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MARIANO QUIRÓS

CONTRATAPA

Premiado en Gijón por un “policial desprejuiciado”

Detrás de la doctrina, un relato de Luis Soto

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SUPLEMENTO LITERARIO TÉLAM I REPORTE NACIONAL

AÑO 3 I NÚMERO 137 I JUEVES 17 DE JULIO DE 2014

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INQUISICIÓN modelo siglo XXI


EDUARDO SACHERI SE ALEJA DEL FÚTBOL EN SER FELIZ ERA ESTO Ser feliz era esto (Alfaguara), que encabeza las listas de libros más vendidos del país, va rumbo a la reimpresión (la primera edición de 15.000 ejemplares está agotada). La novela narra el encuentro de un padre con su hija. Sacheri se mete en la piel de una chica de 14 años y desde ahí construye el relato y la relación de Lucas –un exitoso escritor que no sabía que era padre– y Sofía, la niña que llega de Villa Gesell hasta su casa

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en Morón a contarle que es su hija y que su madre acaba de morirse. “Tenía ganas de enfrentar el desafío de pensar la historia desde una adolescente porque quería abandonar mis zonas seguras como escritor, por eso traté de ponerme en la voz de una mujer joven”, explica el autor de La pregunta de sus ojos, libro en el que se basó El secreto de sus ojos, Oscar a la mejor película extranjera en 2010.

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La inquisición

modelo siglo XXI

VICENTE BATTISTA

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sta es una historia real, aunque a simple vista pareciera el guión de una película jamás filmada de los Hermanos Marx. Comenzó una infausta mañana del 18 de agosto de 2010, cuando ocultando las lágrimas, aunque sin contener la indignación, la escritora paraguaya María Eugenia Garay se presentó ante la fiscalía general con el propósito de denunciar que una de sus prestigiosas novelas había sido plagiada. Los fiscales no salían de su asombro: ¿quién se había atrevido a perturbar a un orgullo de las letras nacionales y, para más datos, hermana de uno de los jueces de la Corte Suprema? En su dolido alegato, María Eugenia Garay dio el nombre del impertinente plagiario, se trataba de Nelson Aguilera, a la sazón autor de numerosos libros para niños y adolescentes, creador de una zaga que tenía como personaje a la tortuga Karumbita. Según manifestara la ofendida escritora, en el cuento “Karumbita la patriota” se podía observar de qué vil modo Aguilera había plagiado la novela El túnel del tiempo, de la que ella era autora. Y a partir de ahí comenzó el circo. La fiscal Carmen Gubetich de Cattoni se hizo cargo de la causa y de inmediato ordenó las respectivas pericias. Los doctores en Literatura Guido Rodríguez Alcalá, Teresa Méndez Faith y José Vicente Peiró sostuvieron que no había plagio, el juicio fue compartido por las magísteres en análisis del discurso Mirtha Piris Da Motta y Celeste Fleitas Guirland y confirmado definitivamente por el profesor Juan Manuel Marcos, Doctor y Master en Literatura Hispánica por la Universidad de Pittsburgh, Doctor en Filosofía

por la Universidad Complutense de Madrid, ex Profesor de Literatura en Universidades de California, quien determinó que “en ‘Karumbita la patriota’ no hay ni una sola línea prestada de El túnel del tiempo. Su tópico del túnel o la máquina del tiempo pertenecen a la más amplia tradición literaria, y los acontecimientos de la Revolución paraguaya de 1811 pueden ser abordados por cualquier autor con toda libertad. Ambos recursos están en dominio público. Por lo tanto, nadie puede robar los derechos sobre ellos. La estructura y el estilo de ambas obras, son claramente diferentes, y pertenecen, ellos sí, a la propiedad intelectual de cada autor. En ningún momento se percibe que Nelson Aguilera haya siquiera intentado imitar la estructura ni el estilo de María Eugenia Garay. Son claramente diferentes. Por lo tanto no ha existido plagio alguno”. La parte demandante eligió como perito al licenciado Miguel Ángel Lemir Espínola, Perito Contable, Tasador y Valuador. La Fiscalía le formuló treinta preguntas en torno a los libros que debía peritar. La pregunta 9 dice: “Determinar qué características físicas, psicológicas y espirituales presentan los personajes en ambas obras”. Lemir Espínola responde: “En ambos casos intervienen, coincidentemente” una persona mayor y dos adolescentes; las personas mayores constituyen “casualmente”, en la obra de María Eugenia Garay, el abuelito “César” y en la de Nelson Aguilera, la abuelita “Juana María”, mientras que los niños son, en la primera obra, Rodrigo y Gerónimo (uno ellos con anteojos según los dibujos insertos en la obra), y en la segunda: una tortuga “Karumbita” personificada como niña y el niño Manuel (con enormes anteojos). ¡Vaya coincidencia!, no

necesariamente en los acontecimientos históricos, de dominio público, sino en la caracterización de los personajes”. La pregunta 30 dice: “Extraiga de ambas obras 20 oraciones o párrafos iguales y argumente si hubo o no plagio entre las obras.” Lemir Espínola responde: “De hecho, existen mucho más de 20 oraciones o párrafos equivalentes o similares, que denotan a las claras que Nelson Aguilera tomó las mismas, introduciéndoles pequeñas variantes”. Este es uno de los ejemplos que brinda: en El túnel del tiempo leemos: “Los muchachos se tomaron uno cada mano del abuelo y el grupo de viajeros en el tiempo, ahora rebosante de optimismo, volvió a ponerse en marcha hacia la nave, por aquel agreste sendero repleto de sol”. En “Karumbita la patriota” se lee: “Karumbita se pinchó el brazo y se golpeó una y otra vez la cara una y otra vez para asegurarse de que estaba despierta. Poco a poco fue descubriendo su rostro”. Según el Perito Contable Lemir Espinola ambos textos se parecen como una y otra gota. Disparates de este tipo se repiten en los otros veinte párrafos que se dan como ejemplo. Cuando uno de los jueces le pidió que determinara cuál es el estilo utilizado por ambos autores, el Perito Contable no dudó en su respuesta: “la narrativa directa de los acontecimientos y el accionar de los personajes involucrados”. Algo que, como se habrá advertido, además de ser común entre María Eugenia Garay y Nelson Aguilera lo es en millones de escritores y escritoras a lo largo y ancho del planeta. No obstante, hay que destacar la honestidad de Lemir Espínola: confesó que sus escasos conocimientos de literatura los había adquirido en la escuela secundaria. A la ofendida y plagiada escritora no le quedó otro camino que asumir la defensa de su ducho Perito Contable. En un reportaje

¿PLAGIO? MARÍA EUGENIA GARAY CONSIGUIÓ CONDENAR A NELSON AGUILERA.

concedido para Telefuturo, dio a conocer al mundo entero una nueva categoría de plagio: el plagio inteligente. Ante el silencio del periodista, ofreció pruebas definitivas: “En mi obra un personaje dice ¡brrrr! ¡Qué frío! Esta misma expresión se encuentra en el libro de Aguilera. En mi obra, Pedro Juan Caballero se arrodilla para hablar con un niño, en el de Aguilera también, (sus personajes) exactamente toman la máquina del tiempo y exactamente como mi protagonista se van al 14 y 15 de mayo de 1811. Los protagonistas, exactamente son dos niñas y una abuela, exactamente son dos niños y un abuelo. Sucesivamente como voy narrando él (Nelson Aguilera) lo narra, pero lo maquilla”. A pesar de esta sucesión de desvaríos, que poco tienen de inteligentes, la fiscal Carmen Gubetich de Cattoni eligió las alucinaciones de la demandante y el informe de su Perito Contable y desechó los categóricos informes brindados

por los doctores en literatura y profesores de literatura de diversas universidades del mundo. Invirtiendo la prueba, sería como que en una auditoría prevalezca el juicio de un lingüista antes que el de un contador público. El jueves 5 de junio de 2014, los jueces de la Cámara de Apelaciones confirmaron el fallo que fuera dictaminado inicialmente por el Tribunal de Primera Instancia en lo Penal. La sentencia establece que Nelson Aguilera plagió con su obra “Karumbita la patriota” el libro El túnel del tiempo de María Eugenia Garay, y resuelve que el acusado deberá cumplir la pena de 2 años y 6 meses, de prisión efectiva, en la Penitenciaría Nacional de Tacumbú. La Sade de Argentina, el PEN Club de Paraguay, la Sociedad de Escritores Paraguaya, el PEN Internacional, la Cámara Paraguaya del Libro y cientos de autores de Latinoamérica se opusieron a esa delirante sentencia, digna de un afiebrado texto de Kafka. “La verdad os hará libres”, este veredicto bíblico (Juan 8:31-38) parece no inquietar a la justicia para-


EL QUIJOTE DE MARIO PAOLETTI La versión libre de Don Quijote de la Mancha, una adaptación al lenguaje actual realizada por el escritor y periodista Mario Paoletti que tuvo la idea en 1977 en la cárcel de Sierra Chica donde pasó cuatro años durante la dictadura militar, acaba de publicarse en España y en Argentina. En Quijote Exprés (Emecé), Paoletti (1940), actual director del Centro de Estudios Internacionales de la Fundación Ortega y

Gasset-Marañón en Toledo, somete el texto original a una “microcirugía literaria para limpiarlo del óxido del tiempo”, un proceso que le redujo unas 300 páginas, y todas las notas aclaratorias, “ya innecesarias”. Paoletti detalló que durante su cautiverio leyó íntegramente la novela, “en voz alta y lentamente”, para que durase los dos meses que le estaba permitido a los presos disfrutar de cada libro prestado.

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Mariano Quirós, premiado en Gijón por un “policial desprejuiciado” cribir policiales. Me gusta escribir, me gusta ser escritor, con las frustraciones, miserias y peripecias que eso supone. Hasta eso me gusta y me divierte de ser escritor. Del policial me gusta que uno, escriba lo que escriba, siempre podrá decir que escribe policiales. Es que en definitiva, y aunque no queramos, siempre escribimos novelas policiales.

LETICIA POGORILES

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o llores, hombre duro, el policial del chaqueño Mariano Quirós, que acaba de ganar el premio Memorial Silverio Cañada a la mejor primera novela de género negro en la XXVII Semana Negra de Gijón, es “el lado B, un homenaje involuntario al Emilio Renzi de Ricardo Piglia”, definió su autor, que ya se perfila como una de las voces más interesantes de la escena literaria actual. Por unanimidad el jurado integrado por los escritores Juan Bolea, Pablo Batalla y Carlos Salem decidió que este trabajo, “una novelita, por lo menos, desprejuiciada dentro de lo que se supone que es el policial”, como dijo su propio autor en una entrevista con Télam, fuese considerada la mejor ópera prima literaria en la tradicional cita europea. Publicada por Eduvim, No llores, hombre duro narra la historia de Emilio Reyna, un periodista de Resistencia con ínfulas de poeta, abandonado por su mujer y que hace tres meses sigue el rastro de dos miembros de una fundación ambientalista desaparecidos en Laguna Fría, un pueblo del interior del Chaco. “Allí no hay agua, ni un clima amable. Y la gente es bastante particular: el intendente; Bebo, su hijo; los policías que son tres tipos enamorados entre sí, que se celan todo el tiempo y Sara, la trágica prostituta de quien Reyna se enamora”, delinea Quirós (Resistencia, 1979) quien enmarca su novela en “un pueblo sobre todo, feo, quieto y raramente violento”.

¿Cuáles fueron las primeras sensaciones que tuviste con este reconocimiento internacional? Soy un tipo afortunado con los premios. Cada libro que publiqué fue

NO LLORES, HOMBRE DURO. “EL LADO B, UN HOMENAJE INVOLUNTARIO AL EMILIO RENZI DE RICARDO PIGLIA”.

gracias a un premio como Roblesen 2008 y No llores... que en 2013 ganó el premio del Festival Azabache y Tanto correr que obtuvo el Francisco Casavella en España. Los concursos, creo, no dicen nada –o dicen poco– del valor de una obra, pero son una buena y noble manera de publicar. Además para mí, que vivo en el Chaco, medio perdido de todo, los concursos y los premios han resultado un prodigio. Aunque a veces, también, más que escritor, uno se siente un quinielero. ¿Cómo surge escribir No llores, hombre duro? Mi amigo, el escritor Miguel Ángel Molfino, me insistía con que escribiera un policial. Según él, escribir policiales divierte, alegra, te depara lindos momentos de escritura. No fue mi caso. Por seguirle la corriente, acabé sufriendo como un marrano: me costó lo que ninguna otra novela. Me salvó que mientras escribía No llores... también escribía Tanto correr, una novela bien diferente, en algún punto autobiográfica, con la

que me sentía más cómodo. Igualmente, estoy muy contento con No llores..., es una novelita, por lo menos, desprejuiciada dentro de lo que se supone que es el policial. ¿Cómo se entronca con tu producción anterior? Si algo tiene en común con mis otras novelas o cuentos, es el humor, o por lo menos la inclinación hacia cierto absurdo. Son los personajes lo que más me gusta de la novela: desde Reyna, hasta Bebo, el hijo del intendente, que tiene alma de poeta y, aunque a Reyna le disguste, escribe unas hermosas chacareras. ¿Cómo definirías a Emilio Reyna, el protagonista? Reyna es un inútil, incapaz de llevar algo adelante. El año pasado leí El camino de Ida, la hermosa novela de Piglia, y quise un poco más a Emilio Reyna. Lo sentí como el

hermano menor y estúpido de Renzi. Mientras Renzi dicta un seminario de alta literatura en Nueva Jersey, Reyna le da un taller literario al hijo del intendente de Laguna Fría. Renzi carga sobre sí una épica generacional súper compleja, Reyna es impotente y desconoce el significado de la palabra épica. Reyna es bizarro, aquel falso y maltrecho Superman de los Súper Amigos. ¿La Semana Negra ha abierto más las fronteras del policial? Creo que lo ha hecho desde hace mucho. Desde el momento en que premian a escritores como Guillermo Saccomanno, Leo Oyola, o al mismo Piglia, dan cuenta de su irreverencia dentro del género. Si uno sigue la trayectoria de la Semana Negra comprueba que el evento tiene esa vocación, la de revitalizar permanentemente el policial. De ahí la vigencia y el encanto de la Semana Negra. ¿Qué es lo que te atrae a la hora de escribir policiales? No es que me atraiga la idea de es-

¿Qué lugar ocupa la literatura policial por estos días? Hay como una explosión del género, hay festivales y hay colecciones dedicadas específicamente a lo policial, con todo lo bueno y todo lo tedioso y repetitivo que puede ser. El riesgo que corre el género es el de institucionalizarse. A la literatura, y sobre todo a la que se denomina policial, y que se asume así, le vienen mejor los márgenes. Pero eso implicaría que los escritores se mueran “un poco más” de hambre, lo que no es justo. Así que bienvenidos sean los festivales, las colecciones y, sobre todo, los lectores. Con tus novelas ubicás con más fuerza al Chaco y sus paisajes en el mapa literario actual, ¿hay una intencionalidad? Me encanta. Mi amigo y escritor Pablo Black se disfraza de Cormac McCarthy, mira el paisaje de Resistencia y dice: “No es ciudad para turistas”. Mempo Giardinelli, Molfino, el gran Orlando Van Bredam “triple nacionalidad: entrerriano, formoseño y chaqueño” y otros tantos ya se han ocupado bellamente de nuestro horrible paisaje. El clima, la fealdad, la pobreza, la violencia a veces contenida y casi siempre no, la multiplicación desenfrenada de motocicletas, hasta los accidentes de tránsito, qué más quiere un escritor, qué más necesita para sentarse a escribir. O mejor, para escribir de pie, que es como escribía Hemingway.


MURIÓ LA ESCRITORA NADINE GORDIMER La escritora sudafricana, ganadora del Nobel en 1991 y una de las voces literarias más poderosas contra el apartheid, falleció a los 90 años. La artista, quien murió rodeada de sus hijos en su casa de la capital sudafricana, nació el 20 de noviembre de 1923 en Springs, una población minera cercana a Johannesburgo, en el seno de una familia judía de clase media. Quiso ser bailarina antes de ingresar a la

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Universidad de Witwatersrand, pero tuvo que abandonar su sueño tras haberle sido detectada una enfermedad cardíaca. Gordimer escribió 15 novelas y una docena más de relatos cortos que se distinguen por una exploración intensa de la psicología y la presencia de inmortales personajes que recrean el contexto de su país, con la enajenación de los comportamientos humanos como telón de fondo.

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DIRECTOR DEL SUPLEMENTO LITERARIO TÉLAM: CARLOS ALETTO

SLT.TELAM.COM.AR

CONTRATAPA LUIS SOTO RETRATO DE SUZANNE VALADON, HENRI DE TOULOUSE-LAUTREC, 1885, MNBA.

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ecién ayer supo Friedenthal que ella no era la señora Soc. Ahora revive escenas de aquellas citas en los jardines de Palermo, en abril y mayo de 1983. Hallazgo casual: dándole un vistazo al diario en un bar se topó con una extensa nota sobre una poeta y narradora argentina. Sin la menor referencia sobre el nombre de la mujer iba a dar vuelta la hoja, pero se detuvo en un subtítulo y una foto de la escritora. “Por la orilla del mar, sobre mariposas”, decía el texto. Se puso a apreciar la foto sintiendo oscuramente que conocía a la mujer. Estaba sentada en el banco de una plaza, sobre el que apoyaba un pie calzado con un mocasín, sin medias. Llevaba pantalones blancos de verano y en contraste un sacón azul marino abotonado hasta el cuello. Una mano surcada por manchas caía rozando el empeine del pie. La muñeca parecía demasiado gruesa para la delgadez de los dedos. Es la señora Soc, se convenció. Pelo lacio, canoso, frente despejada, enormes anteojos de armazón blanco y lentes ahumadas que ocultaban los ojos, nariz corva, boca entreabierta. “Excéntrica, graciosa, original”, la definía el autor de la nota. Friedenthal agregó malcriada y desafiante. Recordaba con nitidez la voz un tanto aniñada y el tono de recitado que daba a lo que decía. Se habían conocido en el Museo de Bellas Artes, parados frente a un óleo de Toulouse-Lautrec que a Friedenthal todavía le gusta ver. La dama del retrato luce un sombrero del que se desprende un tul y como fondo se ve un bosquecillo. El rostro, el sombrero, la chaqueta y las ramas de la arboleda, todo ha sido resuelto combinando un verde sauce y un violeta húmedo. “Me encanta esta viuda”, comentó la señora Soc. Sólo Friedenthal y ella estaban en la sala. “¿Por qué viuda?”, recogió él la opinión. “Ese tul es de viuda de la época, calcule 1890”, sostuvo la señora. Se había largado un chaparrón, fueron a tomar café. Friedenthal contó que vivía de su trabajo de fotógrafo, que era un apasionado por el montaje de cintas grabadas y efectos sonoros. Ella dijo que

Detrás de la doctrina sólo se dedicaba a escribir y que cargaba con un matrimonio complejo. Después habló de un personaje que por esos días la inquietaba. “Suele merodear por el Rosedal. Necesito un testimonio de lo que hace, su debilidad. Usted tiene cierto aire de entomólogo noruego. Con su cannon y un pequeño grabador no va a despertar sospechas”, propuso. “¿Merodear?”, dijo Friedenthal salteando la irónica alusión al científico escandinavo. “Sí. Tantea el terreno, se muestra, o desaparece. En medio de su número lo he visto escapar corriendo y subir a un colectivo. Sé que se llama Estanislao, muy poco más. Fiel a la etnia, para mí es Stanislav”, explicó la señora Soc. Aseguró que no había ningún riesgo y dijo que la tarea iba a ser paga, bien paga. Recuerda Friedenthal que recibía 50 dólares por estar disponible de 3 a 5 de la tarde. No era poco. “Si tomamos el té, eso corre por mi cuenta”, había aclarado la señora Soc. “Me paga como a una copera: faena por un lado, trago por otro”,

bromeó Friedenthal. Era evidente que la señora Soc disponía de buen dinero, no extrañó que encargara la pieza más sofisticada del catálogo de grabadores de un exportador de Osaka. Paralelamente fue imponiendo las reglas del juego. “Usted es Friedenthal, yo, la señora Soc. Con eso es suficiente. Si nos vemos en el Colón, La Cabaña o el campo de polo, no nos conocemos. O sí, usted puede ser Sebregondi, ¿se va a acordar?, Se-bre-gon-di, y yo, la viuda del tul, el Tul-Lautrec”, improvisaba formas de resolver situaciones previsibles. Lo citaba en una confitería de Libertador y Lafinur, charlaban, ella comía unos conitos de coco y le daba instrucciones. “En sus manos el grabador debe ser infalible. Y nada de escándalos”, insistía. Después iban al Rosedal cuidando que no los vieran juntos. Si Stanislav se tomaba franco o cambiaba de escenario, Friedenthal –que aún no lo había visto– tenía que esperar una hora y volver el día siguiente a la confitería. En una de esas vigilias, dudando de la eficacia de su cannon, pensó que para garantizar el resultado también ella de-

bía llevar en su cartera un grabador. Una de esas joyas electrónicas podía fallar, era inconcebible que fallaran dos. A la semana llegó el segundo aparato. Una tarde se encontró en el Rosedal con una versión casi irreconocible de la señora Soc, sin anteojos y luciendo un chambergo de ala gacha. Ella hizo una leve seña y continuó leyendo unos relatos de Raymond Carver. Pronto asomó por el sendero de polvo de ladrillo un tipo de figura estrambótica. Tendría unos 45 años y andaba con un impermeable sucio y muy holgado, de enormes solapas cruzadas, como los que usaban los oficiales de las SS nazis. Por el constante movimiento de brazos y cuello del tipo, el impermeable no cesaba de bailar como si pendiendo de una soga –deshabitado, claro–, estuviera secándose al sol una tarde ventosa. Stanislav ocupó el banco que solía elegir, marcado con una cruz celeste. Mientras se mordía las uñas pasó prolija revista a cada persona que pasaba por el sendero. Hasta que bruscamente, pisoteando los canteros de césped, se alejó en dirección a los lagos. Friedenthal ya lo había identificado. Stanislav volvió a aparecer un lunes. Con el libro de Carver en la mano la señora Soc avanzó hacia él. Desconcertado, Stanislav optó por sentarse en el banco de la cruz. El impermeable flameando con alma de barrilete, estiró las piernas y desplegó un ejemplar de La Nación. Oyó Friedenthal una voz (¿la de su padre?) que repetía el lema del diario: “tribuna de doctrina”. La señora Soc quedó parada peinándose mecánicamente el pelo. Stanislav dejó de sostener el diario a la altura de sus ojos, ahora estaba más abajo, ya no ocultaba su cara. La mirada de ella apuntó hacia el hombre. Ante un interés tan desenfadado Stanislav apartó el diario y pudo verse la bragueta abierta y la testa en reposo del elefantito de piel rugosa. La señora se arrimó resueltamente a Stanislav. “¿Qué hace?”, atinó a decir él entre jadeos. “No veo bien sin los anteojos, espere que me los ponga”, dijo ella. ¿Qué

mina se atreve a decir eso?, vuelve a plantearse Friedenthal. “En esto no se espera”, dijo Stanislav. Eso fue lo último que alcanzó a oír Friedenthal. Leal a la veda de escándalos había seguido de largo y se refugió detrás del tronco de un paraíso, demasiado distante para registrar las voces. Un dato esencial: la señora Soc se negó a que Friedenthal conservara una copia de la grabación. Sólo permitió que la escuchara una vez. “Es comprometedor para mí que un extraño guarde semejante prueba”, argumentó. Era natural que Stanislav no soportara tanta presión. Pero ella estaba dispuesta a todo: “Quiero ver, es un segundo”, dijo. “No sirve sin sorpresa”. “No me dejes así…”. “No me tutee. Otro día”. Ahí se cortaba la grabación inicial. Friedenthal recuerda cada frase, las pausas, los roncos jadeos de Stanislav. Había una segunda parte, grabada el martes. Admite Friedenthal que la señora Soc haya pagado para que Stanislav hablara. Aún lo impresiona, reconstruyendo el diálogo, el arranque de la segunda parte. “¿Ha pensado lo humillante que es para una mujer decirle no-me-deje-así a un sujeto como usted? Un ruego es”, retoma ella. “Quiso tutearme. Respéteme. Si me mira a los ojos, no sigo”, pide Stanislav. “Respeto que usted quiera mostrar eso…”, dice ella, manso el tono. “No es que quiera, necesito. Que usted sienta lo mismo que yo, necesito”. “¿Y usted, qué siente?”. ”Ganas y miedo”. “¿Ganas de qué?”. “No, no…”. “¿Ganas de qué?”. “De que me la mire y se excite”, dice Stanislav entre sollozos. “Y miedo de que no me excite…”. “No”. “¿Miedo de qué, entonces?”. “No sé”. “Nos hace bien a los dos. Hable, Stanislav”. “No soy un robot. Ni yo sé cuándo me voy a animar…”. “Estamos solos”, dice la señora Soc. “No va a faltar oportunidad, pero hoy no”. “¿Cuándo?”. “¡Por dios, retírese!”, apaga el grito Stanislav. Se torna borrosa la voz de la señora Soc. “Sos un…”, murmura, y de las cinco o seis sílabas que siguen sólo se entiende: “eradito”. Antes que el silencio devore la grabación suena el silbato de un vendedor de churros.


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