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ROBERTO SAVIANO

CONTRATAPA

Secretos conocidos

Verdad y memoria, un relato de Luis Soto

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SUPLEMENTO LITERARIO TÉLAM I REPORTE NACIONAL

AÑO 4 I NÚMERO 163 I JUEVES 15 DE ENERO DE 2015

Medea la verdadera mujer

MEDEA MATANDO A SU HIJO, IMAGEN DE UN ÁNFORA GRIEGA, CIRCA 330 A.C., MUSEO DEL LOUVRE, PARÍS, FRANCIA.


MICHEL HOUELLEBECQ RECONOCIÓ QUE TRAS LOS ATENTADOS TIENE MIEDO El escritor francés Michel Houellebecq, que protagonizó la última portada del semanario satírico Charlie Hebdo y desde el día del atentado a la publicación abandonó la promoción de su última novela, Soumission (Sumisión), aseguró que tras lo ocurrido tiene miedo. El “enfant terrible” de las letras galas señaló al diario italiano Corriere della Sera que “es difícil darse cuenta de la situación (de riesgo)”, pero reconoció que

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él también tiene miedo y “cada tanto” le viene a la mente la idea de la amenaza. “Nada será como antes”, sostuvo el escritor, que era amigo personal del fundador de Charlie Hebdo, Bernard Maris –asesinado junto a otras once personas el pasado miércoles en París por dos terroristas yihadistas–, y que en su ficción política Sumisión imagina un presidente musulmán al frente de Francia en el año 2022.

JUEVES 15 DE ENERO DE 2015

Medea

la verdadera mujer

CHRISTA WOLF. “DE TODAS LAS MUJERES SINIESTRAS, SEDUCTORAS Y TRANSGRESORAS QUE ALIMENTAN EL IMAGINARIO OCCIDENTAL, NINGUNA GOZA DE UNA REPUTACIÓN MÁS ESPELUZNANTE QUE MEDEA”.

OSVALDO QUIROGA

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uáles son las historias que la literatura se empeña en narrar? Para mí son aquellos relatos que escapan a los razonamientos lógicos. O mejor: son las historias que no dejan de producir sentidos, como es el caso de Medea. Porque Medea es mucho más que un personaje. Es un tejido de voces, una organización de planos superpuestos, un modo del discurso, un espacio abierto en el que se inscribe algo de la subjetividad humana. Medea, el libro de Christa Wolf que acaba de publicar El Cuenco de Plata, da cuenta de todo lo que gira en torno de esta mujer a la que Lacan no dudó en calificar como “la verdadera mujer”. ¿Por qué el psicoanalista francés habrá pensado en ella de ese modo? Medea asesina a sus hijos para vengarse de Jasón, que ha elegido a otra esposa, mucho más joven que ella, con el único fin de estar más cerca del poderoso Creonte. Tiene razón Christa Wolf, la autora polaca que recibió premios tan importantes como el Georg Bûchner o el Schiller Memorial, cuando afirma: “De todas las mujeres siniestras, seductoras y transgresoras que alimentan el imaginario occidental, ninguna goza de una reputación más espeluznante que Medea”. ¿Para Lacan la verdadera mujer

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será aquella que nada tiene que ver con la maternidad? El libro que nos ocupa está estructurado a partir de las distintas voces que alimentan el mito: la de Medea, en primer lugar, pero también la de Jasón, capitán del Argo y esposo de la misma Medea. Ella lo ayudó a llevarse el Vellocino de Oro y le dio dos hijos. Antes Medea asesinó a su propio hermano con el fin de despejarle el camino al poder a su marido. Podríamos decir que Medea se enamoró locamente de Jasón. O que el amor de Medea por Jasón está más cerca de la pulsión de muerte que de cualquier otra cosa. Pero no son las únicas voces que se escuchan en el texto de Wolf. También se hacen visibles las palabras de Agameda, que alguna vez fue discípula de Medea; de Agamante, primer astrónomo del rey Creonte; de Leucón, segundo astrónomo del rey Creonte, y de Glauce, hija del rey Creonte. En el entramado de discursos que confluyen en Medea no podían faltar otras voces que resultan sustanciales para entender la conducta de la protagonista. La obra de Christa Wolf cabalga de manera admirable entre la novela y el ensayo. “Esa mujer va a ser mi perdición”, dice Jason. Y agrega: “Medea será mi perdición, le dije con franqueza a Acamante. Él, siguiendo su maldita costumbre, no me contradijo, pero tampoco

asintió. Siempre esa fina sonrisa, siempre esa mirada llena de sobreentendidos, siempre esa forma de hablar suave, con la que quiere hacerme creer que ya no le sería tan fácil a nadie hacerme daño”. Medea es una seductora extraordinaria, como lo es Lady Macbeth o Salomé. La primera vez que se encuentra con Jasón, le grita “te voy a comer el corazón”. Frase enigmática, pero profundamente verdadera si sale de la boca de ella. Porque Medea cumple al pie de la letra. Primero enamora a Creonte y después lo destruye. Esto no significa que Jason no tenga otras maneras de destruir al prójimo y tampoco lo absuelve de su comportamiento moral, pero Medea es única a la hora de pasar al acto y cometer el abominable acto de asesinar a sus hijos. Medea se justifica, se revuelca en sus elucubraciones: “No hubiera debido dejar la Cólquida. Ni ayudar a Jason a conseguir su Vellocino. Ni convencer a los míos para que me acompañasen. Ni hacer aquella travesía larga y terrible, ni vivir todos estos años en Corinto, como una bárbara semidespreciada y semitemida. Los niños, sí, pero qué es lo que los aguarda. En este disco que llamamos Tierra no hay otra cosa, querido hermano, que vencedores y víctimas. Y ahora tengo ganas de saber qué encontraré al rebasar su margen”. La Medea de Eurípides es fiel al mito. Por un lado ha sido capaz de asesinar a su hermano y traicionar

a sus padres; por otro es la mujer despechada que aun en el centro de la desgracia es capaz de llorar por el crimen que va a acometer. Su furia va contra Jasón y todo lo que él representa: “Te salvé, como saben cuántos helenos embarcaron contigo en la misma nave Algo, cuando fuiste enviado a dominar bajo el yugo los toros que exhalaban fuego y a sembrar el campo mortal. Al matar a la serpiente que sin dormir custodiaba el áureo vellocino rodeándolo con entrelazados anillos, te ofrecí luz de salvación. Yo misma, tras traicionar a mi padre y mi palacio, vine contigo a Yolco, con más resolución que cordura. Y logré eliminar a Pelias del modo más doloroso de morir, por mano de sus propias hijas, y destruí todo su hogar. Y, habiendo recibido ese trato de parte nuestra, ¡oh el peor de los hombres! Nos has traicionado y has contraído nuevo matrimonio, aunque tenías hijos”. No bastan los argumentos racionales para entender a Medea. Quizá por eso el libro de Wolf es tan importante: porque busca en el pensar poético una poética que sólo puede descubrirse allí, en el corazón mismo del sinsentido. La construcción de la madre como modelo de mujer crece en el cristianismo y nos llega a través de la pintura cuyas figuras femeninas suelen ser hieráticas y despojadas de todo erotismo. Medea, en

cambio, es una fiera. Una hembra deseante antes que una madre. Hasta en los últimos parlamentos de la obra de Eurípides ella sostiene que el que mató a sus hijos fue Jasón, aunque de ella haya sido la mano ejecutora. “¡Oh hijos míos! ¡Como perecisteis por una locura paterna!”, dice Medea. “No los aniquiló, en verdad, mi mano derecha”, responde Jasón. “No, sino tu insolencia y tu boda reciente”, concluye Medea. Para ella el crimen es obra de la conducta de Jasón. No se hace responsable. La pasión, una vez más tan cerca de la muerte, ha sido más fuerte que cualquier otra consideración. Finalmente, las preguntas que se hace la escritora Margarte Atwood después de leer la Medea de Christa Wolf resultan dolorosamente contemporáneas “¿Qué estarías dispuesto a creer, a aceptar, a ocultar, a hacer para salvar el pellejo, o sencillamente para permanecer cerca del poder? ¿A quién estarías dispuesto a sacrificar? Digámoslo sin ambages: en el mundo contemporáneo abundan las Medeas y los Jasones. Padres y madres que mandan a sus hijos a morir a las guerras que impulsan los vendedores de armas, mujeres y hombres asesinos capaces de cualquier felonía con tal de disfrutar del poder y del dinero. Medea, por qué no decirlo, es coherente con su deseo absoluto, irracional y brutal por un hombre. En ese sentido, y solo en ese, es la verdadera mujer a la que hace referencia Lacan.


LA LIBERACIÓN DE LOS DERECHOS DE CREACIONES DE SAINT-EXUPÉRY Y FLEMING Las obras de Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito; Ian Fleming, creador del agente James Bond y Flannery O'Connor, entre otros, entraron en enero al dominio público, al cumplirse 70 años de sus muertes, reconfigurando nuevas formas de circulación y reavivando debates sobre los derechos de autor y la propiedad intelectual. Las leyes de la mayoría de los países estipulan que a los 70 años de la

muerte de un creador, su obra pasa al dominio público a partir del 1° de enero de ese año. En 2015, el copyright venció y el mundo tendrá acceso al autor de uno de los libros infantiles más traducidos y al creador del agente del Servicio Secreto más famoso. Durante 2014 se activó una maquinaria de ediciones y merchandising alrededor de El Principito justamente porque se venía el año de la liberación.

JUEVES 15 DE ENERO DE 2014

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Secretos conocidos JAVIER CHIABRANDO

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ay varios méritos en CeroCeroCero, de Roberto Saviano (Editorial Anagrama). El primero es haber reunido una posible historia de la cocaína, desde sus orígenes hasta hoy, un camino que incluye la selva donde se produce la hoja de coca, los laboratorios donde se procesa, o el ingenio y la tecnología que se necesita para enviarlo al resto del mundo hasta la probable cantidad que se produce por año, cuánto se incauta, cuánto y dónde se consume y, por supuesto, las muertes que ocasiona. Saviano no ahorra detalles. Así conoceremos los diferentes nombres que va tomando la droga según qué sustancias se utilizan en su producción y según su pureza (tocra, llipta, crack, freebase, crack, o simplemente coca), hasta las kafkianas ramificaciones de la distribución para ingresarla a Europa a través de la ’Ndrangheta (la mafia calabresa), de pequeñas grupos delictivos españoles o de europeos del Este operando en Europa occidental, de la mafia rusa o a través de puertos africanos. Para el narcocapitalismo, el mundo se ha vuelto un pañuelo. El segundo mérito es que Saviano nos muestra el mundo del crimen organizado alrededor del negocio de la cocaína como un tentáculo más del capitalismo, una multinacional que reúne productores, vendedores, ejércitos y bancos, pero que en lugar de vender Tupper o coches, vende cocaína que mueve 400.000 millones de dólares por año. “No existe ningún mercado en el mundo que sea tan productivo y tan rápido como el de la cocaína”, nos alerta aunque lo sospechábamos desde un principio. Para eso Saviano reconstruye historias colectivas como la fundación de los cárteles o carteles, según de donde sean, donde hay personajes que a medida que el libro se iba escribiendo o se va leyendo, van apareciendo en los

SAVIANO Y LOS RIESGOS. “EL INSOPORTABLE MURMULLO QUE ACOMPAÑARÁ TUS PASOS DONDE QUIERA QUE VAYAS”.

diarios por haber muerto, matado, o estar presos, como es el caso del Chapo Guzmán. De las historias colectivas, Saviano salta a historias individuales: la del africano Mamadu, la de un perro entrenado para detectar drogas en aeropuertos, o la de Christian Poveda, un documentalista argelino-francés que convivió con las maras salvadoreñas con el fin de investigarlas para su trabajo y que fue asesinado en 2009. Todo y cada una de estas historias sirven para entender cómo la cocaína tiene que ver de alguna forma con nuestras vidas o con el mundo que nos rodea. ¿Es para tanto? Según Saviano lo es: “Mira la cocaína: verás polvo. Mira a través de la cocaína: verás el mundo” . Roberto Saviano es el autor de la celebrada Gomorra, un libro que vendió dos millones de ejemplares, y que le valió el reconocimiento mundial, con película y serie in-

cluida. Allí desnuda los entretelones de la mafia napolitana. Eso lo obligó a vivir en la clandestinidad desde entonces. A tal punto que CeroCeroCero está dedicado a sus custodios. El nombre CeroCeroCero remite a la harina de mejor calidad para hacer una buena pasta. Pasta igual a dinero. O pasta, igual a coca, coca igual a dinero. Gomorra y CeroCeroCero se parecen, o en todo caso tienen puntos de contactos; el más evidente es investigar la mecánica del crimen. Dice Saviano: “…no tengo claro por qué uno decide ocuparse de estas historias. ¿Dinero? ¿Fama? ¿Posición? ¿Carrera? Todo infinitamente por debajo del precio que hay que pagar, del riesgo y el insoportable murmullo que acompañará tus pasos donde quiera que vayas”. Un punto de contacto entre ambos libros es cuando en Gomorra cuenta que un líder de la camorra se da cuenta de que no es lógico vender heroína porque es “ una mercadería que mata al cliente”. Esa revelación hace que el grupo criminal

pase a vender cocaína, lo que cambiará el mapa del delito porque al consumo se sumará la clase media italiana primero y europea después. A pesar de la clandestinidad que rodea todo lo que hace al negocio, Saviano logra hacer cuentas sobre la cantidad de cocaína que se produce en el mundo. Según CeroCeroCero, supera las mil toneladas anuales, de la cuales trescientas se consumen en Europa mientras que una parte es incautada. Luego está el camino del dinero. “Existen dos clases de riquezas. Las que cuentan el dinero y las que lo pesan” , dice Saviano. El camino del dinero de la droga se choca demasiado a menudo con el camino del dinero legal. Bancos que sobreviven exclusivamente del lavado del dinero, cientos o miles de transacciones online que hace del dinero una ilusión que entra y sale de las cuentas con la

misma velocidad con la que un adicto consume una línea de coca. Capitalismo en plenitud. Aceptemos otros méritos, el de los dos capítulos iniciales del libro (“Coca Nº 1” y “La Lección”). En el primero Saviano nos dice directamente a la cara que alguien a nuestro alrededor consume cocaína, es más, que está consumiendo en este mismo momento. Familiares, amigos, el chofer del bus que lleva a tu hijo a la escuela o el director de esa escuela. El segundo es una interesante escena donde un prócer del crimen organizado adoctrina a diferentes y nacientes criminales. El crimen es global, otra cosa que sospechábamos. Es evidente que Saviano maneja información de primera mano. Si bien está documentado, yo soy de los que nunca se creyeron del todo que haya infiltrado a la Camorra, de la misma forma que es evidente que no ha convivido en el interior de carteles ni protagonizado ninguna otra forma de investigación romántica y cinematográfica. Seguramente ha tenido informantes privilegiados, sean arrepentidos o policías. Y acceso a expedientes donde con paciencia se puede reconstruir el itinerario de un crimen o de un criminal. No es poco. Quizá este libro esté destinado a lectores europeos, porque para un latinoamericano volver a la historia de los hermanos Castaño, o de Griselda Blanco apenas llama la atención. Igual que el capítulo titulado “Coca Nº7”, un inocente listado de las triquiñuelas que se han usado para pasar cocaína por aeropuertos, desde prótesis mamarias y de glúteos, hasta pañales y pollos asados. Por momentos el libro es una interminable acumulación de noticias que nosotros los latinoamericanos podemos reconocer fácilmente por lecturas previas de diarios, o incluso por la reciente ficcionalización a la que fue sometido el mundo del narcotráfico con las vidas de Escobar y de “El señor de los cielos”. La novedad deja de ser una novedad si uno ya la leyó en los diarios, o peor aún, la vio en una telenovela.


ESTAMPILLAS POR LOS 150 AÑOS DE ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS La obra cumbre del escritor inglés Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas, cumple 150 años de su aparición –se publicó el 13 de enero de 1865– y el Reino Unido celebra el aniversario con una edición especial de diez sellos postales con ilustraciones de la novela, una de las más emblemáticas de la literatura moderna. El servicio británico de correos Royal Mail encargó el diseño de las estampillas al ilustrador

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Graham Baker-Smith, quien recreó para este homenaje diez escenas de la novela. En ellas aparecen una interpretación diferente de algunos de los personajes más conocidos, como el Gato de Cheshire, el Conejo blanco o la propia Alicia. El nombre Lewis Carroll es el seudónimo de Charles Lutwidge Dodgson, que nació en Daresbury, Inglaterra, en 1832 y murió el 14 de noviembre de 1898, en Guildford.

JUEVES 15 DE ENERO DE 2015

DIRECTOR DEL SUPLEMENTO LITERARIO TÉLAM: CARLOS ALETTO

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atas de pelo embadurnado con tintura barata, espalda de piel ajada y lechosa, dominada por una giba que parece un muñón amoratado, piernas cubiertas por una sábana negra que cae desde la cintura. El cuerpo entró a la funeraria a las 22.05 con instrucciones precisas: “poner boca abajo en el ataúd”. Un cartel identifica: “Señora de Imbert, sala B”. Sin familiares presentes quedó a cargo del sereno. Quien ordenó el servicio, Manuel Graziano, llegó a las 2 con una mujer rubia, demacrada, que no cesaba de sollozar. “¿Querés verla?”, consultó Graziano mientras servía café. “Todavía no”. “Descansá un rato en el sofá”, propuso, ella tomó el café y quedó dormida. Ha pasado una hora. Graziano se acerca al ataúd, acaricia una mejilla, desliza lentamente la mano por el cuello. “¿Su mamá?”, pregunta el sereno. “No”. “Por el respeto con que la trata. Era bastante mayor…”. “Cumplió 76”. “¿Y usted?”. “Yo, 57”, informa Graziano. Sus dedos prolongan la caricia y tras bordear la colina se posan sobre la sábana, a la altura de las nalgas. Molesto por la situación y el silencio el sereno recurre a un lugar común que dicta el psicólogo de la empresa: “la muerte de un ser querido, qué cosa terrible”. Graziano lo siente espontáneo. “Me atormenta saber que va a estar muerta tanto tiempo, mucho más de lo que vivió”, dice. “Y en esa posición tan incómoda, pobre…” – el sereno se anima y agrega: “fíjese que en este velorio no hay un alma…”. “Hay un alma”, corrige Graziano. “Sí, claro. Quise decir…”. “Déjenos solos”. El sereno no contesta. “Volvé en media hora”, apura Graziano y extiende un par de billetes. Sin testigos, ante el desnudo de mujer que Picasso hubiera deseado usar de modelo, Graziano libera una serie de interrogantes. “Marga, Marga… ¿Cómo fuiste capaz de ocultar una decisión tan tremenda? ¿Por qué no confiaste en mí? Sabés que no puedo perderte. Debe ser espantoso armar días y días esta muerte, estar lista para ejecutarla y bancar sola tanta angustia. ¿Por qué ahora, Marga? Y si tenía que ser ahora, ¿por qué

Verdad y memoria sin mí? Cuando lo mataron a Santiago, entonces pudo tener sentido. Perder un hijo es quedar vacío de vida. Y Santiago no era un hijo más. Ese maldito síndrome de Tourette… Tu entrega era constante, la lucha para que no lo discriminaran en el colegio. Después, la militancia. No quise cuestionar tu versión de que los habían ido a buscar porque tenían en la mira a un capo del Batallón 601. Santiago andaba con el grupo que conducía el cura al que llamaban El Profesor. Tu marido escuchó una charla del jesuita y dijo que si lo seguían iban a terminar cantando “Cara al sol” con el brazo en alto. Son jóvenes dispuestos a dar la vida, dijiste. “En el hotel del puente de avenida San Martín leías poemas de Maiacovsky, Vallejos, Guillén”, te acusó Imbert. Suponía que el cura era pedófilo. ¿Qué quiere decir?, preguntó Santiago y él, acordate, dio una teoría brillante. “Es una leve modificación de un refrán: en lugar de la-pajaen-el-ojo-ajeno viene a ser la-pija-en-el-hijo-ajeno”. Vos sabés, Marga, el fascismo del Profesor atrasa 80 años. La receta del Duce de darles aceite de ricino a los opositores para que se la pasaran arrodillados en el agujero del baño era humillante, sí, pero después de tanto marine que tortura drogado y mata tarareando temas de Elvis Presley, tiene algo de ingenuo. “Ahora te hacen cagar, y

no por el culo, te tiran de un avión, te balean, sos un desaparecido. Santiago va derecho al matadero”, decía Imbert. Al mes se fue a Méjico. No lo viste más y no te pesó. O eso decías. A Santiago no te unía el clásico cordón, era un nudo de arpones de acero. La práctica con armas era un riesgo y en el grupo había varios pendejos lampiños, te lo dije. No fue un héroe Santiago, cayó por su enfermedad. Había orden de no resistir si copaban el galpón. Un tic incontrolable, como un brote epiléptico, se le escapó a él. Ese bastardo síndrome de Tourette. Creyeron que pelaba un fierro y lo bajaron. Los tenían bien fichados, en el fondo eran del palo de los servicios. Pero el cura manejaba plata grande para campamentos y aguantaderos. La madrugada que te dijeron: ‘vas a estar un rato con Santiago’. Escuchaste su voz en una barraca de Dock Sur. El Turco te apretaba: ‘el bufarrón del Profe tiene la guita, entregámelo y te traemos al pibe’. No hablaste – ‘yo tengo cojones, ovarios tienen esas minas que se hacen liffting’, decías – y te tiraron envuelta en una bolsa en el fondo de tu casa. Otro momento para mandar todo a la mierda. ¿Por qué ahora y lastimándote sin piedad, tanta sangre? No pudo ser fácil balearte con el 38. ¿No pensaste cómo ibas a quedar si fallabas? Tuve que exigir que no se te viera la cara”. Ha despertado la rubia demacrada. En la sala ve junto al ataúd a Graziano, su murmullo no cesa.

“Recuerdo cada una de tus palabras. ‘El odio y la bronca no dejan que se filtre ni un hilito de alegría. Si pretendo seguir, fiel a la memoria de Santiago, tengo que construir algo, no sé qué, ni con quién’. El no-sé-con-quién me apuntaba a mí, sólo a mí. Hasta hoy preferí no hurgar en manejos tuyos jodidos. ¿Por qué alentaste mi relación con Teresa? ‘Con ella vas a tener futuro, yo soy mujer para morir sola’, decías. Un adelanto de este final. Apoyaste la relación con Teresa, pero seguías dejando la puerta de tu pieza entornada. ‘No te duches antes de volver con ella’. ‘No va a notar nada. En esta casa todas llevamos en la piel el mismo olor, olor de familia, además usamos el mismo perfume’, decías. Fui aceptando tu juego, creí que la relación de los tres no tenía límites, que yo no iba a tener que dejar a Teresa. Cien veces te dije: ‘sos mi mujer’. Te reías…”. Entra en la sala la rubia y se detiene ante al ataúd. Se persigna, va guiando a sus ojos con cautela y al ver a la muerta trastabilla y siente el impulso de retroceder. ¿Por qué la hiciste poner de espaldas? La conociste por mí, quién sos para decidir que se vea la joroba desnuda. Era su drama. Le echaste una pastilla al café. Tenías que haber puesto veinte. Teresa… No te oí llegar. Necesitabas serenarte, descansar. A Marga la admiré como mu-

jer que se jugaba por sus ideas. Vos no me oíste llegar. Yo oí demasiado. Desperté antes de lo previsto y les cagué la noche. Sos tanguero, cómo ibas a renunciar a la última cita… Vinimos juntos a acompañarla. Cuando Imbert se fue mamá la llevó a vivir a casa. Y apareciste vos. Ella me convenció: eras el tipo ideal. Debió decir ‘para las dos’. Yo dormía y Marga dejaba la puerta abierta esperando la visita del macho. Con cuánta discreción nos cogías, su cama estaba a sólo ocho metros de la nuestra. Ella se cuidaba de no gritar, yo soltaba lo que sentía. ¿Te lavabas antes de cambiar de mujer? Teresa avanza y empuja a Graziano, él trata de contenerla, pero la mujer embiste como un toro picaneado, pretende arrastrarlo hacia el ataúd. Subite al cajón. Después de todo es una cama. Subite, se la ponés y quedan abotonados como dos perros calientes. ¿Le gustaba que la atendieras en esta pose, por atrás? Quise blanquear la relación. Marga se negó. Yo también la admiro. Lo otro es irracional, somos animales – dice Graziano. En eso entra el sereno, Teresa lo agarra de un brazo: Este tipo es mi marido. ¿Dígame, señor, cómo se pudo calentar con esa vieja de 76 años? Mireme las tetas, las piernas, míreme el culo… Soy una hembra. ¿Sabe quién era esa vieja, señor? Mi tía, tía Margarita. Hoy me entero. Me destruyeron como mujer. A mí podés despreciarme. Marga te quería como a una hija. Teresa arranca de la pared un crucifijo de metal y lo alza para golpear al hombre. Cuidado con ese fierro. Cristo es un arma – dice Graziano, forcejea y logra que Teresa deje caer el crucifijo. Ella vuelve hacia el ataúd, mira unos segundos la figura encorvada de Marga. ¿Y vos, qué pensás de todo esto?, ¿qué carajo pensás? Mirame a la cara – dice, y como si la giba fuera la tapa de una caldera que se cierra a rosca, trata de retorcerla para que la muerte ya no esconda su mirada. En medio de la maniobra reclama: y devolveme la de mi marido, para qué la querés ahora…


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