EMILIO SALGARI
de que los dayakos todavía no habían podido reunirse en aquellos lugares. Apenas se ocultó el sol, dispuso Yáñez rápidamente los preparativos para la marcha. A bordo había aún treinta y seis hombres, incluyendo a los heridos. Escogió quince tan sólo, pues no quería mermar demasiado la tripulación, que podría verse acometida durante su ausencia, y cerca de las nueve de la noche, después de haber recomendado a Sambigliong que ejerciese la más activa vigilancia para que no lo tomasen de sorpresa, volvió a saltar en tierra con Tangusa, el piloto y la escolta. Todos iban armados de un modo formidable, con carabinas indias de largo alcance y con “parangs”, terribles cimitarras que de un solo golpe decapitan a un hombre; además llevaban gran provisión de municiones, pues ignoraban si Tremal-Naik tendría suficiente para poder resistir un asedio. -¡Adelante, y, sobre todo, haced el menor ruido posible!- dijo Yáñez en el momento en que se internaban en el bosque-. Todavía no tenemos la seguridad de encontrar libre el camino.
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