Más tarde, comimos en el campo, pues nos gustaba más que ir a un restaurante. Después de comer, mi papá se tendió en el pasto y se quedó dormido. Joaquín y Pepe se pusieron a jugar con unos carritos. Érica y yo empezamos a jugar bágdminton otra vez; pero el gallito se quedó atorado en un árbol, y por más que tratamos con una rama, no pudimos desprenderlo. —Esperen a que despierte tu papá —dijo mi mamá—. Él les puede ayudar. —Mientras, le voy a enseñar a Érica la cabaña de los boys scouts —le dije. —No se tarden —respondió. —No, al ratito regresamos. Fuimos por donde yo recordaba que estaba la cabaña, pero no la encontrábamos. Cuando yo era chiquita, mi papá me decía que era la casa de la abuelita de Caperucita, y me encantaba. Estaba toda hecha de piedra, entre los árboles, y adentro tenía una chimenea. No había puerta, y podía entrar el que quisiera; pero a veces estaba muy sucia. Caminamos más y no la encontramos. —Tal vez está más arriba —le dije a Érica.
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