Autologia

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formidable. Pienso que, si tuviera cojones, le diría algo así como «¿Tan bueno como para que me hagas una mamada?». Después, cuando la gente leyera esta anécdota pensaría que claro, con una mente así, normal que escriba cosas tan raras y brillantes. Pero me conformo con decirle que no merezco los elogios: me hago el modesto y esas mierdas hipócritas. Me faltan cojones. Sí, vale, soy valiente. Un día dejé un puesto cómodo en un periódico. En mi última época allí me dedicaba a escribir lo que me decían sin pensar ni enfadarme por la falta de dignidad que eso implicaba. Llegaba tarde a la redacción, tecleaba lo que me decían y me iba. El sueldo no era alto pero era casi un trabajo de por vida. Y un día lo mandé todo al carajo, sin más. Acabé de jardinero en un campo de golf en el Círculo Polar Ártico, en las Islas Lofoten, Noruega. Hay que ser valiente para hacer algo así. Pero otra cosa es tener cojones. Si los hubiese tenido habría llevado a cabo un plan casi perfecto. Allí en Lofoten nadie cierra las puertas con llave. Las del coche hasta se las dejan puestas. Me llevó poco comprobarlo. Sentado frente a un parking de un centro comercial, esperando a no sé quién, lo vi claro: solo tendría que esperar a que el dueño se metiera en el supermercado para sentarme al volante y largarme. Podría recorrer cientos de kilómetros a lo largo de violentas montañas con la alucinada luz del sol de medianoche como faro, llegar a otro pueblo de confiados granjeros noruegos, vamos, de paletos con sueldo astronómico, aparcar el coche robado y llevarme otro con la misma facilidad, para ponérselo 38


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