Rosa Valles

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Palabras para el recuerdo Rosa Valles MartĂ­nez


Palabras para el recuerdo Rosa Valles MartĂ­nez


© Rosa Valles Martínez www.rosavalles.es rosvama@gmail.com ISBN 00/2010/7211 • D.L. AB-184-10


ÍNDIce Prefacio ........................................................ 7 Prólogo......................................................... 9 La muerte de mi hijo ................................. 13 Aprendiendo a vivir con su ausencia ........ 37 el proceso de duelo ................................... 51 enseñanzas sobre el mundo espiritual ...... 77 Recursos de ayuda para afrontar la pérdida de un ser querido ............... 90 Partida hacia un Mundo Nuevo ............... 115


AgRADecIMIeNtoS en memoria de mi hijo José Luis, a quien agradezco profundamente toda la enseñanza derivada de su muerte, que intento trasmitir a lo largo de este libro. también expreso mi más sincero agradecimiento a quienes han alentado en mí el deseo de escribir y publicar esta obra: Ángela ortiz y Manuel Reyes; a Rosa Villada por su asesoramiento profesional como escritora; a Fernando Bernabé, por su ayuda con los trabajos de maquetación y diseño gráfico; a carmen cuervo-Arango, por su ayuda en la edición del texto; a la asociación talitha por su acogida durante nuestro proceso de duelo; y, en definitiva, a todos aquellos, vecinos, compañeros, amigos y mensajeros, quienes con su presencia y acompañamiento, han compartido con nosotros el dolor de la pérdida y han aligerado la carga emocional de nuestro duelo. Doy gracias a la Vida por el don de mis tres tesoros, que son mis tres hijos: Alba, clara y José Luis. A mis padres, Belén y Pedro, por su entrega y su cariño, por su perdón y por su confianza. A mis hermanos y hermanas, por formar parte de nuestra alma familiar. A mi marido, compañero de viaje, con el que comparto penas y alegrías, logros y fracasos, proyectos y aspiraciones. Le doy gracias al Misterio de la Vida que nos mantiene siempre en el camino de la búsqueda espiritual, del crecimiento personal y de la evolución constante hacia el despertar de la consciencia.

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PReFAcIo

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ay algunas cosas en la vida que no podemos cambiar o evitar que sucedan, pero siempre tendremos la capacidad o el poder de elegir cómo queremos vivirlas y afrontarlas, bien desde el victimismo y la huída o desde la aceptación y la transformación. en nuestras vidas todo suceso sirve para aprender y evolucionar, de manera que hasta de los acontecimientos más lamentables y desafortunados se puede sacar provecho, por muy increíble que parezca. La pérdida de un hijo es una de estas circunstancias imprevisibles, inevitables y una de las más dolorosas y difíciles que tienen que afrontar algunos padres. Pero así es la vida, un camino lleno de pequeñas y grandes pérdidas que hemos de superar en nuestro proceso de crecimiento personal y de desarrollo espiritual. en su obra “La vida no termina nunca”, el místico cristiano y maestro zen Willigis Jäger afirma: “perder para ganar”. esta frase, breve y sencilla, pero cargada de un enorme y valioso significado, ha sido mi máxima en todo el proceso de duelo tras la muerte de mi hijo pequeño José Luís. ¿Qué mayor desapego nos puede enseñar la vida que experimentar la muerte de un hijo y dejarle marchar sin retenerle? ¿Qué mayor sufrimiento para el ego que el de ver morir un hijo sin poder hacer nada para impedirlo? el instinto maternal se resiste a ello y nos cuesta aceptar que no somos dueños de nuestros hijos, sino que son hijos de la Vida, como decía el poeta libanés Khalil gibran en su obra “el Profeta”. La pérdida de un hijo es un suceso tremendamente desgarrador, que te golpea con fuerza y te deja conmocionada y anestesiada durante un tiempo que varía según cada persona. trascurrido ese tiempo de somnolencia, comienza un periodo de

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despertar hacia una realidad distinta, cruel y desconocida, en el que te das cuenta de que ya nada será lo mismo. Ahí es donde la ausencia se hace más palpable y sin embargo, es en ese momento, como ungüento para combatir el intenso dolor, cuando surgen los recuerdos más bellos y especiales de nuestro hijo. A través de ellos, fluyen los sentimientos más puros y profundos de nuestro Ser dando paso a una de las experiencias más sagradas de nuestra vida como madres, solamente comparable al momento de su nacimiento.

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PRóLogo

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esde el momento que nos hacemos conscientes de nuestra existencia, observamos que la vida tiene una facilidad natural para engancharnos a ella. Nos gusta tanto, a pesa r de conocer o experimentar lo que llamamos bueno o malo, que aún a sabiendas de que en cualquier momento se puede acabar, creemos que siempre vamos a permanecer aquí. Son pocos los que, de forma natural consciente, aceptan su futura desaparición. Y ello es debido a que nos pasamos la vida tratando de esquivar la muerte. A diario oímos en los noticiarios que han fallecido múltiples personas, e incluso a veces, puede suceder que la noticia nos alcance directamente tras la defunción de un conocido o allegado nuestro. ese día le acompañamos en el sepelio, y puede que nos preocupemos un poco al pensar en lo frágiles que somos, y hasta que filosofemos expresando algunas frases relacionadas con la muerte. Pero al poco tiempo retomaremos nuestra cotidianeidad dejando al margen la experiencia vivida. existen lugares en los que la muerte aparece como un acontecimiento social y cultural en el que todos participan, pero en nuestro mundo occidental no funcionamos así generalmente. Nos da miedo sólo pronunciar la palabra por la sobrecarga de desconocimiento que conlleva y nos agarramos afanosamente a todo lo que nos resulta familiar. No nos damos cuenta que actuamos como el pez que se muerde la cola. Nos da miedo porque la desconocemos, y la desconocemos porque nos da miedo saber de ella. Y nos pasamos la vida escondiéndonos de las múltiples posibilidades de muerte que vivimos a diario, tanto de nuestros seres queridos como de nosotros mismos. Pero puede suceder que la muerte en algún momento de nuestra vida nos pueda avasallar sin compasión. De hecho, si perdemos a un padre, una madre, un hermano, un miembro de una pareja, un amigo etc. necesariamente estaremos obligados a

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hacer una valoración realista de nuestra propia existencia. Pero si la persona que fallece es un hijo, entonces no podemos ni siquiera pensar en continuar viviendo. Ni siquiera existe un calificativo como viudo o huérfano, que defina la situación de unos padres que pierden a un hijo. es una pérdida tan fuera de lo común, tan inesperada e inusual, que no existe ninguna palabra que la describa. Sin embargo, no solo es posible, sino que además, sucede más veces de lo debido. Nuestros hijos pueden morir antes que nosotros. Y ése ha sido el caso de Rosa. ella ha conocido la muerte en la forma más dolorosa que un ser humano puede conocerla: en su hijo José Luís. Y ha sido una de las pocas personas que conozco que ha sabido entender esa muerte de una manera especial. en su libro “Palabras para el recuerdo” quedan muy bien reflejadas sus experiencias y las decisiones que fue tomando desde el momento en que vio a su hijo abatido en un accidente sin sentido. Hasta ese momento, su familia era una de tantas que llevaba una vida normal, sin pensar que podía encontrarse con algo que enturbiase su manera de vivir. Pero los hechos le condujeron a un fatal desenlace. No obstante, según las conclusiones que emanan de este hermoso libro, ella supo estar desde el primer momento en su lugar, y tomar las mejores decisiones en relación a la muerte y la manera de llevar el duelo. es muy probable que se sorprendiera a sí misma de sus propias reacciones. Lo común hubiese sido que el impacto le hubiese desencadenado estados de desesperación, ira, rabia, depresión y todas esas emociones incontroladas que surgen cuando no le encontramos sentido a lo que nos está sucediendo; pero no ha sido ese su caso. Rosa desde el primer momento ha tenido la certeza de que su hijo tras su muerte continúa vivo en otro plano, que su energía no terminó en aquel instante fatal sino que sólo cambió de estado. Y esa convicción le ha servido en gran medida para entender mejor lo que parecía ser una sucesión de hechos

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incontrolados. eso no quiere decir que no haya vivido su duelo, sino que ha sabido canalizar su dolor dándole el sentido necesario para poder reconvertir lo difícil en fácil. De hecho, en estas páginas se refleja claramente su sufrimiento, pero también su gran aceptación al ser consecuente con los hechos y tomar hermosas decisiones para poder vivir en paz. eso es algo que sólo lo pueden llevar a cabo las personas que a pesar de todo, saben comprender; aquellas que poseen una fuerza interior excepcional para poder salvar la cadena de sucesos trágicos que puedan llegar a vivir. No es fácil montarse en el tren del entendimiento. es una ardua tarea de búsqueda y encuentros, experiencias que Rosa nos relata con una gran delicadeza. con sus vivencias se aprecia que a lo largo del periplo del duelo más profundo logra ponerse en comunión con la vida y la muerte de su hijo y con la suya propia. ese estado especial de paz se refleja en el rostro de las personas que saben vivir con la sabiduría interior. es la expresión que vi en el rostro de Rosa cuando la conocí meses después del fallecimiento de su hijo. ella cree y conecta, y eso le da serenidad, paz y confianza para ella misma y para los que conviven con ella. Ángela ortiz y Manuel Reyes.

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LA MueRte De MI HIJo

LA NuBe oScuRA o eL tRÁgIco AccIDeNte el sábado 14 de Junio del 2008 amaneció con un cielo claro y luminoso que prometía ser un día radiante y espléndido, anunciando la proximidad del equinoccio de verano. como yo no tenía que acudir al trabajo, decidí aprovechar la mañana para dar un paseo acompañada por mi perro “Puma”, antes de dedicarme a las tareas de la casa. Me retrasé algo más de lo previsto porque me entretuve hablando con un vecino, que empezó a comentarme algunos de los problemas existentes, pues desde hace tres años, soy miembro de la corporación Municipal de mi pueblo (elche de la Sierra), como concejala de un grupo político independiente. cuando volví a casa, había una nota en la mesa que decía: “Mamá, me he ido con la bici a la Longuera, me llevo un bocadillo para comer, ya he limpiado mi habitación”. estaba escrita por el más pequeño de mis tres hijos: José Luís, clara y Alba, de 12, 15 y 17 años de edad.

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A los tres les encantaba ir a La Longuera, pues era su lugar preferido. el valle por donde discurre en su cuenca alta el río Segura, es uno de los rincones de mayor valor ambiental en la comarca albaceteña, donde la intervención del hombre no ha supuesto un impacto negativo en el entorno. A pesar de que ya no vivíamos allí, solíamos ir casi todos los fines de semana, pues mi marido y yo éramos conscientes de que el contacto con la naturaleza ayudaba a crecer felices a nuestros hijos, que jugaban alegremente junto a los niños que en la actualidad habitan aquel paraje de naturaleza virgen e intacta. Impregnados por esa belleza, llena de magia y armonía, habían crecido unidos por una profunda amistad, disfrutaban subiéndose a los árboles, corriendo descalzos, bañándose en el río de aguas limpias y frescas, o jugando a los indios descubridores y otros juegos inventados por la imaginación de un niño, libre de límites y fronteras. Reían constantemente porque se sentían libres, como todos los animalillos que conforman la gran biodiversidad de aquel magnífico ecosistema. entre los trabajos de la huerta, había llegado el tiempo de sacar las patatas y él se marchó con la bici para ayudar y divertirse con sus amigos. Pensaba quedarse toda la jornada, ya que por la tarde un grupo de jóvenes habían planeado hacer una escalada en La Muela, una de las montañas que conforman el paisaje abrupto de la Sierra, rodeado de acantilados calizos y arcillosos que se elevan sobre el río. La víspera me dijo que quería ir a ver cómo escalaban, y aunque yo había intentado disuadirle para que no fuera, él quiso tranquilizarme diciéndome que sólo iba a mirar, y me aseguró que él no escalaría, pues una vez que había hecho escalada con su padre, le habían temblado las piernas y había sentido miedo. tratando de quitarle esa idea de la cabeza, le dije que sus compañeros del colegio le habían telefoneado para ir esa misma tarde a cenar todos juntos, pero él insistió en que prefería ir a ver cómo escalaban. No encontré

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argumentos para impedirle que fuese, ya que el fin de semana anterior, yo le había prohibido asistir a la fiesta de aniversario, que organizaba la familia que vive al otro lado del río, para celebrar su llegada al valle diez años antes, estableciéndose en la misma finca de La Longuera. en sus fiestas, tenían la costumbre de realizar un ritual de purificación, que las tribus de indios americanos llaman “temascal”. Yo no le había dejado asistir, pues sentía miedo de que él no soportara el excesivo calor húmedo, producido por el vapor de agua que desprenden las piedras, al ser calentadas en una hoguera, para introducirlas a continuación en el centro del tipie, donde les echan agua a modo de sauna, al mismo tiempo que rezan y cantan, sentados en círculo a su alrededor. Al finalizar cada ronda, la gente que no soporta más el calor, sale del tipie y se sumerge en el agua fría del río, que se encuentra a escasos metros. Le dije que ese tipo de cosas no me parecían adecuadas para niños; y entonces, se puso muy enfadado conmigo por no dejarle ir y decidió quedarse en casa toda la tarde sin salir. Por eso, el fin de semana siguiente, no tenía el valor de impedirle de nuevo que disfrutara, que se divirtiera y fuera feliz. con el fin de justificar mi decisión y relajarme, empecé a decirme que el peligro está en todas partes, que no podemos sobreproteger a nuestros hijos y cortarles su libertad cuando comienzan a salir solos. Me repetía que no es bueno tener miedo de que les ocurra algo, porque no es sano vivir con miedo constantemente. como en otras ocasiones parecidas, me preguntaba si la mayoría de nosotros, acaso no hemos cometido mil travesuras siendo niños, sin percibir los riesgos que conllevaban y a escondidas de nuestros padres y así es como todos hemos aprendido y crecido de manera natural. convenciéndome por estos razonamientos, decidí dejarle marchar. Al fin y al cabo, por la tarde regresaría a casa con su padre y sus hermanas, quienes tenían planeado ir a La Longuera después de comer.

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Sin embargo y en contra de lo previsto, ya nunca más volvería a casa. LA eScALADA La primavera había sido más lluviosa de lo normal en esta zona del sureste albaceteño, donde los años de sequía se suceden habitualmente, pero superando las predicciones anuales, ésta había sido una estación generosa en agua, reverdeciendo los montes y los cultivos, y almacenándose en las montañas. el grupo de niños entre los que se encontraba mi hijo, se encontraba en la ladera de la montaña observando la escalada. el primero de los escaladores había alcanzado la cumbre de la Muela, y el segundo había comenzado la subida, cuando, de pronto, se produjo un desprendimiento y las piedras se precipitaron hacia el vacío. en su recorrido, las piedras golpeaban las protuberancias de la montaña, rompiéndose en pedazos cada vez más pequeños y numerosos. Alertados por los gritos de los jóvenes escaladores que avisaban: “¡cuidado piedras!”, los niños comenzaron a correr para refugiarse y escapar del peligro. Pero José Luís no huyó, se quedó quieto, solo, mirando hacia arriba, estático, paralizado, sin prever el enorme peligro que le acechaba, quién sabe si fue una cuestión de tiempo o de reflejos... o quizás si había llegado su hora de partir definitivamente de este mundo, quién sabe, quién lo puede saber con seguridad si atañe al gran Misterio de la Vida. Recibió un fuerte golpe en el lado derecho de la cabeza, y cayó inconsciente al suelo. Ninguna parte de su cuerpo derramaba sangre, tan sólo mostraba un chichón producido por el impacto y algunos arañazos en el hombro y en el brazo. Sus grandes ojos estaban cerrados, parecía dormido, yacía inmóvil sin reaccionar ante los gritos de auxilio de sus compañeros. Su padre y hermanas se encontraban en la finca, a una larga

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distancia de la Muela. ellas estaban algo más cerca, bañándose en una poza del río cuando de pronto escucharon los gritos de socorro, entonces fueron corriendo a avisar a su padre, que estaba en la huerta con Alfred, el padre de la familia que vive allí. con el corazón encogido por el temor y la incertidumbre, todos juntos se dirigieron hacia la Muela para descubrir el motivo de la llamada de socorro. Aunque intuían que algo grave había ocurrido, ni tan siquiera podían imaginar la tragedia del accidente ni sus consecuencias hasta que vieron a José Luís, tumbado e inconsciente en el suelo. con mucho cuidado para no empeorar su estado, lo trasladaron con gran dificultad unos cuantos metros más abajo, hasta una zona más accesible para los servicios sanitarios, que habían sido avisados de inmediato, ya que afortunadamente, uno de los escaladores llevaba móvil, y desde la cima había cobertura para telefonear al servicio de emergencia del 112. todos permanecieron junto a él, desesperados, impotentes y asustados, sin saber qué hacer. Mi marido le abrazaba y le hablaba ante la mirada atónita e incrédula de nuestras hijas. Desconozco los detalles y el tiempo trascurrido esperando a que llegara el helicóptero del 112, que le trasladaría hasta el Hospital de Albacete, porque yo no me encontraba allí. esa tarde, yo estaba citada en mi condición de concejala, para tratar algunos problemas del suministro del agua por un vecino de Peñarrubia, una aldea de elche de la Sierra, que se encuentra a varios kilómetros y que no tiene buena cobertura para móviles. Por ello, a pesar de que mi marido intentó localizarme con el móvil en numerosas ocasiones, no lo consiguió. Finalmente, una vecina que se había enterado del accidente de mi hijo, y que me había visto entrar en la casa donde yo estaba ajena a todo lo que estaba ocurriéndole a mi hijo en aquellos instantes, llamó a la puerta y me trasmitió la noticia sin más detalles, pues ella solo sabía que una piedra le había dado en la cabeza. Desde el teléfono fijo de su casa, llamé a mi marido, que me dijo que fuera

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rápido a casa, porque debíamos ir al hospital de Albacete. No recuerdo sus palabras exactas, ni me atreví a preguntarle nada más, era cerca de las 21 h. y me dirigí con el coche todo lo rápido que pude hasta allí. Al llegar, encontré a mi marido esperándome en la puerta. Percibí el terror en la palidez y en la expresión de su cara. Sin para el motor del coche, ni esperar a que me explicase lo sucedido, le pedí que montara en el coche, me dijo que debíamos esperar a que nos llevara nuestro amigo Alfred, él temía que no estuviéramos en condiciones de conducir, pero yo estaba tan preocupada y nerviosa que no podía esperar ni un segundo. Nos despedimos de nuestras hijas, intentando transmitirles serenidad a pesar de nuestra angustia y recorrimos los 90 kilómetros de distancia hacia el Hospital de Albacete con el corazón en un puño y el estómago en la garganta. Por el camino, me sentía tan furiosa y extraña que apenas podía hablar, intentaba disimular el nerviosismo, y mantener el control al volante. Mi marido me contaba algunos detalles de lo ocurrido, me dijo que, a pesar de su insistencia, el médico no le había permitido montar en el helicóptero para acompañar a nuestro hijo porque no disponía de asiento para él. Yo seguía esforzándome en mantener mi atención centrada en la carretera, eso me ayudaba a controlar mi ansiedad y no pensar en lo peor. Recuerdo que también me dijo que nuestro hijo estaba inconsciente pero tranquilo, y que al llegar al lugar del accidente con sus hermanas había percibido alguna sutil reacción en el cuerpo de nuestro hijo, al escuchar su voz. Yo le escuchaba mientras conducía lo más rápido que podía, pues quería llegar al hospital cuanto antes para poder ver a mi hijo. LA eSPeRA eN eL HoSPItAL una hora más tarde llegamos al Hospital y nos dirigimos apresuradamente al puesto de recepción para preguntar dónde

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se encontraba José Luís. Nos comunicaron que estaban haciéndole un tAc antes de trasladarle a la unidad de cuidados Intensivos pediátrica, donde debíamos esperar para recibir la información de los médicos. Nos fuimos hasta allí llenos de angustia y miedo. Nunca olvidaré ese pasillo con un único pero amplio ventanal desde donde se podía contemplar la luna llena. era ya la medianoche y yo sólo deseaba ver a mi hijo cuanto antes. una hora más tarde, la enfermera abrió la puerta y nos pidió que entrásemos al despacho donde nos recibieron dos jóvenes vestidos con batas verdes. Se trataba del neurocirujano y de la pediatra que se encontraban de guardia esa noche. Nosotros pensábamos que nos dirían que se trataba de una fuerte conmoción producida por el golpe, que habría algún coágulo en su cerebro. ¡cómo íbamos a imaginar la fatal noticia! Las palabras de la pediatra salían de su boca como disparos de ametralladora que atravesaban nuestros cuerpos. el tiempo parecía haberse detenido, todo parecía transcurrir muy lento, sin embargo, ella hablaba rápido y sin pausas, su mensaje nos dejó sin aliento: “Su estado es muy grave. Su hijo tiene un enorme derrame que le produce una gran presión en el cerebro, lo único que podemos hacer es operar inmediatamente para intentar que la fuerte presión disminuya, pero hay poca esperanza, en el caso de que saliera con vida de la operación, podría quedarse muy mal, sin movilidad”... Yo no podía seguir escuchando más su discurso, mi mente quería escapar de aquella situación desesperada y tímidamente le supliqué que se callara, creo que no me oyó, porque seguía hablándonos, pero yo ya no le escuchaba, cerré mis oídos para huir de esa pesadilla, no podía ser verdad lo que nos estaba sucediendo. ¡Mi hijo querido! ¡Mi tesoro! ¡No, a él no! ¡Por favor, Dios mío, esto no nos puede pasar a nosotros!. La conmoción me dejó paralizada, el bloqueo emocional no me permitía ni tan siquiera llorar para aliviar mi rabia y mi dolor, aterrorizados, la

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voz apenas salía de nuestra garganta. en aquel despacho acababa nuestra dicha, el sentido de nuestras vidas, era el fin. La doctora esperaba de pie junto al neurocirujano nuestro consentimiento para la intervención, teníamos mucho miedo de que nuestro hijo no lograra salir vivo de ella, sin embargo ¿acaso teníamos otra alternativa? Sin pensarlo dos veces, nos abandonamos a nuestro destino y al saber hacer de aquel médico joven, quien había sido elegido para desempeñar un papel tan desafortunado en él. Le dijimos con voz débil que operara cuanto antes a nuestro hijo si esa era la única esperanza. Mientras preparaban el quirófano, la enfermera nos acompañó junto a nuestro José Luís, por fin podría verle. Su cama estaba al fondo de una larga sala en la que había varias incubadoras con bebés de corta edad. era el niño más grande de toda la sala, me sorprendió gratamente que hubieran decidido internarle en la ucI pediátrica. el ambiente era más acogedor y tranquilo. Al verle, desapareció de inmediato mi ansiedad y me invadió una gran calma, su rostro trasmitía mucha paz, aunque estaba conectado a un respirador y a un montón de monitores que indicaban el vaivén de sus constantes vitales. Mi marido y yo esperamos en silencio junto a su cama, a que vinieran a buscarle para conducirle al quirófano. Nos tranquilizaba estar a su lado, coger sus manos, besar su cara, acariciar su pelo, escuchar su respiración, todo ello nos aliviaba y borraba de la mente el terrible recuerdo de aquel mensaje tan desgarrador que acabábamos de oír. LA INteRVeNcIóN QuIRúRgIcA Recorrimos el pasillo siguiendo a los médicos que conducían la camilla con nuestro hijo hasta el ascensor que le trasladaba al quirófano. Al cerrarse las puertas del ascensor, nos quedamos en medio del inmenso pasillo, solos mi marido y yo. entonces, al darnos la vuelta, nos dimos cuenta de que justo enfrente de nos-

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otros estaba la puerta de la capilla. Sin cruzar palabra, como si telepáticamente compartiésemos el pensamiento, nos decidimos a entrar. A esas altas horas de la noche, no había nadie en su interior, era el mejor lugar para permanecer en intimidad durante esa decisiva espera que nos abría las puertas de acceso hacia el abismo. Nada más entrar, aparecieron en mi mente dos escenas que se disolvieron fugazmente: la primera era el entierro de José Luis. Había un altar lleno de montones de ramos de flores y el féretro donde yacía su cuerpo estaba en el centro. era como si estuviera soñando despierta, y me sentí destrozada. No tuve tiempo de razonar, ni reaccionar a cerca de esta imagen, pues apenas duró unos instantes, y enseguida apareció otra en la que José Luís estaba vivo pero muy enfermo, inconsciente y ajeno al mundo que le rodeaba, su cuerpo yacía inmóvil en una cama. Desde mi posición de espectadora, observaba la escena en la que yo le cuidaba, lavándole y alimentándole. Me producía una inmensa tristeza el verlo así. Después ya no se sucedieron más imágenes en mi mente, ninguna alusión que me trasmitiera una pequeña chispa de luz y esperanza, o que me ayudara a pensar en José Luis llevando de nuevo su vida normal, alegre y feliz, llena de energía. Mi mente regresó de nuevo a la capilla, junto a mi marido. entonces, pensé que se trataba de una premonición espantosa y escalofriante y me dio un vuelco el corazón, las imágenes significaban para mí un mal presagio. Miré la figura de la Virgen con su niño en brazos que estaba en un lateral del altar y desconsolada le imploré que salvara a nuestro hijo. ella podía comprender mi dolor como madre, pues había experimentado el amor maternal y el dolor por la pérdida de un hijo, le supliqué e invoqué su gracia y su misericordia para que protegiera a mi niño. cogidos de la mano oramos, recitando plegarias y expresando nuestra angustia y desesperación, ante la presencia sagrada de los únicos que tenían el poder de salvación de nuestro pequeño. Parecía que el tiempo se había detenido de repente,

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que no existía nada más que el sufrimiento interminable y cruel que nos apresaba. Salimos de la capilla para estar alerta a cualquier movimiento que nos indicara que la operación había terminado. una y otra vez recorrimos el pasillo, sin encontrar descanso de ninguna manera. No podíamos descansar, nos sentábamos y nos levantábamos continuamente sin dejar de andar, aunque en mis piernas sentía una debilidad increíble, más que caminar era arrastrar las piernas. ¡Pesaba tanto la espera! Si me sentaba, me temblaban las piernas y me castañeteaban los dientes, nunca antes había sentido tanto miedo, a pesar de haber vivido momentos duros y difíciles en mi vida, jamás me había enfrentado al terror que sentía en esos momentos, tenía náuseas, ansiedad y frío. No sabía dónde refugiarme, ni tan siquiera mi marido podía ayudarme a tranquilizarme. Aunque yo hacía todo lo posible por controlar mi mente, era incapaz de reprimir lo que sentía en mi interior, era insoportable, sentía sacudidas en mi interior, apretaba mis dientes porque deseaba gritar, gemir, dentro de mí había una energía movida por una tensión incontrolable, era como si hubiera estado dentro de una centrifugadora y hubiera salido de golpe. en mi mente se instalaban miles de pensamientos: cuánto afán por querer controlarlo todo y entonces me daba cuenta de que no controlaba nada, cuánto había luchado por defender principios en los que creía firmemente y ahora no podía luchar por lo que más quería en el mundo. Pensaba en la vulnerabilidad y en la fragilidad de la condición humana. esto era una evidente prueba de ello. Mi pequeño se podía morir y yo no podía hacer nada por él. ¿Por qué Señor, por qué él? ¿Qué había hecho él para merecer esto? Al cabo de dos horas, que nos parecieron interminables, por fin las puertas del ascensor se abrieron y vimos salir al neurocirujano. La operación había finalizado. ¿Qué nos diría? ¿Seguía vivo José Luis? ¿o por el contrario, habría muerto? con una frialdad inexplicable y una mirada inexpresiva que no nos des-

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velaba ni lo más mínimo el resultado de la intervención, el hombre del que dependía nuestra máxima felicidad o nuestra peor desdicha andaba sin decirnos palabra, recorriendo el pasillo hasta el despacho de la sala de la ucI pediátrica donde había estado antes José Luis. el pasillo parecía haberse alargado más aún, le seguimos en silencio con un único pensamiento en nuestra mente: ¡Por Dios Señor, que nuestro hijo siga vivo! Pensé en lo difícil que resulta entender el proceder de algunos médicos, sobre todo de aquellos jóvenes que acaban de salir de la universidad, al terminar sus estudios y comienzan su experiencia en hospitales. Parece que carezcan de sensibilidad o que su corazón esté acorazado. Me preguntaba si lo harían para autoprotegerse del sufrimiento de sus pacientes. A veces, en situaciones tan desesperadas, algunos de ellos rozan lo inhumano. Por fin, nos habló: “Su hijo sigue vivo, ha salido de la operación, pero su estado es muy crítico. Según el resultado de las exploraciones, tiene el nivel 3 en la escala de glasgow, lo que representa una mortalidad cerebral elevada. Si saliera adelante, quedaría como un vegetal para el resto de sus días. Ahora está muy sedado y las horas que siguen serán claves para su evolución”. Mi marido y yo nos quedamos helados, el mensaje no era nada esperanzador, pero al menos había superado la operación, seguía con nosotros y eso era lo que más deseábamos. Ya fuera del despacho, en ausencia del médico, nos abrazamos por fin, remplazando sus palabras tan penosas por un único pensamiento: ¡gracias Dios mío! ¡gracias! ¡José Luís sigue vivo! ¡Lo ha conseguido! Nos encontrábamos otra vez en el pasillo, los dos solos a la espera de poder ver a nuestro hijo de nuevo, de poder besarle una y otra vez, y expresarle nuestra alegría por haber superado la operación. Ahora, tenía que seguir luchando y nosotros le íbamos a ayudar con todo nuestro amor y nuestras fuerzas. Juntos lo conseguiríamos, aunque el camino fuese largo y difícil. Yo dejaría todo

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por él, mi trabajo y todas mis demás ocupaciones, para cuidarle y dedicarle todo mi tiempo y mi energía. Le llevaríamos a los mejores hospitales, a toledo, donde existe un centro especializado en estas lesiones. empecé a sentirme mejor, con más fuerza y esperanza. Me decía a mí misma que teníamos que pensar en positivo y trasmitir esa energía a nuestro hijo, que el pensamiento tiene mucha fuerza y construimos la realidad a través de él. De pronto apareció la pediatra de guardia con la que habíamos hablado y nos dejó entrar a verle. Seguía entubado, inconsciente y con cara de serenidad. Sus hermosos y grandes ojos permanecían cerrados y se los habían tapado con unas gasas para evitar que se resecaran. estaba conectado a un respirador y su pecho se movía con fuerza. era el único movimiento de su cuerpo. De vez en cuando, alguna de las máquinas de control de las constantes vitales empezaba a pitar porque éstas se desestabilizaban. Le supliqué a la doctora que nos dejara estar con él todo el tiempo posible, era nuestro mayor deseo. Le prometí que no molestaríamos, adaptándonos a la situación en todo momento para no alterar el orden. Asintió con la cabeza y nuestra alegría fue inmensa. Sentía que debía hablar a mi hijo para darle ánimos. estaba segura de que él podía escucharnos y que percibía nuestra presencia y energía aunque estuviera inconsciente. Pero en su grave estado, era importante hacerlo con gran sutileza y sensibilidad para no alterarle. empecé a hablarle en susurros mientras le acariciaba: “José Luis, cariño mío, estamos contigo y te queremos mucho. eres muy importante para nosotros y te vamos a ayudar a superar esta situación. tienes que luchar, tesoro mío, tienes que decirle a tu cerebro que tu lugar está aquí con nosotros, con mamá y papá, con tus hermanas Alba y clara, con tus primos, tus amigos. Y, cuando te pongas bien, podrás ir de nuevo al río a pescar y a montar en bici con ellos. No tengas miedo cariño, no te vamos a dejar solo. tienes que luchar hijo mío, lo vamos a conseguir…”

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Mi marido también le hablaba con mucha delicadeza y le acariciaba lleno de compasión y lágrimas en los ojos. Los monitores indicaban a través de sonidos y números luminosos y parpadeantes que sus constantes vitales seguían muy alteradas, sentados junto a su cama, los minutos y las horas pasaban sin que pudiéramos sucumbir ni un momento al cansancio. Ya de madrugada, comenzamos a pensar en nuestras familias. ¿Qué debemos hacer? ¿cómo se lo decimos? La mayoría vivía fuera de la provincia de Albacete, estaban lejos y no conocían la noticia. Ni tan siquiera nuestras hijas sabían de la extrema gravedad de su estado, ni los amigos del pueblo, a pesar de que allí ya habían corrido los rumores del accidente. Pedimos consejo a la doctora y nos aseguró que en momentos como éste, el apoyo de la familia es fundamental. Y prosiguió: “Además, si ocurriese lo peor, sus seres queridos querrían despedirse y estar a su lado”. Sus palabras nos dieron el impulso necesario para tomar tan importante decisión, que no podíamos postergar dando paso al comienzo de una cadena de interrogantes por resolver: ¿a quién se lo decimos primero? ¿cómo encontrar el valor para darles una noticia así? ¿con qué palabras? Por una vez más en la vida, teníamos que dejar la inseguridad y el miedo a un lado y actuar. Bastó con un par de llamadas para que la noticia se expandiese como la pólvora. en una sola noche, nuestra vida había dado un giro radical. Al día siguiente, domingo, el teléfono no dejaba de sonar. Familiares, amigos y vecinos nos llamaban tras conocer lo ocurrido para darnos ánimos e interesarse por el estado de José Luis. Nadie podía dar crédito a nuestras palabras cuando explicábamos la verdad de la situación tan crítica y penosa. una y otra vez repetían: “No es posible”, “no me digas eso”, y siempre, al escuchar nuestro llanto, nos intentaban consolar y darnos esperanzas. toda la gente nos decía: “Los milagros existen ¿Por qué no puede ser José Luis uno de esos milagros?”.

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Por el contrario, el mensaje de los médicos era totalmente opuesto, cruelmente realista y desgarrador. en ningún momento nos trasmitían una sola palabra de esperanza a la que aferrarnos, supongo que para no pillarse los dedos. Las primeras en llegar al hospital fueron nuestras hijas Alba y clara, acompañadas de Alfred, uno de nuestros mejores amigos, que las trajo en su coche. No podían imaginar lo que les teníamos que decir, pero tampoco podíamos ocultarles la verdad. ¡cuánto dolor! Por primera vez conseguí soltar las lágrimas y rompí a llorar al verlas. todo eran sollozos y abrazos. ¡Ya no podíamos guardar dentro tanta pena! entraron a la sala de la ucI y al ver a José Luis no podían dejar de llorar, ni hablar, aunque les decíamos que le besaran y le hablaran porque él sabía que estaban a su lado. Me sentía tan desgraciada al ver así a mis niñas, ¿por qué tenían que vivir una situación tan dura a su edad? Sobraban las palabras, el silencio tan significativamente triste expresaba todo el dolor de nuestras almas. un par de horas más tarde, llegó la familia y nuestros rostros reflejaban mucho miedo, sufrimiento e impotencia. con sus gestos nos expresaban todo su cariño y ternura, mostrándonos una gran sensibilidad. el dolor de todos los que llegaban a vernos y a abrazarnos era uno, único e innombrable. Jamás antes me había sentido tan fraternalmente conectada a todos los seres, que intentaban apoyarnos y sostenernos con sus palabras de aliento, sus miradas de pena y sus sentimientos puros y sinceros. el amor hacia nuestro José Luis nos unía en profunda conexión y los sentidos físicos no eran necesarios para compartir el sentimiento de nuestro corazón. Nos consolaba y reconfortaba el sentirnos tan apoyados y

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queridos en esos instantes, eso nos daba fuerzas para aguantar el cansancio que empezaba a dejar su huella en nuestro cuerpo. A lo largo del día, las constantes vitales se estabilizaron y el médico nos comunicó que iba a retirar poco a poco la sedación para poder realizar una segunda prueba, que sería decisiva, con el objetivo de evaluar si en su cerebro existía actividad o no. eso sería al día siguiente, lunes a primera hora. Al llegar la segunda noche, buscamos un poco de descanso en los sillones de la sala de espera. Las horas pasaban despacio y, aunque dormíamos a ratos, mi marido y yo nos turnábamos a menudo para ir a ver a nuestro hijo en la unidad pediátrica. No queríamos dejarle solo, sabíamos lo importante que era para él que estuviéramos a su lado, que le habláramos y acariciásemos. Lo hacíamos una y otra vez, con palabras de fuerza y de amor, siempre de forma positiva, para animarle a seguir luchando y resistiendo. Pero, al mismo tiempo, sentíamos una gran desesperación y resignación al ver que nada en él reflejaba ni un ápice de vida. Su estado, aunque estable no había cambiado en nada, no había ninguna señal que nos ayudara a mantener la esperanza. La compasión y la comprensión de algo que no se puede entender con la razón nos hacían temer lo peor, a pesar de que no queríamos ni hablar de ello. Su MueRte Lunes 16 de junio, 11 horas. Vimos salir de la ucI al pediatra que había sustituido al equipo médico que hacía la guardia del fin de semana, venía de estudiar el resultado de la prueba practicada a nuestro hijo esa misma mañana, y la expresión de su rostro hablaba por sí sola. Nos temíamos lo peor. Nos pidió que le acompañásemos a su despacho para comunicarnos en la intimidad el resultado del tec, que desgraciadamente era plano. Nos reveló su lado más

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humano, intentando encontrar palabras sensibles a nuestro dolor. Así, con cara de compasión y voz emocionada, nos dijo que, como padre que era y a pesar de ejercer su profesión durante numerosos años, nunca encontraba las palabras para comunicar a los padres una noticia tan terriblemente dolorosa: la muerte de su hijo. era lo que nuestra alma ya sabía, pero nuestra mente quería ignorar. Me quedé paralizada, anestesiada, llena de angustia y desesperación como nunca antes lo había experimentado en mi vida. Me invadieron sentimientos y sensaciones desconocidas por mí hasta entonces y muy difíciles de describir. Ya no había solución, lo peor había ocurrido. el sufrimiento abarcaba por entero nuestra nueva realidad, estaba indefensa, una parte de mí había huido intentando escapar hacia ninguna parte, pero estaba acorralada y no tenía escapatoria. ¿Por qué Señor, por qué mi pequeño? ¿cómo íbamos a vivir sin él? ¿cómo soportaríamos su ausencia? ¡Por Dios, cuánto dolor! ¡cuánto dolor! Hicimos pasar al despacho a nuestras hijas para trasmitirles el fatal desenlace, se nos partía el corazón al escucharlas llorar repitiendo ¡No, No, No...! ¡Deseaba tanto que sólo hubiera sido una horrible pesadilla! ¡Qué lástima de mis hijas! ¿Por qué nos había sucedido esto? ¿cómo podía ocurrirnos una cosa tan terrible? ¿con qué razón? ¿con qué sentido? Inmediatamente, varios médicos de la unidad de donantes del hospital hicieron su aparición y nos empezaron a hablar de lo que ya intuimos nada más verles entrar en el despacho. Sin necesidad de pensarlo dos veces, y con la misma comunicación telepática de otras veces entre mi marido y yo, les dijimos que sí. José Luis era un niño muy sano y desgraciadamente ya no necesitaría nunca más su cuerpo, sin embargo ahora sus órganos podían dar mucha vida y esperanza a otras personas, a otros niños y a otras familias… Después llegó el momento de decidir acerca del modo de enterrarlo y mi marido dijo que lo incineraríamos. Yo asentí con la cabeza sin reflexionar, confiando en él sin objeciones.

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No recuerdo en qué momento, comencé a sentir una protección especial que me sumergía en un estado de paz y serenidad. Mi mente pasó a un segundo plano para dejar libre mi corazón, que estaba abierto de par en par. el dolor se había trasmutado en un inmenso amor. De él surgía una fuerza interior que me guiaba y me sostenía, fluyendo a través de todo mi cuerpo. Así lo debieron sentir los que estaban junto a mí, porque percibían mi serenidad y eso ayudaba a que todo fuera más fácil. Seguramente, de la misma manera lo debió percibir el sacerdote que estaba recién llegado, pues apenas llevaba unos meses en nuestro pueblo, cuando le llamé por teléfono para pedirle que preparara la misa de entierro para despedir a José Luís al día siguiente. el tiempo de espera hasta que llegaron los distintos equipos de donación de varios lugares de españa, transcurrió entrando y saliendo de la ucI acompañados por amigos, profesores y familiares que deseaban despedirse de José Luis. La única persona que no sabía la triste noticia era mi madre, su única abuela con vida. tres años antes, había muerto mi padre. Yo tenía la certeza de que él había cogido de la mano a nuestro hijo y se lo había llevado junto a él, como cuando era más pequeño, y le llevaba a ver los encierros de toros en el pueblo, a montar en las atracciones de la feria y comprarle almendras de turrón en los puestos de los vendedores. Ahora cuidarían el uno del otro y, juntos, de todos nosotros. Yo le miraba mientras pensaba en todo esto, y le besaba, acariciando su cara, sintiendo la suavidad aterciopelada de su piel y de su pelo; le decía que se marchara tranquilo, que le queríamos mucho y le dejábamos volar libre y feliz. Ya no podíamos retenerle a nuestro lado, porque él había decidido marcharse a otro plano de la VIDA. Había elegido liberarse de un cuerpo inerte, sin futuro, y de ese modo decidía liberarnos también a nosotros de la prisión en que se habría convertido nuestra vida de familia. Pensé que su decisión mostraba una vez más un alma sabia y generosa al optar por no quedarse atrapado en un

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cuerpo que ya no le serviría nunca más. casi a las 7 de la tarde, llegó mi madre desde Alicante, justo a tiempo de despedirse, pues apenas unos instantes después llegaron los equipos de donación. Me sentí muy aliviada y agradecida de que mi madre pudiera despedirse de su nieto antes de que le retirasen la respiración artificial. Las paradojas de la vida nos mostraban una circunstancia absolutamente antinatural, ya que lo previsible, lógico e imaginable hubiera sido que sucediera al contrario y mi madre hubiese muerto antes que mi hijo. como si adivinase mi pensamiento, así lo decía ella una y otra vez al verle en la camilla entubado e inconsciente: “mi nene, tan precioso, tan guapo, tan hermoso, ¿por qué él y no yo?” ella comenzó a recordar la visita que le habíamos hecho tan sólo un mes antes, en aquella ocasión mi hijo le había prometido que nada más acabar el colegio, iría a pasar unos días con ella en su casa, cuando le dieran las vacaciones de verano. Le besó y le abrazó por última vez, muy emocionada pero sin derrumbarse, pues mi hermano le había dado un tranquilizante antes de salir desde Alicante por miedo a que su corazón no resistiera el enorme disgusto que iba a tener que soportar. ella había sufrido una angina de pecho y estaba operada del corazón, pues padecía desde hacía muchos años insuficiencia cardiaca y su corazón estaba cada vez más débil a sus 78 años. A pesar de todo esto, mi madre era una mujer muy fuerte, pues conocía el sufrimiento desde su infancia y había soportado golpes muy dolorosos en su vida: la ausencia de su padre durante la guerra, el hambre y la escasez de la posguerra, la pérdida de su primer marido recién casada y embarazada de su primer hijo, su resistencia ante situaciones difíciles era admirable, quizás esto lo hayamos aprendido de ella sus hijos, hijas y nietos. Los médicos esperaban ya poder llevarle al quirófano para comenzar con la intervención de extracción de órganos, pues

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todo estaba preparado. todo, menos nosotros. esa sería la última vez que podríamos ver a nuestro hijo respirar. Había llegado el fatal y triste momento de decirle adiós a nuestro hijo. La muerte no se hacía esperar más. Ahora que han pasado varios años, después de todo lo que he experimentado tras la pérdida de nuestro hijo, me pregunto por qué en los hospitales no existe la persona que ayude en tales momentos a aceptar la muerte de un hijo, por qué no hay una sección de acompañamiento del estilo a los grupos de apoyo en el proceso de duelo, por qué no se nos habla de lo que tantos científicos han contado en sus libros sobre las experiencias cercanas a la muerte y lo que ocurre tras la muerte física. estoy absolutamente convencida que este tipo de mensajes nos harían mucho bien a los padres y nos ayudaría a vivir esa tragedia en un estado de mayor paz interior. como es habitual en estos casos, a nosotros nos ofrecieron la asistencia de un sacerdote, sin embargo los rechazamos instantáneamente porque pensamos que nuestro hijo era un alma pura y no lo necesitaba. Igualmente, rechazamos la ayuda psiquiátrica, pues nosotros desconfiamos de lo que en medicina convencional se denomina ayuda médica, entendida como el suministro de calmantes que amortiguan tu consciencia y te dejan atontado. No era ése el tipo de ayuda que nosotros necesitábamos ni deseábamos. Queríamos vivir la muerte de nuestro hijo, por muy duro que fuera, de manera absolutamente conscientes, al igual que le habíamos visto crecer feliz y alegre a nuestro lado. La intervención duró algo más de 6 horas, desde las siete de la tarde hasta la una de la madrugada. Mi marido y yo estábamos agotados por la intensidad de todo lo que estábamos viviendo, pero la compañía de numerosos familiares y amigos nos hacía sentirnos arropados. esperábamos en la sala del hospital que habían habilitado para que estuviéramos en mayor intimidad, alejados de la curiosidad de los familiares de otros pacientes.

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trascurrida la operación, los médicos nos comunicaron que podíamos bajar a velar a nuestro hijo. Ya sólo permanecíamos en el hospital la familia más próxima y unos pocos amigos. en principio, habíamos decidido velar su cuerpo en el tanatorio para estar más cómodos y próximos a nuestro pueblo, pero finalmente, nos aconsejaron quedarnos allí por lo tarde que se había hecho. La bajada al mortuorio fue otro de los momentos más difíciles que tuvimos que soportar. todo mi ser se estremeció de nuevo al escuchar esa palabra: “mortuorio”, que indicaba el lugar de nombre tan desagradable y poco acertado donde habían instalado el féretro con el cuerpo sin vida de nuestro hijo. Se podía percibir que el lugar había caído en desuso y no estaba muy adecuado para su función. Resultaba un lugar demasiado frío y descuidado para albergar el alma de un ser tan puro como el de nuestro pequeño José Luís, sin embargo el cansancio y la tremenda tristeza eran tan intensos que no nos molestábamos en pensar en ese tipo de detalles. una sensación de extrañeza se instaló en mí, pues me parecía todo demasiado increíble como para ser cierto, estaba adormecida y aturdida, pero a medida que descendíamos las escaleras y traspasábamos las puertas, un escalofrío recorrió cada parte de mi cuerpo como un latigazo, como si quisiera despertarme para ver con total lucidez la imagen de mi hijo muerto. ¡Qué momento más cruel y duro! traspasamos varias puertas cerradas que daban a las distintas salas, todas ellas desocupadas, nadie ocupaba aquel lugar a parte de nosotros. Por fin llegamos a aquella sala oscura donde estaba el féretro con nuestro ángel. en verdad que parecía un ángel. La expresión de su cara era serena, sus cejas perfiladas, sus pestañas largas, sus labios seguían rosados y su nariz blandita, aunque comenzaba a estar frío. entré para darle mi último beso y sentí un frío desolador. el mismo frío que, junto al cansancio, se apoderaban de nosotros a medida que pasaban las horas, bien entrada la noche. era un lugar incómodo y no pudimos dormir, de vez en cuando le observaba desde

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el cristal que le separaba de nuestra sala y aunque su cuerpo yacía delante de mis ojos sin vida, yo sabía que su alma seguía viva en otro lugar rodeado de luz y de paz. con esa certeza, conseguía a malas penas aliviar mi dolor. eL eNtIeRRo Martes 17 de junio. 11 h. de la mañana. en el pueblo, todos esperaban la llegada del coche fúnebre y de todos nosotros. era un día radiante, lleno de una luz espléndida, como si las puertas del cielo se hubieran abierto de par en par para dar paso a un alma tan pura e inocente. La iglesia, de grandes dimensiones, no podía albergar la pena y el calor de tanta gente que deseaba despedir a José Luis. Mucha gente tuvo que quedarse en el exterior, esperando en la plaza, pues no había espacio suficiente a pesar de la amplitud del templo. Los amigos de nuestras hijas llevaron el féretro hasta el altar con una gran solemnidad y madurez a pesar de su juventud. Los amiguitos de José Luis les seguían con preciosos ramos de flores y el rostro muy apenado. en las primeras filas de bancos, junto al altar, se encontraban los niños y niñas que habían compartido sus años de infancia, clases y juegos junto a él. Algunos no conseguían reprimir las lágrimas. A pesar de estar muy cansados tras los tres días de intensas emociones y de desgaste físico, hicimos el esfuerzo de recorrer la distancia de 90 kilómetros desde el hospital al pueblo para llevar su cuerpo a la iglesia, antes de regresar de vuelta a Albacete para proceder a su incineración. Sabíamos que para la gente del pueblo era difícil entender el entierro de un niño con una urna de cenizas. Además, José Luís merecía una hermosa y profunda despedida de todo su pueblo. era el momento preciso para expresarle unidos todo el amor que sentíamos por él y toda la pena por tener que decirle adiós para siempre.

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Nosotros así lo sentimos y agradecidos por ello subimos al altar para compartir esos sentimientos que nos conectaban y nos unían fraternalmente. observando a los compañeros de colegio de mi hijo desde ese lugar sagrado, una imagen llegó a mi mente en ese instante: se trataba de la escena que esos mismos niños y niñas habían protagonizado tres años antes, cuando estaban sentados en el altar, para recibir su primera comunión. José Luís ocupaba justo el lugar en el que nos encontrábamos su padre y yo en ese mismo instante, vestido con su traje de almirante, comenzó a leer desde el púlpito con voz alta y segura para sorpresa de todos. Fue durante el momento de agradecimiento. Él leía la frase que seguramente había escrito su catequista o el sacerdote para la ocasión, y que decía: te doy las gracias Señor por tener unos buenos padres….. un sentimiento de amor inmenso y de enorme tristeza me inundó al compartir ese recuerdo en voz alta. todos nos emocionamos mucho, yo no pude continuar y entonces mi marido prosiguió con nuestro mensaje de agradecimiento. Reconfortados por esa energía de amor que se podía percibir como una luz dorada, que nos envolvía a todos para acompañar el alma de nuestro hijo hacia el umbral del cielo, les pedimos a todos los asistentes acabar la ceremonia con un colectivo pésame, para poder marcharnos cuanto antes a la incineración del cuerpo sin vida de José Luís. Fue en ese momento cuando me hice consciente del sentido de pertenencia a este pueblo del que no éramos originarios, pero del que ya formábamos parte de su historia. Habíamos dejado de sentirnos forasteros en él y nos sentíamos como miembros de una gran familia despidiendo a uno de los suyos. La gente expresó su comprensión y gratitud en un ensordecedor aplauso tan fuerte como conmovedor. Fuera de la iglesia, nos esperaba el coche fúnebre para regresar al tanatorio de Albacete, contemplamos atónitos la multitud de gente que llenaba la plaza, entre la gente

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distinguimos a varios amigos que habían llegado desde ciudades lejanas, como Bilbao, Madrid y Alicante. un largo viaje para ni tan siquiera tener la oportunidad de abrazarnos, entre la multitud y la intensa emoción que nos paralizaba y bloqueaba. Sin embargo, su gran esfuerzo no fue en vano y obtuvo su reconocimiento, pues gracias a su presencia y acompañamiento, nuestras hijas pudieron marcharse con ellos a La Longuera, apartadas de tanta presión emocional y social, lo que les produjo mucho bienestar al poder sentirse libres de nuevo. una vez allí, celebraron un ritual emotivo, sencillo y significativo en el que ellas fueron las receptoras de la calidez de sus abrazos y de sus muestras de cariño como representantes de nuestra familia. A nosotros aún nos quedarían varias horas de viaje de ida y vuelta, arropados por la familia más íntima, haciendo un último esfuerzo para acompañar el féretro con el cuerpo sin vida de nuestro hijo hasta el momento de su incineración. Al llegar al tanatorio, una nueva decisión aguardaba nuestra llegada, elegir la urna para guardar sus cenizas. es increíble cómo en los momentos más dolorosos aparece la fuerza interior, que nos guía y nos lleva a todas partes, hasta las más remotas e impensables. Impensables sí, pues cómo íbamos a imaginarnos unos pocos días antes, que deberíamos experimentar una experiencia tan dolorosa en nuestras vidas. Durante el regreso a casa en el coche, de nuevo solos mi marido y yo, con la urna entre mis brazos, me sentía agotada, pero la tensión había desaparecido y mi mente estaba lúcida y calmada, reflexionaba sobre todo lo vivido con intensidad y consciencia. Sumida en un sin fin de pensamientos, me decía que habíamos perdido un hijo y nuestra vida ya nunca sería la de antes. un sinfín de interrogantes se amontonaba en mi cabeza: ¿cómo se puede sanar una herida tan grande? ¿cómo lo íbamos a superar? ¿Qué ocurriría a partir de ahora? ¿Qué emociones aguardaban en nuestro interior para ser liberadas y escuchadas?

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¿cómo reaccionarían nuestras hijas ante tanta pena? esa noche, caí dormida en un sueño profundo y reparador que me devolvió a la realidad a la mañana siguiente.

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APReNDIeNDo A VIVIR coN Su AuSeNcIA

eN cASA SIN ÉL Al despertar, me levanté y fui a la sala del comedor-cocina, al entrar imaginé que él estaba en pijama como tantos y tantos días ociosos, en los que no había clase en el colegio, y me lo encontraba acostado en el sofá viendo tranquilamente los dibujos de la tele con poco volumen para no molestar, como solía hacer cada mañana. Le gustaban tanto los dibujos animados, que incluso algunas veces los miraba aunque fuera en otros idiomas, en el canal de alguna televisión extranjera, de las que se podían ver a través del canal satélite, eso me divertía y pensaba que, al menos, le servía para aprender idiomas. era el más pequeño y también el más madrugador de los tres. Siempre se levantaba temprano, incluso en el fin de semana, a pesar de no tener que ir a la escuela. Al ver el sofá vacío, pensé que él ya no estaría ahí nunca más. entonces me eché a llorar muy triste al pensar en ello.

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Las emociones de dolor, rabia y tristeza aparecían constantemente en nuestros días, la casa era nuestro refugio. Improvisamos a modo de altar un espacio para rezar y meditar en nuestro dormitorio, donde coloqué provisionalmente la urna con sus cenizas, junto a unas flores, una vela, incienso y la imagen de la virgen con el niño que nos regalaron el día de nuestra boda. Al lado, coloqué la foto de carné que le habíamos hecho para matricularle en el colegio a los tres años, con su mirada inocente, su pelo rubio dorado y su preciosa sonrisa, rasgo tan característico suyo. Los días que siguieron fueron los más dolorosos y duros de nuestra vida familiar y personal, a pesar de recibir las continuas visitas de amigos que se preocupaban de nuestro estado emocional. Mi marido y yo solamente encontrábamos la paz interior al meditar y rezar en intimidad los dos juntos, eso nos ayudaba a expresar libre y conscientemente nuestros sentimientos, dejando salir el llanto, la amargura, la rabia por no entender, por no encontrar un sentido, un por qué. Me preocupaba mucho que nuestras hijas se encerraran en su pena, que cada uno de nosotros nos aislásemos en nuestro sufrimiento, aún mayor si lo vivíamos en soledad. Sentía que era muy importante que habláramos y compartiéramos nuestros sentimientos en profundidad, sabía que eso requería mucha paciencia, ternura y sensibilidad. era el tiempo para el lenguaje del corazón, había que facilitar que éste se expresase sin límites ni corazas. Él sabía cómo hacerlo, sólo había que permitírselo, evitando ponerle trabas ni obstáculos con la mente controladora y represora. comenzar a comunicarnos a ese nivel fue un proceso de aprendizaje para mí y para toda la familia. cada uno teníamos nuestra singularidad y nuestras hijas eran muy distintas en su personalidad y en su forma de relación, cada una requería un acercamiento diferente. con 16 y 17 años de edad cada una, lamentaba como madre no haber dedicado tiempo a crear espacios de intimidad en el núcleo familiar para expresar nuestras emo-

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ciones y sentimientos, para compartir nuestro mundo interior, cálido y precioso. Definitivamente, había llegado el momento de hacerlo: o ahora o nunca. era nuestra oportunidad. con este pensamiento, y con el deseo de no perderlas, me introduje en su mundo interior con mucho tacto y un poco de miedo a que me rechazasen por invadir su intimidad. Pero todo resultó mucho más sencillo de lo que pensaba, porque no era yo quien hablaba, sino la voz interior de mi alma, donde reside nuestra fuente de paz y sabiduría. ¡cuánto tiempo había tardado en darme cuenta de lo importante que es el amor para poder crecer y aprender en la vida! ¡Y qué regalo tan maravilloso tomar consciencia de ello antes de que fuera demasiado tarde...! Los padres pensamos que somos nosotros quienes educamos a los hijos, y es un proceso mutuo, porque nuestros hijos son espejos que nos ayudan a mirarnos en ellos para ver nuestras limitaciones y conocernos mejor, nos empujan a enfrentarnos a ellas y a superarlas; nos enseñan a transformar nuestra parte de oscuridad en luz y nuestro egoísmo en entrega incondicional. Los hijos nos obligan a escuchar a nuestro corazón cuando la razón nos separa de ellos a base de juicios categóricos, de condicionamientos culturales y de análisis mentales. Mi hijo me estaba enseñando una gran lección sobre la vida y la muerte gracias a su pérdida, él había pasado de ser mi hijo a ser mi mejor maestro. APReNDIeNDo A VIVIR coN Su AuSeNcIA Durante los días siguientes a su muerte, los recuerdos de mi hijo llegaban de manera espontánea e involuntaria a mi mente, despertando en mí todo el amor y la ternura que sentía por él. cerraba los ojos y volvía a percibir en mi rostro el tacto cálido y aterciopelado de su piel, cuando me daba un beso al despedirse cada mañana, era tan real como si lo sintiera de nuevo.

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Lo observaba irse hacia el colegio desde mi ventana con su mochila en la espalda, recordaba lo orgullosa y feliz que me sentía al verle convertirse en un adolescente. Lo veía a través de los cristales de la puerta que daba al patio interior de nuestra casa, montado en su patinete o jugando con nuestro perro. ¡cómo disfrutaba y cuánto se divertía con las pequeñas cosas! escuchaba su risa, tan viva como si la escuchara de nuevo. Los recuerdos del pasado traían hacia mí sentimientos muy bellos y agradables pero el dolor por su ausencia me destrozaba por dentro. entonces necesitaba abandonarme a las emociones que surgían en mi interior, entraba en su habitación intentando recuperar algo de su presencia, me tumbaba a solas en su cama, buscando el rastro de su olor y descargaba todo mi llanto hasta quedarme aliviada y rendida. Así, en medio del llanto y del silencio, volvían a mí el descanso y la calma. toda mi energía se centraba en el proceso emocional tan profundo e intenso que estábamos viviendo. comprendía que haría falta mucho tiempo, compasión y paciencia conmigo misma antes de volver a mis actividades cotidianas. Ni siquiera era capaz de hacer otra cosa que cuidar de mí misma, de mis queridas hijas y de mi marido. Ésa era mi prioridad más importante y no podía dedicar mi atención a nada más. Pero eso no me inquietaba, porque afortunadamente sabía que todos en mi entorno próximo y en mi trabajo lo entenderían. eso me permitía llevar un ritmo tranquilo y no añadir más presión a mi proceso de duelo. Día tras día, el pasado se situaba ante mí, las imágenes de la vida con mi hijo se sucedían, a pequeñas dosis, como si mi naturaleza humana supiera hasta dónde era capaz de soportar. Aparecían de forma regresiva, sucediéndose una tras otra dando marcha atrás en el tiempo, desde sus últimos días en casa hasta su nacimiento, como si se tratase de una película vista al revés, desde el final hasta el principio. Las observaba sorprendida por la inten-

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sidad y la claridad con la que aparecían desde los rincones escondidos en mi memoria más profunda. Las acogía como una gran oportunidad de revivir los momentos compartidos con él, pero con la consciencia de saber que no volverían a repetirse jamás. Ahora, era tremendamente capaz de darme cuenta de todo lo que él significaba en mi vida, del bienestar y de la felicidad que me aportaba, como quien come una fruta exquisita sabiendo que nunca más volverá a saborearla. A través de estos recuerdos, percibía y comprendía lo que es verdaderamente precioso y esencial en nuestra vida, en esta experiencia humana que tiene como propósito crecer, evolucionar y sobre todo aprender a amar. tomé consciencia de la cantidad y de la calidad de todo lo que mi hijo me había enseñado en su breve paso por mi vida: gracias a él había crecido como madre, había aprendido a ser un poco más paciente y flexible, a aceptarle tal y como era, con sus limitaciones, con sus rabietas, con sus caprichos. Me había enseñado a expresar mi ternura y el significado de la entrega y de la alegría de amar. Y también a conocerme mejor a mí misma, al descubrir a través de él mis actitudes, mis reacciones, mis debilidades y también mis dones: mi capacidad de superación, de transformación, de darme a los demás, de servir y de gozar. José Luis fue un niño buscado y deseado conscientemente. esto es algo muy importante y aunque parezca exagerado, sé por experiencia propia que la mayoría de los embarazos no suelen ser así. cuando él nació, ya teníamos a nuestras dos preciosas hijas, que tan sólo se llevaban catorce meses entre ambas. ellas contaban cuatro y tres años cuando despertó el anhelo de engendrar otro hijo. Pensamos en el dicho popular que dicen las gentes del terreno: “Si nace con luna creciente será diferente y si nace en menguante, será semejante”. Por si el dicho era certero, planificamos el momento de su concepción según sus indicaciones, y puesto que ya teníamos dos niñas ¿por qué no intentar que esta vez naciera un niño? Nuestro deseo se cumplió y nació un varón,

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no sé si por casualidad o porque el dicho popular tiene su sabiduría ancestral. José Luís llegó en uno de los momentos de nuestra vida familiar y de pareja más maduros. Su nacimiento nos colmó de alegría y consolidó la unidad familiar, pues hasta entonces, mi marido había tenido que dedicar mucho tiempo a su trabajo por motivos ajenos a su voluntad. Por ello, se podría decir que la llegada de nuestro hijo cerró el círculo y favoreció su integración como padre, dando el soporte de equilibrio y solidez que tanto necesitaba nuestro núcleo familiar, además considero que el orgullo de convertirse en padre de un varón también influyó, junto a que en el trabajo había mayor estabilidad y prosperidad para poder dedicar más tiempo a la vida en familia. Así pues, su llegada al mundo nos colmó de bendiciones, ya que además José Luís era un niño fácil de educar, tranquilo, alegre y sano, como también lo fue el proceso de gestación y su parto, natural y sin complicaciones ni dificultades. Yo me sentía mucho más preparada y madura para ser madre, y era mucho más consciente de lo que significaba tener un hijo, lo que resultaba normal, puesto que era el tercero. entre todos lo educamos y lo cuidamos porque era el pequeño, el más vulnerable y el más inocente. Sus hermanas fueron como sus guardianas, ya que ni los abuelos ni tíos vivían en nuestro entorno próximo, así es que ellas se sentían responsables de él cuando yo estaba ausente. Ahora sé que él es quien cuida de todos nosotros desde el cielo, nos envía su energía de amor sutilmente y nos protege con su luz y su pureza. Nos ayuda en los momentos difíciles y nos guía cuando estamos confusos. Nos anima con su sonrisa especial y única cuando estamos tristes. Siento que los lazos de unión entre nosotros se han estrechado desde su muerte y está más dentro de nosotros que nunca. Aceptar su pérdida física ha significado tener que aprender a

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vivir sin verle ni escucharle con los sentidos físicos, sabiendo que su presencia espiritual permanecerá eternamente en lo más íntimo de nuestro ser. LA cuLPABILIDAD Y eL PeRDóN eN eL PRoceSo De DueLo Para resolver el duelo de manera sana y positiva es necesario pasar por varias etapas: la primera de ellas es la de atravesar el dolor. esta primera fase es la parte más dura y difícil, puesto que las emociones son extremadamente intensas, profundas y duras. es urgente sacarlas y observarlas de frente, sin intentar escapar de ellas ni mirar para otro lado intentando disimular o reprimirlas. Durante esta etapa, aparece también el sentimiento de arrepentimiento, por todo aquello que no le hemos expresado al ser querido, por todo lo que no le hemos dicho o no hemos sido capaces de darle y también el sentimiento irracional de culpa por no haberle protegido lo suficientemente como para haber evitado lo peor. en mi caso, siempre he tenido el presentimiento de que la muerte de nuestro hijo era algo inevitable porque estaba predestinada. como ya sabréis, en las tradiciones orientales, se dice que el karma es algo que se comparte y que está regido por la ley de la causa efecto. Yo creo que es cierto y pienso que nadie puede afirmar o desmentir si la causa de lo que nos sucede en esta vida es el karma acumulado en vidas anteriores o en esta vida. Dicen que, antes de encarnar de nuevo, nuestra alma elije el lugar y a la familia en la que queremos nacer. Yo presiento que antes de venir a este mundo el alma de José Luís nos eligió como padres para compartir con nosotros esa experiencia tan trágica y triste. como la intuición no pertenece a la mente racional, nunca podré argumentarlo, pero lo que sí puedo afirmar es que el accidente y la muerte de nuestro hijo tuvieron una repercusión

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más allá de nuestra comprensión racional. es imposible encontrar una respuesta o una explicación, porque eso sería intentar descifrar el misterio de la vida y de la muerte, lo que en nuestra condición humana resulta imposible e inalcanzable. Además, desde el punto de vista racional, la cantidad de preguntas y de pensamientos que nos bombardean en una situación tan desgarradora como lo es la muerte de un hijo, nos podría llevar a la locura si nos dejamos dominar por esa imparable marea que nos aturde constantemente. Preguntas sin respuestas: ¿por qué él y no otro?, ¿por qué le dejé ir?, ¿por qué se quedó quieto mirando para ver de dónde venía el peligro en lugar de resguardarse como los demás? Y muchas más… Por otro lado, si empiezas a analizar las circunstancias que rodearon el accidente y observas las imprudencias que se podrían haber evitado, caes en un laberinto mental que no conduce a nada, salvo a la culpabilidad y a la tortura. ¿Y de qué sirve atormentarse pensando en todo eso si ya nada puede devolverte la vida de tu hijo? Ni mi marido ni yo pensamos en ningún momento en denunciar a los chicos que escalaban aquel día. Sin embargo, como en cualquier accidente con resultado de muerte, automáticamente se abrió una investigación en la que la guardia civil llamó a declarar a los jóvenes y niños que habían sido testigos de lo ocurrido, excepto a los más pequeños. Afortunadamente para nosotros, ni a mi marido, ni a nuestras hijas los llamaron a declarar. Por nuestra parte, no queríamos añadir más sufrimiento al de haber perdido a nuestro hijo. No queríamos enturbiar su recuerdo con acciones que eclipsaran el dolor por su pérdida. No queríamos dedicar atención a nada que no fuera llorarle, recordarle y sentir su presencia para seguir conectados a él de otro modo. Necesitábamos toda nuestra energía para nosotros, para nuestro proceso de duelo, para curar la herida que se había abierto

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en lo más profundo de nuestro ser. eso es, debíamos mantener nuestra consciencia orientada hacia lo verdaderamente esencial: sanar nuestro dolor, aceptar su pérdida y ayudar al alma de nuestro hijo a elevarse y proseguir su viaje. Además, yo presentía lo importante que era no dejar que la rabia y la culpa se instalaran en nuestro nuevo mundo. Para ello, era necesario prestarles atención, escucharlas sin miedo y dejarlas salir. De lo contrario, irían ganándonos la partida y tomando fuerza sin piedad hasta acaparar toda nuestra energía y envenenarnos. esa rabia, tan normal y humana necesita ser canalizada hacia alguien o hacia algo. Para nosotros, ese alguien fueron sin duda los muchachos que habían organizado la escalada. era un pensamiento inconsciente y visceral que nos costaba evitar. Aunque también pensaba lo difícil que debía ser para ellos superar un hecho tan duro. Me preocupaba que cargaran con una culpa que no les correspondía y que eso les marcara para el resto de sus vidas. consciente de todo esto, durante los días siguientes a su entierro, tuve la corazonada de que era importante reunirnos con ellos para trasmitirles nuestro sentir. Intuía que era el momento adecuado y que no debíamos posponerlo, pues de lo contrario la mente podría jugarnos malas pasadas más adelante y entonces quizás ya no tendríamos la capacidad o la fuerza de hacerlo. Me preocupaba que mi marido no lo viera como yo o que no compartiera conmigo esa necesidad, pero tenía que hacerle comprender que también se trataba del bienestar del alma de nuestro hijo. Presentía que nuestro hijo también lo deseaba así, porque de esta manera le ayudábamos a sentirse más libre, más feliz y a estar rodeado únicamente por una energía de luz y de amor. Así pues, el sábado siguiente al accidente, por petición mía, mi marido y yo junto a nuestras hijas nos reunimos con todas las personas que fueron testigos directos de lo ocurrido. A pesar de la tensión que me producía pensar en el encuentro y en las posibles reacciones de cada uno, había una fuerza interior que

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me guiaba y me ayudaba a encontrar las palabras que expresaran las razones por las que habíamos marchado hasta allí, pero, ante todo, me importaba el bienestar del alma de mi hijo, y que nada ni nadie pudiera perturbar su descanso ni su tránsito. en la sala, el silencio era tan denso que aplastaba. en primer lugar, les manifesté nuestro deseo de no hablar de los detalles de lo ocurrido. Nuestra intención y nuestro deseo no era interrogarles ni averiguar datos sobre los hechos acontecidos. Les tranquilicé al decirles que lo único que nos movía era liberarles del peso de cargar con una culpa que no les pertenecía. Les transmití nuestro presentimiento de que la muerte de José Luis aquel día era algo predestinado y que a cada uno nos trasmitía un mensaje lleno de enseñanza en nuestras respectivas vidas, el aprendizaje que cada cual ganase a través de lo ocurrido era diferente y dependía fundamentalmente del tipo de relación vivida con José Luis, del grado de afecto hacia él y del nivel de evolución o grado de madurez de cada persona para entender lo sucedido. Les afirmé que todos habíamos perdido: un hijo, un amigo, un compañero o un hermano, pero habíamos ganado en sabiduría interior sobre la vida y la muerte, lo que nos serviría para valorar la vida y ver el mundo de otra manera más amplia y con mayor intensidad. Proseguí asegurándoles que sin duda, esta experiencia tan penosa nos marcaría a todos para siempre, y a pesar del sufrimiento que nos producía, teníamos que sentirnos agradecidos hacia José Luís porque a través de su muerte ya nunca seríamos los mismos. todos estábamos muy afectados, las miradas en los rostros de los más jóvenes así lo reflejaban y no se atrevieron a hablar. Había mucho dolor y arrepentimiento, pero también comprensión y mucho amor compartido hacia nuestro hijo. cada uno de los jóvenes nos abrazó mientras decían “lo siento mucho”. este gesto no sólo era necesario para nuestro proceso de sanación, sino también para que ellos se liberaran de toda culpa, pero, sobre todo, para que nada enturbiara el recuerdo de nuestro hijo

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y que las circunstancias de su muerte no estuvieran manchadas por ninguna sombra de oscuridad ni de tragedia. Presentía que, a través de la reconciliación, ayudábamos a que su alma se elevara libremente, más y más en esa nueva dimensión en la que ahora se encontraba. Les hablé de lo importante y necesario que era para el alma de José Luis, que nos perdonásemos y que no guardásemos ningún resto de sombra que enturbiara su espíritu y que le impidiera alcanzar la Luz y la Paz. Las lágrimas comenzaron a surgir espontáneamente, liberando la pena que llevábamos dentro y poco a poco nos fuimos sintiendo aliviados y en calma. Nos comunicamos a través de las miradas, con ojos tristes y puros, que expresaban sentimientos sutiles y hermosos. Nos reconciliamos por medio de sinceros abrazos que acariciaban nuestras almas, uniéndolas y llenándolas de ternura y gozo. Nos fuimos de allí muy llenos de gratitud y satisfechos por habernos quitado un gran peso de encima, dejando espacio para la compasión y la comprensión. creo que gracias a este gesto de acercamiento y perdón extrajimos un veneno cargado de culpa y de rabia que infectaba la herida que desde lo más hondo de nuestro corazón seguía supurando y que, de no haberla limpiado, nos hubiera corrompido el alma entera por completo. eL AMoR: uNgüeNto Que cuRA LAS HeRIDAS DeL coRAzóN Las visitas de amigos y gente querida eran constantes, la forma en que se producían era fluida, respetuosa y tranquila, de manera que no nos sentíamos invadidos en nuestra privacidad. estábamos abiertos al acercamiento de quienes deseaban expresarnos su compasión de distintas maneras, según su sensibilidad y la singularidad de cada uno. Nos gustaba recibir visitas, sobre todo de aquellas personas que habían mantenido una relación cercana con nuestro hijo y con quienes podíamos recordarle y

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hablar de él, porque para mí era como recuperar aquellos momentos de la vida de mi hijo que como madre me había perdido. Reíamos y llorábamos recordando algunas anécdotas de su niñez: como cuando aprendió a montar en bici y atropelló sin querer a un hombre viejito que pasaba por nuestra calle, y llegó a casa con los pantalones mojados porque, con el susto, se le había escapado el pis. o aquella vez en la que siendo aún pequeño, había mojado un trozo de pan en la sartén donde yo había asado sardinas, creyendo que era aceite, cuando en realidad, se trataba de lavavajillas mezclado con agua que yo le había echado para dejarla en remojo y así limpiarla mejor más tarde. ¡cómo anhelaba escuchar todas esas cosas que me hablaban de él, para recordarle, reír y llorar! era una necesidad tan imprescindible para mí en esos días como comer, respirar y descansar. Sentía el cordón umbilical latente, que nos mantenía unidos y no podía ni quería cortarlo. Pocos días después de su entierro, nos invitaron a participar en una misa que le querían dedicar en su colegio. Acudimos con gratitud, a pesar de la profunda tristeza que nos recorría el cuerpo al atravesar los pasillos por donde él había paseado tantas veces. Llevábamos con nosotros su mochila, para devolver como cada año los libros que servirían para otro niño durante el curso siguiente. La colocamos a los pies del altar, como símbolo de su presencia, en la misa que protagonizaban los compañeros, compañeras y profesores que tantos años habían compartido con él. Mientras el sacerdote pronunciaba su sermón, mi mente escapó de nuevo atrapando los recuerdos que llegaban a mí: tan sólo unos días antes, él estaba estudiando para la última evaluación de la asignatura de conocimiento del medio, estaba a punto de acabar el primer curso de educación Secundaria. Yo estaba en la cocina preparando la cena cuando, de repente, llegó allí y se sentó en el suelo colocando el libro sobre sus piernas. empezó a lamentarse y a quejarse porque eran mu-

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chos temas y me decía que no podría estudiarlos todos. Sintiéndose muy enojado, protestaba y me decía: “es que la señorita ya se pasa porque nos ha puesto siete temas, ¿cómo me voy a aprender siete temas?”. Y rompía a llorar lleno de impotencia y frustración. Yo, que le conocía bien como madre, sabía que era mejor dejarle sacar todas las emociones que tenía en esos momentos, cargada de una paciencia que no tenía, le escuchaba llorar desconsolado. De vez en cuando, aprovechando los breves instantes en que dejaba de llorar para limpiarse la nariz, intentaba consolarle con palabras que le ayudaran a relajarse y le decía: “pero bueno, no te agobies tanto, has ido muy bien durante todo el curso y la profesora lo sabe. Si no puedes estudiártelos todos, haz lo que puedas, aunque sólo llegues a la mitad, al menos podrás aprobar con un suficiente. Añadiendo a continuación: “si no dejas de llorar y te tranquilizas, no vas a poder estudiar nada y entonces seguro que tendrás un suspenso. ¿No ves cómo tus amigos no lloran por esas cosas?”. Y entonces él me contestaba entre gemidos: “¡pues claro, porque a ellos no les preocupa suspender, pero a mí sí…!” y se echaba a llorar de nuevo. Yo no quería quitarle importancia al asunto para no aumentar su enojo y esforzándome en disimular mis ganas de reír para que no se enfadara, le escuchaba exclamar con gran efusividad: “¡Ah, pues no te creas que voy a ir a la universidad y pasarme toda la vida estudiando!”. Al recordar aquello, pensé en la forma tan fácil y natural en que todos, más tarde o temprano, nos proyectamos imaginando el futuro. Él también lo hacía ya, a pesar de ser aún un niño de 12 años. Probablemente fue por eso por lo que había marcado en su agenda escolar el día 27 de junio, escribió “cumple mío”, para no olvidar su cumpleaños. ¡cómo imaginar un mes antes que, en lugar de una fiesta de cumpleaños, en esa fecha celebraríamos una misa de difuntos, tan solo diez días después de su

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entierro! Pensé que ya no sería posible volver a proyectar mi futuro sin él. Me preguntaba si podría recuperar algún día la ilusión para implicarme en proyectos y actividades como hacía antes de su muerte. Mi mente regresó a la capilla del colegio, ahora sólo podía vivir del pasado y necesitaba aprender a aceptar el presente.

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eL PRoceSo De DueLo

La sensación que tenía durante todo ese tiempo era la de estar bajo los efectos de una fuerte conmoción que me mantenía en un estado de conciencia alterada, a pesar de que afortunadamente no tuve que recurrir a calmantes, ni a tranquilizantes o antidepresivos en ningún momento. gracias al poder evocador de la música, conseguía conectar con mis sentimientos más profundos y sumergirme en mi mundo interior, dejándome llevar libremente por las emociones y los sentimientos con tanta frecuencia e intensidad como necesitara mi corazón. Él daba la señal y yo le escuchaba y me dejaba llevar. en la oscuridad de las noches de verano, me dejaba guiar hasta la hamaca del patio interior de nuestra casa, para contemplar las estrellas que resplandecían. Permanecía en silencio mirando el cielo, esperando pequeñas señales que me hablaran de mi hijo y de su continuidad allí arriba, en esa otra dimensión que yo no podía ver, por más que lo deseara.

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Por las mañanas, al despertar, me gustaba contemplar el sol naciente al amanecer, ofreciéndonos su energía vital y su calor reconfortante. escuchaba el trino de los pájaros que se posaban a beber agua en el charco que la tormenta del día anterior había dejado en la calle, junto a la entrada de mi casa. Los observaba emprender el vuelo, libres y felices hacia el cielo azul inmenso e ilimitado. Así es como imaginaba el alma de mi hijo y eso me ayudaba a conectar con la calma y a sentir paz interior. el cielo, la música y los pájaros atraían mi atención poderosamente, como si mi hijo me hablara a través de ellos. La tristeza era la emoción predominante, estaba presente cada día, cada instante, convirtiéndose en la eterna invitada. La rabia, a pesar de hacerlo en menor grado, también se manifestaba de vez en cuando, incluso el sentimiento de culpa por haberlo dejado marchar ese fatídico día, por no haberle protegido lo suficiente. Aunque en el fondo de mi corazón, algo me decía que no tenía que atormentarme con ese pensamiento, ya que desde antes de nacer, nuestra alma conoce el día en que acaba su experiencia humana. creo que hay cosas en la vida que no podemos cambiar, pues forman parte de nuestra evolución como almas y la muerte de mi hijo ese día era inevitable. como dicen los grandes yoguis: “Venimos al mundo con un número determinado de respiraciones y, cuando acaban, es el momento de partir de nuevo”. eL AMBIeNte eN cASA Más que mi propio bienestar interior, me preocupaba la forma en que mis hijas y mi marido pudieran afrontar el duelo. Me sentía la guardiana del ambiente familiar. esperaba el momento pro-

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picio para hablarles a solas cada día y para expresarles mis sentimientos, buscando con ello que también ellos me abrieran su corazón y me hablaran desde su interior. A veces les pedía con ternura y calidez que lo hiciéramos todos juntos, finalmente ellos accedían a mi deseo y siempre acabábamos satisfechos y aliviados por haber compartido lo que necesitábamos expresar. confieso que, en la mayoría de las ocasiones, era yo la que más hablaba, pero creo que a ellos les resultaba más fácil así. Sabían que no era nada forzado y percibían el respeto y el amor con el que se comunicaba mi corazón. un par de días después del entierro de José Luis, subí a la habitación de la segunda de mis hijas. entré con suavidad y la encontré callada, parecía triste. Le pedí que nos tumbáramos en su cama y comencé a hablarle en voz baja del momento de la muerte de mi padre al que queríamos mucho. Sólo habían pasado tres años y estaba aún reciente el recuerdo de aquellos momentos en los que cometimos el error de aislarnos y encerrarnos cada una con nuestra pena. Le dije que la pena no se puede esconder, ya que tarde o temprano empieza a golpear en nuestro corazón, cada vez con más fuerza, insistiendo para ser escuchada y liberada. Yo había aprendido mucho de esa experiencia de pérdida, a la que, por no dedicarle tiempo en su momento, tuve que enfrentarme dos años más tarde y no quería que volviera a ocurrir. esta vez estaba decidida a actuar con más consciencia, más madurez y más sabiduría. era necesario y muy importante que dedicáramos nuestra atención a la pena, que le diéramos su espacio y le permitiéramos expresarse para que no nos hiciera más daño. entonces clara, con su voz quebrada, intentando contener el llanto, me dijo que siempre estaba pendiente de él pero en sentido negativo, fijándose en lo que hacía o dejaba de hacer y que temía que lo último que le hubiese dicho fuera algo malo. enseguida caí en la cuenta del daño que este pensamiento in-

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consciente e irracional estaba causándole y de lo bueno que era que lo dejara salir para que no le atormentara. Los pensamientos negativos que no dejamos salir, crecen y tienen cada vez más fuerza y poder hacia nosotros. Intentando encontrar las palabras de consuelo que la ayudaran a perdonarse a sí misma, a ser compasiva consigo misma y a no sentirse culpable, le dije: “es normal que siempre estuvieras pendiente de él como hermana mayor, igual que Alba está pendiente de ti por ser mayor que tú. eso significa que te sentías responsable de él porque le querías y le cuidabas. Y él lo sabía. ¿Recuerdas cómo en su agenda firmaste: “de tu hermana preferida, clara”? creo que este momento de encuentro fue muy liberador y sanador para ella. Le agradecí que me permitiera ver su tesoro. ese tesoro sagrado y secreto que todos guardamos dentro, y que sólo mostramos a quienes forman parte de nuestra vida de manera muy especial, porque confiamos en ellos y sabemos que lo cuidarán como si fuera propio. Pero, sin ninguna duda, la parte del proceso del duelo que más preocupación, ansiedad e inquietud me producía, más allá de mi propio dolor, era ver a mi marido gemir desgarrado y sin consuelo por el recuerdo del accidente y el dolor por su ausencia. cuando caía en ese estado, yo me sentía impotente al no encontrar palabras de alivio para su agudo y extremo sufrimiento. Se tumbaba en nuestra cama y retorciéndose de dolor preguntaba ¿por qué? ¿por qué él? Lloraba y se atormentaba, diciendo una vez y otra vez: “él no se merecía esto”, “me hacía tan feliz”. Me sentía torpe y llena de miedo ante esa reacción suya tan nueva y desconocida para mí hasta ahora. Jamás en el tiempo de nuestra relación de pareja lo había visto así de infeliz y desgraciado. Yo le abrazaba, le besaba y le decía: “Piensa lo importante que ha sido para él estar en tus brazos en sus últimos momentos de vida, aunque ese recuerdo te haga daño”. Permanecía junto a

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él hasta que se relajaba y caía en un sueño que no solía durar mucho tiempo, pues sufrió bastantes trastornos del sueño que fue superando poco a poco con ayuda de las flores de bach, un remedio natural e inocuo. en cambio yo no sufrí ese tipo de trastornos, sin embargo la somatización que padecí se reflejó en forma de un dolor punzante que me quemaba en la zona del esternón, y que surgía espontáneamente durante varios días. Para remediarlo, recurrí a una amiga homeópata que me recomendó un tratamiento que hizo efecto tras varias semanas. RecuRSoS Que AYuDAN eN eL PRoceSo De DueLo como una intuición, me vino a la cabeza la idea de que sería bueno hacer un tipo de terapia llamada “respiración holotrópica”, para liberar la rabia y el dolor, además de aquellas emociones que estaban bloqueadas por el trauma de lo sucedido. La respiración holotrópica es una técnica de la psicología transpersonal descubierta por el psicólogo checo Stanislav grof, que utilizando la música evocadora y la respiración circular nos conduce a un estado de consciencia no ordinaria y nos conecta con nuestro sanador interno, liberando así las emociones bloqueadas que hemos acumulado en el fondo de nuestro ser desde incluso antes de nacer, cuando estábamos en el vientre de nuestra madre, durante el parto, nuestra infancia o en otros sucesos de nuestra vida. No sabía si mi marido estaría abierto a hacer esta terapia, porque la mayoría de los seres humanos tenemos miedo a lo desconocido, pero algo en mi interior me decía que teníamos que empezar el proceso de sanación cuanto antes, ahora que todo estaba reciente y como se suele decir “a flor de piel”. Yo ya conocía esa terapia porque la había realizado un año antes, tras la muerte de mi padre, con el que tenía un vínculo afectivo muy profundo. tras su pérdida, no recuerdo con exactitud en qué momento concreto comencé a tomar consciencia de

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que me sentía dolida por heridas de mi pasado que me impedían tener paz interior y que me hacían perder el equilibrio emocional en muchos momentos de mi vida cotidiana. Al principio, no sabía identificar la causa de ese sufrimiento, pensaba que eran causas ajenas a mí, que provenían del exterior o de otras personas con las que las relaciones no eran demasiado fluidas. Físicamente, me sentía en tensión muy a menudo, lo que me producía continuas contracturas musculares y un cansancio que me desgastaba y me dejaba sin energía. Buscaba culpables y me sentía confusa, hasta que poco a poco descubrí que el problema era cómo vivía yo esas situaciones y así pude tomar consciencia de que algo estaba mal dentro de mí, y que una parte muy importante de ese sufrimiento provenía de no haber elaborado el duelo de mi padre en su momento, la otra parte eran las heridas no curadas de mi pasado. el darme cuenta de esto fue crucial, pero no bastaba con darme cuenta, debía de dar el siguiente paso y tomar una decisión para solucionarlo. Desde ese momento, elegí hacer un trabajo interior con ayuda de alguna terapia y sorprendentemente todo aquello que yo necesitaba para avanzar se fue dando fácilmente y sin tener que hacer un gran esfuerzo por encontrarlo, así fue como comencé el camino de sanación. tras la respiración holotrópica, y dejándome aconsejar por los terapeutas que habían seguido mi proceso durante el fin de semana que duró la terapia, me animé a participar en un curso de constelaciones familiares para completar el trabajo de reconciliación con mi pasado. A continuación, realicé varias sesiones de terapia gestalt una vez al mes, y todo empezó a ir mejor. Me sentía cada vez mejor, más liberada, ligera y sin miedos. Las contracturas fueron desapareciendo y mis relaciones personales mejoraron, encontrando así el equilibrio interior que tanto necesitaba. Lo que no podía imaginar era que, además de sanar las heridas de mi pasado y sin saberlo, me estaba preparando para

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poder afrontar la muerte de mi hijo, que sucedería apenas un mes más tarde de la última sesión de terapia gestalt. Reflexionando sobre los beneficios que esta terapia podía tener en nuestro proceso de duelo tras la pérdida de José Luís, me atreví a trasmitir a mi marido la propuesta de hacer un curso intensivo de respiración holotrópica y constelaciones familiares en un pueblo de la Alpujarra, lejos de casa sería más fácil desconectar de nuestro entorno y cerrar la etapa de despedida. Se lo hice saber con mucha delicadeza, sin forzar su decisión y aceptando la posibilidad de obtener un no por respuesta. A pesar de mostrar ciertas resistencias y no estar muy seguro de querer hacerlo, él se sentía tan desesperado que asintió, Me alegré mucho al observar su reacción de apertura y confianza hacia esta posibilidad, y llamé a los terapeutas para explicarles lo ocurrido y pedirles consejo. La conversación con ellos me aportó la seguridad que nos faltaba y nos inscribimos inmediatamente en el curso, que comenzaría al día siguiente de la fecha en que teníamos previsto realizar la ceremonia del entierro de las cenizas de José Luis. eL eNtIeRRo De SuS ceNIzAS era sábado 26 de julio, cuarenta días después de la muerte de nuestro hijo, cuando habíamos convocado a la ceremonia de entierro de sus cenizas, a todos nuestros queridos amigos y amigas del Arca de Lanza del Vasto en españa, que es nuestra familia espiritual. era otro de los momentos más duros para nosotros. Pero, así como José Luis había tenido la despedida que se merecía por parte de los amigos del pueblo y de nuestras familias el día 17 de junio, ahora deseábamos vivir esta última despedida con aquellas personas con las que también habíamos compartido tantos encuentros fraternales y felices de la vida de nuestro hijo. con esta última despedida, yo sentía que pasaríamos página en

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el capítulo más triste de nuestra historia familiar. cuidadosa y conscientemente, con mucho amor y tristeza, fuimos preparando la ceremonia los días previos para que fuera la despedida más hermosa del mundo. como en otras ocasiones, una intuición trajo a mi cabeza la idea de realizar un ritual personalizado, con una proyección de fotografías de la vida de José Luis que nos ayudara a recordarle y a compartir las emociones que surgieran al verle de nuevo. Lo tuve que hacer en soledad, pues mi marido no tenía fuerzas para ello. A lo largo de varios días, empecé a pasar las hojas de los álbumes de fotografías, mientras que las lágrimas recorrían mi cara y los recuerdos se sucedían en mi cabeza. Sin embargo, la necesidad de seguir viéndole era más fuerte que la tristeza que me producía contemplarlas, y así seleccioné más de 50 fotografías. No me resultó difícil elegir la música para la proyección, pues vino a mi memoria la canción que él había estado tarareando unos días antes de su muerte. Se trataba de la canción de céline Dion “I can’t live without you” (“No puedo vivir sin ti”), que seguramente habría escuchado en la radio. esta canción nos conectaría con la tristeza, tan fuerte y presente en esos momentos. otras dos canciones nos recordarían la alegría tan característica de nuestro querido José Luis y completarían la duración del reportaje: “La Lavandeira” de carlos Núñez, que siendo más pequeño le gustaba tararear en el coche durante nuestros viajes de visita a la familia. La última era una canción que para mí tenía un significado especial, pues Stevie Wonder la compuso inspirado por la felicidad que le produjo el nacimiento de su hija. el título de la proyección era: “La grandeza del amor”. en la gran sala común de La Longuera, vimos la proyección, acompañados por casi un centenar de seres queridos, que a pesar del calor de esa tarde de finales de Julio, se apretaban para que hubiera espacio para todos.

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Las lágrimas al ver de nuevo las imágenes de José Luis, recorrían las mejillas de niños y adultos, pero también hubo espacio para la risa, cuando una vez finalizada, pudimos recordar en voz alta aquellas anécdotas divertidas que formaban parte de su infancia y que habíamos vivido juntos. Nuestro corazón estaba abierto de par en par y sentíamos la presencia de nuestro hijo como uno más en la sala. La víspera del entierro de las cenizas, mientras preparaba la ceremonia, pensé que sería de gran ayuda que mis hijas y nosotros dos escribiéramos una carta de despedida para leerlas ese día. escribir es una terapia muy beneficiosa, ya que es un trabajo de introspección que dirige nuestra mirada hacia dentro para identificar y expresar nuestros sentimientos más íntimos y profundos. Fue fácil que lo comprendieran y lo aceptaran, lo difícil fue que las leyeran en público durante la ceremonia. A clara apenas se le entendía, pues las lágrimas y los sollozos hacían que su voz temblara y las palabras le salieran entrecortadas. Alba no tuvo el valor de leerla y le pidió a una amiga que lo hiciera en su lugar. tampoco a mi marido y a mí nos resultó sencillo, pues las palabras escritas desde lo más hondo de nuestro corazón, despertaban en nosotros la inmensa tristeza que guardábamos dentro. Superando el dolor que nos producía leerlas, lográbamos expresar y compartir con los demás nuestros sentimientos, de esa forma, conseguíamos transformar esa carga tan pesada en un peso más ligero para quienes más estábamos sufriendo. Para ellos fue un bello regalo, pues esta actitud de apertura, sirve para mostrarles nuestro amor y es un acto de generosidad hacia los seres que nos quieren, al darles la posibilidad de que nos acompañen y nos escuchen, permitiendo así la perfecta conexión entre nosotros, unidos en el sufrimiento por la muerte de nuestro querido José Luis, amigo para unos, hermano, sobrino, hijo para otros.

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Carta a mi hijo José Luis 26 de julio 2008; día del entierro de sus cenizas en La Longuera.

Querido José Luis: ¡Qué difícil es encontrar las palabras exactas para expresar todos los sentimientos confrontados que hay en mi interior! Si tu nacimiento fue uno de los momentos más hermosos de nuestras vidas como padres, tu muerte ha sido, sin lugar a dudas, el golpe más duro y doloroso, no sólo por la tristeza profunda que nos produce la separación, sino también por la forma trágica y cruel en que ha sucedido. Nos consuela pensar que no sufriste y que tu cuerpo se sumergió en un sueño eterno para dejar volar tu alma de niño con toda su luz y su pureza. Con tu bondad y generosidad, nos concediste el tiempo suficiente para despedirnos de ti todos los que pudimos estar cerca: tus padres, hermanas, familia, amigos y profesores, y quienes no pudieron hacerlo en esos días, se encuentran hoy aquí para mostrarte su amor y su amistad. Poder estar contigo unos días más, besarte, abrazarte y expresarte nuestro amor, aún a pesar del dolor que nos producía verte en ese triste estado, ha tenido para nosotros un gran poder curativo, que nos ayudará a encontrar más fácilmente el camino de sanación en este largo proceso de duelo, hasta conseguir aceptar tu muerte. Gracias José Luis, por habernos colmado de felicidad y de gozo compartiendo con nosotros tu alegría, tu simpatía y sensibilidad. Nuestra parte más humana añora y echa en falta tus besos antes de irte al colegio por la mañana, tus juegos y payasadas, tus “buenas noches” antes de ir a la cama, tus risas a carcajadas o cuando te metías en la despensa a escondidas para comerte el jamón. Gracias, cariño mío, porque junto a Alba y Clara me habéis enseñado a ser madre y habéis llenado de sentido y de valor mi vida.

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Habéis sido el regalo maravilloso de la VIDA, frutos del amor y fuente de amor incondicional. Si siempre hemos estado unidos los cinco, creciendo juntos en familia y como personas, ahora la unión se hace más íntima y estrecha a través de la vivencia de tu pérdida y la pena que compartimos por la separación y la ausencia de tu presencia física, José Luis. Si tu vida ha sido una enseñanza de amor para nosotros como padres, tu muerte nos ha recordado a todos nuestra condición humana y nos hace más conscientes de que somos seres espirituales que realizamos una experiencia humana. Éste es el mensaje que nos lleva a la esperanza de que volveremos a estar juntos en la Eternidad, aunque el destino haya querido que nosotros continuemos el viaje en este mundo un poco más que tú, que eras todavía un niño. ¡Qué difícil es comprender y aceptar tu pérdida, cuando nuestro mayor deseo era verte crecer y convertirte día a día en un adolescente primero, un joven después y más tarde en un hombre sano, íntegro, feliz y bueno! ¡Cuántos proyectos y sueños rotos! ¡Cuánta pena! ¡Cuánto dolor! ¡Cuántas lágrimas por no poder seguir besándote, abrazándote, amándote y cuidándote! ¡Cuántas preguntas sin respuesta! ¿Por qué ha pasado esto? ¿Por qué él?; ¿Por qué tan pronto? Aún puedo ver tu cara tímida de niño con tus lindos ojos alegres, castaños y grandes; con tus pestañas largas; tu nariz redondita y blandita; tu piel de niño clara y suave como terciopelo; tus labios carnosos y rosados sonriendo; tus anchos hombros y largas piernas que empezaban a cambiar hacia un cuerpo de hombre, a pesar de tu cara y tu voz de niño. Recuerdo con nostalgia cómo te ayudaba a ponerte el traje de la banda de tambores y cornetas; lo orgullosa que me hacías sentir al verte tocar la corneta, aunque sólo fuera de un pistón;

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te recuerdo sentado en el comedor de casa haciendo los deberes o en el sofá repitiendo en voz alta la lección para el examen. Te recuerdo en el patio corriendo con el patinete o cascando almendras; jugando al ping pong con Clara; pescando en el río con Miguel; oliendo la comida que yo había cocinado cuando te gustaba. Te recuerdo durmiendo en tu cama plácidamente. ¡Cuántos hermosos recuerdos contigo José Luis! ¡Cuánto amor nos has dado! Nos decía Mabel: “El cielo necesitaba ángeles y por eso se ha llevado a José Luis”. Tenemos la certeza de que sigues aquí vivo de otro modo, sentimos tu energía en todas partes y sabemos que tu alma está en los brazos del Padre, convertida en un ser de luz, paz y amor. Te queremos José Luis, siempre serás nuestro nene y estarás presente en cada momento importante de nuestras vidas, porque tú siempre ocuparás un lugar muy importante en nuestro corazón y en nuestra familia. Mamá el ambiente de la ceremonia era aconfesional, pero de una gran espiritualidad. Incluso aquellos jóvenes que se autodenominan ateos o agnósticos, así nos lo manifestaron. Porque no hay experiencia de Dios más grande que la que es vivida con intensidad en momentos de gran dolor. La participación de nuestros amigos fue de una calidad exquisita y sublime. uno de nuestros amigos preparó la lectura de un texto que pertenecía al poeta y clérigo inglés John Donne (1572-1631). en un sermón sobre la muerte (Meditation XVII), Donne compara a la humanidad con un libro: cada persona es un capítulo del libro. el capítulo de cada uno está escrito en el lenguaje vital, individual y específico de cada persona. Los lenguajes pueden ser cercanos, pero muy distintos. ¿Y qué ocurre

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cuando una persona muere? Su capítulo no es arrancado del libro, dice Donne, sino que es traducido a un lenguaje nuevo, a un lenguaje mejor, que es el lenguaje universal del Amor. entonces, las diferencias desaparecen. Y nos convertimos en el uno. cuando acabó su lectura, nuestro amigo Félix prosiguió su intervención con un comentario propio que nos decía así: “el capítulo de la vida de José Luis ha quedado completamente traducido. Ha sido un capítulo más breve que otros, lo que no quiere decir menos intenso. Y creo que él nos está mirando, desde dónde está ahora; dirige su mirada, impregnada del lenguaje del Amor a todos y cada uno de nosotros, congregados aquí y ahora alrededor de las cenizas de su cuerpo, y nos ama; nos ama más ahora que no le vemos que cuando le veíamos, y nos invita, invita a cada uno, a progresar en la traducción de nuestros respectivos capítulos al lenguaje del Amor”. una gran amiga, relató un precioso cuento para nuestro pequeño José Luis. Mª Jesús eligió para esa gran ocasión el cuento de un niño al que le gustaba divertirse y jugar, pero por encima de todas las cosas, le gustaban los caballos. cada día salía de su casa para contemplar una manada de caballos salvajes, que corrían y pastaban cerca de su casa. un día se acercó un caballo salvaje herido y, con la ayuda de su padre, lo curaron hasta que pudo volver a la manada. todas las mañanas, el niño iba en busca del caballo para encontrarse de nuevo con él. Pero un día ocurrió algo sorprendente: el caballo se agachó para que el niño pudiera montarle y comenzó a trotar cada vez más rápido, llevándoselo a un lugar donde habían cientos de caballos salvajes. Al ver que pasaban las horas y el niño no regresaba, los padres salieron en su busca; le llamaron sin cesar, pero el niño ya nunca más volvió a casa. cuentan las gentes del lugar que, en las noches de luna llena, se ve la silueta de un niño montado en un caballo feliz, libre y sonriente.

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también hubo espacio para la poesía, los cantos y el silencio. Los niños repartieron flores entre los asistentes mientras se enterraba la urna de las cenizas. Los adultos cantábamos cogidos de la mano en perfecta comunión. Fue una tarde de luz espléndida y llena de intensas emociones. Sé que a José Luis le llegó toda la energía de nuestro amor y le ayudó a elevarse más y más en esa nueva dimensión en la que proseguía su vida. MeNSAJe De MI HIJo Pero lo que no habríamos podido ni tan siquiera imaginar que sucedería esa misma mañana antes de salir de casa, fue algo para lo que no estábamos preparados, ni mi marido ni yo. Sonó mi móvil y escuché la voz de una persona conocida, cuya identidad prefiero no desvelar por cuestiones que entenderéis. Me preguntó si me encontraba sola o acompañada y me dijo que era mejor que la escuchara atentamente yo sola, porque me tenía que decir algo muy serio e importante. Seguí su consejo y, cuando estuve sola, comenzó a hablar. No sabía cómo empezar y me dijo que había estado toda la noche sin pegar ojo pensando en cómo decírmelo. Añadió que su obligación era hacerlo porque ella actuaba tan sólo de “canal”. entonces, me comentó que tenía un amigo con capacidades parapsicológicas que había recibido la visita de un niño. ese niño le comunicaba que al día siguiente tendría lugar un acontecimiento relacionado con sus cenizas y le pedía que contactara con su madre para trasmitirle su deseo de que las cenizas se arrojaran en el agua del manantial, de un lugar concreto, donde a él le gustaba ir especialmente con su mejor amigo para meterse en el fango y luego bañarse. era evidente que se trataba de mi hijo y me dijo que él deseaba volver a la Madre tierra a través de ese lugar. también aña-

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dió que él estaba esperando ese momento para marcharse y que llevase un pañuelo rojo. Yo quedé enmudecida sin saber qué decir. estaba sentada, pues en mis piernas y en todo mi cuerpo sentí que toda mi energía me abandonaba y no podía reaccionar. Lo único que se me ocurrió decir fue: “pero si hay casi un centenar de amigos que nos esperan y que han preparado todo para enterrar las cenizas junto al pino. ¿Qué les vamos a decir?” ella me sugirió que continuáramos como habíamos previsto y que guardásemos unas pocas cenizas en otro recipiente para enterrarlas allí donde deseaba mi hijo, o que quizás bastaría con esparcirlas en ese lugar otro día. Mi marido ya había entrado en la habitación y estaba sentado a mi lado, aunque no sabía con quién hablaba ni de qué iba la conversación. con un gesto, le pedí que se sentara hasta que acabó la llamada. cuando le expliqué de qué se trataba se enfadó, manifestando de nuevo su rabia. Me sentía débil, confusa y sorprendida, apenas me salía la voz por la conmoción. Le supliqué que se calmara y le afirmé estar dispuesta a hacer lo que mi hijo deseaba, sin plantearme si era cierto o no lo que acababa de escuchar. ¿Acaso importaba? ¿Por qué no iba a ser verdad? ¿cómo se las había ingeniado nuestro hijo para contactar con alguien que nos pudiera trasmitir el mensaje? No le daría más vueltas al asunto, para mí lo más importante era ayudar a mi hijo como fuera, no iba a cuestionarme nada, sólo iba a hacerlo sin más. guardé en un tarro de barro varias cucharadas de cenizas y lo deposité en el lugar donde había permanecido antes la urna que llevaríamos a enterrar según lo previsto. Al llegar a La Longuera, sentía necesidad de buscar al amigo de mi hijo para que me acompañara a ese lugar. el comienzo de la ceremonia era por la tarde y teníamos varias horas hasta ese momento. tras hablar con el padre del amigo de mi hijo para confiarle

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nuestro secreto y pedirle su autorización para contarle a él lo sucedido, me fui en su búsqueda. el niño no andaba lejos y al verlo me alegré mucho y él también. Le pedí que me acompañara hacia ese lugar que yo solamente había visitado una vez hacía ya muchos años. De camino, le dije: “Sé que José Luís sigue vivo, pero de otra forma”. Él me contestó sin dudarlo: “Yo también.” Luego le pregunté acerca de si tenía pesadillas tras el accidente y me contestó que no, porque a pesar del fuerte golpe en la cabeza, José Luis no tenía rastro de sangre ni de sufrimiento en su rostro, sus palabras fueron: “él estaba tumbado inconsciente como si estuviera dormido, de la misma manera que cuando se quedaba en casa a dormir conmigo y parecía igual de tranquilo”. Sus palabras fueron para mí como un bálsamo, nos sentíamos cómodos hablando y caminado juntos en dirección hacia el manantial. No pareció sorprendido al comunicarle la razón por la que le pedí que me acompañara hacia aquel lugar. La única sorprendida era yo, al ver con qué naturalidad aceptaba su mejor amigo que José Luis hubiera contactando con alguien después de muerto para decirnos dónde quería que esparciéramos sus cenizas. entonces le dije que, a pesar de que cada ser es único e irremplazable y de que nunca encontraría a nadie igual que José Luis, él iba a necesitar otros amigos con quienes jugar y divertirse. Le mencioné a varios niños conocidos, pero me respondió que con ninguno de ellos era lo mismo que con José Luis. Las lágrimas recorrían su rostro y me alegré de que sacara su dolor, pues le conocía bien y sabía cuánto le costaba hacerlo y lo mucho que estaba sufriendo. Se había quedado muy solo al perder a su mejor amigo.

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coMIeNzA LA etAPA De SANAcIóN Al día siguiente del entierro de las cenizas de nuestro hijo, mi marido y yo emprendimos el viaje hacia la Alpujarra de granada para realizar el curso intensivo de Respiración Holotrópica y constelaciones Familiares. el marco geográfico era incomparable, estábamos rodeados de montañas desde las que podíamos contemplar el inmenso horizonte que parecía no tener fin. era el sitio ideal para el descanso de nuestro cuerpo físico y para la recuperación de la calma mental y emocional. La carga emocional era demasiado pesada y necesitábamos liberarla. Allí nos encontramos con un grupo de 14 adultos que asistían por diferentes situaciones personales. Los terapeutas, de gran experiencia profesional y sensibilidad humana, nos esperaban con un ambiente de acogida cálido e íntimo. tras la llegada y la instalación en nuestras respectivas habitaciones, nos reunimos todos en una gran sala, donde discurrirían todas las sesiones de terapia durante los 5 días de curso, en un ambiente de profundo respeto, casi sagrado. Durante la ronda de presentaciones, explicamos al grupo por qué estábamos allí. Apenas nos salía la voz debido a la tristeza que llevábamos dentro. Los rostros de las personas del grupo reflejaban su comprensión y empatía al escucharnos. No sólo habíamos perdido a nuestro hijo, puesto que, con él, también se había ido de nuestra vida la alegría de vivir, el entusiasmo y el dinamismo que formaba parte de nuestra vida antes de lo sucedido. teníamos que empezar a reconstruir nuestras vidas y queríamos comenzar de nuevo a partir de ese momento, en ese lugar y con esa gente. ese fue el comienzo de nuestro renacer. La terapia se hace todos juntos en la misma sala y situados por parejas, en dos sesiones de tres horas y en días consecutivos. en la primera sesión, un miembro de cada pareja es quien

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respira, el otro hace de acompañante o cuidador. en la segunda sesión, se cambia de rol y el que ha respirado hace de cuidador y viceversa. Mi marido y yo quisimos estar juntos. tras un ensayo para aprender la forma en que hay que respirar, seguida de una relajación guiada, comenzamos la sesión en la que mi marido era el cuidador y yo era quien respiraba. Quizás mi inconsciente ya iba predispuesto a vivir lo que sucedería, pues de todo lo sucedido alrededor de la muerte de mi hijo, lo que más me inquietaba era saber si él habría sufrido durante el accidente, cuando le golpeó la piedra. A través de la música evocadora y de la forma de respiración, entré en un estado de consciencia alterada en varios momentos, a lo largo de las tres horas que duró la primera sesión. casi al final de ésta, comencé a visualizar como en un sueño lúcido la imagen de un grupo de niños entre los que se encontraba mi hijo. Marchaban por un camino en medio de un paisaje natural. Mientras caminaban, reían y disfrutaban con sus juegos infantiles. De repente la imagen cambió y dio paso a otra en la que mi hijo yacía tumbado en el suelo, estaba dormido y tranquilo. No había nada más, ni gritos de socorro, ni imágenes trágicas, ni nada dramático que perturbara la sensación de tranquilidad que se percibía. Le sucedió otra imagen, pero esta vez más que una imagen era una sensación muy intensa y placentera. Yo sabía que seguía allí tumbada y con los ojos cerrados respirando en aquella sala. Al mismo tiempo, tuve la sensación de que unas manos cogían las mías delicadamente elevándome hacia el cielo. enseguida fui consciente de que era mi hijo quien había venido a buscarme para mostrarme el lugar y el bienestar en que se encontraba y me dejé llevar por él. No sentía mi cuerpo físico porque había salido de él, lo había dejado allí tumbado en la sala. eran nuestros espíritus quienes volaban por el cielo, planeando como dos almas libres que con-

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templan la inmensidad del mundo con una amplitud increíblemente maravillosa. Sin hablar, me comunicaba sus sentimientos de inmenso gozo. Me invadía una sensación de libertad y plenitud difícilmente descriptibles con palabras. era como si él me dijera: “¿Ves mamá, lo bien que estoy? No sufras más.” tenía la impresión de que todo había sucedido muy brevemente ó quizás no, no podría decir cuánto tiempo había durado aquello, porque había traspasado la noción del tiempo en ese estado de consciencia no ordinaria. Al desaparecer esa clase de “sueño lúcido”, volví a la consciencia ordinaria y abrí los ojos. Las imágenes se habían borrado de mi mente, pero observé con profunda gratitud que las sensaciones continuaban en mí con la misma intensidad. Me sentía ligera, liberada y llena de una calma y de un gozo que me traspasaban los poros de la piel. con una sonrisa, miré a mi marido que permanecía a mi lado. Le pedí que me acompañara fuera de la sala, pues ya no deseaba continuar con la respiración. Mi único deseo era conservar el mayor tiempo posible esa sensación física tan gozosa que me recorría todo el cuerpo. Parecía que flotaba y eso me hizo pensar en el agua y en un baño. Nos dirigimos hacia la piscina, sentía mucho calor y, al sumergirme en el agua, se intensificó más aún la sensación de placer que sentía en toda mi piel. Me sentía fusionada con todo el universo. No podía distinguir dónde acababa mi cuerpo y dónde empezaba el aire o el agua que había a mi alrededor. No había límites entre mi cuerpo y lo que le rodeaba. Flotando boca arriba, contemplaba el cielo totalmente despejado y resplandeciente en una tarde de verano, cuando de pronto observé un águila que planeaba en lo alto, a lo lejos, por encima de nosotros. Para mí, ésta fue la señal que confirmaba que lo vivido no había sido fruto de mi imaginación, sino que mi hijo estaba allí, cerca de nosotros. Y recordé que muchas tribus

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indígenas llaman al águila “el gran espíritu”. en esos momentos, no sentía ganas de hablar, sólo deseaba sentir y sentirme, plena y conscientemente. unos minutos más tarde, le conté a mi marido mi experiencia al mismo tiempo que le señalaba en dirección al águila, que continuaba allí planeando en círculo. eL RegReSo A cASA Recuerdo los días de verano en casa. Durante las horas de más calor, después de comer o al caer la tarde, me sumergía en la lectura de diversos libros sobre la muerte y el proceso de duelo que nos habían regalado algunas amigas durante sus visitas. Los primeros que leímos hablaban de enfermos que habían sufrido experiencias cercanas a la muerte, al estar clínicamente muertos durante un breve espacio de tiempo. en todos ellos se narra el proceso durante el cual su espíritu abandona el cuerpo físico, incluso antes de que sus constantes vitales se paralicen. Hablan del túnel o pasillo en el que se introducen atraídos por una inmensa y cálida luz situada al fondo del mismo. también de los seres amigables que les reciben para darles la bienvenida y del estado de paz y tranquilidad infinitas en el que se encuentran. Al regresar de nuevo al estado de consciencia ordinario, algunos pacientes incluso recuerdan frases que han pronunciado los médicos y el personal sanitario que se encontraba junto a ellos para reanimarles. o de la conversación de los familiares que se encontraban el la habitación donde yacía su cuerpo clínicamente muerto. todos estos libros nos proporcionaron una ayuda muy necesaria para comprender racionalmente lo que habíamos intuido al ver el cuerpo sin vida de nuestro pequeño José Luis y de por qué sentíamos en tantas ocasiones su presencia. Nos confirmaban que su espíritu seguía vivo en otra dimen-

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sión, lo que muchos científicos y expertos afirmaban en sus numerosos libros: “La muerte, un amanecer” y “La rueda de la vida”, de la doctora elisabeth Küble-Ross; “Viajeros en tránsito”, de la doctora Mª Isabel Heraso; “Déjame llorar” y “De oruga a mariposa”, de la doctora en metafísica Anji carmelo”, “Vida después de la vida”, del Dr. Raymond Moody... Nuestra sed de comprensión no tenía límites. Sentíamos una necesidad imperiosa de adquirir conocimiento acerca de la muerte, de la evolución de la consciencia, del proceso de transformación del alma, del mundo espiritual y de la nueva dimensión en la que se encontraba ahora nuestro hijo. Igualmente, gracias a otros libros que tratan el proceso del duelo y hablan sobre la pérdida, pudimos obtener ayuda para entender qué nos estaba ocurriendo, y tranquilizarnos al saber que era algo normal, que nuestro dolor y nuestra conducta no eran exagerados, irracionales, o incluso patológicos. Y así trascurrieron los días de verano, entre meditaciones y oraciones al levantarnos, para conectar con la fuerza interior que nos proporcionaba el equilibrio y la serenidad para volver de nuevo al trabajo, donde la rutina pretendía seguir como si nada hubiera ocurrido. Las tareas profesionales resultaron duras de retomar, puesto que el único pensamiento y gran parte de nuestra atención se centraban en la muerte de nuestro hijo, su recuerdo constante, su ausencia física y su presencia espiritual. Los compañeros y compañeras de trabajo seguían con sus tareas como si tal cosa, a pesar de que se mostraban sensibles a nuestro dolor y se acercaban en muchos momentos, atentos a nuestra expresión y gestos corporales, intentando averiguar a través de ellos nuestro estado de ánimo. Pero nadie en el mundo, más que quien haya sufrido la pérdida de un hijo, puede saber qué se siente en esos momentos ni lo duro que resulta el mundo sin él.

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Ya en casa, nos sentíamos aliviados al poder expresar y dejar salir las emociones libremente y así descansar. Resulta increíble el cansancio físico que se llega a experimentar cuando el estado de ánimo es de profundo abatimiento y tristeza. Nuestro ritmo vital había cambiado, todas nuestras actividades se habían ralentizado. era imposible pensar en algo distinto a lo que nos ocupaba en cada instante, imposible pensar en hacer más de una cosa a la vez. No sólo habíamos perdido un hijo, había cambiado nuestra realidad inmediata, habíamos perdido el empuje y entusiasmo, la capacidad de concentración y de proyección en el futuro, la energía y la alegría de vivir, a pesar de todo ello, y aunque parezca algo contradictorio para quienes no hayan sufrido esta experiencia, sentíamos mucha paz y mucho amor. eNcueNtRo coN eL MeNSAJeRo De MI HIJo Nada más regresar de la Alpujarra, decidimos ir al lugar elegido por nuestro hijo para esparcir sus cenizas en el agua del manantial, de manera que sus deseos fueran cumplidos, y ayudarle así a encontrar la luz que iluminara su nuevo camino. Fuimos al atardecer acompañados de nuestras hijas y de sus cinco amigos que habitaban en la Longuera y de nuestra amiga gloria, la madre de éstos. esta vez sería un ritual muy íntimo y sencillo. como en anteriores ocasiones, llevamos velas y flores junto al incienso. Improvisamos algunas palabras para expresar nuestros sentimientos más intensos. Fue su amigo Miguel quien esparció sus cenizas mientras decía: José Luis, aunque estoy triste porque ya no estás aquí conmigo, sé que tú estás bien y por eso estoy tranquilo. Los niños no necesitan grandes explicaciones ni demasiados argumentos para percibir esa realidad que se escapa de nuestro entendimiento racional cuando llegamos a adultos.

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¡Qué importante son nuestras creencias para afrontar la pérdida de nuestros seres queridos! Pensé para mis adentros. Pocos días después, a mediados de agosto, me encontré con la persona que me había trasmitido el mensaje de las cenizas de mi hijo. No fue un encuentro casual, puesto que yo había decidido conocerle para expresarle mi gratitud y además, porque sentía curiosidad, como es lógico. Necesitaba que me contestara a algunas preguntas que me rondaban desde que recibí su mensaje. Pero cuando le conocí, no sabía por dónde empezar y me sentía avergonzada. No quería que pensara que le estaba poniendo a prueba, aunque, en cierto modo, así era. Fuimos caminando en silencio hacia el manantial para mostrarle el lugar elegido por mi hijo. Interrumpió su silencio para decirme que yo era tal y como mi hijo le había descrito. estaba tan emocionada que no podía casi hablar. creo que él lo percibía y entonces empezó a contarme que cuando un espíritu decide encarnarse de nuevo, comienza un proceso de transformación por el cual tiene que convertirse primero en alma para después encarnar, ya que no lo puede hacer directamente y se produce un cambio progresivo de frecuencia y de densidad. De la misma manera, pero a la inversa, sucede cuando desencarna, al abandonar el cuerpo físico, tiene que atravesar varios niveles hasta transformarse primero en alma y después en espíritu. utilizó una metáfora como ejemplo, comparándolo con las capas de una cebolla para que yo le entendiera con más facilidad. A mí todo ese lenguaje me resultaba extraño y desconocido y me costaba seguirle. A pesar de ello, le escuchaba con toda mi atención sin atreverme a preguntarle nada, no quería que pensara de mí que era una escéptica, una incrédula, o una ignorante. como yo seguía caminando callada, él continuó hablando sobre la manera en que las personas con capacidades parapsico-

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lógicas reciben mensajes de un ser que ha desencarnado, cómo saben si se trata de un niño, de un ser de luz o de un ser poco amistoso. Me explicó que, cuando nuestro espíritu abandona el cuerpo físico, se nos da la opción en un plazo breve de decidir si queremos volver a ese cuerpo o no. Inmediatamente, recordé las imágenes que visualicé al entrar a la capilla del hospital mientras lo llevaban al quirófano a operar: su entierro primero y su estado de parálisis absoluta después. Al recordarlas, presentí que, en el mismo instante que esas imágenes venían a mi mente, mi hijo estaría decidiendo si volar libre hacia la nueva VIDA o regresar a un cuerpo que le mantendría preso y atrapado para siempre. confirmé que él había sido muy sabio y generoso al decidir ser libre eternamente a pesar del dolor de no volver a estar juntos nunca más. Algo en mi interior, me decía que nuestra conexión como madre-hijo trascendía el plano físico y eso me hacía sentir mucha paz y bienestar interior. Sólo debía aprender a estar con él de otro modo, utilizando los sentidos que no pertenecen a la percepción física. A través de la consciencia profunda, mi alma y la suya estarían unidas para toda la eternidad. La oración y la meditación me servirían de herramientas para no perder la conexión con mi ser interior que seguía unido al suyo. Al llegar al lugar, me dijo que así se lo había mostrado mi hijo y que no nos habíamos equivocado. Me contó que allí, en el nivel al que llegaría ahora, tendría que cumplir algunas tareas, él llamaba a ese lugar “la fábrica.” entre ellas, la primera sería ayudar a una de sus dos hermanas. Se trataba de la que siempre se hacía unas coletas o moñitos muy graciosos aunque mal hechos. Adiviné de quién se trataba de inmediato. Agradecida, le despedí satisfecha y con gran calma

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en mi interior. Mi intuición no me había fallado. esa noche, hubo un eclipse de luna que duró más de dos horas. De nuevo, un precioso regalo desde el cielo. MoMeNtoS DIFÍcILeS eN FecHAS SeñALADAS Llegó septiembre y las fiestas del pueblo. Vimos en el libro de fiestas la foto de nuestro hijo subido a la barrera de los toros durante las fiestas del año anterior y otra vez la tristeza se apoderaba de nosotros al pensar que nunca más disfrutaría de ellas. La vida es así de dura y cruel, cuando ya te sientes mejor y crees que vas afrontando la situación de crisis personal por la pérdida, sucede algún hecho que te demuestra lo contrario. como aquel día en que recibí la carta de la unidad de trasplantes en la que se nos comunicaba la evolución de los enfermos que habían sido trasplantados con alguno de los órganos de nuestro hijo. uno de ellos, un niño de 12 años, evolucionaba de manera favorable gracias al corazón de José Luis. Los sentimientos que provocaba la noticia eran contradictorios: por un lado, compartía la felicidad de ese niño y su familia, por otro, echaba tanto de menos a mi querido hijo… Habían pasado ya tres meses desde su muerte y aún no había encontrado el momento ni las fuerzas de retirar su ropa, sus juguetes y demás objetos personales de su habitación. todo en ella seguía igual. todo, menos lo más importante, puesto que nunca más lo vería dormir plácidamente en su cama, al subir a despertarle un día más para ir al colegio. Ni siquiera había cambiado las sábanas de su cama, para poder seguir oliéndolas de vez en cuando, en un intento desesperado de retener algo de él, de no perderle del todo. Al pasar junto a la habitación, sentía una sensación desagradable porque no me gustaba verla así, oscura y vacía. Pensaba que lo mejor sería transformarla en nuestro espacio sagrado de luz y paz, donde pudiéramos meditar,

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orar, escuchar música tumbados en el suelo o llorar viendo sus fotos. esa idea rondaba a menudo en mi mente pero me sentía incapaz de hacerlo yo sola, a pesar de haber comprado ya algunas mariposas de colores para colocarlas en la pared junto a algunas de sus fotos. también había comprado una alfombra y cojines para sentarnos en el suelo a meditar. todo estaba preparado, menos yo. Algún día, si me sentía más fuerte emocionalmente, entraba en ella y recogía algunas de sus ropas, sus juguetes y sus cuadernos del colegio. Lo hacía sin prisa y con mucho amor. Sentada en su cama, hojeaba sus libretas y viendo su letra y sus dibujos, rompía a llorar hasta quedarme vacía. Salir a comprar por el pueblo ya era un esfuerzo enorme, me costaba vencer la inercia de quedarme en casa, donde me encontraba segura y protegida. tenía que esforzarme por salir a la calle para ir a comprar, pues sabía que los vecinos del pueblo me pararían para preguntarme cómo estaba y haciendo de tripas corazón les diría que bien, dentro de lo que cabía, y que lo íbamos superando. conforme pasaba el tiempo, me costaba cada vez más hablar de lo sucedido. Al hacerlo, sentía que se reabría de nuevo la herida.

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eNSeñANzAS SoBRe eL MuNDo eSPIRItuAL

uno de esos días, en los que tuve que salir, me llegó la noticia de que, a finales de octubre, se celebraría en Albacete un seminario bajo el título “Vida después de la vida”, que incluía las conferencias “Vivir conscientemente te ayuda a morir consciente” y “Memorias ancestrales”. Ambas conferencias serían impartidas por la doctora Marilyn Rossner, una de las mejores médium a nivel mundial. Al parecer, el organizador de estas jornadas sobre parapsicología había intentando traerla en anteriores ocasiones sin demasiado éxito, por lo apretada que estaba siempre su agenda. este año, por fin lo había conseguido. Nada más saberlo, me pareció que esta buena mujer venía para mí y que su visita era uno de los regalos que José Luis nos enviaba desde el cielo, para ayudarnos a sanar la gran herida que nos había producido su pérdida. Inmediatamente, contacté con la persona encargada de las inscripciones y cuál fue mi sorpresa cuando me anunció que

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también pasaría consulta privada, además del seminario. Pero la consulta sólo sería en Alicante, ese detalle no significaba ningún obstáculo para nosotros, puesto que mi madre vivía allí y podíamos alojarnos en su casa. Sin pensarlo dos veces, le pedí cita para entrevistarme personalmente con ella. creía que, si una vez mi hijo había contactado con nosotros para decirnos dónde quería que se esparcieran sus cenizas, quizás deseara hacerlo de nuevo, y yo ya no sentía miedo ni tenía dudas que me lo impidiesen. Aquel mensaje no había sido el único que habíamos tenido de él a través de otra persona. Alguien más, una niña que me merece total y absoluta confianza y credibilidad, pero de quien prefiero ocultar su nombre, me había dicho un día: “Rosa, tengo que hablar contigo, aunque no sé si te lo vas a creer, pero te lo tengo que decir: he mantenido una conversación telepática con tu hijo y me ha dicho que no sufráis por él porque está en un mundo de paz y tranquilidad infinitas”. Añadió: “también me ha dicho que está muy orgulloso de vosotros como padres por lo bien que lo estáis haciendo.” Le agradecí su franqueza y valentía con un abrazo. ¿Por qué iba a dudar de sus palabras? ¿con qué fin habría de inventarse una cosa así una niña que había crecido junto a mi hijo y que tanto le quería? Pensé que era cierto lo que escuchaba y que los niños, por su especial inocencia y pureza, están más abiertos y receptivos a ese tipo de mensajes que les envían los seres que han desencarnado que nosotros los adultos. Llegó el día tan esperado, la cita con Marilyn Rossner era a las 19 horas en Alicante y hacia allí viajamos mi marido y yo. Me sentía como una niña la víspera de los Reyes Magos, impaciente e inquieta al pensar en lo que nos diría. Yo había hablado por teléfono con su intérprete antes de ir para concertar la entre-

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vista. Aurelia, la intérprete, me había parecido una mujer muy especial y de gran calidad humana y espiritual. Me contó que había estado conviviendo con las tribus ancestrales de los maoríes de Nueva zelanda hace algunos años. también me dijo que había vivido varios años en estados unidos y que allí había conocido a la doctora Marilyn, a través de la Fundación Shivananda. Desde entonces, ella siempre la acompañaba como intérprete en sus seminarios, durante sus visitas a españa. también había colaborado en la puesta en marcha de la escuela de Antroposofía Waldorf en Alicante. A pesar de no tener una edad muy avanzada, me daba la impresión de que había vivido muchos años, durante los cuales había adquirido grandes conocimientos. Sin embargo, se mostraba humilde y no hablaba mucho de sus éxitos ni de sus logros a nivel profesional. Por otro lado, habíamos depositado una confianza ciega en la Doctora Marilyn Rossner, quien era una absoluta desconocida para nosotros hasta entonces. Si no hubiera sido porque unos meses antes, había recibido esa llamada telefónica con el mensaje de mi hijo, quizás nunca me hubiera atrevido a asistir a la consulta de una médium. Pero mi hijo había sabido muy bien cómo preparar el terreno y yo me sentía confiada. Sin embargo, mi marido no estaba tan receptivo como yo, sino que más bien él tenía ciertas resistencias que le causaban rechazo y dudas hacia este tipo de personas “canales”. Aún así, él me acompañó a la cita a pesar de no tener claro si entraría conmigo a la consulta. Ya en la sala de espera, encontramos algunos libros suyos, en los que pudimos leer alguna información biográfica sobre ella. Marilyn Rossner nació en Montreal (canadá), era doctora en psicopedagogía y educación especial, además de profesora de yoga. Su marido era un pastor anglicano y juntos habían fundado el Instituto Internacional para las ciencias Integrales Hu-

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manas, en Montreal, ciudad en la que residían, allí se realizaban congresos a nivel internacional sobre parapsicología y vida en otros planetas. (www.iiihs.org) La Doctora Marilyn había recorrido medio mundo y había tenido entrevistas privadas con el Dalai Lama y el Papa Juan Pablo II, entre otros personajes famosos a nivel mundial. Había sido considerada como la más extraordinaria Médium del Mundo, cuyo título se lo concedieron los más altos Maestros de Sabiduría del Himalaya. en la actualidad estaba jubilada y se dedicaba a impartir seminarios y conferencias sobre Vida después de la Vida y a pasar consultas privadas. todo el dinero recaudado lo destinaba a sus dos proyectos en África para niños marginales, con los que convive un mes al año. Inmersos en aquellas lecturas que nos informaban sobre la persona a la que estábamos a punto de conocer personalmente, escuchamos de pronto una voz muy peculiar que pertenecía a Marilyn. era una voz alegre y aguda. cuando apareció ante nuestros ojos, nos impresionó mucho más. Vestía con colores muy llamativos, alegres, casi infantiles. era pequeña de estatura y su pelo era largo y tintado de henna roja. Llevaba unas gafas de sol enormes que ocultaban la mitad de su rostro. Mi marido se animó a entrar en su consulta nada más verla. Nos saludó muy simpática con un español de marcado acento americano. Nada sabía de nosotros ni de nuestras razones para estar allí. Le explicamos brevemente que hacía tres meses habíamos perdido un hijo de 12 años. Sobre el accidente y la forma en que sucedió no le dijimos nada, ella tampoco nos lo preguntó. tan sólo se limitó a darnos un papel en blanco para que pusiéramos nuestras firmas y junto a ellas anotó dos números separados por una franja horizontal, eran el 16 y el 17. Desconozco el significado de esto, pero tampoco me atreví a preguntárselo ni le di importancia. Solamente sé que correspondía a la edad de nues-

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tras hijas, aunque ella no lo sabía, ni siquiera le habíamos contado que teníamos dos hijas más, a parte de nuestro hijo fallecido. entonces, nos preguntó si llevábamos alguna foto de nuestro hijo. Inmediatamente, saqué del monedero las fotos de carné de mis tres hijos que siempre me acompañan. Aunque estaban algo desfasadas porque en ellas José Luis tenía apenas 6 años. Mientras las miraba, repetía una y otra vez que era un niño muy puro, muy puro. Yo estaba muy emocionada. un calor sofocante me subía por el cuerpo al mismo tiempo que en el centro de mi pecho sentía una fuerte presión. en ese mismo instante, me miró directamente a los ojos y me dijo que mi hijo estaba entrando a través de mis vibraciones. Yo ni siquiera había abierto la boca, y esa mujer había sabido lo que me estaba pasando a nivel orgánico, estaba muy sorprendida. empezó a hablar sin interrupciones, mientras que Aurelia interpretaba simultáneamente sus palabras. La compenetración entre ambas era tal que parecían una única persona. entonces dijo que había un niño con una gorra en la sala y que corría alrededor de nosotros en círculo mientras se daba golpecitos en la parte derecha de su cabeza con el puño cerrado. en ese instante comprendimos que se trataba de nuestro hijo, que el día del accidente llevaba puesta su gorra, como siempre que hacía calor. Marilyn imitaba los gestos que él hacía con el puño sobre el lado derecho de su cabeza, nosotros interpretamos este mensaje como los golpes que recibió en esa zona de la cabeza cuando le cayó la piedra que le produjo la muerte, así se lo comunicamos a Marilyn, ella asintió con su cabeza en un gesto de confirmación. continuó hablándonos sin interrupción: “A vuestro hijo le gusta la música, el cielo y los pájaros”. Al escucharle decir esto, comprendí que José Luis quería trasmitirme que permanecía en casa a nuestro lado, mientras yo pensaba en él cada mañana, al contemplar el cielo, escuchando la música y mirando los pájaros.

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Añadió: “le gustan los aviones”, y mi marido recordó los momentos que pasaba con él enseñándole a hacer aviones de papel cuando era más pequeño. Nos dijo que su muerte estaba predestinada y que no podía permanecer más tiempo con nosotros. Que ya una vez, siendo más pequeño, había estado a punto de morir y nos había concedido algo más de tiempo, pero que ya no podía quedarse más. Mi marido recordó un suceso casi olvidado en mi memoria, ocurrido cuando José Luis tenía tan sólo tres años y cayó en una piscina sin saber nadar. No sucedió nada grave gracias a los reflejos de mi marido, que reaccionó justo a tiempo y se tiró al agua vestido para sacarlo inmediatamente. No pasó de ser un susto. Marilyn nos dijo que en lo más hondo de nuestro Ser ya sabíamos que lo perderíamos pronto. eso nos dio qué pensar durante varios días. en cierto modo, era cierto que con nuestro hijo teníamos un comportamiento especial y que con nuestras hijas no era igual. Quizás porque era el más pequeño y nosotros estábamos más maduros y más preparados para ser padres, o por su forma de ser, adaptable y alegre, tranquilo y cariñoso. Lo cierto es que, con él, apenas utilizábamos la represión ni el castigo cuando se comportaba de forma poco correcta. A veces se hacía el remolón cuando le pedíamos que colaborara en las tareas de la casa y también cometía travesuras como era natural. con él, teníamos mucha paciencia y ternura. claro, como les ocurre a todos los padres, a veces sentíamos miedo de que le pasara algo peligroso y le decíamos muchas veces que prestara atención al cruzar la calle por si venía algún coche, o cuando se iba con sus amigos en su bici. Pero nunca nos había dado problemas ni preocupaciones importantes, a ningún nivel. Nunca había estado enfermo de gravedad ni había tenido ningún accidente, tan sólo el típico resfriado o las paperas y poco más.

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era un niño que crecía mucho, fuerte y sano. era el más alto de su clase, buen alumno y buen amigo. Por todo eso, con él aprendimos a ser más tolerantes, más pacientes y más amorosos. ¿Por eso o porque en el fondo de nuestro ser alguna parte de nosotros sabía cuál era su destino? Nunca sabré la respuesta. Marilyn continuó diciéndonos que le gustaba mucho jugar a las cartas y que seguía haciéndolo con otros niños, a los que tenía que ayudar (es verdad que con sus hermanas jugaba mucho a las cartas del uNo). Añadió que le gustaba el zumo, recordé que siempre que se resfriaba, yo le daba un tratamiento natural que sabía a rayos y se llama amargo sueco, yo lo mezclaba con zumo para que no fuera tan desagradable de tomar. Nos dijo que hablaríamos mucho sobre la Vida eterna, que éramos una familia muy espiritual. Le preguntó a mi marido si era profesor de yoga (José Luis practica yoga desde hace muchos años a pesar de no dedicarse profesionalmente a enseñar). A mí me dijo que me encontraba en una encrucijada desde hacía mucho tiempo, incluso antes de que ocurriera la muerte de mi hijo. La única pregunta que le hice fue sobre el accidente de nuestro hijo, le pregunté si había sufrido por el golpe. Me respondió un no rotundo, porque según dijo ella, el espíritu de mi hijo sabía que era el momento de dejar su cuerpo y por eso salió incluso unos instantes antes de que la piedra le golpeara. el tiempo de la consulta pasó demasiado rápido para nosotros, que deseábamos seguir indefinidamente recibiendo mensajes de nuestro querido José Luis. Al día siguiente nos trasladamos a Albacete para asistir al seminario “Vida después de la Vida”, si la consulta privada fue positiva y beneficiosa para nosotros, el seminario nos resultó aún más interesante y didáctico. Marilyn es una gran maestra y co-

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municadora del mundo espiritual. Para nosotros fue una oportunidad maravillosa de aprendizaje intensivo. el seminario fue un curso completo acerca de la muerte, de cómo descubrir nuestro propósito en la vida como seres humanos, acerca de los guías espirituales que nos acompañan, de la influencia de nuestros ancestros, del sentido del sufrimiento humano, de la evolución del alma y de los viajes astrales que realiza cada noche nuestro espíritu durante el sueño. A pesar de encontrarnos en la sala más de doscientas personas, realizamos varios ejercicios prácticos con meditaciones guiadas por Marilyn para conectar con nuestro ser interior. Pero, además, su capacidad de conectar con los seres desencarnados es tan poderosa, que a lo largo de toda la jornada no dejó de trasmitir mensajes entre el público asistente provenientes de sus seres queridos fallecidos. Las emociones estaban muy latentes y los mensajes trasmitían siempre mucha luz y esperanza. Nos decía: “ellos quieren que sepamos que están aquí con nosotros”. en verdad, yo sentí una inmensa gratitud por encontrarnos allí, junto a mi hijo entre todas aquellas almas, iluminándonos y llenándonos con su amor una vez más. coNStRuYeNDo uN eSPAcIo PARA LA PAz INteRIoR el día siguiente al seminario, era domingo y me desperté bien temprano. Nada más levantarme, decidí que había llegado el momento de transformar la habitación de mi hijo en esa sala de luz y de paz que tantas veces había imaginado. Los mensajes que Marilyn nos había trasmitido me habían ayudado tanto, que por fin sentía el valor y la fuerza para hacerlo. Mi marido también me ayudó a trasladar la cama de nuestro hijo al dormitorio de nuestra hija mayor, quien dormiría en ella a partir de entonces, pues era más cómoda y más grande que la

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que ella utilizaba. en ella soñaría con él en varias ocasiones. una de ellas, soñó que iban los tres montados en un coche que ella misma conducía (a pesar de que es menor de edad y no sabe conducir). De pronto, el coche chocó con una máquina expendedora de chucherías y dulces, que salieron a montones de la máquina que había quedado totalmente destrozada por el golpe que rompió el cristal. Rápidamente cogieron las chuches y los dulces y las metieron en el coche antes de huir. era un sueño divertido y nos reímos mientras lo contaba, eso nos daba pie a recordar otras anécdotas divertidas de nuestra vida familiar. Nos gustaba mucho recordar juntos esos momentos, desde la perspectiva de que no volverían a repetirse. Yo también les conté un sueño que tuve una de esas noches, me encontraba en el aeropuerto y trataba desesperadamente de encontrar a José Luis, que regresaba en un vuelo que acababa de aterrizar. todos los pasajeros habían desembarcado y José Luis no aparecía. Yo le buscaba impaciente y nerviosa por todas partes, hasta que me comunicaban que se había equivocado y había tomado otro avión con destino desconocido. Nadie me ayudaba a resolver esta situación y yo me sentía cada vez más angustiada. Angustiada e impotente desperté y comprobé que su pérdida era tan real como el sueño. LoS MARcA-PÁgINAS tras la muerte de mi hijo, descubrí una intuición en mí desconocida hasta entonces. era como si alguien me dijera cómo proceder en cada momento, y en qué orden realizar las cosas de forma sucesiva. Lo sorprendente es que las ideas que llegaban a mi mente, lo hacían con tanta claridad e intensidad que no me producían ni la más mínima duda de que era algo bueno, adecuado y correcto. Siempre aparecían acompañadas de un sentimiento de certeza y seguridad que me asombraba, pues siempre

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he sido una persona a la que asaltan muchas ideas al mismo tiempo y me es difícil marcar un orden de prioridad para su realización, lo que me produce cierta ansiedad hasta que las termino de desarrollar (lo de la encrucijada que me decía Marilyn). La impaciencia y la ansiedad, que me habían agobiado en los últimos años, se habían alejado de mí de una manera misteriosa tras la muerte de mi hijo. un día, al abrir el cajón donde guardamos las llaves, encontré un cartoncillo de esos que te dan cuando te hacen fotos de carné, miré dentro y encontré las últimas fotos que se hizo José Luís para inscribirse en el equipo de fútbol sala en el pueblo. Se trataba de una foto bastante reciente, apenas un año antes de su muerte. ¡estaba tan guapo y sonriente! era muy fotogénico y salía muy bien en las fotos. De inmediato, pensé que a sus amigos y amigas les gustaría tenerla de recuerdo. también pensé en sus profesores, a quienes la tragedia ocurrida a José Luís les había conmovido profundamente, hasta el punto de tomar la decisión de suspender la verbena de fin de curso, programada como cada año, junto a la celebración de despedida y graduación de los alumnos que acaban sus estudios de educación Secundaria y que dejan el centro. Ése era el caso de nuestra hija clara, que debía recibir durante la fiesta de fin de curso su título de graduación. Hubiera sido un día muy feliz para nosotros como padres y sobre todo para ella, si no hubiera ocurrido lo que nunca debió ocurrir. Pero desgraciadamente para todos, ésta se aplazó hasta unos días antes de comenzar el siguiente curso. una idea sobrevino a mi mente: haría 40 copias de la foto que acababa de encontrar e invitaría a los amigos y amigas de José Luis a casa para que me ayudasen a realizar unos marcapáginas. cada niño podría hacer dos, uno para guardarlo de recuerdo y otro para regalarlo a uno de sus profesores en el día de la graduación para la que faltaban muy pocas semanas. esta idea

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me llenó de alegría pensando en cómo les gustaría a sus amigos reunirse en nuestra casa de nuevo, recordando juntos a nuestro José Luis. entusiasmada, me puse a organizarlo todo. La respuesta de sus amigos y amigas fue la que yo sospechaba: todos llegaron a casa puntuales el día acordado, sin que faltara ni uno sólo del grupo. todos los profesores afirmaban que siempre había sido un curso muy consolidado, ya que habían crecido juntos desde que iban a la guardería, cuando apenas habían cumplido los dos años. Al verles llegar, me sentí muy feliz y a ellos también se les notaba la alegría en sus miradas. Yo había preparado el material necesario para realizar los 40 marca-páginas: las copias de las fotos, rotuladores de colores, tijeras, pegamento y un papel especial. Busqué el estuche de mi hijo, en el que guardaba varios lapiceros muy cortos y yo les saqué punta para darles uso de nuevo. Bromeé acerca de los lápices de José Luis, que los apuraba hasta extremos casi imposibles de manejar. Les expliqué las instrucciones de cómo realizar cada marca-página: para la decoración, escribirían una palabra con una frase que les gustara (para que les resultara más fácil, les dejé unas cartas que una buena amiga me regaló y que se llaman “regalos del universo”). cada carta tiene escrita en su reverso una palabra como: paz, generosidad, amor, gratitud, serenidad… y, en su anverso, contienen varias frases escritas por personajes célebres que guardan relación con la palabra del reverso. Les pedí que no pegaran la foto en el marca-páginas hasta que no estuviera terminada su decoración con la frase elegida, para no tener que desaprovechar ninguna de ellas, en el caso de que se equivocaran. en tan sólo un par de horas, el trabajo habíamos concluido y los 40 marca-páginas de José Luís habían quedado preciosos. un resultado tan bueno bien merecía una rica merienda que les había preparado como recompensa. Salieron a merendar al patio en un ambiente divertido y propio de unos

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adolescentes de trece años. Yo disfrutaba al verles de nuevo y poder recordar con ellos a mi hijo. Venían a mi mente las imágenes de cada 27 de junio, durante las fiestas de cumpleaños anteriores, yo compraba globos de agua y se los tiraban entre ellos mientras reían a carcajadas cuando explotaban y se llenaban de agua. De repente, una de sus amigas me pidió que les enseñara un cD de fotografías que los profesores nos habían regalado el día que hubiera sido su trece cumpleaños, el 27 de junio, día en que hicimos la misa, diez días después de su entierro. Sorprendida y llena de regocijo porque desearan compartir conmigo las ganas de recordarle de nuevo, nos trasladamos a la sala del ordenador para visualizar esas fotos con imágenes del grupo en los sucesivos cursos del colegio. Después, como no tenían ganas de marcharse y seguían ahí callados y quietos, pusimos también las del reportaje que hicimos para el entierro de sus cenizas, con imágenes de José Luís desde que nació hasta sus últimos meses de vida. Su sed por verle de nuevo no se saciaba fácilmente. Al verlas, las lágrimas resbalaban por las mejillas de esos niños y niñas, que desafortunadamente ya conocían la pena de perder a un amigo. Recordé las palabras que me envió una amiga tras conocer la grave noticia. Su mensaje decía: “José Luis, tu piedra nos ha golpeado a todos”. Durante la tarde con los amigos de mi hijo, confirmé que la pérdida de José Luis había tocado a mucha gente a diferentes niveles. Al acabar el reportaje, el silencio rozaba lo sagrado y la tristeza se expresaba a través de los rostros sin necesidad de hablar. A pesar de ello, nos sentíamos cómodos, pues nadie hacía intención de marcharse. Yo sentía que José Luis estaba allí junto a nosotros, ocupando su lugar dentro del grupo como siempre. Les propuse contarles un cuento acerca de la muerte titulado “Jack y la muerte”, cuyo autor es tim Bowley. es un cuento her-

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moso, que ayuda a los más pequeños a comprender el ciclo de la vida y de la muerte como parte de un proceso necesario y natural, a través de un lenguaje metafórico y alegre. cuando terminé, la tristeza había ido dejando paso a la calma y parecían más relajados. entonces, llena de un inmenso agradecimiento por haberme regalado una tarde tan maravillosa y por compartir conmigo el recuerdo y los sentimientos de cariño y alegría por mi hijo, de forma espontánea, quise entregar a sus mejores amigos algunas de sus pertenencias: su casco de la bici, su caña de pescar, sus zapatillas de fútbol y su reloj. No tenía regalos para todos, pero en el grupo no había envidia ni celos y todos sabían y aceptaban quiénes eran los mejores amigos de José Luis y yo también. Les prometí que volveríamos a reunirnos de nuevo para ir juntos al lugar donde habíamos enterrado las cenizas de José Luis. ellos marcharon contentos y yo quedé satisfecha y llena de gozo por la presencia de mi hijo. Me sentía llena de él.

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RecuRSoS De AYuDA PARA AFRoNtAR LA PÉRDIDA De uN SeR QueRIDo

eNcueNtRo coN LA ASocIAcIóN tHALItA A medida que pasaban los días me sentía mejor, poco a poco la energía volvía a mi cuerpo físico y me costaba menos concentrarme en el trabajo, sin que el pensamiento acerca de la muerte de mi hijo permaneciera en mi mente como una constante. A nivel emocional, las oleadas de tristeza me invadían con menos frecuencia y el buen ánimo regresaba a mi vida cotidiana. Pero cuando se aproximaban los días del mes que me recordaban el tiempo trascurrido desde el trágico suceso que se llevó la vida de mi hijo para siempre, revivía lo sucedido y se reiniciaba el proceso de dolor otra vez más. Así es como cada mes transcurrían los días señalados: mi mente me trasportaba de regreso a los momentos acontecidos en cada uno de esos días que quedarán grabados en mi memoria mientras viva, y quién sabe si después de muerta. Revivía las sensaciones percibidas en cada momento:

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• Día 14, el accidente, el fuerte impacto al conocer la noticia tan inesperada, las sacudidas del shock y el comienzo de nuestro calvario. • Día 15, en el hospital, terror al conocer la gravedad, la operación, la incertidumbre, sentimientos de desesperación y tristeza. • Día 16, el médico nos confirma el fatal desenlace, lo peor ha ocurrido, ya no hay ninguna esperanza. Su muerte, el trasplante de órganos, el frío del mortuorio, el velatorio. • Día 17, el entierro, la despedida compartida, el adiós definitivo, principio de la ausencia física y desgarro profundo en nuestro corazón… Intentaba borrar esas imágenes de mi hijo entubado en la sala de cuidados intensivos o dentro del féretro, las evitaba esforzándome en recordarle lleno de vida entre juegos y risas, pero involuntariamente salpicaban mi mente y me hundía de nuevo en un mar oscuro de infinita tristeza y soledad, hasta llegar al abandono de mí misma, como una especie de muerte psicológica. era la lucha interior entre la realidad cruel y despiadada que me tenía atrapada en un sufrimiento continuo y mis ganas de negarla con el anhelo por escapar de ella, A lo largo del día, en casa o en el trabajo, me esforzaba por disimular para que no se me notara, pero al atardecer conducía mi coche en soledad hasta el lugar donde yacían las cenizas de mi hijo buscando la paz y la calma. Allí, bajo las ramas del gran pino, sentada en una roca en medio de la colina, escuchaba el sonido del viento y el agua del río, el trinar de los pájaros; los veía volar en un horizonte infinito; me admiraba de la grandeza de la naturaleza, del perfecto orden y armonía existente en sus ciclos vitales, me impregnaba con la fuerza vital que me trasmitían y así, contemplando la puesta de sol que envolvía el cielo de colores violáceos y anaranjados, me consolaba pensando que él seguía vivo aunque yo

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no lo pudiera ver ni tocar, que su muerte era tan sólo física, pero que su espíritu continuaba su camino de evolución. esa idea me ayudaba a reponerme de la angustia de no verle más y regresaba a casa capaz de estar con una actitud positiva ante mi marido y mis hijas. Yo sabía que, si ellos me veían mal, también se contagiarían de mi estado de ánimo y todo se complicaría de nuevo. Recuerdo que uno de esos días en que se aproximaba la fecha señalada, cuando se cumplían 5 meses desde su muerte, fui a misa por la tarde y al volver a casa ya había anochecido. era noviembre y las tardes eran cada día más cortas. Hacía frío. en casa no había nadie, todo estaba oscuro y en silencio. en mi interior, la pena golpeaba mi corazón insistentemente, a fin de que la reconociera y le escuchara. Me encontraba sola y no quise reprimirla; la miré con compasión y decidí abrirle la puerta de mi corazón para que traspasara poco a poco todo mi ser. como si de una vieja amiga se tratara, preparé el ambiente propicio para recibirla. encendí la chimenea y apagué las luces, dejando como única iluminación la luz tenue de una vela. Puse música de relajación, suave y evocadora, me tumbé en el suelo frente al fuego de la chimenea y sin resistirme más, comencé a aflojar para dejar fluir todo el dolor que me inundaba. Lloré y gemí durante un largo rato hasta quedarme rendida. La sensación era de total abatimiento y cansancio, por vivir, por luchar, por resistir. Deseaba morirme y descansar eternamente junto a mi hijo. tenía tantas ganas de volver a estar junto a él. era como si me hubieran arrancado una parte de mí y todo mi ser luchara por recuperar esa parte que seguía ligada a él invisiblemente. A solas, me resultaba más fácil abandonarme ante ese dolor insoportable y lloraba hasta vaciarme como tantas otras veces había hecho, liberando esa parte oscura que también nos pertenece y no podemos esconder ni rechazar. No recuerdo cuánto tiempo estuve así, porque en esos momentos el tiempo no existe.

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De repente, recordé que una buena amiga del pueblo me había dado el teléfono de una asociación de Albacete, de ayuda a padres y madres que han sufrido la pérdida de algún hijo. Hasta entonces no se me había ocurrido llamarles para pedirles apoyo o asesoramiento, pero en ese instante algo me dijo que había llegado el momento de hacerlo. Sin pensarlo dos veces, para que no desapareciera el impulso que había sentido, busqué el teléfono y marqué el número que había escrito en un artículo aparecido en un periódico provincial en el que la asociación se daba a conocer. Al otro lado del hilo telefónico, una voz tranquila y femenina me contestó, preguntándome quién era. casi sin presentarme, comencé a explicar el motivo de mi llamada y, conforme lo hacía, me sentía más y más aliviada. A pesar de ser una conversación telefónica, y de no conocer a la mujer con la que estaba hablando, el hecho de que ella también hubiera perdido un hijo pocos años atrás me animaba a hablar sin miedo, sin vergüenza, abriéndole mi corazón de manera libre y transparente, porque sabía que ella comprendía perfectamente mi dolor desgarrador e inconsolable. Hablamos durante un largo espacio de tiempo, sin prisa. Me pareció una mujer que sabía escuchar, sentía su receptividad y empatía sin necesidad de verla. Me contó lo que le había sucedido a su hijo, cuya muerte también se había producido de forma accidental y repentina, cuando apenas tenía diecisiete años. era un chico sano, fuerte y deportista como mi hijo. Me dijo algo que nunca olvidaré: “es curioso como nuestros hijos desde el cielo obran para ponernos en contacto y ayudarnos mutuamente”. Al finalizar nuestra conversación, le prometí que iría a Albacete un día con mi marido para conocerles personalmente y que nos informaran de sus actividades dentro de la asociación thalita, así se llama, y le agradecí sinceramente su escucha amable y activa.

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cuRSo De SANAcIóN coN LoS ÁNgeLeS Pronto llegaría la Navidad, fecha a la que yo temía pensando en lo mucho que notaríamos la ausencia de nuestro hijo. uno de los libros que leímos durante el proceso de duelo, y que nos sirvió de gran ayuda como guía durante este camino desconocido para nosotros hasta entonces, fue sin duda el libro de Robert A. Neimeyer “Aprender de la pérdida”. tal como decía el autor, nos encontrábamos en la etapa de las primeras veces: las primeras fiestas del pueblo sin José Luis, su cumpleaños, la vuelta al colegio de mis hijas y de todos sus amigos, de todos los niños del colegio excepto José Luís, las primeras vacaciones de verano, las primeras Navidades. La incertidumbre acerca de cómo reaccionaríamos y de cómo lo afrontaríamos me causaba temor y cierta ansiedad. esa misma ansiedad y temor me servían de señales de alarma para ver que aún necesitaba ayuda terapéutica y me aportaban la motivación para participar en cualquier curso que pudiera ofrecérmela. Así pues, unas semanas más tarde, vísperas de Navidad, me inscribí en un curso de sanación con los ángeles en el centro de terapias donde había realizado anteriormente la terapia gestalt y las constelaciones familiares. Asistí llena de entusiasmo, mi intuición me hablaba de nuevo, trasmitiéndome que ese curso sería otra oportunidad para encontrarme de nuevo con mi hijo. el sábado por la mañana me sentía como quien acude a una cita a ciegas, pero con seguridad y confianza en que algo bueno me esperaba. el ambiente era conocido y familiar para mí, el espacio de la sala me conectaba con una energía de paz y de calidez que me ayudaban a relajarme y a perder el miedo. también conocía a la terapeuta y a algunos de los asistentes, aunque era la primera vez en mi vida que veía a la mayoría de ellos.

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el grupo era reducido, lo que facilitaba la conexión entre nosotros. tras una breve presentación y ronda para compartir las razones que nos habían llevado hasta allí, comenzamos con una meditación guiada por la terapeuta. Nos guiaba por la senda de un camino por el que percibíamos todo tipo de sensaciones, el viento, las fragancias, los colores, los sonidos, el calor o el frío, así como imágenes de espacios diversos, de un río o una montaña, con sus animales, plantas, piedras… hasta llegar a una construcción que podía ser de cualquier tipo, un templo, una cueva, una casa. cada uno iba visualizando libre y placidamente. una vez dentro de la construcción que cada uno había imaginado, observábamos el lugar, su espacio interior, su estrechez o amplitud, su oscuridad o luminosidad, su decoración, y nos introducíamos en ella hasta llegar a una sala donde una cortina comenzaba poco a poco a elevarse, dejándonos ver a un ser que de pie nos esperaba tras ella. Se trataba de nuestro ángel. Le preguntábamos su nombre y él nos respondía en ese primer encuentro. el nombre que llegó a mi mente fue celeste. Y una sensación de agradable sorpresa penetró en mi cuerpo al recordar que durante el periodo de gestación de mi hijo, ése era el nombre que hubiera elegido para José Luis, si en lugar de ser un niño hubiera nacido una niña. ¿Por qué había surgido el nombre de celeste en mi pensamiento? ¿Me quería decir que un ángel se habría encarnado en mi hijo? ¿o significaba que mi hijo se habría convertido en mi ángel? No necesitaba más respuestas, para mí esta idea, que me llegó de pronto a la mente, fue la confirmación que de que mi hijo había sido enviado del cielo como un maravilloso regalo de Amor y de Alegría, para enseñarme a vivir con esos sentimientos de placer y de intensidad que él era capaz de trasmitirme.

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todos los mensajes que llegaban a mi mente durante los distintos ejercicios de meditación y visualización me hablaban de la iniciación a un proceso de transformación de mi ego y de elevación de mi alma a un nivel superior de consciencia. también regresaban a mí algunas imágenes de mi vida que reflejaban la inocencia en la etapa de mi infancia o el descubrimiento de la miseria humana durante mi adolescencia. La terapeuta nos dio a cada participante un cuaderno para que escribiéramos en él cualquier pensamiento que tuviéramos en cada ejercicio de meditación y visualización. en él escribí: “todos nos necesitamos aprender a través de la relación.” “gracias a todos los seres con quienes hemos elegido convivir, comenzamos un camino de aprendizaje intensivo de autoconocimiento y de comprensión del Mundo, que se desarrollará a lo largo de nuestra vida.” “todos los seres, simpáticos o antipáticos, nos ayudarán a encontrar en nosotros nuestras capacidades o dones y nuestras limitaciones.” con estos pensamientos, rellenaba el cuaderno y comprendía que, en mi camino, había llegado de nuevo a una encrucijada: tenía que elegir entre seguir mi camino con todas mis cargas o soltarlas para comenzar una nueva etapa. esta nueva etapa consistía más en “Ser” y menos en “Hacer”. era el comienzo de una lucha interna entre mi ego y mi ser. cada ejercicio terminaba con un compartir en grupo que nos interconectaba y nos enriquecía. en uno de esos intercambios, una participante, la más joven del grupo, se me acercó y me preguntó: “¿Puedo darte un mensaje de tu hijo?”. Sorprendida pero deseosa de escucharle, le miré con una sonrisa de agradecimiento animándole a que me hablara. entonces me preguntó si a mi hijo le gustaba montar en bicicleta, le respondí afirmativamente y prosiguió que así lo había visto ella.

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Añadió que era un niño muy bonico y que le había dicho con palabras textuales: “Mamá, no tengas prisa, que yo te espero”. cerrando los ojos, recordé ese día atrás, cuando, tumbada en el suelo junto a la chimenea, lloraba al echarle tanto de menos y deseaba morirme para volver a estar junto a él. entonces comprendí que él me estaba comunicando a través de esa chica que aquel día él se encontraba allí, junto a mí, y que no quería verme sufrir así. con ese mensaje, quería tranquilizarme y animarme diciéndome que él siempre estaría ahí dentro de mí. era un mensaje triste pero hermoso y sentí que ya no debía tener miedo a la muerte porque, cuando llegara, él me recibiría para darme la bienvenida y me llevaría con él. La chica continuó: también me ha dicho: “Mamá, quería habértelo dicho, pero no me dio tiempo”. Al escuchar esas palabras, recordé un día en el que mi hijo estaba recostado en el sofá viendo la tele. Ya tenía la timidez típica del adolescente que experimenta los primeros cambios hormonales en su cuerpo y le avergüenza e incomoda el contacto físico. Yo me acerqué para sentarme junto a él y bromeé mientras le abrazaba y le apretujaba, insistiéndole para que me dijera: “Mamá, ¡cuánto te quiero!". Divertido pero avergonzado, me apartaba con sus brazos diciéndome que le dejara. Ahora, me estaba diciendo “Quería habértelo dicho, pero no me dio tiempo”. en esos momentos, comencé a sentir mucho amor, ¡Dios mío, cuánto amor sentía en mi interior! el mismo amor que cuando le había estrechado entre mis brazos por primera vez al nacer, pero mucho más consciente del valor y del significado del mismo. Al terminar el curso, me estaba esperando allí una persona que redacta periódicamente una revista local en la que se publican artículos sobre cursos de crecimiento personal y del estilo. Quería hacerme una entrevista para el próximo número a fin de

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que le diera testimonio de lo que yo estaba viviendo a raíz de la pérdida de mi hijo. Y redacté un artículo en el que recogía todas las vivencias que he descrito. Éste es el artículo que le escribí: La Muerte De Un Ser Querido La muerte de un ser querido es uno de los hechos más importantes a los que todos nos tenemos que enfrentar tarde o temprano. Cuanto más unidos estamos a esa persona que nos deja, más profunda es la herida que se abre en el fondo de nuestro ser y más largo es el proceso de duelo que comienza en esos instantes. Su muerte representa la muerte propia, ya que, por un lado, nos recuerda que nosotros también moriremos un día y porque, además, con ese ser muere también algo de nosotros mismos. Todo nuestro mundo interior sufre un proceso de transformación, surgen emociones fuertes que es preciso liberar para que no queden reprimidas y provoquen en nosotros una situación de bloqueo que nos paralice y no nos permita avanzar, ni vivir con intensidad. La pena llama a nuestro corazón y hay que escucharla, sentirla, expresarla, compartirla, para que más adelante pueda sanar y transformarse en ganas de vivir conscientemente. En mi caso, la muerte de mi padre hace tres años y la muerte de mi hijo hace tan sólo unos meses, han sido los hechos más duros a los que he tenido que hacer frente en mi vida. La pérdida de mi padre produjo en mí una necesidad de mirar hacia atrás, volver a mi pasado, profundizar en mis raíces, para comprender el sentido de mi vida, mi evolución personal, y traer a mi memoria los recuerdos de mi infancia, revivir las emociones que viví desde muy niña, ser consciente de las influencias familiares que han marcado mi carácter para curar las heridas que se volvían a abrir desde una madurez personal

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que permite ver los hechos vividos con mayor consciencia. Durante este proceso de duelo, sentí la necesidad de pedir ayudar para aclarar la confusión interior que no me dejaba recobrar la calma, el equilibrio interior. Es por eso que decidí hacer una terapia de grupo llamada “Respiración holotrópica”, basada en la psicología transpersonal de un psicólogo llamado “Stanislav Grof”. Consiste en una metodología que nos ayuda a conectar con nuestro sanador interno para liberar las emociones del pasado que están bloqueadas, que nos hacen daño y no nos permiten vivir con intensidad y que afectan a nuestras relaciones personales. Algunas, son emociones tan antiguas que ni siquiera somos conscientes de ellas, pueden haberse producido incluso durante la etapa de gestación de nuestra madre, cuando tan sólo éramos un feto, o durante el momento del parto, si este fue traumático para nosotros. Esta metodología utiliza música evocadora y respiración circular para llevarnos a un estado de consciencia no ordinaria. Se hace en grupo, por parejas y, el primer día, un miembro de cada pareja cuida al que respira y, al día siguiente, se ocupa el lugar del otro, siempre bajo el acompañamiento de los terapeutas. Al terminar, se dibuja un mandala dejando que surja el subconsciente y se hace una puesta en común para compartir las experiencias vividas. En el mandala que yo dibujé, representé a un niño rodeado de los cuatro elementos de la naturaleza, dentro de la madre Tierra. En la parte superior externa, dibujé el símbolo del Creador que le mandaba rayos de luz divina y protectora. A su lado derecho, dibujé unos seres oscuros que intentaban acceder a él. Al año siguiente, mi hijo murió de manera inesperada. ¿Significaba esto que mi subconsciente lo sabía? Más tarde, Marylin Rossner, una de las médium más famosas del mundo por su ca-

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pacidad para comunicarse con el mundo espiritual, me confirmaría la respuesta. Volviendo a la puesta en común de la terapia de Respiración Holotrópica, cuando expresé lo que había experimentado, los compañeros y terapeutas me aconsejaron que hiciera otro tipo de terapia grupal llamada “Constelaciones familiares” para reconciliarme con mi pasado familiar. Así es como conocí el Centro de Terapias de Hellín “La Rosa de los Vientos”, donde hacían Constelaciones Familiares entre otro tipo de terapias de autoayuda y crecimiento personal. Tal como me habían comentado, con la terapia de Constelaciones Familiares, mis expectativas se cumplieron y me sentí liberada y reconciliada con la parte oscura de mi pasado que era causa de sufrimiento. Pero, dentro del proceso de duelo por la muerte de mi padre aún quedaban sentimientos que no habían sido expresados y la necesidad de seguir avanzando en este proceso de sanación que había comenzado me llevó a continuar con la terapia Gestalt y, unos meses más tarde, me sentí preparada para cerrar esta etapa de sanación. ¿Cómo podía imaginar yo que el trabajo personal que estaba haciendo a través de estas terapias, más allá de ayudarme a sanar las heridas abiertas tras la muerte de mi padre, me estaba preparando para superar la muerte de mi hijo un poco más tarde? La pérdida de mi hijo como he dicho al principio supuso mi propia muerte. ¿Dónde quedan los planes que habíamos programado para un futuro juntos? ¿Cómo proyectarse hacia el futuro de nuevo? Antes de responder a estas preguntas, es preciso comenzar un proceso de interiorización muy fuerte, que necesita de mucha energía y de mucho apoyo, pero, sobre todo, de mucho amor.

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El poder hacer un proceso de duelo positivo depende de muchos factores: el entorno familiar, las relaciones personales, el tener una vida social activa, las creencias religiosas o espirituales. Yo siempre he creído que somos cuerpo, mente y espíritu. Que el espíritu es parte de una Consciencia Universal Creadora y Divina que tenemos en común todos los seres humanos. Y, cuando he visto el cuerpo sin vida de mi padre y de mi hijo, he podido confirmar en mi interior esta creencia. Sentía que su espíritu seguía vivo, sentía su presencia de otro modo. Y así ha ocurrido muchas veces desde que él murió. Al principio lo puedes sentir constantemente, con sólo cerrar los ojos, puedes verle, oírle, escucharle. A medida que pasa el tiempo, conforme vas recobrando la actividad cotidiana y saliendo del estado de shock, es más difícil, por ello es importante tener un espacio adecuado en casa para conectar con él de otro modo, a través del silencio, de la meditación, de la oración. En mi casa, ese espacio ha sido su habitación, ya que me dolía profundamente verla cerrada, oscura y sin utilidad. He colocado en las paredes mariposas de colores junto a algunas de sus fotos, una alfombra con cojines en el suelo y unas varitas de incienso junto a las velas en una mesita a modo de altar. Ahora ha dejado de ser un espacio inútil, vacío y oscuro para convertirse en un lugar de luz, de inspiración, de paz y de amor. Allí, puedo conectarme con mi fuerza interior y comunicar con él a través del lenguaje del amor que se mantendrá vivo en la eternidad. Hay muchos libros que ayudan a comprender que la muerte no es un final sino una transición a otro plano. Muchos de ellos han sido escritos por científicos: “Viajeros en tránsito”, de la Doctora Mª Isabel Heraso; “La rueda de la vida”, de la Dra. Elisabeth Küble Ross; “De oruga a mariposa” de Anji Carmelo;

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“Vida después de la Vida”, del Dr. Raymond Moody; “Muchas vidas, muchos maestros”, del Dr. Bryan Weis… El mundo espiritual está tan vivo como el mundo en el que vivimos cuando tenemos un cuerpo que se manifiesta. Así nos lo comunicó una de las médiums más famosas del mundo, Marylin Rossner, en su seminario “Vivir conscientemente ayuda a morir consciente”, al que asistí con mi marido hace un par de meses en Albacete. He tenido la suerte de poder asistir también a su consulta privada y allí nos comunicó muchos mensajes de nuestro hijo para decirnos que no nos preocupáramos de él, que se encontraba “en un mundo de paz y de tranquilidad infinitas”, que sigue entre nosotros de otra manera. Sus mensajes eran precisos y concretos y nos hablaban de cosas que sólo él nos podía trasmitir. Por eso, mi marido y yo sentimos que eran auténticos y que teníamos que confiar en Marylin y en su capacidad para comunicarse con el más allá. Existen muchos recursos que sirven de ayuda para curar la herida tan profunda que provoca la muerte de un ser querido tan unido a nosotros, como un hijo, la pareja, un padre o una madre. Además de los que he mencionado a lo largo de esta entrevista, existe una asociación en Albacete, llamada Asociación Thalita, creada por padres que han perdido hijos con el fin de ayudarse mutuamente a través de los grupos de apoyo y de las jornadas que organizan. Es necesario ser conscientes de estos recursos y estar abiertos a utilizarlos durante el proceso de duelo, pero reconozco que no todas las personas que sufren una pérdida están abiertas a utilizar algunos de estos recursos, que son una valiosa ayuda. Por eso, he querido dar testimonio a través de esta revista a todas aquellas personas que pueden estar sufriendo esta situación o que tienen a alguien cercano que la padece.

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Sólo pretendo que mi testimonio sirva para ayudarles a abrirse sin miedo a todas estas herramientas que están a nuestra disposición y que van a ayudarnos a transformar el dolor y el sufrimiento en sentimientos de amor y gratitud, a través de la confianza y la esperanza que nos ofrece el saber que algún día nos vamos a encontrar de nuevo con nuestros seres queridos, sólo que ellos han emprendido ya el viaje que a nosotros nos tocará hacer un poco más tarde, pero ellos quieren que sepamos que nos están esperando. Hasta siempre, Rosa eNcueNtRo De DANzAS Y cANtoS SAgRADoS una de las mayores dudas que nos asaltan cuando estamos en proceso de duelo por la pérdida de un hijo es la de si seremos capaces de volver a reír, a bailar y a cantar, lo que significa conectar de nuevo con la alegría de vivir sin sentirnos por ello culpables. Sin embargo, hacerlo resulta vital si queremos recuperar el equilibrio y la normalidad en nuestras vidas como padres y como seres humanos. el ambiente o entorno próximo, así como las relaciones personales con amigos y familiares, es fundamental para que esta duda se resuelva, pues sólo en ambientes en los que nos sintamos en total y absoluta confianza y libertad, podremos expresarnos cómodamente, sin miedo ni preocupación por el qué dirán o el qué pensarán si me ven reír, o bailar, o disfrutar a pesar de haber perdido un hijo. tampoco resulta fácil atreverse a buscar esos momentos o espacios que te conecten con la felicidad o la alegría, porque permanece constantemente una energía de tristeza y de apatía que te lleva a mantenerte en ese círculo conocido, en el que te sientes seguro y cómodo y del que prefieres no salir, a pesar de que sabes que lo mejor para sanar es superar el dolor

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de una vez por todas y abandonar ese estado de perpetua tristeza. en nuestro caso, era más fácil expresar nuestra alegría libremente en entornos alejados de nuestra vida cotidiana, es decir, en aquellos lugares que no guardaban relación directa con el recuerdo de nuestro hijo, porque de esa manera no evocaban en nuestra memoria ningún momento compartido con él. Por eso, cuando nos llegó la invitación de unos amigos a la inauguración de la ecoaldea a la que se habían trasladado a vivir desde hacía unas semanas, nos pareció la mejor manera de empezar a salir y respirar aire fresco. era en las afueras de Madrid, durante el puente del Pilar. La invitación reunió alrededor de una docena de amigos de distintos lugares de españa, todos con muchas ganas de celebrar el estar de nuevo juntos. Los anfitriones nos enseñaron unos cantos y danzas sagrados que habían aprendido en un curso durante el verano. estos cantos y danzas sagrados proceden de culturas primitivas de los pueblos indígenas, como los maoríes de Nueva zelanda. Debido a su lejanía, están poco contaminadas por la sociedad consumista y globalizada actual. Sus tradiciones se han ido trasmitiendo de generación en generación, conservando así esta forma ancestral de comunicación con el mundo espiritual, cada vez menos accesible a las sociedades modernas. el encuentro superó con creces nuestras expectativas tanto en el plano relacional como en el del programa. La casa era muy cálida y acogedora, toda de madera, con unas preciosas vistas de campos recién labrados y un horizonte inmenso, de azul claro y radiante de luz. comenzamos el sábado a primera hora compartiendo la meditación y la oración en la habitación abuhardillada del piso más alto de la casa, a continuación, Víctor se encargó de animar los ejercicios de estiramientos en la terraza de su casa, desde donde podíamos contemplar su huertecillo, rico en biodiversidad cul-

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tivada: tomateras, pimientos, melones, flores y frutales que aportan una atmósfera de alegría y vida natural a la entrada de la casa y para orgullo suyo es la envidia de sus vecinos. tras un sabroso desayuno que nos preparó su compañera y buena amiga nuestra Mª José, comenzamos el taller donde aprendimos unos hermosos cantos y danzas que hasta el día de hoy no he dejado de repetir para evitar olvidarlos. estos cantos son una fuente de inspiración para abrir el corazón y el alma al mundo espiritual que nos rodea. el ambiente de alegría aumentaba por momentos, a medida que iban llegando los amigos que se incorporaban a lo largo de la mañana, hasta conseguir el ambiente lúdico y festivo que nos prepararía para la fiesta de inauguración de la ecoaldea, en la que no faltaron títeres, payasos, ricos manjares y música. en ese ambiente acogedor, de cariño y confianza, por primera vez desde la muerte de nuestro hijo, disfrutamos gratamente mi marido y yo, bailando y cantando con nuestros amigos sin ninguna dificultad, libres de pensamientos censuradores o limitaciones que bloquearan nuestras ganas de vivir con esperanza y alegría. tras la fiesta, y de regreso a la casa de nuestros anfitriones, nos reunimos en un ambiente cálido alrededor de una música de relajación. en ese espacio de recogimiento y cercanía, nos sentíamos entre amigos de verdad y por ello nos fue fácil dejar fluir e interconectar nuestros corazones y almas para compartir nuestra intimidad y sentirnos más cercanos, más hermanos, vulnerables y humanos, percibiendo en cada uno de nosotros lo trascendental, sintiendo la paz y la confianza en la VIDA eteRNA. Y como no podía ser de otra manera, en ese tiempo terapéutico-grupal, estuvo muy presente nuestro hijo José Luis, el duelo por su pérdida, el sentido de la muerte y de la vida, la enseñanza que siempre hay en las situaciones de crisis, la fuerza de la plegaria, de la meditación, el poder curativo del amor, de

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ese amor que hemos recibido desde tantos y tantos rincones del mundo y del que nos sentimos infinitamente agradecidos. Antes de despedirnos, una amiga nos habló acerca de un curso de canalización de energía universal, similar al reiki, porque se practica a través de la imposición de manos, pero no necesita de ningún tipo de rituales y parece más sencillo. Apenas la conocíamos pero era una mujer muy sensible, dulce e intuitiva. Su forma de sugerirnos este curso nos animó a interesarnos por él, constaba de tres niveles, cada uno duraba un fin de semana completo, para realizarlo, era preciso viajar hasta Madrid. Lo haríamos un par de meses más tarde, a mediados de enero. NueStRA PRIMeRA NAVIDAD SIN ÉL Para mí, la Navidad nunca ha sido una época del año alegre ni divertida. Por el contrario, siempre ha despertado en mí sentimientos de melancolía y de tristeza. conforme se aproximaban esas fechas, me iba sintiendo tensa y cada vez más cargada emocionalmente, estaba muy removida por las imágenes que regresaban a mi pensamiento con fuerza y despertaban sensaciones de añoranza por el pasado que se situaba ante mí como en un proyector. Recordé el año en el que yo acababa de obtener el permiso de conducir, después de tener a mis tres hijos, y los llevé a La Longuera para buscar cortezas de árboles, musgo, piedras y tierra para poner el Belén. Luego íbamos a la tienda del pueblo a comprar algunas figuritas de pastores y ovejas, los camellos, el asno y el buey. A José Luís, como a muchos niños pequeños le encantaba jugar con los animalitos del Belén y después los dejaba en su sitio, aunque a veces alguno sufría algún desperfecto al caérsele al suelo entre juego y juego. Sin lugar a dudas, esa sería la Navidad más triste de mi vida y no tuve ánimos para poner el Belén ni el árbol de Navidad en

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casa. Mis hijas lo adivinaron porque a ellas les sucedía lo mismo, no tenía ningún sentido celebrar la Navidad en nuestro hogar, no era una etapa feliz para nuestra familia. Al escuchar la música de los villancicos en alguna tienda del pueblo me trasladaba rápidamente al pasado y una tras otra, comenzaron a pasar ante mí las escenas de los festivales de cada año, disfrazado de pollo, de San José, de pastorcillo, de cocodrilo, de Rey Mago. Recordaba el último festival de Navidad del colegio, cuando él había bailado un tuís en pareja con su clase de 1º de la eSo, cómo me había reído al verle bailar superando la vergüenza que le provocaba hacerlo en público y qué bien se movía con su cara muy seria al prestar atención para no equivocarse. era el más alto de la clase, y por eso en todos los bailes del colegio, solían ponerle detrás del grupo para no tapar a los más bajitos. como ya usaba el número 40, tuve que comprarle unos zapatos negros de caballero para la ocasión. Así como en años anteriores, nos fuimos a pasar la Nochebuena y el día de Navidad a Alicante con mi familia. estaba rodeada de seres queridos, de mi familia más íntima, pero la tristeza ocupaba todo mi ser y yo no tenía ganas de festejar, ni siquiera de hablar porque sólo habría hablado de él y no quería entristecer a los demás. tampoco se me ocurría otra cosa que decir, estaba enmudecida y ajena a las distintas conversaciones que se cruzaban. Mi corazón estaba roto y mi mente estaba ausente, pensando en nuestro hijo, en el pasado tan feliz que había compartido con él. el ambiente era diferente al de otros años, dos años antes había faltado mi padre y ahora me faltaba también mi hijo, ¡cuántas ausencias importantes! todos estábamos tristes y nos esforzábamos por disimularlo, hicimos la comida tradicional pero sin la alegría ni el entusiasmo de otras veces. tras la comida de Navidad, mis sobrinas y mis hijas se pusieron a jugar a las cartas como solían hacer cuando estaba juntas. Yo me paraba a observarlas y echaba tanto de menos a nuestro hijo que

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no podía evitar que las lágrimas brotaran por mi rostro espontáneamente, apretaba los labios para no romper a llorar y cuando no podía aguantarlo más, me iba a dar un paseo para relajarme en compañía de mi marido que sufría tanto como yo. tampoco tenía ilusión por dar la bienvenida al nuevo año, me daba absolutamente igual el día que fuera, contaba los días que faltaban pero porque deseaba que se pasaran por fin esas fiestas tan desgraciadas para nosotros y que todo volviera a la normalidad. Recordaba la Nochevieja del año anterior, cuando tras comernos las uvas en casa después de la cena, él salió al portal de la calle para explotar unos petardos que se había comprado esa tarde en una tienda del pueblo. todo me hablaba de él, las películas que hacían por esos días en la televisión y que a él tanto le gustaba ver, como “el Señor de los anillos” o “Harry Potter”. Me entristecía pensando en lo que disfrutaría si estuviera allí con nosotros, pero lo cierto es que no estaba, ya nunca más estaría disfrutando ni compartiendo esos momentos entrañables con nosotros. ese pensamiento me desgarraba por dentro y para ayudarme a sacar toda esa tristeza me refugiaba en la escritura de mi libro hasta que rompía a llorar y tenía que parar porque no podía continuar. observaba con mucha nostalgia la felicidad en el rostro de otros padres con sus hijos, especialmente el día de Reyes, la gran fiesta de los niños, quienes esperan recibir con alegría y sorpresa los juguetes que con tanta ilusión han soñado. A José Luís le encantaban los juguetes de cualquier tipo y los disfrutaba mucho, no se cansaba de ellos con tanta rapidez como les sucede a otros niños y, aunque sus preferencias iban cambiando con la edad, cuando veía a un niño pequeño con un juguete, enseguida se le acercaba para que se lo enseñase y se ponía a jugar con él. como cualquier madre, yo también disfrutaba pensando en qué juguete le gustaría más recibir de los Reyes. ¡cuántos recuerdos guardo en mi memoria sobre esas fechas! Los primeros Reyes le trajeron

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un caballito balancín de madera de varios colores, era precioso y me encantaba verle montado en él a pesar de que aún no andaba. Recuerdo su primer triciclo, con el que corría detrás de sus hermanas, que ya habían aprendido a ir en bici; otro año le trajeron el scalextrix que guardaba bajo su cama, o el camión de Spiderman del que se había encaprichado al verlo en casa de su primo, yo tuve que pedir a mi padre que lo buscase en Alicante después de recorrer un montón de tiendas de juguetes en Albacete en las que estaba agotado y por fin lo encontró. otro año me pasé todo el santo día montándole la granja de Play Mobil a pesar de no ser muy mañosa para esas cosas. Pero hacía lo que podía con tal de verle feliz. Lo que no consiguió como regalo a pesar de que insistía en que se la comprásemos fue la consola, que nunca llegó. Al ver que no nos convencía, se marchaba resignado a casa de su amigo germán a jugar con la suya y así se conformaba. cuRSo De ActIVAcIóN DeL ALMA La conexión con nuestros seres queridos va más allá del tiempo y del espacio. en algún lugar de nuestra conciencia, existe un espacio que se activa y nos conecta con la trascendencia, con lo sagrado y con lo divino. en momentos de inmensa tristeza y dolor, alguna parte de nuestro cerebro se despierta y ese estado se manifiesta de forma inesperada, dándonos el consuelo que puede devolver la calma y la paz a nuestro ser más profundo. es en ese estado donde aparecen nuestros guías espirituales, nuestros ángeles guardianes, que nos susurran mensajes de compasión y consuelo, de esperanza y de luz. No tenemos que hacer nada para advertir su presencia, porque en ese estado de consciencia, lo más sutil y escondido nos habla con claridad y no vemos otra realidad más que esa. La mayoría de las veces, consideramos que son ideas nuestras o casualidades

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que suceden sin más, pero es esa parte de nuestra consciencia que, conectada con la otra “realidad”, actúa para dar respuesta a nuestras necesidades, de forma que vamos realizando poco a poco y de manera “inconsciente” el propósito de nuestra vida. en ese estado de consciencia, los sentidos físicos pasan a un segundo plano, de manera que nuestras percepciones son de otra naturaleza, bastante difíciles de describir en el estado de consciencia normal y con el lenguaje coloquial que manejamos, aunque seamos expertos en la dialéctica, de poco nos sirve, ya que estas sensaciones son de otra naturaleza, más parecida a los estados de semiinconsciencia o de sueño. A lo largo de este libro, podréis encontrar bastantes ejemplos de lo que os cuento. A continuación, os relato otra vivencia más de este tipo que he tenido a partir de la muerte de mi hijo José Luis. Faltaban pocas semanas para que llegara la Pascua. Habían pasado ocho meses desde su muerte y sería la primera Pascua sin él. Yo no quería pasarla en el pueblo, pues él era miembro de la banda de cornetas y de tambores San Juan, y durante la Semana Santa tocaba en las procesiones. este año, en recuerdo a José Luis, los responsables de la Banda habían decidido llevar un lazo negro en señal de luto por su muerte. Yo había devuelto su traje y su corneta al Presidente de la Banda, a las pocas semanas de morir José Luís, se lo había entregado junto a la túnica de la hermandad de San Juan, para que lo pudiera llevar otro niño de la banda en su lugar. cada vez que abría su armario y lo veía, me sentía muy desgraciada pensando que nunca más lo llevaría puesto. Había sido muy duro devolverlo, porque me había desprendido de algo muy suyo, pero sabía que poco a poco era necesario desapegarme de sus objetos personales si quería aceptar su pérdida y aprender a vivir con él. entonces, al igual que en anteriores ocasiones, comencé a sentir en el pecho la misma punzada aguda junto a una sensación de quemazón interna en esa zona que también se llama plexo solar.

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uno de esos días, vísperas de Semana Santa yo estaba mirando el correo electrónico en mi ordenador y apareció ante mis ojos un mensaje sobre un curso que se anunciaba como “curso de activación del alma”, lo organizaba la terapeuta con la que yo había hecho constelaciones familiares y terapia gestalt tras la muerte de mi padre. Duraba un fin de semana y se realizaría en un pueblo no muy alejado del nuestro. Sentí con claridad y fuerza en mi interior la llamada de mi hijo que nos interpelaba para que acudiéramos a este nuevo encuentro. Algo me decía que era importante que fuéramos mi marido y yo juntos como habíamos hecho en anteriores ocasiones. tras hablar de esto con él, nos inscribimos en el curso pero, cuando apenas faltaban tres días, nos anunciaron que se tendría que suspender por falta de personal inscrito. Por otro lado, mi marido se había echado para atrás por varias razones. La primera de ellas era que no le interesaba lo bastante para asistir ni veía muy claro que le aportara algún beneficio, la segunda era que el sábado tenía que asistir a una reunión importante y, la tercera, motivada por el precio del curso, ya que al ser dos sumaba una cantidad digna de tener en cuenta. es curioso cómo podemos actuar solamente con la energía de nuestros pensamientos y os diré lo que ocurrió. Al comunicarme la terapeuta que se había tenido que suspender el curso, me quedé muy desilusionada y decepcionada y no quería renunciar a la posibilidad de volver a encontrarme con mi hijo. Buscaría otras formas de hacerlo, puesto que ese fin de semana no tenía que trabajar. Inmediatamente después de colgar el teléfono a la terapeuta, y en cuestión de minutos, llamé a varios centros de terapias en Albacete para preguntar por los distintos tipos de cursos que tenían organizados para ese fin de semana. Pero ninguno de ellos era lo que yo buscaba y no me convencían ni parecían de mi interés. Al cabo de media hora, cuando ya empezaba a pensar que tendría que desistir de mis intenciones,

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volví a recibir otra llamada de la terapeuta, que me decía que finalmente el curso sí se llevaría a cabo con las personas que se habían inscrito, a pesar de no ser el número mínimo de participantes necesario. La persona que impartiría el curso sentía la responsabilidad de satisfacer la necesidad y el deseo de los que se habían apuntado y por eso lo daría a pesar de todo, pero variaría la duración del mismo, reduciéndolo a la mañana del domingo, por lo que el precio también se reducía a la mitad. ¡era genial! Podéis imaginar mi alegría y satisfacción. Mejor imposible: no sólo podría hacerlo sino que, además, había reducción de precio y finalmente se llevaría a cabo el domingo, con lo que mi marido podría acompañarme. Ésta era una prueba de que había algo “especial” detrás de todas estas “casualidades” que soplaba a favor de que todo siguiera adelante. Nos pusimos en marcha el domingo muy temprano para acudir puntuales a esta nueva cita con nuestro hijo. Quien impartía el curso era un maestro espiritual. era la primera vez que conocía a uno en persona, lo que daba respuesta a una de mis necesidades, que habían ido evolucionando sucesivamente a lo largo de las distintas etapas del proceso de duelo. Más tarde explicaré por qué. el discurso del maestro era muy interesante. utilizaba un lenguaje fácil de entender a pesar de hablar de cosas que habitualmente no estamos acostumbrados a escuchar y, además, tenía un gran sentido del humor, algo que me sorprendía gratamente, pues no me lo esperaba. Pero no es mi intención contar en este libro las cosas de las que nos hablaba, sino compartir con vosotros la experiencia que viví durante un ejercicio grupal de meditaciónvisualización guiada por él. con los ojos cerrados, teníamos que visualizar que nos dirigíamos hacia una puerta tras la cual nos estaba esperando un ser querido para llevarnos a otro plano de la realidad, a otra dimen-

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sión más elevada. como seguramente ya habéis adivinado, era mi hijo el que se encontraba tras la puerta que yo tenía que abrir y cruzar. Al cruzar la puerta, teníamos que continuar solos con ese ser que nos estaba esperando. A partir de ahí, la voz del maestro desapareció. Yo sentí que la presencia espiritual de mi hijo me animaba a cruzar la puerta y con él no sentía ningún miedo de sumergirme en esa realidad tan nueva y desconocida. Al traspasar la puerta me encontré de repente sumergida en medio de una intensa luz resplandeciente y maravillosa que penetraba por todo mi ser dándome calor y protección. A continuación, y en cuestión de un breve espacio de tiempo, me encontraba en un lugar difícilmente definible: era como un vacío sin existencia, sin nada, sólo yo. entonces llegaba de nuevo la presencia espiritual de mi hijo que se acercaba hasta a mí, acompañado de otra presencia espiritual que yo reconocía de inmediato, pues era mi padre. No recuerdo imágenes ni sonidos, sólo la sensación de gozo por el encuentro y que me abrazaba como él solía hacer. Nos comunicábamos sin hablarnos, expresándonos todo el amor y el cariño que sentimos el uno por el otro. La sensación era de bienestar y de alegría, de inmensa gratitud por tener la oportunidad de encontrarnos de nuevo. La presencia de mi padre desapareció y me quedé sola de nuevo. entonces llegó mi hijo por segunda vez, en esta ocasión venía acompañado de mi abuela paterna, Rosa, la que me crió desde mi más tierna infancia y de quien llevo su nombre. Mi hijo la traía junto a mí como un bonito que regalo que deseaba ofrecerme y sin palabras me comunicaba que él se tenía que marchar a jugar con otros niños que le estaban esperando, de una forma tan natural como suele ocurrir en el mundo real. era como si me trajera una ofrenda, cuyo significado era importante sólo para mí. Los niños tienen una intuición innata y hacen cosas así de manera natural, porque saben mucho más de lo que los mayores creemos.

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Volvió de nuevo, por tercera vez en compañía de una última presencia. Se trataba de mi amiga Rosa. una gran amiga de la escuela con la que compartí muchos y buenos momentos en mi adolescencia y en mi juventud. ella falleció tras 11 años de leucemia cuando tenía 21 años y yo 20. tras la muerte de mi hijo, había pensado en ella y en sus padres en varias ocasiones, pero no desde la perspectiva de amiga, sino de madre. Al aparecer cada una de estas presencias, se desvanecía la anterior. cuando desapareció mi amiga y quedé sola, me encontré en una estancia con acceso a varias entradas que conducían a distintos pasillos. una voz que no sabría identificar me indicaba que era el momento de regresar de nuevo, puesto que aún no me correspondía estar en ese el lugar. Al entrar por uno de esos pasillos abrí los ojos, y de manera inmediata e instantánea me encontraba de nuevo en la sala en la que estaba el grupo del curso de activación del alma. era como si acabase de regresar de un viaje fuera del tiempo y del espacio. gracias a ese encuentro tan feliz e inesperado con mis seres queridos, volví a sentir la misma sensación de plenitud que experimenté nueve meses atrás, durante la respiración holotrópica.

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PARtIDA HAcIA uN MuNDo NueVo

eL ANIVeRSARIo De Su MueRte Al igual que habíamos preparado con mucho cariño y cuidado los momentos importantes en la muerte de nuestro hijo, como su funeral y el entierro de sus cenizas, se aproximaba la fecha en que se cumpliría el primer año de su viaje hacia lo eterno. La gente del pueblo nos preguntaba cuándo sería la misa de aniversario y aunque no teníamos muy claro si la queríamos hacer o no, finalmente pensamos que era un acto que se realizaba tradicionalmente en el pueblo y que tenía un sentido religioso importante. Así pues, hablamos con nuestro párroco y le pedimos que fuera una misa personalizada en la que nosotros pudiéramos elegir las lecturas y prepararlas. Por supuesto, no puso ningún problema, más bien al contrario, agradeció nuestro interés y participación. Pero la misa no fue el único acto que habíamos programado para conmemorar el primer aniversario de la muerte de nuestro

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hijo. Yo quería hacer algo íntimo junto al árbol con sus amigos porque ellos no habían tenido aún la ocasión de estar allí. todavía no había cumplido la promesa que les hice el día de los marcapáginas de llevarles junto a sus profesores del colegio al lugar donde yacían las cenizas de José Luís y sentía muchas ganas de hacerlo. Inmediatamente, aceptaron nuestra invitación, a pesar de que estaban muy ocupados con los exámenes y el festival de fin de curso. Así es que una tarde del mes de junio, nos dirigimos hacia allí en varios coches, colocamos un ramo de flores que ellos le habían comprado. Nos sentamos en círculo sobre las enormes piedras que hay alrededor del árbol, cantamos y rezamos el cántico de las criaturas de San Francisco de Asís, en alabanza a la belleza manifiesta en cada rincón de ese valle tan maravilloso. también leímos una lectura del libro que habla de la eternidad del alma y del poder de la plegaria, cuyo autor es un monje budista de origen vietnamita que se llama thich Nhat Hanh. Les trasmitimos lo importante que ha sido para nosotros como padres la espiritualidad como espacio de conexión con lo sagrado, independientemente de cualquier tradición religiosa. La práctica espiritual diaria nos ha sido de gran ayuda durante todo nuestro proceso de duelo para conseguir vivir en paz y armonía, atravesando el dolor y aceptando su ausencia física. Finalmente, compartimos el recuerdo de algunas anécdotas divertidas acerca de José Luís y de las payasadas que le gustaba hacer para divertir a sus amigos en clase. Me contaron que un día mientras estaban en clase, él se percató de que había perdido el billete de 5 euros que había llevado de casa para pagar la excursión que habían organizado a una pista de patinaje. ese era el último día de plazo y él pensaba que había guardado el dinero en su estuche. como no lo encontraba allí donde recordaba haberlo guardado se puso a llorar, porque José Luís era de lágrima fácil. Sus amigos le dijeron que buscara en otro sitio, pero él estaba empecinado que era en el estuche donde debía estar y no

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buscaba en otro lugar, limitándose a llorar y a quejarse mientras que aumentaba su enfado. cuando ya se convenció de que debía buscar en otra parte, metió su mano en el bolsillo del pantalón y sacó el billete de 5 euros que había dentro, rompió a reír con tanta fuerza que un montón de mocos le salió por la nariz y entonces toda la clase estalló en mil carcajadas. Sus profesores también recordaron algunas de sus travesuras con mucho cariño y gran emoción. Fue una tarde preciosa, que acarició mi alma y llenó mi corazón de alegría y gozo al compartir con ellos su recuerdo. estoy segura de que él nos escuchaba y nos miraba desde el cielo, divertido y feliz, con su peculiar y maravillosa sonrisa. continuando con los actos de conmemoración del primer aniversario de la muerte de nuestro hijo, pensé que sería un buen momento para traer al pueblo a la Asociación thalita y hacer una presentación pública en la casa de la cultura. en los últimos años, habían muerto en el pueblo otras personas jóvenes y estaba segura de que a sus familiares les serviría de ayuda. De ese modo, podríamos tratar un tema del que por desgracia, poco se habla y apenas se trabaja en profundidad, el tema de la pérdida y de la importancia de la muerte como parte del ciclo de la vida. este acto serviría además de marco para dar a conocer los recursos tanto humanos como materiales que existen para resolver de forma saludable el proceso de duelo, y sobre todo, podríamos dar un testimonio vivo a través de nuestra experiencia. Y, sin lugar a dudas, sería el momento ideal para rendir homenaje a nuestro pequeño José Luis. Pondríamos el reportaje de sus fotos y así la gente del pueblo que le conocía y le quería podría recordarle una vez más. Pensado y hecho: el salón de actos de la casa de la cultura estaba repleto de vecinos, conocidos y amigos. una vez finalizado el acto, aprovechamos la ocasión para expresarles públicamente nuestra gratitud por habernos acompañado tan respetuosamente a lo largo de aquel año tan doloroso y

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duro para nuestra familia, y por todo el calor humano con el que esa buena gente nos había arropado. Pero faltaba el acto más importante de todos, que suponía un momento crucial en nuestro proceso de duelo, el acto de soltarle definitivamente, de empezar un camino nuevo sin su recuerdo constante, el momento de cambiar la energía del dolor por otra renovada y llena de esperanza y alegría. eso no significaba que le tuviéramos que olvidar ni romper el vínculo de amor que nos unirá hasta la eternidad. Me sentía más preparada para hacerlo y pensaba que había llegado el momento. estoy segura de que él también lo necesitaba, necesitaba partir hacia un lugar nuevo, sin límites ni enganches emocionales, totalmente libre de ataduras. Yo estoy convencida de que todos nuestros hijos se comunican con sus padres desde donde están y, de alguna manera especial y única para llegar a cada uno de nosotros, nos dicen cómo podemos ayudarles a conseguir esa paz y esa luz que tanto necesitan, y sobre todo nos recuerdan que no dejemos de enviarles todo nuestro amor. también creo profundamente que podemos influir en el bienestar de su alma, al igual que ellos nos ayudan a nosotros y nos dan fuerzas para continuar viviendo lo mejor posible. Pienso que, de la misma forma que aprendemos a desapegarnos de nuestros hijos cuando son mayores y se marchan fuera de casa para estudiar o trabajar, igualmente es muy importante si queremos aprender el amor incondicional, que los padres logremos desapegarnos del alma de nuestros hijos y no les retengamos cerca de nosotros, a pesar de que nos resulte muy difícil puesto que es algo que hacemos de manera inconsciente, porque les necesitamos para nuestro propio bienestar, aunque con ello mantengamos nuestra actitud egoísta. Algunas semanas antes de su aniversario, aproximadamente por mediados de mayo del 2009, tuve el presentimiento de que

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había llegado el momento de soltar definitivamente el alma de José Luís para que avanzara de nuevo, como si tuviera que subir un peldaño más hacia una frecuencia más elevada. Algo en mi interior me decía que para ello, era necesario ir hasta el lugar donde había sucedido el accidente para limpiar cualquier resto de sombra o de negatividad que pudiese haber quedado allí. una tarde de primavera, en la que íbamos paseando por La Longuera se lo comenté a mi marido y aceptó la idea. Pero le pedí que permitiera también que nos acompañaran todas las personas que habían presenciado el trágico accidente. De esa manera, una tarde de sábado, víspera del aniversario nos reunimos con ellos, y juntos nos dirigimos hasta la Muela. era la primera vez que yo visitaba aquel lugar, jamás había estado antes allí. Llevamos incienso, flores, velas y unas banderitas de papel de colores como las que se cuelgan en los monasterios tibetanos. en la tradición budista, los monjes escriben en las banderitas las oraciones que quieren enviar a las almas de los difuntos para que el viento, el sol y la lluvia las lleve junto a ellas. Nosotros, pedimos a cada uno de los presentes, niños, jóvenes y adultos que escribieran en ellas, de forma anónima, aquellas palabras que les salieran del corazón en esos instantes. Hubo un gran silencio en el que cada uno buscó a través de la reflexión las palabras que deseaba expresar. Sus rostros reflejaban la gran emotividad del momento. Poco a poco, fuimos colocando las banderitas en los árboles de la montaña mientras que algunos de nosotros entonábamos una canción en sánscrito que significa: “tomo refugio en la flor del loto”. Después, una persona del grupo plantó una encina en recuerdo de José Luis. Finalmente, todos juntos, nos pusimos de pie y nos cogimos de la mano formando una cadena. en lo alto de la montaña, frente al horizonte inmenso e infinito, comenzamos a gritar a voces enviándole todo lo mejor de cada uno a nuestro querido y amado hijo, hermano y amigo: José Luis.

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Palabras para el recuerdo es un relato que narra la madre de José Luís, un niño que perdió su vida a los 12 años en un trágico y fatal accidente. La autora, Rosa Valles, comenzó a escribir por iniciativa propia como vehículo de sanación, para liberar todas las emociones que surgieron con fuerza y profundidad durante el año siguiente a la muerte del más pequeño de sus tres hijos. Poco a poco fue tomando consciencia de que su relato constituía además un legado que trasmitir a sus hijas y a sus futuras generaciones, como testimonio auténtico y real que cuenta los hechos ocurridos para evitar su olvido y conservarlo vivo en la memoria de la historia familiar. Inmersa en la narración del libro, fue atravesando el dolor, reviviendo cada instante, evocando cada recuerdo, cada sentimiento y observando desde fuera todo lo vivido, como espectadora de sí misma. Su visión espiritual de la vida y de la muerte han sido esenciales, para conectar con la fuente universal, de la que fluyen la apertura y el compartir, como cauces que le han guiado hacia una inmensidad de experiencias ricas y gozosas, aportándole la paz interior y la alegría de vivir en su camino hacia el comienzo de una nueva vida.

Rosa Valles Martínez nació el 20 de marzo de 1968 en Alicante, donde estudió Turismo. En 1990 se trasladó a vivir a Elche de la Sierra (Albacete), integrándose en la Comunidad del Arca de Lanza del Vasto, fundada sobre la filosofía gandhiana de la noviolencia e instalada en un paraje llamado La Longuera. El día 16 de junio del 2008 perdió a uno de sus tres hijos, el pequeño José Luís, en honor de quien escribe esta obra, para dejar testimonio de una de las experiencias más dolorosas en la vida familiar. Durante las jornadas sobre el duelo que organiza la Asociación Talitha de Albacete, conoció a Angela Ortiz y Manuel Reyes, padres de Marta, una joven cuya vida se vió interrumpida por un cáncer que no pudo superar. Gracias a las intervenciones de ambos y tras la lectura de los libros que ambos habían publicado “La sonrisa de Marta” y “Sin tocar fondo”, sintió el impulso necesario para lanzarse en la aventura de publicar su propio libro.


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