Sandokán.Los tigres de la Malasia

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EMILIO SALGARI

el piloto y el mestizo no tenían necesidad de la luz para saber dónde se encontraban. -¡El “kampong” de Pangutarang!- exclamaron a un tiempo. -¡Y rodeado por los dayakos!- añadió Yáñez arrugando el entrecejo-. ¿Se habrá reunido ya el grueso de sus fuerzas? Multitud de hogueras dispuestas en semicírculo ardían ante la factoría, cual si los terribles cortacabezas hubiesen establecido un gran campamento. Yáñez y sus hombres se detuvieron mirando con ansiedad aquellas lumbres, tratando de darse cuenta de las fuerzas de los sitiadores. ¡Esto sí que es un inconveniente de importancia!murmuraba Yáñez-. Sería una imprudencia aventurarse a ciegas contra fuerzas que pueden ser veinte veces superiores; y, por otro lado, sería también una locura esperar a que amanezca. Faltaría la ventaja de la sorpresa, y podrían rechazarnos. -Señor- dijo el piloto-, ¿qué decide usted? -¿Crees que son muchos los sitiadores? -A juzgar por el número de hogueras, podría creerse que sí. ¿Quiere usted que vaya a cerciorarme de las fuerzas que componen? Yáñez lo miró con desconfianza. 114


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