XXVIII CUENTOS AL ESTILO DE "EL CONDE LUCANOR"

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LAS RIQUEZAS DEL REY por Raúl García, 3º A. Estaba un día hablando el Conde Lucanor con su consejero Patronio y le decía de esta manera: -Tengo un enemigo que es muy poderoso, incluso tiene más propiedades que yo. Hace unos días me hizo un propuesta para firmar la paz y aliarnos ante enemigos más poderosos. La propuesta nos beneficia a los dos, pero sobre todo me beneficia a mí. Por eso, os ruego que me aconsejeis acerca de este asunto, ya que no sé si aceptar su acuerdo. -Señor conde Lucanor, sé que mi consejo no os hace falta, pero puesto que vos lo queréis, para ayudaros me gustaría que supieseis lo que le ocurrió a un rey con un marqués. El conde Lucanor preguntó que le había sucedido al rey con el marqués, y Patronio le contó esta historia: Había una vez en un lugar cercano a este, un rey muy poderoso. Era muy bueno, aunque se creía todo lo que le contaban. Su gran enemigo era el marqués de la Cruz, que residía en un reino cercano al suyo. Su enemistad era conocida por todos y siempre que coincidían reñían violentamente. El marqués era dueño de una gran fortuna que había conseguido robando y engañando a la gente. Su siguiente objetivo fue el rey y para hacerse con sus riquezas, ideó uno de sus astutos planes. El marqués hizo que los dos coincidieran, y aprovechando la situación conversó con él: -¿Por qué no firmamos la paz Majestad? Llevamos mucho tiempo siendo enemigos, lo que no nos ha apartado ningún beneficio. Sin embargo, si nos unimos podemos conquistar multitud de territorios y seremos más poderosos. El rey no daba crédito a lo que estaba sucediendo, pero aceptó el trato. Poco a poco los dos se fueron haciendo amigos y cogieron confianza, tanto que el rey le confesó al marqués dónde guardaba su dinero. Una mañana, el márques finalizó su plan. Con un aviso falso sacó al rey de su palacio para que fuera al pueblo. Aprovechando su ausencia, el marqués se adentró en el palacio del rey y robó su dinero. Ese día el marqués desapareció del reino, y el rey se quedó sin nada en sus bolsillos. -En cuanto a vos, señor conde –concluyó Patronio-, en vuestras manos está el aceptar el trato de ese hombre si cree que es honrado y sus pensamientos son sinceros. O bien, rechazarlo si vos juzga que ese hombre no merece su amistad.


El conde pensó que el consejo de Patronio era bueno, así que lo siguió y descubrió que ese hombre solo pretendía arruinarlo. Y, como a don Juan Manuel el ejemplo le parecía útil mandó copiarlo en este libro e hizo estos versos que resumen la moraleja. El que hasta ayer fue tu enemigo, hoy no se convertirá en tu mejor amigo.

EL

EMBAUCADOR

DE

LEÓN

Y

EL

MARQUÉS

DE

MALCASADA por Cristina Diezma, 3º C Un día, hablaba el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo así: -Patronio, esta mañana ha venido un mozo de buena casta ofreciéndome la compra de unas tierras que vende con rentas bastante altas. Además, me dijo que si me interesaba su compra, por ser yo me haría descuento y me regalaría unas aves y perros de caza. Me gustaría que me aconsejarais sobre dicho asunto para no caer en un engaño.

- Señor Conde Lucanor- dijo Patronio-, para que hagáis lo mejor en este asunto, me gustaría que supieseis lo que le sucedió al marqués de Malcasada y al mozo de León. El Conde Lucanor le rogó que le dijese qué le había sucedido al Marqués de Malcasada y entonces Patronio dijo: Señor Conde Lucanor, en León había un mozo que tenía fama de soñador y pretencioso. Su familia era noble y rica pero tras realizar una mala gestión de sus tierras y las rentas de su feudo, fueron destronados y desterrados de sus tierras y


fueron a parar a León, donde el hijo de los desterrados iba ofreciendo la venta de las tierras de su padre para que alguien cayera en su trampa e hiciera trato con él. Varios fueron los incautos que fueron estafados por estos sinvergüenzas, que vendían tierras que no tenían y tras cometer el delito se marchaban y desaparecían sin dejar rastro y tampoco dejaban pistas y su delito no era denunciable para las autoridades, por lo que el delito permanecía impune. Embaucaban a sus víctimas con precios muy atractivos y grandes ventajas, a sabiendas que un vendedor nunca puede perder dinero en una venta. El Marqués de Malcasada, con fama de astuto e inteligente, administraba muy bien su marca, en la que todos sus vasallos vivían contentos en paz y armonía y llegaron a él los rumores de que en un condado cercano, el conde había sido desterrado y se buscaba que hubiera otro conde en su lugar. El Marqués pensó entonces que debía hacerse con más territorios para hacerles más ricos y prósperos y ser la marca más próspera del reino y ser galardonado por el mismísimo rey. Sus aires de grandeza se volvieron desorbitados y fue entonces cuando llegó el mozo de León y engañó al marqués con sus falsas propiedades en venta. El marqués, cegado por la avaricia y la imagen de ser galardonado por el rey, no sospechó de las ventajas y el bajo precio que el mozo pedía, por lo que llegaron a un acuerdo y le entregó el dinero en mano. El mozo era un auténtico estafador con lo que no le resultó difícil engañar también al marqués y en cuanto cerró el trato, desapareció de la zona. El marqués viajó a los pocos días del acuerdo a sus supuestas nuevas tierras con sus vasallos preparados para ponerse a trabajar las tierras e instalarse en ellas en cuanto llegaran y quedó perplejo al ver que en lugar donde se encontraban sus tierras había un feudo que no parecía para nada abandonado y admitió que él, tan listo y astuto había sido engañado sutilmente por un mero mozo. -En cuanto vos, Señor Conde- concluyó Patronio-, puesto que os estáis pensando la compra de unos terrenos, atended bien a la oferta, su precio y si el vendedor saldrá ganancioso o no del trato, porque de no ser así, podría tratarse de un engaño. El Conde quedó muy satisfecho con las palabras que le dijo Patronio y pensó que su consejero tenía razón en todo lo que decía. Y viendo Don Juan que este ejemplo era bueno, lo mandó copiar e hizo estos versos que dicen: No te dejes engañar por falsas ventajas, porque resultarán vanas.


LOS DOS ASNOS por Marta Criado, 3º B

Un día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, de esta manera: -Patronio, desde hace un tiempo se planteaba un problema, que de primeras parecía beneficiarme a mí, pero como dicha persona tiene un pasado algo siniestro, no sabía aceptar el trato o no. El trato aquel era que fuésemos los dos hacía Granada, cada uno con su respectivo caballo, el mío cargado con oro para que la gente viese lo rico que era, y el suyo, con azúcar para ir haciendo negocio. Así pues no sé qué es lo que me conviene y como eres tan sabio, os ruego que me aconsejéis. -Señor conde – dijo Patronio – para explicaros mejor lo que os conviene, querría que supieseis lo que le sucedió a dos mercaderes con sus asnos. El conde preguntó que les sucedió a aquellos asnos, a lo que Patronio respondió: Señor conde, cuando dos mercaderes tuvieron que realizar un gran trayecto con sus dos asnos. Acordaron que el del primer mercader, como su asno era más fuerte, transportara una gran carga de sal mientras que el segundo transportara una carga de esponjas. El primero se detenía a cada rato, agobiado por el peso, mientras que el segundo, que iba más ligero, se iba burlando de él. Llegaron a un río que debían atravesar y el asno cargado con sal se metió al agua. Al principió se hundió, pero después la sal se disolvió en el agua y ya mucho más ligero, pudo alcanzar la otra orilla. El segundo asno, al ver que el otro había cruzado, se metió en el agua sin pensarlo. Como llevaba esponjas, éstas absorbieron el agua y aumentaron el peso del animal, hundiéndole.


-En cuanto a vos, señor conde Lucanor – concluyó Patronio – Si os pueden llegar a ofrecer lo mejor puede llegar a ser porque hay alguna trampa escondida y porque prefiere prevenir que curar, y más si es una persona con ese pasado siniestro que nadie quiere recordar. Al conde le gustó lo que Patronio le acababa de contar, y pensó que era muy buen consejo. Y como don Juan entendió que este ejemplo era bueno, lo mandó copiar en este libro e hizo estos versos que dicen: Nunca te dejes engañar por la primera impresión, lo que cuenta es el resultado final.

LA DONCELLA por Eduardo Rozalén, 3º B Un día, estaba el conde Lucanor hablando con su consejero Patronio, y le dijo: - Patronio, hace unos cuantos meses he estado intentando cortejar a una campesina del pueblo llamada Jimena. Le he ofrecido todo, mis tierras, mis doblones, todas las joyas preciosas, pero no hay manera de que caiga rendida a mis pies. Patronio, ¿puede haber una alguna manera de conquistarla? - Señor conde Lucanor -dijo Patronio-, me gustaría que supieseis lo que le ocurrió al rey Milano. - El conde preguntó que le había sucedido al rey Milano, al lo que Patronio respondió: - Señor conde Lucanor, el rey Milano era un hombre muy rico, que pensaba que todo tenía un precio, incluido las personas. Milano andaba de allí para allá siempre con mujeres, debido a la gran cantidad de dinero que les daba por su compañía. Pero el rey no estaba enamorado de ellas, las pagaba por capricho, estaba enamorado de Lucrecia, una campesina muy pobre, pero al igual que él estaba enamorada, por Renato, un chico que vivía enfrente de ella. El rey intentaba enamorar a la campesina a través de sus grandes riquezas, pero nada, sólo daba pasos en falso. Lucrecia no quería un hombre por su dinero, sino por el cariño, la dicha que sentiría al estar a su lado durante toda su vida. Al final Lucrecia se casó con Renato, y Milano siguió comprando con su dinero a las diferentes mujeres que se le acercaban. - En cuanto a vos, señor conde Lucanor- concluyó Patronio-, si queréis cortejar a doña Jimena, no la


ofrezcáis todas vuestras riquezas, sino todo vuestro corazón. Al conde le gustó lo que Patronio le dijo, y pensó que era muy buen consejo. Y, como don Juan entendió que este ejemplo era bueno, lo mandó que lo copiaran en este libro e hizo estos veros que dicen: A la doncella no le des tu mansión sino tu corazón.

ORGULLOSO DE SU SOBRA, por Alba Escribano, 3º A. Un día hablaba el conde Lucanor con Patronio de esta manera: -Patronio, un primo de toda la vida al que tengo mucho aprecio, va a llevar a cabo una locura. Me gustaría poder ayudarle ya que soy el único capaz de hacerle entrar en razón, pero no sé cómo hacerlo. El conde le contó a Patronio que su apreciado primo no estaba en sus cabales, o así le lo veía el conde, ya que quería enfrentarse él solo a diez maleantes que robaban en el pueblo. Se ve fuerte, piensa que puede con ellos y por tanto lo quiere hacer. Y entonces Patronio le respondió: -Señor conde, siempre he oído decir que nunca hay que valorar nuestras virtudes por la apariencia con que nos ven nuestros ojos, pues fácilmente te engañarás y te pasará lo mismo que le sucedió al perro.

El conde preguntó que le pasó a este y Patronio contestó: Señor conde, hubo una vez un perro que era bastante inocente. Un día salió a dar un paseo por la montaña que estaba bastante solitaria. Y yendo por el camino ya a la hora en que el sol se ponía en el horizonte, iba mirando su sombra bellamente alargada.


El perro exclamó: -¿Cómo ¿Cómo me va a asustar el lobo con semejante talla que tengo? ¡Con treinta metros de largo, bien fácil me será convertirme en el más fuerte de los animales! Y mientras ientras soñaba con su orgullo, un poderoso lobo le cayó encima y empezó a devorarlo. Entonces el perro, cambiando de opinión se dijo: -La La inconsciencia es causa de mi desgracia. -Así que señor conde -concluyó concluyó Patronio-, Patronio si deseáis obtener auténticos beneficios bene os conviene hacerle entrar en razón, razón intentándole contar la historia que yo a usted le he contado. Y si quiere arriesgarse de tal forma y que no le cueste su salud tendrá que verlo por métodos un poco menos dolorosos. Al conde le gustó esa historia y también le serviría posiblemente para él mismo en un futuro. Siguió su consejo y finalmente le fue bien a su primo. Y, como don Juan Manuel entendió y le gustó este ejemplo, lo mandó copiar en este libro e hizo estos versos que dicen: Piensa y actúa de forma razonable, o tú mismo serás abominable.

TU ENEMIGO NO SE PUEDE HACER PASAR

POR

TU

AMIGO

por

Carmen Gallego, 3º A Un día estaban Patronio atronio y el conde Lucanor juntos, juntos entonces el conde Lucanor le dijo a Patronio: atronio: - Patronio hace tiempo llegaron a mis oídos que mi enemigo me quería quitar el tesoro (joyas, (joyas monedas de oro…) que me dieron mis padres a su muerte. muerte Ayer por la mañana llegó mi enemigo y me dijo: -Señor Señor conde, como ya somos personas adultas me gustaría darle el pésame pés por la muerte de sus us seres queridos y podriamos olvidarnos de todo aquello que nos pasó y estar más tiempo juntos- dijo el enemigo del conde Lucanor. Lucanor Entonces, Patronio atronio me gustaría que me dijeras algún consejo, porque esta misma tarde cuando se vaya el sol tengo que contestarlecontestarle dijo el conde. Y Patronio atronio le empezó a contar una historia, que así as era:


Érase una vez una pareja de amigos, ellos se llevaban bien, hasta que un día sin saber el motivo estos se enfadaron. Uno de los chicos era pobre y el otro tenía un gran palacio. Los dos chicos sabían todos los secretos el uno del otro, y el niño pobre estaba pensando cómo hacer daño al niño rico hasta que al fin pensó que podía pedirle perdón de mentira y quitarle todo el oro echándole en cara todo lo que hizo pero como el niño rico era muy listo se dio cuenta y la jugada no le salió bien Entonces, señor conde, lo que usted debería hacer es seguir con él, como si no supiera nada y hacerse el loco hasta que se entere de sus intenciones –dijo Patronio. Entonces Patronio dijo al conde Lucanor que llevaba razón y mandó a escribir estos versos: No te fíes ni de tu Propia sombra.

COSECHAS QUEMADAS Por Patricia Benito, 3º A Un día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le decía: -Patronio, varios hombres encapuchados, justo ayer por la noche, vinieron a hacerme una visita al ganado, pero no fue una visita de buen gusto, sino que vinieron a robarme cuatro de mis ovejas. Se llevaron las más lustrosas, a las que más cariño tenía. No sé qué hacer ya, estoy muy angustiado. La pérdida de esas cuatro ovejas me ha hecho perder el ánimo y las ganas de todo. -Señor conde Lucanor, aunque sé que mi consejo no os hace falta alguna os le contaré. Y es que yo tengo experiencia en este caso, ya que a un gran amigo mío campesino, le pasó algo muy parecido. El conde preguntó que le pasó a ese amigo de Patronio, ya que quería saber que habían hecho otras personas en su caso, a lo que Patronio respondió: Señor conde, usted no es ni el primero ni el último al que le pasan cosas de este tipo. El campesino del que le he hablado antes, fue víctima de unas payasadas de los mozos del pueblo. Dicho campesino procedía de familia muy trabajadora y con muchas tierras y por lo tanto, él heredó


gran parte de las tierras ya que era hijo único. Las cuidaba muy bien, con mucho cuidado y siempre con la precaución de que cada temporada le saliese la mejor cosecha de todas. Pero un día, como todos, fue a ver sus cosechas, a regarlas y abonarlas, pero se encontró con que la parte de la cebada estaba abrasada, quemada. El campesino no sabía cómo reaccionar, se acercó a la zona del accidente y vio un pedernal y un objeto metálico. Prueba que nos indica que ese fuego había sido provocado. El campesino desesperado por lo ocurrido, volvió a su casa. Fue tal el disgusto que se olvidó de regar los otros cultivos a los que, por fortuna, no les había alcanzado el fuego y por lo tanto, no atendió esas tierras sanas de las que todavía podía recoger una gran cosecha. El campesino siempre era conocido por recoger la mejor cosecha de toda la aldea, y según él era envidiado. Al pensar que ya no podría recoger la mejor cosecha, se dio por vencido y dejó de cuidar las demás tierras. El vecindario se dio cuenta de lo que le estaba pasando y una de sus vecinas se atrevió a ir a su casa y poder aconsejarle en lo que pudiera. Después de hablar el campesino con su vecina, de dio cuenta de que no importa quién recoja más o quien recoja menos cosecha, lo importante es que recojas lo suficiente para poder tener algo con lo que alimentar a tu familia. Entonces se dirigió a sus campos y vio que estaba todo cosechado. Las personas de las tierras vecinas vieron que aquel campesino había abandonado la cosecha, así que antes de que se echase a perder decidieron cosecharlo ellos. Y así fue como el campesino, egoísta, supo aprender a apreciar lo que tenía. -En cuanto a vos, señor conde- concluyó Patronio-, os digo que no se deje engañar y aprecie lo que tenga o alguien lo hará por usted, pudiéndole pasar algo peor. El conde pensó que el consejo de Patronio era bueno, así que lo siguió y le fue bien. Y, como a don Juan le pareció que el ejemplo era muy bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos versos, que resumen la moraleja de la historia: Cuida lo que tienes porque lo puedes perder, Y si no lo aprecias alguien lo hará por ti.

LAS PERSONAS CAMBIAN por Cristina Caballero, 3º C Un día el Conde Lucanor hablaba con su consejero Patronio y le dijo: Patronio, hace unos días tuve una conversación con Don Fernando, un amigo de la infancia. Me comentó que podíamos reunirnos ya que hacía tiempo que no nos veíamos y podíamos conversar de nuestras cosas, así me dijo.


No supe cómo reaccionar y le prometí que iba a recibir mi respuesta cuanto antes. No sé qué hacer... - Señor Conde Lucanor – dijo Patronio – es interesante la propuesta que le hizo Fernando, no la rechace y reúnase con él ya que no tiene por qué dudar de un amigo de siempre. Aún así escuche esto: - Señor Conde – comenzó Patronio - hace unos años un hombre muy conocido en un pueblo de la comunidad de Castilla llamado Luis, depositó toda su confianza en un amigo que llevaba tiempo sin ver, pero este, le decepcionó. Desde ese momento a Luis le quedó claro que no había que confiar en las personas que llevas tiempo sin verlas, ya que con el paso de los años puede cambiar su forma de ser a mal. Al Conde Lucanor le gustó la enseñanza que le había mostrado Patronio y mandó copiar en este libro los siguientes versos: No te fíes de las personas que llevas tiempo sin ver, todos cambiamos.

EL AMIGO LADRÓN por Cristina Moraleda, 3º B

Hubo una ocasión en la que el Conde Lucanor estaba hablando con su consejero y amigo Patronio, y le dijo: -“Patronio, querido amigo, uno de mis amigos me ha ofrecido algunos caballos, pero sé de buena tinta, que no ha comprado esos caballos sino que los ha robado en la hacienda de un duque. Así que te pido a ti Patronio consejo sobre lo que debería hacer”


-“Pues señor Conde Lucanor, le voy a contar una historia que le pasó a un duque con un buen amigo suyo. Hubo una vez un duque que tenía un buen amigo desde hacía ya mucho tiempo. Este amigo siempre le traía muy buenos precios y ya había hecho con él muchas compras. Lo que el duque no sabía, es que todas las cosas que había comprado a su amigo se las había robado a otras personas. Un buen día llegaron a casa del duque un campesino y su familia y le dijeron: -“Usted tiene varias de mis ovejas que me fueron robadas hace unos meses.” -“Discúlpeme, pero mis ovejas las compré a un amigo, yo no le he robado nada.” -“Esas son mis ovejas” repitió el campesino.” Están marcadas con el signo de mi hacienda.” Al ver esto, el duque devolvió al campesino sus ovejas. Un tiempo más tarde, fueron viniendo mucha más gente a casa del duque a decirle que tenía algunas de sus pertenencias. Entonces fue cuando el duque se dio cuenta de que todo lo que le había comprado a su amigo eran cosas robadas. Debido a esto, el duque dijo a su amigo que no quería tener nada más que ver con él y que no se acercara a sus propiedades” _”Por eso, querido Conde Lucanor, yo no compraría esos caballos de los que usted me habla, ya que si lo hace, os vendrán las consecuencias y saldréis perjudicado” Al Conde Lucanor le gustó mucho el consejo de Patronio, lo siguió y le fue bien. Y como a don Juan Manuel le gustó mucho esta historia compuso estos versos: Lo que no es tuyo no aceptes, Si luego en líos no quieres verte”

EL REY Y SU PUEBLO por Marta Moraleda, 3º B Un día hablando el conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo: -Patronio, tengo una gran preocupación, la cual me altera el sueño. Mi padre me presiona para que haga vida social con la nobleza, pues dice que son gente de mi misma condición. Pero con quien yo me identifico y por lo tanto me siento más cómodo y seguro es con la gente del pueblo (los plebeyos). No sé qué hacer. Si vos que sois tan sabio me pudierais aconsejar. Señor conde Lucanor -dijo Patronio- para aconsejaros en esto desearía que supieseis lo que le sucedió a un rey con sus dos hijos. El conde preguntó que le sucedió a este rey, a lo que Patronio respondió:


Señor conde, este rey tenía dos hijos, al primogénito le gustaba la buena vida, la caza, las fiestas… y le molestaba tener relación alguna con gente del pueblo.

El pequeño era todo lo contrario, le encantaban los libros y se sentía muy cómodo con la gente del servicio y los pueblerinos, y estos se lo agradecían invitándole a sus humildes casas ofreciéndoles lo poco que poseían. El rey era querido por su pueblo, pues siempre se había mostrada gusto. Pero llegó el día en el que tenía que nombrar un heredero, y no sabía por qué hijo decidirse, por lo que decidió ponerles a prueba, y les dio a cada uno un saco lleno de monedas de oro. El primogénito lo gastó rápidamente en buenas ropas, caballos y fiestas. Mientras el pequeño lo guardó y cada vez que bajaba al pueblo se llevaba una pequeña parte de esas monedas, las cuales repartía entre los más necesitados. Al cabo de unas semanas, el rey decidió consultarlo con el pueblo, que lo tenía muy claro y así se lo hicieron saber a su rey, el cual nombró como heredero a su hijo menor. En cuanto a vos, señor conde –concluyó Patronio- os digo que no os dejéis influenciar por la nobleza y su poder, pues estos no buscan sino su bienestar y no se preocupan por nada más. Así es, que rodearos de gente trabajadora y humilde, ellos siempre son agradecidos y no te defraudarán. El conde pensó en el consejo de Patronio era bueno, así que lo siguió y le fue bien. Y como a Don Juan le pareció que este ejemplo era muy bueno, lo mandó copiar en este libro y escribió estos versos que resumen la moraleja del ejemplo: ‘El que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.’


LA CODICIA Y EL ENGAÑO por José Mª Romero, 3º B El conde Lucanor le dijo un día a su consejero Patronio: -Patronio, un rey muy amigo mío quiere que le dé una de mis tierras más preciadas a cambio de miles de monedas de oro que me dará en persona, por ello quisiera que me dieses consejo. -Señor conde Lucanor- dijo Patronio-, para que toméis la mejor decisión, os contaré la historia de la codicia y el engaño. El conde Lucanor le rogó que le contase esa historia, así que Patronio comenzó:

Señor mío, en un reino muy grande como el vuestro se encontraba un rey llamado Codicia, que era muy querido por unos y muy odiado por otros. A este rey le volvía loco el oro, y aunque tuviese tantas riquezas como uno pudiese soñar, él quería más y más. Un día un gran amigo de la codicia llamado Engaño le propuso una oferta: -Querido amigo durante mucho hemos sufrido ataques de nuestros enemigos, así que te pido que me entregues una de tus tierras más cercanas para poder vencerlos, y a cambio te daré millones de monedas de oro. La Codicia al oír una oferta tan grandiosa, no se lo pensó dos veces, y le dio el territorio. Pero el Engaño como era tan listo, traicionó a la Codicia, y desde su nuevo territorio pudo conquistarlo y quedarse con todas sus riquezas y tierras. -En cuanto a vos, señor conde Lucanor- comentaba Patronio- por mucho que os vaya a dar vuestro amigo, no confiéis plenamente en él o puede que en vez de ganar muchas riquezas, perdáis todo lo que hasta ahora habéis ganado. El conde Lucanor siguió el consejo de Patronio y le fue bien.


Don Juan Manuel vio que este ejemplo era muy bueno, así que lo mandó copiar en un libro e hizo estos versos: Por la codicia no te dejes llevar o en el engaño caerás.

EL CISNE CREÍDO por María Gallego, 3º A

Hablaba el conde Lucanor con Patronio de esta manera: -Petronio tengo un amigo al que me gustaría ayudar, yo quiero que entre en razón pero no hay manera, lo que pasa es que él, aunque no lo admita, se cree el mejor y yo no sé cómo explicarle porque tampoco veo un gran inconveniente en ello. -Señor conde Lucanor –dijo Patronio- para que podáis aconsejar a su amigo me gustaría que supieseis lo que le sucedió al cisne. El conde preguntó que le había sucedido al cisne, a lo que Patronio respondió: Señor Conde, en un lago vivía un cisne, él se creía superior a todos con su blancura y su belleza. Un día una rana estaba atascada en una rama, ella estaba llena de barro, ya que había llovido. Cuando vio al cisne ella le dijo: -¿Me puedes ayudar, por favor? -Me gustaría ayudarte –contestó el cisne- pero como te ayude me mancharía de barro como tú y no puedo mancharme mis preciosas plumas, porque yo soy un cisne, la más preciosa de las aves y tú solo eres una simple rana.


Con todas las criaturas del lago hacía lo mismo, hasta que un día llegó un cazador se fijó en la belleza del cisne y pensó en capturarlo. Esa misma noche el cazador consiguió coger al cisne mientras dormía y le quitó todas sus plumas. El cisne consiguió escapar gracias a sus amigos que aunque él no era bueno con ellos, le perdonaron. El cisne aprendió la lección y ayudó a sus amigos en todo momento. Así puedes ver buen conde que creerse superior no es bueno y se le deberíais contar a su amigo para que cambie de parecer. Al conde le gustó el consejo de Patronio y como entendió que este ejemplo era muy bueno, lo mandó copiar en este libro e hizo estos versos que dicen: No hay que creerse mejor que nadie porque todos somos iguales.

EL PRÍNCIPE Y EL MENDIGO por Andrea López, 3º A Un día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, de esta manera: -Patronio, a mí lo que más me gusta en el mundo es ver feliz a la gente. Pero últimamente, cuando salgo a pasear veo a mis vecinos con el rostro triste y amargado. Así que el otro día le pregunté a un vecino, el motivo por el que el pueblo estaba así y este me respondió: “durante los últimos meses la gente no tiene nada que llevarse a la boca.” Su respuesta me entristeció. Patronio, como confío tanto en vos, espero que me aconsejéis sobre lo que tengo que hacer. -Señor conde- dijo Patronio-para explicaros mejor lo que debéis de hacer, os contaré lo que le sucedió a un principito y a un pobre. El conde le preguntó que les había sucedido al principito con el mendigo y Patronio respondió: -No, no puedo. No tengo fuerzas, llevo sin comer una semana. Fernando se quedó muy asombrado, así que decidió llevarse a Alejandro a su casa para que descanse, comiese y se asease. Al llegar al palacio, el rey, padre de Fernando, dijo:


-Querido hijo, ¿qué hace este mendigo en mi casa? -Pues comer, asease y descansar. Lo encontré en la calle sin fuerzas así pues, pensé en traérmelo aquí para cuidarle y que jugase conmigo. -¿Sabes que no se puede quedar aquí? -¿Por qué padre? Quiero que sea mi amigo. -Pues porque tú dentro de unos años serás el rey y él seguirá siendo un mendigo. La cosa quedó así, pero Fernando siempre que salía a pasear al pueblo, se llevaba comida para Alejandro. Con el paso del tiempo Fernando se convirtió en el mejor amigo de Alejandro y viceversa. El rey murió cuando Fernando tenía dieciocho años, así que este pasó a ser el rey. Lo primero que hizo el rey Fernando fue acoger a Alejandro en su palacio; y lo segundo, fue darle de comer a todos los pobres del pueblo, también les dio monedas de oro. Fernando tuvo que despedir a algunos criados y a vender tierras, y aunque tenía menos que antes, él era muy feliz al ver a la gente alegre. -En cuanto a vos señor conde Lucanor-concluyó Patronio-si veis que vuestro pueblo pasa hambre, darle comida y dinero, que por compartir una pequeña parte de lo que tenéis, no pasará nada. Al conde le gustó lo que Patronio le dijo, y pensó que era muy buen ejemplo. Y como don Juan entendió que este ejemplo era bueno, lo mandó copiar en este libro e hizo estos versos que dicen: “No es más rico el que más tiene Sino el que menos necesita”


UNA RETIRADA TARDÍA por Ernesto Fernández, 3º A

Un día, hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo: -Patronio, he mandado a mi ejército contra uno de los enemigos más cercanos y poderosos de estas tierras, y me preocupa que no consigan la victoria, ya que poseo pocas tropas en mi reino. Quería preguntaros si debería retirar mi ejército o seguir con el asedio. -Señor conde Lucanor –dijo Patronio-, para que hagáis lo que os parezca más adecuado en este caso, quisiera que supieseis lo que le sucedió al rey Jacobo II con uno de sus enemigos más temidos Antonio III. El conde preguntó que le había sucedido al rey Jacobo II con Antonio III, a lo que Patronio respondió: -Señor conde Lucanor, Jacobo II y Antonio III eran hermanos. Los dos hermanos se llevaban bien desde toda la vida, hasta que los dos se disputaron el reino, porque su padre, mayor y enfermo, estaba a punto de morir. Su padre hizo una serie de pruebas que los dos hijos deberían pasar. La primera prueba consistía en probar su destreza con el arco y la espada, prueba que ganó Jacobo II. La segunda prueba consistía en quien sabría liderar mejor su ejército en batalla, esta la ganó Antonio y la tercera y definitiva prueba era poner en prueba la inteligencia que tenía cada uno, esta prueba estuvo muy reñida pero finalmente se decantó por Jacobo, por lo que le sucedió a su padre. Antonio enfadado abandonó el reino y juró venganza contra su hermano Antonio. Muchos años después, Antonio formó un gran reino, con el que atacó varias veces a su hermano Antonio. Entonces, estos dos hermanos no paraban de luchar entre ellos.


Antonio fingió que tenía pocas tropas, pero en realidad tenía bastantes. Jacobo cayó en su trampa y mandó a todas sus tropas al ataque, pero dudó de si podía ser una trampa de su hermano y estuvo a punto de retirar su ejército, ya que le parecía todo aquello muy extraño. Antonio sabía que caería en su trampa y le tendió una emboscada. Mató a muchas de sus tropas, pero unos cuantos se escaparon y volvieron al reino y se lo contaron a Jacobo, que preparó todas las argucias que pudo, pero no fue suficiente para evitar ser conquistado. -En cuanto a vos, señor conde Lucanor -concluyó Patronio-, veo más prudente que retiréis vuestro ejército, ya que tenéis pocos soldados después de aquella batalla en la que resultasteis ganador. Todavía está a tiempo de realizar la retirada. Al conde le gustó mucho el consejo de Patronio, así que obró tal y como Patronio le había recomendado, y le fue muy bien. Y, como don Juan entendió que este ejemplo era muy bueno, mandó copiarlo en este libro y escribió esto versos que dicen: Si haces una retirada a tiempo no tengas ningún arrepentimiento.

EL POBRE AVARICIOSO por Claudia Valdés, 3º B

Hablaba otra vez el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le decía: -Patronio en éstas últimas semanas he ganado bastante dinero con un negocio que he cerrado. Y ha aparecido ante mí otra ocasión como la anterior, pero si me sale mal lo pierdo todo. Y como vos sois un hombre tan sabio os pido que me aconsejeis en este asunto mío. -Señor conde Lucanor – dijo Patronio- para que hagáis lo que me parece más conveniente os voy a contar lo que le sucedió a un pobre al que la avaricia llevó a la desgracia.


El conde le rogó que se lo contara. - Señor conde-, este pobre sobrevivía cada día gracias a lo que la buena gente le daba cuando él pedía. Pero con eso no siempre servía. Un día un hombre rico le dijo: -Te ofrezco cobijo y comida a cambio de que trabajes para mí. -Por supuesto – aceptó el pobre, encantado - le serviré en todo lo que pueda . En unos días pasó de malvivir en la calle, a vivir en un pequeño cobertizo al lado de una preciosa mansión. El rico le mandaba semanalmente unos trabajillos, y como el pobre se esforzaba mucho le empezó a dar propinas. Con el tiempo el rico le puso un sueldo semanal y haste se hicieron buenos amigos. Los dos convivían alegremente. Pero a un malvado hombre, enemigo del rico, le dio envidia lo bien que se llevaban los dos y lo fiel y servicial que le era ese pobre al rico. Así que le ofreció un sueldo mucho mayor al pobre si trabajaba para él. -Te duplicaré el sueldo que tienes si trabajas para mí – dijo el malvado hombreademás tendrás unos bonitos aposentos para ti solo. Todo lo que desees lo podrás encontrar en mi casa. Solo hay una condición, no podrás volver a ver al rico. El pobre estaba indeciso porque grande era la amistad que había forjado con el rico, pero al pensar en todo el dinero que ganaría, olvidó todo aquello y aceptó. Y esa fue la peor decisión que tomó nunca. La avaricia lo cegó y con ella perdió una gran amistad que no volvió a recuperar. Además el malvado hombre nunca le trató como el hombre rico había hecho, y cuando lo hacía era con desprecio, pues la única razón por la que estaba el pobre a su servicio era para darle envidia al rico. El dinero ya no tenía ningún sentido en la vida del pobre, pues ahora era más sabio y sentía mucha pena de la amistad que había echado a perder. El conde siguió su consejo y le fue bien. Y como a don Juan le gustó el ejemplo, lo mandó copiar en este libro e hizo estos versos que dicen: No seas avaricioso, que a veces el pobre es más dichoso.


EL PUNTO FUERTE por José Rey, 3º A Un día, el Conde Lucanor llegó de una fiesta de un amigo suyo. Al llegar a su casa le dijo a Patronio: -Patronio, tengo una duda. Mi amigo me ha retado a que me busque la vida sin sirvientes durante una semana y buscar un trabajo para ganar dinero; lo del trabajo es lo que me preocupa más porque no sé cuál es el más adecuado para mí. ¿Debería aceptar el reto? A lo que Patronio contestó con esta historia: -Cuenta una historia muy antigua, que había una vez un perro, llamado Rolf. Su dueño era el rey de Azeroth, y ese rey le daba a Rolf todo lo que quería: Una casita para él solo, una cama muy grande, la ropa más lujosa, la comida más buena, etc. Pero, un día su dueño perdió todo su dinero en una apuesta, y por eso abandonó al perro. El perro se sintió solo y no sabía qué hacer, ya que antes se lo daban todo hecho, pero ahora tenía que aprender una forma para ganarse la vida. Después de mucho tiempo rebuscando en la basura para comer intentó hacer su primer trabajo, que era ser cazador. Buscó por el campo a gente que cazase para intentar impresionarla y así conseguir el trabajo. Vio a una persona y se puso en acción pero sus patas eran tan pequeñas que no podía correr tan rápido como un galgo, por lo que se rindió y se fue de ese lugar a buscar otra forma de ganarse la vida. Al día siguiente, pensó que podría ser un perro guardián, por lo que se puso enfrente de una parcela muy grande esperando a que saliese el dueño de esa parcela y así impresionarle. Cuando salió se puso en acción pero era tan pequeño que apenas espantaba y sus ladridos eran tan finos que no asustaba. El dueño de esa parcela empezó a reírse de Rolf y Rolf avergonzado salió corriendo de ese lugar. Dos días después, al ver que nevaba, le llegó la inspiración de ser un perro que ayudase a la gente que se quedaba atrapada en la nieve, y eso hizo. Se fue donde estaban todos esos perros y esperó su turno. Cuando le tocó se fue con ganas de ver qué era su trabajo, pero al poco tiempo vio que su pelaje eran tan fino que tenía mucho frío y cuando tuvo que coger al hombre para llevársele no podía con él. Por suerte, llegó otro perro y le ayudó. Al llegar a la cabaña con todos los perros se fue avergonzado por lo mal que lo hizo; uno de esos perros le siguió y le preguntó que le pasaba, a lo que Rolf le contestó:


-Yo era el perro del rey de Azeroth, me daba todo lo que quería y tenía comida muy lujosa, pero un día mi amo perdió todo su dinero y me abandonó, y ahora tengo que ganarme la vida yo solo y tengo que buscarme un trabajo para ello. El otro perro al oír eso, le dijo: -Busca un trabajo donde tu punto fuerte, que es el olfato, sea lo principal. Rolf lo tuvo en cuenta y al día siguiente se fue en busca de su trabajo perfecto, y después de mucho caminar y caminar oyó a una mujer decir que necesitaba a un perro con mucho olfato para que encontrase una joya que había perdido, y al oírlo el perro se metió en su casa y se puso a buscarlo. Cuando lo encontró se lo dio a la mujer y la mujer, encantada, le acogió en su casa a cambio de que cuando se le perdiera algo lo encontrara. Así que señor mío, deberías aceptar el reto porque cada persona tiene un punto fuerte para buscar un trabajo.

LA AMBICIÓN DEL MARQUÉS FERMÍN por Sergio Gutiérrez, 3º B.

♣ ¡Patronio! ♠ Si, señor conde. ♣ ¿Qué pasa con los trabajadores de la mina? , quiero más oro. ♠ Pero señor Conde, trabajan doce horas al día y acaban sin fuerza. ♣ Me da igual, ¡Quiero más oro para ser el más rico!


♠ Señor Conde, ahora le contaré una historia de la que me acabo de acordar: Esta es la historia del Marqués Fermín, tenía la misma ambición que usted, ser el más rico y el más feliz del mundo. El Marqués creía ser el más rico y el más feliz, hasta que salió de su finca y fue al pueblo. Allí vio a un pobre mendigo sonreír por tener unas monedas en su sombrero, el Marqués se acercó a él y le preguntó que cómo podía sonreír y ser feliz si no tenía nada; el mendigo le respondió que para ser feliz no hay que tener todo el oro del mundo o ser el más rico, sino tener lo suficiente para poder vivir. El Marqués mosqueado se fue, pero mientras él se iba, el mendigo dijo en voz alta: No es más feliz el que más tiene, sino el que menos necesita. ♣ Patronio, me has hecho entender que no hace falta ser rico para ser feliz, diles a los trabajadores que lo que hayan sacado hoy de la mina, que se lo queden. ♠ Como usted mande, señor Conde.

LA AVARICIA ROMPE EL SACO

por Juan Alfonso

Navas, 3º C Otra vez habló el conde Lucanor con Patronio, del siguiente modo: -Patronio, un hombre me ha desafiado, insinuando que no soy capaz de hacer una cosa, y me ha dicho que hagamos una apuesta. Si lo consigo tengo mucho que ganar, pero si no lo hago, tengo mucho que perder. Entonces refirió a Patronio en qué consistía. Cuando hubo terminado, respondió Patronio: -Señor conde Lucanor, siempre oí decir que era de prudentes no pensar en lo que hay por ganar, sino en lo que se puede perder, pues muchas veces pasa que por ser avaricioso e intentar ganar, se pierde mucho más. Eso le pasó a un rey moro de un país muy lejano. El conde le preguntó que le había sucedido. -Señor conde - dijo Patronio - hubo en un país muy lejano un rey moro, con una hija muy hermosa, la cual no estaba prometida. Ambos vivían sin ninguna preocupación y rodeados de riqueza.


El rey recibía numerosas visitas a su palacio, de muchos jóvenes que querían la mano de su hija, pero a la joven no le agradaba ninguno. Un día llegó un príncipe de un reino vecino y dijo que por ella, estaba dispuesto a hacer lo que el rey quisiese. El rey se quiso aprovechar de eso y dijo al joven: “Si eres capaz de llenar esta gran habitación de agua en cuatro días, te concederé la mano de mi hija”. Y el rey se quedó orgulloso con lo acordado, porque como el príncipe no iba a ser capaz de lograrlo, él se iba a quedar con el poco agua que reuniera y con su hija. Tras cuatro largos días, el príncipe logró llenar esa gran habitación, por lo que el rey se vio obligado a ceder a su hija. La joven no quería casarse con ese hombre, y se suicidó tirándose por una ventana de palacio. Entonces el rey, se arrepintió de todo, porque sí, tenía una habitación llena de agua, pero perdió a su bien más preciado, su hija, que valía más que todo el agua del mundo. El conde Lucanor quedó satisfecho y obedeció a Patronio. Y como a don Juan gustó de este ejemplo, lo mandó poner en este libro y escribió estos versos: La codicia evitad Y poco perderá


LAS BOTELLAS DE VIDRIO por Azucena Casanova,3ºB.

Otro día el conde Lucanor le dijo a Patronio, su consejero: -Patronio, a mí me gusta hacer carreras de caballos, pero un vecino me ha dicho que no haga por su lado, porque el ruido asusta a sus caballos que están en sus cuadras, pero si no paso por ahí el recorrido es más corto, así que no sé qué hacer. Y entonces Patronio dijo: -Señor conde, sé que no me necesitáis, porque sois muy listo, pero me gustaría contarle lo que le pasó a un vendedor de vidrio. El conde le rogó que le contara lo que le pasó y Patronio dijo: Un día un vendedor de vidrio estaba cantando en su puesto y llegó un hombre y empezó a romper las botellas, los jarrones, los platos, etc., que tenía de vidrio. El vendedor dijo: -¿Por qué me rompes las botellas? Y el hombre respondió: -Y ¿Por qué me rompes las canciones? -En cuanto a vos, señor conde –concluyó Patronio-, aunque sea más corto el recorrido, son carreras y así no molestas a nadie. El conde pensó que Patronio tenía razón y que le había dado un buen consejo, lo siguió y le fue bien. Y como don Juan entendió que este ejemplo era bueno, lo mandó copiar en este libro e hizo estos versos que dicen: Si molestas a alguien, te pueden molestar a ti.


EL ÁGUILA Y EL ZORRO por Isabel Nieto, 3º C

Un día hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo: -Amigo Patronio, hace tiempo, cuando yo me vine a vivir aquí, también se estaba alojando un vecino e hicimos un buen trato para estar en paz y no ocupar los límites de nuestras fincas. Pero el otro día, uno de mis campesinos me dijo que en la zona norte de mis terrenos, había visto una nueva choza con una huerta que sobrepasaba mis límites, y eso significa que ha roto nuestro trato y no sé cómo actuar. -Señor conde Lucanor- dijo Patronio- yo no sé bien cómo era tal pacto, ni de qué manera se ha sobrepasado, pero te voy a contar una historia para ayudarte con mi consejo: Un día un águila y un zorro, que tenían la intención de ser buenos amigos, decidieron ser vecinos. El águila decidió hacer su nido en un elevado risco del monte, y el zorro, construyó su madriguera entre unas zarzas que había más abajo. Ocurrió que un día, mientras el zorro estaba de caza, el águila, que estaba hambrienta, cazó al mayor de los cachorros de su vecino. Al regresar el zorro y conocer el hecho, maldijo al traidor de su vecino. Unos días después, el águila se arrojó sobre una cabra que estaban asando unas personas, y para su desgracia, también se llevó consigo unos carbones encendidos que se habían enganchado en la piel de la cabra.


Una ráfaga de viento comunicó el fuego con las pajas y rastrojos de su nido y esto a su vez provocó que los aguiluchos se quemaran y que le dieran al zorro y a sus cachorros una rica merienda. En cuanto a vos, señor conde – concluyó Patronio- si queréis actuar adecuadamente con la acción de tu vecino, ten en cuenta el castigo que recibió el águila al comerse uno de los cachorros del zorro y romper el trato que hicieron. Al conde le satisfizo mucho este consejo y lo siguió, y le fue bien. Y como a don Juan le gustó este ejemplo, lo mandó copiar en este libro e hizo estos versos: El que traiciona a su amigo Pronto encontrará castigo.

LOS TRES BURROS por Irene Romero, 3º B

Patronio, se encontraba con el conde Lucanor charlando sobre la vida, entonces el conde dijo: -Patronio, tengo un problema. Hace tiempo que estoy revisando las cuentas, pero veo que hay muchos fallos. Mi contable se equivoca mucho al contar mis ganancias, en general en las cuentas. Pero hice una promesa a su padre antes de morir. Consistía en mantenerlo hasta que encontrase alguien a quien amar. Pero me está arruinando… Patronio le escuchó atentamente, pensó y dijo: -

Mi señor, voy a contarle un cuento para intentar solucionar su duda, pues buena ayuda intento darle:


“ Andando por Al-Andalus, un comerciante del Norte iba intentando vender tres burros, uno color canela, éste era el más fuerte de los tres. Otro de color blanco como la nieve, éste era el más rápido caminando, se adelantaba a los demás. Y el negro era capaz de recorrer grandes distancias sin cansarse. El comerciante iba de plaza en plaza intentando vender a los tres burros. Se dirigía hacia Granada. Allí se situó en el centro de la plaza y se puso a gritar. -¡Se venden o cambian tres burros! ¡Uno rápido, otro resistente y el blanco fuerte! En ese mismo momento se acercó un hombre a preguntar cuánto valían los burros. Y el mercader le respondió diciendo: -Cada uno cuesta cien monedas de bronce, si le parece caro puede cambiarme un saco de legumbres por un burro. Pero al cliente le pareció muy caro y se fue quejándose. El mercader fue recorriendo ciudades tras pasar unos días en Granada. Pero no consiguió nada. Estaba perdiendo dinero con los tres burros. Volvió a su casa y allí al no poder vender sus burros les encomendó otra tarea. El burrito canela como era fuerte, el mercader le encargó la tarea de dar vueltas al molino para que moliese los granos de trigo. El burrito blanco se encargó de llevar el trigo molido a la cocina para hacer el pan, que después iba vendiendo por las casas. El burrito negro se encargaba de llevar el trigo de pueblo en pueblo.” El Conde Lucanor dijo a Patronio: Ya tengo la solución, tengo que cambiar a ese chico de trabajo para poder seguir cumpliendo mi promesa. Muchas gracias Patronio. Este cuento le gustó tanto a don Juan Manuel que quiso poner una moraleja:

“ Encomienda tareas a quien te de beneficios, y no a quien tu hacienda te haga perder.”


LOS DOS AMIGOS por María Cristina Martín, 3º B

Un día hablaba el conde Lucanor con Patronio de este modo: -Patronio, el otro día vino a visitarme un amigo que llevaba sin ver mucho tiempo. Este en un pasado me engañó por temas económicos, y ahora ha venido a visitarme y me ha pedido un favor. No sé si debo confiar en él, por una parte quiero ayudarle pero no sé si esta es otra de sus trampas para volver a engañarme. Y os ruego que me aconsejéis sobre lo que debo hacer en este caso. -Señor conde -dijo Patronio-, lo que os pasa con vuestro amigo, me lleva a recordar una historia de dos amigos míos. Señor Conde había una vez dos amigos que vivían en un pueblo cercano y sus familias eran conocidas de toda la vida. Sus padres se juntaban frecuentemente; las mujeres solían hablar de cosas del pueblo, y los hombres del campo. Mientras tanto los dos niños solían jugar juntos. Eran muy buenos amigos. Un día las dos familias que tan bien se llevaban, discutieron por un malentendido que al final no se pudo resolver. La familia de Juan (que así se llamaba un chico) decidió marcharse del pueblo para perder de vista a la familia de Ramón (que era el otro chico). Las dos familias se dejaron de hablar, perdieron el contacto y pasaron los años... Cumplidos los treinta años, Ramón ya era un hombre, trabajaba duro para sacar a su mujer adelante. Este ya no se acordaba de Juan ni de su familia, pero u día llegó a su casa un gran hombre de grandes barbas. Ramón le invitó a pasar porque le vio bastante angustiado. Este hombre le dijo a Ramón que era Juan, su mejor amigo de la infancia, a Ramón no le hizo mucha gracia que Juan estuviese allí. Juan le contó el motivo de su visita. Su motivo era que debía una deuda de juego. Ramón no le hizo caso porque después de todo lo que había pasado entre ellos y sus familias, no debía dejarle dinero. Juan además, le contó que lo estaba pasando muy mal, no tenía trabajo, debía alimentar a su familia y encima tenía la deuda. A Ramón le dio pena y


decidió aceptar. Le dio todo el dinero que necesitaba y le dijo que se lo iba a devolver sin falta. Cuando pasó un tiempo Ramón tenía curiosidad por saber si a Juan le había salido todo bien y si estaba mejor. Buscó su nueva dirección y fue a verlo. Cuando llegó allí Juan no estaba, y le dejó una carta a su vecina para Ramón, que decía que se había mudado, que el dinero no era para una deuda de juego sino para algunos caprichos, también decía que después de todo lo que había pasado nunca más iban a volver a ser amigos. -En cuanto a vos, señor conde Lucanor- concluyó Patronio-, si veis que ese amigo tuyo no es muy fiable después de lo que ha pasado entre vosotros, no le ayudes. Al conde le pareció que Patronio le había dado un buen consejo, así que lo siguió y le fue bien. Y como don Juan consideró que este ejemplo era bueno, lo mandó copiar en este libro e hizo estos versos que dicen: "No te fíes de quien un día te traicionó"

LOS PERROS DEL FRAILE por Ángela García, 3º B Otro día, el conde Lucanor hablaba con Patronio de la siguiente manera: -Patronio, hoy un amigo con el cual ya no me hablaba mucho, me ha propuesto una buena oferta que a mí me convendría y de la cual saldría muy beneficiado. Pues bien, este amigo del que te hablo me ha ofrecido darme tres vacas suyas a cambio de que yo le preste algo de cereales. Si me espero a mañana la oferta aumentará a dos gallinas, aparte de las tres vacas. Dicho lo cual me convendría mejor esperarme a mañana, pero este amigo, me ha dicho que puede que mañana venga su hermano a la ciudad y se las lleve. Y, como os tengo tanta confianza, querría que me aconsejarais sobre lo que debo hacer en este asunto. -Señor conde-dijo Patronio-, para que hagáis lo que debéis me gustaría mucho que conocieseis lo que les pasó a los dos perros del fraile. El conde preguntó que le había sucedido a los dos perros del fraile, y Patronio dijo:


-Había una vez dos perros, cuyo dueño era un fraile. Estos perros habían pasado la mayor parte de su vida juntos y siempre deambulaban los dos por el campo. Un buen día, el perro mayor le dijo al otro perro que había decidido darle su ración de comida, debido a todos los momentos en que le había ayudado. El perro le dio las gracias y siguió escuchando la propuesta de su amigo. El perro mayor siguió diciendo que si se esperaba a mañana le iba a poder dar tres huesos que iría buscando a lo largo del día en el campo, pero si no los encontraba se quedaría sin nada. El pequeño vio que saldría muy beneficiado y respondió al perro mayor que prefería esperarse al siguiente día. El día siguiente llegó antes de que los dos perros se diesen cuenta y a la hora de comer el perro más pequeño le reclamó sus tres huesos a su amigo. El grande le explicó que la tarde anterior no había encontrado ningún hueso y que se quedaría sin nada, como en el trato habían acordado. En cuanto a usted, señor conde Lucanor-concluyó Patronio-, si esperas hasta mañana puede que el hermano de este amigo tuyo, aparezca y se lleve a las vacas y tu hayas perdido esa gran oferta, por eso aprovecha cada oportunidad cuando se te presente y no la dejes pasar porque puede que la pierdas. Al conde le pareció que Patronio le había dado un buen consejo, así que lo siguió y le fue muy bien. Y, como don Juan entendió que aquel ejemplo era muy bueno, ordenó copiarlo en este libro e hizo estos versos que dicen: Más vale pájaro en mano que ciento volando.

UN

AMOR IMPOSIBLE DE CONQUISTAR por Beatriz

Montero, 3º B Un día, hablaba el conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le dijo: -Patronio, me he dado cuenta de que ando enamorado de la mujer más bella de este mundo, pero tengo un problema, no tengo la suficiente valentía como para decírselo. -Señor conde Lucanor-dijo Patronio-, para que hagáis lo más conveniente en este caso quisiera que supieseis lo que le sucedió a Juana con don Pedro.


El conde preguntó que le había sucedido a Juana, a lo que Patronio respondió: -Señor conde Lucanor, Juana un día salió al mercado con sus amigos, entre los cuales estaba don Pedro. En esa misma mañana, Juana se enamoró de don Pedro. Y ella se lo dijo a una chica muy amiga suya. -Ginebra- le dijo- te quería decir que me gusta nuestro amigo don Pedro. -Juana-le contestó Ginebra-, ¿Por qué no se lo dices? Lo más seguro es que te diga que sí puesto que tú eres su amiga, por lo que te conoce bien y además eres muy guapa. -Pero es que si logro decírselo y me dice que no- le dijo ella pensativa-me daría demasiada vergüenza volver a mirarle a la cara o estar junto a él y no lograría volver a ser su amiga. Así Juana no le dijo nada a don Pedro por pura vergüenza, pero Ginebra como fue lista se lo dijo a don Pedro a lo que él respondió: -Pues lo cierto es que es muy bella así que si ella no me dice nada, se lo diré yo. Como don Pedro veía que Juana no se atrevía a decírselo le pidió salir él, y al final los dos estuvieron juntos para toda la vida. Al Conde le gustó mucho el consejo, así que obró tal y como Patronio le había recomendado y le fue muy bien. Y, como don Juan entendió que este ejemplo era muy bueno, mandó copiarlo en este libro y escribió estos versos que dicen: Actúa y no sientas vergüenza Y no temas la respuesta.


EL SABIO, EL CIEGO Y EL INFIERNO por Paula Cuerva, 3º A

Un día de primavera se contaban el conde Lucanor y Patronio lo que habían visto ese día tan hermoso. Y el Conde Lucanor dijo: -Patronio, hay algo que he visto hoy en la plaza del pueblo que me preocupa. Me ha hecho sentir mucha compasión. -Bueno y ¿de qué se trata? – contestó Patronio. -Esta mañana salí a pasear y a comprar algo de verdura. Cuando me topé con un pobre mendigo pidiendo algo de limosna. Cuando pasaban los niños se burlaban de él, y los adultos no se dignaban ni a mirarle y pasaban de largo. Entonces yo, me acerqué y le di unas cuantas monedas. Me sentí bien haciendo eso, paseaba con la conciencia tranquila y mucho más feliz, y el mendigo también se alegró mucho. Pero no sé si hice lo correcto. Ese hombre se debía ganar la vida por sí mismo. -Señor conde – dijo Patronio – le voy a contar una historia que le va a decir si hizo lo correcto o no: “Cierto día un sabio visitó el infierno. Allí vio a mucha gente sentada en torno a una mesa muy servida. Estaba llena de alimentos muy apetitosos. Pero todos los comensales parecían estar hambrientos, tenían la cara desencajada, pues debían comer con palillos. El problema era que eran palillos tan largos como remos. Por eso, por más que estiraban su brazo nunca conseguían llevarse nada a la boca. Impresionado, el sabio subió al cielo. Vio que allí también había una gran mesa de comensales con los mismos alimentos. En este caso, sin embargo, todos tenían muy buen aspecto. Y es que allí, en el cielo, cada cual se ocupaba de alimentar con sus palillos al que tenía enfrente”. El Conde Lucanor se alegró mucho de haber obrado bien. Y Don Juan Manuel mandó copiar esto en un libro: “Al recibir y dar,

en vez de una sonrisa obtienes un par”.


LAS TRAMPAS por Sandra Romero, 3º B

Un día hablaba el Conde Lucanor con Patronio su consejero, y le dijo de esta manera: - Patronio, hace unos días descubrí que mi enemigos se está colando todas las noches en mi reino, y mata a un animal del ganado de mi pueblo, y como vos tenéis tan buen entendimiento, os ruego que me digáis que actitud me conviene adoptar contra mi enemigo. -Señor Conde Lucanor- dijo Patronio- para que hagáis lo más provechoso me gustaría mucho que supieses lo que le sucedió al Conde de Papilonia. El Conde preguntó que le había pasado al Conde de Papilonia y entonces Patronio dijo: - Señor Conde, el conde de Papilonia tenía muchos enemigos que había hecho en guerras, pero aun así, él se creía que todo el mundo le adoraba y que nunca nadie le atacaría, pero sus enemigos planearon no atacarle a él, sino a todo el ganado que poseía. Todas las noche sus enemigos entraban y mataban a un animal, pero como el conde de Papilonia no era tonto y sabía lo que hacían, hizo un plan para parar aquello, y una de las noches en la que sus enemigos entraban, él puso trampas para ratones, lo que les causó varias heridas graves en los pies. Días después, cuando ya estaban recuperados, el conde volvió a ponerles más trampas y así sucesivamente hasta que sus enemigos entendieron que así no podían seguir, pues los que salían doloridos eran ellos. Esto ayudó al conde Papilonia a entender que él no era el centro de atención y que a él también le podían atacar. - Y en cuanto a vos, señor Conde Lucanor, quiero que entiendas que los que hacen malas acciones saldrán mal pagados y lo que tienes que hacer es hablar y razonar con tus enemigos y hacerlos entender que no están haciendo bien. Al conde le pareció que Patronio le había dado un buen consejo.


Y, como Don Juan pensó que el ejemplo era muy bueno, lo mandó copiar en este libro e hizo estos versos que dicen: El que más acciones haga mal pagado saldrá

TINTES Y MENTIRAS por Belén Moreno, 3º B. Un buen día, el conde Lucanor hablaba con Patronio y le dijo lo siguiente: -Patronio, me veo muy afectado en un grave conflicto que surgió hace poco. Hubo un robo en una sastrería y éste se produjo cuando un conocido pero no amigo mío y yo estábamos allí probándonos unos trajes. El sastre se fue a por unas telas y yo me senté a esperarle. Como me aburría fui a mirar por la ventana y cuando el sastre regresó, se puso como un maniático gritando “¡Donde está la tela de oro que yo tenía en esta mesa!” Entonces fue a los juzgados y nos puso una denuncia a los dos, al conocido que estaba conmigo cuando el robo se produjo y a mí, porque todavía no sabía quien había sido el culpable, ya que no había ninguna prueba que delatase a nadie. Amigo Patronio, yo ya que dicho hasta la saciedad que no fui el que cometió el robo, pero el sastre no me cree ¿qué debo hacer? -Señor conde, –contesto Patronio- para que hagáis lo que a usted le parezca oportuno, me gustaría que conociese esta historia, que se asemeja bastante a la vuestra. Érase una vez dos hombres, un duque muy afamado en la villa dónde vivían y que también era muy rico, pues tenía grandes posesiones de tierra y palacios. El otro hombre, sin embargo, era un hombre sencillo, sin grandes propiedades, solo con una habitación a su nombre y con un trabajo de tintero de telas con el que difícilmente tenía un trozo de pan que llevarse a la boca. Trabajaba de sol a sol porque el dueño de la tintorería era muy avaricioso y quería sacar el mayor beneficio siempre que pudiera. Un día los dos hombres se encontraron en una situación bastante peliaguda. El duque fue un día a la tintorería en la que trabajaba el segundo hombre, el más pobre, para hacerse un traje. Cuando el hombre más rico llegó allí, le vio el dueño de la tintorería y se puso a dar saltos de alegría porque hacía mucho que no tenía un cliente tan especial. Éste le dijo al hombre más pobre que le tratara como si fuera su propio padre para que quedara satisfecho y le pagara un buen dinero.


El dueño de la tintorería atendió personalmente en su despacho y cuando supo perfectamente todo lo que éste deseaba, fue corriendo a encargárselo a su empleado. Éste se esmeró mucho haciendo los tintes porque, al fin y al cabo era un duque y eso no se encontraba todos los días, así que lo hizo lo mejor que pudo y realmente los tintes, las rayas y lunares que había encargado el duque le habían salido muy bien. Cuando el duque se fue a recoger sus ropas, no le agradó nada que el que las hubiera tintado fuera un hombre con unas ropas desgarradas y un poco sucias así que, por venganza, cogió todos los cuencos de colorantes y los mezcló hasta que quedaron como una mezcla homogénea. Cuando vio al dueño, dijo que el que había realizado aquel caos había sido el hombre humilde. Y claro éste empezó a decir “pero señor, si yo no he hecho semejante barbaridad, créame por favor” pero el dueño ni siquiera le escuchaba, solo tenía ganas de matarlo porque claro, se creía antes lo que el duque decía que lo que el humilde empleado afirmaba. Y empezó a tirarle cosas, a decirle burradas… y eso que él no había hecho nada. Entonces le llevó ante las autoridades para que le juzgaran porque si un hombre de clase baja había cometido un fallo, debía pagar por ello. Pero claro, el hombre acusado seguía negando que él hubiera mezclado todos los colorantes, así que los guardias encargados de llevar estos casos, decidieron abrir una investigación porque el empleado ponía tanto empeño y decía unos argumentos tan rotundos, que empezaron a dudar de la palabra del duque. Fue realmente fácil adivinar quien había hecho aquella maldad pues los colorantes dejan las manos con un tono bastante oscuro y ¿a qué no sabe quién tenía las manos así? Pues eran dos personas, el empleado humilde y el duque. Que el empleado humilde tuviera las manos así era normal pero ¿Y el duque? Pasado un tiempo juzgaron al duque por haber sido tan mentiroso y mezquino con un hombre que había hecho lo que había podido para agradar a este hombre y también pusieron un pequeño trabajo al dueño de la tintorería por haber sido tan cruel con su empleado, y lo que éste debía hacer era servir durante tres meses al que era su empleado. -En cuanto a vos, señor conde Lucanor –concluyó Patronio- no tiene que importarle si su conocido hizo o no esa fechoría, sino que solo debe importarle que usted no cometió ningún delito y que siempre debe ir con la verdad por delante


Al conde le pareció que Patronio le había dado un buen consejo, así que lo siguió y le fue muy bien. Y como don Juan entendió que aquel ejemplo era muy bueno, mandó que lo copiaran con estos versos: “Si la verdad siempre dices en la mesa no te faltarán perdices”

UNA AMISTAD FALLADA por Marta Gutiérrez, 3º A.

Un día estaban hablando el Conde Lucanor y Patronio sobre la amistad, y Lucanor le dijo así: -Patronio, estoy indeciso… Mi amigo de la infancia me ha invitado a merendar y pasear para hablar de cómo nos va, pero el Duque me ha invitado a un banquete donde va a estar toda la gente de clase- dijo el conde con preocupación. -Señor, le contaré una historia que escuché de pequeño sobre dos grandes amigos. El conde Lucanor estaba ansioso de escuchar la historia que Patronio le iba a contar porque estaba seguro de que le ayudaría a aclararse. -Señor conde, así sucedió: Hace muchos años en la ciudad de Toledo dos grandes amigos tenían que ir a la guerra. Desde pequeños soñaron en ir juntos sin separarse nunca el uno del otro. Cuando se acercaban los días de guerra uno de los dos amigos estaba muy nervioso, un hombre del pueblo que también lo estaba dijo que se fugara con él y huirían de Toledo para no tener que morir en el campo de batalla.


Se le olvidó por completo las promesas que tenía con su amigo de la infancia y decidió marchar. El amigo al ver que se había ido su compañero y amigo de batalla enfureció, se había marchado sin despedirse, dejándole solo ante el peligro, le falló. Cuando el gran día llegó, el amigo volvió, se acordó de todas las promesas y no le podía dejar solo, se dio cuenta que debía estar con su verdadero amigo. A lo que Patronio intervino: -Lo que le quiero decir con esto señor, es que no olvides lo que siempre estuvo y estará con usted. El conde al escuchar todo esto quedó satisfecho, se dio cuenta de que lo que valía la pena era charlar y merendar con su amigo. No hay que olvidar las verdaderas cosas que tenemos en la vida.

LAS DOS VASIJAS por Roberto Rabadán, 3º B Pasó el tiempo, y el conde Lucanor ya era un anciano, tenía un hijo que trabajaba mucho y muy duro y él era el que llevaba el dinero a casa para la comida. Entonces el conde le preguntó a Patronio qué podía hacer para poder llevar comida a casa, entonces éste le dijo: No hace falta llevar comida a una casa cuando ya hay la suficiente y le contó la historia de las dos vasijas de agua: Eran dos vasijas de agua una nueva y otra vieja, el dueño las llevaba sujetadas por un palo de madera por la espalda. La vasija nueva, cuando se trasladaba el agua en ella no vertía ni una gota de agua, en cambio, la vasija vieja estaba llena de rajas que perdían agua y el hombre que las llevaba siempre llegaba a su casa con la mitad del contenido. Un día cuando el dueño estaba llenando las vasijas, la vasija vieja le dijo: -Sé que soy inútil para ti, porque siempre llego con la mitad del agua. El hombre la contestó sonriendo: -Cuando regresemos, por favor, observa el camino.


Así lo hizo la vasija, ésta se dio cuenta de que por el lado que iba ella crecían muchas flores y plantas. El dueño la dijo: -Siempre supe que tenías esas rajas, por eso sembré por el lado que siempre vas hortalizas, flores y legumbres y tú las has regado siempre. Recogí flores y alimenté a mi familia con las verduras. Si no fueres así, no podría haberlo hecho. “Todos nosotros, en algún momento, envejecemos y pasamos a tener otras cualidades, siempre las tenemos que aprovechar”

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