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EL DEBATE HISTORICO SOBRE LAS METAS SOCIALISTAS: EL CASO VENEZOLANO* por Steve Ellner Las diferentes estrategias socio-económicas que han surgido en Venezuela bajo el gobierno de Hugo Chávez, en su esfuerzo por establecer el socialismo, reflejan un deslinde fundamental de los movimientos y el pensamiento izquierdistas en todo el mundo que se remontan a Marx. El debate actual se centra en las motivaciones básicas de aquellos que viven y trabajan bajo el socialismo y los logros y metas fundamentales del sistema. Aunque en Venezuela prospera la discusión informal sobre estos asuntos, el movimiento y el gobierno Chavista no han logrado promover el debate formal o establecer mecanismos para que las opiniones de la gente común lleguen a los formuladores de políticas (Ellner, 2005: 186). Debido a la mentalidad ecléctica de los líderes Chavistas y lo novedoso de los recientes sucesos, la experiencia venezolana puede contribuir considerablemente a la discusión general sobre el socialismo, la cual ha adquirido una importancia especial desde la disolución de la Unión Soviética en 1991. Una de las dos posiciones contrapuestas en este debate de siglo y medio de duración puede ser llamada “optimismo cultural” y está asociada con el concepto del Che Guevara del “Nuevo Hombre Socialista”. Los defensores de este punto de vista argumentan que existen condiciones subjetivas conducentes al cambio de gran alcance, y que las personas en general están preparadas para participar en las relaciones socialistas y al mismo tiempo superar las aspiraciones materialistas. Una expresión más extrema de esta posición es la tesis idealista de que la igualdad absoluta es factible a corto plazo. (1) En contraste, los “realistas” hacen énfasis en la lucha para incrementar la producción (más que el cambio cultural) y están a favor de políticas pragmáticas como incentivos materiales y el mantenimiento, al menos a corto plazo, de ciertas prácticas asociadas con el capitalismo con la finalidad de lograr esa meta. Después de casi un siglo de revoluciones socialistas en el mundo, el fracaso de ambos enfoques en sus formas puras sugeriría la necesidad de evitar posiciones dogmáticas y enfocar la discusión en los problemas prácticos que han surgido al igual que los imperativos políticos, los cuales también han resultado ser esenciales. Estos términos del debate servirían como un correctivo a lo que el editor de Science & Society, David Laibman, ha

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llamado “recetas utópicas” y lo que varios otros asociados con la revista describieron como “planes para castillos en el aire” (Laibman, 2002a: 68; 200b: 118; Science & Society, 1992: 8). En verdad, gran parte de la discusión sobre este aspecto se ha basado en las presunciones concernientes a la naturaleza humana y carece de datos empíricos con respecto a la factibilidad de estrategias a largo plazo y los cambios que son propuestos (ver, Laibman, 2002b: 117). Ambas tendencias se expresan en los escritos de Marx. El Marx joven dedicó considerable atención a la alienación personal y veía la lucha política como un medio para superarla en concordancia con la tesis cultural optimista. El Marx más adulto, si bien no abandonó sus inquietudes anteriores, estudió las leyes inmutables de la economía capitalista y concluyó que las contradicciones internas del sistema conducirían inevitablemente a su destrucción y al surgimiento del socialismo. (2) El realismo de Marx se puso también en evidencia en su polémica contra los anarquistas y los socialistas utópicos en la cual los criticó por proponer esquemas grandiosos mientras que no lograron enfrentar la realidad a través de un análisis serio de las fuerzas que están en juego. Imbuido con un compromiso con la indagación científica, Marx escribió poco sobre los detalles específicos de cómo funcionaría el comunismo, ya que como un sistema a futuro lejano, su naturaleza precisa era imposible de prever (Science & Society, 1992, 6-7; Laibman, 1992, 62). El argumento del enfoque “realista” para la construcción socialista se fundamenta en el axioma marxista de que la remuneración de los trabajadores en el socialismo está basada en el principio de “a cada uno de acuerdo con su trabajo”. La fórmula refuerza la presunción de los realistas de que en el socialismo los trabajadores continúan en gran parte motivados por consideraciones materiales. No obstante, tanto Marx como Lenin tenían en cuenta que este arreglo no lograría una ruptura con los valores burgueses e imaginaron que el sistema socialista implementaría medidas para preparar el camino al ideal comunista de “a cada uno según sus necesidades” (Marx, 1966: 10; Lenin, 1973: 115). De manera significativa, en concordancia con su retórica idealista, el Presidente Chávez ha proclamado ocasionalmente que el principio que sirve como guía al sistema socialista en Venezuela es “a cada uno según sus necesidades”, una frase originalmente acuñada para la distribución de la riqueza no en el socialismo sino en el comunismo. La referencia de Chávez al lema es un indicio del contenido optimista cultural de gran parte de

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su discurso. (3) Algunos escritores pro-Chávez que enfatizan las metas culturales del socialismo venezolano, se hacen partidarios de la opinión de que la construcción socialista desde el mismo inicio necesita promover los valores comunistas, tales como la distribución según la necesidad y no a la contribución (como también la eliminación de la división entre el trabajo intelectual y el manual). (4) La tensión entre los realistas, quienes apoyan las políticas en el socialismo que aseguren la viabilidad del sistema, y los optimistas culturales, quienes se enfocan en los valores y los asuntos humanitarios, se ha manifestado repetidamente en diferentes escenarios. Así, en los primeros años de la revolución cubana, la disputa (conocida en Cuba como “el Gran Debate”) sobre los incentivos morales (defendidos por el Ché) y los incentivos materiales (apoyados por Carlos Rafael Rodríguez, del ex–partido comunista pro-Moscú), fue parte de una discusión más extensa dentro del gobierno que incluyó la política económica en general e incluso la política exterior. (5) La presunción de que bajo un estilo de socialismo popular, la población en general, durante un periodo de tiempo relativamente corto, asimilaría completamente los nuevos valores ha resultado ser demasiado optimista en el caso de Cuba. Después de medio siglo de socialismo, estudios sociológicos indican ambivalencias, incertidumbres, y en general, un panorama mixto con respecto a las prioridades materiales del pueblo cubano (particularmente las generaciones después de 1959), una evaluación reforzada por el debate actual relativamente abierto sobre la aplicación de los incentivos materiales (Fernándes, 2003: 360, 370-373; Dore, 2007).

DESAFÍOS PRÁCTICOS E IDEOLÓGICOS EN CUANTO A LA TRANSFORMACIÓN RADICAL EN VENEZUELA Las Cooperativas, los Consejos Comunales y las Empresas Autogestionarias El movimiento liderado por Hugo Chávez en Venezuela es el ejemplo más reciente de un choque entre los dos enfoques, el cual incluye lemas y presunciones con respecto a la factibilidad y ritmo del cambio cultural, pero que no ha logrado analizar formalmente las experiencias concretas y los problemas prácticos que han surgido (Wilpert, 2007: 233). Así,

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a comienzos de 2004, el gobierno inyectó grandes sumas de dinero, provenientes de la ganancia inesperada por ingreso petrolero, para fomentar la creación de más de 100.000 cooperativas de trabajadores, muchas de las cuales estaban formadas por gente pobre con poca experiencia en la economía formal. (6) El presidente Chávez exhortó a los miembros de las cooperativas a descartar el “motivo de ganancia” y a mostrar solidaridad con los compañeros de trabajo y los miembros de las comunidades circundantes (enfoque cultural optimista), como parte de la transformación de la nación hacia un nuevo modelo que él llama “socialismo del siglo veintiuno”. Los resultados, sin embargo, no alcanzaron las expectativas ya que la vasta mayoría de las cooperativas consistían de aproximadamente cinco miembros (el mínimo requerido por la ley), quienes estaban en gran parte relacionados por vínculos familiares. Además, algunos presidentes de cooperativas se robaron el dinero que constituía el capital de arranque o adelantos por contratos recibidos del sector público. Otras cooperativas eran simples fachadas de compañías existentes que buscaban sacar ventaja de los beneficios especiales concedidos por el gobierno, tales como la exención de impuestos y el tratamiento preferencial en la adjudicación de contratos. En verdad, el incumplimiento fue tan generalizado que algunos líderes pro-gobierno, incluso los de corriente izquierdista del movimiento chavista quienes son los primeros defensores de la transformación socio-económica, consideraron toda la experiencia como un fracaso (Ellner, 2008: 139-174). El hecho es, sin embargo, que miles de cooperativas han sobrevivido la prueba del tiempo y realizan trabajo comunitario de manera gratuita (como es su obligación legal), aún cuando algunas de sus prácticas no concuerdan con la visión de una revolución de los valores sostenida por los optimistas culturales (Lucena, 2007). La iniciativa tomada por tan gran número de venezolanos para establecer y manejar cooperativas de trabajadores refleja el entusiasmo de los sectores no privilegiados por el cambio auténtico estimulado por el discurso fogoso y los programas chavistas. Veinte mil consejos comunales fueron creados después de la aprobación de la legislación respectiva en 2006 y eclipsaron en gran parte al movimiento cooperativista. Al igual que las cooperativas, los consejos comunales han generado expectativas y retórica a favor de la cooperación y la solidaridad, que son centrales para el enfoque optimista

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cultural. Ellos encaran problemas similares con respecto a la ineficiencia y el mal uso de los fondos, aunque indudablemente en un grado menor. Los consejos comunales escogen y diseñan proyectos en sus vecindarios por los cuales reciben financiamiento de organismos del Estado a nivel nacional, estadal y municipal. Las asambleas de vecinos toman las decisiones importantes y eligen a los líderes de los consejos comunales, que son todos de igual rango. Como en el caso de las cooperativas, los consejos comunales han engendrado en gran número de venezolanos no privilegiados un sentido de empoderamiento. También facilitan la movilización política, la cual ha sido esencial para la supervivencia del gobierno de Chávez frente a un enemigo con inmensos recursos (Ellner, 2009). El movimiento de Chávez tampoco ha logrado analizar crítica y sistemáticamente las experiencias de la autogestión y la cogestión obrera. El gobierno dio un impulso al sistema a través de la expropiación de varias empresas medianas que habían sido tomadas por los trabajadores en oposición al cierre de las mismas con fines políticos durante el paro petrolero en 2002-2003. Al mismo tiempo Chávez nombró presidente de la compañía estatal de aluminio al veterano líder izquierdista Carlos Lanz, con el propósito explícito de promover la participación de los trabajadores en la toma de decisiones. El año siguiente, sin embargo la tesis de los realistas de que las formas experimentales de gerencia ejecutada por trabajadores no deberían ser aplicadas a sectores estratégicos de la economía, ganó la aceptación general dentro de la burocracia del Estado en ausencia de un debate público. Como resultado, las estructuras de participación de los trabajadores, que habían surgido en lugares como la refinería El Palito durante el cierre de 2002-2003, fueron desmontadas, al mismo tiempo que Lanz fue reemplazado como presidente de ALCASA. Además, las empresas y dependencias del Estado comenzaron a negar a las compañías controladas por trabajadores y a las cooperativas un trato preferencial en la autorización de contractos en concordancia con la estrategia realista. La discusión interna ha pasado por alto el contraste entre los tipos de participación de los trabajadores en las dos principales compañías que el gobierno nacionalizó en 2005: la compañía de papel INVEPAL y la fábrica de válvulas INVEVAL. En la primera, los trabajadores pertenecen a una cooperativa que posee el 49 por ciento de las acciones de la compañía pero mantienen diferencias salariales (estrategia realista) e incluso permite la contratación de mano de obra. En la última, los trabajadores renunciaron a la posesión de

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las acciones y en su lugar establecieron un “consejo de fábrica” en el cual ellos participan en la toma de decisiones; el pago de iguales sueldos a todos los trabajadores está diseñado para evitar las diferenciaciones y las tensiones internas que pudieran entorpecer la democracia obrera (Montilla, 2008). Dado estos resultados contradictorios, parecería urgente una discusión seria y detenida, no sólo por salvar los experimentos de las cooperativas y las empresas manejadas por trabajadores sino para superar las fallas en los programas sociales, tales como los consejos comunales que enfrentan retos similares. La frecuencia de elecciones y referéndums durante la presidencia de Chávez, como también la inminencia de desórdenes promovidos por la oposición han impedido esta tarea. El recién formado Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), está más comprometido con el debate interno que su predecesor el Movimiento Quinta República (MVR). No obstante, el PSUV no ha logrado reflexionar de manera crítica sobre las experiencias de las cooperativas, los consejos comunales y las empresas autogestionarias a pesar de las grandes sumas de dinero que se asignan y la importancia que estas actividades tienen en el discurso Chavista. Una razón de la renuencia de los líderes Chavistas a promover la discusión de estos asuntos ha sido evitar distraerse del esfuerzo que realizan actualmente para mantener la unidad orgánica de su movimiento, la cual lo coloca en una posición de ventaja en relación con los partidos anti-Chavistas agrupados en una alianza frágil. La discusión política formal en Venezuela no ha tenido en cuenta los problemas espinosos cuya superación es esencial para la supervivencia y el éxito de las cooperativas y los consejos comunales, y que tienen implicaciones para el debate entre los “optimistas culturales” y los “realistas.” Un problema es las diferencias salariales. Los miembros de las cooperativas más grandes (tal como el “Núcleo Endógeno Fabricio Ojeda” en Caracas) generalmente recibían iguales salarios sin considerar las destrezas técnicas y profesionales en concordancia con el enfoque optimista cultural. En algunos casos, sólo al final del año, cuando se hacía la distribución de los dividendos entre los miembros de la cooperativa, se tomaba en cuenta el número de días que cada uno de ellos había trabajado. No está claro si este arreglo contribuía al ausentismo laboral y la falta de motivación (Piñeiro Harnecker, 2007: 34).

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El tema de las diferencias salariales para las cooperativas es parte de la gran polémica alrededor de la igualdad social, la cual es una bandera popular Chavista. El no lograr distinguir entre la igualdad relativa (en la cual las diferencias en el ingreso se reducen substancialmente) y la igualdad absoluta (que corresponde al principio marxista de “a cada uno según su necesidad”) contribuye a las reservas de muchos Chavistas de clase media. Específicamente, ellos objetan la retórica de Chávez sobre la necesidad de descartar los valores materiales, como también ciertas prácticas del Estado en las cuales en efecto se libera a la gente pobre de la obligación de pagar por los bienes y servicios, tal como la electricidad. Otro problema tiene que ver con los mecanismos para asegurar que las cooperativas reembolsen los préstamos públicos. Algunas agencias del Estado crearon fondos especiales conocidos como “Fondos de Garantías Recíprocas”, que en efecto eliminaban el requisito de pago de fianzas para las cooperativas (de acuerdo con la estrategia optimista cultural). La agencia de supervisión SUNACOOP ha procedido judicialmente contra varios cientos de cooperativas acusadas de mal uso de los fondos públicos (estrategia realista), pero hasta la fecha no se han tomado medidas ejemplares (Ellner, 2007: 24). Es improbable que ocurran encarcelamiento, confiscación de la propiedad o incluso grandes multas, particularmente en el caso de miembros de cooperativas de bajo ingreso. El problema del mal manejo de la cosa pública ha dividido a los optimistas culturales y los realistas. Los primeros, con su fe en la buena voluntad y la competencia de los sectores no privilegiados, promueven las “contralorías sociales”, que son comités rudimentarios establecidos por iniciativa popular para supervisar las instituciones públicas incluyendo a los consejos comunales (Giordani, 2008: 139). En contraste, los realistas, quienes son defensores del fortalecimiento de las instituciones establecidas, apoyan procedimientos contra los acusados de actuaciones incorrectas. A pesar de estos tipos de asuntos espinosos y áreas problemáticas, tal como el fracaso de decenas de miles de cooperativas, los optimistas culturales y Chávez mismo, han continuado enfatizando la importancia primordial de la igualdad social y la solidaridad. Al mismo tiempo argumentan que estas metas, y no los beneficios materiales personales, deberían ser la principal fuerza motivadora de los miembros de las cooperativas, los consejos comunales y las empresas controladas por trabajadores. Por su parte, el PSUV se

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ha abstenido de participar en el debate sobre estas importantes experiencias. La falta de autocrítica fue evidente en 2006 cuando los consejos comunales desplazaron a las cooperativas en el centro del discurso Chavista y de las prioridades presupuestarias, pero no se ofreció ninguna explicación del cambio. Expresiones Políticas de los Dos Enfoques Los Chavistas de la base han reaccionado ante hechos políticos específicos al articular argumentos a favor de las estrategias optimista cultural y realista. Así, por ejemplo, los optimistas culturales hacen énfasis en el papel de la movilización de las masas en la derrota del breve golpe en abril de 2002 y el paro petrolero en diciembre-enero 2002-2003, con los cuales se intentaba reestablecer el viejo orden. Los dos acontecimientos reforzaron la línea de pensamiento del enfoque optimista cultural pues demostraron un alto nivel de conciencia y compromiso por parte de los partidarios de Chávez. La cadena de eventos en abril de 2002 fue particularmente significativa porque los sectores más pobres fueron los principales protagonistas (junto con los militares) e hicieron caso omiso de la desinformación de los medios en un momento cuando la popularidad de Chávez, entre las clases más privilegiadas, había declinado significativamente (Alí, 2008: 21). Los optimistas culturales llegaron a la conclusión de que las condiciones subjetivas habían alcanzado un alto nivel cuando la gente pobre, que constituía la vasta mayoría de la población, resultó ser el principal agente de cambio. Posteriormente, la importancia simbólica de esos acontecimientos se reflejaron en el eslogan Chavista “todo 11 de abril tiene su 13”, referencia a los días que Chávez fue derrocado y cuando la resistencia masiva condujo a su regreso al poder. El “Movimiento 13 de Abril”, el cual estaba entre una multitud de organizaciones políticas y sociales de las bases Chavistas creadas durante esos años, señalaba al incidente de 2002 como una evidencia de la madurez política de los sectores no privilegiados. El argumento reforzó la demanda de ese movimiento de que los burócratas del Estado respetaran la autonomía de los consejos comunales, muchos de los cuales estaban formados por vecinos de bajo ingreso. El rechazo del Movimiento a las “vanguardias ideológicas” y “vanguardias únicas” reflejaba la actitud de muchos Chavistas de las bases, quienes

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desconfían del papel de los partidos políticos e insisten en que sus demandas lleguen directamente al Presidente Chávez sin ninguna mediación por parte de los líderes partidistas. La acometida anti-burocrática de la posición optimista cultural fue expresada por el escritor y líder del movimiento antes mencionado Roland Denis, quien en su breve desempeño como Viceministro de Planificación chocó con lo que llamó el “viejo Estado.” Denis negó la afirmación de los Chavistas del “ala derecha” de que la interacción entre la base (“poder constituyente”) y los formuladores de las políticas (“poder constituido) en el gobierno de Chávez era “simbiótica” más que inherentemente conflictiva (Denis, 2006a; 2006b). Otro grupo político pro-Chavista radicado en los barrios, los “Tupamaros”, el cual data desde antes de que Chávez llegara al poder, es también “explícitamente anti-institucional” en concordancia con el enfoque optimista cultural (Ciccariello-Maher, 2007: 52-53). Los Tupamaros tomaron la decisión de priorizar el trabajo con los consejos comunales para fortalecerlos y oponerse a la interferencia de los burócratas del Estado (ver Valencia, 2007: 133-137). El pensamiento radical de los optimistas culturales, que defienden la factibilidad de una transformación total del sistema existente en el periodo actual, ha sido articulado más consistentemente por los Troskystas venezolanos, quienes mantienen una presencia importante en la confederación de trabajadores pro-Chavista, la Unión Nacional de Trabajadores (UNT; ver Ellner, 2008: 156-158). Mientras los Chavistas de la base protestan que el Estado a veces restringe la autorización de préstamos y contratos a cooperativas y consejos comunales, los Troskystas van más lejos al atribuir las trabas a un plan preconcebido para entorpecer el establecimiento de las relaciones socialistas. Según este argumento, los “burócratas” en el sector estatal, conjuntamente con los políticos Chavistas inescrupulosos favorecen a grupos empresariales, incluso los asociados anteriormente con los partidos políticos del viejo estatus y acusados de manejos corruptos. (8) En el mismo sentido, los Trotskystas afirman que los burócratas del Estado se han abstenido de cooperar con la empresa autogestionaria INVEVAL (expropiada en 2005) en sus esfuerzos para adquirir componentes básicos, y que la empresa petrolera estatal PDVSA se ha resistido a hacerle compras en detrimento del experimento autogestionario (Woods, 2008: 415). El secretario general del sindicato pro-Trotskysta INVEVAL, Ramón Montilla, declaró que “después de recibir la evasiva de los burócratas del sector público, finalmente

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nos reunimos con el Presidente Chávez, y ahora los planes están en camino para crear una fundición de propiedad del Estado, la cual nos abastecerá de los componentes que necesitamos” (Montilla, 2008). Los Trotskystas concluyen que la lucha de clase necesita ser emprendida dentro del Estado venezolano y del partido gobernante contra un enemigo que se disfraza de revolucionario. Los Trotskystas, los libertarios y otros optimistas culturales asumen que las condiciones subjetivas de la nación son idóneas para la transformación socialista. Son optimistas sobre el potencial ilimitado de los experimentos socialistas, tales como las empresas autogestionarias y las cooperativas, si pudieran contar con condiciones iguales en cuanto a las empresas privadas, que se hacen posibles por el apoyo económico del Estado. El debate sobre la relación del Estado con las cooperativas, las empresas autogestionarias y los consejos comunales es parte de una discusión más amplia acerca de la estrategia política y la velocidad de cambio. Dada la fe en el alto nivel de conciencia de las clases populares, no sorprende que los optimistas culturales defiendan la factibilidad de un ritmo acelerado. Ellos ven la transformación y la lucha como un proceso continuo y hacen un llamado al gobierno “revolucionario” para que asuma el papel principal en dar apoyo total a las cooperativas, las empresas autogestionarias y los consejos comunales, en vez de crear obstáculos burocráticos innecesarios. Mientras los optimistas culturales hacen hincapié en el activismo de las clases populares en oposición al golpe de abril de 2002, los Trotskystas (como también Roland Denis) llegan a la conclusión que, incluso en ausencia de un partido de vanguardia en Venezuela que dirigiera el proceso, las condiciones subjetivas fueron conducentes para la transformación radical (Woods, 2006: 59). Robert Sewell, un Trotskysta británico, quien es un coordinador de la organización de solidaridad internacional “Manos Fuera de Venezuela,” declaró en el Foro Social Mundial realizado en Caracas en enero de 2006: “Los cientos de miles de venezolanos de bajo ingreso que salieron a las calles demostraron un extraordinario nivel de conciencia. Ha llegado la hora que la gente tome las riendas de la economía y la sociedad… Los trabajadores están listos para operar las empresas” (Sewell, 2006). Alan Woods, otro líder Trotskysta y miembro de “Manos Fuera de Venezuela”, quien se ha reunido ocasionalmente con Chávez, argumenta que la conciencia popular era tan elevada en abril de 2002 que “la transformación socialista pacífica” después del golpe

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fue factible puesto que “la oligarquía estaba impotente y no tenía la fuerza para impedirlo.” Woods añade que la decisión del gobierno de no considerar las nacionalizaciones masivas, y su repliegue en varios frentes, preparó el camino para que la oposición se recuperara y organizara la huelga general ocho meses después (Woods, 2008: 405). De declarar que los sectores populares demostraron un alto grado de conciencia política en abril de 2002 a afirmar que los trabajadores en general estaban preparados para manejar las fábricas, es verdaderamente un salto largo. El optimismo de Woods y Sewell sobreestima el papel activo de la clase obrera de Venezuela en la actualidad, el cual ha sido obstaculizado por la prolongada fragmentación de la UNT pro-Chavista. Además, la tesis presentada por Woods y Sewell no aprecia la complejidad de los retos que rodean a las empresas operadas por trabajadores, que va más allá de sus afirmaciones con respecto a las capacidades técnicas y administrativas de estos ya que también abarca los asuntos desafiantes tales como los vínculos comerciales río arriba y abajo. La ausencia del análisis objetivo de las experiencias concretas de la participación de los trabajadores en la toma de decisiones bajo el gobierno de Chávez es una falla particularmente seria, dado que el camino hacia el socialismo en Venezuela es de ensayo y error. La discusión organizada sobre los casos de autogestión obrera enfrentaría asuntos esenciales tales como si priorizar los valores socialistas y los objetivos sociales en contraposición a la producción económica, y si insertar la empresa en la economía de mercado o depender del Estado tanto para la materia prima como para las ventas. La afirmación de que el pobre desempeño de los experimentos socialistas se ha debido al apoyo tibio del Estado ignora el hecho de que el problema original que confrontaron las cooperativas no fue la poca ayuda estatal sino la falta de controles del mismo. La ola de fracasos de las cooperativas enseñó a los gerentes y administradores del Estado a ser precavidos y escépticos. Como resultado, SUNACOOP, PDVSA y otras instituciones del Estado comenzaron a exigir nuevos trámites y papeleo, un requisito que los cooperativistas criticaban frecuentemente como un obstáculo fundamental para el buen funcionamiento de sus agrupaciones. Además, los burócratas del Estado justificaron el otorgamiento de contratos para obras públicas a empresas privadas en lugar de las cooperativas en razón que las primeras, a diferencia de las últimas, tenían suficiente capital, experticia y experiencia como también una reputación que proteger. Dado el fervor

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revolucionario que caracteriza al movimiento Chavista, no sorprende que los argumentos pragmáticos de esta naturaleza formulados por los realistas hayan sido en gran parte limitados a la discusión dentro de la burocracia del Estado, aún cuando muchos Chavistas, particularmente de la clase media, comparten las mismas opiniones. No obstante, los argumentos realistas no han faltado totalmente en la discusión pública. El

escritor alemán

residenciado

en Méjico,

Heinz Dieterich,

aplicó

sistemáticamente posiciones realistas al caso venezolano y era citado frecuentemente por los Chavistas (aunque más recientemente ha asumido una posición hostil al gobierno de Chávez). Al igual que otros realistas que escribieron acerca de otros países socialistas en el pasado, Dieterich defendió la aplicación de la “ley de valor” a los precios en Venezuela, por tanto se opone al principio de “a cada uno según su necesidad” defendido por los optimistas culturales (tal como Ché Guevara). Además, Dieterich argumentó que las condiciones desfavorables nacionales e internacionales, tal como la dependencia de Venezuela de la producción petrolera y la fuerza aun preponderante de los defensores del viejo sistema como la Iglesia y el sector empresarial, imposibilitan la revolución socialista en la etapa actual. Dieterich aseveró que aunque el Estado venezolano no está en posición de abandonar la economía de mercado, puede favorecer la pequeña empresa y las formas experimentales de producción para facilitar la transición en dirección contraria al capitalismo. Sin embargo, en la sociedad democrática de Venezuela, el socialismo no puede ser impuesto desde arriba. Dieterich insistió en que el gobierno de Chávez esté abierto a la crítica y que instituciones tales como la Asamblea Nacional hagan valer su independencia con relación al poder ejecutivo (Dieterich, 2006; New York Times, 6 de diciembre de 2007, p. A3). En consonancia con su recomendación para Venezuela, Dieterich defiendió las medidas más pragmáticas tomadas por Raúl Castro para incrementar la productividad en Cuba, mientras que cuestiona la posición de Fidel y el exministro del exterior Felipe Pérez Roque que, según el escritor alemán, daba prioridad a “la ética revolucionaria” y “la disciplina revolucionaria.” De acuerdo con Dieterich, Fidel y Pérez Roque pasaron por alto el dictamen de Lenin que “una clase dirigente, no puede desvincularase de su capacidad de resolver ‘la tarea de producción’”. Dieterich además argumentó que “el intento de vacunar a los jóvenes ideológicamente contra los elementos de ese patrón de vida que ellos

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consideran justos y necesarios” no es factible y conducirá solamente al derrocamiento del socialismo cubano (Dieterich, 2007b: 161-163). Los temas de la eficiencia y la productividad planteados por Dieterich en su análisis de Cuba están en el centro de las diferencias entre los enfoques optimista cultural y realista en Venezuela. El empeño de Alan Woods en demostrar el “revisionismo” de Dieterich sin ofrecer datos concretos y empíricos sobre los experimentos socialistas llevados a cabo en Venezuela (como las cooperativas), solamente obstaculiza la discusión relacionada a la viabilidad del modelo venezolano (Woods, 2008). La tesis realista sobre la necesidad de controles efectivos por parte del Estado y la posición optimista cultural

referente a los intereses y el conflicto de clase que se

manifiestan dentro de la esfera estatal (tajantemente defendida por los Trotskystas) no son necesariamente excluyentes. Ambas son reacciones a los problemas reales que han surgido en la Venezuela revolucionaria. Por una parte, muchas gobernaciones y alcaldías dirigidas por Chavistas han favorecido con contratos de manera persistente a grupos de empresarios influyentes, práctica que puede conducir a la corrupción que es un problema ampliamente percibido. Por la otra, el incumplimiento por parte del gobierno de su promesa en 2006 de publicar las cifras definitivas sobre el número de cooperativas que operan en la nación (Piñeiro, 2009) es una manifestación de la limitada vigilancia del Estado de las nuevas instancias de toma de decisión popular. No hay ninguna razón por la cual no puedan asumirse simultáneamente ciertos aspectos de las estrategias cultural optimista y realista para tratar estos problemas. La estrategia optimista cultural buscaría cortar las estrechas relaciones entre los funcionarios Chavistas elegidos y los grupos económicos establecidos y más bien favorecería las formas experimentales de producción como un paso hacia la “democratización de capital” y la construcción del socialismo. Al mismo tiempo, la estrategia realista institucionalizaría los procedimientos de rendición de cuentas de los programas financiados por el Estado, aún cuando tal política corre el riesgo de agobiar con papeleo a los destinatarios y desanimar a los miembros de bajo ingreso de realizar solicitudes. En un ejemplo de una posible combinación de las dos estrategias, las contralorías del Estado a nivel nacional, estadal y municipal orientarían y trabajarían estrechamente con las “contralorías sociales”, las cuales son iniciativas populares diseñadas para supervisar el gasto público (en concordancia con la

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estrategia optimista cultural). Estos vínculos promoverían la institucionalización de los programas experimentales tales como las cooperativas, los consejos comunales y las empresas autogestionarias, en concordancia con la estrategia realista. IMPERATIVOS POLÍTICOS Hay razones históricas convincentes para no desestimar la tesis optimista cultural por inviable o quijotesca, particularmente en momentos cuando las revoluciones están siendo sometidas a una mayor agresión. Las revoluciones socialistas, junto con otras a través de la historia, han enfrentado de manera invariable adversarios agresivos y despiadados, quienes están dispuestos a usar cualquier medio para lograr el objetivo de restaurar el viejo orden. Frente a retos formidables, es una condición sine qua non para la supervivencia de la revolución el apoyo activo y consistente de las clases populares. Solamente las banderas de los optimistas culturales de la solidaridad, la justicia social e igualdad, y las acciones concretas que favorezcan el logro de estas metas pueden despertar el compromiso necesario de los sectores no privilegiados; los incentivos materiales defendidos por los realistas apuntan en la dirección contraria. Así, por ejemplo, frente a una inminente invasión alemana con la posible complicidad de otras naciones capitalistas avanzadas, la Unión Soviética apeló a la gente para que hicieran sacrificios extremos con la finalidad de construir una economía de base industrial, y priorizó incentivos morales sobre los materiales en la forma del movimiento Stakhanovite. La revolución cubana en los años 60 que encaró una invasión y acciones terroristas apoyadas por Estados Unidos también utilizó en gran parte los incentivos morales, y culminó con el llamado al trabajo voluntario para cumplir la meta de producción de diez millones de toneladas de azúcar en 1970. El gobierno cubano de esa década alzó la bandera de la solidaridad internacional y la puso en práctica de manera consistente a un grado no igualado por la Unión Soviética en los años treinta, y lo ha continuado haciendo hasta la actualidad. (9) En el caso de Venezuela, la supervivencia del gobierno de Chávez ha dependido de su habilidad para movilizar sus seguidores en un grado sin precedente en la historia moderna del país. Este logro político se ha hecho posible en gran parte por la preferencia del

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Presidente Chávez por la retórica optimista cultural apuntalada por acciones concretas, tales como políticas de distribución de la riqueza. En Venezuela, como en todas partes, los realistas con su énfasis en los incentivos materiales y los esfuerzos para conquistar (o por lo menos neutralizar) la clase media a través del reconocimiento de la importancia de las aptitudes profesionales – una estrategia que implícitamente acepta la desigualdad social – son menos capaces de garantizar el apoyo activo y continuo de los sectores populares que los optimistas culturales. La explicación en cuanto a por qué la revolución cubana sobrevivió mientras que la Unión Soviética colapsó puede estar en parte basada en factores subjetivos influenciados por las estrategias optimistas culturales. Por décadas, el gobierno cubano tuvo más éxito al emplear el discurso optimista cultural que contribuyó en un grado de entusiasmo relativamente alto y fervor revolucionario entre el pueblo cubano, el cual estuvo ausente de manera notable en el caso soviético y en el resto del bloque de Europa Oriental. Así, por ejemplo, la solidaridad de los “internacionalistas” cubanos quienes viajaban a otros países para participar en diversas misiones que iban desde la actividad guerrillera (en los años 1960) hasta el servicio médico no tuvo equivalente en la Unión Soviética durante el mismo periodo. Los críticos de izquierda del gobierno cubano, quienes acusaban a los fidelistas de “ultra-izquierdismo” y voluntarismo (ambos asociados con la estrategia optimista cultural), no tomaron en cuenta esta dinámica esencial para la supervivencia política de la revolución. También tienen que ser entendidos en este contexto el discurso de Chávez basado en el enfoque optimista cultural y su enardecida retórica (que incluye ataques personales contra otros jefes de Estado), pues han desempeñado un papel importante en mantener una alta capacidad de movilización,. UNA REFORMULACIÓN DEL DEBATE SOBRE LA CONSTRUCCIÓN DEL SOCIALISMO Tanto los optimistas culturales como los realistas hacen presunciones con respecto al grado hasta el cual en una sociedad revolucionaria, la gente está dispuesta a descartar las aspiraciones materiales individuales con el fin de contribuir a la construcción socialista y a la sociedad en general. Sin embargo, es necesario hacer una distinción entre los sacrificios

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para enfrentar una amenaza inmediata representada por un enemigo bien definido (tal como en el caso de la Unión Soviética en los años 1930) y los llamados continuos que han hecho los jefes de Estados socialistas relativamente seguros en el poder durante un mayor periodo de tiempo. El énfasis de los optimistas culturales sobre la solidaridad y otros valores socialistas, junto con su rechazo a los incentivos materiales, ha resultado más efectivo en el primer tipo de situación crítica que en el último. Una diferencia subyacente entre la posición realista y la optimista cultural concierne a la capacidad productiva de los sistemas capitalistas y socialistas. La afirmación hecha por los realistas de la superioridad incuestionable del socialismo en este frente recuerda la famosa afirmación hecha por Nikita Khrushchev de que la Unión Soviética eventualmente “sepultaría a los Estados Unidos” en la batalla de la producción. Sin embargo, posteriormente, los países capitalistas superaron completamente a los socialistas en el desarrollo tecnológico, siendo uno de sus logros más impresionantes el área de la computación, en la cual aventajó notoriamente a las naciones socialistas. Los realistas atribuirían el decepcionante desempeño del socialismo a la insuficiente aplicación de los incentivos materiales. En contraste, algunos optimistas culturales ponen en duda la importancia prioritaria de la producción y propician un cambio en los términos del debate para enfocarse en la transformación cultural, los asuntos ecológicos y la humanización de las condiciones de trabajo (Britto Garcia, 2009). En un ejemplo especialmente significante de las prioridades de los optimistas culturales, el Presidente Chávez incluyó en un artículo que hubiera reducido la jornada semanal de 44 a 36 horas, a pesar de la condición de Venezuela como país en desarrollo. La medida, que fue rechazada en un referéndum realizado en diciembre de 2007, era, en sus palabras, diseñada para “organizar los mecanismos para la mejor utilización del tiempo libre en beneficio de la educación, formación integral, desarrollo humano, físico, espiritual, moral, cultural y técnico de los trabajadores y trabajadoras” (Chávez, 2008: 85). Los realistas están más propensos que los optimistas culturales a hacer frente a los duros hechos referentes a los desafíos y obstáculos especiales que los gobiernos socialistas enfrentan en el esfuerzo por incrementar la producción. El socialismo, a diferencia del capitalismo, no tiene el látigo de la pobreza para estimular la productividad y la disciplina

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del trabajador. La estabilidad laboral absoluta que los países socialistas otorgan a los trabajadores en cierta forma agrava el problema. Mientras en teoría esta modalidad significa que los trabajadores disfrutan de la estabilidad laboral, excepto en casos de incumplimiento grave de la disciplina laboral, en la práctica son despedidos solamente en circunstancias muy extremas. La estabilidad absoluta en algunos casos ha conducido al ausentismo y bajos niveles de productividad. (10) Sin embargo, si las naciones socialistas reproducen la inestabilidad laboral que prevalece bajo el capitalismo, estarían negando una de las banderas mas sagradas del socialismo. Se necesita establecer mecanismos alternativos para definir y hacer cumplir los niveles requeridos de productividad, un imperativo que los realistas enfatizan y que los incentivos materiales pueden satisfacer mejor. De manera ideal, los incentivos materiales crearían disparidades en el ingreso suficientemente grande para influenciar de forma significativa la motivación del trabajador, pero no al extremo de fomentar la diferenciación social. Los realistas también defienden la propiedad privada en el socialismo. Sin embargo se necesita hacer una distinción entre las pequeñas y medianas empresas y las grandes. En Venezuela (como en otros países en transición al socialismo), la oposición acusa falsamente al gobierno de Chávez de intentar abolir la propiedad de los pequeños empresarios, aseveración personificada en una propaganda televisiva por un carnicero que teme la confiscación de su modesto negocio. En muchos países socialistas, los realistas han afirmado que los pequeños empresarios pueden ser tolerados e incluso apoyados bajo el socialismo, al mismo tiempo que proponen una ampliación de los derechos de la propiedad privada, tales como las casas familiares (la fuente de un debate actual en Cuba). Un Estado socialista necesitaría utilizar mecanismos de impuestos, vigilar cuidadosamente y ejercer control sobre la mediana empresa, de manera que no pueda aprovecharse de su poder económico para influir en la política (Dieterich, 2007b: 166-167). En contraste, el socialismo, por definición, elimina las grandes propiedades privadas excepto en áreas bien definidas por periodos de tiempo limitados (contrario a lo que ha pasado en la China y a lo que se conoce como socialismo “estilo escandinavo”). A diferencia de lo que sostienen los defensores del modelo escandinavo, los incentivos materiales bajo el socialismo no conducen necesariamente a empresas capitalistas en gran

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escala, las cuales son básicamente incompatibles con el sistema socialista (ver Moses, Geyer y Ingebristen, 2000: 1-6). La estimulación de la producción para satisfacer la demanda del consumidor (una prioridad del enfoque realista) y la promoción del debate sano dentro del movimiento revolucionario para analizar los errores – dos temas centrales de este artículo – se harán cada vez más factibles a medida que el enemigo se debilita política y económicamente y los revolucionarios en el poder puedan elegir entre una gama más amplia de opciones. Ciertamente, en el caso de Venezuela, la pérdida de fuerza de los grupos pro-sistema en los años 80 y 90 hizo posible el camino democrático pacífico hacia el cambio radical que ha ocurrido bajo el gobierno de Chávez. A principios de los años 80, la burguesía venezolana se fragmentó de manera crítica y llegó a estar mas subordinada que nunca a los intereses económicos extranjeros que se apoderaron de sectores enteros de la economía tanto en las esferas públicas como privadas, una situación que fue agravada por la crisis financiera de la nación en 1993-1999 (Ortíz, 2004: 76-85). Además, todos los partidos políticos pro-establishment, incluso los de centro-izquierda, los cuales sin excepción aceptaron el neoliberalismo en los años 1990, se desacreditaron en gran parte (Ellner, 2008: 105-106). Este debilitamiento combinado con el descenso de la influencia de Estados Unidos bajo la administración de George W. Bush ha hecho posible los éxitos políticos de Chávez. No obstante, la amenaza del regreso de la oposición al poder con el apoyo de los Estados Unidos, la cual es todavía una posibilidad muy real, ha presionado a los líderes Chavistas a levantar la bandera de la unidad y no profundizar el debate ideológico entre los realistas y los optimistas culturales. Poderosos argumentos refuerzan tanto la tesis realista como la optimista cultural. Por una parte, la promoción de los valores del socialismo, como aclaró Marx, no puede ser relegada a la etapa futura muy distante del “comunismo”, ni ser limitada a campañas educativas, sino incorporada en las relaciones de producción desde el primer momento (estrategia optimista cultural). Por otra parte, los Marxistas han reconocido por mucho tiempo que las diferencias y tensiones sociales persisten bajo el socialismo, premisa básica de los realistas (como también de muchos optimistas culturales). Además, la experiencia muestra que el utopianismo, o la sobrestimación del nivel de conciencia de la clase trabajadora y la población en general, puede producir deformaciones, tal como la

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intolerancia hacia aquellos que se resisten al cambio y a la represión sistemática (Laibman, 1992: 66). Consideraciones finales Este artículo ha señalado diversos factores que influyen en el ritmo de la construcción socialista, tales como los imperativos políticos, la fuerza relativa del enemigo, los niveles de conciencia y disciplina de la clase trabajadora y el proceso de institucionalización. Lo más importante es que la etapa inicial de la revolución requiere el aprovechamiento de la energía de los sectores populares a través de la constante movilización política y otras formas de activismo político. El gobierno revolucionario puede hacer mejor su llamado mediante la formulación de eslóganes y políticas igualitarias que hagan énfasis en la solidaridad en concordancia con la estrategia optimista cultural. El proceso subsecuente de consolidación pone mayor énfasis en la producción, que al menos por cierto periodo de tiempo es favorecida por un incremento en el peso de los incentivos materiales (enfoque realista). Pero en ningún momento las dos estrategias son contradictorias, o representan una proposición de “una u otra” (Laibman, 1992: 66). Esta complejidad argumenta contra posiciones dogmáticas o extremas que se asocian con las estrategias optimista cultural y realista y a favor de una combinación de las dos. Un ejemplo en Venezuela de esta síntesis es la propuesta a que se hizo referencia anteriormente, en la cual la institución de la contraloría estatal trabaja en conjunto con la “contraloría social” de creación popular comunitaria (o del partido) con el fin de garantizar contra el mal o ineficiente uso del dinero público y supervisar el gasto de los respectivos consejos comunales. El argumento en favor de una síntesis de las dos posiciones también implica la necesidad de tomar en cuenta la diversidad social en el proceso de transición socialista. Por ejemplo, un gran número de los miembros de la clase media tiene una actitud ambivalente hacia los cambios que están ocurriendo en Venezuela y para poder ganarlos sus aspiraciones tienen que ser reconciliadas con las banderas de la igualdad y la justicia social (la estrategia optimista cultural) que tienen resonancia entre los mas pobres de la población. Además, las diferencias en sueldos y los incentivos materiales (la estrategia realista) no solamente atraen a muchos de los sectores medios sino que pueden estimular la capacidad

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productiva de la clase obrera. Así que la proposición de diferencias en sueldos de acuerdo con rendimiento no debe ser rechazada de plano o considerada tabú, aún cuando la disparidad enorme en los ingresos actualmente evidente en la China contradice la esencia del socialismo. Gran parte de la discusión sobre la construcción socialista en Venezuela está influenciada por presunciones optimistas culturales sobre la buena disposición de la gente para aceptar los ideales de la sociedad en construcción y participar con entusiasmo en la toma de decisiones a nivel local y en el lugar de trabajo. La evaluación de las condiciones existentes por parte de los optimistas culturales en Venezuela no se ha puesto a prueba en la forma de un examen empírico sistemático. Un ejemplo de un problema concreto espinoso que requiere soluciones prácticas, y representa un reto para los optimistas culturales, es cómo el Estado puede manejar de manera efectiva las cooperativas y los consejos comunales ineficientes con el propósito de fomentar mayor disciplina sin desestimular la continua participación de sus miembros. Los académicos, los activistas políticos y los Chavistas de base necesitan observar cuidadosamente las limitaciones, obstáculos y progresos de las experiencias venezolanas en la democracia directa y las relaciones experimentales de la toma de decisiones de los trabajadores. Lo más importante es su impacto, no tanto en los escépticos y enemigos del socialismo, sino en aquellos que apoyan el proceso. Un socialismo verdaderamente democrático establecería mecanismos para asegurar que las evaluaciones y críticas de estas experiencias se traduzcan en políticas diseñadas para corregir las fallas. Este artículo ha sugerido que los retos que enfrenta Venezuela en la construcción del socialismo están lejos de ser únicos. A pesar de la extensa variedad de hechos ocurridos desde 1917, se ha centrado insuficiente análisis en los detalles y aspectos prácticos de las relaciones socialistas tales como la eficiencia y la disciplina en el lugar de trabajo y la motivación de los trabajadores, mientras que en las evaluaciones de las condiciones subjetivas, se ha dado mayor peso a las presunciones y los dogmas que a la evidencia concreta. NOTAS A PIE DE PÁGINA * Este artículo fue traducido por la Profesora Giomar Salas de la Universidad de Oriente-Núcleo Anzoátegui con la ayuda de Eligio Damas.

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1. El término “posición optimista cultural” empleado en este artículo tiene una connotación dual: se refiere al énfasis en la transformación de los valores, en vez de la transformación material, como también la evaluación optimista de las condiciones revolucionarias. Una expresión particularmente radical de la posición optimista cultural en Venezuela considera los cambios estructurales de inspiración socialista como factible en el futuro inmediato. 2. Louis Althuser (1979: 49-86) argumenta que el escrito del “joven” Marx (el cual está asociado con lo que este artículo llama la posición “optimista cultural”, se distingue de manera total del Marxismo que está fundamentado en el análisis científico. 3. Un ejemplo del argumento a favor de “a cada uno según su necesidad” es la posición de que los bienes y servicios que satisfacen las necesidades básicas tales como la salud, la educación y la vivienda no deberían estar sujetos a las condiciones del mercado y más bien deberían ser excepcionalmente baratos, si no gratuitos. Este asunto se manifiesta en la Venezuela de Chávez donde las asignaciones del Estado en salud, educación y transporte, entre otros sectores, han disminuido sustancialmente los precios o los han eliminado completamente. La crítica por parte de muchos Chavistas de clase media a la gratuidad de de ciertos bienes y servicios gratuitos provistos por el Estado (o sus precios virtualmente gratuitos), demuestra que el principio marxista de “a cada uno según la necesidad” está lejos de ser un asunto abstracto. 4. Michael Lebowitz, por ejemplo, hace énfasis en la importancia de la solidaridad en la economía de Venezuela, la cual está apuntalada por la Constitución Chavista de 1999. Lebowitz argumenta que Marx consideraba como un mal necesario (o una desviación o “defecto”) la noción de “a cada uno según su trabajo” y por lo tanto se oponía a su retención a largo plazo bajo en el socialismo (Lebowitz, 2007: 484, 489; 2006: 106). Para otro estudio que enfatiza los valores socialistas (en concordancia con la línea de pensamiento optimista cultural) como se aplicó al movimiento cooperativista venezolano, ver Piñeiro (2009).

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5. Los líderes de los Partidos Comunistas pro-soviéticos en toda Latinoamérica se pusieron al lado de las políticas de Rodríguez, como hicieron los economistas marxistas Charles Bettelheim y Edward Boorstein (1968: 253-254, 260). El debate ha sido retomado por el marxista alemán Heinz Dieterich (2007a), quien llama a las políticas del Che demasiado idealistas, y Helen Yaffe (2009), quien suministra un análisis favorable. 6. Antes de 2000 había solamente 2.500 cooperativas registradas en Venezuela. Para 2006, de las 100.000 cooperativas no agrícolas, 52 por ciento estaba en el sector de servicios, seguido por producción (32 por ciento) y transporte (10 por ciento) (Lucena, 2007: 73, 290). 7. Tres grupos trotskystas gozan de un grado de influencia en el movimiento obrero venezolano: la Corriente Marxista Revolucionaria (CMR), la cual está afiliada con la Tendencia Marxista Internacional basada en la Gran Bretaña (liderada por Alan Woods); la Marea Socialista; y la Corriente Clasista, Unitaria, Revolucionaria y Autónoma (C-CURA), la cual está encabezada por el veterano sindicalista Orlando Chirino y es altamente crítica del gobierno de Chávez. La CMR y la Marea Socialista, a diferencia de la C-CURA, siguen una estrategia de trabajar dentro del partido Chavista, el PSUV. 8. Algunos funcionarios Chavistas a nivel del gobierno municipal han expresado en privado el temor de que las formas experimentales de toma de decisiones, tales como el movimiento de los consejos comunales, puedan socavar su posición de autoridad (Ellner, 2009). 9. Mientras que los Soviéticos y los Cubanos enfatizaban los incentivos morales frente a enemigos despiadados durante estos primeros años críticos, ellos se abstuvieron de poner en práctica el esquema más ambicioso del control obrero, y por esta razón algunos “optimistas culturales” se refieren al sistema predominante en la Unión Soviética como “capitalismo de Estado” (Resnick y Wolf, 2002: 237-280). 10. Este problema se manifiesta cuando a los trabajadores que reciben la estabilidad laboral absoluta no se les da incentivos para lograr un alto rendimiento en el trabajo. Por muchos

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años en Venezuela, por ejemplo, los profesores universitarios que recibieron “tenure” (la estabilidad laboral) tendían a mantener niveles más bajos de rendimiento. El “Programa de la Promoción del Investigador” (PPI) iniciado en 1990, el cual vinculaba el pago de bonos a la productividad en el área de la investigación, fue diseñado para corregir este problema. REFERENCIAS Ali, Tariq. 2008. Pirates of the Caribbean: Axis of Hope. London: Verso. Althusser, Louis. 1979 [1965]. For Marx. London: Verso. Boorstein, Edward, 1968. The Economic Transformation of Cuba New York: Monthly Review Press. Chávez, Hugo. 2007. Ahora la batalla es por el sí. Caracas: Ministerio de la Cultura. Ciccariello-Maher, Geroge. 2007. “Dual Power in the Venezuelan Revolution.” Monthly Review 59, no. 4 (septiembre): 42-56. Denis, Roland. 2006a. “Cuatro retos básicos del PNA-M13A: Proceso-rebelión-revolución (el problema de la transición” (15 de marzo). http://corrientepraxis.org.ar/spip.php?article275&var_recherche=ideas _________. 2006b. “Venezuela: The Popular Movements and the Government.” International Socialist Review 110 (Primavera): 29–35. Dieterich, Heinz. . 2006. “Weighty Alternatives for Latin America: Discussion with Heinz Dieterich” MR Zine [Monthly Review en línea] (2 de julio). http://mrzine.monthlyreview.org/schiefer070206.html. _________. 2007a. Hugo Chávez y el socialismo del siglo XXI (segunda edición). Barquisimeto, Venezuela: Horizonte.

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