Lectura de verano

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¿Qué tenemos? acá 5 7 15 19 25 29 31 35 39 43 47 59 61 77 79 83 89 93 97 100

índice intro Cotidianos- Brenda Cosas que te pasan cuando vivís en otro país - Ana El gato Fénix - Esteban Un día de furia - Caro Día de furia - Laura Amor de bondi - Carlaina El Rafa - Martín Cómo condimentar ensaladas - Lucila Carlos “La Osa” Valderrobles - Paul Mathildo Y de repente, Moscú. - Vero Pequeño salvavidas cotidiano - Seelvana Otoño - Ceci Tic, tac, tic, TAC - Eri Campo - Vir Mi pequeño amigo charolado - Lucila Realidad de Leyenda. - Belén Wallpaper - Dimas Fin


Colaboradores

+ Brenda Fontán + Ana Astri-O’Reilly + Esteban Seimandi + Caro Magnarelli + Laura Heit + Carla Ferretti + Martín Pato + Lucila Rolón + Paul Maril + Matías Fiorini + Vero Mariani + Seelvana + Ceci Alemano + Erika M. Bouzón + Virginia Ucar + Lucila Yañez + Belén Villadeamigo + Dimas Melfi


Intro Volvió la no revista. Vivimos un dilema doméstico al decidir si hablábamos de mantener vivo el verano o aceptábamos que vino el otoño (a sabiendas de que guardamos un poco de verano en nuestros corazones). Resultó que guardamos el verano en nuestros corazones. ¿Y entonces qué hacemos con el nombre? Así como protegemos durante 9 meses un poco de diciembrenerofebrero bajo llaves pectorales, resultó que la revista será también para leer bajollave. Indoors. Dentro de nuestras casas. Dentro del recuerdo del verano pasado que pulsa en cada latido de nuestro corazón. Bueeena. Et voilá. La llamamos: Lectura de Verano “Indoors”, para leer en el sillón, al lado de un té (de limón y jengibre para mi), en pijama, con el calefactor al mínimo. Espero que la disfrutes.

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Brenda

Brenda escribe breve y delicioso. Puedo imaginarla con esa sonrisa cada dĂ­a, detrĂĄs de la pantalla.

www.iluminadastres.com.ar

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Brenda

ÂĄVolvimos! de a poquito nos vamos poniendo al dĂ­a.



Brenda

A veces creo que estoy dormida. Que esto es un sueño, con todas las aristas que suelen tener. Muchas veces pienso que nunca imaginé un presente así, y tantas otras descubro el saber interno de todo esto varios años antes. La certeza de saberme hoy, con tanta fisura, con tanta huella.

El poder de sentirme agradecida y lo no asible de tantas situaciones. La pérdida de control casi absoluta. La nueva forma de vivirme segura y vulnerable. El todo y la nada juntos. Ajá, y acá tamos. Lunes otra vez. (Olés tan distinto a los martes).


Ilus para Antoniana Carteras


Brenda

Siempre me flashea la sensación de estar viviendo una realidad y tal vez ese presente ya no sea tal como lo conozco, y que en horas (minutos, o días después) me entere y todo se desmorone y cambie su (mi) rumbo. Sé que cuando algo se termina siempre es para mejor pero mientras lo transcurro me resulta tan tan tan difícil sentir el “para mejor” que lo siento inexplicable. Estoy acá, sentada, escribiendo sabiéndome madre, pareja, amiga, compañera y tantas cosas más y quizás haya algo que ya no sea así o que se haya modificado y aún no me enteré. Y cuando llegue a mi casa o a ese otro lado (o tal vez sea por teléfono) me sorprenda una nueva situación y ya nada sea como venía siendo, como lo creía, como me sentía. Y se cierre una etapa, una puerta, una relación. Y se abran tantas otras puertas o caminos. epa epa epaaaaa.



Ana

Ana es una argentina con mucha onda que vive (y disfruta mucho de contarte c贸mo) en Dallas.

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Cosas que te pasan cuando vivís en otro país. Un saludito a los que me conocen - Te presento a Mengana.- ¿Beso o apretón de manos? Ese es uno de los primeros dilemas que se me presentaban al saludar a alguien por primera vez. Yo encaraba para el beso pero me frenaba una mano estrechada. Segundos de incomodidad, sonrisita tímida y a dar la mano.

O, peor, cuando iba a saludar a alguien conocido y ya me sentía con confianza para plantar un beso y el saludo, a esa altura, consistía en... nada. Un holaquetal sin mano ni beso. Eso sí, con mis amigas ahora andamos a los abrazos. Lleva tiempo adoptar hábitos diferentes pero no es imposible. El lado B es cuando estoy en Buenos Aires, me presentan a alguien e instintivamente alargo la mano y la gente me mira desconcertada. Tengo que acordarme de dejar las costumbres nuevas en el avión.


Ana

¿Vamos al cine? No sé qué pensarán el amable lector y la amabla lectora pero, para mí, ir al cine es todo un programa social. Con mi amigas íbamos a tomar un café o a comer pre o post película. Eso es lo que tenía en mente la primera vez que me invitaron al cine en Dallas. Quedamos en encontrarnos en

la boletería un rato antes de la película. Bueno, pensé, iremos a tomar algo después. Las chicas compraron pochoclo y algo para tomar, creo que vino. Al terminar la peli, cada una enfiló para su auto. Chau, chau, nos vemos la próxima. Pero, ¿y el café? ¿y la charla? En Dallas, ir a cine significa pues ir al cine y nada más.


Réquiem para un asado Nada más rico que un asadito hecho bien despacio, así la carne toma gustito ahumado y se deshace en la boca de lo tierna. Fin de la ensoñación y choque con la realidad. -El 4 es mi cumpleaños. Vengan a casa y tiro algo a la parri-

lla.- OK, argentinicé la invitación pero esa es la idea. Ese día había chorizos (sausages), brochettes de pollo (kebabs) y churrascos (steak) para la parrilla. Me lloraba el alma al ver el método de cocción. Más bien, cremación. Nada de brasas, allá se cocina directamente sobre la llama. Toda la comida sale chamuscada y la única manera de distinguir cada cosa es por su forma.


Esteban

Esteban Seimandi es redactor, escritor, director de cine publicitario, creativo publicitario, docente, guionista, amontonador de conocimiento inútil. También es el autor de Proyecto Cartele y de algunos libros de cuentos. Es casado y tiene dos hijas perfectas. Espero que no me demande porque su esposa lo quiso sorprender donando estos textos acá. ¡Hola Esteban!

www.elgatofenix.tumblr.com

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Luca versus los caníbales falsos. Me gusta encontrar listas en wikipedia. Las hay de toda clase. Como casi toda colección, muchas veces son arbitrarias, un simple recorte del mundo, tan solo para darle orden. Tengo particular simpatía por la excavación taxativa en temas superfluos. De alguna manera me llegan. La profundización en el boludeo. No las busco, pero camino por esos suburbios cuando estoy en internet. He visto muchas listas absurdas, casi siempre injustificadamente interesantes. Por medio de una de estas listas llegué a Luca Barbareschi. La lista en la que figuraba este actor ítalo-uruguayo (en realidad uruguayo italiano, porque nació en Montevideo en 1965 y vive desde siempre en Italia, pero no sé por qué intrincada razón, ítalo queda mejor si va primero) compilaba personalidades cuya muerte había sido anunciada de manera apurada – y errónea – en los medios. La historia es más o menos así: en 1979, el tal Barbareschi actuó en una película de Ruggero Deodato, un director con predilección por las historias de terror inundadas de sangre. El rodaje fue agotador y Barbareschi, igual que algunas de las actrices, decidió tomarse largas vacaciones, durante las cuales Deodato decidió estrenar la película. El título lo decía todo: Holocausto caníbal. Filmada en el la selva amazónica, la película era un catálogo del gore. Empalamientos, cuerpos despellejados, torturas y antropofagia, sólo para empezar. El realismo con el que

Deodato decidió contar la historia era de un nivel inédito hasta ese momento. Fue uno de los precursores del estilo found footage, algo que se traduce como “material encontrado”, que tanto rédito le sacarían dos décadas más tarde los muchachos de “The Blair Witch Project”. Tal fue el escándalo tras el estreno que Deodato fue detenido por cargos de obscenidad y luego acusado de haber realizado una película snuff, esto es con muertes reales de los actores. Las pruebas estaban en el mismo film y las circunstancias no lo ayudaban: nadie podría dar con el actor Luca Barbareschi y un par de actrices. Deodato afirmaba que todo era ficción, que se enorgullecía de la credibilidad de su obra, pero que era inocente. El escándalo no hacía otra cosa que generar colas en las salas donde se exhibía con un riguroso prohibido para menores. Pero lo cierto es que Barbareschi y las actrices no aparecían y eran justo tres de las víctimas de la película. A los pocos días, las actrices aparecieron y con ellas la coartada de Deodato comenzó a tomar forma. Pero el actor seguía sin dar señales de vida. No había anunciado donde se había ido de vacaciones y en los ochenta no había celulares, ni mails, ni nada que permitiera ubicar a alguien que quería borrarse por unos meses. Después de un tiempo un poco menor al prudencial, los medios empezaron a anunciar la muerte de Luca Barbareschi y, los más escandalosos, mencionaban la sospecha de que había sido por causa de haber participado en una película snuff. Un día, sin tener idea de que había sido declarado muerto y sin saber que el director con el que había filmado su


Esteban

años siguientes. más exitoso papel estaba tras las rejas, Luca Barbareschi volvió a Italia. Fue recibido como un fantasma o un zombie o alguna criatura de las películas de terror. Deodato fue liberado y siguió filmando películas durante los veinte

Luca Barbareschi siguió con la actuación un tiempo más, pero en la actualidad, es posible decir que está en la línea fina que divide a los muertos de los vivos: es diputado nacional en Italia por el partido de Silvio Berlusconi.


Hibakusha. Tsutomu Yamaguchi estaba en viaje de negocios el 6 de agosto de 1945 donde no había que estar: Hiroshima. A las 8.15 de la mañana presenció la explosión atómica. Herido y asustado decidió volver a su casa. Tardó dos días en llegar, otra vez, al peor lugar en el peor momento: Nagasaki. El 9 de agosto una segunda bomba atómica cayó cerca de él.

Es el único hibakusha (persona expuesta a una explosión atómica) reconocida por el gobierno de Japón en sobrevivir a dos explosiones. ¿En qué te convertís luego de que las dos fuerzas de destrucción más poderosas del mundo no logran matarte? ¿Qué tiene preparado el destino para vos, que te salvó de semejante poder mortal? Totsumo vivió 93 años y se convirtió en lo más lógico: poeta.


Esteban

Mínimo común chino. Desde hace décadas, los chinos sólo pueden tener un hijo.

Esto quiere decir que ningún chino tiene hermanos. Ni primos, ni tíos, ni sobrinos, ni cuñados. Me pregunto cuánto pasará hasta que dejen de usar esas palabras, así como nosotros no usamos nunca la palabra chosno, por ejemplo.



Caro

Caro Magnarelli trabaja con la creatividad en las telas y la dec贸. Pasa intensos d铆as de furia y sobrevive para contarlos.

www.omnadeco.com

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Un día de furia. Comienza la mañana. La chica que cuida a mis hijos me avisa que va llegar una hora más tarde, su hija (embarazada) está en el hospital y todavía no saben si tendrá cesárea o parto normal. Llamo al trabajo, pido permiso para llegar una hora más tarde. Me saco los tacos, me pongo Hawaianas. El nene más chico se despierta llorando, se hizo caca y quiere la mamadera. El más grande también se despierta, también me pide la mamadera (por suerte no se hizo caca). Quiere que le prenda los dibus. Mi marido que se va a su trabajo, grita desde la puerta, “Gorda, cerrá vos please, que no encuentro mi llave”. Bajo con el chico en brazos, mientras le doy la mamadera con una mano. Cierro la puerta con la otra mano. El grande me vuelve a reclamar la mamadera y ahora pide upa. Me pregunta por qué no están los Power Rangers en la tele. (y por qué no viene un Power Ranger a rescatarme a mi?) El chico termina la mema, hacemos el provechito, me vomita la remera. Me cambio nuevamente para ir a trabajar. Dejo al nene sobre la cama, me saco la remera, me pongo otra limpia. Nene empieza a llorar. Pide upa otra vez. (¿el Power Ranger cuándo llega?) El grande me vuelve a reclamar los Power en la tele. (yo

también –pienso- hijo, quisiera saber dónde está el bendito Power Ranger!) Pasa una hora, llega la chica, dejo a los chicos, voy al trabajo. Salgo de casa, sigo de Hawaianas. (y si voy así?, mejor no, no tengo las uñas de los pies pintadas) Tacos altos nuevamente. No combinan con la remera que me cambié. Paciencia (a esta hora, sospecho que el Power Ranger me plantó). Me saco los tacos, me pongo otros. Y me tiene que combinar la cartera. Cambio de cartera. Saco toda la ropa de yoga, la pongo en la nueva. (¿podré llegar a mi clase de yoga?) Salgo de casa, creo que estoy bien vestida. Capaz combinada. Hago señas para subirme a un taxi. Para y me subo. El tipo que maneja escucha Arjona a todo lo que da. Le digo la dirección y no me entiende, me pide que le grite. (¿por qué no baja la música?) Le grito la dirección. Responde, gritando, que no escucha porque es sordo (con razón escucha Arjona). Llego al trabajo, casi abatida, subo la escalera, y antes de llegar a mi escritorio, me suena el celular. Marido me avisa que esta noche tiene asado con sus amigos, después de volver de correr 21 km con su grupo de trote: “Gorda, te jode quedarte con los chicos, please?” Trato de contestarle amablemente y me suena el teléfono fijo, me piden que urgente conteste un mail, antes de las


Caro

11.00 hs (son las 10: 55 hs). Contesto el mail, contesto los teléfonos, es un día de locos en la oficina. Llama la chica que cuida los chicos, falta leche para el grande, y el chico tiene fiebre. Y la granjita de la esquina de casa, cerrada por vacaciones, no podrá hacerme el delivery de la leche para el grande (¿habrá delivery de pediatra para que mire al chico?) Hora de almuerzo, me escapo hasta el súper, compro la leche, llamo a un cadete, mando la lata para mi casa. Y tendré que llevar al chico al pediatra. Adiós, mi esperada clase de yoga! Salgo del laburo, busco al grande que sale del jardín. Quiere caramelitos del kiosco, vamos al kiosco bomboncito de mamáaaa!!!

Llego a casa, dejo al grande con el padre, y me llevo al chico al pediatra. Antes de irme, marido me dice: “Gorda, porfa, tratá de apurarte, porque hoy tengo grupo de trote, y después asado, ¿te acordás?” Lo miro. Estoy desfigurada. A esta altura no sé ni como me llamo, ni como llegué hasta acá. Tengo ganas de llorar o de gritar. No me sale ni media sonrisa. Marido me sigue mirando mientras pregunta: “Che, Gorda, ¿por qué últimamente tenés esa tremenda cara de traste? ¿A vos te pasa algo?” Contengo el aire. Necesito que alguien me cambie de canal, que me lleve al que están los Power Ranger.



Laura

Laura Heit se está animando a escribir. También sobrevive a días de furia.

www.peripeciaslau.blogspot.com

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Día de furia ¿Viste esos días en que decís: “¿cómo no me quedé durmiendo unas horas más? Tenés una entrevista o reunión importante y seguro no suena la alarma de tu celular o se queda sin pilas tu despertador, y qué pasa, te despertás quince minutos antes de la hora en que empieza dicha reunión, que se traduce en un “no tengo la hora que tenía para prepararme tranquila”. La noche anterior te olvidaste de dejar preparada la ropa que te ibas a poner, querés prender la luz para buscar a las corridas la ropa (mientras te peinás, te maquillás y te lavás los dientes), y se quema el foco. Querés tomar aunque sea un café y el frasco no tiene más. Bueno estás lista y habías pensado en ser súper cuidadosa del medio ambiente yendo en bicicleta, pero sacando la bici

descubrís, con cara de diciendo “¿algo más?”, que la rueda está pinchada. Salís de nuevo con pilas, vas a doscientos kilómetros por hora y ¡por fin llegás! Pero, para sorpresa tuya, quien te recibe, te dice con sonrisa de “cheese”: “disculpá, pero todavía no llegó”, o “está en otra reunión, vas a tener que esperar”. La rabia que había ido bajando vuelve a subir y vos por dentro decís: “¡todo lo que pasé desde que me levanté para llegar a horario y ahora tengo que esperar!”. Termina la reunión y descubrís, con cierta incertidumbre y asombro, que el día empezó como el reino del revés, pero que, al final todo resultó muy bien. ¿Será que cuando las cosas empiezan atravesadas, después resulta en algo hiper positivo y con un resultado digno de comer perdices?


Carlaina

Carla Ferretti es emprendedora, estudiante de Letras, madre, blogger. Teje, escribe y a veces hace mĂşsica. Tiene uno de los blogs mĂĄs activos de por acĂĄ. Hoy nos convida con una no-historia de amor.

http://misskarlaina.blogspot.com.ar/

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Amor de bondi. Iba con la cabeza en cualquier lado (como siempre). No tengo idea en qué era lo que pensaba y si pensaba en algo de repente les puedo asegurar que me quede sin pensamiento alguno. Un segundo nada más, al instante tenía mi cabeza llena de cosas, palabras, ideas, frases para decir. Le pido al chofer que me cobre el destino hacía donde me dirigía. Cuando mi mirada gira en torno a todo el colectivo puedo divisar a simple vista que no viajaba nadie parado pero que tampoco había asientos vacíos. Hasta que de repente… si si, había uno, sólo uno. Fue un segundo, verlo y pensar en lo lindo que sería mi compañero de asiento. Me acerqué con mis mejillas totalmente entonadas en un perfecto rosa (no es que pueda verme a mí misma pero me conozco demasiado como para saber cómo me reflejo ante todos en determinadas situaciones). Él estaba sentado del lado del pasillo. Creo que no hay muchas personas que al sentarse solos se sienten del lado del pasillo ya que no hay nada más ¿divertido? Que sentarse del lado de la ventanilla para ver el paisaje (aunque todos los días sea el mismo paisaje, los mismos árboles, las mismas calles, y hasta ¿por qué no? la misma gente). El asiento desocupado en verdad no estaba tan desocupado, ya que el muchacho en cuestión lo utilizó de “apoya mochila”, por lo que no sólo tuve que tener el coraje de pedirle si me dejaba pasar para poder sentarme, sino también, que corra la mochila. “¿Me darías permiso?” le dije indicando el asiento. “Si” me dijo, y claro, no sólo se levantó sino que dejó el lugar libre.

Yo no podía parar de pensar en la belleza de su todo y en lo incómoda que me sentía siendo desgraciado el lugar que el azar nos había otorgado. Segundo asiento, que no sé por qué es más alto que el resto. Me sentía no sólo nerviosa porque me shockeó mi compañero de colectivo, sino, por lo expuesto de la situación. Como si me hubiesen subido arriba del escenario de River, plena vuelta de Soda Stereo para pedirle algo a Cerati… bueno no tanto, suelo exagerar. Pero sí, en realidad es eso lo que sentía, me sentía arriba de una cima con un hombre hermoso al que no tenía idea de qué decirle. Y no sé si era por los nervios también pero jamás me sentí tan apretujada compartiendo par-deasientos con alguien. Él tenía una agenda en la mano, venía tomando notas. Dejó de hacerlo por un instante cuando me senté a su lado pero no tardó en retomarlas. Yo opté hacer lo de siempre. Saqué un libro de mi cartera y me puse a escuchar música. En realidad debería decir “mi hice la que leía, me hice la que escuchaba música”. Traté de poner en práctica todas las estrategias posibles para leer lo que escribía. Miraba de reojo pero me moría de vergüenza si me atrapaba chusmeando así que desistía siempre sin llegar a ver que hacía. Mirando de reojo también lo miraba pensando. Por momentos ponía su mirada en la nada, pensaba y recién ahí retomaba. Escribía. Y yo, en mi cabeza, tratando de imaginar cómo habrán comenzado los romances en colectivo. Si es que alguien sobre la Tierra me puede hacer el relato de su historia de amor que comenzó en un colectivo. Digamos un “Before sunshine etc etc” pero argento y de bondi, no de tren y europeo.


Carlaina

Se me vino de repente a la mente un corto que vi (no hace mucho) acerca de dos personas que se conocen en el Subte. Dos lectores que de repente comienzan a hablar a través de los libros, marcando las palabras en círculos, comenzando así una charla. Éste termina cuando la chica se baja pero antes le escribe su número de teléfono en una de las páginas del muchacho. Pero no, porque el tema es que él escribía y yo leía… solamente yo leía, entonces no podía hacerlo. Siempre flasheé con la posibilidad de conocer a alguien lindo en un medio de transporte y sólo escribir mi número en un papel, dárselo antes de bajar y que sea lo que el destino quiera. Pero no, claramente ésta no sería la oportunidad en que lo haría por primera vez. Es que en el medio de todo el flechazo comencé a pensar que quizás el chico estaría casado o de novio o comenzando en una relación. Porque jamás se me podría cruzar la posibilidad de que esté solo, ¿Quién lo está hoy en día? Bueno yo, pero ¿alguien más? No lo creo, o al menos eso mi estadística es lo que dice. Y bueno, nada. Adivinen que pasó. Así como yo imaginaba y repasaba todas las posibles estrategias para implementar (para encararlo) también imaginaba que ese viaje duraría hasta donde yo tenía que bajar (como mínimo). Y no, mis cálculos fallaron. Y así como si nada, todo ese torbellino de pensamiento se vio interrumpido en el momento en que el muchacho tapó su lapicera, guardó su agenda, cerró su mochila, se levantó, y se fue así sin más. Adiós amor para siempre, sé que la felicidad hubiese sido eterna.

Y sí, suelo exagerar.



MartĂ­n

MartĂ­n Pato es planta permanente en esta imberbe revista. No cree en las Bios.

http://sobrenuestrocadaver.blogspot.com.ar/

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El Rafa. Como todas las tardes, salí a caminar la playa Zicatela en busca de una lanita para llevar a casa y ayudar a hacer frente a la olla vacía. Este lugar paradisíaco, donde vivo desde que nací, esta al sur de Puerto Escondido, en el estado de Oaxaca de México. Durante estas recorridas suelo hacer base en Punta Zicatela, un bar/restaurante en el extremo surfer de esta hermosa playa. El calor se siente mucho más fuerte en temporada baja, quizás porque la alegría de vender algo que le dé sentido a tanto esfuerzo, no es muy común por estos días. Pero órale! hoy confío en mí!, en mi particular, estudiada y comprobada forma de acercarme y conocer a cada turista hasta por fin encontrar algo por lo que estarían dispuestos a largar unos pinches varos. Ya acodado en la barra del bar playero y platicando con mi brother Ale que sirve tragos ahí, vi a lo lejos, en unas reposeras que estaban pasando la palapa grande, a tres weys tomando unas caguamas. También me di cuenta que uno de ellos iba vistiendo la casaca del seleccionado argentino de futbol, lo que me empieza a dar indicios de por donde entrarles. Tienen fama de pinches mamones los argentinos, pero estos tres no parecían tener cara de ni de muy vivos ni de muy cabrones. De todas maneras yo tampoco pretendía robarles nada. Mientras dos de ellos se dirigían al mar vi la oportunidad justa de acercarme. Hacer contacto con uno siempre me resultó mejor que avanzar a los grupos. Con actitud bien chida, y sin que se note demasiado, me acomodé en una reposera de la sombrilla ubicada al lado y saludé al wey de

forma cordial. Para mi sorpresa, no me respondió. Enseguidita me di cuenta que estaba dormido y decidí esperar a que despierte. Se habían hecho las cuatro de la tarde y era casi mi última esperanza de ganarme unos buenos mexicanos para salvar el día. Las chavas que estaban haciendo toples un poco más adelante, eran un partido más difícil. Si bien las había observado mucho más que a los argentinos, creo que perdería efectividad en mi capacidad de venta, porque esas niñas, además de que no parecían hablar español, realmente estaban bien buenotas. No mames!!!... estaban para matar el oso a puñaladas!! Pero me terminaría costando un chingo la pendejada! De repente, el pelado argentino se despertó y percibí que al verme tan cerca se asustó un poco. Su tono de vos acelerado y nervioso me lo hizo notar, pero enseguida entramos en una charla bien chida. Las preguntas típicas que necesito hacer para saber que ofrecer se sucedían naturalmente. Supe enseguida hace cuanto estaban en México, el tiempo que iban a estar en Zicatela y también cuantos días más de viaje por mi país les quedaba. Averigüé el hostel en que se alojaban, algunos indicios del estilo de viaje que estaban haciendo y un par de gustos e intereses generales. Creo que me fue fácil la indagación ya que, el compatriota de Messi, estaba medio dormido aun y me largo todo. Le llevó un tiempo considerable comenzar a activar los filtros que la mayoría de las personas suelen poner frente a un desconocido y mucho más si hace tantas preguntas como yo. Comencé a hablar de la pesca y me contó que de chico pescaba mucho, lo que me entusiasmó para venderle la excur-


Martín

sión que más dinero me deja de ganancia. Por eso insistí mucho con el paseo en barco en el cual, además de pescar, podían ver ballenas y delfines. Pero me parece que la cagué por pinche pendejo ambicioso y perdí mi oportunidad al ofrecérselo a $1400. Desestimó mi oferta por completo al escuchar ese número. Me di cuenta que la ansiedad de la temporada baja me hizo cagarla. Cuando llegaron sus dos compas del mar, insistí un poco mas y hasta les bajé el precio, pero no hubo caso. Continuamos charlando los cuatro sobre la noche en Zicatela, los bares, la música en vivo, etc. Desanimado por la mala oferta con la que arranqué, yo solo respondía lo que me preguntaban con la cadencia de una campana previo a detener su movimiento. Me caían bien los brothers, pero eran inmunes a mis ya aburridos ofrecimientos. De repente me concentro otra vez en la conversación que estábamos teniendo y comienzo a incorporar y asociar la información que me estaban brindando. Noche, bares, música en vivo, reggae, argentinos...mota!, me dije a mi mismo como invadido por una sensación de iluminación casi espiritual. En ese momento, recuerdo que un primo estaba secando su reciente cosecha para la temporada alta que arrancaba en semana santa y, medio atolondradamente, les pregunté si fumaban. Me doy cuenta que ellos esperaban esa pregunta desde hacía largo rato y hasta estaban a punto de hacerla, ya que uno de ellos responde automáticamente con otra pregunta: ¿marihuana? Veníamos conectando bien y charlando muy chido, pero a mí me faltaba cumplir con mi objetivo comercial del día. Esta coincidencia me puso contento hasta que recordé lo

lejos que vivía mi primo del lugar donde estábamos y el calor abrumador que hacía a esa hora. Estaba tan dura la calor que parecía que el tiempo pasaba más lento. Un poco porque me caían bien pero principalmente por hacerme una lanita, les digo que en media hora podrían tener su mota aquí, en la playa, debajo de su sombrilla de paja, para contemplar un atardecer bien chido en el mar. Dudaron un poco, pero yo sabía que la venta ya estaba hecha. Y así fue, me dieron 200 varos y salí en busca del encargue, sabiendo que las posibilidades de volver en media hora eran totalmente nulas. Emprendí mi viaje a paso firme y constante bajo el rayo del sol. Pasada la media hora, no había llegado ni a mitad de camino y tuve que parar. Por un momento dudé en quedarme con los pinche pesos. Sabía que ellos al otro día continuaban viaje y yo no les había dado más información sobre mí que mi nombre, era imposible que me los encontrara otra vez. Además hacía varios meses que no contaba con tanto dinero a mi disposición. “ ¿Cuánto me quedaría limpio si les compro la mota? 20, 30, tal vez 50 varos siendo mi primo muy generoso por lo difícil que viene la temporada?; ¿Qué decisión tomar? Está papita el asunto para que me quede con el dinero, pero los parners argentinos me cayeron muy bien, además están arrancando su viaje. Sé que si les llevo el encargue me lo van a agradecer mucho y me recordarán durante el resto del camino. Así mismo tampoco los puedo privar de un mágico atardecer en Zicatela bien pachecos” Esta voz comenzó a ser cada vez más fuerte en mí y además, como dice la abu, hay que generar buen Karma. Así


que tomé coraje, me paré y seguí camino. Para ese momento los weys debían estar pensando que me fui con su lana, por eso tenía que apurarme. Pasó una hora más hasta que, en el camino de vuelta, me encontré a uno de ellos con una caguama en mano y una cara de resignado que le cambió automáticamente apenas me vio. Llegamos los dos juntos a la sombrilla donde nos esperaban sus dos amigos. Uno de ellos me dice, con justa razón: “mostro pensamos que no volvías más”, mientras que en esos breves instantes sus expresiones de argentinos estafados se transformaban en una gran sonrisa, ideal para contemplar, en minutos, un maravilloso atardecer.


Lucila

Lucila Rolón es liviana y semimágica. Cuando le robaron la bici, el universo se disculpó y se la devolvió. Ja. Trabaja de periodista en radio, gráfica, TV, documental y web. Formó Garrincha Club Social junto con otros veinte desconocidos.

www.santosimulador.tumblr.com

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Cómo condimentar ensaladas. 1. Al principio me molestaba pero ahora lo acepto con gracia: tengo especial talento para condimentar ensaladas a ojo, lo hago y con lo que hay. He visto la locura en los ojos de muchachos frente al plato de asado diciendo ¡pero qué rica ensalada! papa y huevo, zanahoria y huevo ya no me digo qué talento absurdo, lucila por qué no nos tocó, mejor, soportar bien el frío. Me parece que mi mamá es, de los cuatro, quien no soporta el frío lo increíble es que soportó el cachetazo helado del 5 en Tucumán y Talcahuano así que yo soy la hija de una mujer que fue atropellada por un bondi y zafó

2. soy rubia blanca y cuando era chica mis papás no comían para que comiéramos nosotras cuando navegué por el Nilo conté botellitas de agua mineral que flotaban como muertos frescos o como jugadores de water polo 3. el año pasado leí 18 libros en el subte me aburren las guerras trabajo los domingos evito una oficina tal vez tengo razón y la libertad es un pasillo 4. no me importan los noventas la pobreza no tuvo noventas a ver si se lo acuerdan la próxima vez que jueguen al Twitter 5. soy torpe fantasiosa y cobarde pero hablo leo y escribo en inglés sin dificultad me distraigo con facilidad lo dice mi boletín desde segundo grado


Lucila

salgo mal en las fotos tengo buenas ideas no tomo infusiones le pongo sal a la pizza llego tarde hasta a mi cumpleaños sé muy bien que Dios existe nunca me acuerdo de mi perra, Hita todavía no aprendí a andar en bici sin manos 6. y no soy del grupo de personas que tiene desde niños un corte en la ceja en la pera tampoco mis caídas de chica no sirven para contar la infancia y las marcas que tengo me las hice solo yo Tengo 31 años y miedo a los espíritus puedo arrancarme las puntas florecidas del pelo durante toda una tarde tengo la misma voz que mi hermana mi hermana canta muchísimo mejor que yo mi hermana lo mejor que hizo en su vida mi hermana son dos niños extraterrestres

7. quisiera decir que Morrissey me salvó la vida y que los bares de Estambul son sin duda mis bares 8. Una vez nos peleamos los cuatro juntos tan pero tan fuerte en el departamento que alquilábamos en la calle Rivera en el barrio de Coghlan que mientras mi papá soportaba nuestros gritos y gritaba alto zombie sangrando, mi mamá cerraba puertas persianas ventanas y lloraba de mi hermana recuerdo solo sus gritos el tono agudo que alcanza cuando grita la convierte en fantasma o en trueno 9. Otra vez llegué a mi casa una tarde y vi llorando a mi papá


sentado en el sillón frente a la tele por el último capítulo del Clon mi papá cumple años tres días antes que mi mejor ex novio 10. ¿Un sueño recurrente? que se me caen los dientes siento cómo se van aflojando desde adentro de la encía se van aflojando como las Lincoln en la leche y entonces salgo corriendo al quiosco

a comprar chicles confitados a pegármelos en los huecos de mi boca. 11. Le rompí el corazón a un tipo a dos tipos atrás, rompí el mío cuando me equivoco me reduzco a pulpa pienso que romper corazones también es un talento probablemente mucho más idiota que condimentar bien las ensaladas.


Paul

Paul Maril: Jurisconsulto iconoclasta de tendencias renacentistas, reniega del mundo detrás de un teclado. Es dueño de un sedentarismo incansable, vegeta con todo éxito en los más diversos foros. Una vez conversó con el Paz Martínez.

http://chinamuerta.blogspot.com.ar/

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Carlos “La Osa” Valderrobles Carlos Valderrobles, el más querido y recordado jugador de Central Córdoba de Santiago del Estero, tuvo una pintoresca carrera, digna de ser recordada. Debutó en la Liga Regional del Noroeste en el año 1983, una nochecita fresca de primavera. Morochón pesado, de andar cansino, se ganaría el mote de “La Osa” no sólo por su porte físico sino porque literalmente “hibernaba” más de dos tercios de cada día. A las habituales doce horas de descanso que necesitaba al final de cada jornada, era capaz de sumarle unas criminales siestas de más de seis horas. Una brutal imposibilidad de mover sus piernas durante las calcinantes siestas santiagueñas, así como sus restantes particularidades físicas, hacían que este clásico Nº 10 lanzador estuviera condenado a brillar sólo en campeonatos nocturnos o en tardes lluviosas. Su estilo de juego no presentaba mayores misterios: cual jugador de tejo playero, con un imaginario cordel delimitaba un sector de no más de 25 metros cuadrados por delante del círculo central y allí desarrollaba su juego, sin salirse prácticamente de esos límites. Con precisos pases de cuarenta metros, una gran pegada y una gambeta corta e indescifrable, se hizo patrón de cada contragolpe y dueño absoluto de toda pelota parada. Fue el goleador de la liga en 1984, con 33 goles de tiro libre. Ostenta, además, el imbatible (e incomprobable hasta la fecha) récord de goles olímpicos: 10 en una misma temporada. Tales estadísticas llamarían la atención de Severino Cle-

mente Varallo, antigua gloria del balompié, devenido en cazador de talentos a las órdenes de Boca Juniors. Sin haberlo visto jugar jamás y sólo en base a los antecedentes escritos y los informes verbales de su entrenador santiagueño, La Osa es reclutado por el club de la ribera para jugar la final de la liguilla Pre- Libertadores 1987, en reemplazo del lesionado as brasilero Marcio Roberto de Souza Nunes Pereira do Prado Viera de Oliveira, apodado por la parcialidad boquense como: “El negro”. Valderrobles llegó a Buenos Aires en el vuelo de las seis de la tarde, y esa misma noche de miércoles el desesperado entrenador boquense lo hizo debutar en la primera final ante Racing Club. Despierto, exultante y fresco como una lechuga, la Osa sorprendería a propios y extraños desplegando su mejor juego y marcando cuatro verdaderos golazos. Con precisión de cirujano clavó dos goles olímpicos (uno en cada tiempo); otro de tiro libre desde cuarenta metros y el último de penal, picándola socarronamente por sobre el malogrado arquero Bobillo Gómez. Asimismo, aportaría seis impecables asistencias, malogradas por la “Vieja” Cardoso, veterano centroforward que a sus 39 años estaba ya más cerca del arpa que del violín, todo ello ante la mirada atónita de la Guardia Imperial que, humillada y herida en lo más hondo por un ilustre desconocido, juraría tomar venganza contra nuestro héroe para la segunda final. Ante la excelente actuación del partido de ida y cegado por el ansia de gloria, el entrenador xeneixe lo pondría en la alineación titular para el partido revancha, que se jugaba cua-


Paul

tro días después, domingo a las tres de la tarde, haciendo caso omiso a la advertencia del técnico de su viejo equipo Central Córdoba, quien había hecho especial hincapié en que “La Osa” solo se desempeñaba bien de noche. La segunda final tuvo lugar durante la inusual ola de calor bochornoso que azotó a los porteños aquel noviembre. Los termómetros bullían ni bien despuntaba el sol. Dos horas antes del partido el estadio ya era un hervidero, una caldera. La antesala del desastre. Los cuarenta húmedos grados que azotaban la Capital desde hacía tres días habían sumido a la Osa en un letargo del que nadie lograba sacarlo. Lo bajaron casi desmayado del micro, entre varios compañeros, y apenas lograron reanimarlo con una ducha helada y dos termos de café. Parecía como apunado en pleno llano. Comenzado el partido, sólo lograba arrastrarse por el campo, no daba pie con bola, erraba los tiros y las piernas le pesaban cien kilos cada una. Desconcertado por estas sensaciones, se tiró a jugar de punta para no estorbar. Boca manejaba el partido, y su ausencia en el juego apenas se notaba. Aún en tal estado, las cosas parecían salir bien para La Osa. Es más, en el segundo tiempo, cambiado un poco el aire, pareció despertar por un momento. Faltando tres minutos, mete un terrible bombazo que el arquero albiceleste consigue desviar al corner con lo justo. Cuando se encontraba parado frente a la pelota, listo para ejecutar el tiro de esquina, la hinchada contraria decidiría aplicar la vendetta, el golpe fatal. Avisados sobre la particularidad de La Osa, las veintemil almas racinguistas comenzaron a cantar a coro un tierno y

dulce arrorró. Mágicamente, las bestias lograron entonar al unísono un suave arrullo angelical. Así, mecido por el melodioso canto de la barra y dadas las terribles condiciones del clima, la Osa caería anestesiado en los brazos de Morfeo. Demorado el saque por tumultos en el área, Valderrobles comenzó a deslizarse lentamente hacia el suelo, vencido por el sueño, tratando de aferrarse inútilmente al banderín del corner para no caer, quedando medio desparramado y con una mano levantada, como pidiendo socorro al bañero, en una foto que recorrería los diarios y los programas de bloopers de todo el mundo. Lo que sigue, es historia conocida. Boca sale campeón, la gente delira y festeja en el Obelisco desbordando a la policía, rompiendo las vidrieras de Mc Donald´s y varios teléfonos públicos. Pero La Osa no se enteró hasta tres días después, al despertar en la casa de sus padres, en los suburbios de La Banda, en su Santiago querido. La dirigencia ingrata no se apiadó de su salvador y lo borró olímpicamente del club. Sólo se limitaron a enviarle la medalla de campeón y la rescisión del contrato por correo. Hoy su nombre no figura en los anales oficiales de Boca Juniors, ni siquiera hay una fotito suya en el museo de la pasión boquense. Pero de todas formas, La Osa vive en el recuerdo de quienes lo vieron hacer lo que nadie jamás había hecho en un partido. Bueno, en dos. Algunos gallináceos aún conservan el póster de la infamia, que utilizan para martirizar a bosteros viejos en los asados familiares.


Pasados los años, los avances de la ciencia demostrarían que La Osa Valderrobles fue, sin saberlo, la primera y brutal víctima confirmada del implacable “JET LAG”, efecto tan temido actualmente por los jugadores y periodistas que viajan a Japón, pero que en aquellos tiempos no supieron comprender. En la actualidad La Osa es conserje de un Spa de las Termas de Río Hondo, en su tranquilo y apacible retiro santiagueño. Turno noche, claro.


Mathildo

Matías Fiorini es fotógrafo, cordobés, de esbeltas costumbres nocturnas y tendencia al vintage. Nos agasaja con fotos deliciosas y coraje en el envío de mails.

http://matildo.tumblr.com/

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Mathildo









Vero

Vero es puro joy. Ahora mismo estĂĄ de viaje pero se hizo presente con una anĂŠcdota de un Ă­dem. Un poco astral.

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Y de repente, Moscú. Pudo ver la fuerza del viento aún antes de bajarse del colectivo. Movía con violencia las copas de los árboles, los extremos de los pilotos mojados y el pelo de todas las personas que tuvieran pelo. Valor, pensó. Y se miró los pies apenas cubiertos por unas chatitas de verano. Se bajó en Cerrito y Viamonte, y caminó hacia el Obelisco. Cuando alzó su mirada para verlo, en su lugar encontró a la Catedral de San Basilio, rodeada por la Plaza Roja. ¿Cuándo llegué a Moscú? Sin tiempo para resolver enigmas, se reunió con sus amigas y entró al teatro que debería ser el Gran Rex, pero era otra cosa. Ahí dentro se hablaba en ruso. La butaca crujió al sentarse y el bullicio de mujeres rusas hablando al unísono le confortó saber que el cotorreo es mundial. Media hora y el recinto se hizo de noche. El piano de cola fue lo primero en iluminarse y en cobrar vida cuando una morena con rulos se sentó con una sonrisa tímida, casi pidiendo permiso. Comenzó la función. Regina Spektor

was in the house. Pasaron los temas, los aplausos, gotas de té desparramadas sobre el escenario, el juego de luces y una centena de pieles de gallina, alteradas por la melodía de un violín esmerado. Ya nadie habla con Dios, pero ella le dedica música y letra. Ya nadie se ríe del desamor, pero ella lo mira de frente y se ríe a carcajadas. Ya nadie cree en el amor, pero ella se pregunta qué sería de nosotros sin él y le levanta estatuas. Estatuas. Una noche roja que descongeló todo el frío. Una noche roja de talento musical y una voz impresionante. Una noche roja que terminó demasiado rápido. Qué ganas de pasarse la vida escuchando a Regina, en el Colón por qué no… reflexiona inspirada. La noche es más noche que nunca. Sigue corriendo el mismo viento violento pero el Obelisco volvió a ser lo que era y la Plaza Roja se desvaneció, llevándose la última nota de un piano de cola.


Seelvana

Seelvana soy yo. Y a pesar de ser ilustradora, esta vez me dibuj贸 mi novio.

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Pequeño salvavidas cotidiano. Con una libreta nueva, lápiz, goma y marcadores me obligo a ver qué pequeñas pavadas me salvan la vida.


Seelvana



Seelvana



Seelvana



Seelvana



Seelvana



Seelvana



Seelvana



Ceci

Ceci Alemano Su primer recuerdo es en un cuarto oscuro de Morón votando a Alfonsín a upa de su papá. Creció en Mar del Plata y apenas tuvo edad para elegir se decidió por Buenos Aires, donde estudió Comunicación, se dedicó al periodismo, se enamoró y se convirtió en madre de un Tomás. Escritora de vocación, melómana y sentimental, es una gran amante del otoño, quizá porque sea la estación que le calza justo a ese espíritu mezcla de melancolía y ansiedad por lo que viene.

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Otoño. Hoy que estás espléndida Demos un paseo… Despedir al verano cada año no es algo que se haga sin sentir cierto duelo. Aún cuando sepamos que va a revivir tres estaciones después. Porque el verano es apertura, es fluir entre el adentro y el afuera, la cerveza en una terraza, el hit brasileño que bailás hasta el hartazgo, los soleros, las uñas de colores, el sol desde temprano y hasta bien tarde. Pero tiene una cualidad el verano. A su luz plana e implacable que lo baña todo, le sigue la del crepúsculo. No se me ocurre metáfora mejor para definir al otoño que la de esos breves instantes del día en que aún no es de noche, pero tampoco es de día. El otoño puede ser el epílogo del día o el preludio del invierno, y ahí está toda su magia. En los matices, las tonalidades, los olores y sabores que vuelven. Ese repliegue puertas adentro. El reencuentro con las llamas de las hornallas y de la estufa, con el roce de las telas, con el ritual de abrir un vino y dorar un ajo en oliva. Con el edredón

abrigando nuestros sueños. El otoño es un meterse con la opción aún del afuera; en el patio junto a una hiedra teñida de bordó, bajo un vendaval de hojas ocres que se desprenden sin dejar todavía a los árboles pelados, o en un paseo con el crujir de las hojas bajo los pies y algún jazmín desprendiendo un suave perfume. No puedo pensar en otoño sin que suene música. Porque otro de los talentos de esta estación también es saber sacar por los parlantes voces añejas y pianos que arrullan las horas. Pienso en Modern Times o Tempest, de Bob Dylan, en alguno de Madeleyne Peyroux o cualquiera de Billie Holliday. Este año, en particular, pasó que recordé de pronto a Cerati, que eligió un otoño hace cuatro años para ir a darse una vuelta por el universo. Por eso si hoy tengo que elegir una canción es esa. La que grabó con Melero en Colores Santos. Amo el otoño. Sobre todo desde que habito Buenos Aires, donde lo he visto una y otra vez desplegarse a sus anchas, siempre bajo un sol tibio que alumbra y descubre todo el abanico de colores de esta ciudad impasible y de nuestras propias vidas.


Eri

Erika Bouz贸n Eri dice que ama dedicarle su tiempo a todo lo que la emociona. Es mam谩 nueva, que va aprendiendo en el camino, cocina mucho, come chocolates. Teje, pliega origamis, tiene un blog, pinta dibujitos. Pero por sobre todo se detiene a mirar las cosas lindas que le llenan el alma.

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Tic, tac, tic, TAC No, no nooooo! Puff Se me viene a cerrar la puerta, pero venga! Quién le quitó el picaporte a este tramo de la puerta del palier… y justo que puse a cargar mi Smartphone, nene. No, no, noooo Si yo sabía que no debía dejarlo cargando. Para qué si aún tenía un 40% de su hermosa energía. Y ahora? AHORA, qué!... Tengo este tic, tac de Alicia en el país de las maravillas sonando en mi cabeza por perseguir al conejo blanco. 5, 4, 3… cuántos segundos quedan de esta preciosa luz artificial? Pero sí! Shit… Está claro que cada vez que nos hacemos “la pregunta”, empieza a pasar lo que no queríamos que pase. Pucha!, ahora también sin luz, y encerrada. Bueno por lo menos tiré la basura. Me siento? Y sí, me siento, quizás alguien venga a rescatarme. Será mi príncipe o el portero que se ofende cuando le decimos así, y nos corrige diciendo: “EN CAR GA DO”, pues dale… si eso te hace feliz! Pero si hoy es domingo… y podés creer que la vecinita de al

lado se va de juergas, y viene recién de meriendas la muy loquita. Y sí, que envidia, si yo a su edad no paraba ni un segundo. Siempre estamos hablando de lo que hace el otro pero nos olvidamos lo que fuimos. Y vuelvo a mí, pensando que ahora me siento bruja, amargada y encima vieja. Ay, me acuerdo que encima dejé la pava en el fuego para mis mates matutinos, y el balcón abierto. Quien me manda a tirar la basura justo ahora. No tenía que levantarme así como hoy. Es que todo sería más fácil si existiera en la vida como en la cibernética el Ctrl Z! Tendrían que poder lograr ir un paso para atrás en la vida en estas pequeñas cosas que se podrían modificar sin hacerle mal a nadie, no? Una segunda oportunidad para estas cosas banales. Regreso a mi oscura soledad y me digo: “Qué más puede pasarme? Y me falta comerme un hongo, para hacerme más grande o hacerme pequeña” así era? y después, que vendría después, entrar en la cerradura? Ahhhh ya en los tiempos de cuentos Alicia consumía, me dije! Ay, pero si ella como todos, buscaba las respuestas, nada más que en su andar, se topó con un loco cantando el Feliz no cumpleaños, luego un gato que quería engañarla o seducirla, o seducirla para luego engañarla, y por último se


Eri

vio cara a cara con la Reina de Corazones que olvidó el suyo dejándolo pudrirse. ¿Te suena? La muchacha continuó tras su sueño, bah como lo hacemos todos. Cuántas veces nos dejamos seducir, pisotear y hasta lastimar por perseguir al pomposo conejo blanco. Es que llevamos la inocencia de acariciar su suave realidad. Tic, tac, tic, tac Yo quise alcanzar al conejo Bunny Blanco, pero él se me escapó. Algún día seré como Ali que con mis sueños, llegue a conquistar la tierra maravillosa?

Hoy en mi adultez me dejé seducir por la propaganda basura, las recetas mágicas baratas, que nos llevan a la perfección mentira, y también a esos hongos del mercado podridos de malicia. Voy a buscar un libro, dibujar un conejo y colgar un reloj que me recuerde el paso del tiempo ganado y no el perdido. Ahora se me viene una imagen a la cabeza, de una frase de la filosofía yogui, que alguna vez leí y dice así: “Sólo podemos vernos mejor en las aguas cuando están calmas y no en el reflejo del agua con turbulencia.” Cuanta verdad, así lo es!

Mirá lo que viene a hacerme media hora de encierro en este palier, que no han hecho tantos meses de terapia.

Esta claridad la ví en esta oscura circunstancia, tan simple y hogareña, que me dejó un encierro, casi por accidente, esta mañana dominguera, acá en el palier del decimo piso a mis treinta y tres. Qué delirio mi vida.

Al abrirse esta puerta voy a empezar a ver un poco más al mundo con los ojos de aquella niña que alguna vez fui, y sí, me olvidé un poco, allá en algunos de los cajones de mi infancia. Pero me pondré a ordenarlos y sacarles un poco el polvo.

La afonía de mi alma, encontró la voz que tanto buscaba, el tic-tac de la felicidad por y para siempre, seguiré a mis sueños, aunque no sea fácil su camino. No abandonaré mi intuición de alcanzar lo perdido. Te voy a encontrar CONEJO, todavía hay tiempo.



Vir

Virginia Ucar estรก de viaje, pero como es su costumbre, nos trae relatos fotogrรกficos sobre lugares, estilos de vida e instantes perPHectos.

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Vir

Campo Salimos temprano. Las instrucciones marcan un destino que no figura en los mapas. La ciudad todavĂ­a duerme, mientras el campo se despierta. Cruzamos pueblitos, parajes, estaciones de tren. Alguien, en algĂşn lugar, nos espera con la mesa puesta.

El almuerzo nos devuelve al letargo de los dĂ­as sin obligaciones, sin horarios ni calendario. La siesta se encarga del resto.



Vir

El aire cargado de aroma a pan tostado nos despabila, mientras las Ăşltimas horas de la tarde se escurren por la ventana. Y entonces volvemos a la ruta para desahecer el camino: cruzamos estaciones de tren, pueblitos, parajes. Mientras el campo se duerme, y la ciudad se despierta.



Lucila

Lucíla Yañez es guionista y redactora, su gata se llama Susú y detesta que le rocen las pantorrillas. Actualmente desgraba entrevistas para el canal Incaa TV y es cofundadora de la editorial independiente Bigote Falso —con la que publican libros de nuevos autores y una revista de humor—. Escribió textos y actividades para una revista infantil y guiones para el programa Veloz Mente, de Discovery Kids. Además, trabajó para una revista de interés general escribiendo sobre toda clase de temas en la que, incluso, se destacó como hacedora del futuro al escribir el horóscopo.

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Mi pequeño amigo charolado Era el niño con menos talento que jamás había conocido. Ni siquiera sabía atarse los cordones. Eso lo avergonzaba. Realmente sí que lo avergonzaba aunque, el muy maquiavélico, evitaba admitirlo. Es así como se explica que usara esos ridículos y denigrantes mocasines de charol. Su caminar obsequiaba una melodía extremadamente peculiar. Les sacaba lustre de manera obsesiva. Recuerdo que tenía tres pares de mocasines de charol. Los negros clásicos; él hacía orgullosa gala de esos zapatos. Se creía y, lo que es peor, se autodefinía como un amante del buen calzar. Teníamos doce pirulos, el muy goma nos hablaba de moda y avant garde. El otro par de sus relucientes zapatos era color marrón; esos no le agradaban tanto, sólo los usaba para jugar con nosotros en la calle. El tercer y último par era el que él llamaba: distinguido y personal. Eran de un color indescriptiblemente caqui; esos sólo los utilizaba para festividades o agasajos especiales. Debo admitir que en ciertas ocasiones quise probármelos. Pero ¿cómo hacerlo sin que él lo notara?, mejor dicho, ¿cómo hacerlo sin que nadie lo notara? Entonces tuve una idea tan o más brillante que esos mocasines. No podía intentarlo en el hogar de mi pequeño amigo cha-

rolado. De ninguna manera iba a arriesgar mi honorable pellejo intentando calzarme esos adefesios brillosos en presencia de él o de algún miembro de su familia o, lo que es aún peor, frente a un integrante de nuestra barra de amigos. Tomé todas las precauciones posibles. Recuerdo que me llevó varios días planearlo todo. Había llegado el tan ansiado momento. Sin titubear ingresé al lúgubre negocio llamado ‘El Palacio del Charol’. Me ubiqué de espaldas a la vidriera. Pedí unos mocasines de mi número. La ineficiente vendedora me preguntó el color, sin pestañar y con certeza, susurré: caqui. Ahí estaban. Mientras me sacaba las zapatillas no podía creer que fuera todo irrisoriamente tan sencillo. Sí, señor, me calcé los mocasines de charol. Mi capricho había sido victoriosamente cumplido. Caminé sobre la alfombra mirándome al espejo. Espejo que me devolvió la imagen escalofriantemente burlesca de mi amigo charolado. Me di vuelta y ahí estaba. Un vahído invadió las extremidades de mi cuerpo. Sólo escuche esas desafiantes palabras: ¡¡¡A que se lo digo a los pibes!!!, para luego verlo perderse con sus mocasines de charol marrón fuera del local. Tenía que detenerlo y darle su merecido. Así como no dudé al entrar tampoco lo hice al salir. Frente a la mirada atónita de la empleada corrí, corrí y corrí


Lucila

calzando esos monstruosos zapatos de charol color caqui.



Belén

Belén Villadeamigo es misionera de nacimiento, porteña por adopción. Twitaholic, blogger y redactora. Fue gimnasta, ahora vive con tendinitis. Le gusta leer y bailar... y sonreir! Lic. en Adm. de Empresas.

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Realidad de Leyenda. Nunca creí que la historia contada por mi abuela fuera real. Es decir, ¿quién puede creer, o siquiera imaginar, que su familia desciende de una antigua generación de linaje real y que cualquier día de éstos uno de nosotros podría ser convocado para liderar nuevamente una comunidad que vivía escondida desde hacía siglos? Es verdad que en algún momento de mi niñez llegué a pensar que era cierto, pero esa ridícula idea se fue desvaneciendo a medida que pasaba el tiempo y nadie era llamado a recuperar el ya casi olvidado legado que, supuestamente, le pertenecía: el trono. Según mi abuela, “aquél que fuera citado lo sería a través de su propio corazón, que lo llevaría a su destino. No cualquiera podía ser elegido, o más bien, los elegidos; porque en realidad, en ese ya añejo reino, se reunirían un hombre y una mujer que no necesitarían más que mirarse a los ojos para saber que se complementan entre sí y que no hay nada ni nadie que les impida estar juntos, aunque sus vidas deban cambiar por completo para que así fuera. Unidos serían inseparables, invencibles, inigualables... Y reinarían trayendo prosperidad a su pueblo, que volvería a vivir tiempos de felicidad”. Estaba pensando en esta historia, que para mí es más una leyenda, mientras echaba un vistazo a ese pequeño pueblo que estaba dejando atrás, para empezar mi vida más allá de

los límites de ese insignificante caserío. Siempre había querido sobresalir en un mundo más grande, más imponente, y con mayores desafíos. Ese era mi gran anhelo. Así fue que calcé la mochila sobre mis hombros, tomé un bolso en cada mano y partí, partí hacia ese mundo sobre el que no tenía más que expectativas. Mientras el paisaje pasaba velozmente por la ventanilla del micro, noté que éste estaba disminuyendo la velocidad. Levanté mi cabeza por sobre el asiento de adelante y observé que un guarda se acercaba a mí, hasta que se detuvo a mi lado para informarme que esa era mi parada. Pero estaba equivocado, yo viajaba a la ciudad, no al siguiente pueblo. Intenté convencerlo, pero cuando miré mi boleto vi que él estaba en lo cierto. Evidentemente había un error, pero ya era demasiado tarde para corregirlo. No tuve otra opción que bajar del micro y buscar algún lugar donde pasar la noche. Empecé a divagar por el medio del campo, que era donde me habían hecho quedarme. No se veía ningún hotel, ni siquiera casas. Estaba parada en el medio de la nada. De repente, divisé una figura en la distancia, pero no llegaba a distinguir si era un hombre o una mujer. Caminé hacia donde este desconocido se encontraba. Saludé, me presenté y le pregunté si había algún lugar en los alrededores donde pudiera pasar la noche. Él también se presentó, Martín se llamaba. En ese momento sentí que no importaba donde estuviera, sino tener conmigo esos ojos mirándome tan


cálidamente; y esos brazos fuertes que sostenían el hacha, abrazándome fuerte; y ese atlético cuerpo que la remera no alcanzaba a disimular, protegiéndome y acompañándome siempre. Pensando en esto, no me di cuenta que me hablaba. Volví a la realidad y lo escuché decir que no había nada cerca, que había que atravesar el bosque para encontrar el pueblo más cercano; pero ya no había tiempo de llegar. Me ofreció su camioneta para dormir, él se quedaba afuera. No acepté, no quise aceptar. No podía dejarlo a la intemperie, solo. Le dije, y aceptó quedarse en la camioneta. La verdad que hacía bastante frío, tanto que mis manos temblaban un poco. Martín se dio cuenta y me dio su campera; yo, medio dormida, le agradecí mientras él me arropaba con una ternura que jamás había sentido antes. Esa noche, me dormí con una sonrisa. A la mañana siguiente emprendimos el camino por el bosque, Martín no quiso que fuera sola. Había demasiados árboles, y nos desencontramos. No sabía qué hacer, y recordé las palabras de mi abuela –“cuando no sepas que hacer, ni adonde ir, sigue tu corazón”; eso hice. Pronto llegué a un claro y me detuve frente a una flor maravillosamente

extraña, olí su dulce y delicada fragancia. En ese momento me desvanecí. Cuando desperté, no estaba sola. Él me sonreía y miraba tan cálidamente como siempre. Todos mis sentidos se encendieron y no registraba otra cosa que no fuera él. Me abrazó y me dijo que lo alegraba que estuviera bien, mientras una lágrima corrió por su rostro y cayó en mi hombro. Me aparté suavemente de sus brazos y lo miré, todo lo que sentía por él se fortaleció, y creció. Supe que no quería estar lejos suyo y que mis días no tendrían sentido sin él. Entonces le conté todo, cómo creí quererlo cuando lo conocí, y cómo supe amarlo cuando lo vi a mi lado. Él también me contó algo, pero distinto. Me contó cómo el destino, guiado por nuestros corazones, había cruzado nuestros caminos para que, después de siglos de estar predestinados a unir nuestras vidas, pudiéramos acompañar al pueblo que nos esperaba fuera de la casa a alcanzar la prosperidad. De repente entendí, la leyenda de mi abuela ya no era leyenda, sino realidad. Una realidad en un mundo mágico, que ninguna de nuestras familias podría ver jamás. Una realidad en un mundo mágico al que accedimos por el aroma de una flor, una flor que sólo encuentran los que siguen su corazón.



Dimas

Dimas Melfi Dimas Melfi es arquitecto pero sobre todo un inquieto que se dedica a su profesión tanto como a la ilustración, la fotografía, el diseño, el bordado y el collage con la misma pasión. Lo inspiran sus amistades felinas y humanas, los viajes y la naturaleza; y se declara amante del té, el frío, las antigüedades, los cuentos, la música y el cine de antaño.

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Como somos la maaaaar de generosos y copeited, te dejamos un link para que te descargues un wallpaper del verano eterno . (se baja de este LINK http://www.pinterest.com/pin/511088257685159081/ )



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seelvana@gmail.com

fin


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