Español 5to. Grado

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una tras otra por el vidrio de la ventana, como postales desenfocadas y locas, Silvio pensó en dos cosas importantísimas, en ganar y en que la hermana del pitcher, Ximena, fuera al juego. Le encantaba Ximena, pero no se lo había dicho a nadie. Guardaba ese secreto en el fondo de una cajita escondida en un lugar secreto de su corazón. Pero como ésa no era una mañana cualquiera de un día cualquiera empezaron a pasar cosas extrañas. Primero hubo un choque en el semáforo de la avenida principal, la que lleva al estadio, y había ambulancias, gritos, curiosos y una patrulla vieja con una sirena encendida pero sin ruido. —Vean bien —dijo Judith—, no vaya a ser alguien conocido. Era un transporte colectivo que había golpeado a un cochecito naranja muy viejo, que no conocía. Ana dijo entonces, ufana: —No entiendo por qué se empeñan en manejar como locos, esas son las consecuencias. Así hablaba Ana cuando era princesa, aunque estuviera disfrazada de hermana. —No, mamá, no reconozco a nadie. Menos mal. Después, al llegar al estadio se repitió la escena del desayuno, pero más raro. No había nadie. Ni los umpires, ni el equipo contrario, ni sus compañeros, ni nadie, nadie, nadie. Vamos, ni siquiera alguien que hubiese abierto el estadio. Judith se preocupó y marcó muchos números en su celular, pero nadie contestaba. —¿No nos habremos equivocado? ¿Te dijeron bien la hora? —Claro, mamá. Era a las nueve y ya son cuarto para las nueve, pero tenemos que calentar. Siempre estamos antes, como media hora.

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