PREGÓN XX ANIVERSARIO

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PREGÓN DEL XXV ANIVERSARIO DE LA

HERMANDAD DEL COSTALERO (1980-2005)

Guadalcanal, 2 de Octubre de 2005 ENRIQUE GÓMEZ-ÁLVAREZ SALINAS

Presentación:

D. FRANCISCO ORTIZ RODRÍGUEZ



D. FRANCISCO ORTIZ RODRÍGUEZ

Padre Eduardo, Autoridades, Hermano Mayor y Junta de Gobierno del la Hermandad del Costalero, Hermanos Mayores y Juntas de Gobierno de Hermandades y Cofradías, Hermanos de la Hermandad, Cofrades de Guadalcanal, Señoras y Señores. A nuestro Párroco y Director Espiritual Padre Don Eduardo Torres Márquez, una vez más: nuestra solidaridad, respeto y cariño. Gracias por el alto honor que me has concedido para ejercer el Ministerio Extraordinario de la Comunión.

Pregón del XXV aniversario de la Hermandad del Costalero. Guadalcanal

PRESENTACIÓN DEL PREGONERO DEL XXV ANIVERSARIO DE LA HERMANDAD DEL COSTALERO.

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PRESENTACIÓN

Que nuestro Cristo de la Humildad y Paciencia y Nuestra María Santísima de la Paz te ilumine siempre en tu labor Pastoral y entrega hacia todos los demás.

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Mi felicitación a todos los que este año cumplimos las bodas de plata juntos con la Hermandad y también a las cuadrillas de Costaleros de la Amargura y de la Soledad y a la Asociación Musical Nuestra Señora de Guaditoca.

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Hermanos de la Hermandad, mañana día tres de Octubre de dos mil cinco se cumple el veinticinco aniversario de nuestra Hermandad. Enorme es nuestra alegría por todos los acontecimientos vividos a lo largo de estos veinticinco años. Alegría la de aquel tres de octubre de mil novecientos ochenta, fecha de la fundación de nuestra Hermandad. Alegría cuando recibíamos de la Hermandad de las Tres Horas, al que iba a ser nuestro Titular, el Cristo de la Humildad y Paciencia “Sentado en la Peña”. Alegría cuando hacíamos la primera Estación de Penitencia aquel Miércoles Santo de mil novecientos ochenta y uno.


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Alegría cuando el veintiuno de febrero de mil novecientos ochenta y dos recibíamos a esa Joven alta, guapa, morena, de cara pálida, de ojos grandes y mirada tierna a la que llamaríamos María Santísima de la Paz, para convertirla en Madre, Luz y Guía del costalero de Guadalcanal.

Y alegría cuando hemos ido celebrando todos los quintos aniversarios, principalmente el décimo con aquella Procesión extraordinaria y con el acto sublime del Pregón a cargo de nuestro hermano Plácido de la Hera Pérez. Alegría en el veinte aniversario en el que tuve el gran honor de pronunciaros el Pregón conmemorativo. Y alegría hoy domingo, dos de octubre del año dos mil cinco, que después de celebrar el Triduo y Función Principal de Instituto nos disponemos a escuchar a nuestro Pregonero el Pregón conmemorativo del veinticinco aniversario. Y como dije aquel día, vuelvo a repetir hoy:

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Alegría cuando fue llevada por las cuadrillas de costaleros de Guadalcanal y cuando se fundó su propia cuadrilla.

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PRESENTACIÓN

“El costalero de Guadalcanal cambia el azahar de la primavera por el nardo del otoño para recibir a su Pregonero en el XXV Aniversario”.

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¿Qué os dice el apellido Gómez-Álvarez?. ¿Y si le añadimos: Alejandre, Soriano o Salinas y anteponemos el nombre de Enrique?. Nos encontraríamos con tres generaciones:

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-La primera, la del abuelo, Enrique Gómez-Álvarez Alejandre; aquel hombre que inició a esta familia en el mundo cofrade; uno de los grandes artífices de la Semana Santa de Guadalcanal, especialmente en la traída del Cristo de las Aguas, para la Hermandad de las Tres Horas. Hermandad que ha marcado las dos generaciones siguientes. -A la segunda, a su hijo Enrique Gómez-Álvarez Soriano, al que desde aquí quiero expresar mi pequeño homenaje. Tanto podía hablar de él que nos llevaría varias horas para expresar lo mucho y bien que hizo por Guadalcanal. Personalmente era mi amigo, me aconsejó mucho y grandes fueron nuestras charlas. Y para la Hermandad de los Costaleros fue uno de sus grandes artífices. ¡Qué buenas noches pasamos todos aquellos Miércoles Santos cuando, después de recogerse la Procesión, hablábamos de los nuevos


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proyectos, sabiendo dar el toque preciso y oportuno para engrandecer aún más nuestra Hermandad!. Recuerdo siempre nuestras charlas: Guadalcanal siempre. Siempre lo primero: Guadalcanal.

Aquel veinticuatro de febrero de mil novecientos sesenta y dos, en la calle San Sebastián número 2, calle del barrio de la Orquídea de San Sebastián, hubo una gran alegría: nació el primogénito del matrimonio Gómez-Álvarez Salinas. Purificación, su madre (¡qué nombre más hermoso para una madre!), ha estado y está entregada siempre a sus hijos. Tuvisteis gran dicha, como mi madre a mí, de enseñarle el Bendito a vuestro hijo y educarlo en la Fe cristiana. Estoy seguro de que su Pregón de hoy, además de estar dedicado a su mujer e hijos, también lo será para su madre, a la que compara siempre a la Madre de Jesús. Y hoy Guadalcanal le agradece el habernos dado uno de los mayores cofrades del nuestra Semana Santa. Enrique, como cualquier niño, jugaba en el Palacio o en la Plaza y cuando se aproximaba la Semana Santa acudía a la Parroquia para ver los

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-Inculcó al que hoy va a ser nuestro Pregonero, su hijo, el de la tercera generación de la familia, Enrique Gómez-Álvarez Salinas, el cariño y el amor a su pueblo, a sus gentes y a su Semana Santa.

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pasos colocados y especialmente a la iglesia de la Concepción para contemplar al Cristo de su abuelo (porque para él era el de su abuelo), al Peña y a la Azucena del barrio de la Concepción, la Virgen de los Dolores.

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Pero el tres de octubre de mil novecientos ochenta a Enrique le esperaba una nueva Hermandad: Cristo de la Humildad y Paciencia “Sentado en la Peña”. Él iba a ser su capataz. Durante diez años manejó el martillo y, como decíamos entre las cuadrillas de costaleros, fundó escuela. Además, creo que le falta muy poco para cumplir otras bodas de plata bajo las trabajaderas de su Cristo de las Aguas. A lo largo de todos estos años y como buen estudiante, hizo su bachillerato y entre los años mil novecientos setenta y nueve y mil novecientos ochenta y cinco estudió la carrera de Medicina, se especializó en la rama de Psiquiatría en Huelva en el año mil novecientos noventa y cinco, si bien estuvo trabajando ya en ella desde mil novecientos noventa y dos. Y en estos años conoció a la que iba a ser su esposa y madre de sus hijos: Laura. Se casó en un gran barrio de Sevilla, muy cerquita de la calle Feria, en el barrio sevillano de San Juan de la Palma, ante la Virgen de la Amargura, ¡qué casualidad: a menos de


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diez metros de donde fue restaurado nuestro Cristo y donde la gubia de Matilde García esculpió la Imagen de María Santísima de la Paz!. ¡Nadie mejor que ella para saber cómo has escrito tu Pregón!. La belleza, simpatía y gracia de tu esposa y vuestro cariño se palpa en esos dos hijos que Dios os ha dado y que estoy seguro que serán la cuarta generación de una familia entregada al servicio de los demás.

Pero en la vida de nuestro Pregonero hay más Hermandades. Es hermano de todas las Hermandades de Guadalcanal, incluida la que es Pastora, Reina, Madre y Patrona, la Virgen de Guaditoca, a la que esperamos todos con gran ansia ver coronada canónicamente. Y es hermano de las Hermandades de la Amargura y del Silencio de Sevilla. Hermanos de los Costaleros: además Enrique es amigo de todos. Así es nuestro Pregonero del “XXV Aniversario”, así es nuestro Pregonero de hoy, un Pregonero de lujo. Aquí tienes, Enrique, a todos tus costaleros, a tu esposa e hijos, a tu madre, a tus hermanos, a toda tu

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Enrique y Manuel, no os tengo que preguntar ¿de qué Hermandad sois?, por supuesto, de los Blancos, pero, además, también seréis del Costalero.

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PRESENTACIÓN

familia, al pueblo de Guadalcanal. Y en el Cielo al que fue nuestro Pregonero de la Semana Santa, tu padre, ¡impaciente!, ¡muy impaciente!, palabra que repitió tantas veces a los Costaleros y a tus abuelos. Todos con el corazón abierto para oírte, y yo, tu humilde presentador pido que esa Puerta Gloriosa de Santa María de la Asunción se abra de par en par para alegría y gloria: para ti, para los tuyos y para todo el pueblo de Guadalcanal.

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Y para terminar sólo diré que:

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Porque así lo quiso Dios es guadalcanalense y costalero, hijo de Pregonero, hermano de la Patrona, de la Azucena de la Concepción, de la Azahar del Viernes Santo, de la Flor del Almendro del Domingo de Ramos, de la Rosa del Jueves Santo, de la Lirio del Miércoles Santo, además vecino de la Orquídea de San Sebastián, tiene alma de trovador, y médico de profesión. ¡Así es nuestro Pregonero! FRANCISCO ORTIZ RODRÍGUEZ 2 de Octubre de 2005


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HERMANDAD DEL COSTALERO (1980-2005)

Guadalcanal, 2 de Octubre de 2005 ENRIQUE GÓMEZ-ÁLVAREZ SALINAS


PRÓLOGO

Quiero, en primer lugar, agradecer a Paco las hermosas y sentidas palabras que me ha dirigido en la presentación de este pregón y que me parecen del todo inmerecidas.

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También quiero, antes de iniciar, recordar a nuestros paisanos, romeros, que tuvieron la desgracia de caer enfermos el pasado sábado y no pueden hoy acompañarnos, deseándoles la más pronta y completa recuperación.

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Si hoy, en esta mañana de octubre, en la que resulta más difícil hablar de Semana Santa que en las vísperas cuaresmales, estoy aquí, ante este atril, con vosotros, tengo muy claro que se lo debo a la Virgen de Guaditoca. Creí que Ella me acompañaría hoy, en este trago, desde su capilla, pues en principio la fecha prevista para este pregón era el pasado mes de agosto, pero estoy seguro que, desde su ermita, estará cubriéndome con su manto de protección e insuflándome seguridad y confianza. Digo bien que se debe mi presencia aquí a Nuestra Virgen de Guaditoca porque fue en su camino de regreso al pueblo, el pasado mes de abril, cuando se gestó este pregón (o lo que me salga) y fue, sin duda, por estar delante de Ella por lo que no pude negarme a realizarlo.

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PRÓLOGO

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PRÓLOGO

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Es a Ella, por tanto, a quién tendréis que pedir explicaciones por este mi atrevimiento de dirigirme a vosotros. A vosotros que sois esencia pura de la Semana Santa de Guadalcanal.

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A Ella tendréis que pedir explicaciones, pero también a los gestores materiales del hecho. Porque, iba yo tranquilamente caminando, caminando-acompañando a mi Virgen de Guaditoca en su camino de regreso al pueblo, esa tarde calurosa del pasado mes de abril, acompañado de mi buen amigo Pepe Cabeza, peregrino a mi lado en romería, cuando comenzamos a recordar los inicios de nuestra Hermandad del Costalero, con pasión y añoranza de tiempos y de personas. Al rato se unió Joaquín García (Faraón) (Joaquinito, como siempre fue llamado en mi casa), y el ratito de charla se convirtió en delicia de rato y recuerdos, que ya hemos repetido, por cierto, en varias romerías anteriormente y que espero seguir repitiendo en muchos momentos más a partir de ahora. Fue en la Cruz del Aceite, cuando, no sé a cual de los dos o a los dos a un tiempo, se le ocurrió que yo podría ser el pregonero del veinticinco aniversario de la Hermandad. A fuerza de ser sincero, en cualquier otro momento, muy probablemente, no


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Pero las condiciones no podían ser más favorables para ellos en su pretensión y más nefastas para mí en mi defensa, y es que después de una hora de charla, de recuerdos, de recuerdos de emociones y con la Virgen de Guaditoca por delante, ¿quién se niega a lo que la Hermandad le pida?, porque claro, en ese momento mi amigo Joaquinito ya no era mi amigo Joaquinito, se había transformado de pronto (como si de un héroe americano se tratase) en el Excmo. Sr. Hermano Mayor de la Hermandad del Santísimo Cristo de la Humildad y Paciencia “Sentado en la Peña” y María Santísima de la Paz, que me hacía una propuesta formal. No pude negarme y aquí estoy. Espero, al menos, que la Virgen de Guaditoca, que me metió en este lío, me dé las fuerzas suficientes y la inspiración necesaria para que este momento sea lo que ellos esperan y lo que yo deseo.

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hubiese aceptado. De hecho intenté exponer todos los argumentos que se me ocurrieron sobre la marcha para negarme, entre otros mis ausentes dotes poéticas y mi timidez para hablar en público.

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Sr. Cura Párroco (Padre Eduardo), Dignísimas autoridades, Junta de Gobierno y Hermanos de la Hermandad del Costalero, Hermanos y hermanas de las diferentes hermandades de Guadalcanal, paisanos y amigos todos.

Se cumplen ya 25 años desde el momento de la fundación de nuestra querida hermandad del Costalero. ¡Cómo pasa el tiempo!. El camino desde mi casa a la iglesia, en esta mañana de octubre, me ha recordado enormemente a

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esos idénticos caminos que, cada media tarde del Miércoles Santo, realizaba para llevar a mi Cristo de la Peña a recorrer las calles del pueblo como capataz de su paso, hecho que para mí sigue siendo uno de los mayores motivos de orgullo que haya tenido jamás en mi vida.

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El mismo terror y temblor de piernas de entonces, la misma carga de temor y responsabilidad con la que entonces venía se ha repetido hoy, mientras me preguntaba: “¿pero que hace un psiquiatra como yo en un sitio como éste?”.

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Mi temor de hoy es mayor que el de aquellos momentos, porque entonces tenía la seguridad de tener a mi lado a mi compañero Manuel y al resto de mi cuadrilla del Cristo, que me transmitían enorme seguridad y confianza. Hoy, sin embargo me encuentro solo ante ustedes. Solo, con mis recuerdos y mis vivencias. Solo, con mi cruz de madera al cuello, aquella que me entregaron en el primer quinario de la Hermandad y que me acompañó en cada salida procesional y, siempre, en la soledad de los kilómetros de carretera que a lo largo de los años he tenido que recorrer.


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Solo, con mis amigos y mis seres queridos. Solo, con mi pueblo de Guadalcanal. Así que me pregunto: ¿estoy de verdad solo?

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¡DE SOLO NADA!, ¡NUNCA ESTUVE MEJOR ACOMPAÑADO!.

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Cuando me planteaba el pregón que podría hacer me surgieron varias posibilidades de enfoque. Para asesorarme y orientarme me empapé de todos los pregones de la Semana Santa de Guadalcanal que pude y de los pregones del décimo y del vigésimo aniversario de nuestra Hermandad, que, amablemente, me facilitaron Plácido de la Hera y Paco Ortiz Rodríguez (dos monstruos en este menester).

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Con este aprendizaje realizado comprendí lo equivocados que están los que piensan que todos los pregones son iguales. Cada uno era absoluta y totalmente diferente a cualquiera de los otros y sólo había que leerlos o escucharlos con atención. Yo no soy poeta, ni historiador, ni, por supuesto, teórico de la Fe, así que decidí hacer un pregón basado en mis propios recuerdos y sentimientos, un pregón intimista y, sobre todo, un pregón “costalero”, que al fin y al cabo este es el título de nuestra Hermandad. Tratar de conseguir con él que cada uno de vosotros pueda identificar vuestros propios recuerdos y vuestros propios sentimientos y que de alguna forma os pellizque el corazón. Comencemos por el principio.


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En mi casa la veneración por el Señor Sentado en la Peña ha sido siempre enorme. Inicialmente como imagen de mi Hermandad de “los Blancos” y posteriormente ya como titular de mi y nuestra Hermandad del Costalero.

Sin embargo, y curiosamente, mi padre siempre fue de la Hermandad de los Blancos sección “Sentadito”, que es como él llamaba cariñosamente al Señor Sentado en la Peña. Esta devoción por Él supo trasmitirla a sus hijos, y todos en mi casa recibimos con enorme alegría el proyecto de la nueva salida procesional del Señor. Yo casi no tengo recuerdos de su anterior estación de penitencia en la noche del Jueves Santo. El escaso recuerdo que tengo es de una noche fría, unos grandes nazarenotes blancos y un Señor, en un paso oscuro, que avanzaba en silencio y rápidamente, comiéndose las calles de Guadalcanal, para llegar a su iglesia de la Concepción. ¡Qué pena de iglesia de la Concepción!.

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El recuerdo que más se me repite cuando pienso en mi abuelo Enrique es verle delante de su Cristo de las Aguas durante la procesión de la mañana del Viernes Santo. Era, sin duda “su Cristo”.

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Me aparecen, en la lejanía de la memoria, los cultos de la Hermandad entre sus paredes y las que, probablemente, fueron últimas salidas procesionales desde allí. No puedo dejar de aprovechar este momento en el que puedo exponer mi pensamiento en público para solicitar, pedir, rogar, que se haga algo, quien pueda hacerlo, para recuperar este templo para el pueblo. Templo que engrandecería así, de forma exponencial, la riqueza externa y visual de nuestra Semana Santa de Guadalcanal.

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Voy a utilizar la misma frase que emplease nuestro añorado Andrés Mirón, de cuyo fallecimiento se cumple ahora casi un año, en su enorme pregón (que no me canso de escuchar) de la Semana Santa de mil novecientos ochenta y ocho, para referirse a este tema, y aunque no ha servido para nada desde entonces, tiene toda la intención y toda la gracia que sabía utilizar como nadie nuestro poeta. Refiriéndose al Señor Sentado en la Peña y a la iglesia de la Concepción decía lo siguiente: “...Que lo lleven allí de nuevo es más difícil que yo vuelva a jugar a la billarda en el cantillo de la Concepción. Y conste que es posible, pero hay que querer, claro. Digo que es posible que yo vuelva a jugar a la billarda en el cantillo de la Concepción, no a lo otro”.


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Desgraciadamente Andrés Mirón no volverá a jugar a la billarda en el cantillo de la Concepción, deseemos que “lo otro” sea algún día posible, para que él, desde arriba, pueda sentirse orgulloso de nosotros.

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A finales de los años setenta se dieron un cúmulo de circunstancias que hicieron florecer la Semana Santa de Guadalcanal.

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En Sevilla habían aparecido los primeros cambios en el mundo de las trabajaderas. Fue en mil novecientos setenta y tres cuando la sevillana Hermandad de los Estudiantes salió con la primera cuadrilla de hermanos costaleros bajo la tutela de su capataz, Salvador Dorado “el Penitente”. Y, sólo seis años después, en mil novecientos setenta y nueve, la Hermandad de Nuestro Padre Jesús saca su cuadrilla de hermanos costaleros para el paso del Señor ante la iniciativa de unos jóvenes hermanos comandados por Cabeza y Joaquín, los primeros capataces y LOS CAPATACES, con mayúsculas para mí. Fue, en estos momentos, muy importante también el apoyo de la Hermandad de los “Moraos” y, fundamentalmente, de un hombre que aplaude y fomenta la idea, a la par que carga con la responsabilidad ante su Hermandad para ponerla en práctica y que es uno de los máximos artífices de lo que es hoy nuestra Semana Santa. Descanse en Paz y gracias por todo JAIME RIVERO. Ya lo dicen las crónicas y los pregones, al año siguiente aparecen las cuadrillas de la Amargura y de la Soledad, y, poco después son todos los pasos


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de nuestra Semana Santa los que tienen cuadrilla propia, algo impensable en un pueblo como el nuestro. Porque no es normal que en un pueblo que no llega a tres mil habitantes existan trece cuadrillas diferentes de costaleros, haya dos bandas de música, tengamos nazarenos en todas las procesiones y, encima, haya gente en las calles para verlas.

Esa semilla que siembra la hermandad de los “Moraos” con su cuadrilla de hermanos costaleros en mil novecientos setenta y nueve no empieza a recoger sus frutos al año siguiente sino ese mismo año. La lluvia del Viernes Santo hizo que no pudiesen salir ni la hermandad de los “Blancos” ni la de los “Negros”. En la tarde del Sábado Santo la hermandad del Santo Entierro y la Soledad decide salir e invita a hacerlo junto con sus pasos al del Cristo de las Aguas de la hermandad de Las Tres Horas. Ocurre que los costaleros que sacaban al Santo Entierro eran los mismos que sacarían al Cristo de las Aguas así que, sobre la marcha, en la misma tarde del Sábado Santo, se forma una cuadrilla de

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Un pequeño detalle se olvida en las crónicas y en los pregones sobre el devenir de las cuadrillas de hermanos costaleros y, para ser justos, no puedo dejarlo pasar por alto.

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hermanos costaleros para el Cristo. Está claro que no era una cuadrilla formada y trabajada como la de los “Moraos”, para ser exactos era una cuadrilla que ni siquiera estaba medida en altura y solo se sustentaba de voluntad y amor hacia su Cristo, pero esa cuadrilla sale y, además, repite al año siguiente en el ochenta ó noventa por ciento de sus integrantes como hermanos costaleros, y, desde entonces, aún se mantiene.

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Entended que no pueda dejar de pasar por alto este pequeño detalle al hablar del origen de los costaleros por el orgullo personal de ser yo, como los costaleros de los “Moraos”, hermano costalero del Cristo de las Aguas desde mil novecientos setenta y nueve. Los jóvenes guadalcanalenses de los años setenta y ochenta (los de la generación del “Cuéntame”) tuvimos mucha suerte con los tiempos que nos tocó vivir, y debemos agradecer, al menos en parte, nuestro buen devenir por el mundo a nuestra Semana Santa de Guadalcanal. Hace apenas seis meses asistí a una reunión de los compañeros de mi colegio en Sevilla, al celebrarse los veinticinco años de la finalización allí de nuestros estudios (el antiguo COU), y me quedé perplejo al enterarme del terrible y desastroso devenir de


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En este ambiente descrito aparece otro de los factores favorecedores para el desarrollo intenso de la Semana Santa de Guadalcanal en esa época, y ese fue la llegada al pueblo de la persona que aglutinó en sí misma el impulso de los demás y el deseo de desarrollo de nuestras actividades cofrades. Me refiero al que entonces fue nuestro cura, y hoy es párroco en Huevar, Don Antonio Martín Méndez. Ese cura de sotana, tan impulsivo y explosivo, tan idealista y extremista en sus pensamientos, pero que supo obtener, paradójicamente, el cariño de todos, siendo capaz de manejarse en Guadalcanal como pez en el agua y al que todos seguimos en sus criterios cofrades. Desde su sacristía, lugar de culto y peregrinación en esa época, donde se desarrollaban todas las reuniones de actividad cofrade y donde se generó una de sus grandes herencias para

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un elevado número de antiguos compañeros que fueron, en su momento, atrapados por el mundo de la droga. Nosotros, mientras tanto, nos encontrábamos enganchados a nuestra Semana Santa, que nos sirvió para alejarnos de otras actividades, de supuesto ocio, peligrosas y dañinas. Aquí sólo pensábamos en la forma de llevar los pasos o en si esta hermandad iba mejor que esta otra, con los piques tradicionales del pueblo, pero en un entorno altamente sano y agradable.

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el pueblo, la Banda de Música Parroquial Nuestra Señora de Guaditoca que él fundó y que, indudablemente, gracias a él aún se mantiene, desde su sacristía, como decía, se implicó en todos los actos y reuniones de todas y cada una de las hermandades. Desde su vivencia y deseo de ver cofradías en las calles de nuestro pueblo pudieron expandirse nuestras hermandades de siempre y pudieron fundarse dos más, su Hermandad de la Borriquita y nuestra Hermandad del Costalero.

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Creo que tenemos una deuda de agradecimiento con Don Antonio. Yo, particularmente, no le he vuelto a ver desde que se marchó y se merecería de nuestro pueblo un homenaje que podría plasmarse en la invitación para su vuelta a Guadalcanal durante la próxima Semana Santa o durante alguno de los cultos de la Cuaresma. Por todo y para siempre: GRACIAS DON ANTONIO. En ese caldo de cultivo propicio se encuentran los orígenes de nuestra Hermandad del Costalero. Claro que, a pesar de todos esos factores favorables que he descrito, nada se hubiese conseguido si nadie se hubiese movido. ¡Y aquí se movieron todos!.


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Con el beneplácito de esa Hermandad, los costaleros empezaron a moverse para tener una Hermandad propia y que, además, fuera una Hermandad de todos. Que todos los costaleros tuviesen su hermandad de toda la vida (“Verdes”, “Moraos”, “Blancos” ó “Negros”) pero que además fuesen de la Hermandad del Costalero. Así los Jocé, Manolín, Juan, Pepe, Miguel, Martín,..., y tantos otros, contribuyeron a que ese proyecto viese la luz. Lo bueno es que todos éstos, después de veinticinco años, a pesar de todo el trabajo, todos los disgustos y muchos sin sabores que siempre llevan consigo esta actividad cofrade, eso sí también con la ilusión que se genera al lograrse las metas propuestas, todos, siguen aún en la brecha. Y, por el bien de nuestra Hermandad, yo les deseo veinticinco años más de buena e incesante labor cofrade.

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En este momento aparecen en mi mente todos esos costaleros y capataces de Guadalcanal que lideraron la idea de rescatar para la Semana Santa al Señor Sentado en la Peña, de la Hermandad de Las Tres Horas, que, por motivos fundamentalmente de naturaleza económica, no podía realizar estación de penitencia desde muchos años atrás.

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No me olvido, y lo he querido dejar para el final, del jefe de la banda, el hombre que los lideró a todos. Una de las personas que más ha hecho y hace por nuestra Semana Santa. Poeta, pregonero, capataz y costalero,..., guadalcanalense de pro en fin, Don Francisco Ortiz Rodríguez, nuestro Paco Martrana. Pienso que nunca el pueblo podrá devolverte todo lo que por él haces, pero eso sí, que quede constancia de nuestro profundo y más sincero agradecimiento. GRACIAS PACO.

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Desde entonces, con impaciencia (con Santa Impaciencia, que decía “mi pregonero”) hay un resurgir de ideas, de ideas que se llevan a la práctica, con un trabajo continuado, para que, ya en la siguiente y cercana Semana Santa, la Hermandad esté en las calles de nuestro pueblo. Poco después de Navidad se forma la primera cuadrilla de costaleros para el paso de Cristo. Nunca podremos olvidar, los que formamos parte en algún momento de esa cuadrilla (mi patero Antonio, Manolo el pintor, Lolo, Antonio y Manolo Gálvez, Pepito, Joselín, “el Rubio”..., y tantos otros que siempre llevaré en mi recuerdo), no podremos olvidar, como decía, aquellos ensayos dentro de la iglesia de Santa Ana de los viernes cuaresmales por la tarde. Allí me escogieron, en uno de esos primeros ensayos, como capataz. Quizás porque veían que ese muchacho delgaducho, de aparente poca fuerza, que se encontraba, tan visible, en la primera traba-

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Fue el tres de octubre de mil novecientos ochenta (mañana es justamente el día del cumpleaños de la Hermandad) cuando todo se lleva a la práctica y se plasma en reunión fundacional de la Hermandad que tiene lugar en la sacristía de esta iglesia de Santa María de la Asunción.

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jadera del paso, lo pasaba mal con el peso del madero y quisieron facilitarme la vida.

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Allí tuve mis primeros maestros capataces, que, a pesar del poco tiempo de experiencia que tenían en sus respectivas hermandades, eran ya consumados y consagrados profesores en el arte de la capatacía. Así los primeros ensayos fueron dirigidos y controlados por Pepe Cabeza, por Joaquín, por Paco y por Carlos Llanos entre otros, de los que tengo enorme recuerdo y de los que aprendí, en esos días, bárbaramente.

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Partíamos todos de no saber nada. Ni los costaleros de costaleros ni los capataces de capataces. Tuve mucha suerte con mi compañero capataz, mi amigo “Manué”. Él era el complemento perfecto para mí y, entiendo y espero que yo también para él. Él más nervioso y dinámico, pero también más expresivo y comunicador. Yo más frío y serio, marcando la disciplina de grupo y, posiblemente, más teórico en el aprendizaje. He tenido muchos compañeros a lo largo de mi vida. Compañeros de colegio con los que compartí mi primera infancia durante los primeros cursos


aquí en el pueblo con Don Alfonso, Don Andrés y Don Juan como maestros del recuerdo, los Antonio Osorio, Ramón, Paco “el de Vicente”, Jesuli y José Antonio Amigo, Federico, Luis, Juanlu del Castillo,..., y tantos otros que están en mi memoria y mis recuerdos. Luego compañeros de colegio en Sevilla, muchos de los cuales eran compañeros de veinticuatro horas de internado. Posteriormente los compañeros y buenos amigos, para toda la vida, de la Facultad de Medicina en aquellos años intensos de juventud. Sin embargo si en mi casa se hablaba de mi COMPAÑERO, así sólo y con mayúsculas, yo ya sabía que se estaban refiriendo a “Manué”.

Posiblemente él no lo sepa, pero siempre le he llevado en un rincón de mi corazón y sufrí con él, y por él, cuando las circunstancias del destino y de la vida se pusieron en su contra. Sin el capataz “Manué” no habría existido nunca el capataz Enrique. Gracias por esos años amigo “Manué”. Como antes decía, esos primeros años en la iglesia de Santa Ana fueron inolvidables. Ensayábamos, trabajábamos, aprendíamos y, encima de todo, nos lo pasábamos muy bien.

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Existía un espíritu de grupo que dudo haya podido mejorarse en ninguna otra cuadrilla de costaleros.

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Durante el tiempo de trabajo se trabajaba, y muy en serio. No solía faltar nadie a los ensayos. Los sacos de arena siempre encima del paso, para acostumbrarnos al peso real en la calle, y, en muchas ocasiones, el peso adicional de algún costalero sentado en el pedestal del paso (¿te acuerdas Juanaco?), volando con las inmensas “levantás” al cielo de esos primeros años.

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Luego finalizaba el ensayo, con la demostración de fuerza habitual de Antonio el Moreno, que desde el centro de la primera trabajadera se quedaba de pié, arriba, solo con el paso, cuando todos los demás habían ya arriado. A partir de ese momento comenzaba el asueto. Casi todos los días teníamos alguna comidita preparada, junto con las cervezas de rigor, para quedarnos allí, después del ensayo, y generar así más unión y camaradería en el grupo. Eran muchos los días en los que mi padre aparecía, cuando iba finalizando el ensayo, con Calmante Vitaminado, que traía de la farmacia, por si algún costalero estaba más dañado o dolorido por el tra-


bajo. Al final todos estábamos locos esperando ese Calmante Vitaminado, que resultaba gratamente reparador y agradable para esos nuestros cuerpos rotos por el esfuerzo, y que nosotros ingeríamos, no en forma de pastilla sino trago a trago, en forma de caldo (un vino blanco magnífico que envasaba el laboratorio del calmante) directamente llegado desde Montilla-Moriles a la farmacia cada Navidad y del que nosotros dábamos buena cuenta cada cuaresma para alegrarnos el duro trabajo. Eran los ensayos del Calmante Vitaminado, que recuerdo especialmente para mi costalero, y mejor amigo, Juan Moreno. No me separo mucho de mi amigo Juan, porque a esta reunión de tantos hombres-costaleros no faltaba nunca una mujer. Una mujer que nos mimaba y cuidaba como si fuera la madre o la novia de cada uno de nosotros. Una mujer que siempre volvía de Sevilla con prisa y premura para que su marido (Juan) no fallase a ningún ensayo. Encima nos agasajaba con alguna buena comida con que acompañar al Calmante Vitaminado y, sobre todo, nos colmaba de cuidados y nos envolvía con su alegría.

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Una mujer que luego, con su túnica de nazarena, el Miércoles Santo, se pasaba la noche mirando a su Cristo mientras lo acompañaba en su estación de penitencia y, a la par, no perdía detalle del rachear de las zapatillas bajo el paso para resolver cualquier problema que allí nos pudiese surgir.

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Estas palabras son para ti Mari, como arquetipo de mujer en nuestra Semana Santa, pero también, en tu nombre, para recuerdo y homenaje de todas las esposas y novias de los costaleros de Guadalcanal. La Semana Santa de mil novecientos ochenta y uno fue nuestra primera salida procesional. Todo eran nervios dentro de la iglesia. Nazarenos, costaleros, capataces, junta de gobierno,..., todo era nerviosismo y anhelo por que llegase la hora de la salida. El “look” de los costaleros en aquel tiempo era totalmente diferente al actual, en el que todos vamos uniformados, con pantalones y camisetas iguales y, sobre todo, con costal. Allí el costal aún no existía (eran tiempos de almohadilla agarrada al palo) y la ropa era la de todos los días. Sólo distinguía a los costaleros la faja (eso sí era una exigencia por mi parte para todos) y las zapatillas negras.


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Esa primera levantá, la primera que hicimos con nuestro Cristo arriba del paso, fue algo muy especial, que siempre recordaremos todos los que allí en la iglesia nos encontrábamos. Languidece ya la tarde. Luz de cirios. Levantá. Comienza el paso a moverse. Un silencio sepulcral. Figuras blancas y verdes contemplando ya tu faz. Ojos húmedos, brillantes, recuerdos, los que no están. Ojos llenos de esperanza, de la mano viene ya el pequeño penitente, que costalero será, para ir metiendo en su alma el amor a la Hermandad. La Hermandad que son sus gentes, Su tierra, ¡GUADALCANAL!

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Los capataces también íbamos diferentes, con nuestro reluciente traje de chaqueta pero con la camisa abierta, descorbatada, y el clavel en la solapa (rojo para el Cristo y blanco para la Virgen), clavel que a mí me seleccionaban con primor y esmero, durante la tarde del miércoles, mientras se montaba la canastilla, mis costaleros Bautista o Memi (otros dos monstruos de la trabajadera).

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Yo tengo grabada en mi mente esa primera levantá de nuestro paso que mandó “Manué”, y aquella primera salida a la calle. La mirada brillante de todos aquellos nazarenos anónimos que observaban, emocionados, los primeros pasos de nuestro Cristo.

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Era la plasmación en la realidad, en feliz realidad, de todo aquel trabajo, sacrificio, sufrimiento, ilusión y anhelo de aquellos últimos meses, para conseguir devolver a Guadalcanal esta procesión perdida y deseada.

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Ya estaba el “Sentadito” en la calle. Chirría la puerta al abrirse. La tarde ya está al caer. Estrellas se suman raudas, la luna quiere nacer. El HOMBRE a la puerta asoma, refleja Humildad por doquier. Con Paciencia va aguantando aquel golpe, este revés. Guadalcanal ya te espera, blancos naranjos de miel; los vencejos de la torre no se lo quieren perder. Sale a la calle mi “Peña”, Vamos todos ya con Él. ¡Tos por igual, mis valientes! ¡Costaleros! ¡A esta es!


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Pero, fue la tarde del Miércoles Santo de mil novecientos ochenta y seis cuando más cerca me sentí yo del Señor. Ese año ochenta y seis, la Semana Santa de mil novecientos ochenta y seis, fue dura y complicada para toda mi familia. Mi padre estaba enfermo desde el mes de septiembre anterior. Yo conocía la trascendencia de su mal desde octubre y todos pasamos (sobre todo él) once meses de dolor y sufrimiento. Poco antes de la Navidad del ochenta y cinco y después de haberse operado, sin éxito, y haberse puesto el primer tratamiento de quimioterapia, tuvo una mejoría espectacular. En la Misa de Año Nuevo, en el mismo recinto en

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El primer año de salida procesional resultó enormemente especial. Fue el año de Pilili de patero, cuyo nombre repetimos montones de veces a lo largo del recorrido y cuyo nombre después repetían los niños en las cruces de mayo cuando querían mandar tirar al patero trasero de su cruz. El año del debut de la Hermandad en la calle y todos nos sentimos muy orgullosos de haber formado parte de ese momento.

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el que nos encontramos ahora, ya aquí en Guadalcanal, después de casi tres meses de reclusión en hospitales y en el piso de Sevilla, fue el momento del reencuentro de mi padre con “su” pueblo.

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En la fila, camino de la comunión, iba detrás de él mientras, a todo volumen, sonaba el Aleluya de Haendel. Lo había escuchado montones de veces, pero nunca como entonces, disfrutando de la alegría que expresan sus notas y con los ojos llenos de lágrimas, que mi padre, delante, no podía ver.

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Cuando le tocó el turno de comulgar nuestro cura, Don Antonio, lo abrazó y estuvo más de un minuto hablando con él, con la fila interrumpida detrás, antes de ofrecerle la comunión. Dentro de la dificultad tremenda de ese año, este fue, a pesar de todo, unos de los días que recuerdo de más felicidad de mi vida, que se rememora cada vez que escucho el Aleluya como entonces. Curiosamente mi padre estuvo bien, a pesar de la terrible experiencia de los tratamientos, que soportaba cada tres semanas y que temía, como él decía, más que a una vara verde, estuvo bien, como comentaba, hasta ese Viernes de Dolores. Ese fue el último día que lo recuerdo saliendo a la calle. Tenía pocas fuerzas pero se vino conmigo, tal


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como llegamos de Sevilla, para ver “los santos” que ya se estaban montando aquí en la iglesia.

Disfrutó de la iglesia con todos los preparativos y el ambiente previo a la Semana Santa y nos volvimos a casa. Yo tenía la certeza de que había venido a despedirse. Ese Domingo de Ramos tuvo un tremendo bajón físico. Llegó el Miércoles Santo y ante su mal estado habíamos decidido (con él) que ni siquiera se asomaría al balcón para ver pasar la procesión. Su situación clínica no lo aconsejaba y queríamos evitarle, además, el sufrimiento emocional. Dieron las nueve de la tarde y salió la procesión enfilando Don Juan Campos camino de la calle San Sebastián. Hablé con Domingo, el jefe de los alabarderos, y le pedí que durante el tramo previo y posterior a mi casa no tocase música alguna, ni

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Nos encontramos a muchísima gente que le saludaba y se hizo lentísimo y larguísimo el corto recorrido desde mi casa a la iglesia y su vuelta. Todos le decían lo bien que le encontraban y él a todos asentía, con la complicidad y confidencialidad que produce esta terrible enfermedad.

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siquiera el redoble de tambor, a lo que él accedió sin ningún problema, comprendiendo totalmente la situación. Yo quería ahorrar a mi padre el sufrimiento de saber cercano el paso de su “Sentadito” y no poder siquiera asomarse a verlo.

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Pasamos delante de casa y yo, pegado a la pata trasera izquierda de mi paso de Cristo, con mi vista clavada en el rostro de mi Señor, unido a él como nunca antes había conseguido, iba pidiendo el alivio del sufrimiento de mi padre, mientras avanzábamos paso a paso, firmemente y sin detenernos camino de la Concepción. Como un reguero de pólvora se trasmitió la noticia de boca en boca entre los cofrades de Guadalcanal. Para mi sorpresa y gratitud la Virgen de la Paz transitó en absoluto silencio por la puerta de mi casa y, a lo largo de toda la Semana Santa, no hubo una nota musical ni un redoble de tambor a menos de cien metros de mi casa. No sé si él lo notaría, pero esta señal de cariño y gratitud del pueblo de Guadalcanal hacia mi padre la llevo y la llevaré siempre prendida en lo más profundo de mi corazón y durante todo el resto de mi vida.


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La música. La música siempre ha sido algo importantísimo en la Semana Santa de Guadalcanal y tenemos enorme suerte, que probablemente no sabemos apreciar, de tener dos magníficas bandas de música en el pueblo.

Era época de ensayos de costaleros todos los viernes, para aprender, todos y día a día, la forma de andar en la calle con nuestro paso, para controlar los sitios de cada costalero y poder llevar el peso repartido entre todos, aunque para eso incluso tuviésemos que adaptar un yugo en la primera trabajadera del paso y poder así dejar sitio al más largo de la cuadrilla (el amigo Perelló). La música era fundamental poder tenerla bien metida en la cabeza y así saber andar casi de memoria con ella. De esta forma yo procuraba, antes de empezar la época de los ensayos, irme una noche con mi cassette al sitio donde ensayaban los alabarderos (que estos sí que tenían mérito ensayando todo el año) y grabar las marchas que ellos tenían preparadas.

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Recuerdo un año en que, como todos los años, los alabarderos habían estado trabajando duramente en la composición de nuevas marchas procesionales para los Cristos de nuestra Semana Santa y perfeccionando las ya sabidas.

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Ese año me sorprendió una nueva marcha que comenzaba con cierto toque taurino. Claro que no fui sólo yo el que apreció ese toque porque, en el primer ensayo, cuando puse la música para acostumbrarnos a andar al son de los tambores, y escucharon el soniquete inicial, desde dentro y al unísono gritaron: “olé”

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Después, en cada uno de los ensayos que hicimos estaban todos deseando que pusiese la “marcha del pasodoble”, que fue como la bautizamos. Empezaba con su “TI-RO-RÍ - TO-RI-TO-RI-TO-RÍ” y ellos respondían, como un coro profesional: “OLÉ”. Yo estaba temiendo la llega del Miércoles Santo. Ya me habían amenazado con repetir su grito coral en la calle y yo no dudaba que algún gamberro era capaz de hacerlo. Cuando salí de mi casa, a mi nerviosismo habitual de las previas de la procesión se añadía ese año el miedo a la actuación de “mi coro” y me iba diciendo: “Estos..., estos costaleros me la juegan”. Fue a la tercera o cuarta chicotá después de la salida cuando los alabarderos estrenaron esta nueva marcha. Se escuchó el soniquete inicial y..., y no pasó nada. Continuó la marcha y mis costaleros siguieron con su andar magnífico y solemne para el


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que habíamos trabajado durante la Cuaresma.

La marcha del pasodoble se repitió en varias ocasiones a lo largo del recorrido procesional y, en la intimidad de la absoluta cercanía del paso que sólo tenemos los capataces, cada vez que se oía el soniquete inicial, con la complicidad que hace unir a los cuerpos rotos y sudorosos de cansancio de los costaleros, con un sonido absolutamente imperceptible al exterior, pero todos a una, yo escuchaba desde dentro del paso: “olé”. “OLÉ” por ellos, la mejor cuadrilla de costaleros que yo nunca podría haber soñado tener. La cuadrilla ha ido renovándose a lo largo de los años, pero se ha mantenido su buen trabajo y estilo propio. Así, los que eran costaleros Juan y Pepe García, con Cándido Rincón fueron los capataces que nos sustituyeron a nosotros y, actualmente son Cándido y Miguel Ángel los que, con la misma inquietud y devoción, dirigen nuestro paso de Cristo. Esperemos, entre todos, ser capaces de conseguir crear el sentimiento y la devoción suficiente

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Yo, que ciertamente nunca había temido, de verdad, que fueran a hacer ninguna tontería, me sentí especialmente orgulloso y feliz por la seriedad de la cuadrilla que me tocaba mandar.

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en nuestra juventud para que nunca falten costaleros a nuestro paso del Peña.

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En el primer año de salida procesional de nuestra Hermandad, la estación de penitencia se realizó con dos pasos, porque al Señor Sentado en la Peña le acompañó, como siempre había ocurrido hasta entonces, años atrás, la Virgen de los Dolores de la Hermandad de los Blancos.

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La reina de la Concepción daba así la bienvenida a esta nueva Hermandad del Costalero acariciando, en su discurrir tras Él, a su hijo, en la primera salida de Éste lejos de la iglesia de la Concepción. Se repite, de nuevo, el agradecimiento a la Hermandad de Las Tres Horas, que pudo ver de nuevo a sus dos imágenes juntas en la calle en una noche guadalcanalense, y que no dudó en ofrecer a la Virgen de los Dolores para nuestra salida procesional, luciendo así, por primera vez y en nuestra procesión, el nuevo paso de palio que estrenaba esa Semana Santa. Pero la Hermandad del costalero se seguía moviendo con Santa Impaciencia y así el veinticinco de febrero de mil novecientos ochenta y dos presentaba ya a su nueva imagen Titular.


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Lo recuerdo como un día grande. Llegamos a la iglesia y en el frente del altar mayor se encontraban el Señor Sentado en la Peña y, a su lado, su madre. Una Virgen joven que nos deslumbró con su blanca palidez.

Cada uno aportó su idea, recurriendo a las advocaciones de la Virgen María de distintas hermandades de Sevilla, para luego proceder a votarla. Se presentaron diversas posibilidades, pero, afortunadamente, el Señor nos iluminó a la hora de escoger el nombre de la Virgen y en la votación triunfó el nombre justo y necesario. El nombre que determinará nuestro futuro en la tierra. El que refleja nuestra necesidad diaria. El que añoramos para nosotros y nuestros hijos. El que expresa la necesaria unidad entre todos los hombres.

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Previamente, antes de conocerla, habíamos tenido una reunión en la sacristía para elegir el nombre de la Virgen.

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Y así, aquella Virgen que nos deslumbró con su belleza y su palidez de luna se llamó María Santísima de la PAZ.

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La gran expectación que causó la presentación de la Virgen fue mínima en comparación con la que desencadenó su primera salida procesional por las calles de Guadalcanal en esa Semana Santa de mil novecientos ochenta y dos.

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Su sobrio paso de madera (a imagen del paso de Cristo) hacía resplandecer aún más la figura de luminosa luna de nuestra Virgen de la Paz. Se decidió inicialmente que la Virgen de la Paz no tendría cuadrilla propia de costaleros sino que cada año la sacaría una distinta cuadrilla de costaleros de Guadalcanal. Aquel primer año le correspondió ese honor a la cuadrilla de la Virgen de los Dolores, en deferencia por su salida procesional el año precedente. Así es que a tu padre, Juan Tomás, le corresponde el orgullo de haber sacado, junto con sus compañeros, a la Virgen de la Paz ese primer año. Varios años después nos tocó el turno a nosotros (a la cuadrilla del Señor Sentado en la Peña). Fue una decisión difícil porque si otras cuadrillas compartían el trabajo en su hermandad para sacar, además, nuestra Virgen de la Paz, nosotros teníamos


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que renunciar a nuestra salida con el Señor para hacerlo con la Virgen. Con cierto dolor de corazón pero con enorme ilusión aceptamos el reto y decidimos “traicionar” a nuestro Señor, pero,..., pero por una madre se perdona todo.

La mayoría de los costaleros no había sacado nunca un paso de palio y los capataces, desde luego, tampoco. Trabajamos en los ensayos probablemente más que nunca, con el cassette y la música de la banda de Don Antonio siempre acompañándonos, para conocer las marchas al dedillo y poder movernos al ritmo de ellas. Al final, de nuevo, el triunfo de esta enorme cuadrilla que, desde ese Miércoles Santo, fue capaz de exponer, por primera vez en la Semana Santa de Guadalcanal, e imponer, para los restos, el andar sevillano de la Virgen con el paso corto al redoble del tambor, con el que se ha sabido dar la gracia necesaria al discurrir de los pasos de Virgen por las calles de nuestro pueblo.

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Esa Cuaresma fue muy especial.

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Posteriormente, para ganar en tranquilidad y seguridad, la Hermandad decidió crear una cuadrilla propia para la Virgen, y, desde el primer momento, esta cuadrilla está dirigida, con gran maestría y talento, por nuestro amigo Jesús Romero, que sabe dar ese toque alegre y a la par clásico a nuestra Virgen de la Paz en su salida procesional.

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No puedo , al hablar de la Madre de Jesús, dejar de hacerlo de las madres de los costaleros, de las madres de Guadalcanal, que tanto han hecho y hacen por el mantenimiento de las tradiciones y, a la vez, de la Fe en Cristo en nuestro pueblo. Yo quiero, específicamente, agradecer a mi madre, que ya ha ascendido a la categoría de abuela, abuela Puri, por haber sabido trasmitirnos su amor a Cristo, reflejado en nuestras imágenes sagradas, y por esforzarse, día a día, en esa lucha constante por el mantenimiento de la Fe en toda la familia. Gracias mamá y gracias a todas las madres guadalcanalenses. Para glosar la figura de la Virgen en la calle y expresar líricamente la majestuosidad y esplendor de María, Virgen de la Paz, nada mejor se me ocurre que recurrir de nuevo al poeta. A nuestro recordado Andrés Mirón, que, también en su pregón de mil novecientos ochenta y ocho, así se refería a Ella:


De plata, ponedla en paso de plata. Dejadme sentir la huella divina de su pisada. Que no puede con su angustia. Ponedla en paso de plata. Que dulce que ya transita, lirio abierto a la nostalgia, con su llanto apenas llanto y la sonrisa quebrada, entre saetas y cirios y estrellas y rosas blancas, bajo un palio azul que tenga doce varales de plata. Dirán que lleva la Virgen toda la luna en la cara y toda la noche grande colgada de sus pestañas.

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Muchas cosas han ocurrido a lo largo de estos veinticinco años, a Guadalcanal en general y a sus cofradías en particular. Buenas unas, otras regulares y alguna que otra también mala, pero de todo se ha ido saliendo con tesón y voluntad.

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Corren ahora tiempos difíciles, momentos revueltos en nuestras hermandades, como yo no los había vivido antes.

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Es mi obligación como pregonero del tiempo pasado y del tiempo actual, referirme también a estos temas conflictivos. Es mi obligación también como médico el tratar de diagnosticarlos y buscar indicaciones para ponerles fin. Y es además mi obligación como especialista en Psiquiatría que soy (porque mucho hay de psiquiátrico en lo que está pasando) el definir los mecanismos de relación necesarios para su solución definitiva. Desde mi atalaya sevillana, donde vivo, puedo ver las cosas con menor carga de afectividad y con más objetividad que desde aquí. Y así, no me cabe la menor duda que todo lo que está ocurriendo se debe a situaciones menores que se han sobredimensionado.


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El culpable de todo: los rumores. Y algo peor, los rumores que se fundamentan en anónimos, porque ahora se ha puesto de moda en Guadalcanal escribir, comentar y leer noticias que no tienen autor. Y, encima, hacerles caso. La solución: hablar, hablar, hablar y hablar.

Otra cosa, amenazas, críticas, reglas, fechas de nacimiento, documentos de identidad,..., no van a servir nada más que para aplazar los problemas y cabrearnos un poco más cada día. Y, como siempre, que paguen justos por pecadores. Este distanciamiento Iglesia-Cofradías a nadie beneficia. Las cofradías sin Iglesia podrían llegar a ser puro carnaval en abril. La Iglesia sin Cofradías, en Guadalcanal perdería el apoyo más sentido y claro que pueda recibir de un pueblo en el que las oraciones también se dicen con la contemplación de nuestras imágenes en la calle.

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Pero hablar con los interlocutores directos tomando al toro del conflicto por los cuernos desde el principio.

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No creo que esté la Iglesia como para dejar que los que quieren acercarse se alejen de Ella. Y conste que creo que hay fundamento suficiente para resolver las cosas, porque parto de que el párroco es buen párroco y de que hay buena gente en las Hermandades de Guadalcanal.

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Así que dejémonos de normas, de reglamentos y de cuentos chinos y vamos a ponernos todos a hablar y a resolver problemas.

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Y esto no es una recomendación, es una orden médica (de las de cumplir no de las de saltarse a la torera). Una orden médica que yo desde aquí emito como Psiquiatra de Cabecera de la Semana Santa de Guadalcanal. Y ahora ¡ya sé lo que hace un psiquiatra como yo en un sitio como éste!.


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No quiero terminar sin dejar dos dedicatorias especiales de este pregón. La primera es para los que no están.

Me gustaría que cada uno pensara en esos sus costaleros que ya le faltan y amoldasen mis palabras al recuerdo de esas personas. Yo voy a pensar en dos. En dos costaleros que me acompañaron en esos primeros años de cuadrilla con el Señor Sentado en la Peña. Manuel García Guerrero y Rafael Escote Omenac. Manuel fue siempre como el padre de la cuadrilla. Su seriedad, su fuerza, su saber estar y su voz de mando dentro del paso (él era nuestro capataz de dentro, el que mandaba debajo) siempre daba seguridad a los que íbamos por fuera. En todo momen-

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Para todos los costaleros de la trabajadera que ya no están con nosotros, pero también para los costaleros de la túnica nazarena y para los de las juntas de gobierno, para los costaleros de la música o los costaleros que veían nuestra hermandad por las esquinas,..., para todos aquellos costaleros de la vida que se nos han ido en estos veinticinco años.

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to haciendo grupo, a pesar de ser, probablemente, el que menos veces y menos tiempo se quedaba con nosotros después de terminar el ensayo; la situación que padecía de enfermedad familiar se lo impedía.

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Su enorme corazón de hombre maduro un día no aguantó y se lo llevó para siempre. Nosotros, en las conversaciones de amigos, con magníficos costaleros viejos, del Señor Sentado en la Peña, nuestro querido paso del Peña, (con Emilio, con Pepe “Ventura” o con Plácido), seguimos recordándolo porque Manuel era querido por todos y cuando marchó para siempre se llevó con él un trocito de nuestro propio corazón. El otro, Rafa, el Nene Chico, era todavía un niño. La voluntad, la musicalidad y el ritmo siempre dentro de él, haciendo fácil lo difícil y con un saber andar debajo del paso de auténtico artista. Aún recuerdo emocionado ese primer año de tránsito por la puerta de su casa, con su Cristo y sin él debajo portándolo. La vida no le dejó madurar y con él se fue un costalero y un amigo. Ellos, y todos los que ahora hayáis recordado, estarán con nosotros y pertenecerán a ese grupo de élite que nunca se olvida y que nos pellizca el corazón cada vez que vemos la imagen de nuestro Cristo o nuestra Virgen por las calles de Guadalcanal.


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La otra dedicatoria final es para todos aquellos que han venido nuevos a nuestra Hermandad durante estos veinticinco años. Yo, en mi caso y en mi casa, tengo tres.

Eso me hacía dudar, cuando todavía éramos novios, si tendríamos que pasar nuestras vacaciones de Semana Santa en Chipiona o en Rota, por ejemplo, en el caso de que la pasión por nuestras tradiciones no le llegase al alma. Que es cosa que muchas veces pasa (como decía Carlos Herrera en su sevillano pregón de Semana Santa). Sin embargo, a pesar de no tener ese tirón sentimental interior que hace recordar a nuestros familiares, a nuestros amigos y a nuestra gente al fin, cada vez que contemplamos el rostro de nuestras imágenes, escuchamos la música o notamos el olor del incienso junto al rachear de las zapatillas del costalero,... a pesar de eso, fue, poco a poco, captando estos sentimientos nuevos. Y, aunque relata cada vez que salgo de costalero, yo sé que luego se alegra y se

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La primera que vino nueva a la Hermandad y a mi vida fue mi mujer. Laura. Ella, nacida en Constantina (tierra de buena Semana Santa) y criada además en Triana, no tuvo nunca, a pesar de todo, una tradición cofradiera familiar.

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siente orgullosa de que lo haya hecho. Y eso que nunca me vio de capataz.

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Es además capaz de pasarse más de cuatro horas por estas calles de mi pueblo acompañando, sin descanso, a estos dos pequeños nazarenos que, como todos los niños nazarenos, son de la orden del cirio roto y del antifaz torcido y no se les puede perder ojo en toda la procesión.

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Yo seguiré tratando, día a día, de hacer florecer en ella esos sentimientos íntimos que la hagan estar unida para siempre a nuestra Semana Santa y a nuestra Hermandad. Pero lograr esto al completo va a depender fundamentalmente de lo que consigamos insuflar en nuestros hijos. Mis dos hijos, Enrique y Manuel, son la alegría y el fundamento de nuestra vida. Ellos, con once y seis años (hoy, por cierto ha querido la casualidad que Enrique cumpla los once añitos: Felicidades Enrique), conocen perfectamente y, casi desde que nacieron, nuestra Semana Santa. Ellos representan nuestra necesidad de mantener y promover el cariño hacia nuestras hermandades y hacia nuestro pueblo.


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Yo lucho por lograr inculcarles todos nuestros sentimientos y nuestras devociones. Para que sean capaces de ver reflejado en nuestro “Sentadito” a su abuelo (al que nunca conocieron). Para que el amor a su pueblo y su Hermandad sea como el amor a su familia y así poder conseguir tener la total seguridad, de que tanto nosotros como ellos y sus generaciones futuras sigamos siendo siempre cofrades en Guadalcanal. Y que dentro de veinticinco años, si la vida nos lo permite, estemos aquí, de nuevo, emocionándonos al escuchar el pregón de las Bodas de Oro de nuestra Hermandad. He dicho.

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Ellos, que son nazarenos desde tempranísima edad, son el futuro y debemos ser capaces de trasmitirles el mismo sentimiento que nosotros recibimos de nuestros mayores para que el legado pase a sus hijos y a los hijos de sus hijos.

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