Tropos Digital #6

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La palabra como herramienta...

versi贸n digital http://issu.com/saturno/docs/tropos_6

VALOR



Nota editorial E

l tiempo es inversamente proporcional al nacimiento de la revista Tropos. No nos persigue, no nos espanta, no nos limita. Le damos una cachetada, y publicamos un nuevo número. Es así que nuevamente demostramos que por medio de la organización colectiva, insistimos en mantener este espacio de difusión, de intercambio y de enlace de las distintas manifestaciones de la escritura. Pero aun más allá, pues a modo de acercamiento a las variadas producciones artísticas, en este nuevo nacimiento, el quipo editorial abrió las puertas a los dibujos y se dio la tarea de seleccionar la ilustración de su sexto hijo. Aproximación que, como curiosos aprendices, planteamos en el futuro seguir manteniendo y profundizando. Después de todo, si desde la escritura consideramos fundamental la apertura de espacios de difusión y el contacto de nuestras obras con la sociedad, no somos los únicos. Las producciones artísticas merecen tener un hogar permanente que tenga la función de derrumbar muros que plantean constantes aislamientos.

haber sido declarado de Interés Académico por el Departamento de Letras. Hecho que no es menor, pues implica el reconocimiento académico de una revista que procura seguir trascendiendo paredes e ingresar en el cuaderno de cada persona, a modo de llamado a la participación estudiantil. La revista Tropos busca seguir abriendo puertas, crear nuevos caminos. No para unos pocos, sino para todos aquellos que quieran apostar en esta circulación de las múltiples miradas que como futuros intelectuales y/o artistas proponemos. Es así que en el marco de la reforma de la Ley de Educación Superior, en donde tenemos la oportunidad de ser partícipes del cambio de formación que tenemos y proponer aquella que queremos tener, esta revista se desnuda y muestra su piel. No como un número más, si no como un punto de inicio hacia una formación académica distinta, en donde las palabras que aquí se encuentren, puedan oírse y hacernos reflexionar sobre la polifonía que pretende conjuntamente hacerse escuchar. Y si como dijo Roberto Walsh, “las palabras deben sublevarse”, éste número ya lo ha logrado.

UTOPIA Humanidades y Estudiantes Independientes

Por otra parte, no podemos dejar de mencionar la particularidad que tiene este número de

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Equipo editorial/Organización: Alicia Aquino, Adelina Petón, Nahuel Barrientos, Rodolfo Yoldi, Ezequiel Asprella, Daniela Cleve, Matías Elicer, Harry Marauda, Gisela Campanaro, Joaquín Sanchez, Sol Canteros. Publicaron en este número Victoria Briccola, Alicia Aquino, Fernando Manzini, Franco Baigorria, Micaela Anzoátegui, Laura Barba, Alejandro Ferreira, Virginia S.A, Santiago Gjuratovich, Leandro de Martinelli, H:M, Mariano Zarza, Nicolas Casais, Guido Rusconi, Ana Julia Quiroga, Joaquín Sanchez. Diseño Gerardo Echeverría / silencio_sonoro@hotmail.com Ilustración María Julia Ledesma / julitabivonsha@hotmail.com Agradecimientos, a todos los que creen que este espacio debe seguir trascendiendo paredes. A quienes publican por primera vez y a los que aún no desisten. Al diseñador que nos banca desde el año pasado. A los que nos mandaron las ilustraciones. Y a los fanáticos que creen en los poemas de gol.

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Indice 6

pág. Poesías

Obligaciones derivadas del acto de parir y más...

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pág.

Cuentos / Relatos

...Microrrelatos y Cadaver exquisito ¿Quién me ha robado el tiempo? y más...

21

pág. Ensayos Pizarnik y más...

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Cuentos / Relatos

¿Quién me ha robado el tiempo? ¿

Quién me ha robado el tiempo? me he preguntado una y otra vez. ¿Quién fue?, ¿por qué lo hizo?, ¿qué quiere hacer con él? Estas preguntas son las que me atormentan, sin dejarme descansar ni pensar en otra cosa. Antes de que te llegues a preguntar ¿por qué son estas preguntas las que me atormentan? te voy a contar una historia: Todo empezó (o terminó) una tarde de primavera, un día soleado, aunque no demasiado caluroso. Las flores y los árboles comenzaban a dar sus frutos y el aroma a vida inundaba el aire. Me senté, con un libro en la mano, bajo un gran árbol de tilo y empecé a leer. La brisa fresca, de vez en cuando, me hacía volver a la realidad. Esta vez quedaba poca gente en la plaza, el ocaso se acercaba, por lo que decidí terminar de leer esa parte del libro, y después irme. Realmente no sé cuánto tiempo estuve leyendo, para mí fueron sólo minutos, pero cuando levanté la vista estaba amaneciendo, unas pocas estrellas quedaban ya en el cielo. Lo más extraño fue, que al cerrar el libro, observé que mis manos estaban más flacas y arrugadas, como si hubieran sufrido el paso del tiempo, de mucho tiempo en realidad, toqué mi cara y me di cuenta con horror que también había sufrido el mismo paso del tiempo. Tiempo que yo no he vivido. Tiempo que no recuerdo que haya pasado. Tiempo que para mí no ha existido. Me senté bajo ese árbol de tilo siendo una

chica joven y me he levantado siendo una anciana preguntándome ¿quién me ha robado el tiempo?

VIRGINIA s.a vir_soledad@yahoo.com.ar

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Cuentos / Relatos

Pared M

iró en una pared todo lo que podría haber mirado. Sucia. Infame. Erguida. Aunque todo a su alrededor estuviera derrumbado. Erguida entre tanta basura desparramada que se arremolinaba mezclada con viento. Sucia. Descascarada. Vieja. Húmeda. Llena de bichos. Entre sus recovecos escapaban brotes de semillas. Todo y nada más que todo lo que podría haberse representado estaba ahí. Y así, cualquier pared era pared y nada más que pared. Sucia y como si el mundo persistiera en su agonía, erguida en tal verticalidad. No importaba qué ocurría. Era pared y nada más. Pared. Y qué es ser pared. Bueno, es sólo ser conjuntamente ladrillo, arena, cal, piedra y hierros oxidados. Inanimada. Pero siniestra. Entre vaivenes huracanados se paseaban y debatían los restos de cualquier vida. Papeles. Bolsas. Envoltorios. Polvo. Algunas hojas secas. Pedazos de existencia iban y venían, alternándose circularmente. Algún compás se escuchaba lejos, impreciso, perdido y encontrado. Y se perdía de nuevo. Pared. Y había tantas. Tierra revuelta. Grietas. Pared vieja. Tenía grietas. Algunas raíces escapaban de ella. Recordó. Se nubló la vista. Ciruelo. Caerse del ciruelo. Retos. Llorar. Subirse al ciruelo. Comer ciruelas sobre el ciruelo. Descansar bajo el ciruelo. Gato lamiéndose sobre pared. Ramas del ciruelo que escapan por sobre pared. Enre-

dadera entrelazándose a pared. Ventana. Mirar. Ciruelo a punto de florecer. Pájaros. Nidos, inalcanzables. Uvas. Ratón paseando entre los brazos de la parra. Sigilo. Corriendo. Costilla de hombre, enorme. Jazmín florecido de blanco. Petunias. Fresias. Hortensias de colores. Rosa china. No hay que romper plantas, decía. No pisen, decía. No corran, decía. No se suban al árbol, decía. No toquen, decía. Limonero. No te cuelgues del limonero. Verano. Chicharras. Pájaros. Caracoles pisados. Caracoles, arruinan plantas, decía. Hay que matarlos, decía. Esconder caracoles. Sucia. Infame. Erguida. Aunque todo a su alrededor estuviera derrumbado. Escombros. Y escombros, escombros, más escombros. Azulejos. Baldosas. Ladrillos. Cielo Raso. Madera muerta por todos lados. Plantas sepultadas bajo los escombros. Pedazos de toda existencia proyectándose. Pequeño mundo al revés. Silencio. No hay pájaros. Pared. Un caracol sube y deja estela brillante. Se preguntó a dónde irían todos los ratones, descendientes de aquellos que se paseaban bajo el manto nocturno entre ramas de parra. Por la pared. Ahora, sendos garajes serían construidos. La abuelita había muerto, y con ella, su casa. Pared. Un caracol sube y deja estela brillante. Se preguntó a dónde irían todos los ratones, descendientes de aquellos que se paseaban bajo el manto nocturno entre ramas de parra. Por la pared. Ahora, sendos garajes serían construidos. La abuelita había muerto, y con ella, su casa.

MICaELA AnzoatEGUI. micascully@aol.com

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Cuentos / Relatos

Abuela E

ra un día soleado y radiante. El olor de la carne asada llegaba desde el patio. Yo acababa de contarle un chiste a la abuela y ella se estaba riendo. Parece que le había gustado, parece que me dejaría seguir con vida. Escuché con atención su larga y sonora risa, buscando algún signo de amenaza velada. No encontré ninguno, no significaba nada. Aún entonces, después de todo lo que había pasado, me costaba trabajo ver a esa mujer como el monstruo que era. Pero sus ojos, aparentemente dulces, guardaban tras de sí una terrible maldad. Las líneas que recorrían su rostro, que marcaban su carácter, eran oscuros hilos que podían unirse, superponerse unos con otros para formar la más grande de todas las sombras. Hasta en sus viejos vestidos de colores claros había implícita cierta violencia, cierto potencial discreto para la destrucción. Todo en ella era pura maldad: Un montón de veneno cubierto con azúcar. Hace ya dos meses que todo empezó. Les ruego que me presten atención, les ruego que escuchen como comenzó el horror. Éramos una familia feliz, y numerosa: Decenas de tíos, primos y hermanos, aunque solo una abuela. La teníamos en un geriátrico y la íbamos a ver de vez en cuando, hasta la sacábamos a pasear para navidad y año nuevo. A los más chicos nos gustaba la vieja, era divertida mientras no empezara a hablar de los “viejos tiempos”. Daba risa lo puritana que era ¡Cualquier cosa la ofendía! Claro

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que a veces la ofendíamos a propósito para burlarnos de ella. Jamás hubiéramos imaginado, lo mucho que ella odiaba ser nuestro juguete. Una nochebuena, cuando los adultos estaban afuera tomando sidra, mi primo Juan aprovechó que estaba abierto para meterse a la habitación de la abuela. Revolvió los cajones, rompió algunos adornos y tiró unas cuantas cosas al suelo. Ahora bien, nada de esto lo hubiese metido en demasiados problemas. Fue lo que hizo después, lo que habría de condenarnos a todos. La abuela tenía una caja, cuyo contenido no dejaba que nadie viera. Todo el año permanecía cerrada con llave, cadenas y candados. Creo que la abría en soledad, cuando ninguno de nosotros podía interrumpirla. Todos nos preguntábamos que guardaría ahí dentro. Grandísimos tontos ¿Quién nos mandaba a meternos? Esa noche, el cajón estaba abierto, con las cadenas y candados desparramados por el suelo. Cuando lo notó, Juan se acercó para ver que contenía. Dentro solo había un álbum, lleno de viejas fotos de la abuela con el abuelo, que había fallecido hacía ya varios años. Como estaban en blanco y negro, a mi primito se le ocurrió colorearlas. Cabe aclarar que mi primito tenía cinco años y no era demasiado bueno para colorear. Cuando la abuela volvió a la habitación y lo vio ahí, profanando su preciado tesoro, ha de haber pensado que lo hacía para lastimarla. Ahora que lo pienso, ese día ya le habíamos jugado unas cuantas bromas. Tal vez por eso hizo lo que hizo. Puede que, de haber sido más amables con ella, nos hubiese perdonado. No lo sé. Todo lo que sé es que cuando llegué a esa habitación, buscando a mi primito perdido, lo encontré tendido en el suelo, muerto. La vieja tenía en sus manos una escopeta que parecía salida de un museo, aun-


Cuentos / Relatos

aunque al parecer, todavía servía. Nunca en mi vida vi nada tan horrible como la sonrisa que tenía mi abuela en ese entonces. Era una expresión de la más pura felicidad, de infinita, absoluta, demente satisfacción. La clase de expresión que solo pueden poseer aquellos que ven como todos sus problemas desaparecen de repente. Entonces supe que estábamos perdidos. Ella nos iba a matar a todos. Fue el miedo lo que me salvó: El quedarme paralizado, sin poder hacer nada. Ella pasó al lado mío sin verme. En ese estado, ni siquiera me había notado. La irrealidad de la situación me impidió actuar a tiempo. Pronto escuché gritos y disparos, todo a solo unas habitaciones de distancia. Quería correr, pero no sabía hacia donde ¿Debía salir al patio, a enfrentarme a un enemigo que no podía derrotar? ¿O tratar de escapar mientras aún podía, con la esperanza de que alguien allá afuera me ayudara? No es fácil contestar, especialmente cuando la muerte aguarda detrás de una o más respuestas. Elegí lo que muchos considerarían la opción más noble, o la más estúpida. No puedo enorgullecerme de ello, ya que no sirvió de nada. Todo lo que puedo decir, es que fui sencillamente patético, y completamente inútil. La abuela solo dejó a los niños con vida. En un principio pensamos que nos tenía lástima ¡Que equivocados que estábamos! Quería torturarnos, jugar con nosotros hasta rompernos. Primero quemó todos nuestros juguetes, que según ella eran malos para nosotros. Danzó alrededor de la fogata, al compás de la música de un viejo tocadiscos. Nos contó historias horribles sin final feliz, para que no nos engañáramos: El mundo no era un lugar feliz. Finalmente, para que creciéramos

grandes y fuertes, nos sirvió estofado durante un mes. Fue después de eso que nos explicó de donde había sacado tanta carne, y supimos lo que había hecho con los cadáveres. Últimamente la abuela se está aburriendo. Es más cruel cuando está aburrida. La semana pasada nos tuvo sin comer. Hubo algunos que se quejaron. Hoy somos menos, y tenemos asado. Trato de mantenerla entretenida, aunque sé que no puedo seguir haciéndolo para siempre. No importa, seré un niño bueno como quiere mi abuela. Pero por favor, alguien venga a ayudarnos. Por favor alguien sálvenos.

SANTIAGO GJURATOCIH. gjuratovich@gmail.com

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Algunas notas sobre King Kong Estévez y las autopistas L

a idea de King Kong Estévez era aparecer en la tapa de la Rolling Stone como en aquel viejo afiche de la película. El simio gigante sosteniendo en la izquierda a una Fay Wray desfalleciente, todo en el color opaco de los afiches pintados de la década del ‘30. Sólo que en vez de una colorada estilo Fay Wray, el tipo quería a Yessica La Witch -la infame Yessica La Witch- su partenaire más antigua, desnuda y montada sobre su dedo índice. Alguien en la revista mencionó que los postizos de pelo para disfrazarlo de simio daban picazón, y que Yessica La Witch estaba filmando en Uruguay, pero no había mayores inconvenientes. Sólo debían esperar que alguien de Argentina hablara con alguien en México que a su vez debía convencer a alguien en los Estados Unidos para que los autorizaran a poner a un actor porno en la tapa de la revista. King Kong Estévez estaba casi al final de su carrera. Tenía treinta y nueve años, y en los quince que llevaba trabajando para la industria nunca nadie lo había fotografiado disfrazado de mono. Ni siquiera para promocionar la trilogía Kingo Kongo. Llevaba años reservando esa imagen para un momento importante. Y a punto de rifarla para una reedición en DVD de sus cuatro primeras películas, lo llamaban de Rolling Stone. Estaba más que contento.

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Desde las primeras películas lo reconocían por la calle. Claro que nadie le palmeaba la espalda ni le pedían autógrafos, pero podía leer el reconocimiento en las caras. Algunos le echaban más de una mirada mientras comían en aquel restaurante, pensando en qué curso de marketing habían conocido al tipo ese. Otras lo miraban distraídamente, sospechando al principio, negando después. Y al final la inspección concluía en una sonrisa sin cómplices, imposible de disimular. ¡Claro que conocían a ese tipo! ¡Era el eyaculador más descomunal que habían visto en su vida! Sólo que en vez de codear a los comensales y señalarlo con el tenedor, se limitaban a seguir masticando. Era un tipo famoso, pero todos, incluido él mismo, se tomaban el trabajo de disimularlo. No pasaba lo mismo con las mujeres de la industria. El reconocimiento con ellas era distinto. Había conocido una chica una vez que le contó algunas historias alarmantes. Fue durante la filmación de Tremendo Tremendo. Se hicieron amigos después de compartir una escena complicada (la doble penetración no se la da bien a todas) y al final de ese día, Flora La Piedra lo invitó a tomar un café. La chica tenía un minúsculo departamento al final de un largo pasillo en un enorme monoblock junto a la autopista. Había olor a encierro y a plástico y sentado en el sillón King Kong podía oir el zumbido de los autos treinta metros allá abajo. En todo el tiempo que pasó allí, y en todas las veces que volvió a verla, el zumbido nunca se detuvo. La autopista era como un enorme insecto, una polilla atómica. - Mejor sería vivir al lado de una vía de tren –decía Flora La Piedra para disculparse-. La autopista nunca para. Su verdadero nombre era Natalia.


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A King Kong le gusta decir que el suyo es un trabajo de riesgo. Cada vez que pongas una porno y veas a un tipo con la pija metida en un forro, tenés que saber que está arriesgando la vida. Si el tipo usa forro es porque hay dudas. Puede ser cándida, puede ser gonorrea, puede ser herpes, y entonces no pasa nada. Pero también su partenaire puede tener HIV. Así que cada vez que veas que un tipo la mete con funda, está arriesgando la vida. Y si ves que no consigue una erección completa es porque está pensando en el grave problema que podría tener si se le revienta el forro. En principio, se quedaría sin trabajo. Los directores siempre quieren que se vean las venas, la fortaleza de la pija, cuando taladran a las chicas. Si el enfermo es el tipo, entonces no sirve, que se vaya. A veces King Kong parafraseaba a John Lennon y decía: la mujer es la negra del mundo, pero los actores porno masculinos son la mujer de la industria. Y se reía solo. Pensaba que aquella frase podría llamar la atención del periodista de Rolling Stone, aunque no estaba seguro. También pensaba decirle otras cosas. Por ejemplo, que la gente de la industria guarda la intimidad en el living y no en la habitación. Hay actrices que se ofenden si le preguntas por su familia, de la misma manera que cualquier señora de San Isidro se ofendería si le preguntaras acerca de los ungüentos que usa el criador de caballos para sodomizarla. Alguna vez, a los doce o trece años, no había estado de acuerdo con las orejas que tenía. En una de esas inspecciones frente al espejo pasó demasiado tiempo observándolas, hasta que decidió que eran demasiado protuberantes. Entonces se las pegaba con La Gotita. Echaba una gota detrás de cada oreja y se las pegaba a la cabeza. Pero la solución duraba un día o dos como mucho. Cuando no era el sudor, era un tirón mientras dormía o el cuello de una remera cuando se la sacaba, y las

y las orejas volvían a su lugar. Así que King Kong repetía el procedimiento y a la semana ya las tenía en carne viva. Cuando ya había sufrido bastante y las orejas empezaban supurar, decidió que mejor se dejaba crecer el pelo. Desde entonces lo lleva así, cubriéndoselas. Todo aquello que en la industria de la pornografía se llama talento, es en realidad una patología clínica o psiquiátrica; una página en compendios de medicina, un apartado en el DSM IV. Linda Lovelace, la actriz de Garganta profunda -la chica que era capaz de tragar 30 centímetros sin hacer una sola arcada-, sufría de una distención de la tráquea; una rareza clínica con mínimas complicaciones. El diagnóstico para talentos como John Holmes o Ron Jeremy es hiperplasia. Algunos (como Edmundo Rivero) la sufrieron en las manos. Holmes y Jeremy no la sufrieron, más bien la aprovecharon. Sin embargo, todos los actores y actrices de la industria tienen su lugar en la psiquiatría más morbosa, porque cualquiera que trabaje en el porno tiene un verdadero problema. Eso King Kong lo sabe, y también lo sabe Natalia (alias Flora La Piedra), pero ahora, sentados en el sillón, charlando sobre viejas películas del cable, ninguno de los dos menciona lo que ya sabe del otro. El departamento de Natalia es un poco ordinario. Es el esfuerzo de una chica sin muchos recursos por parecer sofisticada. Y en verdad consigue algo lastimero, lleno de adornos en porcelana y mantillas al crochet. Su departamento es su refugio. Eso dice ella. Y desde que filmó su primera película tres años atrás, se muda dos o tres veces al año, porque los fanáticos de la pornografía lo consiguen todo. En alguna página de internet, en algún foro, en alguna comunidad virtual, alguien siempre publica su dirección, y pronto el barrio se llena de pajeros que siempre están tratando de abordarla; en el súper coreano y en la farmacia, parados en la puerta del edificio o sentados junto a ella en el colectivo. No son acosadores brutales, sino tipos retraídos, siempre amables, siempre condescendientes, pero siempre observando, silenciosos. No es fácil ser una actriz porno en un país tan pajero. Natalia está segura de que la persona que publica la dirección de su casa en internet es su hermano, aunque no entiende por qué lo hace. Así que siempre está mudándose a otro departamentucho, a otra autopista, porque los únicos departamentos que puede pagar son los que están al lado de las autopistas.

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- A veces el ruido me distrae tanto que no puedo pensar –dice-, pero en mi situación eso es bueno. Hace mucho tiempo que vivo al lado de autopistas. Los hombres están siempre preocupados porque piensan que eyaculan poco, menos que el resto, que quizás ya se están quedando estériles. King Kong nunca tuvo esa preocupación. Es un eyaculador monstruoso, y ese es su gran talento. De adolescente, en una sola paja podía llenar medio vaso. Sus colegas comen claras de huevo y maní. Alguien, alguna vez, se inyectó ese medicamento que le dan al ganado para que se reproduzca, pero nadie sabe si en verdad funciona. El talento de King Kong Estévez es natural, y durante un tiempo fue la atracción principal del baño de mujeres del Colegio San José. Ese mismo día en el set, por la tarde, King Kong estaba metido en el culo de Natalia mientras un novato de veinte años trataba de metérsela por adelante (en la doble penetración los canales se achican). Ahora están sentados uno junto al otro en un sillón viejo y un poco sucio, tomando café instantáneo, y King Kong siente ganas de besarla. No es una chica demasiado linda, pero es de las que parecen la hermana de tu amigo, la que corta el fiambre lentamente en el almacén de la vuelta. Por estos tiempos, esas son las más buscadas. Chicas que no parecen pero que son capaces de dejarse hacer cualquier cosa. Y entonces piensa una frase que su papá siempre decía: donde se come no se caga. Y se ríe porque en la industria se caga todo el tiempo. Porque la industria se trata de eso: cagar. Y se da cuenta de que su padre era un idiota. Pero no dice nada y toma otro poco de café. King Kong dice siempre que el porno no tiene jubilados. Sencillamente no los tiene. No es el único oficio en el que pasa esto, pero en la pornografía hasta los asuntos más mundanos resultan llamativos.

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Por ejemplo, Ana X y Nela Palacios –chicas sobadoras y trabajadoras del hardcore- son fanáticas de la pesca con mosca. De vez en cuando se toman un colectivo al sur, pasan la semana recorriendo lagos y, con suerte, sacan algunas truchas arcoiris. Ramón “La Maza” Masa escribe cuentos de Ciencia Ficción que a veces publica en revistas del interior o en fanzines. Ahora King Kong Estévez y Flora La Piedra son la pareja que se besa en el departamentito junto a la autopista; piso cuatro. Se besan como cualquier otra pareja que se besa por primera vez. Como si King Kong esa tarde no le hubiera echado un litro de leche en la boca semiabierta, como si los abdominales del novato no la hubieran trabajado durante media hora frente a él. Y esa noche ella le habla de lo mal que se lleva con su hermano y él le cuenta que a los trece años se lastimaba las orejas. Comparten historias sobre sus padres –idiotas, abusadores, padres-. De madrugada King Kong se despierta por nada. Se sienta al borde de la cama y escucha ese rumor insolente, la autopista treinta metros allá abajo. Se pasa los dedos por el pelo, siente el regusto de su aliento y piensa que pronto va a cumplir cuarenta años, pero el rugido de un camión lo distrae, le tuerce el pensamiento hacia enormes caños de escape, paradores de ruta con olor a pis, cerveza tibia. La mano de Natalia lo alcanza en la oscuridad, tira de él, lo obliga a recostarse, le dice que no haga caso, que la autopista nunca para, y le promete que algún día se va a mudar cerca de las vías del tren. Lo abraza por detrás y así siguen, adormecidos, distraídos en esa música inmunda de autos y camiones que pasan volando. A Natalia tomar cocaína le da ganas de hacer caca, por eso alguna vez, antes de alguna escena de sexo anal, ha usado un pase como laxante. King Kong lo sabe porque muchas chicas lo hacen. También sabe que no todas las personas que viven al lado de las autopistas se han subido a una. Pero jamás lo habría imaginado. Eso lo sabe porque Natalia le contó que nunca se subió a ninguna autopista. Aunque cree que debería hacerlo. King Kong se despierta muchas veces, muchos días junto a Natalia, y todo marcha bien hasta que algo deja de funcionar. Así que una mañana, después de una breve charla, Natalia baja a abrirle. Está en pantuflas y tiene un poco de frío, como todas las chicas que bajan a abrirle al tipo que no quiere estar más con ellas. Es posible que el trabajo los


Cuentos / Relatos

vuelva a reunir, que compartan alguna escena vestidos de colegiala y director de escuela, pero el sexo va a ser sólo profesional. Ya ha pasado otras veces en la industria. Inclusive hay actores y actrices que se enamoran, se casan y se retiran para llevar una vida como repartidores de Coca-Cola y coloristas en peluquerías de barrio. También hay hijos de la industria del porno, que quieren ser astronautas, presidentes o basureros. Pero no es este el caso. Allí todo se ha terminado. Poco tiempo pasó hasta que llamaron de Rolling Stone, pero esta vez no fue el jefe de redacción, sino una secretaria demasiado amable (Lucía o Luciana). Alguien de México no consiguió convencer a alguien en EE.UU. para que en Argentina autorizaran una tapa con un actor porno. Sí autorizaban la nota, pero no para la tapa. King Kong agradeció y dijo que lo iba a pensar. Estaba desnudo, sentado en un sillón de cuerina roja que habían puesto allí para una escena. Y empezaba a transpirar. El director de esta película (King Kong Vs. Godzilla) era un chico un poco histérico de veintitrés años. Godzilla era un morochita de diecinueve con piernas largas y un culo de lo más vicioso. Pero habían interrumpido la escena porque no paraba de llorar. Godzilla llevaba quince minutos de llanto agónico, con hipos y estertores, y nadie sabía qué estaba pasando, excepto, quizás, King Kong, que había visto el mismo espectáculo algunas otras veces, en algunos otros sets, durante años. El verdadero nombre de Godzilla es María José. La tasa de suicidios entre las trabajadoras de la industria del porno es alta. Ni los militares japoneses ni los poetas de lengua castellana tienen una tasa tan elevada. Pero en este caso son siempre mujeres. Los hombres no lo necesitan. Para ellos la pornografía es el fin del camino. Para las mujeres, en cambio, es otra estación intermedia. Aunque na-

die sabe hacia qué lugar se dirigen. El método que más usan las actrices de la industria para suicidarse son las pastillas. Todas tienen acceso a pastillas, porque todas conocen algún psiquiatra. Marilyn Monroe se había tragado un frasco de Nembutal. Desde entonces las chicas de la industria de todo el mundo se mataban con Nembutal. Era un guiño. Pero a mediados de la década del ’80 dejaron de fabricarlo y a partir de entonces quedaron a la deriva. El siguiente método más utilizado es cortarse las venas; una muerte sentimental y cinematográfica, aunque nadie recuerda en qué película se puede ver una chica con las venas cortadas. Son muy pocas las actrices de la industria que eligen tirarse a una autopista, desde un cuarto piso, para que un Ford Fiesta que pasa a 130 km/h las desfigure. Pero a veces lo hacen. Entonces alguien llama a María José (alias Godzilla) para decirle que su colega y mejor amiga Natalia (alias Flora la Piedra) murió la noche pasada de ese modo brutal. Y entonces todos en el set deberían tomarse el día. Supongamos que las autopistas son pornografía pura; la sangre que corre a 130 km/h para levantar una erección fabulosa a una ciudad entera. Supongamos que la pornografía es una autopista de la que nadie se puede bajar. Supongamos que al otro día Godzilla llega al set con los ojitos bobos de tanto ansiolítico y se sienta en el sillón de cuerina roja a esperar. Supongamos también que su oponente nunca aparece. Supongamos que King Kong Estévez, el semental más infame de la pornografía nacional, ya no quiere saber nada con todo este asunto. Supongamos que hizo un bolso esa misma mañana, mandó a la mierda a la gente de Rolling Stone, dejó un ramo de narcisos en la puerta del edificio de Natalia y se subió a una autopista, a cualquier autopista, a la más veloz de todas. Y supongamos que ya nadie volvió a verlo. Su verdadero nombre es Jeremías.

LEANDRO DE MARTINELLI leandrodemartinelli@hotmail.com

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Microrrelatos

La Criatura T

odo lo que puedo hacer es leer para pasar el tiempo. Me siento, me paro, camino y me acuesto. Voy del sillón al baño y del baño a la cocina sin saber siquiera que hacía en el sillón en primer lugar. A las 4 de la madrugada la música solo es bienvenida en mis auriculares, pero ni bien empiezan las canciones tristes hasta mi cabeza la rechaza, y auriculares y música vuelan contra la pared. Por algunos segundos que parecen minutos que parecen horas me quedo tirado mirando el techo, pero ni siquiera un bicho viene a romper la monotonía con su zumbido, y por mas que la mire fijamente, la mancha de humedad no crece al ritmo que necesito que lo haga. Quiero dormir. Quiero dormir y no puedo. Desde que me convertí en un lobo las ovejas no vienen a saltar mi cerca ni me dejan que las cuente. No las culpo, incluso yo creo que les clavaría los colmillos a la primera chance. No por hambre, mi esencia lobuna no pasa por ahí, pero estoy cansado de que me mojen la oreja, y si yo no puedo tener paz, ¿por qué ellas sí? Por las noches soy un animal encerrado, insomne e irritable. Acecho palabras que siempre son más rápidas que yo, y como una bestia me desquito con las pocas, inútiles, que se rezagan porque ya no tienen aliento ni para ser pronunciadas. Es la sangre de las rechazadas la tinta con la que escribo. Cabeceo por un segundo, pero mi insomnio esta atento, y ni bien ve que cierro los ojos

me pega una trompada y me despierta, y desde los pies de la cama, agazapado, se ríe. Me señala y se ríe el muy guacho. Manoteo la mesa de luz y le revoleo un libro, pero el lo agarra al boleo y lo tira a una esquina, con el resto. Los libros son mi única arma contra Don Insomnio, y aunque ni lo mosquean me ayudan a pasar el tiempo. Me levanto para ir hasta el balcón y puedo sentir como la criatura me sigue, y mientras me apoyo en la Baranda me tira de los pelos de la pierna. Amago una patada pero ni pestañea. Afuera la ciudad duerme. No hay una luz prendida, ni un auto, ni un borracho perdido caminando por la avenida que me revele que no soy la única victima. El fresco de la noche solamente me despabila. Algo duro me pega en la espalda, y ni bien me doy vuelta dos golpes mas le siguen, en el pecho y en la cara. Es el insomnio que me devuelve los librazos. Por lo menos esta vez no me apunto a los huevos. Me agacho a levantarlos (los libros, no los huevos) y me quedo mirando los títulos: El lobo estepario, Memorias del subsuelo y La sueñera. Encima de todo irónico el hijo de puta. Ya no puedo más, le grito, le pido, le exijo, le imploro, le ordeno que se vaya, que me deje dormir pero el insomnio se ríe cada vez más fuerte. Entonces tiro los libros por el balcón, y antes de que me de cuenta el insomnio pasa como un rayo a mi lado y salta tras de ellos. Son once pisos de altura. Solo llegó a agarrar la obra de Hesse antes de estrellarse contra el piso pero, aunque me hubiese gustado, yo no llegué a verlo: cuando el iba por el 5 piso yo ya estaba dormido.

H.M diasdecomarka@hotmail.com

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Microrrelatos

Animación suspendida C

ualquiera que se asome por los agujeritos de la persiana puede ver una habitación desordenada, casi una cueva, pero menos limpia. De las paredes cuelgan un par de posters medio rotos y un único cuadro desde el que se asoman Laurel y Hardy, tristes al corroborar que en esa escena ellos son los menos ridículos. Arriba de la mesa se acumulan papeles de todo tipo y color: envoltorios de galletitas y caramelos, cajas de pizza, cuentas sin pagar y tickets de supermercado, y sin embargo no hay un solo bicho, es una mugre solitaria la de esta habitación. Por sobre ese fárrago destacan pequeñas montañas de hojas escritas, manchadas y tachadas, apiladas acá y allá, como pilares entre el caos que las rodean. También las hay desparramadas por el piso y las sillas, junto con algún anotador adicional, empezado y abandonado a su suerte. Las luces están apagadas, pero el televisor prendido, aunque nadie lo ve, y es su luz errática lo único que ilumina el cuarto. Todo en el ambiente genera una sensación de aislamiento. Desde el interior no se sienten los rumores comunes de la calle. Micros, autos, gente, bocinas y frenazos enmudecen al toparse con estas persianas bajas. Con la televisión en silencio no hay un ruido, ni siquiera se siente el común zumbido de los aparatos eléctricos, ninguna canilla gotea, y la herrumbrosa heladera parece que aguanta el aliento para evitar que su motor

interrumpa tan perfecta quietud. Si hay vecinos no se nota, pareciera que el departamento entero estuviese suspendido en el vacío. Pero no, este sigue ahí, once pisos sobre la calle, los autos y la gente. En el único sillón de la habitación yace un cuerpo, sucio y desarreglado, pero vivo, aunque no lo parezca. A su alrededor, botellas de gaseosa, cerveza y agua, y sobre su regazo un cuaderno de espiral abierto donde, si uno se anima a asomarse, pueden leerse estas mismas palabras.

H.M diasdecomarka@hotmail.com

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Cuentos / Relatos

Sueño o vigilia A

media madrugada, la imagen del hombre taciturno se trasladó desde la cama hacia el baño, de éste fue a la cocina a buscar algo y regresó a su lecho. Setenta y dos horas de insomnio llevaba desde aquel día. Algo lo preocupaba, lo excitaba, lo culpaba; fuera lo que fuese, él no podía hacer descansar a esos ojos completamente rojos y a esa cabeza en erupción. Sacó siete pastillas del frasco, las cuales segundos después estaban dentro de su organismo. Finalmente, pudo dormir.

*** Aquel día, su cumpleaños. Siempre lo había soñado, pero nunca había podido organizar una fiesta de tal magnitud, ni en la infancia ni en la adolescencia. Sentía que esos treinta años valía la pena ser celebrados. Además, estaba agradecido a la vida, todo marchaba bien: su empleo, su familia, sus amigos y sobre todo su novia, Camila. La celebración tuvo lugar en un salón colosal, en donde estaban todos sus seres preciados. Se veía allí, recibiéndolos, bromeando, riendo; estaban sus padres, y por supuesto, su pareja; también estaba Lautaro, su compadre, compañero de toda la vida; y no podía ser otro más que éste el que le obsequiara lo que tanto había esperado para completar su colección de armas. Fue así como le dio un animoso abrazo y le entregó una caja cubierta con papel plateado, la cual contenía el objeto deseado.

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Terminados los saludos, la entrega de regalos (los cuales, por costumbre, recién abriría al día siguiente), comenzaron a cenar. Luego, buena música impulsó a bailar a los allí presentes. No se despegó de su novia en toda la noche. Su compadre, soltero, cansado de bailar y con el ron y el vodka aturdiéndole la cabeza, decidió despedirse del cumpleañero e irse. Más tarde, Camila, con sus dolores normales, le dijo que la disculpara, pero que no podía aguantar más tiempo encerrada en ese lugar y prefería ir a su casa a descansar. El gran sueño se estaba yendo poco a poco; ya no estaban ni su pareja ni su amigo, pero no le importó y siguió festejando. Los que tampoco ya no estaban eran sus cigarrillos, entonces salió del salón y apareció caminando por la calle penumbrosa buscando un kiosco, algo muy improbable a esa hora de la madrugada. Volvió tan rápido como cuando se había ido; sin embargo, regresó más apesadumbrado y afligido que cuando había salido tan sólo un poco fastidioso por no tener cigarros. Al día siguiente, invitó a Lautaro y a Camila para que juntos abrieran los regalos. Pero enseguida notaron que lo único que había en la habitación era esa caja plateada, la cual ya había sido abierta por el cumpleañero y sacado lo que había ahí dentro.

*** Envuelto en sudor se despertó y volvió a abrir el frasco; siete pastillas habían sido insuficientes para poder sosegar esa clase de pesadillas.

MARIANO ZARZA ...


Cuentos / Relatos

(Sin título) F

ue por esta época, hace un par de años ya, que el psicólogo Raúl Altamiranda cayó víctima de una profunda depresión. Sus amigos y colegas no sabían qué era lo que apenaba a Altamiranda, pero algunos de ellos conjeturaban teorías tratando de llegar a conocer los factores de tal decaimiento emocional. Según uno de sus amigos más amenos, Tito Robles, dicha depresión era hija de la salubridad mental de los hermanos Vergara, pacientes de Altamiranda. Los hermanos Vergara eran un caso un tanto particular, pues se trataba de dos parejas de mellizos con un serio problema de doble personalidad. El hecho es que, al fin de cada consulta, ocho personas le pagaban. Más allá de ser retribuido de manera errónea y de obviar semanalmente tal irregularidad, para Altamiranda era algo casi ocioso escuchar las ocurrencias de los hermanos Vergara y de cada uno de sus alter-ego, los cuales casualmente se presentaban a las consultas argumentando que su otro yo estaba muy ocupado realizando algún tipo de diligencia. Sin embargo, con el tiempo, los ocho, o mejor dicho los cuatro fueron mejorando paulatinamente hasta el punto de percatarse de que cada uno era una sola persona e incluso de que cada par de mellizos ni siquiera estaba vinculado genéticamente con el otro, lo que quiere decir que no eran hermanos des-

pués de todo. Para fortuna de Altamiranda, de lo que no se dieron cuenta fue en que todo el tiempo que duró su tratamiento fueron timados del modo más perverso. Entonces para Robles, el hecho de ya no cobrar una comisión extra era más que suficiente para que Altamiranda se deprimiera. No obstante, Hugo Alberti, quien discrepaba con la teoría de Robles, atribuyó la depresión de Altamiranda a un problema meramente sentimental. Según parece, el psicólogo amaba desde hace ya mucho tiempo en secreto a una mujer llamada Violeta y cuyo apellido no importa ni recuerdo. Esta mujer era otra de las inquilinas que vivían en el edificio de Altamiranda, pero con la única diferencia de que él se alojaba en el 4º E mientras que ella lo hacía en el 6º A, por lo que sus encuentros eran bastante poco frecuentes. A veces se encontraban de casualidad en el vestíbulo del edificio o en el ascensor, pero aunque así fuese, Altamiranda nunca era capaz de hablarle. De hecho, debido a la timidez del psicólogo, éste jamás había oído la voz de Violeta, al menos dirigiéndose hacia él. Según confidencias de Altamiranda a Alberti, las últimas veces que el psicólogo la había visto por la periferia del edificio, la mujer estaba acompañada por un joven que parecía estar muy encariñado con ella. Desesperanzado como pocos, Altamiranda aseguraba que un casamiento entre éstos dos era inevitable. Al ver que cualquier tipo de consuelo era inútil, Alberti simplemente decidió no volver a tocar el tema. Sin importar lo mucho que insistiesen, ni Robles ni Alberti podían sacarle una palabra a su amigo. Cada vez que querían hablar con él, éste les era esquivo y hasta se comportaba agresivamente al oír preguntas que le molestaban. Debido a eso, y pese a sus diferencias, Robles y Alberti

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Cuentos / Relatos

acordaron citarse en algún bar para discutir que harían con Altamiranda. Un par de días después se encontraron en un cafetín de mala muerte. Allí discutieron por horas acerca de ese amigo que tenían en común. Durante su encuentro fueron ideando planes para confrontarlo y así lograr que de una vez por todas dijera que era lo que le sucedía. Incluso pensaron en darle un ultimátum, el cuál consistía en que si Altamiranda no accedía a contarlo todo, perdería automáticamente la amistad de Robles y Alberti. Pero pensándolo bien, ambos coincidieron que dicho plan era demasiado infantil. Así que, luego de una extensa plática, por fin pudieron ponerse de acuerdo. Lo que harían sería visitar –no amistosamente- al psicólogo del mismo Altamiranda, el licenciado Álvarez. Fue un sábado a la tarde, cuando camuflado como una persona desequilibrada emocionalmente, Robles solicitó una sesión con Álvarez. Cuando su turno llegó, Robles astutamente se dirigió hacia el diván y se sentó en él, lo cual sorprendió a Álvarez, quien contaba con que su nuevo paciente adoptara una posición más horizontal. -Estoy esperando a otra persona. –dijo Robles. Álvarez, en tanto, se encontraba confundido. Momentos después de un incómodo silencio, Alberti se hizo presente en el consultorio. Los dos hombres fueron al grano. Sin ninguna clase de preámbulos, le exigieron a Álvarez que les dijera todo lo que hablaba con Altamiranda. Casi como respondiendo a un juramento hipocrático, el psicólogo se negó rotundamente a efectuar tales delaciones. Con algo menos de paciencia, Robles insistió. Pero Álvarez resultó ser insobornable. Tenía una ética y una moral envidiables y era

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tan inflexible como una barra de acero. La cuestión es que se fueron con las manos vacías de ahí. Muy lejos de rendirse, Robles y Alberti tomaron la difícil decisión de confrontar a su amigo del modo menos pacífico que había. El plan era simple; ambos llegarían al departamento de Altamiranda, y sin dejarlo ni siquiera pensar, lo noquearían y amarrarían a una silla, de la cual no lo liberarían hasta saber el porqué de su congoja. Alberti tocó la puerta. Nada pasó. Tocó nuevamente. Tampoco nada. Tanto Robles como Alberti se preocuparon por lo que podía haberle pasado a su amigo. Hasta pensaban en la posibilidad de un suicidio, a lo que respondían tocando madera, o su testículo izquierdo, en el caso de Robles. Luego de varios intentos fallidos, Robles dijo basta y dio un topetazo contra la puerta, derribándola. El departamento estaba vacío. No había muebles, ni cuadros, ni Altamiranda. Lo único que había era una mesa de madera sobre la que yacía una carta. Alberti fue el encargado de leerla en voz alta. No recuerdo bien que era lo que decía la epístola pero lo que si recuerdo es que finalizaba con esta frase: “…he tomado la senda del cobarde.” Por supuesto que leyendo sólo esta oración sería imposible adivinar de qué se trataba la carta. El hecho es que Altamiranda se había mudado a un lugar muy lejano, lo que explicaba la vaciedad de su hogar. Aquello que tanto lo apenaba era que no sabía como decirles a sus dos mejores amigos que posiblemente nunca los volvería a ver. Él realmente creía que su ausencia sería insoportable para ambos, el cual es un pensamiento un tanto egocéntrico, si me preguntan. Mentiría si dijera que Robles y Alberti se sintieron más apenados al haber recibido tal noticia en un papel que si lo hubieran hecho de la boca de Altamiranda. Los dos se fueron del departamento sin hablarse y jamás volvieron a verse. Lo más curioso es que, sólo algunos días después, el departamento de aquella mujer llamada Violeta fue hallado, también, totalmente vacío.

GUIDO RUSCONI ...


Cuentos / Relatos

La venganza de Chunga T

enía esa remera metalizada. Brillaba como el ojo de un caballo. Y su cuello estaba tan liso como un espejo. Me hacía ver como una cuenta al lado del sol. Tal vez ella me tendió la mano, y yo mentí y dije que estaba bien. Y para probárselo con uñas abrí mi cuello como una mariposa. La sangre brotaba todavía caliente, y hacía burbujas en el aire. Ella las miraba y las besaba. Sus lágrimas también formaban burbujas en el aire, sus ojos eran brillantes como los de un caballo. Pero lo estaba soñando todo. Porque cuando ella me tendió la mano yo mentí y dije que estaba bien. Y es que nadie que quiera abrir su cuello puede estar tan bien.

NICOLAS CASAIS ...

Cadaver Exquisito

Un día dificil en Euforión L

as cosas habían salido mal esa mañana. Llovía, pero ante todo, se había quedado sin plata y había olvidado el paraguas en el colectivo. No sabía qué más hacer. Y así van pasando los días, en un interminable mañana que nunca llega. El falso Shakespeare se acercó a la mesa y dejó una pila de papeles garabateados. En curvas líneas se leía, “La Argentina”. “A veces la parsimonia de los días va diluyén-

dose con la lluvia. A veces, me despego de las hojas y me disgrego con la última sombra de la tarde.” Pensaba. Todo en su vida acontecía de la misma manera... Y era la misma letra, nomás. La escalera rechinaba. Y los libros en la biblioteca desordenados tenían polvo. Había poca luz. El ambiente era perfecto. Cada vez que se internaba allí lograba olvidar la tortura diaria de la luz solar ardiendo sobre su frente. Aunque recorde-

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Cadaver Exquisito

mos, ese día, llovía. Buscaba incansablemente la respuesta, revolvía las páginas de atrás para adelante y de adelante para atrás. Comenzó despacio. -¬He venido a traer fuego a este mundo... ¬Y parándose gritó¬ ¡Y como desearía que estuviera ardiendo! El Hombre ya no era un hombre sino un niño encaprichado con una caja de fósforos. La caja de fósforos ardía en sus manos. Sus manos ardían en la caja. Los fósforos en las manos. La caja en las manos. El fuego. La caja de fósforos ardía en sus manos. “A veces me pregunto si no tendré, por pura casualidad, las facultades mentales alteradas. Pero, después me quedo tranquilo. Si estuviera loco ¿acaso podría hacerme la pregunta?”

-Y estaba sumergido, es un decir me entiende, ¿no?... la pregunta, la inquietud que me ponía tan mal era metafísica. Tan sencillo como eso era lo que abrumaba mi vida aquel día. Había experiencia de todo cuanto se le aparecía ante los ojos. Pero aún más, en el tacto, en el viento, en el sonido, en los significados, en los tallos moviéndose y en la hiedra que invadía cada vez más la pared había ese algo que si no existía faltaba. Qué era no sabía decirlo con palabras. No era divino. Pero quizás era la presencia divina en el mundo. Era intransferible, nada, no podía decir nada. Esa sensación de permanencia simplemente. -Pero entonces, la permanencia en el caos del verso ¿puede llegar a dar la respuesta? Aunque resulta... Ahora todo renacía. No sólo él se encontraba en otra relación respecto a las cosas que lo afectaban y lo distraían, que le agradaban y le disgustaban sino que también había empezado a reflexionar. Entonces, ninguna cosa se le presentó igual.

-¿Y si le prendemos fuego a todo? -la caja de fósfora ardía en llamas. A cada palabra suya los libros iban a sus manos. -¡Ordénense! -gritaba-. Y los libros se acomodaban en los estantes sin chistar. -Metafísica de Aristóteles- decía-. Y la Metafísica se encontraba en su mano pronta a ser leída. El problema se presentaba cuando su mente estaba en desorden. Entonces todos los libros se amontonaban en cualquier lado y por toda la habitación. Cambiaban de lugar como si fueran moscas que buscan una salida.

MICAELA ANZOATEGUI. micascully@aol.com

LAURA BARBA.

barba.laura@gmail.com

ALEJANDRO FERREYRA. teverdemarciano@gmail.com

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Poesías

Obligaciones derivadas del acto de parir Dar la teta, cocinar papas fritas; hablarle en el tono de los arroyos, escucharlo con fijeza de enamorado; regalarle muchos juguetes, imaginarle un mundo; presentarle: el olor del pasto, la brillantez de las bolitas, el lento aroma de los libros viejos; enseñarle que amar es en el fondo “el proyecto de hacerse amar” (gracias Sartre); jamás mandarlo al colegio; decirle siempre que “su cuerpo es fiesta y no pecado” (gracias Galeano) y que su alma es la de un dios pobre que necesita de los otros para cumplir sus milagros; hacerlo reír hasta que le duela el ombligo; contarle cuentos, enseñarle a abrazar el aire y las estrellas; mostrarle cómo se puede oler un sonido, paladear un color, escuchar un perfume; hacerlo

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Poesías

oler un sonido, paladear un color, escuchar un perfume; hacerlo sentir hermoso; inventarle un sueño, iniciarlo en el milagro del humo, señalarle la última patria del hombre y, por último, enseñarle a destruir todo pero todo lo que se le ha enseñado.

FERNANDO MANZINI tejedordehumo@hotmail.com

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Poesías

(Sin título) Un lunar de carácter tirado en un paredón no es lo mismo que un lunar arrodillado a un costado o gritando inexpresivos rumores a un rostro que no lo escucha o que ni siquiera lo acoge un lunar anclado en un rincón no es lo mismo que tus respuestas de ceremonia o que sus suspiros inquietando la siguiente fórmula para que se calle o que no quiera pensar ni sentir que no sabe que no entiende que se arma, que se ve lejos, que gruñe un espejo que inventa acertijos que no pide tus respuestas de cabeza que no duerme por ojos que necesitan ver porque ya lo conocen todo. Es sin forma decidió que no hay forma algo adentro la deforma la plasma plastifica y recomienda la calla la enoja y la comenta desearía una palabra que valga todas tus ceremoniales respuestas. Por qué da un paso y luego se remienda. porque en el sin aliento la vaciedad no es de cosas sino de sentido y de puntadas detalladamente alineadas a tus quejas. Y tus añejas muecas ensayadas por otros y el mismo y ese rasgo inquieto que la acota y la llena de lejos. Eso es curiosidad. Y lo curioso todavía no debe forma no falta mucho no falta nada no va ningún lado y lo tiene todo planeado: lo hicieron por él y él: es fácil armar un ventanal y decir que lo amamos es fácil la metáfora amorosa: “mi bien ésta noche cuando te hablaba” ni en tus ojos ni en tus gestos se veía que quisieras verme en el corazón desechada y con palabras no me convencías.

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Poesías

Ni con un instante de regocijo porque lo curioso todavía se ve sin forma porque algo en la mirada ya le dio sentido y ni siquiera se pregunta de dónde salió ese camino. Y se tapa los ojos y come vidrio y se hiela la sangre a propósito del hombre que se parte en dos y no ve lo pobre y afortunado de ese castigo. No lo entiende, es en dos y cuál de los dos me habló de que no importaba algún nombre ni sus palabras ni sus laberintos… pero para qué se habla si se supone que no hay motivos, y es adolecer y es un prejuicio y ella todavía le hablaba a sus libros y escuchaba a un párroco que decidió no dar ejemplos sino contrasentidos y es vaciedad y es llenarse de formas y no delatar que eso sí no tiene gesto ni ojo ni brillo.

ALICIA AQUINO ali.aquino@hotmail.com

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Poesías

(Sin título) 1. Después de la barrera estas vos. Ay, ay, duelen los pies. Ay, ay, duelen los huesos. Me recuesto y cuento tus pestañas. Y ahora: ¿por qué tan gigantescos los silencios? Desearía no poder hablar, guiñarte un ojo de vez en cuando. Que ser feliz cueste chicles y gomitas de colores.

2. Te quisiera escribir a vos. Pero escribirte despacio. Tan despacio que jamás te enteres. Como así deseo yo, que mi presencia no sea percibida. Entonces voy de aquí para allá sumando ausencias que después me las interrogo y me las hago tan mías que duelen. Pero el silencio es mi mejor amigo y así es como también voy juntando secretitos. Y nunca diré que duelen, que tengo ausencias ni que quiero escribir(te). Si luego me pego a mi misma por odiar tu diccionario y tu cabeza tan diferente a la mía.

3. Hay una víspera de alegría en tu ojo izquierdo. Vos no lo ves. Pero yo, que vivo en él lo percibo despacito y te cuento. Sos el no de mi colapso nervioso y las puertas negras de mi jardín de flores. Cargas con bichitos de colores y los saltan para llamar tu atención. Te digo: No hay red para los sueños. No existen las llamadas pesadillas, son los primeros pero con telarañas y caras en sombra viva. En tus ojos se ve mejor mi nombre. Se lo ve entero y no me asusta. Tu nombre combina con mi cuaderno, mi lapicera y mi cabeza del revés. Me acabo de dar cuenta que oles a aire de otoño/ invierno.

4. Soy lo bueno y soy lo malo. Seré la culpable y la victima. El adiós y el cartel de bienvenida La carta que nunca sale y la vuelta al mundo que prometiste. Que manera más fría, delgada y desinteresada de pasar por mi cuadra, de darte a conocer, de presentar tu carnet y dejar sólo lluvias, dudas, tu imagen revoloteando por acá, tus ojos pegados en el aire, y quizás algo más que ahora no me acuerdo bien.

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Poesías

Cuando era chiquita y mi mamá buscaba consolarme, decía que todo en la vida vuelve. No le pregunté el día ni la hora, y ahora imagino que ya es tarde. Me cansé. Pero sigo jugando, a ganar o perder. Dos puntos, no pienses que me conoces

5. Por hoy no quisiera escuchar a más nadie, tan sólo tener dosis de muerte instantánea con algo parecido a tu voz. Errante locura que dibujó lentamente cicatrices intactas en todo, todo lo mío. Estamos hablando de una piel maltratada y viciada de flores secas, radiantes, amarillas y alegrías. Vuelco mis ideologías y filosofías de tu lado, aunque los días tengan fecha de vencimiento, aunque te duelan las piernas y sea yo la que tenga que correr...y viceversa.

(Sin título) Ahora el bicho se pegó al vidrio y se desliza hacia abajo dejando un surco de su estar. No pude discernir si era de los que brillaban o de los que dejan su aguijón para irse muriendo de a poco. Tampoco pude discernir si tenía alas y quería volar o si tenía vastos pies para caminar entre sombras, nunca, aunque me animase, sabría si comía del polen que martiriza mis narices o de los pequeños otroras que viven su mundo. Jamás sabré si zumbaba, o si lo hacia, el por qué. Desde que baja, el surco de nada que será, devela lo que parecen alas, también algo que parecen patas. Jamás lo sabré. Sólo sé que está pegado al vidrio y que tiene flequillo.

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VICTORIA BRICCOLA

FRANCO BAIGORRIA

vickyy_90@hotmail.com

tejedordehumo@hotmail.com


Poesías

Que se babeen en serio Hay días en que me gustaría tener una neurona jeep. Fuerte. Todo terreno. Móvil. Autónoma. Capaz de andar todo el cerebro. Capaz de atravesar áreas difíciles, lóbulo a lóbulo, capa por capa. Y encenderme las cisuras con sus inmensos focos. Y despertarme a bocinazos las emociones flojas, los pensamientos muertos. Hay días en que me gustaría tener una neurona jeep. Dúctil. Macanuda. Incesante. Patotera. Capaz de armar barullo en los relieves tristes. Capaz de organizar picadas en los pliegues calmos, en las salientes fofas. Y levantar con su insistencia a las neuronas blandas. Y remolcar con su cayado a las neuronas viejas,

a las neuronas chotas. Hay días en que me gustaría tener una neurona jeep. Rebelde. Salvaje. Arisca. Subversiva. Capaz de salírseme por la oreja cuando se aburra de mí mismo. Capaz de entrar por las narices al cerebro de los otros. Y chusmear con las neuronas de la mujer que yo quiero. Y rogarles, convencerlas que me deseen un poco, que se babeen en serio.

FERNANDO MANZINI tejedordehumo@hotmail.com

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Ensayos

Pizarnik

Fragmento del ensayo Sobre la lectura a la letra

E

l silencio parece ser, no solo una forma de expresión (un conjunto de lenguajes) diferente de la palabra, sino además una denuncia de su vanidad: Como un poema enterado / del silencio de las cosas / hablas para no verme. Si leemos Árbol de Diana en función de lo visto, encontraremos dos oposiciones, es decir, dos pares de palabras que parecen en oposición: palabra – silencio; habla – canto. Pero no debemos permitirnos ser absorbidos por la seducción de estas dicotomías, empezando a poner todas las demás palabras de uno u otro lado, hemos de intentar encontrar de qué manera se podría hacer posible a estos elementos cambiar de posición. El habla, en efecto, parece ser una modalidad de la palabra, modalidad que la vuelve vana. Se habla para no decir nada, para no decir diciendo. Ante esto se presenta la posibilidad del silencio, el reconocimiento de un más allá de la palabra, de lo inexpresable por la palabra en el habla, y por lo tanto, un rechazo de esta. En el silencio, sin embargo, están contenidos otros lenguajes, que permiten expresar estas cosas inexpresables en el habla (la autora nombra, por ejemplo, el lenguaje de los cuerpos). Lo que encontramos entonces, sería una forma de terquedad, por la cual se abandonan las palabras en función de otro lenguaje

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que exprese lo que parece inexpresable para estas. Afirmar esto es válido e inválido al mismo tiempo, pues si bien es cierto que es lo que parece que encontramos, si afirmamos esto estaríamos diciendo que la autora no es poeta, pues la poesía hace uso de la palabra únicamente. Pero nos queda para solucionar esta aparente paradoja un término de nuestras dicotomías, el canto: He dado el salto de mí al alba. He dejado mi cuerpo junto a la luz / Y he cantado la tristeza de lo que nace. El canto es otra modalidad de la palabra, diferente del habla. El habla es cómoda, es decir, que no incomoda, pues dice sin decir nada, mientras que el canto es incómodo, inhóspito, pues abre la palabra a una indeterminación de significaciones: Pero tu sabes que un día se libertarán, irrumpirán, y nunca dirás las palabras de todos, aquellas que no aceptan servirte porque a ti no te sirve. Al costo de la comodidad, de la seguridad de las palabras gastadas (las palabras en el habla) cuyo significado común a todos se empobrece a cada momento, en el canto la poesía encuentra una nueva forma de la palabra (símbolos que cada poeta se forja en su soledad, según la autora). Quizá ahora si podamos comprender la siguiente expresión: Por eso, contra el silencio y contra la palabra: un piano. Y no me atrevo a expresar con mis palabras lo que Pizarnik


Ensayos

expresa tan perfectamente:

todas, comenzaremos con las dos últimas:

Acercarse al piano y dejar que cante es acercarme al piano y dejarme cantar.

Ella se desnuda en el paraíso / de su memoria Ella desconoce el feroz destino / de sus visiones Ella tiene miedo de no saber nombrar / lo que no existe.

El silencio y la palabra se oponen, pero hay una salida de esa dicotomía y es el canto. Solo encontrando la significación de estos términos nos fue posible notar que la autora, refiriéndose a otro poeta (Henri Michaux), hablaba al mismo tiempo de si misma, aun cuando el piano en el caso del poeta nos pudiera despistar en un comienzo. Pero lo más importante que debemos tomar del pasaje citado es la expresión dejarme cantar. La poesía, según la autora, se desentiende de lo que no es su libertad o su verdad. Sin embargo, no debemos suponer a partir de esto que no tiene ley, como se hizo en los siglos pasados. Su ley es diferente a otras formas de escritura, solo eso. Por dejarme cantar podemos entender, entonces, no una pasividad sino una receptividad a lo que se suele llamar inspiración (a mi juicio la inspiración existe, solo que no nos viene desde fuera, sino de lo que llamamos espíritu, la orientación o sentido que imprimimos a nuestra vida), sin que por ello el escribir sea un mero garabatear palabras: En cuanto a la inspiración, creo en ella ortodoxamente, lo que no me impide, sino todo lo contrario, concentrarme mucho tiempo en un solo poema. Hemos avanzado un poco, despejando cuatro palabras centrales en la obra de Pizarnik. Pero no podemos conformarnos con esto, pues despejar nuevas puede servirnos también para determinar mejor las que ya tenemos. Dentro de Árbol de Diana encontramos más palabras recurrentes, como sombra, viento, espejos, noche, memoria y visión. Como no podemos tratar aquí todas, comen-

Este poema es muy misterioso, pero eso es positivo. En efecto, lo que aquí intentamos exponer es una lectura estructural, y sin embargo, resulta difícil no darle a la exposición una forma lineal. Por lo tanto, la dificultad de explicar resulta un refuerzo, pues impide tal exposición lineal. Recordemos entonces, que lo que hace que una palabra determine a otra no es su sustancia, sino la oposición, la distancia entre estas. Partamos entonces de un punto distinto, para reencontrarnos luego con nuestra cuestión: La pequeña viajera moría explicando su muerte Sabios animales nostálgicos visitaban su cuerpo caliente. Si recordamos ahora lo que vimos en el parágrafo anterior sobre la palabra, sobre como la palabra común (en el sentido de compartida) asfixia (como muros) por su no decir diciendo, por no ver los bordes dentados de las cosas, no parecerá muy arriesgado decir que el explicar de la viajera en el poema es tan inútil como la palabra común. De hecho, que el final diga su cuerpo caliente, vuelve vana toda la escena: es tanto vana la explicación como los propios sabios. La escena es algo así como una ironía, una burla. Como modalidad de la palabra, el explicar está al mismo nivel que el decir, y la sabiduría sabe sin saber nada. La autora propone en un poema cerrar los ojos ante esto: En tanto afuera se alimenten de relojes y de flores nacidas de la astucia. Pero con los ojos cerrados y un sufrimiento en verdad demasiado grande pulsamos los espejos hasta que las palabras olvidadas suenan mágicamente. Para que las palabras olvidadas suenen mágicamente se pulsan los espejos. Aquí podemos entender el pulsar (espejos), que parece un absurdo, como el pulsar de pulsar la lira o el arpa (instrumentos que son conocidos por ser utilizados como base rítmica de la poesía en la antigüedad; a pesar de que, por su naturaleza, bien podrían haber sido usados para crear melodías). Ahora bien, podemos preguntarnos por qué se pulsan los espejos. La autora habla de su sumisión a

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Ensayos

lo que llama “la hija de la voz”:

de su ciudad natal:

Mi tormento resulta de la profusión de las imágenes formuladas en la otra orilla por “la hija de la voz”. Asimismo, de una intensa necesidad de verdad poética. Doble movimiento simultáneo: libertar la fuerza visionaria y mantener un aplomo extraordinario en la conducción de esa fuerza. Quisiera realizar ese tránsito a la presencia fulgurante con una precisión tensa que me permitiría dominar el azar y compensarme de mi sumisión absoluta a la “hija de mi voz”, o inspiración, o inconciente.

De un hombre la palabra / es como la de nadie / y deben oírse ambas.

Esta “hija de la voz” es una de las cosas que se encuentran del otro lado del espejo, y más específicamente, la que se encuentra al pulsar los espejos. Es un “yo” otro que no se halla limitado por la vida cotidiana (esto según lo ve la autora; lo inconciente para el psicoanálisis es otra cosa que ya hemos visto). Pulsar los espejos es entonces un liberar la inspiración y un abandonarse a ella. Podemos tomar el pulsar los espejos en un lugar muy cercano al piano y al canto (recordemos: acercarme al piano y dejarme cantar). Y lo que trae esta inspiración son las palabras olvidadas, según el pasaje citado. Pero no solo eso, pues la palabra en el canto no es igual a la palabra del habla. Lo central es, sin embargo, poder notar la completa diferencia entre el producto de pulsar los espejos y las flores nacidas de la astucia. La astucia, como la sabiduría, cree comprender algo: Todos comprenden lo que nadie / nadie comprende lo que todos. Lo que me recuerda un hermoso pasaje de Poesía y verdad, donde Goethe cita las palabras escritas en una pared del ayuntamiento

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Este pasaje de Goethe es sin embargo, comparado al de Pizarnik, obsecuente, pues quiere mediar entre ambos partidos. Sin embargo, no deja de tener algo de razón. Si Pizarnik debe cerrar los ojos y pulsar los espejos, es porque en su cotidianidad debe acomodarse a esa sabiduría o astucia. No es una acusación, sino un hacer notar que tal división interna nos es común e inevitable (para bien o mal) a todos los seres humanos. Pero volvamos a la interpretación de los pasajes (que no dejan de amontonarse). La memoria y la visión parecen tener la misma fuente, sin embargo, no podemos identificar la una a la otra sin más (en ningún caso es válido identificar una palabra con otra, lo hago sin embargo para poder pasar rápidamente a la cuestión central y ahorrar espacio). Volvamos al primer pasaje citado en el parágrafo. Tanto la memoria como la visión parecen tener la misma fuente y ambas se diferencian de la palabra del habla. Es que la fuente determina su naturaleza, pues ambas se expresan en palabras en el canto. Puede relacionarse además, el nombrar lo que no existe con la otra orilla. En efecto, el presente es asfixiante en su “ser lo que es”, pero lo que está en la otra orilla es lo que no existe, es decir, lo meramente posible. Lo posible no posee la determinación de lo fáctico, lo presente. Lo que no existe es libre de tal determinación, pero se moldea en función del pasado, de la memoria. Esta es la relación entre ambas palabras. No vamos a buscar más palabras, pues no era nuestra meta agotar la significación (un imposible) sino mostrar la manera de ir del texto al sentido.

Dedicado a Miner-Bau-del-aire.

JOAQUIN SANCHEZ orcish_shaman@hotmail.com


Ensayos

Impresiones sobre La Araña, de Clarice Lispector C

uando termino de leer un libro que supo atraparme siento una especie de tristeza, porque algo se diluye, se me escapa. Si bien a veces la historia narrada vuelve con el tiempo, en sueños, en conversaciones o en pensamientos, esta vez me dieron ganas de escribir algunas palabras al terminar de leer La Araña, novela que me regaló una amiga para mi cumpleaños y que recién hace unos días me animé a leer. El ejercicio de escritura crítica o teórica, que repito de diversas formas para la Academia, esa maquinaria que exige muchas veces hipótesis sobre textos que no remueven los cimientos de uno, no es lo que pretendo hacer. Mi deseo es plasmar algunas cosas que me violentaron e invadieron al leer la novela. Hoy escribo desde mí adentro. La Araña, novela “triste”, me conmovió, por el ritmo en que está escrita, por la capacidad de transmitir percepciones, por la profundidad caótica de Virginia, por su existencia, su presente, sus instantes. La escritora se desdibuja, casi no aparece, sino que es el fluir de la conciencia de Virginia lo que me invadió página tras página, sus hilos frágiles de pensamientos, páginas-espejo que reflejaron a ese personaje- mujer, más mujer que personaje. Al comienzo está su infancia, niña frágil y misteriosa, que logra conmoverse con los

objetos, niña de piedra y barro, luz que tiembla en busca del miedo, luciérnaga capaz de dialogar con lo más pequeño del universo que sin embargo encierra un torrente de vida. Niña que intenta volverse ciudad, que se refriega contra el concreto de los edificios, contra esas otras mujeres, esas que saben serlo a la moda. Mujer que ama, que se ama, que se vuelve hacia adentro, que se explora, que pretende entenderse. Temerosa del mar por su profundidad perturbadora. Mujer que teje y desteje, agazapada entre sus hilos, invisibles aunque brillantes. Existencia angustiante, a las orillas de todo. Existencia reducida por los otros, muerta por los otros, devorada por lo que no logra aprehender. Quienes no entienden, quienes no comprenden, quienes no ven, terminan por resolverla. Abismo de crueldad. Existencia de araña, tejedora de instantes, existencia de araña-instante, cuya vida pende solitaria, temblando .Vida de araña, pequeño universo que pretende saberse. Universo aplastado, resuelto por los otros.

ANA JULIA QUIROGA ...

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Revista Tropos La Plata 2010 | Año 5 | Edición número 6



En éste número… el tiempo ha sido hurtado, una pared nos hace reflexionar, mientras King Kong parece mostrarnos una desconocida faceta de su yo. Y tratando de identificar el sueño de la vigilia, hallamos tantas historias más como la del verdadero acto de parir…

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