SDQ Magazine Edición 06

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Voz propia {Por Geraldine de Santis | Ilustración Kilia Llano}

Vivir para contarla

Mi querida, pecosa y sabihonda amiga: Me encantó encontrarte en el videoclub a tantos años luz de nuestra graduación. ¡Qué coincidencia que ambas buscáramos la misma película! ¿No te parece que “Cinema Paradiso” es, simplemente, una obra maestra del genio humano y que en la trama rebosa toda la grandiosidad de la imaginación “alla italiana”? (Claro, sin dejar de lado el Nóbel a la Nutella, los spaghettis, gelati y todas aquellas delicadezas gastronómicas responsables de mis tercas 15 libras de más?) Pensando en esas películas que marcaron nuestra infancia y adolescencia, –por supuesto, la proyección viene automática- medité en qué eventos toreaba yo mientras, embelesada frente a la televisión, vivía la vida de otras personas, me adentraba en la maravillosa existencia de los protagonistas. Todas y todos ellos dejaron una huella en mis recuerdos. Trayéndolas a mi presente, entiendo que reflejaron- y aún reflejanalgo dramático de mi pasado, de mi corta pero intensa existencia. ¿Con cuál comenzar, amiga? Pues, con las que recuerdo tan vívidamente por aquello de que el arte retrata la vida o será lo contrario? ¡Luces, cámara y acción!

La sirena y la bicicleta

Escena primera: me lo habían advertido ya muchas veces. Me habían explicado cuidadosamente el porqué, dándome todas las razones del mundo. Pero, testaruda al fin, hice oídos sordos. Tenía tan solo seis años y Boca Chica estaba en sus buenas. Olas iban y olas venían. El olor de la fritura mezclado con el salitre era toda una sensación para mi eficiente olfato. En un descuido de las autoridades, digo, de mis padres, me mandé hacia la orilla para sentir el agua, jugar con los peces y hacer todo lo que hacían las sirenas. Yo quería ser una. Quería vivir en el mar, donde todo era emocionante. Jurando que me conver-

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tiría en la mitológica niña-pez, nadé lo más que pude, tragando más agua que la presa de Jiguey-Aguacate y, sin tener ni idea del significado de la palabra miedo, fui brevemente libre. La pela estaba garantizada, pero tenía que experimentar en mi propia piel cómo vivía Madison (una jovencísima Daryl Hannah) y cómo era aquello de que, al mínimo contacto con el agua, su piel se convertía en

escamas. Cuando estaba a pocos segundos de convertirme en La Sirenita versión dominicana, (mis dedos estaban súper arrugados, lo juro) sentí una mano tibia que me agarró por los pies y me sacó, abruptamente, del agua. Encima del susto y los nervios, y con arena por todas partes, tuve que escuchar, calladita, el panegírico que me leyeron al estar “fuera de peligro”.


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