Aportes andinos a nuestra diversidad cultural

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Aportes andinos a nuestra diversidad cultural. Capítulo 6. Los Bolivianos y Peruanos hoy

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Damián Quiroga, de Lules, calcula, como ya se dijo, que el 70 % de la producción fruti-hortícola de Tucumán es obra de los bolivianos residentes. En defensa de los pequeños cultivos, señala que una hectárea de frutillas da trabajo a una larga cadena de personas, cuya subsistencia depende de ello, mientras que el capital agrario concentrado genera poco trabajo y muchas ganancias, que sirven para incrementar la concentración del capital y el consecuente desplazamiento de los trabajadores rurales hacia los centros urbanos. Un reciente cálculo realizado en Tucumán determina que se precisan 40 hectáreas de soja para dar el mismo trabajo que da una hectárea de caña de azúcar, aunque el azúcar es también un producto de exportación). Desde ya, se está abonando así una terrible desigualdad social, en la que no hay esos derrames tan exaltados por el liberalismo económico. Bernabé Palca, de esa misma localidad, señala que los grandes propietarios reciben todo tipo de ayuda financiera, mientras que ellos deben arreglárselas solos, sin préstamos ni subsidios. Lamenta que la alta tecnología agraria, unida al gran capital, los haya despojado del control de las semillas, algo sin lo cual se pierde la soberanía alimentaria, y también una parte importante de la cultura. Unas pocas transnacionales, en su mayoría norteamericanas, las manejan con un criterio oligopólico, fijando precios que no son accesibles a los pequeños productores. Esto contribuye a un abandono creciente de las áreas rurales por parte de una población, que se ve así desplazada por mecanismos contra los que no puede luchar. En Lules funciona también la Cooperativa de Residentes Bolivianos “6 de Agosto”, dedicada al cultivo de la frutilla, que recibió un premio del Banco Francés de Buenos Aires por sus obras de regadío, y también por su desarrollo tecnológico y comercial. Constituye un buen ejemplo de lo que llamamos “pequeña agricultura de alimentación”, que en este caso también exporta, de carácter sustentable. Empezó con 3,5 hectáreas y hoy posee 28, pasando de 50 a 750 toneladas de producción, con una ganancia neta que en 2009 fue de 1.100.00 $; y en 2010, casi de 2 millones. Lo importante de esta experiencia es que permitió a un grupo de 30 jornaleros hortícolas formar otras tantas pequeñas empresas familiares que, agrupadas en esta cooperativa, dan trabajo a 150 personas que no dependen de patrón alguno. Juan Mallón, hermano de Mario, que cultiva una parcela de tres hectáreas de su propiedad en los alrededores de Lules, se queja de las fumigaciones aéreas de una empresa cañera vecina, y nos muestra hileras de pimientos mustios, quizás irrecuperables. El cultivo está a más de 100 metros del cañaveral, pero se precisa una distancia mucho más grande para estar a salvo. Éste es otro factor que produce abandono de los campos entre los pequeños productores de cultivos no transgénicos, que no pueden resistir tantos herbicidas e insecticidas que llueven sobre ellos. Por cierto, sería vano que fuera a reclamar por ese daño a la empresa, pues le pedirían que prueben que ellos fueron los culpables, o le responderían, con un cínico aire fatalista, que tal es el precio del Progreso. Y ya que hablamos de precios, añade Juan Mallón que el golpe final a los pequeños productores viene de ahí. Quien ha resistido la falta de agua, el granizo, las pestes, las heladas y los soles bárbaros, logrando una buena producción, cuando llega el momento de llevarla al mercado se encuentra que, de una semana a otra, por las especulaciones

propias de una cadena de comercialización que nunca piensa en el productor y sí en un especulador que nada arriesga, se lleva casi toda la riqueza generada. Así, un cajón de tomates por el que pagaban 140 $ cayó de golpe a 25 $, suma que por cierto no justifica la inversión económica, el riesgo sufrido y el gran trabajo de doblar el lomo bajo el calor o el frío para plantarlo, regarlo y cuidarlo. Esto demanda, y es un reclamo de la Vía Campesina, plantear la existencia de mercados locales donde los agricultores puedan comercializar de manera directa o por medio de cooperativas que les pertenezcan la comercialización de su producción. Josefina Aragón de Vilte se queja también de este abatimiento repentino de los precios que padece con frecuencia y padeció este verano en Maimará, cuando por una jaula de lechuga, que tiene diez docenas de plantas, pagaban apenas 2 $, o sea, menos de lo que vale medio kilo de pan en la panadería de su pueblo. Dice también, desde su experiencia de pequeña agricultora, a la que añade sus conocimientos de botánica, que la tierra se fue debilitando en los últimos años, por tantos abonos químicos que le echan. Antes, asegura, con los abonos naturales la producción era mayor, y también que por causa de esos químicos la verduras no aguantan mucho en la heladera, a diferencia de antes.

12. Organización y espacios sociales Los bolivianos y peruanos, al igual que los inmigrantes europeos y de otros continentes, al poco tiempo de llegar empezaron a relacionarse entre sí para apoyarse mutuamente en las dificultades de la subsistencia en tierra extraña, y también para mantener sus costumbres y practicar sus rituales. Mientras los peruanos no tienen problemas de mezclarse con los argentinos, y hasta parece gustarles, los bolivianos muestran una tendencia a no ocupar los espacios sociales de los argentinos, sino instituir los suyos, en los que se encuentran con sus semejantes y no se exponen a ser discriminados. Se podría arriesgar que lo hacen por una especie de pudor, que los lleva a no querer pecar de inoportunos o fastidiar a alguien con su presencia, por más que no reciban gestos de rechazo. Esto en lo más íntimo, puesto que son numerosos también los espacios rituales que comparten con los argentinos y otros inmigrantes, como ahora veremos. Aunque a veces les hacen fama de cerrados, suelen invitar va sus amigos argentinos a sus rituales, y les gusta compartirlos con ellos. Vimos ya el caso de la Comparsa Gran Poder, donde hay muchos argentinos bailando sus danzas típicas. Zoila Ester Núñez, una argentina que vino de Tucumán, fue admitida en la Comisión Directiva de la Asociación de Residentes Bolivianos de Mar del Plata, porque vieron el amor que ella tiene por su cultura y su entrega a la causa de lña colectividad, para la que trabaja humildemente. La Asociación de Residentes Bolivianos 6 de Agosto, del Bajo Flores, es la organización más representativa de la Ciudad de Buenos Aires, con varios años de existencia. En el año 2010 echaron a andar junto con el Gobierno de la Nación el proyecto “Sueños de la Zona Sur”, que cubre las áreas de salud, documentación, cultura y otras. Tienen asistentes sociales a quienes llaman en las emergencias que se les pre-

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