la Revolución y es el símbolo inequívoco de la victoria militar. La victoria política de la Revolución aún parece lejana, si por ella se entiende construir un Estado sólido y en progreso. La sorpresa foto : l at i n s to c k / r e u t e r s

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su tarea original a un nuevo comité para elaborar la carta magna, electo en las urnas el 20 de febrero. De inmediato se extendió la inconformidad. “¿Quiénes son estos tipos que no hacen su trabajo y sólo se aferran al poder?”, cuestiona una manta en la plaza, que no se colocó para la fiesta, pues ha estado allí durante las dos semanas de protestas diarias para exigir la disolución del Congreso. Un grupo de diputados está de acuerdo con esa disolución: la llamada Alianza de Fuerzas Nacionales, que reúne a los sectores moderados, laicos y liberales; la encabeza el exprimer ministro Mahmoud Jibril, y la respalda el actual jefe de gobierno, Ali Zeidan. Pero es una minoría que acusa al grupo mayoritario —conformado por grupos islamistas y que lideran los Hermanos Musulmanes


En estas fotografías, que datan de octubre de 2011, los rebeldes del Ejército de Liberación Nacional Libio se preparan para atacar la ciudad de Sirte, donde el dictador Gadafi se refugió y fue ejecutado.

(ligados a la misma organización que existe en Egipto)— de tomar como rehén al parlamento para no someterse nuevamente a elecciones en las que, se cree, podría perder su predominio. También hay otras fuerzas que se oponen. Hace apenas tres días, un general retirado, Jalifa Jaftar, subió un video a YouTube en el que anunciaba un golpe de Estado: hablando en nombre de un “comando general del Ejército Libio”, anunció un plan de cinco puntos para “rescatar a la nación” que incluía la suspensión del Parlamento y del Gobierno. También hablaba de crear un “comité presidencial” compuesto por los principales grupos políticos, así como un “Comité Nacional de Defensa”, ambos bajo su dirección. ¿Con qué autoridad se autoinvestía como líder supremo del país? ¿De qué fuerzas disponía para imponer su decisión? Nadie lo supo porque mientras las distintas milicias se preparaban para el combate, no fue posible hallar a alguna unidad militar movilizada para derrotar al Ejército. Después de un rato, el primer ministro Ali Zeidan se presentó en televisión y dijo que el hecho era como “para dar risa”. Se abstuvo, sin embargo, de ordenar acción alguna contra Jaftar.

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L YUGO DEL LIBERTADOR

Muamar Gadafi derribó la monarquía con un golpe de Estado en 1969. Durante cuatro décadas construyó un sistema alrededor suyo en el que la institución fundamental era él mismo y todos los controles estaban en sus manos. De sus cambios de humor

dependían las vidas de personas y el destino de tribus, pueblos y ciudades. Todas las mujeres del país estaban a su disposición y estableció un harén de esclavas sexuales, como un sultán. La actividad económica y todos los negocios significativos dependían de sus hijos y algunos privilegiados. La disidencia y cualquier error se pagaban con la vida. El golpista siempre temió que el ejército que él había usado para destronar al rey Idris, le hiciera lo mismo. Para evitarlo, creó una estructura paralela que él y su familia controlaban, la Guardia Revolucionaria. Durante sus 42 años de gobierno dejó decaer al ejército. La campaña de bombardeos de la otan, en la guerra de 2011, y la ofensiva guerrillera terminaron de debilitarlo. “Durante décadas, se marginó y desmanteló al Ejército de manera sistemática”, explica el ministro de Defensa, Abdala Al Zani. “Ahora éste enfrenta su recuperación. Pensamos enviar a unos 20 mil hombres para que los entrenen en otros países, como Italia y Turquía. También le hemos pedido a Estados Unidos que se encargue de entre seis y ocho mil soldados.” Un joven recluta de 18 años, Ibrahim al Senussi, dice que durante la Revolución, sus hermanos mayores le impidieron combatir porque lo consideraban demasiado joven. Senussi agrega que sólo ha visto a oficiales de más de 40 años, comandando a muchachos de su edad. Hay una generación completa que está ausente, los de 20 y 30 años. “Ellos tienen el poder en Libia. Son las milicias”, afirma. Hace tres años, al principio de la guerra, las fuerzas insurgentes causaban admiración por su entrega pero lástima por su indisciplina y desorganización. Para los periodistas, cubrir el

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fotos: getty images


frente de batalla tenía más riesgos que en otros conflictos, porque la inestabilidad de la línea de combate era alucinante. Los rebeldes habían obtenido armas ligeras al saquear los arsenales que Gadafi había colocado por todo el país con el objetivo de responder con velocidad ante una hipotética invasión extranjera. Esa era una de las diferencias con los revolucionarios de Siria: a los libios no les costó trabajo hacerse de armamento y munición, y los jóvenes pasaban el día y la noche disparando al aire. Carecían, además, de entrenamiento. Durante las primeras semanas de la Revolución, en los hospitales informaban que recibían a más víctimas por mal manejo de armas, con heridas causadas por error —y con frecuencia autoinfligidas— que por los ataques del enemigo. Entre los sirios, en cambio, hay escasez de armamento, las balas se cuidan y los rifles se atesoran porque conseguir uno es muy difícil y quizá se le arrancó a un rival muerto, o se heredó de un compañero caído. La resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del 17 de marzo de 2011 autorizó que los aviones de la otan intervinieran en contra del ejército gadafista. De no haber sido por ella, la sede de la Revolución, Bengasi, hubiera caído en pocos días, pues el avispero de combatientes hubiera sido incapaz de montar una resistencia efectiva. Por lo tanto, durante los meses de estancamiento que siguieron, crear estructuras bélicas capaces de enfrentar las unidades gadafistas se convirtió en una prioridad que muchos atendieron. Tribus, ciudades y regiones organizaron brigadas, pero a partir de cero: necesitaban entrenamiento, financiación y armas. Fluyeron fondos, asesores y suministros desde Catar, Arabia Saudí, Turquía, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Canadá, e incluso desde organizaciones como los Hermanos Musulmanes y Al Qaeda. Cada uno enviaba su apoyo a las milicias que juzgaba afines. Fueron ellas las que consolidaron el terreno, las que avanzaron sobre Trípoli y las que atraparon y asesinaron a Gadafi. Vencido el tirano, Libia se encontró liberada por una miríada de grupos armados con ideas contradictorias de cómo debería ser el nuevo Estado, y con muy

pocas ganas de disolverse o de ponerse a las órdenes de quien lograra convertirse en autoridad. Las tensiones entre esos grupos amenazaban con provocar una nueva contienda bélica. A diferencia de muchos otros países, Libia tenía la ventaja de contar con cuantiosos recursos petroleros. La solución inicial fue integrar a todos los guerrilleros a la nómina del gobierno, con sueldos mensuales, a cambio de que sus comandantes fueran leales. Y lo hicieron. Pero nada en serio.

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fotos: afp y efe

RÍMENES SIN CASTIGO

En Trípoli, una ciudad estremecida por los secuestros y los tiroteos, el lujoso hotel Corinthia ses considera el sitio más seguro. Seguro es una palabra relativa pues en agosto de 2013, el coche escolta del embajador de la Unión Europea (ue) sufrió un ataque a balazos frente a la puerta principal. Y en junio de ese año alguien disparó un cohete, con tan mala puntería, que no fue capaz de darle al gran edificio e impactó en otro cercano. Ahí están las sedes de las representaciones de Alemania, Catar y la ue, y viven diplomáticos extranjeros y altos funcionarios del gobierno, como el primer ministro Zeidan. El 10 de octubre de 2013, a las 4 a.m., un centenar de vehículos con armas pesadas y medianas llegó al hotel. Los hombres sometieron a los guardias y recorrerieron las habitaciones hasta llegar a la de Zeidan. Lo secuestraron. Reapareció casi 10 horas después, rodeado de los milicianos con boinas rojas que lo habían rescatado, y se dirigió a los medios: “Enfrenté las exigencias de hombres que decían ser revolucionarios. Llegaron con sus armas, con sus bombas, llegaron con diferentes métodos de amenazas pero me rehusé a hacer nada. Entraron en misiones diplomáticas e internacionales, aterrorizaron a los empleados, los pusieron de rodillas”. ¿Quién lo había raptado? “Los secuestradores son antiguos revolucionarios que rechazan atenerse a la ley, no quieren que se establezca la democracia. Si no pueden derribar al gobierno con votos, lo quieren hacer con armas”, dijo Zeidan, aunque no dio nombres. Más tarde, la televisión lo mostró en sesión de gabinete haciendo un llamado ESQ — 159

amenaza de guerra civil

la inestabilidad en libia es cosa seria. Al cierre de esta edición, los representantes de Hermanos Musulmanes (hm) en el Parlamento destituyeron a Ali Zeidan (abajo) del cargo de primer ministro. Zeidan tuvo que escapar al extranjero por temor de que su vida corriera peligro. En su lugar nombraron a un aliado de hm, el hasta entonces ministro de defensa Abdala Al Zani (arriba). La destitución de Zeidan se produjo luego de que Ibrahim al Jathran, el jefe de milicias a quien el gobierno de Trípoli encargó la seguridad de las instalaciones de hidrocarburos del oriente, intentara exportar petróleo en un buque de bandera norcoreana que logró burlar la vigilancia y salir al Mediterráneo. No obstante, el 17 de marzo marinos estadounidenses interceptaron la embarcación para luego devolverla al gobierno libio. hm aprovechó la ineficacia del Ejército Nacional para deshacerse de Zeidan. El resultado es negativo por dos razones: los federalistas de Cirenaica están enfurecidos y podrían buscar la secesión; y el gobierno central en Trípoli se debilitó, al quedar destruidos los puentes entre islamistas y liberales. El 13 de marzo, Senusi el Megrabi, portavoz de las autoridades de Bengasi, respondió así al anuncio de que Trípoli enviará tropas para reconquistar los puertos petroleros: “Si atacan, será la guerra civil”.


a la cordura: “Para resolver esta situación, los libios necesitamos sabiduría, no que las cosas se salgan de control”. Así, lo único que limita el poder de las milicias son las brigadas rivales. Sus crímenes nunca se castigan. Trípoli lo ha vivido con particular rigor porque, como centro del poder de Gadafi, el dictador impidió crear en ella grupos armados propios. A la capital llegaron los revolucionarios de otras ciudades, quienes se quedaron a imponer su ley. Un mes después del rapto de Zeidan, el 15 de noviembre, una manifestación de tripolitanos hartos se aproximó al cuartel de la milicia de Misrata para exigir que saliera de la ciudad. Estaban desarmados, pero los combatientes los recibieron a tiros con una brutalidad sorprendente. Varios cadáveres quedaron destrozados por el impacto de las gruesas balas de las ametralladoras antiaéreas. El saldo que dejó la acción de esas tropas, que se suponía habían hecho la Revolución para defender al pueblo, fue de 43 muertos y 460 heridos. Una masacre en toda regla. No hubo investigaciones ni procesos penales. Aunque el escándalo fue tal que los misratíes se vieron forzados a salir de Trípoli, a nadie se le exigió responder por la barbarie.

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IESGO DE ESCISIÓN

Uno supondría que la urgencia de los libios por tener estabilidad y orden los habría animado a participar, el 20 de febrero pasado, en las elecciones de representantes al comité que debe redactar la nueva Constitución. Sobre todo porque ese martes, cuando aún no se olvidaba la fiesta revolucionaria del lunes, dos milicias formadas por habitantes de la ciudad de Zintan volvieron a hacer sonar las alarmas al darles cinco horas a los integrantes del Congreso para renunciar.

En noviembre de 2013, una protesta de habitantes de Trípoli que pedían el retiro de la milicia de Misrata terminó en masacre cuando los combatientes abrieron fuego contra la multitud.

Pasado ese lapso, advirtieron, acudirían a la sede del órgano a arrestar a quienes insistieran en retener sus curules. Otra vez, los libios se mordieron las uñas en espera de una guerra civil. Unidades del Ejército y otras milicias ocuparon posiciones defensivas en Trípoli para recibir a los atacantes que jamás llegaron. Esa noche se dijo que diplomáticos extranjeros habían logrado prorrogar el ultimátum para convertir las cinco horas en 48, tras las que tampoco pasó nada. La mayoría de los libios también faltó a su cita electoral el jueves. Pese al susto, de 3.4 millones de votantes sólo sufragaron 497 mil. En contraste, el 7 de julio de 2012, en las elecciones para el Congreso Nacional General, se depositaron 1.8 millones de sufragios.

parlamentarios en funciones “son unos cínicos que no hicieron nada del trabajo para el que los elegimos, y sólo quieren seguir mamando del presupuesto”. El Congreso tenía 17 meses para elaborar y aprobar una Constitución. Su periodo debió acabar el 7 de febrero pasado, ya con la tarea terminada. Aunque no la hicieron ni se proponen hacerla (para eso pidieron conformar el nuevo comité de redacción), los parlamentarios votaron para extender su gestión hasta 2015. Esto indignó a mucha gente, como a quienes protestan cada día en la Plaza de los Mártires bajo la manta que acusa a los congresistas de aferrarse al poder. Fueron los Hermanos Musulmanes quienes propusieron y aprobaron la extensión del mandato del Congreso, pero tuvieron que hacerlo pese a la oposición de la Alianza, la cual argumenta que los islamistas no quieren convocar nuevas elecciones porque van a perderlas. Ésta es también la postura de las milicias de Zintan —las que incumplieron su ultimátum de 5 horas—, pero a favor de los Hermanos están las de Misrata, manchadas con la sangre de los civiles que asesinaron en noviembre. Además de las batallas internas del Congreso, están las que libran federalistas y centralistas. Al principio de la Revolución de 2011, Gadafi acusó a los rebeldes de Bengasi de ser separatistas que querían escindir a la provincia de Cirenaica, al oriente del país, que concentra tres quintas partes de los yacimientos petroleros de Libia. La respuesta en aquel momento, en la plaza bengasí de la Mahkama, fue que miles de insurrectos gritaron la consigna: “Libia es un solo país y Trípoli es su capital”.

EL ATAQUE DE LA MILICIA DE MISRATA CONTRA UNOS MANIFESTANTES DEJÓ 43 MUERTOS Y 460 HERIDOS. UNA MASACRE EN TODA REGLA. “Claro que fui a votar, no podemos seguir sin Constitución”, afirma Tarik Shennib, un activista no armado de la Revolución de 2011. “Me preocupa que muchos de mis compañeros se hayan abstenido, incluso los que están políticamente activos. Hay mucha decepción, pero no podremos avanzar si nos quedamos idiotizados en casa mirando la telenovela libia.” Su amigo Mohamed al Gheriani pertenece a la mayoría que se negó a participar en el proceso porque los 160 — abr

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Izquierda: El 20 de febrero fue la votación para elegir al comité que redactará la nueva Constitución. Derecha: Graduación de la primera generación de la Guardia Fronteriza Libia.

Derrotado el enemigo común, llegó el momento de las definiciones. Los cirenaicos sintieron que los tripolitanos los ignoraban. Fueron levantando la voz hasta que instituyeron autoridades propias, semiautónomas, dedicadas a presionar para que en la futura Constitución se establezca un sistema federal, bajo la amenaza no declarada, pero implícita, de la secesión. Una consecuencia inesperada fue que Ibrahim al Jathran, el jefe de milicias a quien el gobierno de Trípoli encargó la seguridad de las instalaciones de hidrocarburos del oriente, decidió que el conflicto le daba motivos para tomar para sí mismo el control de todo lo que tenía que proteger. Desde el 1o de julio de 2013, sus hombres ocupan los pozos y, además, los puertos petroleros de Brega y Sidra. Esto le ha servido de muy poco. Los buques de la Marina Libia impusieron un bloqueo que impide que los hidrocarburos salgan al extranjero, pero al final todos pierden: las exportaciones diarias cayeron de 1.4 millones de barriles de petróleo en julio de 2013, a 375 mil en enero de 2014. Todas estas fuerzas —los islamistas, la Alianza y los federalistas— enfrentan a dos enemigos a muerte. Por un lado están las milicias ligadas a Al Qaeda o inspiradas por ella, como el Ejército del Estado Islámico de Libia, que rechazan un Estado democrático y aspiran a imponer un califato basado en una interpretación extrema de la Sharia, la ley islámica. A algunas de éstas las han tratado de apaciguar repartiéndoles dinero del presupuesto, pero el resultado ha dejado mucho que desear. En Cirenaica, donde son más fuertes, lo mismo asesinan a activistas y políticos rivales que ponen bombas en sedes de niñas scout. Estas milicias asaltaron el consulado de Estados Unidos en

Bengasi, en septiembre de 2012, donde mataron al embajador Christopher Stevens. Uno de sus grupos afines, que lleva el nombre de Cuarto de Operaciones Revolucionarias, fue el que secuestró al primer ministro, aparentemente como respuesta al asesinato de un líder yijadista libio a manos de Estados Unidos: acusaban a Zeidan de traición porque, creían, había colaborado con Washington. No hubo represalias contra ellos. Por otro lado, el gadafismo subsiste bajo el nombre de Resistencia Verde (por el color emblemático del tirano asesinado). No es clara ni su composición ni su alcance, pero pueden golpear duro: el 18 de enero sus hombres atacaron una base aérea cerca del oasis de Sabha y mataron a decenas de personas antes de retirarse al desierto. “Si no impones un desarme, enfrentas las consecuencias”, dice Ibrahim Sharqieh, investigador del think-tank Brookings Doha Center. “Es una situación pesimista en la que el Estado es débil y se debilita más, mientras que las milicias son fuertes y se hacen más poderosas. Tienen más poder que el Estado. Todavía es pronto para hablar de otra guerra civil, pero todo está empeorando.”

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fotos: afp

UCHO QUE GANAR

El escenario es tan complejo que muchos han optado por tomarlo con humor: “¿Cuál es el mejor lugar de Libia?”, pregunta un graffiti en una pared de Trípoli. La respuesta es “el aeropuerto”, porque uno se puede marchar del país. “Ya cancelé Netflix”, dice Aisha Eljarh, una abogada de la capital. “No necesito series, con la telenovela libia me entretengo.” Mohamed al Gheriani, el activista, recuerda que “en 2011 pensábamos que en ESQ — 161

cinco años seríamos un nuevo Dubái, y ahora nos queda claro que no será así”. “Te falta paciencia, confianza y sentido de la historia”, dice su compañero Tarik Shennib. “Los procesos revolucionarios son largos, ningún país consigue transformarse por completo en tres años.” Como ejemplo de que las cosas avanzan, aunque sea con lentitud, Shennib esgrime la principal novedad de este jueves electoral: el gabinete de gobierno propondrá al Congreso reconocer que, durante el conflicto bélico, Gadafi y su ejército emplearon las violaciones como arma de combate. Esto permitiría que las mujeres afectadas tengan derecho a ser reconocidas como víctimas de guerra y que, al igual que los combatientes heridos o mutilados, reciban compensaciones económicas del Estado y atención médica y psicológica gratuita. Una llamada telefónica permite confirmar que Mariam, la activista a favor de las mujeres abusadas sexualmente, ha escuchado la noticia y está entusiasmada: “¡Es una gran sorpresa! ¿Quién lo iba a pensar en este país tan conservador?” Ella misma había dicho que no pensaba ir a votar pero, motivada por la noticia, cambió de opinión. “¡Es un gran avance!”, insiste, “creo que sí estamos creando un nuevo país, un país mejor donde las mujeres podemos ganarnos un lugar. No todo está perdido para Libia y la Revolución.” ¿Me permitiría entonces usar su nombre verdadero en este texto? ¿Promoverá su causa con el rostro descubierto? Hay silencio del otro lado de la línea. No recibió bien el cubetazo de agua fría. Por fin habla: “Libia, sus mujeres y el pueblo tienen mucho que ganar, pero aún falta. Sólo hay garantías de que un 10 por ciento de los 60 miembros del Comité de la Constitución serán mujeres. No ha llegado el momento de dejarnos ver sin sentir que avergonzamos a los hombres”.


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