El Ameriñol

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13 uno de los signos de que se compone una emisión oral es analizable, a su vez, en unidades acústicas mínimas, idénticas unas a otras o diferentes entre sí, llamadas sonidos (signos de signos).

Los diferentes sonidos de una lengua constituyen un repertorio reducido y

cerrado. No existe ninguna lengua en la que, a cada significado diferente, corresponda como significante un signo único y diferenciado. El relieve acústico individual de cada signo depende de la manera de combinarse en él esos elementos primeros que son los sonidos.” Esbozo de la Real Academia de la Lengua Española. ¿Se necesita saber todo eso para escribir o leer uno de los libros de Corín Tellado, García Márquez, Isabel Allende, Gioconda Belli, Angeles Mastretta, Marcela Serrano o Miguel de Cervantes y Saavedra? Es posible que ninguno de estos escritores sepa o haya sabido esos tecnicismos, y eso no impidió que escribieran y dijeran lo que tenían en la mente. No saber tanta minucia acerca de la Gramática no ha sido impedimento para que hayan escrito bellísimas obras que todos entendemos a cabalidad. Nuestros miedos, alegrías, ilusiones, amor y felicidad, sin importar que estén mal escritos o que no sepamos qué es ni dónde va la coda, la cima o cabeza de una sílaba. O que tal letra sea oclusiva o fricativa, abierta o cerrada; o que se articule con la punta de la lengua y los dientes, o con las orejas y el bigote. No es que sea malo rendirle cierta dedicación y cuidado a la manera de expresarse, bien sea en forma oral o escrita, pero en lo que hemos convertido el idioma es una especie de necedad sin más propósito que el de demostrar qué tan hábiles somos en el dominio del infinito número de tretas y reglas que plagan el español. Todo mensaje es emocional, y demasiadas normas lo entorpecen y deforman. Y esta manía reglamentaria nos ha dividido a los que hablamos este bello idioma en varios grupos: cultos, familiares, vulgares y rústicos. Además, en dos grandes bandos: americanos y españoles. Estos, tratando de demostrar que son los dueños del idioma, los que tienen que velar por su pureza, imponiéndonos desde España la “forma correcta cómo se debe hablar y escribir”.

Y los académicos criollos, con mente subordinada, intentando probar

que somos capaces de hacerlo mejor que ellos, o por lo menos, de igualarlos. Un pugilato inútil y sin sentido que nos ha hecho caer en esa fosa en donde lo único que cuenta es la capacidad que hemos desarrollado para conocer toda clase de trucos gramaticales que a nada conducen. Pero lo que talvez sea más dañino desde el punto de vista cultural para los americanos, es la subordinación en la que hemos permanecido en relación con la lengua. Es inadmisible que tantos americanos, tengamos que esperar que la Academia Española dicte las normas bajo las cuales debemos hablar y escribir para estar dentro de lo “correcto”. Millones de ameriñoparlantes tenemos que aguardar a que la Venerable les dé su aprobación a palabras que


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