sobre el fracaso

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SOBRE EL FRACASO






©Kevin Simón Mancera Vivas ©Galería Nueveochenta Esta publicación hace parte del proyecto Sobre el fracaso de Kevin Simón Mancera Vivas, presentado en la galería NUEVEOCHENTA, Bogotá julio de 2010

www.nueveochenta.com ©Selnich Vivas Hurtado Selnich Vivas Hurtado (1971) es profesor de literaturas alemanas y latinoamericanas de la Universidad de Antioquia y autor de Para que se prolonguen tus días (1998), Finales para Aluna (2003), Stolpersteine (2008) y Baiainguai (2010). Diseño: Jardín Publicaciones jardinpublicaciones@gmail.com ISBN 978-958-44-6976-2 Primera edición, julio de 2010 200 ejemplares

Impreso en Colombia



Agradezco a Solita Mishaan y a todas las personas que colaboraron de alguna manera en la realizaci贸n de esta publicaci贸n. K.S.


SOBRE EL FRACASO



I

Textos: Manuel Kalmanovitz G., Humberto Junca Casas, Enrique Lozano, Gabriel Mejía, Juan Mejía, Andrés Felipe Uribe, Alma Sarmiento, Selnich Vivas Hurtado, Victor Albarracín, Fernando Escobar, Luisa Roa, Alfonso Pérez y Natalia Avila Leubro.



MANUEL KALMANOVITZ G. Doce apuntes sobre el fracaso



1 Después de pensarlo un poco, se dio cuenta de que sólo fracasaban los que se proponían algo. Decidió, entonces, vivir sin proponerse nada. En eso, también, fracasó. 2 Se fracasa al intentar algo. Si se quiere ser rico y no se logra, se fracasa. Si se quiere ser famoso y se es anónimo y nadie lo voltea a mirar en el bus, en el taxi, en el mercado, se fracasa. Si se quiere ser admirado y nadie lo admira, ni siquiera el perro de la casa o las moscas que le vuelan por encima, se fracasa. Depende, entonces, de lo que se quiera intentar. Para alguna gente, son los demás quienes deciden si fracasaron o no. “Mira todo lo que hice, ¿qué tal me quedó? ¿Lo hice bien?”, dicen. Y dependiendo de la respuesta se sienten fracasados o no. “Cómo me gustaría que la gente hablara bien de mi y de lo que hago, qué dicha estar en la boca de la gente –aunque sin estar físicamente dentro de las bocas, porque igual no cabría”. Eso es fracaso también, aunque la persona jamás lo sabrá. 3 El fracaso de verdad nada tiene de romántico. Es estar en una orilla del río queriendo pasar a la otra y no encontrar la manera. 4 Menú del día: fracasé de pollo. 5 El estreñimiento es fracaso. La diarrea también. Hay fracasos que se remedian comiendo más fibra o suplementos vitamínicos.


6 Si el destino de alguien fuera fracasar (asumiendo que creemos en el destino, claro), ¿no sería un triunfo ese fracaso? 7 Fracasar al tratar de escribir algo semicoherente sobre el fracaso. 8 En El puchero de oro, de E.T.A. Hoffmann, le dicen al estudiante Anselmo: “Lo que no ha hecho hasta aquí, quizás lo haga ahora, puesto que dispondrá de mejores materiales que los que ha empleado antes. Empiece su trabajo con confianza”. Viene al caso para decir que algunos fracasos se deben a la falta de materiales indicados. Sin embargo, estos fracasos son superables. 9 Uno fracasó por hablar cuando debió callar. Otro fracasó por callar cuando debió hablar. Uno fracasó por preguntar cosas que no le incumbían. Otro fracasó por no preguntar –abrumado de timidez. Las trampas que pone la vida son demasiadas. Viéndolo así, lo interesante es preguntarse ¿cómo puede haber algunos que no fracasan? 10 Darse cuenta de que el fracaso es una categoría engañosa, que nada significa. En realidad hay fracasados existosos y exitosos fracasados. 11 Porque el fracaso real es algo simple y terrible: no lograr que la expresión coincida con el pensamiento (citando Some Kinda Love de The Velvet Underground: “entre el pensamiento y la expresión hay toda una vida”). Para quienes hacen cosas, es terrible contemplar esa posibilidad. 12 Para terminar, pensar que es posible que nada de lo anterior sea grave. Que lo importante sea llegar a un punto donde el fracaso deje de ser un obstáculo.


HUMBERTO JUNCA CASAS. Los fracasadores



Este país no es un fracaso. No sé de los otros, pero Colombia no. Colombia no tiene la culpa de nada. Y si la tuviera, o si el país fuera lo que son sus habitantes, igual no sería un “país fracasado”. Porque Colombia no es un país de fracasados; es un país de fracasadores, que es muy distinto … y es peor. Ojalá pudiese uno fracasar por “mérito” propio. Ojalá pudiese uno fracasar en paz. Eso sería todo un lujo. Y un aprendizaje. Porque uno aprende de sus errores. Pero aquí uno fracasa, sobretodo por las zancadillas ajenas. Porque los fracasadores lo hacen a uno fracasar. Y luego, de fracaso en fracaso, llega la desconfianza. (Sé que estoy sonando paranoico; pero como decía el maestro Bernardo Salcedo: no soy paranoico, soy hiperrealista.) Así, después de dos o tres zancadillas, uno ya no confía en nadie, pues es obvio que se está rodeado de enemigos en potencia. Y nadie pide ayuda porque pedir ayuda es demostrar debilidad, vulnerabilidad, es dar papaya. Y todos sabemos que “papaya puesta…” A los colombianos nos encanta la papaya: estamos siempre pendientes de ver quien la pone. La papaya partida debería aparecer en el escudo nacional (aunque muchos digan ¡qué vulgaridad!). Podría reemplazar a la granadilla entreabierta. En Colombia siempre andamos buscando al ingenuo que dé papaya y al mismo tiempo andamos a la defensiva, protegiendo la nuestra. Del presidente para abajo, todos sabemos que quien da papaya se merece su suerte; y quien se aprovecha, merece ser felicitado. Y por eso en este país de aprovechados y fracasadores, uno no confía en nadie y nadie confía en uno. Nos hacemos fracasar como comunidad. Fracasamos los diálogos, fracasamos la solidaridad. Estamos solos o nos sentimos solos, aún en nuestro gremio, en nuestra barra brava, en nuestra iglesia cristiana, en nuestra tribu urbana. Andamos temerosos e inquietos, porque sabemos que a donde vayamos estaremos rodeados de fracasadores porque somos montoneros, además.



ENRIQUE LOZANO Pelar el cobre: El fracaso de las apariencias



El nacimiento monetario de la república colombiana da también origen a una expresión típicamente nuestra: “pelar el cobre”. En la página tuBabel.com –sitio autodenominado como “el diccionario social de regionalismos latinos más completo del mundo”– esta locución es definida así: “delatarse por presión, dar a conocer su esencia”. Lo cual es, en efecto, lo sucedido a la primera moneda acuñada en territorio libre colombiano: bajo la presión de los dedos, que la hacían circular de un bolsillo a otro, terminó por delatar su escaso contenido de plata y revelar su esencia de cobre, metal más barato y menos apreciado que el primero1. Antonio Nariño, presidente dictador de Cundinamarca, diseñó, él mismo, la pieza que simbolizó la liberación del continente. En el lado de la cara, o anverso, el busto de la libertad se ve rodeado de la inscripción “libertad americana” y en el sello, o reverso, la figura de una granada aparece complementada por el valor de la moneda, el año de su acuñación y el texto “Nueva Granada - Cundinamarca”. El 7 de agosto de 1813 el Serenísimo Colegio Electoral autorizó su fabricación por parte de la Casa de Moneda. La primera denominación que salió al público fue de 1 real, las demás (1/4, ½ y 2 reales) sólo se emitieron a partir de 1814, cuando ya Nariño había abandonado el altiplano cundiboyacense para dirigir la Expedición del Sur. Esta moneda es conocida en los círculos numismáticos como ‘la india’ o ‘la china’ pues el prócer bogotano eligió como efigie de la libertad a una indígena cuya cabeza está coronada por un tocado de plumas (valga aclarar que ‘china’ en lengua muisca quiere decir niña, origen de la muy santafereña acepción del vocablo que designa a las mujeres jóvenes en general). En 1817 y 1818 no se amonedó ninguna pieza republicana porque este período coincide con la reconquista española. De hecho, uno de los esfuerzos más grandes de los chapetones 1. La verdad es que la primera moneda acuñada en Colombia se realizó en Cartagena en 1812 pero fue una moneda de necesidad (moneda temporal fabricada en circunstancias especiales).


al retomar la capital fue justamente recoger todas las piezas de ‘la india’ para fundirlas y continuar con la acuñación de monedas de Fernando VII (pues este redondo pedacito de metal era apreciado por la población no sólo como instrumento de intercambio comercial sino como símbolo de su recién adquirida libertad). Es sólo a partir de 1819 que Bolívar, ya en Bogotá, ordena que ‘la china’ salga a rodar a la calle de nuevo. Las primeras normas que regulaban la amonedación en la joven república ordenaron mantener la misma Ley –cantidad de metal precioso– de las monedas españolas. Esto, sin embargo, no fue posible dada la grave crisis económica producto de la guerra de independencia y la permanente necesidad de financiación que requería. Las monedas, entonces, al ser elaboradas con una aleación cuyo contenido de plata era menor al exigido, dejaban ver el cobre con frecuencia, es decir que su plateada apariencia fracasaba con facilidad. En marzo de 1771, no obstante, medio siglo antes, Carlos III ya había pasado una Cédula Secreta por medio de la cual rebajaba subrepticiamente la Ley de las monedas de plata y oro. Vale la pena aclarar que los estados, no importa cuál, ganan dinero haciendo dinero. En el caso de las piezas metálicas, específicamente, esto se llama señoraje: la diferencia entre el costo de fabricar la moneda y el valor que ésta representa. Entonces, al tener una menor cantidad de metal precioso, las piezas le rinden una mayor utilidad al fabricante. Según Fernando Barriga, miembro de número de la Academia Colombiana de Historia, Carlos III necesitaba rebajar la cantidad de plata y oro presente en el circulante para financiar los gastos desaforados de la corona, motivo mucho menos noble que el de sufragar la guerra que nos dio la libertad. Por eso nos queda el consuelo que si nuestra primera moneda pelaba el cobre lo hacía por una razón noble y justa (al menos así nos lo enseña la historia): pagar la independencia. Fuentes: BARRIGA DEL DIESTRO, Fernando. La moneda que vio nacer, crecer y morir a Colombia 1813 – 1836. Boletín de historia y antigüedades, 2005, vol. 92, no. 831, p. 809-844. RESTREPO, Jorge E. Monedas de Colombia 1619-2008. Tercera ed. Medellín: Jorge Emilio Restrepo, 2009. TEMPRANO, Leo. Monedas de Colombia. Historia y legislación 1810-1992. Bogotá: Publicaciones Cultural Ltda., 1993.


GABRIEL MEJÍA Naufragio



El domingo 6 de junio de 2010 el original de la siguiente carta fue envuelto en un condón Today “Ultra Estimulante” y arrojado al inodoro de la carrera 19 número 52 – 17, donde actualmente vivo.

A quien pueda interesar: Si está usted leyendo esta carta en este momento, si se atrevió a abrir el sospechoso y deleznable envoltorio del mensaje que tiene en sus manos, puedo deducir de usted querido lector que no le importa mucho ensuciarse las manos y muy seguramente tampoco el resto de su cuerpo. Tal vez encontró esta carta en la orilla de algún río sucio o en un basurero, tal vez en una alcantarilla de una ciudad grande; en todo caso y fuera cual fuera la situación por la que tiene este documento en sus manos, es a usted, mujer u hombre, anciano o niño al que he decidido contarle algo de mi vida. Ojalá sepa usted leer. Mi casa no tiene ventanas. Seguramente si las tuviera no habría escrito esta carta, generalmente la gente que vive en casas que tienen ventanas no considera que su vida es un desastre, pero a fuerza de tener que prender las luces de mi cuarto a las nueve de la mañana para encontrar mis medias he ido entendiendo que la oscuridad no le hace bien a nadie, especialmente si afuera hace sol y la gente va en pantaloneta comiéndose una manzana roja por la acera. Aquí vivo hace seis meses con mi hermano, tenemos dos televisores, una nevera grande, una lavadora, un D.V.D, un microondas, tres canecas de basura con bolsas negras, una tiene tapa, un computador, una cortina de cuadros rojos en la ducha y dos camas, algunos cuadros (uno es un retrato de Gardel), una mata de ají, algunos instrumentos musicales, siete arañas de juguete y muchas sillas amarillas de plástico. Tenemos también dos fotos enmarcadas, en una sale mi hermano en un árbol, en la otra salgo yo en un árbol, a la mía le dibujé con un punzón unas


gafas cuando tenía diez años, ahora tengo treinta y dos y no he querido usar gafas a pesar de que no veo bien a cuatro metros de distancia, en la camiseta que tengo en la foto aparece un payaso azul dibujado en azul, algo esquemático, abajo del payaso azul dice “Jardín Infantil Burbujas”. Creo que le dibujé esas gafas a la foto porque quería parecerme a mi papá que en esa época tenía también un bigote negro. Tengo cinco pares de zapatos, a la mayoría se les mete el agua por alguna parte y siempre pienso en comprar unos nuevos pero luego pienso en que son muy caros y que en últimas no me gusta ir a comprar zapatos. Odio los vendedores de zapatos desde un día que me vendieron unos tenis talla cuarenta y dos y no me di cuenta hasta que llegué a mi casa y les saqué un relleno de papel periódico que el vendedor no les quitó para que me quedaran bien, yo soy talla treinta y nueve y lloré una hora entera, nunca me atreví a cambiarlos. Tampoco me gusta cómo se ven los tenis nuevos aunque el viernes cuando estaba con María Gabriela hubiera preferido tener unos nuevos en vez de los que me prestó mi hermano para salir; prometí llevárselos ayer, pero volví a salir con María Gabriela por la noche y preferí los tenis de mi hermano a los zapatos cuero café que compré en una compraventa y que me han dicho que son zapatos de profesor; también tengo dos camisas que parecen camisas de profesor. Cuando me pongo los zapatos café de cuero y la camisa negra de cuadros me siento como un tío, entonces doy vueltas por la casa pensando en qué puedo hacer para no sentirme así, a veces pruebo poniéndome una camiseta verde roída debajo de la camisa de cuadros pero no funciona, sigue siendo muy aburrido el conjunto y cuando estoy frente al espejo llego a lo conclusión de que lo que se volvió aburrido es mi cara y mi cuerpo y que en últimas la camisa no importa, así que salgo así y vuelvo a pensar en eso cuando estoy en el espejo de algún bar tomando los diez sorbos reglamentarios de agua para no deshidratarme; siempre tomo diez, ni uno más ni uno menos, no sé por qué se me metió en la cabeza que diez sorbos son la medida perfecta, entonces me agacho hasta el tubo del lava manos y pongo la mano como un embudo y cuento: 1,2,3,4,5,6,7,8,9,10; me limpio la boca con la muñeca y la mano, a veces se me moja la camisa de profesor y los zapatos de profesor y tontamente pienso


que eso les da un toque más transgresor e impertinente, pero no es cierto, como las lágrimas las gotas en los zapatos también se secan sin dejar huella. Al frente de donde le escribo esta carta, sobre la pared blanca pegué con cinta transparente un pasquín cristiano; tocaron la puerta a las nueve de la mañana y yo estaba haciendo el desayuno; un tipo de unos treinta años muy bien afeitado y una mujer mucho más joven que él con una de esas faldas hasta los tobillos que me dan ganas de vomitar, me preguntaron si estaba ocupado, les dije que sí, me dijeron que en el mundo de ahora ya no había tiempo para nada y me dejaron con el volante en la mano, 6 preguntas claves: ¿Se interesa Dios por nosotros? NO, ¿Acabaran algún día las guerras y el sufrimiento? NO, ¿Qué nos sucede al morir? NADA, ¿Hay alguna esperanza para los muertos? NINGUNA, ¿Cómo tenemos que orar para que Dios nos escuche? GRITANDO, ¿Cómo encontrar la felicidad? GRITANDO. Al lado del pasquín, también con cinta transparente, pegué el dibujo de un tipo con cachos y corbata, tiene los brazos cruzados y parece estar furioso. Me gustaría haber tenido tiempo para atender a la parejita cristiana pero se me estaban quemando los huevos y la arepa, casi nunca se me queman, casi siempre me quedo mirando como la arepa se va calentando y cambia de color, la volteo. Un día alguien me dijo que yo era el típico tipo de papa arroz y carne, lo dijo porque siempre que me invitaba a comer a mi me parecía delicioso y quería repetir, al parecer ser un tipo de papa arroz y carne significa que la falta de mundo y una cuenta del banco sin muchos fondos lo han convertido a uno en un tipo sin gusto. Tal vez sea así en otros casos pero en el mío sólo se trata de haber fumado durante doce años y tener el sentido del gusto algo desfigurado, no totalmente acabado, de todos modos me gustan la papa el arroz y la carne y me gustan también las cosas de mundo, las cosas exquisitas y suaves, las cosas fuertes, me gusta ponerme una bolsa de agua caliente en las costillas y dormir con medias, me gusta dormirme viendo programas de asesinatos o accidentes de aviones, me gusta pensar que voy a morirme en un accidente de avión sólo porque se vería bien morirme en un accidente de avión y porque a veces sueño que un avión se cae cerca de mi casa y sueño también que me voy a un viaje como


asistente de una artista vieja y arrugada pero nunca encuentro el pasaporte y me muero de rabia de sólo pensar que en el sueño hubiera sido mejor ser la artista vieja y arrugada que el asistente. Cuando le cuento de esos sueños a mi mamá me dice que son sobre la imposibilidad de encontrar un camino, un horizonte, yo le digo que es la imposibilidad de encontrar una puta vieja famosa y arrugada que me lleve de viaje. Me duele la mano derecha al escribir porque hace ya mucho tiempo un idiota me rompió la cara y me dejó con una tendinitis detestable, cuando me empujó caí cerca del balcón y por centímetros no me estrellé abajo contra el cemento, eran las seis de la mañana y el imbécil pensó que le estaba coqueteando a la novia, me dejó la cara llena de sangre y tuve que volver a su apartamento a que me dejara lavármela porque ningún taxi quería llevarme; un día me lo encontré en la calle y le estiré la mano para saludarlo, después de meses de la pelea me dolió cuando me la apretó, ¿por qué le estiré la mano?, ¿por qué me da tanta rabia ahora?, ¿por qué no le coqueteé en serio a la novia de ese enano?. Por ahora es lo que tengo para contarle extraño amigo. Muchas gracias por su atención. Att: Gabriel Mejía.


JUAN MEJÍA Quejas



No podría escribir una sola línea sobre el fracaso. Tengo una verga larga y gruesa que sólo se viene cuando YO quiero y que hace enloquecer a mi querida esposa varias veces a la semana. Tengo una casa enorme en el norte de la ciudad con un jardín completamente cubierto de ese pasto tupidito y chiquitico, donde juegan mis dos bellos y esponjosos afganos, Cástor y Pólux. Heredé una pequeña empresa familiar medio en bancarrota, que hice próspera en poco tiempo gracias a mi buena administración. Mis empleados me adoran porque les pago todo a tiempo, con cesantías, primas, bonificaciones y demás. En el colegio sacaba muy buenas notas, sobre todo en matemáticas, física y química, las importantes. También jugaba muy bien fútbol y eso me valía el respeto de mis compañeros. Todas las mañanas voy al gimnasio, hago media hora de cardio, y 400 de las otras. Adoro mi gimnasio. Juego squash dos veces por semana con mis amigos, o con mi profesor de francés, y también hago yoga todos los lunes, miércoles y viernes. Políticamente, me gusta el corazón duro, la mano firme, sentir que hay un gobierno de verdad y que están haciendo lo que tienen que hacer. Además, mi voto nunca se pierde, siempre voto por el presidente que queda. Excepto Turbay, yo no quería que quedara Turbay. Me gusta la música vieja, pero mi favorito de todos los tiempos es definitivamente Elton John. Los setenta, los ochenta, los noventa. Y bueno, “Little Jeannie”. También la cerveza, el crazy roll, el jabugo, el turrón de Alicante, la piscina. El secreto de mi éxito consiste en que no me enredo mucho con las cosas. Trato de que no me importen mucho y, en lo posible, mantengo buenas relaciones con los demás. Gracias a Dios me ha ido bien en eso. Me pongo metas inteligentes y voy con mucha confianza en mí mismo.


Sí, lo único es que no podría pensar en nada relacionado al fracaso. Yo creo que las oportunidades están todas allí, y hay que saber aprovecharlas. Si la gente fracasa es simplemente porque quiere. Además llorar no sirve para nada y no se saca nada con quejarse y quejarse todo el tiempo.


ANDRÉS FELIPE URIBE La carrera



Pese al frecuente deseo popular que pulula en las ferias, nadie en realidad quiere verse transformado definitivamente en una caricatura. Nadie quiere sentirse exagerado hasta llegar a interpretar una comedia personal sin final frente a ese espejo que es el papel. O lo que por otro lado es más grave, nadie quiere perder. Ni perder, ni fallar. Perder, contra alguien o contra uno mismo. Fallar con alguien, o con algo o fallarse a uno mismo. Estas, se saben, no son cosas de caricaturas. Echo mano de un dibujo ejemplar: Carlitos: “Charlie Brown”. Charlie Brown nunca logra patear la pelota, sus partidos de baseball son un fiasco, sus lanzamientos, aunque comprometen toda su voluntad, son echados a perder por infinitos accidentes. Nunca recibe una tarjeta de San Valentín, aunque la espera con una paciencia que da lugar a la admiración. La simpatía que Charlie Brown provoca, más allá de su dibujo, nace de su frustración y de su coraje. Encarna en sus líneas, de texto y forma, una humanidad que nos permite ver hacia nuestras propias fallas. Presenta metonimias de nuestros fracasos, fragmentos de sentimientos plenamente conocidos por su innegable inocencia de niño existencial. Inocencia que uno va perdiendo ante el paso periódico los días. La experiencia nos informa que es tan cierta la posibilidad de perder a cada pisada, que le huimos. Nadie quiere fracasar en nada. Incluso hay veces que el miedo es tal que cancela el intento. La valentía yace en enfrentar el problema y abordar el intento con altura, aunque se pierda. El error es una falla cuyo excedente es experiencia. Se gana. La pérdida es lo irremplazable, una muerte sin resurrección.


Entonces da risa ver la patada de Charlie Brown al vacío, porque lo intenta, llenándose a sí mismo y llenando a sus espectadores, de optimismo, mientras dura su carrera hacia el balón. Esta risa se ríe de Charlie y de nosotros por igual, al haber creído una vez más en esa carrera, presenciando una vez más el fracaso y la pérdida que compartimos.


ALMA SARMIENTO Notas sobre el fracaso



Intento # 1 Decido responder al encargo de escribir un texto sobre el fracaso con un texto que fracase. Esto tiene varias razones. La primera, alcanzo a suponer, aunque creo que es bien borrosa, es porque no veo cómo hablar del fracaso sin ponerme en fracaso (escritura como acción). Como si para hablar de este tema, que de buenas a primeras tiene algo de heroico, hubiera que meterse en su forma de ser o de operar. Esto, francamente, no sé a qué corresponde, si es por metodología, por costumbre, o por azar. Pero no es importante, es sólo un punto de partida, una decisión, un pretexto, tal vez. Lo segundo tiene que ver con el hecho de escribir. La escritura es igual al dibujo. Entonces ahí aparece para mí un problema formal. Intento # 2. En el libro Roberto Bolaño. La escritura como tauromaquia. Compilación, prólogo y edición a cargo de Cecilia Manzoni, hay una entrevista hecha por Carmen Bullosa, donde ésta le pregunta al escritor chileno sobre la narración: “¿Tú escoges tus tramas, o las tramas te persiguen a ti? ¿Cómo es la elección –si la hay- o cómo ves la persecución –si la hay?” (…)”. Bolaño responde: “(…) Creo, con todas las reservas del caso, que en determinado momento las historias te escogen y no te dejan en paz. Afortunadamente esto no es muy importante, pues la forma, la estructura, siempre te pertenece a ti, y sin forma ni estructura no hay libro, o en la mayoría de los casos así sucede. Digamos que la historia y la trama surgen del azar, pertenecen al reino del azar, es decir al caos, al desorden, o a ese territorio permanentemente perturbado que algunos llaman apocalíptico. La forma, por el contrario, es una elección regida por la inteligencia, la astucia, la voluntad, el silencio, las armas de Ulises en su lucha contra la muerte. La forma busca el artificio, la historia el precipicio.”


La escritura, el dibujo, la forma, la estructura. “Una elección regida por la inteligencia, la astucia, la voluntad, el silencio, las armas de Ulises en su lucha contra la muerte” Escribir sobre el fracaso poniéndose en fracaso nos da como resultado hacer un texto cuya forma evidencie o se estructure a partir de la forma del fracaso. ¿Es entonces un texto que se destruye a sí mismo? Intento # 3 La forma del fracaso. La ecuación del fracaso: Hay un deseo. Un intento, una intención, una idea, etc. Hay un tiempo, una espera (antiescritura), un espacio donde se gesta el destino de ese intento: está suspendido en una suerte de dimensión, llamémosla el suspenso del intento. Y hay un desenlace de la suma del intento y su suspenso: o bien se triunfa o bien se fracasa. Es un juego de relaciones dialécticas. Blanco o negro, como los escaques de un tablero de ajedrez. Intento # 4 Casualmente Bolaño habla en otra parte de la entrevista con Bullosa de la escritura como una antiespera. “Uso la palabra escribir como antónimo de esperar. No hay espera, hay escritura” Si la escritura es una antiespera Si se escribe sobre el fracaso fracasando El fracaso buscando una definición en su autodestrucción Escribir y fracasar: texto bomba. Intento No. 4’33 Como John Cage y su Conferencia sobre nada “( I have nothing to say and I am saying it and that is poetry as I need it This space of time is organized We need not fear these silences, )”


“No tengo nada que decir, y lo estoy diciendo, y eso es poesía (…)” Estoy escribiendo un texto sobre el fracaso y estoy fracasando y eso seguramente no es poesía Intento # 5 Pensé en un bordado. Pienso en Penélope, en las armas de Penélope en contra del tiempo y de los deseosos pretendientes… Mientras Ulises lucha contra la muerte, Penélope lucha con el tiempo y el deseo de los pretendientes. Penélope lucha con el tiempo, no contra él (?) Intento #6 Afirmación: Escribir un texto sobre el fracaso me llevará irremediablemente al fracaso. Quiero fracasar en el texto, no hay otra manera de hablar del fracaso. Sería como un arrancar que nunca arranca. Son notas, intentos, no un texto académico ni científico. Dejar los tachones. Insistir en el punto y coma y los puntos suspensivos… Intento #7 Están las definiciones y las citaciones. (Esas son de las otras razones del intento #1) Fracaso en francés se dice échec, y jaque mate se dice “échec et mat”, y ajedrez se dice juego d’échecs. Juego de fracasos. La palabra échec, viene del persa shâh, “rey, shah”, utilizada por


los árabes -que difundieron del juego en Occidente- en la expresión shâh mat, “el rey está muerto”, cuando en el juego de ajedrez el rey no puede desplazarse más y se encuentra en una situación de derrota inminente. Se juega a fracasar, se escribe a fracasar. Muerte al rey. Muerte a Ulises. Muerte a la estructura para fracasar en el texto. Intento # 8 Citas sobre el fracaso encontradas en internet, en Wikiquote. [No se verificaron las fuentes.] “Cada fracaso enseña al hombre algo que necesitaba aprender.” Charles Dickens >>>Cada éxito enseña al hombre algo que necesitaba aprender “El fracaso fortifica a los fuertes.” Antoine de Saint-Exupéry >>>El éxito fortifica a los fuertes / El éxito fortifica a los débiles éxito “El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia.” éxito fracaso “El fracaso es, a veces, más fructífero que el éxito.” Henry Ford éxito / triunfo “Intentarlo es el primer paso hacia el fracaso.” Homer Simpson éxito “La ambición es el último refugio de todo fracaso.” Lord Byron


fracaso éxito “Nunca es definitivo el éxito ni perenne el fracaso.” José María Gabriel y Galán triunfa triunfa “Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.” Samuel Beckett éxitoso “Un fracasado es un hombre que ha cometido un error y no es capaz de convertirlo en experiencia.” Elbert Hubbard triunfado “La vida del hombre es interesante principalmente si ha fracasado. Eso indica que trató de superarse.” George Clemenceau triunfe “Admira a quien lo intenta, aunque fracase.” Lucio Anneo Seneca Intento #9 Soy el texto que quiere fracasar. Soy una máquina argumentativa de autodestrucción. Ay, me acuerdo de otros textos, me acuerdo de algunos poemas de César Vallejo, yo quiero ser como un verso de Vallejo, como ese que habla de las caídas hondas de los Cristos del alma…yo quiero ser como ese pan que en la puerta del horno se (…) quema…pero como que no alcanzo. Huy, hay tantos textos que recuerdo y a los que quisiera parecerme. Me podría copiar de las estrategias de algunos grandes textos. Intento # 10 Por ejemplo está La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica, donde Benjamin avisa desde el principio que ese ensayo es a prueba de fascistas, algo así como que estamos frente a una


máquina argumentativa a prueba de fascistas, los argumentos que se exponen ahí no pueden ser usados por el fascismo en su beneficio, como podría pasar, por ejemplo, con el manifiesto futurista del señor Filippo Tommaso Marinetti, un texto que estetiza la guerra. Digamos que yo, como texto fracasado, podría decir que seré un texto a prueba de éxito, a prueba de vencedores, que los argumentos expuestos por mí no podrán ser nunca, de ninguna manera, usados para elogiar o describir o teorizar sobre la victoria, los victoriosos, los vencedores, ningún señor de saquito colgado de los hombros y ojos minúsculos que sólo dejan ver la hediondez común de los pillos sin gracia. Intento # 11 Benjamin coleccionaba citaciones. Las escribía en una libretica pequeña, con letra minúscula. Tenía que escribir las citaciones poniendo la punta de la pluma al revés porque en esa época no existían los rotuladores de punta fina. Su libro ideal era hacer un libro sólo de citaciones. Decía que quería romper con la continuidad de la historia, la citación tiene la ventaja de arrancar del contexto, de destruir, se acerca a lo destructivo… dice que el historicista se identifica con el vencedor; dice también que las citaciones son testimonios culturales y que no hay testimonios culturales que no sean testimonios de barbarie...el caso es que por pura simetría y matemática benjaminesca es legal robarse las citaciones porque esa barbarie cultural afecta el proceso por el cual los bienes culturales se han pasado de mano en mano. Además resulta que los historicistas, ergo los vencedores, se alejan de esa forma bárbara de transmisión de los bienes culturales. Intento # 12 Tal vez hay que esperar a ser viejo para poder hablar del fracaso. A la luz de la juventud, todo fracaso puede convertirse en la punta de lanza de una esperanza a término indefinido. Se tiene vida por delante, todavía hay espacio en el tiempo para sobreponerse, para hacer cuentas con el fracaso y saldar la deuda. Tal vez habría que empezar a consentir la idea de buscar una mascota y ponerle Waterloo, mi pequeño Waterloo (suena a nombre de jardín infantil), tal vez un gato, un cactus.


Intento # 13 Me releo y me releo, estoy en la vacuidad, bienvenida vacuidad, querida vacuidad, abrázame, recíbeme, dame un bolerito, arrúllame, en fin… ¿Cómo enfrentarme como texto fracasado? Se está como triste. Se llora como es común en algunos textos. Yo no lloro. Agacho mi encabezado, y le saco joroba a mis notas de pie de página... Y a medida que las horas pasan, me voy acomodando en mí mismo, hay momentos en que me siento valiente y cansado, como quien sale de una guerra, con una ineptísima capacidad para todo, para enfrentar al mundo, como si nada importara en absoluto, pero sabiendo que justamente en esa dejadez, que en esa suerte de autoritarismo emocional hay algo importantísimo, algo que brilla y que se quiere abrazar y decirle a los demás, a cualquiera ¡miren esto! Es la mansedumbre de la derrota, son las armas caídas, saberse cualquier texto, un texto fracasado. Es estar indefenso, pero también es sentirse más vivo, con ganas de mirar más furiosamente a las tildes de los demás y decirles que estamos mirándolos desde un infierno interno que todos ignoran, pero infierno al fin y al cabo. Muchas cosas pueden pasar en esos momentos, o estamos llenos de compasión o queremos tragarnos al mundo, no hay miedo. Así que podemos portarnos mal, como manifiestos vanguardistas…o podemos ser blandos, dóciles, como queriendo extender una suerte de cariño lastimero a todo lo que toquemos o miremos…y así…hasta olvidar tal vez. Ser el fracaso mismo, tan puro y obvio, tan soberbio que simplemente es, brilla, reluce, puro fracaso hecho silabas, consonantes, tildes, comas, puntos suspensivos... Intento # 14 Quería, al menos, ser un texto divertido. Pero a estas alturas del intento # 14, el fracaso me suena a derrota, a humillación, a cansancio, impotencia. Aunque pienso en lo importante de eso para dejarse caer en cualquier hoja de papel, aún si en eso hay algo abismalmente pasivo. Soy un texto con fobia a las imprentas, el olor de la tinta me produce náuseas ¡ah!


Intento # 15 Creo que prefiero sentirme un fracasado a sentirme un triunfador. El triunfo, aquí y ahora, lo asocio directamente a un asunto económico, a la rentabilización de todo y de cualquier cosa, de los pensamientos y las emociones. No sé por qué. Puede ser por azar. El fracaso o el éxito pueden ser azarosos. El azar tiene, a pesar de sí mismo, una exactitud muy humorística. Intento # 16 El fracaso es muy trágico, se le asocia a grandes acontecimientos. No se habla de los pequeños fracasos, o los fracasos de los animales y las plantas o del fracaso de una tostada que se quemó o de un tomate que se pudrió antes de lo previsto. No se dice, “ese tomate fracasó”. Pero sí se dice que un barco fracasó (“Dicho especialmente de una embarcación cuando ha tropezado con un escollo: romperse, hacerse pedazos y desmenuzarse”). El barco fracasa, el tomate se pudre. El texto se hunde.


SELNICH VIVAS HURTADO Lecciones por fracaso



¿Quién nos sostiene con predilección colgados a este plural

de frustraciones? Una coja soriasis levada a verdad.

Finos son aún sus trazos de huesos, de ojos; sus días por noches… De tal chillido otra vez un canto sin canto. Y rasca tu mu-ti-la-do cuerpo, un civilizador, maligno.



VICTOR ALBARRACÍN Jerónimoooooooooooooooooo



Mi primer recuerdo es ya el recuerdo de un fracaso. Para consolidarlo como primero, debo ahora renovarlo, debo hacer de esa primera cicatriz mnémica, la última. Recordar es reconstruir, es quitar las piedras arrumadas que han quedado como ruinas de la memoria para luego, con pedazos y ladrillos, hacer una casita. Una casita que queda más chistosa que fea, una casita que se tambalea y que está llena de goteras pero que, aún así, es una casa. Mi primer recuerdo falla en ser el primero a fuerza de ser ahora el último: tengo tres años; soy el mayor y más dedicado fanático de la Hormiga Atómica. Ahora que lo pienso, veo de frente el tamaño de mi deseo y el peso de una sentencia extraña: ya que no quise ser Supermán, ya que rechacé la posibilidad de querer ser el Hombre Increíble (Hulk), ya que no se me ocurrió ser Batman ni Iron Man y que mi único otro héroe de la época fue el Capitán Centella (sobre quien algún día tendré que desplegar con justicia mi fetiche y mi trauma), debo reconocer que esta es la historia de cómo fallé intentando ser una hormiga. Frente al televisor, la veo extasiado atravesar el firmamento sobre una tabla. La hormiga surfea en las olas celestes, y yo quiero imitarla. Así, una vez se acaba la emisión de Atom Ant, tomo la resolución irrevocable de reconstruir sus pasos: un casco plateado imitación poncharelo, una toalla roja anudada a manera de capa (que la Hormiga Atómica no tiene) y mis habituales y aparatosas gafas con marco de pasta café construyen una versión rara de esa hormiga que tampoco es una hormiga (ni siquiera un insecto), cuestión que he constatado hace poco al ver en Cartoon Network un capítulo envejecido de esa serie animada. Me falta la tabla para surfear el cielo infinito, pero una lámina rectangular de madera robusta que encuentro entre un armario me sirve para lo que quiero. Frente a la escalera, encima de la tabla, tomo impulso para deslizarme raudo, pues, por el impulso, no me cabe duda de que me elevaré. Sin embargo, como hormiga, no contemplo las eventualidades que pueden tener lugar durante mi descenso, los accidentes que pueden ocurrir cuando, por ejemplo, un niño disfrazado de “hormiga” se desliza sobre una tabla por una


escalera que está sitiada en su borde externo por diversas materas matas y malezas, cuidadas con abnegación por su padre, quien suele hablarles y cantarles mientras las riega las poda y despulga. Por supuesto, para una hormiga, estas plantas ligadas a la figura paterna no constituyen ningún tipo de obstáculo y, en esa medida, no encuentro en su disposición el más mínimo reparo a mis intenciones. Sobre la tabla me siento, entonces, al borde mismo del despeñadero. Un levísimo impulso y el descubrimiento del vértigo me deja apabullado. Mi velocidad no es más que la superación de cualquier hazaña realizada por termita alguna, aún con prótesis cuántica. Entonces surge el canto de victoria, el inevitable grito de batalla:

Jerónimoooooo

oo . o

La velocidad me llevó demasiado lejos. Vasijas, ánforas, canastillas, vasos, cestas y jarros, usados todos como materas, ya no eran más que partículas diseminadas de barro cocido, sepultadas por aludes de tierra y colorida vegetación ornamental aplastada. Una verdadera catástrofe ecológica. Un indudable apocalípsis de mi ecología mental, aun más lastimada que mi infraestructura corporal, apenas magullada en el choque contra el borde de la cisterna del baño de las visitas, justo al otro lado del recibidor por el que, efectivamente, volé. Un delgado hilo de sangre sobre la ceja. Por lo demás, ileso. Demasiado ileso para evitar lo que sé que seguirá. La noche que nunca quise ver venir, vino. El castigo, más que ejemplar, por aquella heroica gesta, fue efervescente. Y luego de la sentencia, la inmutabilidad de un silencio aún mantenido. El comienzo de la memoria, del duelo, de la conciencia trágica. Todo de la mano de un insignificante insecto que no logré llegar a ser. De la hormiga atómica no quedan demasiadas marcas, y sólo por una transmutación la revivo, como un Gregor Samsa convertido en hormiga en el país del repelente Black Flag.


FERNANDO ESCOBAR E.S.M.



La Piedad, Michoacán, 12 de Junio de 2010 (cinco días después del plazo propuesto y aceptado) Hola Kevin, No había olvidado mi tarea, ni la estaba esquivando. Simplemente, ha sido un fracaso todo. Estuve sacándole horas a mis tareas cotidianas de lectura y toma de apuntes, que no han parado desde hace meses. En medio de la aridez evidente de mis ideas, no he sabido aún si tomar el asunto como algo filosófico y trascendental, como un síntoma socio político muy actual, como un tema y recurso literario, o como una condición cultural que históricamente reproduce el ideario del fracaso a través de nuestro imaginario tropical. La decisión es, más que difícil, desgastante y al final no sé si valiera la pena. Entonces eché mano de algunas novelas de los escritores que me gustan y que, cosa curiosa, cuentan las historias de marginales, marginados, inmigrantes, mujeres solas, homosexuales violentados, desplazados pobres, jóvenes incomprendidos, veteranos de guerras perdidas, habitantes de ciudades periféricas, ..., en fin, escritores que arman historias de cosas y espacios tan familiares y tan condenados al fracaso. Estos desencantados autores que leo me ofrecieron a veces pasajes diversos y minuciosos, y otras, paisajes de hastío, vergüenza y derrota. Por ejemplo, Hanif Kureishi en “El buda de los suburbios”, al describir los personajes de su historia, como Eleanor, escribe: Para ella no existían límites y, en determinadas circunstancias, era capaz de cualquier cosa. Por lo demás, siempre hacía lo primero que se le pasaba por la cabeza sin pensarlo dos veces, lo cual, hay que reconocerlo, no era especialmente complicado para una persona en su situación, para alguien que procedía de un medio en el que


el riesgo de fracaso era mínimo; es más, en su mundo para conseguir fracasar había que hacer un gran esfuerzo. Situación que contrasta con la situación de Karim, el protagonista y narrador de la novela, que al contrario de Eleanor no es blanco, y se sospecha que tal vez no sea británico: Empecé a sentirme maravillado ante mi propia fortaleza. No alcanzaba a comprender qué me mantenía en pie. Acabé por atribuirlo al arraigado instinto de supervivencia que había heredado de papá. Papá siempre se había sentido superior a los británicos. Ese era el legado de su infancia en la India: la rabia política que se convertía en sorna y desdén. A su modo de ver, en la India los británicos eran gente ridícula, estirada, insegura, víctima de sus propias convenciones. Y, en cierto modo, me había enseñado que no podíamos permitirnos la vergüenza del fracaso delante de aquella gentuza. Aquella pandilla de ex colonialistas nunca debía vernos de rodillas, porque eso era precisamente lo que esperaban de nosotros. Ahora, en cambio, estaban acabados, su Imperio se había desvanecido, se les había agotado el tiempo y ahora nos tocaba a nosotros. Por eso no quería que papá me viera en aquel estado, porque sabía que sería incapaz de comprender que hubiera liado tanto las cosas con unas oportunidades tan buenas y en el momento ideal para salir adelante. Alguna frase suelta, y de antología, por supuesto, que suelta Ray Lóriga en novelas suyas, que como en “Héroes”, alcanzaron a animarme a explorar una dimensión intimista y sobre todo, pesimista del problema, pero al final, tampoco pasó algo: Ella decía: Cariño, cuando todo lo mío se derrumbe algún pedazo acabará dándote a ti. Tomé “Tokio ya no nos quiere” y al azar, en medio de tal caos y velocidad me choco con esta, que me gustó por su mala leche:


A pesar de mi resistencia, progreso, lo cual es una traición de los sentidos. Igual que en el colegio, donde por mucho que te empeñes en evitarlo, el final, aprendes. Sin embargo, tampoco me impulsó a algo más. Antes de desistir con Lóriga me decidí, entonces, por “Lo peor de todo”, que con su título ya auguraba algo peor para abrazar el fracaso, pero su sentencia fue demoledora: La mayoría de las veces las cosas no salen como uno espera, salen mucho peor. Decidí ante esto, cambiar de idioma y probar con un autor francés, que no estuviera tan cercano en el tiempo a lo que escriben Kureishi o Lóriga. Así, repasé una vez más la historia de los dos “pequeños burgueses” Sylvie y Jèrôme que llena las páginas de “Las Cosas”, novela de George Perec. Supuse que el fin del optimismo de los años 60 del siglo XX, el fracaso de la era del cambio social y la utopía, que es en donde se sitúa la historia, harían progresar mi escritura. En búsqueda de resultados, me encontré con esto: A veces les parecería que podría transcurrir armoniosamente una vida entera entre aquellos muros cubiertos de libros, entre aquellos objetos tan perfectamente domesticados que habrían acabado por creerlos hechos desde siempre para que los usaran ellos únicamente, entre aquellas cosas bellas y sencillas, suaves, luminosas. Pero no se sentirían encadenados a ellas: ciertos días saldrían en busca de la aventura. Ningún plan sería imposible para ellos. No conocerían el rencor, ni la amargura, ni la envidia. Pues sus medios y sus deseos estarían acordes en todos los puntos, siempre. Llamarían a este equilibrio felicidad, y, gracias a su libertad, a su prudencia, a su cultura,sabrían conservarla, descubrirla en cada instante de su vida común. Les habría gustado ser ricos. Creían que habrían sabido serlo. Habrían sabido vestirse, mirar, sonreír como la gente rica. Habrían tenido el tacto y la discreción necesarios. Habrían olvidado su riqueza, habrían sabido no ostentarla. No se habrían vanagloriado de ella. La habrían respirado. Sus placeres habrían


sido intensos. Les habría gustado caminar, corretear, elegir, apreciar. Les habría gustado vivir. Su vida habría sido un arte de vivir. Todo esto no es fácil: al contrario. Para esta joven pareja, que no era rica, pero que deseaba serlo, simplemente porque no era pobre, no existía situación más incómoda. No tenían más que lo que merecían tener. Mientras soñaban con espacio, con luz, con silencio, eran devueltos a la realidad, no sombría, pero sí mezquina simplemente —lo que quizá era peor—, de su vivienda exigua, de sus comidas corrientes, de sus vacaciones escasas. Era lo que correspondía a su situación económica, a su posición social. Era su realidad, y no tenían otra. Pero tampoco funcionó. Ante la contundencia y brutalidad de las evidencias que me daba la literatura sobre lo humano, sobre el fracaso de lo humano, la desorientación se acomodó para quedarse conmigo. Así que como última salida opté por algo de talante crítico y que estuviera alejado tangencialmente de la literatura, pero decididamente lejos de algún contenido artístico obvio. Escogí a uno de los pensadores clave para comprender la época que se vino después del fin de la Segunda Guerra Mundial, con todos los reordenamientos y remezones sociales, económicos y sobre todo culturales que significó esa guerra y su culminación, tanto para los países centrales como para los periféricos, y claro está, para las personas que los hemos habitado y los habitamos ahora mismo. Escarbando en la biblioteca que me acompaña en estos días de lejanía de mi país, me encontré con Herbert Marcuse, una conciencia crítica y algo desencantada que tal vez me diera luces y me permitiera progresar en mi compromiso. El título del texto no podría ser más elocuente: “El hombre unidimensional”. No quería quedarme pegado de la parte final del ensayo que cierra con una frase lapidaria de Benjamin, y ubiqué, en cambio, este fragmento que desde 1954 anunció lo que hemos sido: Los logros y los fracasos de esta sociedad invalidan su alta cultura. La celebración de la personalidad autónoma, del humanismo, del amor trágico y romántico parecen ser el ideal de una etapa anterior del desarrollo. Lo que se presenta ahora


no es el deterioro de la alta cultura que se transforma en cultura de masas, sino la refutación de esta cultura por la realidad. La realidad sobrepasa su cultura. El hombre puede hacer hoy más que los héroes y semidioses de la cultura; ha resuelto muchos problemas insolubles. Pero también ha traicionado la esperanza y destruido la verdad que se preservaban en las sublimaciones de la alta cultura. Desde luego, la alta cultura estuvo siempre en contradicción con la realidad social, y sólo una minoría privilegiada gozaba de sus bienes y representaba sus ideales. Las dos esferas antagónicas de la sociedad han coexistido siempre; la alta cultura ha sido siempre acomodaticia, mientras que la realidad se veía raramente perturbada por sus ideales y verdades. El nuevo aspecto actual es la disminución del antagonismo entre la cultura y la realidad social, mediante la extinción de los elementos de oposición, ajenos y trascendentes de la alta cultura, por medio de los cuales constituía otra dimensión de la realidad. Esta liquidación de la cultura bidimensional no tiene lugar a través de la negación y el rechazo de los «valores culturales», sino a través de su incorporación total al orden establecido, mediante su reproducción y distribución en una escala masiva. Ya en este punto, y después de repasar los sucesivos intentos, me doy cuenta de que realmente no tengo nada que agregar. Un abrazo, Fernando



LUISA ROA Sobre el fracaso



Todos estos días he estado pensando qué escribir sobre el fracaso. Incluso le pregunté a varias personas qué pensaban al respecto, a ver si se me ocurría algo. Algunos se llenaron de pudor ante la pregunta, al parecer el tema no es fácil, y se quedaban pensando un rato; confesar abiertamente que uno es un fracasado o que alguna vez ha fracasado parece ser vergonzoso. Alguien me dijo que prefería el fracaso ajeno, que el propio lo deprimía. Eso me hizo pensar que el fracaso puede llegar a ser un tema escabroso, una bestia con la que preferíamos no toparnos. Por supuesto, si es otro el que fracasa, suspiramos con alivio porque la mancha de una frustración no nos ha ensuciado. Pero el fracaso se encuentra en todas partes, como un charco inmundo esperando a que metamos la pata en cualquier descuido. Pero si uno le teme tanto al fracaso debe ser porque existe una expectativa constante de triunfar. Tal vez, todos tenemos angustia de no ser reconocidos y amados; al parecer en el fondo queremos que nos den palmaditas en la espalda y nos digan: muy bien, muy bien, sigue adelante, vas rumbo al triunfo. Por supuesto, el camino hacia el éxito parece luminoso, sin sombras donde se pueda esconder la decepción. No hay tiempo para la melancolía, me dijo otra persona, no hay tiempo para la contemplación de las propias frustraciones. Así que en un mundo malogrado y con el corazón roto tratamos de ser felices, teniendo cuidado de no fracasar y con miedo a reconocerlo ante otros. La vulnerabilidad que sentimos cuando fracasamos nos hace pensar que el mejor refugio es el que ofrece una cobija bajo la que uno se pueda esconder. Otra persona me dijo que nadie te quiere si eres frágil, que a nadie le gusta la debilidad. Personalmente me gustan las historias sobre el fracaso, siempre hay algo de humor en ello, no queda otra alternativa que reírse;


aunque en el fondo subsiste la desolación. Creo que se trata de un evento solitario, uno nunca está tan cerca de uno mismo hasta el momento en que fracasa. Aunque esa cercanía con uno mismo en ocasiones es desagradable, ya no hay posibilidad de verse idealizado, sólo queda la asquerosa humanidad que uno encarna. Entonces uno se siente feo, feo y fracasado. Creo que ahora entiendo por qué a la gente le da vergüenza el tema: a nadie le gusta que le digan que es feo. A otras personas les preocupa mucho que otros fracasen o no la logren, creo que tienen afán de que el mundo a su alrededor marche bien. La verdad no creo que el fracaso de otro sea un hecho para vanagloriarse o para sentir compasión. Más bien pienso que es conmovedor, pues se trata de la imposibilidad de la propia humanidad. De hecho, nacimos malogrados. Somos animales destinados al fracaso.


ALFONSO PÉREZ Ensayar la equivocación



“Desconfío de aquellos que resuelven rápidamente los problemas. Prefiero los que resuelven lento, gota a gota.” Roland Barthes (Lo neutro)

La imagen es esta: un niño sentado en su pupitre colorea las figuras de un dibujo predeterminado. El profesor pasa caminando a su lado, se detiene, mira el dibujo, mira al niño y vuelve a mirar el dibujo. Finalmente evalúa y ordena diciendo –no te salgas de los bordes-. Este gesto tan simple y repetido dentro del contexto escolar moviliza una variedad de complejas repercusiones en el desarrollo cognitivo de las personas. Tal vez una de ellas es el miedo a equivocarse, lo que implica así mismo un rechazo al intento, una falta de derecho a probar, a ensayar o fracasar. “No te salgas de los bordes” quiere decir -lo estás haciendo mal, solo hay una forma de hacerlo bien; corrígelo ahora-. En general la educación (básica, media o superior) es un proceso que no enseña a equivocarse. Todo lo contrario: forma practicantes eficientes del éxito, solucionadores compulsivos o fiscalizadores del error. Este gran vacío que se abre al no reconocer la equivocación como parte fundamental dentro de un proceso educativo, tiene una relación directa con las limitaciones creativas que hereda cada individuo a lo largo de su vida. Sir Ken Robinson1 , en una conferencia titulada La escuela mata la creatividad (California, 2006), habla sobre este tema y dice –si uno no está preparado para equivocarse nunca resultará con algo original- refiriéndose a la importancia de enseñar a equivocarse como un factor determinante en la ebullición de un pensamiento creativo. Ahora, equivocación no es igual a creatividad. Lo que subraya esta idea son las posibilidades de 1. Ken Robinson. (Liverpool, 1950) Escritor e investigador inglés conocido como líder en el desarrollo de la innovación y los recursos humanos.


conocimiento que se esconden en la equivocación, en el momento en que abre un abanico de opciones divergentes como potenciales soluciones, replanteamientos o simples alternativas de entretenimiento. El derecho a equivocarse no tendría que ver únicamente con la aceptación de los errores, también debería entenderse como un trabajo continuo, atento y tranquilo frente a las contingencias del fracaso. Esta noción del equívoco como metodología de trabajo o como estrategia para la producción de algún tipo de conocimiento es un espacio recurrente en la investigación artística. De pronto uno de los artistas que más trabaja esto es Francis Alys2 , sobre todo en su muestra denominada Política del ensayo, en donde se abre una reflexión directa frente al sentido social del ensayo y la equivocación a partir de varias obras que narran, muestran y ejemplifican el proceso “mal logrado” de una tarea. Como dice el mismo Alys: “El testarudo efecto de repetición es indicativo de una historia que siendo continuamente retrasada, y cuyo intento de planteamiento toma precedencia sobre la historia misma, es la historia de un esfuerzo más que de un logro, una alegoría en proceso más que la búsqueda de una síntesis.”

Es necesario equivocarse varias veces haciendo una cosa, es justo y es un derecho. El proceso podrá implicar desaprender una gran cantidad de efectos funcionales o atajos de eficiencia para dar lugar a una dinámica torpe y borrosa. Tachar, correjir, (borrar) y volver a probar. Probablemente la acumulación de equivocaciones lleve al ineludible fracaso, pero ¿qué es lo que realmente fracasa: una forma pre-dominante de conocer o la posibilidad de valorar otro tipo de crecimiento? En el fondo del equivocado hay otra cosa que se engendra, como un pequeño sistema orgánico, curioso e insistente que al fracasar sonríe, es decir que se equivoca con estilo, con sabor, encontrando una forma particular para entretenerse en el intento y al final encogerse de hombros. 2. Francis Alys. (Bélgica, 1959) Artista. Vive en Mexico desde 1996.


NATALIA AVILA LEUBRO



“Sabemos que por fin en Colombia empieza a existir valor en la palabra empeñada, confiamos en ustedes, confiamos en nosotros mismos, confiamos en Colombia”

Carlos Pizarro León-Gómez cuando firmó la paz con Virgilio Barco en 1990, dos meses después lo asesinaron.



II

Textos: Selnich Vivas Hurtado Dibujos: Kevin Sim贸n Mancera Vivas



RAYMOND POULIDOR

Más difícil que ser el mejor de los primeros es ser el mejor de los segundos y de los terceros. Muchos han sabido ganar el Tour de France, pocos, sin embargo, han conocido y disfrutado la tarea de no ganarlo varias veces, a pesar de subir al pódium en ocho ocasiones. Esta hazaña de Raymond Poulidor (1936) lo iguala a y lo distingue de Lance Armstrong. Poulidor superó a sus eternos rivales (Jacques Anquetil y Eddy Merckx) por una singularidad desconocida en el deporte: no quiso que ellos derrotaran a oponentes débiles e impopulares, más bien les dotó de un rival ilustre y célebre que, en la mente y el sentir de los espectadores, era el verdadero ganador. Ellos no fueron ganadores frente a un segundón, sino ganadores de uno que quiso ser chico siendo el más grande. Ellos jamás supieron ser segundos memorables; Poulidor, sí, y siempre. Poulidor fue misterio, síntoma, concepto; ellos, apenas maillot jaune.



ROBERT FALCON SCOTT

No basta llegar para ser el primero o tal vez el segundo; no basta estar allí y poner la bandera de un país como símbolo del colonialismo; además del viaje de ida, hay un viaje de regreso, indispensable para dar fe del descubrimiento. De no ser así, la expedición naufraga en un mar de suposiciones. Que Robert Falcon Scott (1868-1912) se equivocó, que en vez de ponis siberianos debió llevar perros, que no debió obligar a la tripulación del Terra Nova a arrastrar los trineos ni a recoger muestras geológicas bajo las tormentas de nieve, que debió alimentar a sus hombres con varios kilos de grasa, que las ropas elegidas provocaban frío hasta en los exploradores más legos de la Antártida, que su nacionalismo británico lo había enemistado con el danés Amundsen, primero en llegar al Polo Sur, y lo había llevado a una muerte segura entre labios compungidos. Pero Scott narró en sus diarios cada paso y se excusó ante las viudas.



ADELIR ANTONIO DE CARLI

Extraña forma de preparar el suic idio por accidente: hacer amarrar mil globos de variados colores y tamaños a una silla; llevar comida para cinco días; lucir paracaídas, casco y botas; cargar el teléfono celular y un sistema de navegación satelital; alcanzar los seis mil metros de altura y la decisión ineludible de no regresar a Paranaguá. Luego la muerte por añadidura: los restos se encuentran ocho días después, en otro país, cien kilómetros mar adentro de las costas argentinas. Adelir Antonio de Carli (1966-2008), el padre baloneiro, cumplió de manera vistosa, con video incluido, su propósito de llegar al cielo para pedir los dineros que necesitaba su iglesia. Llevó hasta las alturas las continuas denuncias que había hecho en contra de los asesinos de mendigos, mujeres y niños. A cierta altura del vuelo, ya pleno de entusiasmo, voluntariamente perdió contacto con las autoridades y se dejó caer globo a globo sobre el océano.



FLORENCE FOSTER JENKINS

Aunque sus padres y su marido, el público en general y los críticos se opusieran a su arte, Florence Foster Jenkins (1868-1944) demostró durante treinta años que no se necesitaba voz ni talento para alcanzar la fama. Quien no la ha escuchado no sabe que este chillido destiempla el vientre y le devuelve al sentido su naturaleza caótica originaria. Desafinar, desentonar, leer mal las notas, romper el ritmo, molestar al oído y fastidiar al buen gusto son propiedades de una ejecución inusitada, quizá de un arte fuera del arte. Nacido, sin duda, como reconocimiento a los seres de sensibilidad musical no uniforme, se constituye, al mismo tiempo, en una provocación contestataria. Pone en ridículo la legitimidad de lo simétrico, de lo armonioso. Cantar bien mal no es una torpeza, es un cantar-otro disciplinado, obstinado; ese cuyo poder consiste en desaparecer la música de un berrido y celebrar el oído maleducado.



PETER BUCKLEY

De 300 peleas disputadas perdió 256. Este record convirtió a Peter Buckley (1969) en el termómetro de sus contrincantes: “Quien perdiera con él, se convertiría directamente en el peor boxeador del mundo”. De ahí que Buckley, o the professor, cumpliera un papel decoroso. Él marcaba el límite antes de abandonar el boxeo. Con su estilo poco cuidado y hasta cierto punto displicente aumentaba las apuestas de quienes esperaban que apareciera, por fin, un perdedor más grande. Ya habían pasado la prueba de los peores perdedores boxeadores de todos los orbes, de todas las clases, hasta un príncipe árabe se vistió los guantes para probar que no era un miedoso. Buckley les dio la absolución, en combates que exigían más dignidad que valentía. Pero un buen día se subió dispuesto a dejar el cargo. La última pelea fue real y, Matin Mohammed, su adversario y discípulo, le concedió la libertad.



FRANZ KAFKA LÖWY

Sólo a un extraño de sí mismo, a un ser habitado por transformaciones y dudas, se le ocurre inventar que el mayor acierto del arte es el fracaso. Franz Kafka Löwy (1883-1924) supo, desde muy joven, de su delgadez artística. De hecho, esa debilidad incesante se convirtió en la preocupación fundamental de su estética y lo inconcluso de los sentidos en la característica general de su obra. Convencido de su falta de talento, pidió eliminar sus obras por considerarlas ilegibles y secundarias. Pero, impotente ante la injusticia cultural, tampoco lo logró; la obra le sobrevivió y coincidió con el horror de la guerra. Luego fue publicada y comentada casi religiosamente. Así quien padeció la distancia de sus contemporáneos alcanzó la celebridad entre intérpretes del futuro que lo convirtieron en el síntoma de lo que no era, es decir, hicieron de sus ideales de silencio y reserva una fuente inagotable de teorías terriblemente elocuentes.



WILLIAM MILLER

Detrás de un número, las acrobacias de la imaginación. Ellas incitan con disciplina las predicciones religiosas. Las palabras de un texto se convierten, así, en la mente de un predicador, en acertijos. La lectura cifrada de la Biblia llevó a William Miller (1782-1849) a ocupar 356 cargos civiles y militares, a tener cinco granjas, tres caballos y un sueño. En sus noches lo merodeaba una multiplicación simple: ¿Cuántos años eran 2.300 tardes, si cada una equivalía a 365 días de 24 horas? De resolver esta obra, anunciaría el instante de la segunda venida de Cristo. Entonces, fijó un intervalo, un día entre el 21 de marzo de 1843 y el 21 de marzo de 1844; o un día exacto, el 18 de abril de 1844. Esperó con la imperturbabilidad de su rostro la señal de la alegría; sus seguidores dudaron de él, de las matemáticas, del dios anunciado. Él siguió calculando; sabía que el aplazamiento infinito era la prueba irrefutable.



CHRISTINA ONASSIS

El vacío de sí misma se mide en muertos queridos, en número de matrimonios fallidos, en apetitos amorosos, en coca colas diarias, en escándalos y en millones de dólares. Todo lo tuvo Christina Onassis (1950-1988) a los veinticuatro años y como figura de revistas de moda. El resto de sus 37 años le sirvieron para confirmar el aumento progresivo del sinsentido del sueño americano que no podía detener, ni con anfetaminas. En pocos años perdió al hermano, a la madre y al padre. Antes había conocido al marido anciano, pobre, filantrópico y padre de tres hijos. Más tarde conocerá al joven empresario griego y mal amante, al ruso machista y capitalista y al playboy infiel, sin dar con el que pudiera aliviar sus desencantos de mujer estridente. Era hija de ninguna tierra, aunque se sintiera griega o neoyorquina, y prefirió la tierra de los argentinos para dar fin a una historia de mentiras mediáticas. O para resumir la vida plástica.



LOPE DE AGUIRRE

La serenidad de la imagen comprueba hasta qué punto las aventuras de los conquistadores por las selvas tropicales salieron de las novelas de caballería. Los conquistadores fundaron los métodos de exterminio de las culturas aborígenes basados en las ensoñaciones de los caballeros andantes, quienes habían inventado historias sobre ciudades de oro, monarcas rejuvenecidos eternamente, amazonas y caníbales. Así también Lope de Aguirre (1510?-1561) en su errancia por el Nuevo Mundo. Errancia por desplazamiento incesante y por error inobservado. Los tesoros maravillosos y las ínsulas independientes estimularon sus ilusiones, pero no fueron testimonios de una realidad desconocida, regida por otras lógicas culturales; en las que ni el oro ni la cruz asustaban tanto al hombre como la falta de ambil y mambe. Lope murió entre visiones y fue condenado post mortem por lesa majestad.



MANUEL QUINTÍN LAME

No llegar a la meta, porque una sociedad entera se ha negado a corregir los errores acumulados, es dar con ejemplo fundamento histórico al pensar de un pueblo. Se parte de una necesidad corporal, devolverles la tierra, hoy usurpada y maltratada, a quienes fueron ancestralmente sus dueños. La tierra devuelta sería la dignidad de cientos de culturas, la razón para vivir. Manuel Quintín Lame (1880-1967) probó todos los caminos por alcanzar esta meta: fue terrazguero, peón, casi esclavo, soldado raso, líder indígena, perseguido político, prisionero, abogado. Creyó en el vasallaje a la escritura y a la iglesia católica, aprendió de manera autodidacta las leyes y llevó, como un político, la corbata y el traje de paño ante el Senado de la República. Nada fue suficiente, ni el cabello largo que le daba, dicen, poderes de transformación y que lo distinguía de los mestizos blanqueados. Su obra: una invitación aún no aceptada.



GABRIEL ARTURO GOYENECHE

La peor radiografía de un país se saca en las elecciones presidenciales. Allí se evidencian la demencia, la miseria intelectual y el hambre de poder. De esta última debilidad se libró Gabriel Arturo Goyeneche (¿? – 1978), candidato presidencial entre 1958 y 1978. Jamás obtuvo una votación significativa, ninguna que pudiera inquietar a sus contrincantes, ya destinados y arreglados con el poder. Goyeneche llegó a recibir 33 votos, los votos de sus amigos y copartidarios, tan locos y estúpidos como él. No había nada virtuoso en esta figura borrosa, dispuesta a pavimentar el río Magdalena, excepto que su presencia en la política refrendaba a los oficialistas. Ayudó, sin embargo, a despistar a la opinión pública, para que nadie se diera cuenta que el miedo y la estulticia, inoculados por la guerra, seguían votando por los mismos criminales del establecimiento, quienes comparados con el payaso de turno resultaban honestos genios.



AMELIA EARHART

Dar la vuelta al mundo en un solo avión, de país en país, de isla en isla, era el plan de Amelia Earhart (1897-1937). Algunos dicen que fue la primera mujer en volar tantos kilómetros, la única que llegó a volar verdaderamente. Otros, que le faltaron unas siete mil millas para completar el giro. Dirán que las últimas millas del océano Pacífico fueron infinitamente largas para una máquina, que la gasolina demasiado poca, como siempre, antes de la meta. Ella mientras tanto sigue mirando hacia un lado y sabe que tiene que despegar. Un permanente desconectarse del suelo, demasiado masculino, la lleva a buscar el aire de los océanos, los aterrizajes inesperados. La aviación es su ciencia; le permite pensar el volar constante de lo humano. El viaje más exitoso es la muerte en el aire, que desciende y se pierde en las aguas profundas. El combustible de los sueños no se agota ni aun después de la muerte.







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