Bestiarias, Versión Digital 2015

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Autoras Fabiola Terrazas Guzmán Perla L. Zaragoza L. Nina Franken Martha Cecilia Soto

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Ilustraciones David Gándara Edición y Diseño gráfico Oscar Enrique Palomares Lizárraga oopl@hotmail.com ISBN: XXX-XXXX-XXXX Derechos reservados Fabiola Terrazas Guzmán Perla L. Zaragoza L. Nina Franken Martha Cecilia Soto Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, archivada o transmitida en forma alguna, sin previo permiso escrito por sus autoras. Editado y producido en Chihuahua, México


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CANTO A LA MUJER Si Madre Tierra es Diosa, cantemos a la vida que corre entre los muslos de mujer. Bailemos una danza de alegría al pie de las colinas que alimentan al recién nacido y en la punta ofrece placer y sacia el deseo de cualquier amante. Corramos al ritmo de las gacelas que sostienen la hermosa humanidad femenina. 10

Juguemos muertos de la risa a lo largo del valle de la vida, vientre que guarda el más grande y maravilloso secreto del universo.

Marchemos hasta la más húmeda y prodigiosa cueva de la Madre Tierra, la morada de la Diosa, la guardiana de los arcanos, el antiguo caliz. Si Madre Tierra es Diosa, Madre Tierra es una mujer con labios de ardor y deseo y pechos de placer. Martha Cecilia Soto


INTRODUCCIÓN Un bestiario, por su origen etimológico bestiarum vocabulum no es otra cosa que un libro en el que se pueden encontrar toda clase de bestias, mágicas o no y se popularizaron durante la edad media, quizá fomentado por la persecución de la Iglesia hacia todo lo que parecía demoniaco. Ello contribuyó a que algunos bestiarios utilizaran la descripción de animales junto con alguna lección moralizante.

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Los volúmenes de estos compendios contenían no sólo descripciones etimológicas y lingüísticas sino que también se podían encontrar detalladas ilustraciones sobre seres vivos, animales e incluso rocas. BESTIARIAS es un compendio de cuentos escritos por 4 mujeres mexicanas que lograron reunir su trabajo gracias a la “magia” y bondades del internet.

Es una aventura que surgió casi como un juego en el que decidimos tratar los temas que a diario abordamos en nuestros “muros” y espacios de las redes sociales, sólo que en esta ocasión lo hicimos con el propósito de ir más allá de las charlas cibernéticas, lo hicimos para entablar una relación con las mujeres que nos lean, para decirles que todas pasamos por lo mismo: amamos, sufrimos, lloramos, nos desesperamos, gritamos, reímos, bailamos….vivimos… ¿A qué suena la palabra BESTIARIAS? Nos puede sonar a muchas cosas, pero aquí hace referencia a la historia personal que cada una de nosotras le aporta al mundo, es el compendio de historias íntimas que se ven reflejadas en los cuentos.

Una BESTIARIA es una mujer compendio: una mujer que guarda, procesa, cataloga, registra, administra, vive todas y cada de las experiencias que se cruzan en su camino, una mujer que construye su propia realidad y busca que todos participen de ella, de alguna u


otra forma.

Una BESTIARIA es una mujer que desempeña muchos roles, que es todos y cada uno de ellos, la combinación de ellos y a la vez se encuentra en la propia búsqueda de su más interno yo, de su esencia primera.

Cada una de nosotras es un Bestiario en sí misma, cada una de nosotras cuenta con su propio compendio de ángeles, demonios, bestias y seres mágicos y reales que le dan sazón nuestra vida a través de nuestras ocupaciones personales como escritoras, profesionistas, amantes, hijas, madres, mujeres…

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Cada una de nosotras, es una BESTIARIA, un compendio, en femenino, de lo que significa SER MUJER.


Freyja o Freya Mi nombre es Freya y significa “Señora”. Soy hija de Njörðr y Nerthus y tengo un hermano de nombre Frey. Diosa del amor y la magia, soy una de las más hermosas, represento la sensualidad y el erotismo, por eso me invocan los amantes. Soy una de las diosas más veneradas de la mitología nórdica y germánica. 13

Señora de Las Valquirias, mi fuerza física y mental acompaña a las guerreras en batalla. Como capitana, recibo las almas de los muertos y los llevo a mi palacio Folkvang.

Cruzo el cielo en un carruaje conducido por dos gatos: Bygul (abeja de oro) y Trjegul (árbol de ámbar dorado), símbolos del deseo y la sensualidad. Poseo el maravilloso collar Brisingamen, así como un traje de plumas que transforma a quien lo use en halcón. Cabalgo también en un cerdo de oro llamado Hildisvíni, que es en realidad mi amante mortal Otter. Paradójicamente, siendo la diosa del amor, soy incapaz de curar mis propias penas de amor, lloro lágrimas de oro no por mi amante, sino por mi querido esposo Oder, quien me abandonó para ir a recorrer el mundo.


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LIBRO I


De los motivos por los cuales aún no se por qué tendría que dialogar con mi útero Fabiola Terrazas Guzmán Sus pasos resonaban cansinos sobre el piso de madera, una y otra vez recorría la habitación, formando una grieta imaginaria.

En su mente tenía clavada la imagen de sus cabellos negros, enredados entre los dedos. Las frases como hechizos que se deslizaron sin planearlo por sus oídos, terminando por guardarse en ecos permanentes. Desde que la vio ahí sentada con una delgada línea de crema batida que le había dejado su café en el primer sorbo, supo que esos besos con un toque de avellana debían ser suyos. 16

Había llegado sola, con un pequeño cuaderno de apuntes, luego se unió a un grupo de individuos que platicaban en forma amena, con camaradería. Ordenó un capuccino avellana y basbusa. Su mano tomaba graciosamente la cucharilla mientras el postre se deslizaba certero por su lengua. Él esperaba a alguien, pero el tiempo se había tornado lento, tendría la misma charla de siempre, no había novedad. Conocía perfectamente qué ordenarían, cuáles serían los temas de conversación y de ahí partirían al mismo lecho que se había enfriado diariamente durante lo que parecía una centuria.

Ella daba pequeños sorbos al café y entre cada uno de éstos, una frase salía de su boca, en forma de volutas que saturaban el aire. Una hora más tarde, pidió la cuenta, se despidió del grupo y salió dejando un aroma a sándalo a su paso. Entre tanto su compañía llegaba, de nuevo excusas por la tardanza, algunos pormenores de las compras, los pagos, el tráfico. Distraído oía el sonsonete tan reconocido. Comió el mismo envoltorio de hojas de parra con arroz, el jocoque con especias y la tortilla árabe, que ofrecía mejor aspecto que su intento de conversación, basada mayormente en


monosílabos.

Volvió ahí diariamente, a la misma hora, tratando de encontrarla, le dijeron que ocasionalmente llegaba al lugar, pero no tenía hora fija, pedía un capuccino avellana, su postre y luego se despedía a media reunión. Por las noches, llegaba a su casa y caminaba en silencio, hasta que la madrugaba lo alcanzaba. Perdió el interés por todo, asistía a su trabajo y cumplía sus obligaciones mecánicamente.

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Una tarde mientras manejaba distraído, la vio en el carril contiguo. Su terco corazón inflamado de adrenalina, la siguió hasta una casa, la tarde caía mientras el cielo se convertía rápidamente en penumbra.

La vio sacar de su auto un par de bolsas y llevarlas al interior del lugar. Minutos más tarde salió de nuevo hablando por teléfono, desde adentro una voz la llamaba. Ella presurosa contestó: -Espera, dame un minuto... Desde el auto, él la recorrió con la mirada, sus piernas bien delineadas se alzaban sobre unas delicadas sandalias. Su falda ajustaba perfectamente a sus caderas. Enredaba sus dedos juguetones en el cabello. La puerta se abrió una vez más y él alcanzó a ver a una mujer cubierta con una bata de seda gris, que salió, le quitó el celular y con una sonrisa cómplice, le dio un largo beso en la boca, la tomó de la mano, llevándola juguetona al interior.

Paralizado, él sintió la sequedad en su garganta y luego una nausea incontrolable que aturdió sus sentidos. Hacía unos días en un aparador, su mujer le había mostrado esa misma bata, pero él se negó a usarla, argumentando que era demasiado ostentosa. Desgraciadamente a ella le sentaba demasiado bien. Comprendió entonces la insistencia. La compartiría con su amante.


De rodeo y otros demonios Perla L. Zaragoza L. La lluvia repiqueteaba sobre la arena de rodeo, como una suave melodía, con una cadencia indefinida, cobijando cada resquicio del lugar interrumpiendo por espacio de varios minutos el espectáculo, durante los cuales todos corrieron buscando refugio del agua que corría en todas direcciones buscando su cauce.

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Me encontré contigo luego de que habías cubierto tu pretal con tu impermeable amarillo canario, quedándote desprotegido de la lluvia que intentaba inútilmente penetrar en lo perfectamente almidonado de tu camisa azul marino, al contrario de la mía de cuadros amarillos de algodón, planchada, sí, pero no almidonada, por la que el agua no tenía ningún problema en escurrir, mi cabello y mi sonrisa estaban remojados, mientras que tú buscabas con desesperación algo para cubrirme, sin encontrarlo.

Tus ojos cafés en cambio, arropaban mis sentidos. La lluvia no cesaba de caer y yo te miraba tratando de decirte mil cosas. Cuando el cielo termino de verter y nos encontramos a los ojos de nuevo, fuiste el primero en hablar, mientras te acercabas tu sombrero derramó el agua acumulada en él, cayendo sobre tus botas, esbocé una sonrisa. -Sabes flaca, creo que ha llegado el momento de encontrarme conmigo mismo; tú sabes, andar por mi cuenta - dijiste, me diste un beso en los labios, un beso mojado de lluvia y de nosotros, luego diste la media vuelta y desapareciste entre el lodo y los vaqueros, entre sombreros bien hormados y puertas inexistentes. Entonces me fui al lado contrario, sí, huí, ¿a qué diablos me quedaba?, después de que tú tenías urgencia por “encontrarte a ti mismo”, todo se había ido a la basura en menos de los ocho segundos reglamentarios para montar un toro – ¡Maldito vaquero! – dije para mí, encendí el auto.


Sin saber a dónde ir, manejé por 45 minutos para terminar en la que había sido nuestra casa los últimos cinco años, al abrir la puerta, me dí cuenta que no había reparado en la maleta que había a un lado de la mesa de centro de la sala, había jurado que era de tu equipo de monta.

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Pero era una parte de tu ropa, de tus maravillosas camisas a rayas, cuadros, colores enteros y tus pantalones estilo “carpenter”, tuve un impulso voraz, momentáneo y casi irrefrenable de lanzarla a la calle y prenderle fuego; sin embargo otros demonios menos iracundos hicieron su aparición, aunque no lo suficientemente rápido como para salvar los adornos de cristal cortado que había lanzado sobre las fotografías colgadas en la paredes y evitar que me lastimara los pies con la puerta que rompí a patadas; uno a uno, me decían al oído sus más mordaces comentarios, había un aquelarre, un desfile de demonios, dragones, bestias de todas clases y formas que insistían en matarte, olvidarte, buscarte, rogarte, destazarte, amarte, me dijeron que no era verdad, que esa noche volverías por esa misma puerta y haríamos el amor como siempre, las imágenes más concupiscentes vinieron a mi mente, rompiendo los estereotipos de mi muy formal educación católica y los consejos de mi madre de llegar pura al altar, lo habíamos hecho un par de horas después de conocernos… No aparecías, la desolación hizo presa a cada resquicio de mí ser, no era más yo, me sentía como el lodo del rodeo, una masa amorfa de mujer, revuelta y pisoteada.

Compramos esa casa al año de conocernos, cada rincón, cada habitación había sido cómplice y testigo de nuestra andanzas sexuales más locas y apasionadas, sublimes y descaradas. Ahora cada lugar estaba desnudo de ti y lleno de reproches, de demonios enmascarados. Las horas como furias interminables que se burlaban de mí, llenas de fantasmas y con los demonios de inquilinos permanentes, estaba atiborrada de imágenes tuyas, que platicaban conmigo y me impedían dormir o hacer cualquier otra cosa que necesitara mi atención, así fue como me convertí en un zombi, mientras perdía el trabajo y los pocos amigos que tenía, mientras me acompañaban los somníferos y antidepresivos que cada


día funcionaban menos.

¿Cómo te habías atrevido a hacerme eso a mí? ¿Por qué yo? ¿Acaso mi madre tenía razón? ¿Lo nuestro estaba condenado al fracaso por vivir juntos sin casarnos? Tantas preguntas para ninguna respuesta, tan sólo retumbaban las paredes ya vacías de fotografías de nosotros, de tus reconocimientos de rodeo y de mis diseños. Seguí varios meses enchufada a mi psicosis, mi madre me seguía repitiendo que sin un hombre al lado una mujer no es nada, no dejaba de culparme por no haberte sabido retener, por haber vivido en “pecado”, por ser siempre tan subversiva y obstinada, por no ser lo suficientemente mujer, sumisa y recatada. 20

En el fondo sí sentía que la culpa era mía, mis demonios se encargaban de repetírmelo todo el tiempo. Te habías marchado sin más explicación que ese pretexto estúpido de encontrarte a ti mismo. Y yo tal vez no había hecho mi parte. Al mirarme al espejo, desconociéndome a mí misma, encontrándome con un espectro de lo que había sido, hice acopio de la última brizna de voluntad que encontré. Me puse de pie, empaqué los demonios en el único mueble que me faltaba por vender, nuestra cama; la rematé en el primer bazar que encontré al salir de la casa.

Recordé que lo primero que vendí había sido tu espantosa montura, me estorbaba demasiado. Se fueron la sala, el comedor, tu horrible colección de latas de tabaco, que la cambié por un pequeño cofrecito de madera carcomida -quien me iba a dar más por un montón de aluminio barato-. Pero la cama, de caoba, con dosel, de sábanas negras, no me había podido deshacer de esa preciosidad que el sólo comprar, me había costado una batalla campal y sobre la que luego habíamos derramado tanta pasión y “pecado” como habría dicho mi madre.

A todo se acostumbra uno, menos a no comer y a mí el hambre ya me estaba llegando. Con lo poquito que me quedaba de dignidad y los 4500 pesos que obtuve por la cama, salí de


nuevo a darle la cara al mundo.

Dejé de lado esas culpas que me habían sembrado tan patriarcalmente en mi familia y disfrute el aire renovado de una mujer que sabe lo que tiene y sobre todo lo que quiere.

Luego de unas semanas conseguí un nuevo trabajo diseñando carteles publicitarios para una librería, pocos meses después ya tenía unos nuevos muebles y nueva cama, donde no hacía falta nadie al otro lado, donde no cabía ningún hombre, donde sobraban los sueños y el amor.

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El último rodeo de la temporada me esperaba, lo gélido de octubre se empezaba a dejar sentir, sin embargo mi corazón se sentía acalorado y feliz. La arena estaba repleta como ameritaba la ocasión, apareciste de la nada, luciendo delgado, pero con esa misma mirada que todo lo expresaba con un solo parpadeo, te acercaste tan sonriente y me dijiste ¡Cuánto te he extrañado! ¿Dime qué puedo hacer? - no puedo negar las ganas que tuve de decirte que sí, pero tuve que ser honesta conmigo esa vez. - Ocho segundos ¿verdad? es el tiempo que debes durar montando un toro para que te den puntuación, en menos de ese tiempo te deshiciste de mí, porque necesitabas buscarte a ti mismo me dejaste muy claro que yo no cabía en esa búsqueda.

– Me equivoque, lo siento; estaba confundido. Digamos que no salió bien el toro del cajón. -Tons te lo explico a tu manera “coboy” no hay “re ride”1, el toro salió bien del cajón pero tú no supiste seguirle los reparos, esta vez no hubo ocho segundos y no pasaste al “short go”2 – dije intentando no ser sarcástica pero tú a pesar de todo esbozaste esa sonrisa de sol, di la media vuelta y me aleje silbando “That girl is a cowboy”. 1 En el argot del rodeo “re ride” o “remonta” se usa cuando un toro o caballo no desarrolla y se pide que le den otro para obtener más puntuación.

2 “Short go” es un término con el que se define la última ronda de un superbull, donde sólo pasan los mejores puntajes.


Cuando el amor acaba, o quizá nunca empezó… Nina Franken En los últimos ocho años de mi vida, me he preguntando qué es el amor y cómo se manifiesta. El amor debería de ser algo fácil de describir, nada complicado de vivir, algo que no supusiera esfuerzos diarios de negociación, que no implicara reproches.

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Para hablar del amor podríamos escribir un libro con varios capítulos. Podríamos definirlo de forma romántica, filosófica, etimológica, racional o sentimental. Ahí tienen a mis amigos hombres que son muy sensibles y me dicen: “el amor se siente, nace, no se decide, tú no decides a quién amar, sientes y ya…” ¡Qué fácil! ¿No? Entonces cuando no quieres a alguien o lo lastimas tienes una excusa suficiente porque no lo decides, únicamente lo sientes y en el corazón no se manda. Vamos a ver, yo soy de la generación de las chicas de treinta y tantos que piensa que el amor es una decisión, no un sentimiento. En el amor se debe pensar, se debe decidir y se debe creer. Como mujer, quiero un hombre por el que pueda sentir no sólo deseo sino también admiración, ternura, cariño. Si me enamoro de un patán no se vale que me justifique diciendo que el sentimiento es más fuerte que yo; bien o mal, fui yo misma quien decidió estar con un patán y debo aceptar mis responsabilidades.

Dicen que el amor duele y que cuando en verdad amas, sufres; entonces ¿el amor es masoquista? ¡Nooo! eres tú quien decide sufrir, no el amor quien lo hace. Si no soy masoquista, no permitiré que me duela amar, es más, lo voy a gozar independientemente de las circunstancias. Nunca le des el poder a nadie ni a nada de decidir por ti en cuanto al amor. ¿Quién te conviene? ¿Quién es bueno? ¿Quién te hará feliz? Tú misma eres feliz porque la felicidad nace en el interior de la persona, no depende de factores externos o de alguien más. No esperes al hombre que te haga feliz con su fuerza, grandioso físico, intelecto, poder o dinero, sé feliz y comparte esa felicidad con él para ser una pareja, para ser compañeros, amigos, cómplices, amantes.


La mayoría de mis amigas, casadas o no, opinan que el amor es una decisión y hay quien todavía cree el amor eterno existe en función de cuánto tiempo decidamos ponerlo por obra. ¿Pero qué pasa cuando la otra persona decide no hacerlo? “No sé si existe el amor eterno, no he visto a nadie a mi alrededor que haya tenido un amor para siempre, sin ningún tropiezo en el camino. Cuanto más pasa el tiempo y más experiencias tengo, menos creo en el amor eterno. Me gustaría, pero creo que no va más allá de los tres meses de mariposas en el estómago”, me dijo una vez mi amiga Martha. Ella misma me dijo, “el amor eterno no existe, es costumbre y es rutina, es ese deseo de poseer porque nos rehusamos a perder algo a pesar de que ya no sentimos el deseo de tenerlo a nuestro lado”. 23

Por eso, hay que vivir el amor con desprendimiento, sin dependencias ni apegos para no pensar que mi pareja me pertenece porque no es así. Nadie pertenece a nadie y por lo tanto no tengo por qué pensar que él me va a cambiar por otra o me va a dejar. Es libre y puede hacer lo que se le de la gana, no puedo yo mandar en sus decisiones así que poco puedo hacer para que me quiera o no. Las lecciones más importantes suelen aprenderse en los momentos más difíciles, por eso cuando viví en desamor comprendí que no puedo retener a ninguna persona, que el amor es libre. Es más, la frase de “no puedo vivir sin ti”, no tiene sentido.

Ya, estoy de acuerdo, el amor puede acabar, pero hay distintos tipos de amores y el Amor, con mayúscula, sigue existiendo cuando tú decides que así sea, independientemente de que el ser amado ya no esté o ya no te quiera o nunca te haya querido….


La danza de Lirio Martha Cecilia Soto Mientras se miraba al espejo tratando de encontrarse a sí misma, Lirio se preguntaba tantas cosas que la hacían cuestionarse si de verdad había nacido para amar y ser amada.

Ya había pasado algún tiempo desde que sufrió su última decepción amorosa y ya hasta se había acostumbrado a sentirse tranquila, sin esa sensación de mariposas en el estómago ni el nerviosismo de estar junto a un hombre atractivo.

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Entonces, ante sus ojos, apareció una pequeña figura muy semejante a lo que ella hubiera descrito como un hada, revoloteando ante sus ojos y de pronto la imagen frente a ella cambió, en su lugar vio a una mujer acabada y triste, como la sombra de lo que ahora era.

Era la imagen de una persona sola, decepcionada de la vida y de sí misma, por no haber tenido el coraje de ser mujer y permitirse amar y ser amada; a través del espejo vio justo el momento en que ella juró no volver a amar ni sentir pasión por ningún otro hombre, pues ninguno era merecedor de su amor y más aún, ninguno valía tanto como para que ella derramada una sola lágrima más.

Entonces se dio cuenta de que aquel juramento la había marcado, aquellas palabras dichas desde su corazón, eran un decreto que no dejaban salir a los verdaderos sentimientos de Lirio: las ganas de ser amada con pasión y locura por el hombre que pudiera hacerla en verdad feliz. Justo en ese momento, Lirio quedó atada, su cuerpo no podría jamás volver a bailar hasta el momento en el que decidiera romper aquella atadura, pero para ello tendría que desear con fuerza tal que sus nuevas palabras borraran a las anteriores, debería desear con pasión volver a ser amada y sobre todo, debería permitirse amar de nueva cuenta.


Lirio tenía miedo de volver a sentir, así que olvidó aquel extraño capítulo de su vida, hasta que un día apareció un hombre, terriblemente triste por la pérdida de un amor, ella decidió quedarse con él, tan sólo para cuidarlo mientras se restablecía de su dolor.

Tal fue la vehemencia con la que cuidó de él que un día se descubrió demasiado cercana, temerosa empezó a alejarse para no tener que decepcionarlo por la decisión que tomó hace años de no volver a querer más… él no la dejó alejarse, la fuerza de su amor la detuvo de una manera tan furiosa que ella sintió cómo una a una caían las cuerdas de sus ataduras, justo en ese instante, Lirio pudo bailar con el hombre que tuvo el suficiente valor como para mostrarle su dolor y dejarla permanecer a su lado, a pesar de su propia debilidad, de un hombre que no le temía a la fuerza de una mujer, de un hombre que era un verdadero hombre, un verdadero hombre que al fin pudo amar a una verdadera mujer. 25


Frigg Puedes confundirme con Freyja; creer que somos la misma; o tal vez no.

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Soy diosa del matrimonio, la fertilidad, la vida, la maternidad, el amor y el cielo. Esposa de Odin. Madre de Baldr (dios de la luz) y Hödr (dios de los ciegos). Soy capaz de ver tu destino pero no decir ni hacer nada. O casi nunca. Sólo en el destino de mi hijo Baldr lo intenté. Vi su muerte. Obligué a los dioses, a las cosas y a todo ser viviente a prestar juramento de no dañarlo. O casi a todos. Menosprecié al muérdago ¿qué daño podría hacerle? Los dioses gustaban de lanzarle objetos a Baldr para probarlo, pero eran conscientes del conjuro, sabían que nada lo lastimaría. Yo sus intentos los observaba satisfecha.

Un día conocí a una mujer que, al verme tan segura de la felicidad de mi hijo, me preguntó la razón. Le conté del juramento de las plantas, las cosas y los dioses. ¿Todos lo juraron? ¿No hubo nadie que no lo hiciera? Me quedé pensativa. Sólo omití al muérdago, pero él es inofensivo, contesté. Supe después que esa mujer era en realidad el gigante Loki quién odiaba a Baldr. Y que yo le había dado el mejor regalo. Loki hizo un dardo de muérdago y se lo entregó a Hödr, mi otro hijo, quien, entre juegos, se lo aventó a Baldr. El muérdago penetró en su cuerpo. Y mi hijo murió. Baldr, el preferido, el hijo de Frigg, diosa de la maternidad.


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LIBRO II


Por que hay palabras que son como armas de doble filo Fabiola Terrazas Guzmán Lucía cargaba un peso más grande que su abultado vientre. Tal parecía que tendría que hacer penitencia perpetua por haberse atrevido a amar. Ya no era una niña, trabajaba en una empresa en la gerencia, tenía una vida definida y múltiples ocupaciones que atender. Muchos la consideraban una mujer exitosa, tenía todo lo que alguien hubiera deseado a su edad, pero no era feliz.

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Había tenido una infancia “sin contratiempos”, donde sus padres le habían dado a ella y a sus hermanos una vida holgada. Siempre tuvo el ejemplo de la familia nuclear. Luego cada quien decide que hacer con su vida y siguió el camino que mejor le sentó. La primera a la que dio la noticia fue a su madre, quien con mirada severa la reprendió. ¿Cómo era posible que una muchacha como ella, bien educada, se hubiera dejado engatusar de esa forma? ¿Acaso no había recibido un buen ejemplo? Lucía se quedó helada.

Salió de ahí sin despedirse, ni siquiera quiso hablar con su padre. Tomó la calle a alta velocidad intentando comprender qué era lo que pasaba. Tal vez su mundo estaba de cabeza, y las palabras de su madre repiqueteaban como despertador una y otra vez. ¿Una muchacha como ella? ¿Cómo era ella? Condujo hasta su departamento, al que odiaba regresar cada noche para escuchar sólo el ronroneo del gato y el zumbido del refrigerador. Ellos tendrían que comprender, porqué no a todos les es otorgada la bendición de engendrar un nuevo ser y ella lucharía por esa vida. Lamentablemente, no todas pensaban así.

Ema acababa de sonarse la nariz luego de meterse una línea completa, el mundo parecía bailotear a sus pies, su torrente sanguíneo se aceleraba y ella volaba en un mundo


adulterado. Mientras de un rincón se alcanzaba a escuchar un llanto ronco y doloroso que poco a poco se iba apagando, se agotaba hasta caer en el silencio amargo rodeado de inmundicia y de descuido.

Alguien tocó el timbre, Ema tambaleaba, sus piernas apenas la sostenían pero logró levantarse, reconoció a Irina con dificultad, pero tenía trabajo por hacer, siempre recibía una buena cantidad por las chicas que enviaba, aunque cada vez se hacía más difícil encontrar candidatas. Rió burlona, parecía estúpido pero lo de Susette apenas le había alcanzado un par de días.

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Volvió a escuchar ese llanto que tanto le molestaba, que venía de algún lugar de la casa, pero no lograba identificarlo, a decir verdad, le valía madre, eso se arreglaría más tarde con un poco más de polvo. Tomó a Irina de la mano y de un jalón la sacó a la calle. Irina temblaba, apenas podía contener su asco, pero debía continuar, no tenía tiempo que perder.

Desde hacía algunos días Irina ya podía ver su vientre abultado en el espejo, de nada sirvió ir a correr, tomar hierbas, ni golpearse. En un mes más comenzaría a ser demasiado obvio. Apenas hacía una hora que había tomado su bolsa, se había ajustado fuertemente la faja y había dado una última ojeada al espejo, a más tardar en un par de horas se libraría de ese “problema”. Susette maldijo a Ema, echada en la cama, contemplaba el techo, parecía que después de todo no había logrado remediar nada, sólo quería vomitar, quería salir de ahí, nada valía la pena, creía que el mundo era sólo una mancha oscura. Ahora comprendía que la palabra amor no tenía ningún sentido, tampoco esperó que precisamente eso llamado amor hubiera sido su verdugo.

Al intentar levantarse sintió una oleada en su vientre, un ardor que terminó por desbordarse en un torrente sanguinolento que comenzó a llenar las sábanas, quiso gritar pero estaba demasiado débil, minutos más tarde, quedó colgada de la cama, mientras un


hilo de sangre iba formando un charco cada vez más grande sobre el piso.

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Ema había guiado a Susette esa mañana hacia un edificio, el mismo en el que ahora estaba Irina, ahí una mujer con el ceño fruncido las dejó entrar, caminaron a través de un largo pasillo hasta una pequeña sala, con una seña Ema le indicó a Irina que se sentara, a fin de cuentas, ella sólo iba por la paga, lo demás no era parte del negocio, Irina tendría que arreglárselas como pudiera. Junto a Irina, una chica ojeaba una revista. De la oficina salió una mujer con una filipina de osos, tenía una voz metálica, le pidió que llenara un formulario y que le mostrara su credencial de elector. Así comenzó el trámite. Firmó un par de hojas que no tuvo tiempo de leer, pagó la “cuota” señalada y la llevaron a un cuarto que se veía bastante limpio, donde tuvo que desnudarse y ponerse una bata. Al poco rato llegó una enfermera que le dio una serie de indicaciones y le ofreció un par de pastillas que debía tomar para “relajarse”. Si sigues todas las indicaciones estarás en casa esta misma tarde, le dijo. No supo cuanto tiempo estuvo ahí. Por fin la enfermera volvió con una silla de ruedas para trasladarla. La llevó por un corto pasillo, de un cuarto salían voces, al voltear vio sobre el piso una mancha roja, alcanzó a ver del borde de una sábana ya teñida de rojo, el rostro pálido de una chica, sintió un frío que la invadía, trató de hablar pero no salió sonido de su boca, lo único que atinó a hacer fue aferrarse fuertemente a los brazos de la silla. Llegó a lo que supuso un quirófano, la enfermera le pidió que se recostara sobre una camilla e inyectó su brazo. Un calor comenzó a recorrerla, no hubo más que hacer, estaba a merced de sus decisiones.

Sol no quería cambiarse el nombre, era lo único que le pertenecía, bajo su vestido ceñido había un mapa lleno de territorios profanados, pero seguía atrapada al ritmo de la música, contoneando su carne por algunos billetes.

Le había ido bien esa noche, pero ya amanecía y se detuvo a fumar un cigarro, antes de llegar a casa, ya tendría suficiente tiempo para dormir. Siguió avanzando y frente a ella


vio un bulto hecho un ovillo temblaba junto a una puerta, estaba cubierta con una bata sucia de hospital, trataba de decir algo, pero su voz era apenas un susurro, estiró la mano tratando de jalar a Sol, pero ésta, con un dejo de fastidio en la voz, solo replicó: “Muchacha pendeja...eso le pasa por andar de puta” y siguió caminando indiferente dejando a Irina a merced de los rayos de un sol que no volvería a calentarla. Lucía se levantó esa mañana directo al inodoro, las arcadas se hacían incontenibles, eso era pasajero, llevaba un par de meses así, había bajado de peso pero el doctor le había dicho que todo iba bien.

Recuperando el aliento comenzó a alistarse para ir a la oficina, tenía tantas cosas por hacer, no podía darse el lujo de quedarse en casa. 32

Se detuvo en un semáforo, controlando la incomodidad que sentía, la nausea atacaba en momentos inoportunos. Entonces un grito se escapó de su boca, una muchacha andrajosa, salida de la nada se había estrellado contra su vidrio y había caído sin vida sobre la banqueta.


La decisión Perla L. Zaragoza L. De repente el suelo se fue hasta el cielo, colapsó el mundo como María Teresa lo conocía hasta ese instante, ya se había dado cuenta de lo complicada que era la existencia humana pero aún no se acostumbraba a eso.

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Estudiante del séptimo semestre de sociología, hija de conocida abogada y prominente empresario, rebelde hasta el tuétano, vegetariana, amante de los animales y la literatura, enfrentaba ese día en aquellos resultados del laboratorio una cara poco conocida y deseable a su edad, un embarazo no deseado, producto de una descuidada calentura con su noviecito estudiante de bellas artes, con el cual no tenía pensado durar eternamente, pues a su parecer la frase “hasta que la muerte los separe” no aparecía escrita en su incipiente y cambiante acervo gramático personal.

-Nunca algo positivo, me resulto tan negativo- espetó molesta mientras arrugaba el papel con coraje y lo aventaba en su bolsa - Chale ¿y ahora qué hago?- Una serie de infortunados eventos empezaron a crearse en su mente. La cara de sus padres, ante los cuales quienes ya estaba lo suficientemente satanizada por la carrera que cursaba, la ropa que vestía, los libros que leía, la comida que ingería y sobre todo por las ideas “subversivas” según ellos que brotaban de su mente a la menor provocación.

El segundo paso sería decirle a Jesús, lo cual era lo de menos, porque en ese momento lo que más le hacía falta era masticar la noticia y tomar alguna decisión. Maternal, instinto, maternidad, filial, todo eso parecía un lenguaje cifrado para ella, dentro de sus planes jamás había estado un hijo, esas criaturas extrañas no se adaptaban a sus estándares vivenciales, no sentía la mínima atracción por darle vida a nadie, menos cuando tenía que poner su cuerpo para que eso fuera llevado a cabo. Lo primero que atravesó su mente fue la palabra aborto, pero la verdad independientemente del miedo que pudiera provocarle un procedimiento quirúrgico de tal magnitud, le causaba conflictos morales y éticos aún


más infranqueables que el parir ese pequeño intruso que se había alojado en su vientre sin ser invitado. Se había pronunciado siempre a favor de la vida, protegió una y mil veces la vida de perros y gatos que estaban a un paso de ser puestos a dormir en las perreras municipales o los había recogido enfermos de las calles, curándoles y encontrándoles un nuevo hogar donde estuvieran resguardados de la muerte. Y María Teresa no había dejado de estar consciente que queriéndolo o no, en su cuerpo gestaba vida y nadie, ni siquiera ella poseía el derecho de arrebatársela. Continúo hasta su auto, abrió la puerta, se desplomó sobre el sillón de su VW verde del año 79, encendió el motor, manejó hasta un pequeño parque cercano a la facultad, donde se reunía con sus compañeros a veces a fumar un cigarrillo o caminar un poco antes de algún examen difícil; permaneció dentro del auto un par de horas, viendo sin ver lo que ocurría a su alrededor, pensando y repensando como salir de aquel embrollo. 34

En realidad la maternidad hacia muchísimos años se había desprendido de su función meramente natural y se había convertido en una construcción cultural, social, psicológica e histórica adaptada a las necesidades de cada época y grupo social. Formando parte de un imaginario complejo y poderoso, marcado evidentemente por el género y sostenido por un valor de esencia: el instinto materno y el amor maternal, se erigió un mito perpetuado hasta nuestros días… Las palabras se formaron en su cabeza, dieron vueltas una y otra vez como serpentinas, continuaba arrellanada en el asiento, cada vez más agazapada y menos confundida, su pensamiento racional comenzaba a ordenarse hilando conceptos de manera casi desesperada e involuntaria… para la mayoría ella sería insensible, enferma y desviada, un monstruo sin alma, desprendida del más puro y alto valor que se le concede a una mujer: el de dar vida, es inconcebible para nuestra cultura no poseer “instinto materno”, un pecado, se da por sentado que todas poseemos ese deseo, inclusive el no tener la capacidad de engendrar provoca que muchas sientan que están incompletas, vacías, huecas, recurriendo a toda clase de procedimientos para poder realizarse como madres, pues se cree que si no se es madre no se es mujer y desde el momento en que un pequeño saco de células se instala en su útero viven y mueren por él, en una simbiosis infinita.


Para ella, ser madre equivalía a tomar en sus manos la vida de alguien, cuando aún no podía ni hacerse cargo de si misma, formar un ser humano, no sólo en lo biológico lo cual era la parte simple, sino en lo mental y más difícil aun en lo espiritual, un error en este plano podía ser de resultados catastróficos y si no había que preguntárselo a la madre de Adolf Hitler, Mussolini, los miembros del Ku Kux Klan, Ted Bundy, Jeffrey Dammer, o peor aún: de George Bush, la gobernadora de Arizona, o cualquier otro ignorante pisoteador de los derechos humanos en el mundo, un vil narcotraficante o sicario; si bien existían los antítesis de todos ellos, no estaba dispuesta a correr el riesgo, sin embargo estaba segura que alguien más si…

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Sobrevinieron más ideas pero sólo una permaneció, llevarla a cabo no sería tarea fácil pero tampoco imposible. Encendió el motor de su vehículo y salió de ahí en búsqueda de la solución a su problema. Manejó más de 15 minutos hasta estacionarse en un Centro de Ayuda para Madres Solas. Buscó un lugar donde dejar el auto, muchas preguntas volvieron a hacerse presa de su mente, sin embargo sólo unos segundos permaneció dubitativa, luego aceleró el paso hacia la entrada con firmeza, con la resolución en los ojos de que estaba haciendo lo correcto.


¡Apúrate a tener un hijo que si no, se te va el tren! Nina Franken Soy María y nací en un pueblo del sur de México. Hasta los 18 años viví con mis padres. De vez en cuando miro hacia atrás y me pregunto qué sería de mi vida si me hubiera quedado más tiempo con ellos. Han pasado ya 12 años y me siento aún muy chiquilla. No me refiero a que hago niñerías, soy una mujer madura pero me siento y me veo todavía muy joven, tengo ganas de hacer muchas cosas, entre ellas disfrutar mi vida y comerme el mundo. 36

A estas alturas, la mayoría de mis amigas o compañeras de generación ya se han casado o por lo menos han tenido un hijo. No sé yo qué espero. A veces me pregunto si algún día seré madre, no sé si quiera o pueda serlo, lo que sí tengo claro es que no por ahora. Sí, el instinto maternal lo tengo, me encantan los niños, pero con eso no basta. No tengo muchas ganas de levantarme por la noche a darle de comer a un bebé, tampoco muero por cambiar pañales. ¿Seré egoísta? Incluso es mi padre el que me alienta a tener un hijo y parece que no le interesa y le tiene sin cuidado tener un yerno. A veces sueño, vuela mi imaginación y pienso en los posibles donadores de esperma que me puedan hacer “el favor”. Amigos míos guapos, algunos morenos, otros blancos y de ojos azules, unos de buena posición, otros simple y sencillamente machos que puedan servir de sementales. El único lazo que me uniría a ellos sería el de un óvulo fecundado por un espermatozoide.

Lo tuve más claro cuando una amiga me contó una historia. Su prima tenía muchas ganas de tener un hijo porque todos le decían que ya era hora, que no podía esperar más porque quizá después sería demasiado tarde. Ella misma se convenció de que era necesario tener un hijo para no quedarse sola, para tener alguien que la cuidara cuando envejeciera. Entonces, se le hizo muy fácil tener un hijo con un hombre bien parecido y de buena


posición social. Su jefe casado fue el elegido, no implicaba ningún riesgo, sólo sería una aventura para que el resultado de esa relación fuera un hijo.

Él nunca se enteró que fue padre y ella ahora está realizada porque tiene compañía, ya tiene un hijo para la cuide cuando sea vieja. No puedo entender cómo un ejemplo tan grande de generosidad como lo es la maternidad, pueda convertir en un acto sumamente egoísta y alevoso. El padre tiene derecho a saber que tiene un hijo con ella y el niño tiene el derecho de tener un padre. Si por las circunstancias, a él no le interesa reconocer al niño y a la mujer en cuestión le toca ser padre y madre a la vez, es muy diferente a hacerlo adrede. ¡Yo no puedo ni quiero tener un hijo para no quedarme sola, para tener alguien que vea por mí! ¡Qué frustración si al final de cuentas no lo hace! 37

Mis amigas que tienen hijos dicen que es maravilloso, que la maternidad les cambió la vida, que ahora sólo piensan en sus retoños y son el motor de su vida. ¿Yo, realmente quiero tener un hijo para que me cambie la vida? ¿Quiero ser madre para vivir esa experiencia? ¡No! yo quiero ser madre por convicción, de manera libre y responsable, no por obligación ni por sentimiento, no porque aflore en mí el instinto maternal o me sienta presionada por la cuestión social.

No todas las mujeres tenemos los senos para amamantar y el vientre para alojar durante nueve meses a un ser humano. Mi identidad como mujer no radica en tener un hijo, tampoco mi realización. Las mujeres que deciden tener hijos y los aman, son dignas de admiración y de respeto, pero cuando los tienen sólo porque culturalmente llego el tiempo de ser madre, es una pena. Mi reconocimiento a las verdaderas madres y también a quienes por voluntad y convencimiento son madres espirituales de los niños que conocen. Mi madre es la persona más amorosa y dedicada que conozco, pero nunca le he preguntado si era su voluntad o su sueño casarse y tener hijos. Quizá sí, o quizá no…


Soy María y tengo 30 años. Dicen por ahí que me apure a tener un hijo, que luego puede ser demasiado tarde. Que si no me caso o tengo una pareja no importa, aquí lo importante es no quedarme sola. No, no me importa perder en tren, si se me va, entonces ¡tomo un avión!

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Viento con olor a Sándalo Martha Cecilia Soto Cuenta la leyenda que en los antiguos bosques del norte, justo donde la tierra se vuelve negra y los árboles espesos, existió una mujer que murió dando a luz a un niño que no era hijo de hombre.

Sándalo era el nombre de aquel niño que era el producto de una relación prohibida entre el viento y una hermosa mujer con ojos color de miel, largos y dorados cabellos y piel blanca como la leche. 39

De acuerdo con la historia que durante el aniversario de aquellos hechos susurran los árboles en su mágica lengua, aquella hermosa mujer llamada Ámbar, peinaba sus cabellos a la orilla de un río cuyo reflejo le servía para poderse admirar y fue entonces cuando sopló el viento y al ver la hermosura de la mujer, prendado de ella quedó por lo que decidió que a la siguiente vez que ella fuera a peinar sus cabellos al río, una fuerte ráfaga le soplaría y al despeinarla, un dulce olor a sándalo la enamoraría.

Así que, esa misma noche, el viento tomó a Ámbar para procrearle un hijo de carne y hueso, un descendiente suyo que supiera lo que es el amor de madre y, cuando fuera adulto, el de una amante. Nueve meses después nació aquel niño al que Ámbar, en su lecho de parto y muerte llamó Sándalo, en memoria de aquella noche en la que se enamoró de aquel viento invisible que con furia, como ningún hombre la tocó. Sándalo quedó huérfano de su madre legítima, pero no desamparado, porque desde el día de su nacimiento hasta la edad en que debió partir en busca de su destino, todo el amor que pudo tener en su vida lo obtuvo de Margot, hermana de Ámbar y quien su vida sacrificó por darle a Sándalo todo lo que él pudiera necesitar.


Partió Sándalo a las tierras del sur, pero cada vez que podía, hablaba con los árboles para contarles la historia de cómo su madre biológica, Ámbar, en una noche se enamoró del viento y él nació, quedando bajo el cuidado de la sabia Margot y es por eso que, cada vez que el viento sopla una calmada brisa, si se pone suficiente atención, el ambiente huele a sándalo y es como si el nombre de su amada susurrara… Ámbar, Ámbar, Ámbar…

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Hela Bajo una dura raíz de Yggdrasil, donde la belleza y la putrefacción se conjugan, obligándole a los mortales a replantearse la utilidad de aquello que hicieron en el efímero tiempo que habitaron sobre la superficie de la tierra, se encuentra Nifflheim. 41

Todos tratarán de indagar sobre otros mundos, pero ¿acaso le está permitido al mortal saber algo más allá de lo que pueden aprehender con sus sentidos? La carne se acaba y sólo queda un poco de luz. Ahí no hay distingos entre buenos y malos, entre ricos y pobres, al final, todos son iguales. Al ama y señora de esas tierras conocerás cuando dejes esta vida y tengas que recorrer el camino hasta esa obscura morada, entonces te dirá al oído su nombre, casi en un susurro: Hela.


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LIBRO III


Los asuntos del espíritu, son asuntos privados Fabiola Terrazas Guzmán ¡Ya no puedes decirme lo que debo hacer!… Diciendo esto salió dando un portazo. Es que se les había metido en la cabeza que la “estaban malinfluenciando”. Estaba harta de tener que entablar discusiones bizantinas sólo por que había dejado de asistir los domingos a la iglesia.

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A los quince el mundo parece ser un platillo apetecible, para comerse en grandes bocados. No es que estuviera haciendo un berrinche, simplemente se había dado cuenta de que había más maneras de descubrir lo que no explican en los salones de clases y mucho menos en las sobremesas de su casa. Las ideas se le habían movido demasiado el verano anterior. Feliz cargó su pequeño cobayo en la jaula. Había tenido que llegar a demasiados acuerdos previos para tener el privilegio de llevarlo hasta la granja de su tía, donde pasarían varias semanas.

Una tarde dejó la jaula bajo un durazno que crecía en el patio, debía hacer un par de cosas. Tardó algunos minutos en volver. Al salir, encontró la jaula abierta y al perro del traspatio con el hocico lleno, tenía entre sus dientes al pequeño cobayo que se sacudía.

Sin pensarlo un segundo, arrancó al animalito del hocico del perro, que gruñó aferrándose a su presa, hasta que recibió una patada que lo hizo huir. La agonía del cobayo duró un par de horas hasta que su cuerpecillo diminuto se relajó por completo entre las manos de Ana. Ese desprendimiento dolía demasiado, no podría entender cómo había podido establecerse un vínculo entre ambos, así encontró a la muerte y por primera vez cayó en la cuenta de que nunca antes había sentido algo igual.

A raíz de eso, muerte se convirtió en una palabra recurrente en su vocabulario, intentó encontrar respuestas con sus amigos, pero nadie le daba pistas. Hubo quien la mandó a un


Grupo de jóvenes en la iglesia, otra la llevó con un Pastor y alguien más le dijo que en un edificio cerca de la escuela hacían brujerías.

Sentía que se encontraba cada vez más perdida. Así que esa tarde mientras se alejaba de casa enojada y escuchaba a su madre gritándole por la ventana, decidió ir con la única persona que había estado evitando.

Al llegar, se sentó unos minutos en la banqueta. ¿Qué era en realidad lo que buscaba? Se armó de valor y tocó el timbre. Escuchó los pasos cansados y al abrirse la puerta alcanzó a percibir el olor a galletas. -Ana, ¡Qué sorpresa! Hace tiempo que no venías. 45

Sintió como el calor se le pegaba en las mejillas y entró con la cabeza gacha. -Mhhh, es que he estado muy ocupada abuela. -Pasa hija, no hay problema. Seguro te gustarán las galletas, ya casi están listas.

Ana se sentó en una silla cerca de la ventana, desde donde podía verse el patio cubierto de flores todo el año. Luego volteó a ver a su abuela, que en ese momento se agachaba para sacar las galletas del horno. Observó sus movimientos lentos, la delicadeza con la que cerraba el horno y colocaba la charola sobre la estufa, cómo desprendía las galletas. Notó sus manos arrugadas, su cuerpo un poco encorvado y pensó que aún era hermosa. Luego la vio servir leche en un vaso, colocar varias galletas en un plato y así comenzó a hablarle de lo feliz que se sentía de tenerla en su casa esa tarde. -Abuela, me siento perdida, ya no se en qué creer, dijo Ana aún con una galleta en la boca. -¿Creer? ¡Qué palabra más complicada¡ ¿Qué te parece si mejor la cambiamos por fe?

La noche había llegado tan rápido, la luna iluminaba el patio y Ana tenía aún muchas dudas, sin embargo le agradaba la sensación de haber encontrado una nueva ruta a seguir.


Aún había nada escrito para ella, debía regresar a casa. Ana prometió volver.

Su madre estaba sentada en los escalones de la entrada, parecía que llevaba mucho tiempo ahí. Tenía los ojos enrojecidos e inflamados. Ana pensó que le esperaba una fuerte reprimenda, pero lo que obtuvo fue un abrazo fuerte y asustada escuchó los sollozos de su madre. -Ana, tu abuela murió. Hablaron del hospital, la llevaron desde anoche pero llamaron luego de que te fuiste. No logramos comunicarnos contigo. Es bueno tenerte de vuelta. Ana quedó petrificada, no podía creer lo que su madre le acababa de decir, era imposible, una verdadera locura. 46

Dos días más tarde fue el funeral, Ana aún estaba en un estado de perplejidad hasta que vio el ataúd descender en el foso. Entonces sintió el calor de sus lágrimas que rodaban por sus mejillas y sonrió. En lo único en lo que podía pensar era en una palabra tan sencilla de una sílaba: fe. Su abuela le había regalado de ese modo tan extraordinario la capacidad de conservar la fe.


Cuando Dios era mujer Perla L. Zaragoza L.

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Yo soy la Gran Madre, yo soy la creadora de todo el Universo, partenogenética: La gran diosa grávida, generadora y regeneradora, origen y consumación, indubitada… soy agua, aire, fuego y tierra. Adorada por todas y cada una de las criaturas sobre la orbe, la única Diosa entre las diosas, que habitaba en las estrellas, ama y señora del cielo y sus astros, fuente de la luz y las tinieblas, nada hubo antes de que mi útero cósmico le otorgara el don de la vida y de mi seno sagrado nutrí las entrañas de la tierra para hacer crecer las cosechas. Brotaba de mí el agua hierática que vacié en los ríos, lagos y mares colmándolos de toda clase de criaturas. Les regalé a mis hijos el fuego para que no estuvieran en la penumbra, para alumbrar sus viviendas y cocer sus alimentos. Campos, volcanes, selvas, montañas, praderas, bosques, desiertos y sabanas despertaron al roce de luz divina. Me hice viento, soplé sobre cualquier sortilegio que pudiera hacerles daño y con el mismo soplo pude trasladar las semillas de los árboles y plantas para hacerlas brotar en otras tierras más propicias y fecundas.

Diosa eterna y omnipresente. Siempre fui acción, no inanimada figura que contemplaba a los hombres desde un trono de nubes, acechando sus pasos para enviar castigos a diestra y siniestra. Por el contrario, fui madre de amor y bondad para con ellos, derramé mis gracias sobre todos por igual y los doté de iguales cualidades, hombre y mujer los hice perfectos, sin diferencia alguna más que su sexo, diseñado para ser complemento y engendrar la perpetuidad de la vida.

Nací durante el neolítico, crecí con los primeros hombres que habitaron el planeta, fui ave, fui pez, fui serpiente, sobre mi gran trono de piedra era adorada por mujeres y niños, llamada para proteger los alumbramientos, el ganado, la caza, la pesca y al hombre. En cada ciclo tomaba un esposo en sagrada unión, mismo que moría para dar paso a la siguiente estación, manteniendo el equilibrio planetario necesario para el buen funcionamiento de la naturaleza. Todas nuestras ceremonias eran ritos de paz y armonía, elaborados para


ungir mi divinidad y verse agraciados con mis favores.

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Hasta aquel día, en el cual el hombre sin compasión, maligno y soberbio, falto de conmiseración y sin miramiento alguno me arrancó mi divinidad, mi esencia celestial fue fragmentada en Astarté, Nut, Isis, Sekmet, Maat, Bast, Anut, Hathor, Baubo, Innana, Ishtar, Selene, Gaia, Hestia, Hera, Hécate, Koré, Deméter, Cibeles, Afrodita, Diana, Minerva, Atenea, Bastet, Chalchiuhtlicue, Epona, Ezili, Frigga, Hel, Maat, Nut, Sedna, Tara, Venus… yo soy ellas y ellas son yo, pero hecha pedacitos que no afectaran sus planes malévolos. Ya no volví a ser igual, se apropiaron de mi ser y pudieron poseerme, me arrebataron mis virtudes y dones; su “simiente” adquirió la posibilidad de originar la vida, igual que antes lo hiciera mi “útero”; me convirtieron en esposa, madre, hija y me sujetaron a los hombres, pusieron bajo mi custodia todo aquello que no consideraron importante, el amor, las artes, la sabiduría y la belleza y me relegaron de la guerra, la cosecha y la política.

Fui objeto de una venganza cruenta, víctima de una conspiración infernal ideada por los mismos hombres a los que dí vida, implantaron ritos de sangre, muerte y destrucción. Se apropiaron de mis símbolos poniéndolos en sus cetros y coronas, inventaron toda clase de patrañas y satanizaron mi imagen volviéndome una bruja capaz de lanzar las peores maldiciones y conjuros, mis hijos, atemorizados, me desconocieron y los intrusos reinan hasta el día de hoy… al final fui relegada a un rincón olvidado, a un espacio sellado, desde donde observo el mundo en silencio, calladamente. Hoy ya nadie recuerda cuando Dios era mujer…


¡No un simple amarillo, uno resplandeciente! Nina Franken Anoche tuve un sueño. Fue tan mágico y relajante que de no ser por el sonido del despertador a las 6 de la mañana, todavía estaría soñando. Pude ver claramente varias luces de colores, se veían resplandecientes, tan vivas y llenas de destellos luminosos. Prácticamente cegaban.

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Yo a lo lejos las miraba de manera tranquila y serena. Todo estaba en silencio, lo único que existía sólo podía ser percibido por el sentido de la vista. Ahora que recuerdo, eso colores eran tan variados que algunas tonalidades no pude reconocerlas. Unas luces eran muy blancas, otras grisáceas, las había negras, rojas, rosas, azules, algunas con distintas tonalidades de morado. Casi al final, había una luz diferente que llamaba mi atención. Era de color amarillo intenso y aunque estaba muy lejos sobresalía de las demás. Mi curiosidad no pudo más y me acerqué tan rápido como pude. Al estar casi a unos pasos de distancia, me di cuenta que era mi alma. Comprendí que esa diferencia me hizo reconocerla porque ¡el amarillo es mi color favorito! Cuando me acerqué, esa luz entró en mi cuerpo y me llenó de una inmensa alegría. Sentí que mi cuerpo flotaba, que no había nada más alrededor, que lo único que importaba en ese momento era disfrutar y vivir intensamente esa experiencia. Casi imperceptible, escuché una voz que me decía: “escucha a tu corazón, alimenta tu espíritu. No relaciones la espiritualidad únicamente con un Dios, sino con tu condición de persona con alma y cuerpo, dualidad palpable que no debes hacer a un lado”. Al terminar de escuchar esa voz, de manera inmediata comprendí que la espiritualidad la llevo dentro de mí y se manifiesta en mis actos, se materializa en la cotidianidad de mis tareas. Que si medito, puedo sentir la presencia de Dios y no un Dios castigador que provoca guerras, hambre, pobreza; sino un Dios justo que me oye y que me da libertad; que las guerras, el hambre y la pobreza provienen de la dureza de corazón de los hombres


y que no son castigos de Dios porque nos portamos mal. Son consecuencias de nuestros actos.

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Absorta en mis pensamientos, logré ver como las demás luces avanzaban e iban llenando los cuerpos de otras personas. Algunas manifestaban sorpresa, otras tristeza, unas más se quejaban y otras se alegraban de reencontrarse con su cuerpo. Una vez más, recordé la necesidad de alimentar a mi alma para que conserve el brillo y color intenso que tanto me había llamado la atención desde el principio. Entonces, comencé a hacer una lista para no olvidarme de cómo podía alimentarla: con pensamientos positivos, escuchando música, relajándome, jugando con mis hijos, sacando a pasear al perro, bailando con mi esposo, escuchando alguna historia de mi abuelo, viendo un atardecer en la soledad, sintiendo el aire en mi cara caminando en la orilla de una playa, sintiéndome viva y disfrutando cada instante, escuchando mi respiración y disfrutando con todos mis sentidos.

Si me relaciono con mi interior entonces puedo prestar atención a esa vocecita que me dice que el espíritu forma parte de mi ser y si lo cuido redundará en mi bienestar físico y mental. Aunque suene trillado, si todos los seres humanos tuviéramos un poco de serenidad en nuestra alma, el mundo sería diferente.

El despertador seguía sonando, ya se me hacía tarde y tenía que irme al trabajo, pero mientras me bañaba recordaba ese sueño de anoche y pensaba: “la paz y tranquilidad no se compra con nada, quiero que mi alma no se opaque, quiero contagiar esa luz a todos los demás, sobre todo a los que necesitan una esperanza en la oscuridad”.


El hechizo de la luna Martha Cecilia Soto “Llena de vida”, es el significado de su nombre gitano, tan hondo como sus ojos obscuros, tan obscuros como la noche profunda. Vivia era una hermosa joven cuya fama había traspasado las fronteras de su colonia y hasta pueblos vecinos había trascendido que una hermosa joven piel canela, rondaba ya los 18 años, justo la edad en la que debía contraer matrimonio.

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Kavi, el trovador, de alma pura, era el hombre que iba a desposarla; Kavi el de corazón ardiente, le compuso una canción el día que su amor le declaró: Vivia la bella / llena de vida, agitas mi corazón enamorado; / quiero desposarte un día de luna llena. // Hermosos nuestros hijos del amor nacerán; / Vivia la bella mi esposa serás.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y con un nudo en la garganta y un vuelco en el corazón, se llevó la mano a sus labios y diciendo “sí”, su compromiso aceptó. Sin embargo, un secreto en la aldea existía que a Kavi y a Vivia, infelices haría; Yanira, en silencio enamorada de Kavi estaba. Yanira y Vivia eran de la misma edad, nacieron el mismo día, a la misma hora, sus madres dolores de parto juntas experimentaron; pero la madre de Yanira murió dando a luz, mientras que la madre de Vivia, con felicidad a su hija veía crecer.

Cuando Vivia y Yanira nacieron la luna quedó eclipsada y caprichosa lanzó un conjuro,


enojada por el brillo que juntas desprendían las criaturas, siendo ella un satélite sin luz propia, al sol debía su belleza, mientras que esas dos bebitas, amor y vida propias destellaban, así que su maldición recitó: Ningún mortal a la luna eclipsará, / el sol es mi estrella su luz sólo a mi deberá iluminar; / Ni más bella ni más misteriosa un ser humano que yo será. // Estas niñas malditas quedarán, cuando cumplan los 17 años / una contra la otra irán al mismo hombre amarán / Y una de ellas su amor deberá sacrificar. // Una quedará desfigurada / y la otra su lealtad probará Sólo una forma existe / de el conjuro romper, Pero nadie, hasta que ocurra / -si así sucede- el secreto podrá saber.

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¡Luna pérfida y rencorosa! ¿Hasta dónde tu altivez podría llegar que a estas niñas has de separar? gritó la vieja partera que corría de una choza a otra tratando de ayudar a las parturientas que durante toda su vida habían sido amigas inseparables. Vivia y Yanira, era las niñas más hermosas de toda la comarca, sin embargo, cuando ambas fueron adolescentes fue la ternura de Vivia la que conquistó a Kavi y por ello el corazón de Yanira destrozado quedó.

Aunque lo sabía prohibido, Yanira consultó al oráculo negro, desesperada por el amor de Kavi; aquel le dijo que un hechizo debía lanzar contra la hermosa Vivia, para terminar con su belleza y su juventud, pero debía hacerlo mientras la Luna estuviera negra, para lograr un efecto inmediato y el hechizo versaba: Vivia la bella / tu belleza y juventud menguarán; Kavi, el de alma pura / tu corazón ardiente frío se volverá / para que de esa forma sólo a mí puedas mirar.


Sin embargo, el oráculo negro le advirtió a Yanira que aquel no era un amor verdadero y en caso de que el hechizo se rompiera si al amor de ellos llegaba a ser más grande y pasara todas las pruebas, ella lo pagaría hasta con su propia vida.

Así a la mañana siguiente de que Yanira lanzara el hechizo, cuando la luna estaba desaparecida de la bóveda celeste y justo 28 días antes de que Vivia y Kavi contrajeran matrimonio, la bella dejó de serlo y cuando al espejo se miró, sólo una vieja, deforme y cansada pudo encontrar. Durante varios días permaneció sin querer ver a nadie y muy raro era que ni Kavi fuera a visitarla, pues él tenía el corazón frío y su amor por Vivia congelado; ahora sólo tenía ojos para Yanira, quien sabía perfectamente qué era lo que pasaba. 53

Sin embargo, los planes de la boda siguieron adelante; en secreto, Kavi y Yanira se entregaban a sus bajas pasiones, noche a noche, hasta que un día el corazón de Vivia no resistió más el dolor del abandono de su amado ni el peso de tener que esconder su rostro de la gente para que no se enteraran de su secreto, que un grito de dolor a su dueña hizo pronunciar. Kavi, que se encontraba una vez más entre los brazos de Yanira, logró percibir a lo lejos, casi como un murmullo, algo que llamó su atención, cerró sus ojos para concentrarse y logró percibir el sonido del corazón de Vivia que poco a poco pudo reconocer como aquel del que él se había enamorado, entonces el hielo de su corazón pudo al fin dar paso a las llamas del amor que alguna vez lo hicieron arder. Salió de la choza presuroso para ir en pos de su amada a quien no pudo encontrar, en su lugar a una vieja fea y acabada vio hasta que la miró a los ojos, reconoció esos ojos luminosos y llenos de amor.

Le pidió perdón por haber dejado que su corazón se volviera frío y entonces nuevamente le pidió que fuera su esposa; ella se negó, sabiendo que ninguna felicidad le podría esperar


sabiendo que su mejor amiga, su hermana sería infeliz, por aquella unión.

Yanira escondida en las penumbras, su conversación pudo escuchar y fue entonces cuando decidió alejarse de la aldea para quitarse la vida, por haber tratado de separar a dos personas que estaban destinadas a estar juntas hasta la eternidad.

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Así que justo cuando estuvo muy lejos y una afilada daga logró sacar una gota de sangre que al suelo cayó, el hechizo se rompió, porque ese era el secreto: el sacrificio de ambas jóvenes podría romper con la maldición de la envidiosa luna. Vivia volvió a ser joven y hermosa ante los ojos de su amado que en ese momento la desposaba en una ceremonia nocturna con la luna como lámpara y que por el sol había sido condenada a ver día tras día cómo crecía el amor que Vivia y Kavi se profesaban, pero su principal castigo era sentir los dolores de parto cada vez que Vivia o Yanira, dieran a luz a un nuevo hijo.

Ya roto el hechizo, sin la ceguera que la Luna dejó caer sobre Yanira, ésta logró darse cuenta del amor que hacia muchos años Cappi por ella sentía y justo cuando el primer hijo de Vivia nacía Cappi y Yanira frente a la luna hechicera sus votos de amor eterno pronunciaron a lo que la anciana partera, ya muy vieja y ciega de los ojos, pero no del corazón, a la luna le recitó una canción: “Ahí tienes Luna pérfida, que el amor verdadero tu luz inexistente jamás podrá opacar y muchos dolores de parto, por tu gran odio y osadía, tendrás que desafiar; mientras que los amados, a tus ojos, por siempre se amarán”.


Jormundgander la Serpiente de Midgard Soy la Serpiente de Midgard, hijo de Loki (dios del fuego) y de la Giganta Angrboda. Mi peor enemigo es Thor, el hijo de Odin.

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Soy el ser más maléfico y tenebroso que ha existido jamás, mis fauces expulsan un mortal veneno, soy cruel y despiadado, acérrimo enemigo de los dioses guerreros. Los Aesir, en sus visiones se dan cuenta de ello y hacen que Odín me arroje al mar. En la profundidad de sus heladas aguas, mi cuerpo crece hasta que le es posible asir la tierra.

El día del Ragnarök se llega. Mi destino, unido al del dios Thor, se cumple. Yo Jörmundgander, emerjo enfurecido del mar, mi cabeza de dragón y mi descomunal cuerpo se alzan. Mientras me deslizo por el cielo encendido, mis colmillos arrojan ríos de ponzoña, el caos impera en el Midgard. Thor me lanza su Myolnir, de él brotan los truenos, me alcanza su furia y caigo herido de muerte. Luego de dar nueve pasos, cae Thor. Le es imposible escapar de mi veneno. Soy Jörmundgander, la Serpiente de Midgard.


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LIBRO IV


Lo que uno quisiera llegar a ser, pero tal vez debería cambiar de opinión Fabiola Terrazas Guzmán El reloj con su alarma estertórea la despertó, estiró los brazos tratando de desperezarse pero los ojos no respondían, intentó sacudirse la pereza y sintió su cuerpo de piedra pegado a la cama. Tenía que llegar a tiempo, de lo contrario encontraría la puerta cerrada y las reglas eran claras: No se permite el acceso una vez que ha comenzado la clase.

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Apenas llegó a tiempo para evitar el portazo en la cara. Se sentó en la misma banca que había elegido desde inicio de año y escondió una revista en medio del libro donde estaba la lección que debían repasar. Le gustaba ver las fotografías de los anuncios, especialmente las de perfumes, donde mujeres perfectas parecían estatuas. Algún día apareceré en una de esas revistas, pensó. Pero las clases dieron paso a horas y horas interminables de transferencia de llamadas, envío de cartas, notificaciones, requisiciones y órdenes del jefe en turno. Su lugar en la preparatoria nunca estuvo a su alcance, sus padres pensaban que era más importante que siguiera trabajando y la vida siguió su curso. Cuando se dio cuenta, ya estaba preparando comida, criando un par de hijos y realizando interminables labores domésticas. ¿Qué era lo que había pasado? Le gustaba comprar novelas que leía ávidamente a deshoras, intentando recuperar el tiempo e intentando resolver los detalles cotidianos.

Cuando sus hijos tuvieron suficiente edad decidió retomar su camino. Inició las clases de preparatoria nocturna. La burla no se hizo esperar. Escuchó en su propia casa frases como: “Ya para qué estudias. Chango viejo no aprende suerte nueva.” “Das vergüenza, cómo te verás ahí a media clase entre los mocosos esos”. Entonces flaqueaba, tal vez los


demás tenían razón, era una estupidez. Pero algo en ella la hacía seguir, a pesar de las recriminaciones cada vez más frecuentes de “estar descuidando su hogar”.

Así luego de un par de años de desvelos, lecturas, envíos de trabajos y exámenes llegó la fecha de graduarse. El día de la graduación llegó acompañada solamente de sus hijos, pero subió al estrado con paso firme para recibir el papel que tanto le había costado. Sin embargo sintió que aún quería algo más. Al llegar a su casa encontró la mitad del armario vacío y una nota en el peinador. Su marido se había ido.

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El dolor la invadió, dudó de todo lo que había hecho y de sus logros. ¿Acaso era tan reprobable seguir su propio sueño? ¿Por qué debía conformarse con vivir a la sombra de alguien más? Su vida no se acababa en ese instante, aún tenía muchas cosas que hacer. Una semana después, logró inscribirse en la universidad, cursaría artes plásticas. Si no había podido ser modelo de revista, tendría entonces que aprender a tomar fotografías.

Luego de que quedó sola en casa el día de su graduación, había tenido que enfrentarse con el hecho de que no podía colocarse en un trabajo adecuado. A su edad y sin preparación suficiente, además de lo humillante de los trámites que había tenido que hacer en los juzgados, pensó que había llegado al límite. Por fin, con la ayuda de unos amigos, consiguió colocarse como ayudante de oficina en la editorial de una revista, tuvo que mudarse a un pequeño departamento y acomodar lo mejor posible sus horarios escolares. Sus hijos la visitaban los fines de semana. Poco a poco fue aprendiendo a realizar actividades de diseño, con forme avanzaba en sus clases, trataba de aplicar sus conocimientos en la editorial.

Así había conseguido colaborar primero haciendo bocetos de anuncios, luego apoyando en el área de diseño y por fin, luego de un par de años, logró ser ayudante de fotógrafo.


Esa tarde se quedó observando la fotografía que tenía colocada en la pared detrás de su escritorio, era su favorita. En ella aparecía la mano de un bebé apenas tocando los dedos de su madre. Sonrió. Habían valido la pena esos seis años. Ahora que estaba a cargo del departamento de diseño fotográfico de la editorial podría darse el lujo de contemplar aquello que su cámara captaba. La puerta se abrió y entró una joven con un paquete. - Señora, necesito que revise este portafolio fotográfico. En caso de que lo apruebe lo enviaremos a impresión.

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Abrió el portafolio y examinó detenidamente las ocho fotografías que tenía frente a ella. – Si tan sólo supieran que su belleza se esfumará, hoy son tan hermosas pero pronto tendrán que buscar su camino. Pensó. – Minerva. Que hagan inmediatamente el envío, deben estar listas por la mañana.

Aún se tomó unos minutos más para contemplar de nuevo la fotografía a su espalda, luego tomó su bolso, salió de la oficina, cerró la puerta sin mirar atrás y decidió que esa noche se daría tiempo para dormir. La vida, a final de cuentas seguía su curso y ella estaba decidida a continuar.


Perfil de mujer inconveniente Perla L. Zaragoza L. Frente a su laptop de miles de dólares revisando el proyecto de su último contrato, se encontraba Marina. Había que poner en marcha a su equipo de trabajo y afinar detalles. Antes de tomar el móvil, mirando fijamente los planos de aquel edificio que estaba por construir, pensó en el pasado, en aquel pasado que se veía tan lejano pero que había dolido demasiado como para olvidar. Tenía 17 años cuando decidió dedicarse de lleno al oficio de su abuelo y su padre: la construcción, aunque no sería tarea fácil, iba a penetrar un área reservada para los hombres. 61

– Quiero ir a la obra, creo que he nacido para eso.- aseveró ante el asombro de su madre quien se negaba a que su hija mayor tomará ese camino; su padre por el contrario la miró orgulloso, había estado esperando que alguien continuara con la tradición familiar. Al no haber varones y sus tres hijas ser criadas en la mayor de las libertades y con las mínimas restricciones de género, era de esperarse que una se dedicara al mismo negocio de dos generaciones anteriores, se había estado preparando para eso y el momento había llegado.

– Por supuesto que sí Marina, desde mañana irás conmigo.- respondió en tono solemne, ignorando por completo las negativas de su madre quien salió del comedor dando un portazo que dejaba claro que se oponía totalmente, Marina ni cuenta se dio pero había ganado su primer batalla. Al día siguiente desmañanada y emocionada se presentó junto con su padre, su mirada brillante y su sonrisa de oreja a oreja no pasaron desapercibidos para algunos. Con sus jeans y zapatos de trabajo caminó y obedeció las órdenes de su padre del que nunca se despegaría a lo largo de los años, de él aprendería desde cavar un cimiento, pegar un ladrillo, colar una losa aligerada con casetón hasta liderar a su gente con firmeza pero sin llegar a ser un tirano.


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– ¡Qué tiempos aquellos! – pensó para sí mientras en la pantalla brillaban las líneas bien trazadas del segundo piso de aquel elegante edificio de oficinas que se ubicaría en un lugar muy exclusivo de la ciudad. Nada fue fácil y nada se le regaló por ser hija de quien era, por el contrario el respeto de la gente se lo ganó desde abajo y teniendo que tragarse esos comentarios machistas insufribles de que mejor se fuera a su casa a cocer frijoles. -¡Cuántas veces tuvo que tolerarlos! -. No ha de tener nada que hacer esa morra, por eso anda aquí.- pero ni así cejó su voluntad de diamante y continuó recibiendo negativas, caras largas y demás agravios que las más veces se oían cuando ella daba la vuelta, nadie quería acatar sus órdenes, las mujeres no tenían ni voz ni voto en ese mundo y la veían como una invasora, aún los obreros más humildes la consideraron inferior y tuvo una vez más que soportar humillaciones sutiles o no, sarcasmos y demás. El único lugar al que podía aspirar era el de la limpieza. Los ingenieros aunque un poco más preparados, no dejaban de mirarle con recelo y desconfianza, los menos la miraban con lujuria y no faltaron los supervisores de obra que esperaban un favor sexual a cambio de valorar de manera positiva su trabajo. – En cualquier parte será lo mismo – se repetía una y otra vez, mientras se seguía enamorando de aquello. En la casa las quejas de su madre eran cada vez más quedas hasta que cesaron, en el silencio de mujer al que estaba condenada (socialmente puesto que ninguna restricción sobresaliente había tenido de su marido), le daba cierta envidia que Marina hiciera lo que le daba la gana así que terminó por aceptar la hija que Dios le había dado.

Ganarse el respeto de los albañiles, ayudantes, maestros, carpinteros, fierreros, cimbreros y demás participes de aquella gran labor de construir una casa iba a ser un trabajo que fraguaría después de mucho tiempo. Su padre no es que no la ayudara, siempre había estado seguro que Marina tenía la madera para eso y más, confiando que estaban bien hechos los cimientos que él había construido en ella, la cuidaba a lo lejos y sin interferir de manera directa, ella empezó a construir las paredes poco a poco hasta que un día ya tenía un gran equipo de trabajo, dedicado, fiel y responsable pero sobre todo había logrado lo impensable, que sus conceptos, sus órdenes y sus ideas fueran valoradas sin el


tinte biológico.

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Ya estaba consolidada como contratista, no se había independizado del todo de su padre, pero ya se repartían el trabajo. Se había casado con un ingeniero civil y tenía dos hermosos hijos, cuando tuvo que cambiar su lugar de residencia fuera del país, un país nuevo implicaba nuevos retos. Por primera vez tuvo miedo, las maneras de construir gringas eran totalmente diferentes a las mexicanas y esta vez no estaba su padre para decirle cómo y empezar de cero no le resultaba una experiencia atractiva, así que se dedicó a su rol de mujer casada, a los hijos y la casa, pero no pasaron ni dos años cuando ya su alma de por si inquieta se hastió con tanto traste sucio y ropa por doblar, los niños no parecían darse mucha cuenta de su existencia eran independientes por naturaleza, su marido se dedicaba al trabajo, todo era rutinario y de lo más aburrido y en su cerebro sólo se dibujaba una casa y otra y otra, cuando dormía en sus sueños sólo habían ladrillos, cementos y varillas que terminaban invariablemente convertidos en casas. La oportunidad cayó del cielo, un amigo de su marido necesitaba unas oficinas para su despacho de abogado, Alejandro su marido no se dedicaba a la construcción de vivienda sino de carreteras y puentes, así que la recomendó para quedarse con el trabajo. Marina se puso de pie y fue a buscar entre sus cajas sin desempacar su cinta métrica y algunos otros artilugios de los viejos tiempos, suspiró al ver las fotografías de la primer casa que hizo, se metió el miedo en el bolsillo y salió a ver que le deparaba el destino, empezando de cero con los métodos de edificación de aquel país, adaptándose a los tecnicismos de construcción de aquel lenguaje ajeno a su adorado castellano, tenía una ilusión renovada que se reflejó en cada espacio del lugar. De nuevo le tocaba formar un equipo y eso volvió a costar lágrimas de sangre, pérdida de dinero y varios corajes al verse estafada; presión por las fechas de inspección que se retrasaron gracias a varios personajes irresponsables que contrató sin saber sus antecedentes. También hubo suspicacias y dudas, y aun siendo un país “liberal” en donde se encontró a su paso ciertos dejos de machismo, continuó de pie, sin detenerse a nada que no fuera la entrega en el plazo estipulado ese primer trabajo que la lleno de satisfacción y que engalanaba con su sobriedad una importante avenida de la ciudad.


Luego de aquel pequeño despacho vinieron más contratos comerciales, después de un par de años y tres obras logró volver a tener un equipo fuerte y confiable, que respaldara su nombre y avalara su incipiente prestigio en el país que la había arropado y regalado la oportunidad de crecer en su profesión y en su persona. Había logrado consolidar una gran empresa de construcción próspera sin dejar de lado su lado humano tal cual se lo había enseñado su padre, quien nunca dejó de creer en ella y en su capacidad más allá de los convencionalismos sociales que le marcaban lo contrario; él sabe que recibió críticas rapaces e ignorantes por haber permitido que una mujer pisara terrenos vedados hasta ese momento para ese género, pero no le tomó importancia pues supo reconocer en Marina, la misma sonrisa tuvo él cuando pegó su primer ladrillo. 64

A Marina, esa misma sonrisa le devolvía el reflejo del monitor de 17”. Veinte años después, su sueño seguía siendo el mismo, armar varillas con acero y sueños, pegar adobes con ilusiones, construir deseos que fueran habitables. Se levantó de su asiento ergonómico de piel, cerró su lap y se puso de pie con su carísima vestimenta casual de diseñador, pero con sus zapatos Caterpillar de siempre se dirigió a la puerta y se perdió en los pasillos de su pequeño imperio femenino personal.


Levantando el vuelo Nina Franken María, volaste del nido, te crecieron las alas y volaste alto, y una vez levantado el vuelo te perdiste en el horizonte para comenzar un viaje sin retorno.

Con miedos, dudas, limitaciones, sin caer en blando, pero con muchas ilusiones y retos te atreviste, te lanzaste al ruedo y el mundo te recibió esperanzado de tener una mujer brava, con fuerza, valiente, dispuesta a crecer, con riesgo a caer pero con ganas de levantarse de nuevo. 65

María, no ha sido fácil, has tenido que enfrentar obstáculos, muchos piensan que no podrás con la carga, que los retos son muchos, que en ocasiones tendrás que combinar tu trabajo con el cuidado de tus hijos, con el quehacer de una casa, con el lecho de tu amante. El desarrollo profesional no está reñido con tu esencia de mujer, es un doble reto. Es un orgullo compartir la responsabilidad de hacer una vida mejor en común.

Afortunadamente, ahora estás en el sitio y en el momento adecuado. Tienes una profesión que fue creada para hombres, la ingeniería no estaba en la mente femenina hasta hace algunos años. O quizá sí, pero los usos y costumbres indicaban que una mujer no era buena para esas labores. Ahora subes y bajas con la frente en alto desarrollando tecnología, haciendo investigación, aportando tu esencia y demostrándote a ti misma que sí puedes, que tienes las capacidades, las aptitudes y la actitud para hacerlo.

Tienes un reto contigo misma ¿Qué más da que la sociedad “te de permiso” o te brinde oportunidades si tú no las tomas? Si demuestras tus talentos sin miedo, las piedras en el camino sólo te recordarán la gran aventura de ser mujer y poder sortear todos los obstáculos con valentía y coraje.


Valórate porque eres una mujer sin medias tintas, no permitas que otro te denigre, sea mujer o sea hombre. Siéntete orgullosa de tus canas, de tus kilos de más, de las ojeras que a veces se dibujan en tu cara cansada. Seguro ha valido la pena ese esfuerzo que has hecho por sacar adelante ese trabajo postergado, el cuidado en la enfermedad de un pariente o el resumen de preocupaciones a final del día.

¡Siéntete orgullosa de lo que has logrado gracias a tu empeño y dedicación! nadie te ha regalado nada, has luchado por tener lo que tienes sea poco o sea mucho, pero es bien ganado y ese mérito nadie te lo quitará. No cedas ante nadie para no herir su autoestima. No caigas ante los celos o envidia de otras personas, no se trata de competir, sino de crecer compartiendo las diferencias. 66

Valora que tienes el privilegio de poder usar una falda, un pantalón ceñido, un escote, si puedes pintarte los labios y la gente puede ver tus facciones, si puedes reír a carcajadas sin temor a ser criticada; que puedas compartir con otros tus ideas y que puedes hablar libremente y expresar tu opinión sin miedo a que te encarcelen o te condenen por el hecho de ser mujer, es algo que muchas valorarían en otros lugares o en otros tiempos.

¡María, sé fuerte! ¡comparte tu totalidad de mujer! Afortunada la gente que sepa valorarte y respetarte, identifica a la gente con la que puedas seguir creciendo, deja a un lado las competencias y rivalidades. Y sobre todo disfruta la maravillosa experiencia de ser mujer.


Las llamas de Libertad Martha Cecilia Soto Estaba sentada en la cama de su habitación, pensando seriamente en su futuro, pero tal parece que no duró mucho tiempo debatiendo consigo misma si de verdad le interesaba ser bombera como le había dicho a su mamá hacía dos días…

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Libertad se acordaba perfectamente del rostro que había puesto su madre cuando le preguntó -Mamá ¿tú sabes lo que debo estudiar para ser bombera?- ¿Bombera?- preguntó su madre, como si de verdad no hubiera escuchado bien. - Sí mamita, quiero ser bombera, como el papá de mi amiga Luly. - Niña, el papá de Luly es hombre, ser “apaga fuegos”, no es algo muy femenino que digamos. - ¿Qué es ser femenino mami? - Pues…me refiero a los trabajos que pueden hacer las mujeres mija. - ¡Ah! ¿entonces tengo que ser esposa y mamá para ser femenina? - Bueno hija, no es tan simple ¿sabes? - ¿Por qué no mami? Yo creí que las personas podían decidir lo que querían ser cuando fueran grandes, yo quiero ser bombera. - Si hija, si, lo que digas, pero apenas tienes 8 años, no creo que ya sepas a qué te quieres dedicar cuando seas grande. - ¡Que sí mamita! Hoy fue el papá de Luly mi amiga a la escuela y nos explicaron lo que hacen, eso quiero hacer yo cuando sea grande. - ¡Ay niña! ¿Tú que vas a saber? Vete a bañar, ya. “Y nunca me dijo qué era lo que debía estudiar”, pensó Libertad en la soledad de su habitación, se levantó de la cama y prendió la televisión, a esa hora no había mucho que ver, así que recurrió al clásico “zapping”, para matar el tiempo mientras empezara algo bueno. De pronto, algo la sacó del estado semi hipnótico que suele causar la televisión cuando se le está cambiando de canal por espacio de 10 minutos…


- ¡Libertad! ¡Libertad! Ven rápido hija, rápido que….- y la voz se fue apagando, haciendo de pronto que el corazón de Libertad se estremeciera al escuchar cómo la voz de madre perdía intensidad. - ¿Dónde estás mamita? - Acá en el sótano hijita, ¡en el sótano, ven pronto!

Corrió Libertad hasta la cocina que se encontraba rodeada de llamas de un lado a otro, entonces, hizo lo primero que recordó sobre la plática que el papá de Luly les dijo, tirarse al suelo para no aspirar los gases tóxicos que se generan en los incendios. - ¡Mamita, tírate al suelo! Dijo el papá de Luly que uno debe tirarse al suelo para no aspirar los gases tóxicos. 68

Luego, se apresuró a llamar a los bomberos y entonces deseó que aquello no fuera a tardar demasiado porque no se podía hacer gran cosa. Entonces, se le ocurrió jalar la manguera que estaba en el jardín, con la que su madre solía regar las plantas, era lo suficientemente larga como para que llegara hasta la cocina, pero… no sería suficiente, necesitaba algo más, se mojó la ropa y entonces, como pudo comenzó a lanzar el chorro de agua en el resto de la casa, deseando que el agua fuera suficiente para mantener alejado el calor lo más que se pudiera…

Apenas había pasado un minuto y como la estación de bomberos quedaba a una cuantas cuadras, los bomberos lograron salvar a la madre de Libertad, tuvieron que llevarla al hospital para hacerle la revisión de rigor y el único daño físico que sufrió fue un brazo lastimado por una viga que cayó rozándole y le provocó un esguince no muy grave, pero que la obligaría a llevar un cabestrillo por al menos 15 días. Justo cuando daban de alta a la madre de Libertad, su padre se encontraba firmando los papeles necesarios para llevarla a casa y entonces, el médico que atendió a la señora, se dirigió a Libertad, con un tono bastante paternal, le revolvió el cabello de la coronilla y le


dijo:

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- Bien jovencita, a cuidar bien de esta señora que si no fuera por tu audacia lo más probable es que la hubiéramos estado atendiendo en el pabellón para quemados- y luego dirigiéndose a los papás les dijo: - Señores tienen ustedes una hija muy valiente y muy inteligente; cuídate mucho Libertad. - Gracias doctor, me cuidaré. Luego de camino a casa, todos iban en silencio hasta que la madre de Libertad rompió el silencio para dirigirse a su hija: - ¿Sabes? Libertad, creo que me equivoqué, sí podrías ser bombera, puedes ser lo que tu elijas, hija mía, mientras sea algo que te haga feliz. - Gracias mamita, pero sabes qué… ahora creo que quiero ser doctora de urgencias… ¿puedo? ¿puedo mamita? - ¿Qué cos…? ¡Jajajajajajajaja! Tú puedes ser lo que quieras hija mía…jajajajaja- seguía riendo la madre de Libertad y su padre entonces miró a la mujer intentando entender el motivo de la carcajada, por lo que preguntó: - ¿Me perdí de algo? - Nada, sólo, un chiste local… Y así, el auto se perdió en el horizonte mientras los últimos rayos del sol brillaban a lo lejos, tal como los ojos de Libertad perdidos en quién sabe qué pensamientos.


La Hamingja Los seres humanos no fueron lanzados al mundo solos, cada uno baja a la Tierra acompañado por una Hamingja.

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Los occidentales cristianos les llaman ángeles de la guarda, sólo que estos, únicamente velan por el hombre o mujer que cuidan, mientras que nosotros, procuramos interferir para que su ventura lo lleve hacia la felicidad.

Las Hamingjas conformamos miles de legiones, somos ángeles guardianes femeninos, nuestra labor es decidir la suerte y la felicidad de cada persona... por eso nuestro nombre genérico “HAMINGJA” significa felicidad en lengua islándica. Si el hombre o mujer a quien bajamos a cuidar muere, nosotras tenemos la suerte de quedarnos con su familiar más querido, para poder esparcir por toda su familia la buena suerte y felicidad de su pariente y de esa forma podemos estar con una sola familia durante muchas generaciones.


Vigilar y decidir la buena suerte de un ser humano por tantas edades, nos ha enseñado que lo más valioso para una persona es la posibilidad de cambiar su destino: nadie tiene porque vivir atado a una misma suerte, siempre y cuando luche por sus más profundos sueños y deseos.

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LIBRO V


Estigma es una palabra dolorosa, pero aún más doloroso es el hecho de sentirse marginada Fabiola Terrazas Guzmán Soy una mujer favorecida, aún cuando he sentido en alguna etapa de mi vida, el rigor de los cánones establecidos. También lo he visto, a lo largo de los años, con muchas mujeres a mi alrededor.

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Tal vez debería partir del hecho de que hablar de roles, es hablar de diferencias, así que tratando de encontrar una identidad, que tenía bastante extraviada, decidí buscar por mí misma la razón por la cual muchas tenemos que soportar que los demás hagan con nuestras vidas una obra de teatro.

Tuve que detenerme a pensar cómo había llegado al punto de depender de aquello que otros dijeran sobre mí. Cubrir roles cortados a la medida, ser la esposa, la madre, la enfermera, la nutrióloga y hasta la psicóloga. Me dijeron que era bueno tener la mesa lista y el café servido cuando llegara mi marido, que los niños siguieran sus horarios, que debía ir a la iglesia cada domingo y que a pesar de que estuviera cansada, debía dibujar una perfecta y bien delineada sonrisa sobre mi rostro. O como dicen vulgarmente: “Ser la Dama en la mesa y la Puta en la cama”.

Una tarde que salí a la calle con mis hijos, me di cuenta de que una mujer menuda me observaba. Caminamos unas cuadras hasta el restaurante donde nos esperaba mi marido. Ella se sentó en la banqueta frente al restaurante, como si no tuviera nada más que hacer. Comí incómoda, los demás debieron notarlo porque comenzaron a inquietarse. Transcurrieron así más de treinta minutos de discusiones cotidianas intentando poner el orden cuando menos hasta que saliéramos de ahí. Hasta entonces yo era la Señora de “X”, aun cuando tenía a mi cargo el departamento de ventas de una compañía, pero parecía que en realidad a nadie le importaba, siempre


habría alguien que sentía encomendado a recordarme una y otra vez que yo me debía a mi marido.

Cuando vi ahí a esa extraña, que parecía seguirnos una inquietud se apoderó de mí. Caminó varias cuadras tras de nosotros. Por fin se atrevió a detenerme, necesitaba hablar conmigo. Mi marido me tomó de brazo para alejarme de la mujer y les ordenó a los niños que apuraran el paso. Ella se detuvo en seco y se quedó ahí parada hasta que la perdí de vista. Una semana después, me la topé de nuevo afuera de mi trabajo. Traté de ignorarla pero ella estaba decidida a hablar. 74

Me preguntó si conocía al señor H. Benítez, sorprendida le dije que sí: era el nombre de mi padre. Ella quería localizarlo, su madre había muerto hacía poco, le pidió que buscara sin falta a ese señor, según sabía, hacía mucho tiempo que no hablaba con él. También le dijo que la única forma de dar con su paradero era a través de ella. Yo quería terminar la conversación cuanto antes, tenía mucho trabajo pendiente, pero por curiosidad le pregunté por el nombre de su madre. Me sorprendí al saber que había trabajado de intendente en la compañía por varios años. Recordé que la primera vez que entró a limpiar mi oficina se había quedado muy seria cuando vio una foto familiar, de un aniversario de bodas de mis padres.

Descubrí entonces que había secretos que debían ocultarse. Recordé que ella sustituyó sus faldas habituales por pantalones, blusas amplias y botas. En pocos meses había cambiado su carácter amable y se había encargado de transformarse en una sombra que pasaba dejando un ambiente de melancolía en el ambiente. Me di cuenta de que después de todo, era una historia tan simple: la chica era el resultado de un “desliz” de mi padre. Las lágrimas rodaron por mi rostro, no podía creer que esa figura imponente, ejemplo de


rectitud, orden y disciplina pudiera haber tenido un “desliz”. Peor al darme cuenta de que a pesar de saber que había dejado embarazada a esa mujer, no hubiera hecho nada por ayudarla, sino sólo enviarle un cheque y una carta en la que le decía que esperaba que fuera dinero suficiente para no volver a molestarlo y algunas otras frases que sonaron demasiado vulgares. Sentía una rabia y una vergüenza, pero pude contenerme. Me limpié las lágrimas y tal como me habían enseñado guardé la compostura. No tenía nada más que hacer, sino decirle que no se molestara en buscarlo, mentí al asegurarle que mi padre había muerto y que yo no podía ayudarla. Ella me miró desconsolada, pero al ver mi expresión inalterable, no tuvo más remedio que irse.

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Salí del trabajo sin avisar y me fui directamente por los niños al colegio, me dediqué el resto de la tarde a pasear con ellos y volvimos a casa al atardecer. Mi marido estaba molesto, no me había localizado, tuvo que comprar algo para comer y estaba oscureciendo. ¡Qué rayos tenía que hacer una mujer decente a esa hora en la calle! ¿Cómo era posible que estuviera arriesgando a los niños con tanta violencia que existe?

Fui a llevar a los niños a la cama, ignoré los reproches que tantas veces había escuchado e intenté lavar mis culpas con el jabón de olor que guardaba para ocasiones especiales.

No volví a ver a la chica. Sin embargo, a veces, se aparece en mis sueños, importunándome y recordándome su historia, entonces despierto y siento de nuevo esa sensación de rabia y de ganas de ayudarla, pero todo es inútil. Soy una mujer favorecida, aún cuando he sentido en alguna etapa de mi vida, el rigor de los cánones establecidos. También lo he visto, a lo largo de los años, con muchas mujeres a mí alrededor, especialmente estoy orgullosa, de haber seguido el ejemplo de mis padres, quienes siguen unidos a pesar del tiempo y a quienes no tengo nada que reprocharles.


Fernanda y sus 12 pasos Perla L. Zaragoza L. Mi nombre es Fernanda y soy alcohólica.

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-Hola Fer – se escuchó casi al unisonó, ella aclaró su garganta, acomodó el micrófono y luego se frotó las manos sudorosas, tenía tres meses acudiendo a sus sesiones de A.A. los siete días de la semana de 8:00 a 9:45 de la noche, había leído la literatura auxiliar, sólo le faltaba apadrinarse y subir a dar compartimiento. Aquella noche del lunes 24 era ese día, había levantado su mano para pedir la tribuna, y quince minutos después, el coordinador de la sesión, Pepe le había dicho que era su turno, se levantó de su lugar lentamente, la delataban su sonrisa nerviosa, sus pasos cortos y titubeantes pero algo en ella la había impulsado, no había marcha atrás. Ya en la tribuna repasó los doce pasos del programa, tomó un sorbo de café y se dispuso a contar su historia frente a un montón de caras sin apellidos que aún le parecían igual de desconocidas que familiares. Sus compañeros la mayoría hombres la miraban con atención, así que se dispuso a hablar luego de su saludo inicial, intentando poner en orden sus pensamientos.

- Compañeros esta noche agradezco a mi Poder Superior y a ustedes el haberme permitido llegar hasta aquí luego de dos centros de rehabilitación, un retiro del quinto paso, dos divorcios, de toda la soberbia de la que puedo ser capaz, me he quedado sin nada, no tengo amigas, nadie quiere una borracha en sus vidas que haga ridículos en sus fiestas, que coquetee con sus maridos, el alcoholismo se ve mal, pero se ve peor en una mujer, todos me ven como una fracasada y he tenido que dejar mi orgullo a un lado para darme cuenta que era el alcohol y no yo quien ha manejado durante 18 años mi vida, mis relaciones y mi mundo. Sola, abandonada, sin casa, sin hijos, sin trabajo, sin Dios porque no sé en qué botella de vino lo dejé, estoy aquí porque algún Poder Superior (no sé cuál) me ha dado esta nueva oportunidad de vida, la misma que la sociedad allá fuera me ha


negado, y estoy intentando creer en él de nuevo porque he cometido el doble pecado de ser mujer y alcohólica, así como otras han sido estigmatizadas por ser lesbianas, madres solas, solteronas y por un millón de cosas más, yo lo soy por tener esta enfermedad; alguien así no puede tener cabida en ninguna sociedad. Pero hoy he decidido creer, no sólo porque es la medida de supervivencia más antigua conocida por el hombre, sino porque he encontrado que es la más eficaz, si creemos se desata en nosotros la fe y se encuentra la motivación necesaria para vivir- dijo Fernanda entre lágrimas que brotaban desesperadas de sus ojos, bebió otro sorbo de café, mientras todo permanecía en silencio.

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- Ya sé que estamos hablando del cuarto paso y que me estoy saliendo un poco del tema, pero para alla voy, el cuarto paso dice: “SIN MIEDO, HICIMOS UN MINUCIOSO INVENTARIO MORAL DE NOSOTROS MISMOS”, la verdad es que mentiría si dijera que no tuve miedo de dibujar en mi cabeza los más oscuros pliegues de mi alma, buscar entre los muchos instantes enterrados en mi psique debido a las lagunas mentales, entre los recovecos de mi corazón herido, los insospechados rencores producto de mi mente perturbada que veía alevosía donde no la había, sembraba la duda, mentía para poder seguir bebiendo, chantajeaba para poder conseguir la atención de quien quisiera, robaba disimuladamente primero a mis padres, luego a mis maridos, le vendí mi alma al diablo a cambio de un poco de alcohol que me diera la oportunidad de evadirme, ustedes lo saben bien, todos bebíamos hasta embrutecernos con tal de escaparnos un rato del mundo, buscábamos huir de nosotros mismos, de la porquería que era la vida que habíamos elegido y poco a poco nos vimos cayendo en un hoyo negro. Tomó un poco de aire, la entonación de su voz se tornó violenta – Y odié a Dios, porque me había hecho mujer y esa era la raíz de todos mis males, a mi padre nunca le pareció que su primer hijo no fuera un varón, se quejó siempre de tener un primogénito mutilado, inútil para perpetuar su buen nombre- Guardó un poco de silencio, se limpió las lagrimas y continuó- Caí en lo más absurdo que puede hacer un ser humano, justifique y defendí mi derecho a la autodestrucción, perdí mi dignidad y supliqué cariño a quien sólo se solazaba en mi dolor y me lastimaba una y otra vez con su lengua y su mano.


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Bebí y bebí y volví a beber porque estaba convencida que eso me hacía mejor persona, porque de esa manera no me dolían los golpes de mi primer marido, ni las humillaciones que me prodigaba en público o en privado; bebí para esconder mis torpezas sociales y defectos, para olvidar que mi papá me rechazaba y que mi mamá lo apoyaba. Borracha no sentía, no tenía emoción alguna. Me volví malvada, perversa y egoísta, era un ser despreciable y todos empezaron a rechazarme, me quedé sin el marido que me daba status, y el segundo se fue por mis constantes reproches y borracheras, por todas aquellas promesas rotas de dejar la bebida. Hoy me toca aceptar delante de ustedes que en eso me convirtió la bebida y que yo lo permití gustosamente, sin oponerme. Hoy me toca aceptar que yo era un guiñapo de mujer que culpaba a todos de mis problemas y tan inmadura para no hacerme cargo de mi misma.- Fernanda hablaba con humildad desde el fondo de su alma y en los ojos de algunos de sus compañeros se dibujaba la compasión, la empatía y las lágrimas. – Acepto Dios mío que he pecado de soberbia, envidia, egoísmo, lujuria.- la imagen de ese Dios creada por sus abuelos desde niña volvió a su mente, y sintió que de alguna manera se había reconciliado con esa parte maltrecha de su vida. Reparando con sus palabras de aceptación el puente roto que había entre ella y su espiritualidad.- Hoy sé que él es el único que puede salvarme de este abismo en el que sola me metí, y estoy dispuesta a ello. Sé que por el momento puedo no ser una mujer confiable, que muchas veces cuando dejo el grupo y camino por la calle, las personas me han visto con asco y me han señalado con el dedo infinidad de veces señalándome como piruja, borracha, loca y no sé cuantas cosas más, quien no conoce el infierno por el que pasa una persona con esta enfermedad juzga con dureza a quienes la padecemos. Un proceso que sin duda es más doloroso cuando se es mujer, los grupos están saturados de hombres, mas habemos pocas mujeres presentes, y no creo que porque seamos menos, sino porque siempre hemos sido relegadas. En fin, tengo que aceptar que después de estos meses estudiando el programa y siendo parte de un grupo, no soy nadie para juzgar y tampoco para señalar los defectos de los demás, mi vida no es perfecta más sin embargo siento un poco más liberada de las garras de mis defectos y del yugo del alcohol, sonrío con más frecuencia, me he liberado de algunas culpas, estoy intentando resarcir el daño que cause con mi adicción, todas las vergüenzas


que hice pasar a mis familiares y a los pocos amigos que todavía siguen a mi lado, las ofensas y los malos ratos, así como las veces que tuvieron que sacarme de la cárcel o del hospital debido a los constante choques y destrozos de los cuales era partícipe. Me sigue costando trabajo aceptar mis errores y me enoja tener esta enfermedad tan espantosa que no distingue género, edades, ni clases sociales. Sin embargo, voy en el camino a mi recuperación, camino doce pasos sin premura, pero con la convicción de poder derrotar sólo por hoy estas ganas irrefrenables de beber para no ser yo. Y no llevaré etiqueta alguna, ni permitiré que me sea impuesta, me regiré por mis principios y seguiré trasgrediendo normas, pero de manera positiva para ayudar a las demás que pasen por el mismo viacrucis. Sólo por hoy me conectaré con el Dios que he encontrado esta noche, que había perdido en no sé cual lugar, que llegó hasta mí a través de ustedes, a través de mis palabras y mis acciones. Buenas noches compañeros – Soy Fernanda y soy alcohólica.79


No es que seamos iguales, sino que valemos lo mismo Nina Franken Karen. “Tengo bastante suerte con el sexo opuesto pero esa suerte es banal. No concreta nada. Una vez un chico que me encantaba me dijo: me das miedo. ¿Pueden creerlo? Le pregunté por qué y su respuesta fue “porque eres una mujer culta, inteligente, madura. Y sabes, te llevarías muy bien con mi mamá que también es una mujer como tú”. No gracias, yo no quiero parecerme a tu madre por muy buena que sea. Qué bien, pensé, gracias por el cumplido, pero tú eres un tonto, inmaduro y cobarde. Deberías de sentirte orgulloso de poder tener una mujer como yo. Y bueno, él se lo perdió, yo me lo ahorré y otros lo están disfrutando”. 80

Marian. “Me gusta que mi pareja me diga que soy guapa y tengo un cuerpazo, pero me gusta más que me diga que soy inteligente, culta, lista. Ese es un piropo que me encanta porque demuestra que no tiene miedo de estar conmigo, que no hay competencia, sino admiración y respeto. Me encantan los hombres, pero a veces no entiendo que quieran someterme, como si fuera una competencia para ellos, ni siquiera compito con mujeres, la competencia es conmigo misma”. Lula. “Si hay algo que me prende son las preferencias de mi madre por sus hijos varones. Esto para tus hermanos, a tus hermanos no les gusta, ellos quieren esto, etc., ¿y mi hermana y yo qué? Por el hecho de ser mujeres, ¿tenemos que quedarnos atrás y no decir nada porque primero están ellos? Creo que en el fondo hay un síntoma de machismo cabrón que aunque ella odie y critique, lleva consigo. Siempre critica a mi padre y habla de los machos. Y a mí hermana y a mí eso de ser sumisa no nos va, no forma parte de nuestra personalidad. Nos negamos a servirles y a ponernos en segundo plano por nuestra condición de ser mujeres. No somos iguales, hay evidentes diferencias, pero valemos lo mismo”. Carmen. “Tengo muchos amigos y cada vez aprendo más del sexo opuesto. Quizá me siento protegida, así que cuando salgo con ellos me luzco. A veces siento que omiten ciertas


conversaciones, palabras o temas porque no es correcto tratarlos delante de una dama. Pero pienso, yo también digo palabrotas, ya sé, no se ve bien en una señorita, pero es peor pasar por una “damita” y ser realmente una mosca muerta que aparentemente no rompe un plato. Ah, tampoco concibo que a los hombres promiscuos se les llame machotes y a las mujeres promiscuas se les considere unas putas”. Así como hay mujeres sumisas, hay hombres que se sienten víctimas de las mujeres y creen que se valen de su condición para aprovecharse de ellos. Incluso algunos se sienten agredidos cuando una mujer se defiende. Mi voz no es feminismo exagerado, es simple y sencillamente justicia.

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Y si fuera cierto ¿a quién demonios le importa? Martha Cecilia Soto Nunca lo había visto así, para ella era algo tan natural salir de casa con su mamá y su hijo o con su hermano y su hijo o con su hermana y su hijo… hasta hoy… El día era caluroso y entonces decidieron llevar al niño al parque, porque al menos con el pasto y los árboles, quizá podrían quitarse los zapatos y entonces caminar sobre el césped húmedo, sentirían en las plantas de sus pies la textura fresca y verde que tanto les gustaba a ellas y al niño. 82

Se quedaron sentados un rato mientras veían a la gente hacer varias cosas, unos tenían un día de campo y parece que apenas estaban comiendo, luego más adelante, había unos que ocupaban una isla completa de aquel enorme parque para pintar cerámica y más adelante otra familia acababa de llegar y estaban amarrando al perro -¿para qué sacan al perro si de todas formas lo van a tener amarrado?- dijo Laura a su hermana que ponía los ojos en blanco asintiendo la pregunta de su hermana.

Luego el pequeño Manuel se levantó mientras tomaba de la mano a su madre mientras le decía. - Vamos a caminar ya.

Manuel era muy bueno para caminar a pesar de que apenas tenía 5 años. Entonces Laura su madre y Leila su tía se levantaron sacudiéndose el trasero que sentían un poco húmedo debido al césped.

Caminaron alrededor de todo el parque, lo que debía ser como un kilómetro, entonces, casi cuando estaban sobre la recta final para terminar su recorrido, un grupo de gente, compuesto en su mayoría mujeres relativamente jóvenes y niños casi de todas las edades.


Laura y Leila caminaban a la orilla cada una, con Manuel en medio, ambas lo llevaban de la mano y justo cuando pasaron frente al grupo de mujeres, tres de las 5 mujeres los observaron más que con atención, con cierta malicia y suspicacia, las siguieron con la mirada por un largo rato, por lo que Leila, volteando a ver a su hermana pregunto -¿y esas qué? - No lo sé, nos han de estar admirando porque somos hermosas, jajajajaja, o quizá ven a Manuel y no pueden creer que sea un humano de verdad, han de pensar que es un ángel. Apenas había terminado de dar su jocosa respuesta y estaban ya dándoles la espalda al grupo de mujeres curiosas cuando se oye una voz que les grita: -¡PUTAS! 83

Acto seguido una serie de carcajadas se dejan escuchar entre los demás miembros del grupo, incluso los niños y entonces, menos fuerte pero todavía audible para Laura y Leila, otra voz de mujer que agrega: - ¡Apenas se puede creer, les aprueban que pueden tener hijos y ya se sienten con derecho a salir a la calle!

Leila abrió la boca y miró a Laura quien le hizo un gesto para que se quedara callada y entonces le dijo:

- ¿Qué les vas a decir? Si se atreven a hacer ese tipo de comentarios y a juzgar a la gente por las apariencias, ¿tú crees que merezca la pena tratar de explicarles? Ellas nos juzgan equivocadamente, pues el error es de ellas, no de nosotras. - Tienes razón y, en todo caso si fuéramos, novias, esposas o amantes ¿a quién más que a nosotros debe importarle? - A nuestro hijo Leila, a nuestro hijo ¿verdad Manuel? Entonces Manuel lanzó una mirada de confusión su madre y le pregunto -¿Mami? ¿Qué es una puta?


A lo que Laura le dijo sin pensarlo dos veces -Una señora muy feliz que hace que los señores sean felices y además le pagan por eso, hijo. Y siguieron los tres caminando hasta dejar atrás al parque y a las mujeres que seguían mirándolas con malicia, sin entender que aquel amor fraternal, el amor entre hermanas e incluso el amor carnal entre mujeres va mucho más allá de lo que se dice en los periódicos y en los medios y nadie que no esté en los zapatos del otro debería juzgar.

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EPÍLOGO Aquellas como yo Fabiola Terrazas Guzmán Hoy escribo con la rabia de aquellas que fuimos damas en la mesa y putas en la cama. Las que abrimos nuestros pétalos e ilusiones a algo estúpidamente llamado amor. Por aquellas que nos fuimos añejando en el olvido, porque después de parir perdimos la figura, el tono, “la disposición”. Por aquellas que son madres antes que todo y que por eso se han convertido poco a poco en parte del mobiliario, para las que no existen vacaciones, fines de semana, espacio, ni tiempo. 85

Por aquellas a las que se ha olvidado, dentro de cuatro muros, que ya no se maquillan porque no tienen motivo para sentirse vivas como mujeres y preferirían morir.

Por aquellas que son profesionistas y tienen que luchar el doble para ganarse el respeto a pulso por lo que piensan, por lo que hacen y que luego de una larga jornada tienen que llegar a atender y mantener algo que debe llamarse hogar. Escribo con rabia de saber que esos del género insulso, depredadores, carniceros, sanguinarios, se atreven a juzgarnos, a decir que “se acabó la pasión” en nosotras, porque hagamos lo que hagamos no es suficiente. Contra aquellos que someten, atan, minimizan día a día con la creencia de que las mujeres son un objeto decorativo que debe estar siempre con las piernas abiertas a la primera señal, sin importarles que no hay comida, que la ropa sigue sucia, que los niños necesitan ayuda para sus quehaceres. Escribo con la rabia contenida de aquellas que se convirtieron en fantasmas y perdieron sus mejores años viviendo una vida que no era de ellas.


Así que si aún tienen a su aquella, ámenla, tóquenla, riéguenla, compartan su vida con ella háganla sentir como una persona… y a quien le caiga el saco, pues que se lo ponga.

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CUIDADO DE LA EDICIÓN: 89

Martha Cecilia Soto Perla L. Zaragoza Oscar Palomares eltinteroeditores@gmail.com Bestiarias Abril 2015 Chihuahua, Chihuahua, México


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93 CANTO A LA MUJER Marchemos hasta la mĂĄs hĂşmeda y prodigiosa cueva de la Madre Tierra, la morada de la Diosa, la guardiana de los arcanos, el antiguo caliz. Martha Cecilia Soto


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