Saigón 15

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Agustín Pérez González Manuel Guerrero Cabrera Antonio Vela Ángel Manuel Gómez Espada Saúl Ariza María Jesús Soler Arteaga Enrique Martín-Lorente Rivera Rafael Manjón-Cabeza Guzmán Julián Valle Rivas Jorge Ruiz Arana Carlos Ruiz Sánchez Antonio Joaquín González Gonzalo María Araceli Granados Sancho José Manuel Valle Porras Manuel García Luque Felisa Lería Mackay José Manuel Moreno Millán Domingo Jiménez Burgos

Thyzzar Manuel García Luque José del Río Mons Archivo Asociación Naufragio

Thyzzar


2005 O-160Legal: C o it z s ó Dep 55 Martíne rera, 699-51 avarro ro Cab ISSN: 1 Emilio José N anuel Guerre as, y José rr r: :M Creado e Redacción anuel Valle Po d M Consejo e Rivas, José all Julián V entura Rojas V l e u n Ma sión: e impre Diseño an:

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JUVENTU


Somos una publicación comarcal, cuyos lectores están, sobre todo, en los pueblos de Córdoba –especialmente Cabra y Lucena–, aunque también en cualesquiera otros lugares de esta república de las letras, que carece de fronteras geográficas, ideológicas o temporales. Así las cosas, consideramos que nuestra principal misión es estimular el interés por la cultura en estos pueblos. Y con esta finalidad no se concilia bien el exigir un alto nivel artístico a toda y cada una de las colaboraciones publicadas. Entiéndasenos bien: Saigón no pretende lo chapucero, sino lo excelente. Pero es más bien combinando las virtudes y el mérito de buena parte de los colaboradores, con las inexpertas pero voluntariosas tentativas de nuestros paisanos –siempre que reúnan un mínimo decoroso de rigor–, como lograremos que esta revista cultive el amor a la escritura y la lectura, a la poesía, el cine, la ciencia o el pensamiento. Si logramos esto, nos podremos dar por satisfechos. Y será más tarde, en ese ambiente fertilizado por el amor a la cultura que pretendemos fomentar, en un contexto favorable, donde habrá más probabilidades de que florezcan artistas e intelectuales de valía.

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saigón

editorial

Con este número nuestra revista alcanzará los 6 años de existencia, un período de tiempo intenso en el que hemos vivido varias etapas –entre ellas un involuntario paréntesis– y una voluntad continua de perfeccionamiento. Sin embargo, esta excelencia que buscamos no es únicamente la de la exquisitez, es decir, la del poema perfecto o el artículo irrebatible. El que algunas creaciones literarias nunca vayan a figurar en antologías o que determinadas reseñas o ensayos padezcan de ciertas debilidades no significa que necesariamente Saigón les vaya a cerrar sus puertas. Porque nuestra pretensión no es la de revista de elite, la de un referente de la literatura española donde se publiquen obras de vanguardia y siempre de primera categoría. No, nuestra tarea es otra.


sumario

saigon 05 Editorial 08 Entrevista a Amalia Bautista 13 Abrimos fuego con poesía A RAFAEL MONTESINOS. Agustín Pérez González 15 16 PASEO EN GÓNDOLA. Manuel Guerrero Cabrera NIEVE EN MOSCÚ. Antonio Vela 17 18 DE LOS EFECTOS NEGATIVOS DE LA TELEVISIÓN. Ángel Manuel Gómez Espada 19 AUSENCIA. Saúl Ariza FIESTA. María Jesús Soler Arteaga 20 22 OJOS. Enrique Martín-Lorente Rivera RUTINA. Rafael Manjón-Cabeza Guzmán 24 25 Relatos para la ciudad perdida 27 LA JUSTIFICACIÓN (V). Julián Valle Rivas HALLAZGO. Jorge Ruiz Arana 35 39 DESENGAÑO AZUL. Carlos Ruiz Sánchez 41 Análisis en la retaguardia POÉTICA, EROTISMO Y MITO EN LOS VIDEOCLIPS DE 43 SHAKIRA. Antonio Joaquín González Gonzalo EL LIBRO QUE NOS HACE ADULTOS. María Araceli 48 Granados Sancho UNA BIBLIOTECA EN LA CONCHINCHINA. A MALHER 53 POR LA LECTURA. José Manuel Valle Porras 61 EL PALACIO DE CARLOS V EN GRANADA: CINCO SIGLOS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE UN MONUMENTO Y UNA DÉCADA PARA SU EXPOLIO (I). Manuel García Luque 67 Alto el fuego 69 FELISA LERÍA MACKAY 70 HABLANDO SE ENTIENDE LA GENTE. José Manuel Moreno Millán 72 FÚTBOL Y COCHES QUEMADOS. Domingo Jiménez Burgos 74 PUBLICACIONES RECIBIDAS. Redacción 76 PRESENTACIÓN DE SAIGÓN 14. Redacción 77 OTROS ACTOS POÉTICOS. Redacción


[0] entrevista


amalia bautista

Foto: JosĂŠ del RĂ­o Mons


laentrevista Manuel Guerrero Cabrera

Amalia Bautista nació en 1962 en Madrid. Ha publicado Cárcel de amor (Renacimiento, Sevilla, 1988), La mujer de Lot y otros poemas (Llama de amor viva, Málaga, 1995), Cuéntamelo otra vez (La Veleta, Granada, 1999), La casa de la niebla. Antología (1985-2001) (Universitat de les Illes Balears, 2002), Hilos de seda (Renacimiento, Sevilla, 2003), Estoy ausente (Pre-Textos, Valencia, 2004), Pecados, en colaboración con Alberto Porlan (El Gaviero, Almería, 2005), Tres deseos. Poesía reunida (Renacimiento, Sevilla, 2006), Luz del mediodía. Antología poética (Universidad de las Américas, Puebla, México, 2007) y Roto Madrid, con fotografías de José del Río Mons,(Renacimiento, Sevilla, 2008).

1.- Luis Alberto de Cuenca, Jesús Aguado, Eduardo García, Javier Lostalé, Joan Margarit, etc. Y ahora usted, que es la primera voz femenina y, además, poeta, que aparece en nuestras páginas. Sin duda, la entrevista a mujeres es un aspecto pendiente de nuestra revista. Ayúdenos. ¿Qué otras poetas (o mujeres) citaría usted para equilibrar el sexo en este listado? A mí lo de equilibrar los sexos en cualquier listado me da igual, pero si ustedes lo llevan con cargo de conciencia, se me ocurre que podrían empezar con Ana Rossetti y Aurora Luque, dos de las voces de la poesía actual con más entidad. 2.- Algunas de las citadas, ¿han influido en su poesía? Si no, ¿qué escritores lo han hecho? No sé si han influido. Yo siempre hablo de admiración más que de influencias, me encantaría que los autores que admiro hubieran influido en mi poesía, que se notara esa admiración, pero no estoy segura de que esto suceda. Por citar sólo unos pocos de mis poetas preferidos, quizá de una forma bastante aleatoria entre una lista que podría ser amplísima, diría Lope de Vega, Garcilaso, Lorca o los autores del romancero. 3.- En los recitales en los que usted participa, ¿cómo se siente al comprobar que varios asistentes conocen bien sus poemas?

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Con sorpresa y siempre con gratitud. Creo que es algo a lo que no me acostumbraré nunca. Varias veces he dicho que, cuando veo a alguien con un libro mío, y ese alguien no pertenece a mi familia o a mi grupo de amigos, y por tanto no le he regalado yo el ejemplar, me parece increíble. Sabiendo que la poesía es un género con un número muy limitado de lectores y no tan limitado de autores y títulos, es asombroso que alguien se haya molestado en comprar, y hasta en leer, un libro precisamente mío. 4.- Y, cuando usted escribe un poema (o un poeta escribe), ¿qué busca en el lector: la interpretación de lo que usted quiso decir o que le dé otras interpretaciones que usted desconocía? Supongo que el poeta no busca nada en concreto, yo al menos no lo hago. Escribimos para un número muy reducido de personas, con nombre, rostro, criterio y una opinión con peso para nosotros. En el momento de escribir un poema no puedo pensar en un lector anónimo que quizá acabe leyéndolo, pero cualquiera de las dos opciones que usted menciona sería gratificante, que entendiera exactamente lo que quise decir y que le dé sus propias interpretaciones que, de alguna forma, completan o enriquecen el poema. 5.- ¿Cuál de sus libros es el que más le gusta a usted? ¿Y a sus lectores? A mí el próximo, el que no sé si haré. A mis lectores lo ignoro, habría que preguntarles, pero tengo la impresión de que elegirían más un poema (o unos pocos, independientemente del libro al que pertenezca cada uno) que un libro. 6.- Leí de Abelardo Linares que su poesía «está hecha de tiempo y para durar en el tiempo». Entonces, ¿puede caducar la poesía? Desde luego que sí, toda poesía tiene el sonido de su tiempo y algunas envejecen muy mal. Otras son intemporales, y por tanto eternas. Por eso nadie escribe hoy como Espronceda y también por eso si leemos un poema de Catulo o de Safo nos parece de ayer mismo. 7.- ¿Publicará un nuevo poemario próximamente?

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Foto: José del Río Mons


Próximamente no. Ni siquiera sé cuándo será o si será. Escribo muy poco, tengo un ritmo de producción lentísimo y casi nada me vale. Además, pienso que cada poema que consigo escribir puede ser el último y alguno acabará siéndolo. 8.- A los saigonistas nos gusta mucho el poema «Pide tres deseos». Si además de esos tres, pidiera tres más. ¿Cuáles serían? Por ejemplo, los tres con los que termino el poema «Al cabo»: poder querer a alguien, que nos quieran y no morir después que nuestros hijos. O los tradicionales de salud (toda), dinero (el suficiente) y amor (el necesario).

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[1] abrimosfuego conpoesĂ­a 13


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AGUSTÍN PÉREZGONZÁLEZ A RAFAEL MONTESINOS Las altas atalayas que se inclinan en los parcos jardines de tu nombre, están danzando locas de alegría y un banco aún recuerda la hidalguía de un joven que soñaba con ser hombre. Aquél que fue refugio de tu tiempo, aquél que te prestara su alma fría o el corazón candente de sus hierros, para leer un libro con tus versos, me presta hoy a mí su geografía. Y aquí, ante tu puente de Triana, delante de tu río, tus recuerdos brotan de la palmera a la que cantas y tapizan el suelo de mi alma llenando mi jardín de sentimiento. Aquí mismo, Sevilla, esta mañana para ti, Rafael, se ha convertido en rima del poema en que proclama que es tu amante y sigue enamorada de tus versos, insigne Montesinos.

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MANUEL GUERRERO CABRERA PASEO EN GÓNDOLA Coral sombrío con la luz del amor, canal intenso. La idílica Venecia es para enamorarse. Donde el labio de arriba es el cielo y el mar, el otro labio. Caricias ondulantes, amor a golpe de remo y de la media luz, crepúsculo interior (si imaginas que el tango lo creó un veneciano en la otra orilla). El gondolero ritmaba resplandores divinos y salados esquivando corales. Pero nosotros ya habíamos topado con el amor, porque Venecia es para enamorarse de Venecia.

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ANTONIO VELA NIEVE EN MOSCÚ En cualquier momento puede empezar a nevar. Ya no parará hasta abril o mayo. En pocas horas quedará cubierto lo que cada día intentamos esconder con mayor vehemencia en todas las ciudades y pueblos de un planeta que se plagia. Y por la claridad de las noches más oscuras creeremos que hemos conseguido dejar de ser prisioneros del tiempo -y de nosotros mismos-, y que ya no es necesario ocultarnos más. De Moscú a Montreal, y de Chapelco a Cooma, así viene repitiéndose todos los inviernos desde que primero James Joyce, y más adelante Tim Burton, relacionaran la nieve con todo lo que es imposible.

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ÁNGEL MANUEL GÓMEZ ESPADA DE LOS EFECTOS NEGATIVOS DE LA TELEVISIÓN Oh, divina Shakira, hija famosa de las Nereidas, vestida tú de hembra fértil, mueve tus caderas sólo para mí y pondremos la noche del revés. Yo, dios inmortal y febril, trasmutado en cisne alado, perlaré tu cuerpo con mis deseos.

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SAÚL ARIZA AUSENCIA Prometí que hoy sería el último día de este tiempo. El tiempo de la ausencia. Recorrer las calles en búsqueda. Llorar por la pérdida de lo nunca ganado. Sentir la ausencia en las palabras que se dicen. Sentir la ausencia en las palabras que pronuncio, en las voces que escucho. Todo es distinto en la ausencia. Algo innombrable, alguien innombrable. Es sólo ausencia, que deja el tiempo hueco. De aire dormido en mi boca. Que puede llenarlo todo y dejar el tiempo hueco. Ausencia. Ausencia Ausencia. Hoy es el último día de la ausencia. Voy en busca de su pérdida. La pena es que rara vez se cumple lo que uno promete, o lo que uno desea.

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MARÍAJESÚS SOLERARTEAGA FIESTA I Cuando llegó traía dos libros bajo el brazo y los dejó sobre la mesa junto a las copas de cristal donde el vino blanco estaba servido. Era una fiesta en la que todos tragaban tristezas. Pero hablaré de mí esta vez. No me dediqué a mis invitados, no brindé con ellos por la alegría que derramaba la copa en sus labios sólo me asomé a la terraza para ver pasar la marea de gente y el tendido de las luces sobre la calle. Cuando la fiesta terminó, cogí aquellos libros entre mis manos y observé cómo todos se marchaban.

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II Observé cómo todos se marchaban sin pena ni gloria, sin nostalgias superfluas, porque llevo años dando fiestas para los que no vienen y a las que yo no voy, porque llevo años citando versos ajenos y emborrachándome con el agua mineral que se vende a granel en las grandes superficies. Los versos de García Ulecía me acompañaron una tarde en una fiesta absurda, que celebré para los que no vamos a mis fiestas, y se quedaron en una cuartilla copiados a mano con letra clara en un libro bajo mi brazo.

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ENRIQUE MARTÍN-LORENTE RIVERA OJOS

OJOS que sin hablar todo lo decís, y aún sin veros seguís hablando, y cuando a mi recuerdo vuelvo, no calláis aún. Ojos que no son fáciles de encontrar e imposibles de olvidar. ¡Ojos! ¿Dónde estáis?

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RAFAEL MANJÓN-CABEZA GUZMÁN RUTINA El mismo bar. Las mismas mesas y sillas envejecidas por el mismo sol. Paseos en círculo que nunca llegan a ninguna parte. Aburridas horas sosteniéndonos a nosotros mismos y a las nimiedades que exhalan los demás. Rutina que carcome las palabras, que las devora a medias en un bucle con cada vez más entradas. Rutina que se alimenta de las infinitesimales variaciones de ánimo. Un cáncer sin metástasis. Un cáncer que no mata nunca.

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[2] relatosparala ciudadperdida 532315


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JULIÁN VALLERIVAS

La justificación (V) …continuación DÍA 2 - MIÉRCOLES ARS LONGA, VITA BREVIS

[ARSENIO] En la oscuridad del dormitorio, mi visión, todavía padeciendo los efectos de la reciente pesadilla, formó figuras espectrales que danzaban bajo la sombría techumbre en un aquelarre satánico y perverso, recordándome unos tiempos de infancia que creí ya olvidados. Los tenebrosos espectros surcaron la habitación de un lugar a otro sin temer la presencia de obstáculo alguno, ya que, ante el mismo, se difuminaban con la misma facilidad con la que se concentraban una vez superado. Otros, en cambio, simplemente se volatilizaban en un rincón para materializarse en el opuesto. Cerré los ojos en un vano intento por desintegrar las sombras. Cuatro y media. Tanteé buscando el interruptor de la luz; cuando di con él, lo presioné. El impacto eléctrico vaporizó inmediatamente las ánimas que pululaban por el dormitorio, mientras que, al mismo tiempo me obligaba a entornar los párpados hasta que mis ojos, antes envueltos en la lobreguez, se acomodaron al esplendor artificial. No obstante, la somnolencia fue apoderándose de mí. No pude controlarla. Era inevitable. Ni siquiera tuve tiempo de apagar la luz. Esta vez no soñé. [ZOILO] Desperté sobresaltado como cada vez que regresaba del mundo de la fantasía. «¡Puñeteros sueños!», maldije. Examiné la hora del reloj, las cinco y treinta y tres. Resolví que sería bueno adelantar el trabajo. Me senté a la mesa y encendí la luz del flexo quedando la habitación medio cubierta por las sombras. Extraje de un cajón unos guantes de látex y me los coloqué, luego agarré un folio en blanco, cogí del portalápices un bolígrafo y empecé a escribir. Ese imbécil iba a saber quién era yo. Si pensaba que no era más que un juego,

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aquella segunda carta le devolvería a la realidad. Si todavía le quedaba alguna duda sobre el hecho de que tenía la intención de matarlo, terminaría por convencerlo. Si aun dudaba de mi misión y de que, por ella, seguiría actuando, acabaría asegurándose. Y si, a pesar de todo, se mantenía indiferente, los hechos le confirmarían la veracidad de mis intenciones. «Ese imbécil me ayudará a alcanzar mis objetivos creyendo que actúa correctamente», pensé con ironía. Sí, la vida era pura ironía y, a pesar de ello, yo recuperaría la que me había sido negada años atrás. Al concluir, plegué el folio cuidadosamente, extraje de otro cajón un sobre e introduje en éste aquél. En el sobre sólo escribí una palabra. Un nombre. El de su destinatario. Arsenio. Regresé al dormitorio, me tumbé en la cama y me cubrí con la sábana. Miré el reloj. Las seis y catorce. Todavía quedaba un tiempo para que Lucena despertase. Mi rostro dibujó una media sonrisa. Me relajé seguro de mi triunfo. «Pronto, muy pronto», reflexioné, «pronto habré terminado con él; sólo tengo que esperar tranquilo a que el plan se vaya desarrollando». Con este pensamiento, me dormí. [ARSENIO] Me despertó la chillona voz del locutor de los informativos, la cual me llegaba algo distorsionada a través del reloj. Me desperecé. Me sentía agotado. Sobre mi memoria se formaron los acontecimientos del día anterior. Un ligero matiz de amargura empañó mis sentidos. Apagué el despertador, no me gustaban los informativos. La luz aún permanecía encendida. Comencé a recordar. Apreté el interruptor y la apagué. Las nueve y cuarenta y cinco. No llegaría con hora al despacho si tenía la intención de pasar por la Comisaría antes; sin olvidar el juicio a las doce. Tendría que llamar a Estela para comunicarle mi retraso. Tomé el maletín. Cerré la puerta, introduje la llave en la cerradura y la giré echando el cerrojo de seguridad. En ese instante me pregunté si algún vecino habría advertido la presencia de un extraño en el edificio. Pese a vivir en la primera planta, tendría que asegurarme. «Nota mental». Un paseo me vendría bien. Al menos, en ese momento, me pareció una buena idea. Y es que mi travesía rumbo a la Comisaría resultó ser más accidentada de lo que hubiera previsto. Fue una intuición, una chispa en mi cerebro, lo que me llevó a fijarme en el hombre

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obeso que comenzó a seguirme desde que me adentré en calle Ballesteros. No le di importancia al principio: un hombre más, pura coincidencia de ruta. Nada interesante si no fuera porque, al atravesar Plaza de España y girar en Barahona de Soto, el mencionado hombre no hubiese elegido la misma opción. La tensión, los nervios, el miedo jugaron como duendes malévolos contra mí. «Yo te conozco a ti muy bien, Arsenio. He estado oculto, en la sombra, vigilándote durante mucho tiempo». Eso había escrito Zoilo en su carta. ¿Sería cierto que me estaba vigilando? ¿Sería aquel tipo el tal Zoilo? «Pero, ¿qué dices?», me reproché. Me dirigía al centro por una ruta típica en mi ciudad levítica, aquel hombre podía perfectamente llevar la misma dirección que yo. Sin embargo, su forma de actuar me inducía a sospechar. ¿Acaso no serían imaginaciones mías? Hubiese esperado que Zoilo fuese alto, fuerte, con la mirada perdida. ¿Quién se iba a esperar que un psicópata tuviese aquel voluminoso aspecto? De ahí la sospecha. Nadie identificaría en una persona así a un demente. En todo caso, la verdad, yo, a pesar de mi profesión de abogado, no había tratado con enajenados homicidas. Alguna vez conocí de algún caso de incapacitación por demencia, pero aquello fue de otro orden. En fin, el hecho me pareció sibilino, por lo que resolví andar vigilante. Ante mí Plaza Nueva y la majestuosa parroquia de San Mateo. Volví la cabeza con un ademán despreocupado. El hombre seguía tras de mí. La situación comenzaba a provocarme cierta sensación de inquietud. Miré furtivamente de un lado para otro. Tuve la impresión de que todo el mundo me estaba observando, de que todo el mundo estaba pendiente de mis movimientos, de mis reacciones, de mis actitudes, de mis pensamientos. Sentí las miradas ajenas sobre mí. Un sudor frío empapó mi frente. Empecé a experimentar pánico ante la presencia de la multitud a mi alrededor. Aceleré el paso. Tenía que alejarme de aquel lugar, huir, correr. En mitad de Plaza Nueva me detuve. Tomé aliento jadeante. Intenté calmarme. Me apoyé sobre las rodillas para descansar el cuerpo, dejando el maletín en el suelo. Giré la vista sobre el hombro. El hombre gordo llegaba a Plaza Nueva en carrera. Al verme, se paró en seco. Su rostro se contrajo en una expresión preocupada. Se dio cuenta de que lo había descubierto. Adoptó una pose indiferente e inició un andar pausado hacia donde me encontraba. Me seguía. No era fruto de mi imaginación. Alcé la mirada y consulté el reloj de la torre del Ayuntamiento. Las diez y diez. Debía actuar con indiferencia y esperar su reacción. Cogí el maletín y me aproximé al escaparate de una joyería cercana. Serviría. La intensidad de la luz hacía que en el cristal se reflejasen las figuras como en un tenue espejo. Fingí estar interesado por

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alguna joya. Ni siquiera necesitaba fingir, tenía que llamar a Estela y así lo hice. Entretanto, el tipo me rebasó con andar pausado, nuestras miradas se cruzaron a través del reflejo del cristal, seguí sus pasos, entró en un banco. Al colgar, Estela se quedó más preocupada que antes, no había sido demasiado claro en mi exposición y anunciarle el inesperado seguimiento no ayudó demasiado. Inicié la marcha. Cuando crucé por la puerta del banco miré hacia su interior sin detener el avance. El sujeto obeso estaba distraído mirando unos papeles pinchados en un tablón informativo mientras, a lo zaino, dirigía la vista hacia la puerta. Ya me había cansado de ser el perseguido. Cuando alcancé el cruce con calle las Torres, me oculté tras la esquina, detrás del Ayuntamiento. Fue una corta espera, el tipo apareció en la confluencia. Yo quedaba a su espalda, fuera del alcance de su mirada. Escrutó al frente y a los lados meneando rápidamente la cabeza con evidente inquietud. Me buscaba. Había desaparecido de su vista, no sabía dónde me había metido. Tenía el deber de seguirme, de vigilarme, y me había perdido. Me apunté un pequeño triunfo personal. –¿Me buscaba? –pregunté con el ligero tono de superioridad del que tiene controlada la situación. Sin embargo, no esperaba lo que siguió, lo cual transcurrió, además, en breves segundos. El tipo, sintiéndose aludido, giró en mi dirección. Al verme, su rostro reflejó un profundo desconcierto. Pero reaccionó con velocidad. Su cerebro -que no parecía haber sido invadido por la grasa- procesó con diligencia la nueva situación. Comenzó a dar unos pasos hacia atrás y, con una agilidad que jamás hubiese creído en un sujeto de esas condiciones físicas, se volvió y comenzó a correr en dirección contraria. –¡Eh, espere! –exclamé. Sabedor de que mi orden no sería obedecida, corrí tras él. En aquel instante, un taxi con los cristales tintados abandonó su estacionamiento en la parada reglamentaria de calle las Torres y se aproximó con celeridad hacia el tipo gordo. El impacto contra las piernas fue mortal de necesidad pero el gordo colisionó contra el capó y se asió a los laterales del coche quedándose adherido al mismo. El cuadro me rebasó. El tipo chillaba de dolor y terror. El coche frenó con brusquedad y el atropellado se soltó de su salvador asidero estrellándose contra el pavimento. Entonces, el coche retrocedió unos metros y volvió a frenar súbitamente. Aceleró quemando neumáticos durante un par de segundos e, inesperadamente, reinició el avance con una velocidad extrema impulsada por la presión de la aceleración anterior. No frenó esta vez. El coche aplastó la cabeza del gordo con sus neumáticos y continuó su temeraria conducción por calle las Torres.

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El espectáculo era dantesco. La cabeza había quedado destrozada. En su lugar, sobre el pavimento, se apelmazaba una masa sanguinolenta de carne, hueso y encéfalo. Aparté la vista con un ligero rebote en el estómago. Todavía impresionado por el desagradable (e inesperado) episodio que acababa de presenciar, sin esperar a que el personal que por allí pululaba empezase a señalarme como la persona que se dirigió al fallecido antes de ser arrollado, saqué fuerzas de flaqueza y, aprovechado la confusión inicial, me encaminé presuroso por calle El Peso. Me dirigía a la Comisaría, ya declararía allí. Y el hecho: fuera o no Zoilo aquel tipo, sin duda me vigilaban. La Comisaría de Policía se encontraba en calle Miguel Cruz Cuenca, junto a la Estación de Autobuses. Un moderno edificio de dos plantas y un sótano -donde se encontraban los calabozos-, perfectamente apreciable y presidido por una voluminosa bandera de nuestro país. Allí me remitieron al Subinspector Henares. Subinspector Henares. Quién si no. A quién iban a encargar un asunto como el asesinato de Padre Jesús si no era al Subinspector Henares. Al mejor. El Subinspector y yo éramos viejos conocidos. En más de una ocasión había tenido en un juicio que rebatir o apoyar –dependiendo la parte a la que representase– sus argumentaciones, todas ellas muy lógicas y muy bien razonadas, tenía que reconocerlo. Los abogados de mi ciudad levítica conocíamos al Subinspector Henares y él nos conocía a nosotros. Era un profesional perspicaz y avispado. Aunque, ciertamente, una primera impresión del mismo podía llevar a una idea totalmente contraria del personaje. Era el tal un hombre enjuto y de escasa estatura, de pelo espeso e hirsuto y siempre vestía desaliñadamente; aun su modo de actuar y afrontar los casos era especial. Pareciese como si llegase a un esclarecimiento de los mismos sin ningún tipo de complicación o esfuerzo destacable. No obstante, sólo era necesario contemplar su mirada para poder advertir unos ojos siempre vigilantes e inteligentes, siempre con un particular brillo de astucia. Con edad para ser un jefazo, era más útil al pie del cañón, solucionando los problemas directamente. Encontré al hombre sentado a su mesa, reclinado en el espaldar de su sillón, con los ojos cerrados, la barbilla apoyada sobre la base del cuello y los brazos cruzados sobre el pecho. Adoptando con todo ello una actitud reflexiva. Ese era su método. «A veces hay que actuar», decía profético, «otras hay que pensar». Actuar y pensar. Era cierto. Muy cierto. –¿Quién es ese tal Álvaro? –el Subinspector conservaba la carta abierta sobre la mesa y se dirigió a mí frunciendo el entrecejo. –Álvaro Solís era la persona con la que abrí el bufete, realizaba ciertas prácticas

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inmorales e ilegales y lo denuncié al Colegio de Abogados. –Total, que no le sentó demasiado bien la decisión por la que usted optó. –Digamos que las últimas palabras que me dirigió no fueron demasiado agradables. –¿Lo amenazó de muerte? –Sí. Sin embargo, y ahí radica el problema, llevo sin saber nada de él desde entonces. De eso hace ya cinco años. –Entiendo. –Por cierto, ¿tiene noticia del atropello de hace un rato en las Torres? –Sí. Estamos algo apurados de personal pero ya hemos asignado el caso. ¿Qué tiene que ver con lo que estamos hablando? –Pues que será mejor que ese caso también lo lleve usted. Fue asesinato. Yo estaba allí. Henares se incorporó como movido por un resorte. Me clavó aquellos ojos inteligentes y de nuevo frunció el entrecejo, dibujando ahora una mezcla de desconcierto e incertidumbre. –¿Qué me dice? Le referí los sucesos de aquella mañana con todo detalle. –Vaya –dijo reclinándose de nuevo–, lleva usted últimamente una vida muy ajetreada. ¿Hay algo más que deba saber? –No… Al menos que yo sepa. –Sin duda ese hombre quiere algo de usted. –Sí, quiere mi vida. ¿No lo ha leído? Ese tipo está loco, ¿no dice que es el Gran Elegido y que tiene una Misión Suprema? ¿Quién lo ha elegido? ¿Acaso su Dios? –O puede que un grupo de personas. Por lo que me ha contado de esta mañana, parece que no está solo. Podría asegurar que el atropellado no era Zoilo. Tal vez fuese el conductor o que éste esté relacionado con otras personas y el conductor fuese otro tipo... Y, aunque fuese el mismo Zoilo, éste tuviese cómplices y el gordo fuese uno de ellos, ¿por qué iba a matar a uno de los suyos? –Porque lo descubrí –repliqué simple. –Sí, puede que la explicación más sencilla sea la más acertada –convino mi interlocutor. Guardó un breve silenció en el que pareció ordenar todos los datos recientes y continuó: –En otro orden, es posible que pretenda ir contra usted a través de otras personas. Quedé paralizado por mi propia estupidez al no haber previsto sus conjeturas. Si aquello era como lo anunciaba el Subinspector, entonces... –Esperanza –dije bruscamente. Una espantosa imagen cruzó por mi mente.

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–¿Quién? –Mi novia. Esperanza. Ella... está en peligro. –No se preocupe, nos encargaremos de protegerla. ¿Dónde vive? –En calle Cabrillana. Pero ahora debe estar trabajando. Es farmacéutica. –Dígame la dirección de la farmacia. Se la di, la apuntó en una libreta y arrancó la hoja. Adoptó una pose firme y profesional. –Quede tranquilo. Déjelo en nuestras manos. Lo dijo así, tal cual: «Quede tranquilo». Y él se quedó tan pancho. Yo nada tranquilo, tenlo por seguro, lector. continuará…

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JORGERUIZ ARANA

Hallazgo La execrable aberración tentacular, desvelada horriblemente su caótica forma por la enfermiza luz lunar que acrecentaba las características pesadillescas de la escena, levitaba ajena a las leyes gravitatorias ante unos ojos desorbitados, ante un rostro compungido, ante una mente lacerada en su cordura, ante un alma rea del pavor más absoluto. El poco envidiable testigo de cómo aquella ominosa monstruosidad flotaba en el desolado páramo tuvo aún un ápice de lucidez para maldecir y maldecirse, lamentando su periplo vital tan errado por adentrarse, al comienzo muy ufano, en sendas sacrílegas e inquisiciones para las que el común de los mortales no puede ni debe estar preparado. De un momento a otro esperaba que la repulsiva criatura se abalanzara sobre él destrozándolo con atroces dentelladas; sin embargo, los eternos segundos se convirtieron en infinitos minutos y no ocurría nada, sabiendo ser observado por unos ojos que no llegaba a ubicar en esa masa protuberante e hinchada, extraña a los presupuestos más básicos de lo lógico. Quizá la criatura jugueteaba con él, sabía de su miedo y gustaba recrearse en alargar la turbación de su futura víctima, seguro de sí frente al enclenque y tembloroso humano. Sí esto era así, seguramente lo peor no era conocer que en el Universo existen abominaciones tales, sino tener que admitir que dichos seres poseían algún tipo de raciocinio, una inteligencia malévola y cruel. Repentinamente, el contrito estudioso notó cómo la petrificación impuesta por su miedo se quebraba y sacaba fuerzas de algún insospechado vivero ahíto de instinto de conservación, consiguiendo echar a correr sin pensar siquiera en mirar hacia atrás. Alejándose del sospechoso montículo coronado por una piedra enhiesta que, a pesar de las habladurías, poco o nada tenía que ver con los primitivos habitantes indios de la región, nuestro hombre notó al poco de trotar entre la desarrollada maleza cómo el suelo se reblandecía, sus pies se hundían en una inoportuna superficie cenagosa que retrasaría su necesario escape. Lo difícil del terreno provocó un torpe resbalón que lo hizo caer de bruces en el fangal, mas, a pesar de ello, casi no fue una pausa en su huida; pues nuestro protagonista, apenas tocó el suelo con brazos y rostro, continuó su escape a gatas, sintiendo los arañazos de ramas caídas y piedras. Su mano izquierda rozó algo largo y blanduzco que le

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pareció moverse y un terror nuevo le acosó, pensando que cualquier retorcido tronco o quebrado tallo podía ser el tentáculo de algún otro ser llegado de los abismos espaciales por culpa de su estúpida actuación, del nefando ritual llevado a cabo, de las prohibidas palabras pronunciadas en una lengua anterior a la creación del Hombre. El suelo volvía a adquirir mayor dureza y se elevaba, los árboles aumentaron en número, verticalidad y altura, y la frenética carrera, continuó sin todavía atreverse a echar la vista a sus espaldas. Desconocía cuánto tiempo pasó atravesando la foresta y cuándo tuvo que dejarse caer exhausto y convulso. En derredor comprobó algo aliviado que no existía peligro inminente. «Tal vez esa obscena entidad ha conseguido retornar por alguna fisura dimensional a su disparatado lugar de origen», pensó. «No, eso es poco probable, quizá acecha cerca, muy cerca». El incómodo pensamiento lo puso de nuevo en pie y siguió avanzando muy lastimosamente, casi arrastrando los pies, como si fuera un cadáver salido de la tumba. Poco después vislumbraba en la arboleda una forma maciza e irregular, un inesperado tolmo, en uno de cuyos lados existían curiosas oquedades que configuraban un asiento natural. Se acomodó allí donde mejor pudo, rebuscando con celeridad en la mochila que portaba consigo, sacando de ella un vetusto y ajado volumen, un libro antiquísimo de tapas macizas y manufacturado, según afirma la tradición, con piel humana. En las hojas, que pasaba a toda velocidad, se sucedían no sólo párrafos repletos de abigarrada escritura, sino diagramas y extraños dibujos. Su búsqueda se detuvo al darse cuenta que un fino reguero de sangre descendía por su brazo derecho, fruto de una herida que con toda probabilidad se hizo en su caída. El rojo fluido inevitablemente desembocó en una de las páginas del libro, extendiéndose ipso facto una oscura mancha en la misma. El haz de la hoja que resultó deturpada trataba sobre heterodoxos ritos mortuorios y mostraba una briosa ilustración de un inquietante guiñapo, de algo que antaño fue humano y que debía estar muerto pero no lo estaba debido a modificaciones y recosidos demenciales. Al entrar en contacto con el fluido vital, la tinta de la ilustración pareció reverberar con una tonalidad purpúrea toda ella. La que hasta entonces era sólo una desagradable ilustración pareció moverse, cambiar levemente, adquirir una desazonadora verosimilitud. La testa de la cadavérica criatura giró, sus globos oculares desprovistos de pestañas miraron al portador del libro maldito con inquina escalofriante y su boca, o mejor dicho fauces, se abrieron de manera desmesurada. Un grito desmedido y trastornado llenó el lugar, un grito continuado que el estudioso tardó en descubrir

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que era de él mismo, prisionero de una ya incontenible vorágine de locura. Arrojando el tomo lejos de sí, se acurrucó de modo pueril justo antes de darse cuenta que encima suya levitaba una entidad tentacular, silenciosa y harto hambrienta… A la mañana siguiente un solitario crío que gustaba hollar las cercanas forestas a su hogar afanado en juegos tan insólitos como levantar paganos altares a dioses del panteón clásico, vio interrumpida su rutina al descubrir entre unos matojos un grueso libro. El niño se ilusionó ante el descubrimiento, pues una de sus mayores aficiones era la lectura, como demostraba pasando horas en la biblioteca de su abuelo. Aquel tomo era lo más raro que hasta entonces había encontrado. Ni siquiera su tacto le recordaba a ningún otro anterior y la lengua en la que estaba escrito tampoco podía comprenderla, pero sus dibujos lo fascinaban y en lugar de repelerlo le aguijoneaban la curiosidad más. Las horas se sucedieron mientras obnubilado, sentado en la yerba, pasaba página por página. Con el sol declinando, el infante atravesaba el umbral de su casa. La voz enfadada de su madre fue lo primero que escuchó. –¡Howard Philips Lovecraft! ¿Dónde estabas? ¡Me tenías muy asustada! El chiquillo era consciente del severo castigo que le aguardaba, pero apenas podía ocultar una sonrisilla de satisfacción. Debajo del brazo portaba el Necronomicón, su gran hallazgo.

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CARLOSRUIZ SÁNCHEZ

Desengaño azul ¿Qué pasaría si el color azul lo invadiese todo? ¿Si, en cada suspiro, inhalases aire azulado y el horizonte devorase a mordiscos tu mirada de cobalto? ¿Si los segundos marinos sucumbieran como olas quebradas entre acantilados celestes y el añil áureo de los rayos del sol tiñese tu piel? Así me desperté yo una azulada mañana. Mi visión monocroma coloreaba mi paisaje interior. ¿Por qué mis tristes ojos lo manchan todo con su fulgor? Y, desesperado por el marino agobio, me lancé a las etéreas calles de mi cuidad; una Córdoba cuya esencia pétrea mutaba en jirones de cielo. ¿Desde cuándo su Mezquita-Catedral se vestía con cúpulas azuritas, bóvedas de medianoche con nervios estrellados, arcos de herradura bícromos azul-azul y una esbelta guájara de columnas, envidia de las mismísimas Amazonas? Y un ramo de jacintos se alza sobre el recinto, campanas de zarca melodía bajo la batuta de San Rafael, que me evocan recuerdos de aquella noche oscura, noche oscura de mi alma, en que me apartaste tu mirada. ¿Por qué? No lo sé. El azahar de los naranjos, en esta primavera polar, deja su huella de lapislázuli pisando mi rostro erosionado, caudales de lágrimas que brotan al ritmo de la fuente de las Tendillas en las que se reflejan fragmentos de mi memoria, cuando tu mano suave soltó la mía. ¿Por qué? Aún no lo sé. Las calles angostas de la judería se repliegan en sí mismas, en líneas verticales que cortan los fotogramas de aquella noche, cuando voluntariamente quedaste muda y, tras un lacónico beso, huiste entre aquellos árboles ultramaros, bajo la luna lívida, testigo de mi desdicha. ¿Por qué? Sigo sin saberlo. Los sillares del alcázar se desgajan como piezas de un puzzle inacabado, vencido por la desidia de un «pudo ser, mas no fue». Unas formas antropomórficas se cruzan conmigo, otras me persiguen, todas celestes. ¡Qué difícil se torna la vida cuando se retuerce, insípida, en una esperanza turquesa, más azul que verde, que se

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derrama, gota a gota y que me deja todavía más sediento! ¿Por qué? No sé si lo sabré. De vuelta a mi umbría casa, los semáforos se ponen en azul; los pasos de peatones se elevaban como pujadas nubes que flotan sobre un fresco río; las farolas menguantes salen a las nueve en sombra de la noche y el viejo reloj de la plaza derrama suspiros metálicos. La nostalgia me ha acompañado hasta mi salón. El sofá marino me arropa con su ceño derrumbado, mis claros ojos se quiebran y mi cuerpo se vuelve hierático. Y mientras una llama azul quema mis entrañas, el teléfono no suena, tu messenger no está conectado, tu email no responde y el cartero no encuentra tu casa. ¿Queda algún rastro de tu presencia? Y allí, resguardado del mundo, encuentro una nota sobre la mesa de cristal que preside la sala, aquellas letras que no fuiste capaz de decirme mirando a mis garzos ojos, quizás por miedo o por vergüenza a encontrarte un alma azulada y cubista: «No soy capaz de seguir con esto. Necesito un tiempo para pensármelo. Hay otra persona en mi vida y no quiero hacerte más daño. Pero entiéndeme, yo también merezco ser feliz. Espero que algún día puedas perdonarme». Un escalofrío parpadeó tartamudo deshaciendo mi respiración. Toda aquella masa azuloide fue diluyéndose. El azul de mis retinas se derretía: la luz volvía a ser amarilla; los árboles se vistieron con su corbata verde, la carretera desnudó su alquitrán y la torre de la Mezquita recuperó su dorado pétreo. Ahora entiendo aquello que se me escapaba: nuestro amor había muerto y yo ya había guardado mi luto celeste.

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ITO EN MO Y M IRA IS T O A, ER SHAK POÉTIC EOCLIPS DE z Gonzalo le á ID z V Gon LOS oaquín J io n Anto E S HAC UE NO Q O R EL LIB S ho O s Sanc ADULT celi Granado ra María A LA OR CA EN LIOTE A MALHER P IB B A . A UN IN HINCH CONC URA T ras E LA L C uel Valle Por n a M é Jos S V EN CARLO S PARA E D IO LO AC EL PAL A: CINCO SIG E UN D D A N N A IÓ A GR CC DÉCAD NSTRU LA CO ENTO Y UNA ). M MONU OLIO (I U EXP que S A R PA Lu l García Manue

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ANTONIO JOAQUÍN GONZÁLEZ GONZALO

Poética, erotismo y mito en los videoclips de Shakira Los videoclips de Shakira, así como la grabación de sus actuaciones en concierto trascienden la consideración del vídeo musical interpretado como mercanarrativa1, aunque es cierto que una de sus finalidades sí que está presente en aquellos a los que vamos a referirnos: se trata del concepto de seducción. La presente exposición parte de una premisa: el erotismo como una realidad mágica que abandona lo cotidiano, bien mediante la ficcionalización, bien mediante la mitificación. Muy sugerentes al respecto son estas palabras de Octavio Paz: El agente que mueve lo mismo al acto erótico que al poético es la imaginación. Es la potencia que transfigura al sexo en ceremonia y rito, al lenguaje en ritmo y metáfora. La imagen poética es abrazo de realidades opuestas y la rima es cópula de sonidos; la poesía erotiza al lenguaje y al mundo porque ella misma, en su modo de operación es ya erotismo. Y del mismo modo: el erotismo es una metáfora de la sexualidad animal. ¿Qué dice esa metáfora? Como todas las metáforas, designa al yo que está más allá de la realidad que la origina, algo nuevo y distinto de los términos que la componen2.

Las características del videoclip como forma de mercanarrativa están perfectamente planteadas en Ana María SEDEÑO VALDELLÓS: «El videoclip como mercanarrativa» en Revista Signa. UNED, 16, 2007, pp. 493-504. En este artículo se utiliza como base de análisis la teoría semiótica. 2 Octavio PAZ: La llama doble. Amor y erotismo, Barcelona, Círculo de Lectores, 1993, p. 12.

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¿Cómo se convierte en poético un acto comunicativo como es el de los videoclips? En el caso de Shakira con tres mecanismos que podrían enumerarse así: la expresión de la feminidad llevada a su culminación en la danza del vientre3; lo mítico expresado en la magia producida desde la mujer protagonista y la ensoñación plenamente elaborada. La taxonomía de los videoclips aplicada a los textos visuales creados por Shakira nos permite considerar la existencia de tres categorías básicas como son: 1.-Videoclips narrativos. Ejemplificados en «Te aviso, te anuncio. Tango» (perteneciente al disco Laundry service: Washed and Dried, 2001) o en «Don't Bother», «Illegal» y «La tortura» (los tres de Oral fixation, 2005). Estos microrrelatos audiovisuales responden plenamente a las características enunciadas en el citado artículo de Sedeño Valdellós, aunque en el caso de «La tortura», lo narrativo se transforma en metafórico como tendremos oportunidad de comprobar. 2.-Videoclips en los que prevalece la función expresiva sentimental de corte básicamente romántico. Es el caso de «No» y de «Día de enero» (ambos pertenecientes a Oral fixation). 3.-Videoclips en los que predomina lo metafórico y lo poético. En esta categoría se va a basar la presente exposición. Esta ejemplificada en «Suerte (Whenever, Wherever)» (Servicio de Lavandería), «Hips don't lie», «La tortura» y «Las de la intuición» (todos ellos de Fijación oral). Este género, que supone un mayor desarrollo estético desde un punto de vista conceptual y metafórico, se encuentra especialmente representado en los dos últimos trabajos de Shakira (Servicio de lavandería y Fijación oral), la cual demuestra con ellos una madurez que va más lejos que las puras características del videoclip como producto exclusivamente de mercado. De menor a mayor conceptualización metafórica, me detendré en los cuatro últimos vídeos mencionados: «Las de la intuición», «Hips don't lie», «La tortura» y «Suerte». «Las de la intuición» (dirigido por Shakira y Jaume de la Iguana, 2007) se desarrolla

3 La danza del vientre que realiza Shakira olvida los estereotipos que se le suponen desde occidente. «A veces la danza se reduce a un agitado balanceo del vientre y las caderas, y la bailarina concentra todas sus energías en este quehacer […] la danza ejecutada de esta manera resulta monótona. […] Es necesaria la más completa armonía posible entre todas las partes del cuerpo. La danza que se centraliza en el movimiento de las caderas no abre el mundo de los sueños y la irrealidad, sino solamente un mundo que coloca el signo sexual por delante de cualquier otra consideración, y hace que el cuerpo de la bailarina no sea más que un cuerpo deseado», Shokry MOHAMED: La danza mágica del vientre, Madrid, Mandala, 1994, p. 128. Por citar a otro autor, en este caso colombiano, Álvaro Mutis dedica las siguientes palabras a este baile fascinante: «En ese momento apareció la primera bailarina haciendo resonar los crótalos y meciendo las caderas con una lentitud soñolienta que iniciaba la danza. [Maqroll] era, también, un ferviente espectador de ese ritual al que le atribuía además, una virtud propiciatoria de la buena suerte y la salud mental». Álvaro MUTIS: Abdul Bashur, soñador de navíos en Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero, II, Madrid, Siruela, 1993, p. 220.

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en un ambiente extremadamente onírico: el color violeta del cabello de la artista; un uniforme escolar elegantemente descompuesto para ser seductor; la cortina de plástico que separa el objeto del deseo de la realidad narrativa y los movimientos de autómata que en algún momento caracterizan la interpretación de Shakira. La estética de este videoclip se basa en las fotografías de Helmut Newton. Todos estos elementos contribuyen a la poetización que evade el contenido narrativo y se convierte en metáfora erótica. Al igual que en «Las de la intuición», en «Hips don't lie» (dirigido por Sophie Muller, 2006), prima la irrealidad mediante el protagonismo especial que alcanzan las formas carnavalescas que devienen prácticamente en ambiente onírico durante la persecución entre gasas del objeto de deseo, secuencia paralela a la de la cortina plástica de «Las de la intuición». La forma carnavalesca, con todo lo que conlleva, contribuye a la enajenación de la realidad desde el comienzo del microrrelato en la arena de un espectáculo en el cual unos muñecos -los observadores- contemplan con la frialdad del ser inanimado a unos personajes disfrazados, expresión plena de vida y de una realidad trastocada. Otro elemento de interés en «Hips don't lie» es la unión de cumbia y danza oriental, ejemplo del eclecticismo que caracteriza la producción artística de Shakira. En «La tortura» (dirigido por Michael Haussman, 2005), más allá del desarrollo de una narración sentimental en la que queda patente el carácter autónomo, independiente y fuerte de la protagonista (lo cual sitúa este videoclip en la primera de las categorías antes mencionadas), el espectador es testigo de unas escenas de danza que pretenden aproximarse a lo primitivo, al erotismo primario ejemplificado, también, en el acercamiento sexual, en la seducción mediante el baile por parte de la protagonista. ¿Qué elementos convierten en metafórico este baile? En primer lugar, Shakira tiñe su cuerpo de negro, con unos gestos que muy bien podrían asimilarse a las señas del inicio de un ritual. La danza, por otra parte, se desarrolla marcando unos movimientos bruscos, expresión del carácter fuerte, sugerente e independiente antes dicho. El baile como sortilegio casi mágico -toda seducción lo es- también aparece en un videoclip como «Te aviso, te anuncio», en este caso mediante la confluencia de la estética del tango y de la danza del vientre. El videoclip de «Suerte» (dirigido por Francis Lawrence, 2001) corresponde a una canción que, como Shakira ha comunicado en distintas ocasiones, nace de la necesidad de expresar el amor y, a la vez, de dejar bien claro que las fronteras, ni las distancias no pueden separar del amado. El videoclip comienza con una imagen femenina sumergida en el agua desde la cual sale proyectada hacia un brazo de tierra. El paisaje aparece caracterizado por mar picado, montañas nevadas y azules intensamente puros. En el momento en que Shakira comienza a mover sus brazos, como si fuesen alas, surge un halcón desde las montañas, sugiriendo una identificación entre una figura y otra. El mar cada vez está más embravecido, coincidiendo con

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el ritmo de la canción y la danza (definida sobre todo por el movimiento de las caderas y la circularidad). Mientras la protagonista, con altanería y mirando hacia un horizonte que pasa la presencia del espectador, camina por un desierto, se levanta una tempestad de arena y entre el polvo surge una manada de caballos salvajes. Shakira se detiene y continúa su danza que relega las categorías de tiempo y espacio, los caballos pasan a su lado, expresión tanto del deseo como de la fuerza de la naturaleza que es la misma que se declara en la danza. Se produce un corte a un paisaje de montaña, con el suelo embarrado. Shakira continúa sus movimientos en plena comunión con los elementos, a la vez que su andar se vuelve felino en su avance hacia un horizonte dibujado en sus ojos. De pronto, la tierra estalla a su alrededor y ella aparece en la cumbre de una cordillera nevada desde la cual sigue con su danza mágica hasta que se deja caer en el agua, principio femenino por excelencia que en este momento crea una circularidad perfecta en la narración. «Suerte» es el mejor videoclip de los realizados por Shakira, en él se trasciende el erotismo y la narratividad hacia una mitificación que está caracterizada en las esencias míticas: naturaleza, mujer y temporalidad. ¿Cómo se consigue la expresión del tiempo mítico4? Este es uno de los rasgos más importantes en este videoclip, sobre todo mediante la fascinación5 que en este caso se basa, tanto en la presencia de lo femenino como en lo conceptual o metafórico representado en los elementos mencionados con anterioridad.

4 Las siguientes palabras de Octavio Paz son aplicables al tema que se está tratando: «El cuerpo, la imaginación ignoran el futuro: las sensaciones son la abolición del tiempo en lo instantáneo, las imágenes del deseo disuelven pasado y futuro en un presente sin fechas. […] El cuerpo es un camino hacia el presente, hacia ese ahora donde vida y muerte son dos mitades de una misma esfera», Octavio PAZ: Los hijos del limo. Del romanticismo a la vanguardia, Obras completas I. La casa de la presencia. Poesía e Historia, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 1999, p. 577. 5 «Una mirada, una distancia, un cuerpo que se exhibe afirmando como imagen que fascina. He aquí entonces, los elementos necesarios para una situación de seducción. Pues lo que pretende el cuerpo que reexhibe es seducir, es decir, atraer -apropiarse- de la mirada deseante del otro», Jesús GONZÁLEZ REQUENA: El discurso televisivo: espectáculo de la posmodernidad, Madrid, Cátedra, p. 59.

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Mª ARACELI GRANADOS SANCHO

El libro que nos hace adultos Sándor MÁRAI: El último encuentro, Barcelona, Salamandra, 2003, 207 pp. En una ocasión ya lejana de mi vida, un familiar me expresó que gustaba de leer literatura que le enseñara actitudes y valores que fueran significativos para él y que pudiera después aplicar en su vida. Recordé esto al leer el magnífico libro que la profesora de filosofía de un pueblo de Murcia había elegido para verter madurez a unos alumnos que están necesitados de mensajes como los que muestra Sándor Márai en El último encuentro. El autor nació en la actual Eslovaquia, vivió en Alemania y Francia y emigró a Estados Unidos con la llegada del régimen comunista a su país. Su patria le olvidó por la prohibición de su obra. Quizás ésta y otras circunstancias fueran el acicate para que se quitara la vida en 1989 en California. Basta la lectura de El último encuentro para admirar una sensibilidad extraordinaria que descubre la naturaleza e hilos que gobiernan las almas humanas. Pero el autor eslovaco no construye una literatura sensiblera, sino que es arquitecto de personajes extensos en su humanidad, aunque con mezquindades y fracasos propios de lo muy humano. Reúne en un escaso eje temporal -la novela sólo cuenta un encuentro de un día- a personajes extremadamente diferentes, pero insertos en el mismo hilo vital. Tragedia íntima que todos podemos reconocer en nuestras propias vidas -los más cercanos están, a veces, demasiado lejos para ser algo nuestro. El argumento de la obra se puede trazar así: un viejo general espera el encuentro con su amigo y camarada, Kónrad. 41 años median desde la última vez que estuvieron juntos. No es una reunión natural entre dos antiguos conocidos, sino que

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desde hace cuatro décadas hay una deuda del recién llegado hacia el general. Leer las 207 páginas que forman tan extraordinaria composición puede ser cosa de una tarde, puesto que el lector no sabe lo que este viejo general ha estado esperando 40 años y el suspense se mantiene hasta el final. El primer tercio de lectura describe la vida de estos dos amigos, sus raíces individuales y las comunes. Desde el comienzo, el lector encuentra una divergencia extraordinaria en lo económico y en lo social entre ambos. El general es hijo de un capitán de la guardia imperial y de una condesa francesa. Kónrad, sin fortuna ni abolengo, ha enriquecido su vida con una esmerada educación. Con grandes esfuerzos, su familia lo envía a la academia militar, donde desde el principio se unirá espiritualmente al protagonista. Hay otros dos personajes que componen la melodía trágica: Krisztina, esposa del general; y Nini, nodriza y criada de la casa, que es el testigo de su vida, la cual va a ser recopilada en esta «última cena» de los dos amigos y que, con su presencia, proporciona certeza a la historia. Kónrad traicionó a su amigo y huyó al trópico, ante su falta de valentía para afrontar los hechos. El general espera el encuentro con él para saldar una deuda que no le deja morir en paz. La historia en sí no es un motivo novedoso, pero sí lo son las reflexiones que discurren en el espíritu de un hombre que no ha podido vivir la vida que le correspondía, pero al que la vejez le ha devuelto el sentimiento de ésta. Para los lectores con varias décadas a sus espaldas, las reflexiones del general pueden constituir un autorreconocimiento. Para los que son más jóvenes, pueden aproximarlos a una visión de los hechos de la vida que no poseen porque les faltan aconteceres. El factor culpable que desencadena la fractura en la fidelidad de los dos amigos son las diferentes sensibilidades e intereses que gobiernan sus voluntades. El general ha nacido para ser solado y todo lo que ello conlleva: disciplina, rigor, cálculo y medida. Kónrad no se identifica con la profesión que desarrolla y parece un espíritu libre que disfruta con la música, los viajes, las antigüedades, etc. Anhela una vida bohemia que sus déficits materiales no le permiten. Esta peculiaridad, que constituye en un principio el complemento entre los seres, es posteriormente aguijón de odio y desprecio en el alma de Kónrad. Estas percepciones le permiten al protagonista reflexionar sobre la verdadera desgracia del hombre pobre, que no es ser pobre, sino querer ser algo que no es. Recuerdo al lector la frase de nuestro filósofo español más importante del siglo XX, José Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia». Y nuestra circunstancia implica también nuestros bienes. Si queremos vivir otra vida llena de alhajas materiales,

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seremos otros diferentes de los de ahora. La flaqueza que hace surgir el desprecio en el seno de la amistad o la confusión entre la pasión amorosa y la gratitud permiten, a quien comprende el texto adecuadamente, sentir la fragilidad de los sentimientos, los cuales pueden pasar de lo más bello a lo más siniestro (como dice Eugenio Trías). Aprenda el buen lector que los sentimientos no son cualidades que se adquieren definitivamente, olvidándonos para siempre de revisar sus depósitos para volver a «rellenarlos». Me gusta el retrato que hace el autor de lo más propio de nuestra naturaleza humana: nuestra dignidad. Recordemos que ésta se alimenta de nuestro amor propio y que, cuando éste se extingue o es eliminado por la acción de alguien, de nada vale vivir porque el sujeto ya no existe. Atentos a esta filosofía de manos de un húngaro fuera de su patria –tal fue el sino de Sándor Márai–, no se vive porque respiremos, nos alimentemos y durmamos; se vive porque hay una finalidad y un sentido que tira de nosotros hacia el final1. Según Márai, la verdadera conquista es este sentido, que nos permite vivir en una vida cursada siempre por la sinrazón y el absurdo (véanse las referencias a este tema de los existencialismos). Sobrevivir es la venganza mayor sobre quien no te permitió ser digno en el pasado. Es el mayor desprecio2. Me ha parecido un bálsamo personal la reflexión del autor sobre el sacrificio de la fidelidad en el matrimonio, que puede ser alimento para reforzar eso que ahora se llama inteligencia emocional. En medio de reflexiones varias, me ha interesado mucho la atención que el autor pone en lo que yo llamo la hermenéutica de los discursos y, sobre todo, de los objetos. No es casual lo que de forma insignificante decimos. Nuestro diálogo articula lo racional y lo irracional, lo consciente y lo inconsciente, lo que voluntariamente queremos decir y lo que no somos conscientes de haber dicho. Cuando conocemos por primera vez a alguien, prestamos mucha atención a lo que dice y lo que no dice, tratando posteriormente de configurar su personalidad por su discurso y otros aspectos. Pero a los que forman parte de nuestra vida pecamos de no escucharlos con la atención que requiere interpretarlos. Lo mismo ocurre con los objetos, dispuestos ahí en sus lugares por nuestra voluntad; hablan de nosotros en su mudez cotidiana. Márai habla de la circularidad de los discursos, como un eterno retorno de las palabras. El personaje de Kónrad hablaba

Recordemos el mito de Sísifo. En el libro, el general y Kónrad sobreviven a Krisztina, la mujer del primero. No termino de aclarar los hechos comunes entre los tres personajes para que la obra sea leída por quien encuentre esta reseña.

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del trópico hace 41 años al igual que lo hace en la última cita con el general. «Todo vuelve», dice el general, «las cosas y las palabras avanzan en círculo y luego se vuelven a encontrar… y cierran algo». Esto debe ocurrir debido a una «ley ciega del carácter» que nos gobierna y que es una matriz que nos acompaña y nos conduce a nuestro destino. Acompañado de detalles antropológicos sobre la pasión ancestral de matar, sobre la naturaleza de la amistad, de la culpa, de la sinceridad sin límites, del valor de los placeres cotidianos, el lector envejece junto al general y experimenta el anonadamiento de esa vejez y el convencimiento del dolor que causan con sus hechos los que nos rodean. Pero junto a él también el lector despierta a la lección magistral de esta novela y de nuestra vida: que el sentido de nuestra existencia está en la «pasión que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, que después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase». Esto es lo que nos acerca más a nuestra naturaleza humana.

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JOSÉ MANUEL VALLE PORRAS

Una biblioteca en la Conchinchina. A Mahler por la lectura Un artista dispara en la oscuridad, sin saber si da en el blanco ni en qué blanco da. Gustav Mahler

Bruno WALTER: Gustav Mahler, Madrid, Alianza Editorial, 1983, 182 pp. Alma MAHLER: Recuerdos y cartas de Gustav Mahler, Madrid, Taurus, 1979, 298 pp.

En esta ocasión le propongo, generoso lector, descubrir a Mahler. Pero iré más lejos: si usted aún desconoce la música clásica, esta es una ocasión para iniciar su aprendizaje. Sé que, partiendo de un relativo desconocimiento, es difícil imaginarse a uno mismo con un cierto dominio de las formas y géneros musicales, sus estilos, ritmos, timbres de los instrumentos o principales compositores y sus obras. Pero ocurre como con todo en la vida: lo más difícil es empezar. Y para eso me gustaría que sirviera mi propuesta de hoy: para animarle a penetrar por un extremo concreto y bien delimitado de este frondoso bosque. A partir de ahí, si usted inicia el camino, si aprende algo y le pica la curiosidad por conocer más, entonces tirará del hilo y continuará por sí mismo. Lo más difícil quedará hecho. ¿Y en qué consiste exactamente mi propuesta? Pues, curiosamente, les sugiero iniciarse en la música sinfónica de Mahler, pero leyendo un libro. Sí, está bien escrito, no es una errata: leer un libro para escuchar música clásica. ¿Podía ser de otra manera que con los queridos amigos de Montaigne, siempre dispuestos a entregarnos

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sus dones? A falta de profesores, siempre habrá un libro. Una buena razón para empezar nuestra aventura musical con Mahler es que, de las composiciones de la llamada música culta, las suyas figuran entre las que conservan una mayor actualidad. No fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial cuando su obra, que tanto tiene de lucha de contrarios y de dolor casi insoluble, terminó de ser comprendida y reconocida. Una música que está, por cierto, en el límite de la era tonal. Schönberg (1874-1951), gran admirador suyo, consideraba que Mahler era el eslabón entre Wagner y sus propias creaciones, con las cuales se inicia el camino de la atonalidad –revolución que, de hecho, pasa desapercibida para la mayoría de nosotros, acostumbrados como estamos a la música popular, que mantiene la tonalidad. Gustav Mahler nació en 1860, fruto de una familia judía germanoparlante de Bohemia, región entonces perteneciente al Imperio Austrohúngaro. Dotado de una temprana vocación musical, su carrera recibió el empuje fundamental de su padre. Este, un vendedor de bebidas alcohólicas con aspiraciones de ascenso social al que llamaban el «carretero ilustrado»1, intentó dar a sus hijos la educación de la que él había carecido. Gracias a este impulso paterno, Mahler realiza estudios musicales en Viena. Allí también se matricula en la universidad y cursa asignaturas como Arqueología, Arte Clásico, Historia del Renacimiento o Filosofía de Schopenhauer, que evidencian vivamente sus diversificados intereses intelectuales, de los que será partícipe su creación artística. En esta época de estudiante, la juventud cultivada de Viena se dividía frecuentemente en dos bandos: el defensor de Wagner –y Bruckner– de una parte y el de Brahms de la otra. Sin embargo, la militancia de Mahler en el primero –llegó incluso a ser vegetariano durante un tiempo, siguiendo una de las lecturas de su ídolo– no le impidió apreciar también a Brahms, quien años más tarde lo recomendaría para el puesto de director de la orquesta de Viena. Porque la carrera de Mahler como artista estuvo desde el principio ligada a la dirección de orquesta. Su genio brilló e innovó en esta tarea, por la que fue muy estimado en vida, valorándose de manera secundaria su papel de creador. A este respecto es muy significativa la anécdota que protagonizó el gran intérprete y director Hans von Bülow, a quien Mahler admiraba profundamente. Este último, en los inicios de su carrera, convenció a Bülow para que aceptara escuchar la interpretación de

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José Luis PÉREZ DE ARTEAGA: Mahler, Barcelona, Salvat, 1989, p. 19.

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sus obras arregladas para piano. Cuando concluyó, la respuesta de Büllow fue lapidaria: «Si lo que acabo de oír es música, debe ser que no entiendo nada sobre ese arte». Sin embargo, y a pesar del reiterado rechazo a sus composiciones, Bülow siempre admiró las dotes de director del joven músico, en quien llegó a ver al heredero de su trono de kapellmeister. El momento cumbre en su profesión lo vivió Mahler entre 1897 y 1907, cuando detentó el codiciado y prestigioso puesto de director de la Ópera de Viena, en el que fue, según algunos estudiosos, el período más brillante de esta institución. Sin embargo, para alcanzar esta posición hubo de vencer las reticencias de una ciudad y un país cada vez más antisemitas, de forma que aquel mismo año de 1897 abrazó la fe católica. Resulta curioso comparar su gesto con el de otro célebre artista judío del Imperio Austrohúngaro: Joseph Roth. Si Mahler se bautizó para acceder a la principal institución musical de la católica Austria, Roth lo haría, 4 décadas más tarde, para ritualizar su fidelidad a la desaparecida monarquía de Francisco José. Como director, Mahler introdujo un rigor en las ejecuciones y una serie de innovaciones que sentaron las bases de la interpretación orquestal del siglo XX. Sin embargo, y frente a su gran influencia en la conducción de orquesta, la faceta compositiva de Mahler quedó ensombrecida durante mucho tiempo. Donald Mitchell cuenta que en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX apenas se interpretaban más que algunas de sus canciones y el Adagietto de la Quinta Sinfonía2. Es a partir de los años 50 y 60 cuando se descubre su música. En ella hay dos polos de atracción continuos, que no se excluyen, sino que se complementan, a veces hasta fundirse: los lieder y las sinfonías. Aunque en esencia un sinfonista, Mahler fue además un destacado compositor de lieder, para los cuales tomó poemas populares, del alemán Rückert o incluso traducciones de Li-Po, a los cuales añadía versos de su cosecha. Pero sus lieder no son los sencillos y pianísticos de Schubert, Mendelssohn o Shumann –remoto origen, dicho sea de paso, de nuestra música pop–; los lieder de Mahler son obras para cantante y orquesta, porque nuestro compositor era ante todo un gran conocedor de las posibilidades de esta última. Hasta tal punto llega esta imbricación de canto y orquesta, que en varias de sus sinfonías introduce la voz humana. Así ocurre, por ejemplo, en el hermoso y conocido último movimiento de la Cuarta Sinfonía. El caso extremo, sin embargo, es la desgarradora La Canción de la Tierra, en la que se expresa el ansia de vida de alguien que ya sabía próximo su fin. En esta obra se suceden seis extensos lieder, pero perfectamente podríamos hablar de una sinfonía de seis movimientos.

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Alma MAHLER: Recuerdos y cartas de Gustav Mahler, Madrid, Taurus, 1979, p. 9.

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Como Beethoven, como Bruckner, Mahler no superó las 9 sinfonías: muere en 1911 de una afección cardiaca. Su música carecía entonces de un reconocimiento generalizado, a lo que se solapó más tarde la censura nazi a las composiciones de este judío cristiano. Es entonces, cuando se intentaba borrar la memoria de Mahler, el momento en que se publican las dos obras cuya lectura proponemos. En 1936, Bruno Walter, director de orquesta y discípulo de Mahler, publica un libro de anécdotas y reflexiones sobre su maestro. Tres años después, Alma Mahler, viuda del compositor, hace lo mismo con una selección y comentarios a partir de su diario de entre 1901 y 1911, la década que compartieron. Como se ve, no propongo empezar con ninguna biografía al uso; para esas referencias están las notas a pie de página3. Prefiero recomendar dos obras singulares e irrepetibles, pues son los testimonios de primera mano de personas muy íntimas de Mahler. La cercanía a la cotidianidad del hombre y del artista que ofrecen estas obras creo que son el mejor estímulo para quien desee adentrarse en el conocimiento de su música. El primero de los libros mencionados fue escrito por el berlinés Bruno Walter, quien conoció a Mahler en 1894. Siempre admirador suyo, confiesa que consagró buena parte de su vida a defender la obra del maestro, con quien trabajó como director adjunto en Hamburgo y Viena. Su publicación se divide en dos partes: una primera de recuerdos personales de Mahler y otra de reflexiones sobre sus cualidades como director y compositor, y también acerca de su propio carácter. En Walter, uno de los últimos románticos, encontramos continuas referencias al espíritu de la música y a las elevadas nociones que esta puede transmitir. Al referirse a Mahler comprendemos que había encontrado en él la máxima expresión de estos ideales. Así, por ejemplo, cuando nos habla de su faceta de director: «En música –tenía la costumbre de decir– lo mejor no está escrito en las notas». Lo mejor, es decir, el alma misma, surgía con tanta pasión de su batuta, desprendía tal impresión de confesión personal, tal fuerza elemental que uno terminaba por preguntarse si era el compositor el que hablaba, o si no sería el propio espíritu atormentado de Mahler el que obligaba a la voz de otro a expresar sus propios sentimientos4.

3 En español aconsejo la ya citada biografía de José Luis PÉREZ DE ARTEAGA: Mahler, Barcelona, Salvat, 1989, 200 pp. También se puede consultar la traducción del libro de Sylvie DERNONCOURT: Mahler, Madrid, Espasa-Calpe, 1979, 109 pp. Sin embargo, las mejores biografías se encuentran en inglés y francés; son las que, en varios volúmenes, han publicado respectivamente Donald Mitchell y Henri-Louis de La Grange. 4 Bruno WALTER: Gustav Mahler, Madrid, Alianza Editorial, 1983, p. 85.

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Pero el carácter y la intensidad de estos sentimientos no significaba, aclara Walter, que se tratase de un ser desdichado. Él estaba por encima de esos conceptos: No es posible definir a un ser tan profusamente dotado, tan expresivo, tan elocuente, con abstracciones tales como «feliz» o «desgraciado». Conocía tanto la exaltación apasionada del espíritu como la tristeza profunda. Una gama de emociones tan extensa es un don divino, más precioso todavía que la felicidad5.

La obra de Walter, estupenda para un primer acercamiento, nos brinda un combinado de anécdotas junto a una visión global de su personalidad y genio musical. Tras leerla llega el turno de Alma Mahler, que en su diario –todo un clásico de la literatura biográfica de grandes músicos– nos ha dejado un torrente fresco y abundante de episodios íntimos, encuentros con amigos, ritmos de trabajo y observaciones realizadas por su esposo a lo largo de diez años. En ocasiones estos episodios resultan cómicos, como la vez que Mahler leyó a su esposa, que estaba con las contracciones del parto, una obra de Kant en voz alta para que se concentrara y olvidara el dolor mientras llegaba el médico. Alma reconoció más tarde que la idea era buena, pero que el libro había sido mal escogido: «era demasiado difícil de comprender»6. De manera similar a Walter, también Alma descubrió el genio de Mahler y tomó una decisión en consecuencia: si para Walter esa decisión consistía en estar dispuesto «a seguirle y a trabajar con él»7, en Alma era la más sacrificada tarea de «eliminar todo obstáculo de su camino y vivir para él solamente»8. Ella se entregó a esa misión; entre otras cosas se encargaba de llevar las cuentas de la casa, de pasarle sus partituras a limpio o de evitar cualquier ruido que pudiera molestar al hipersensible de su esposo. No en vano, como recuerda Alma, una de las citas favoritas de Mahler era la siguiente, recogida de la obra cumbre de Schopenhauer: «¡Cuán a menudo la inspiración del genio ha sido reducida a la nada por el estallido de un látigo!»9 Algunas veces, Mahler necesitaba de Alma hasta unos extremos sorprendentes. Un ejemplo fue aquella ocasión en que hubo de salir de la consulta del dentista y preguntarle a su mujer, en la sala de espera, qué muela le dolía exactamente. Las

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Ibidem, p. 110. Alma MAHLER: Recuerdos…, p. 99. Bruno WALTER: Gustav…, p. 42. Alma MAHLER: Recuerdos…, p. 69. Ibidem, p. 81.

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risas fueron inevitables10. Pero la influencia de Alma no se limitaba a dar un hogar tranquilo –y con dos hijas– al compositor, sino que también influyó en su música. Dotada de una sólida formación –y vocación, frustrada…– musical, Alma opinaba sobre las composiciones de Mahler11, como lo hizo sobre su Quinta Sinfonía, una de las más populares. De esta obra, por cierto, nos transcribe Alma la opinión de Ida Dehmel, valoración que muchos suscribimos: Su Quinta Sinfonía me transportó. Oí en ella la relación del hombre adulto con todo lo vital, le oí gritar a la humanidad su soledad, le oí gritar al hombre, al hogar, a Dios, le vi yacer postrado, le oí reír desafiante y sentí su sereno triunfo. Por primera vez en mi vida una obra de arte me hizo llorar, y me invadió una extraña sensación de contrición que casi me hizo arrodillarme12.

Otra de sus sinfonías –la Octava, en interpretación de 1910– causó también honda impresión, en este caso en el escritor alemán Thomas Mann, quien en agradecimiento envía a Mahler su novela Alteza Real, «pobre compensación» por lo que recibió del hombre que, según él, «expresa el arte de nuestro tiempo en la forma más profunda y sagrada»13. La huella dejada por la Octava –a la cual el propio compositor consideraba «la mayor» de sus obras14– tendría consecuencias futuras: Mahler fallece en mayo de 1911; semanas más tarde Mann visita la ciudad de los canales y escribe una breve novela cargada de simbolismo –La muerte en Venecia–, cuyo protagonista, el escritor Gustav von Aschenbach –«cenizas de Bach»– está inspirado en Mahler. En 1971, la novela de Mann fue convertida en una bellísima película por Visconti, quien acentúa los paralelos del protagonista con Mahler: es músico, ha perdido a una hija y padece una afección cardiaca que será mortal. Aschenbach viaja a Venecia, donde le abordará una irresistible y frustrada pasión homoerótica por un adolescente polaco, acaso metáfora del ideal de belleza y de su búsqueda constante. Si inicié mi exposición aconsejando lecturas para futuras audiciones, acabo con sugerencias cinematográficas: Muerte en Venecia de Visconti o la más puramente biográfica Mahler de Ken Russell (1974). Ambas películas serán buen premio para el que se haya iniciado en el conocimiento de este compositor y de su obra artística. Porque al igual que entre la vida y la muerte, tampoco entre las artes existe una frontera rígida y definitiva. Pero primero, a leer este par de libros. Ibidem, p. 101. Sobre dicha influencia puede consultarse también a José Luis PÉREZ DE ARTEAGA: Mahler, Barcelona, Salvat, 1989, pp. 75-77. 12 Alma MAHLER: Recuerdos…, pp. 120-121. 13 Ibidem, p. 351. 14 Ibidem, p. 338. 10 11

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MANUELGARCÍA LUQUE El Palacio de Carlos V en Granada: Cinco siglos para la construcción de un monumento y una década para su expolio (I) El presente artículo tiene un doble objetivo: por un lado reivindicar la destacada importancia del Palacio de Carlos V en la Alhambra de Granada como obra cumbre del Renacimiento universal; y, por otro, denunciar el expolio al que el palacio se ha visto sometido entre 1995 y 2005, a causa de las remodelaciones de los museos de la Alhambra y de Bellas Artes que lo ocupan. Dos partes que, debido al apretado espacio de estas páginas, se articulan en tres entregas, correspondientes a la génesis del palacio, la dilatación de sus obras hasta el siglo XX y, por último, las citadas adaptaciones de los museos. SU ORIGEN Sin ninguna duda, 1492 supone un punto de inflexión en la historia de España. Es la fecha marcada por algunos sucesos de extremada relevancia que alumbran una nueva época, la de la Edad Moderna, cerrando el largo ciclo medieval. Entre otras cosas, es el año en que el almirante Cristóbal Colón descubre el Nuevo Mundo, Elio Antonio de Nebrija presenta la primera Gramática del castellano y Boabdil, último sultán nazarí, se ve empujado a capitular ante los Reyes Católicos y entregar la ciudad de Granada, el último eslabón de al-Andalus. Sin embargo, algo de lo que no se suele hablar es que aquellas capitulaciones, acordadas en la vecina Santa Fe, en la praxis fueron un contrato de compra-venta del reino entre los monarcas católicos y el rey moro y que éste vivió un exilio dorado, colmado de riquezas, en la ciudad africana de Fez. A raíz de estas capitulaciones, las propiedades que en Granada detentaba la dinastía nazarí pasaron directamente a formar parte del patrimonio real de la Corona de Castilla, cuestión que tuvo consecuencias muy directas sobre la ciudad palatina de la Alhambra (en andalusí al-Hamra, «la roja»),

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que dominaba toda la medina desde la colina de la Sabika. Inmediatamente tras la conquista, la fortaleza vio reforzada su carácter militar por el miedo que sentían las autoridades castellanas a las posibles revueltas de la población autóctona, que todavía era musulmana en su mayor parte y que posteriormente se vería abocada a la conversión forzosa al cristianismo, dejando de ser mudéjares para convertirse en moriscos. Precisamente allí, en la Alhambra, se estableció la Capitanía General del reino de Granada que era la encargada, no sólo del control de esta numerosa población morisca, sino también de la vigilancia de sus costas azotadas entonces por la piratería y la amenaza turca. Como primer alcaide de la fortaleza se eligió a don Íñigo López de Mendoza (14401515), I marqués de Mondéjar y II conde de Tendilla, por su destacado papel en la guerra de Granada. Este noble castellano representaba el paradigma del noble moderno en cuanto conjugaba las armas y las letras, debido a la privilegiada formación que había recibido como miembro de la familia de los Mendoza. No en vano fue nieto del marqués de Santillana, sobrino del cardenal Pedro González de Mendoza y padre de Diego Hurtado de Mendoza, probable autor del célebre Lazarillo de Tormes. Su papel como embajador de los Reyes Católicos ante la Santa Sede le había permitido conocer el efervescente ambiente humanista que se vivía en la Roma de finales del Quattrocento y hacerse con una nutrida biblioteca. A todo ello debemos sumar su faceta como mecenas del primer círculo humanístico de Granada, en el que protegió a intelectuales como el citado Elio Antonio de Nebrija, Pedro Mártir de Anglería o Fray Luis de Granada. Aunque desde 1492 ya se puede hablar de una Alhambra cristiana, cuyos palacios nazaríes, que la misma Isabel la Católica llegó a admirar y habitar, comenzaban a ser adaptados a las nuevas exigencias de la corte hispana, la empresa de mayor envergadura llegó con el sucesor, el emperador Carlos I quien, tras desposarse con Isabel de Portugal en los Reales Alcázares de Sevilla, había viajado a Granada. La ciudad del Darro lo acogió entre junio y noviembre de 1526, y fue entonces cuando surgió la imperiosa necesidad de construir una nueva residencia en la Alhambra -la «Casa Real Nueva», inmediata a los palacios nazaríes o «Casa Real Vieja»- que afirmara el creciente poder del emperador, del mismo modo que se emprendieron nuevas reformas en los palacios preexistentes. En ellos se levantó un studiolo en el llamado Peinador de la Reina, se acomodaron nuevas habitaciones y se creó un nuevo acceso monumental, la Puerta de las Granadas, con un abrevadero para aliviar la subida de la caballería, el Pilar de Carlos V. En este panorama entran en juego otros dos protagonistas: el humanista Luis Hurtado de Mendoza (1489-1566), nuevo conde de Tendilla y alcaide de la Alhambra; que tendría el honor de alojar al emperador; y el pintor y arquitecto Pedro Machuca (1485-1550), venido a Granada para decorar la Capilla Real tras su estancia en Italia en el entorno de Miguel Ángel; entorno donde pudo recibir la sugestión de

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la Antigüedad romana y de las últimas novedades que en torno al clasicismo se estaban gestando, las de una maniera moderna aún en ciernes. Es precisamente a Pedro Machuca a quien se atribuye la traza del palacio, habida cuenta de su condición de escudero de la Alhambra, es decir, servidor del marqués, así como por su documentada participación en las obras, como ya señaló GómezMoreno1 y luego desarrolló Earl Rosenthal en su gran monografía sobre el palacio2. Con todo, conviene señalar que la crítica no es unánime al respecto de la autoría de la traza. Así, para el investigador italiano Manfredo Tafuri, el papel que Pedro Machuca jugó en la génesis del palacio no fue otro que el de mero ejecutor, asegurando que un proyecto tan sumamente original, que se anticipa a soluciones del clasicismo italiano como ahora veremos, sólo pudo ser gestado en la órbita de Rafael Sanzio o Giulio Romano. Ciertamente basta parangonar el palacio con la Villa Madama de Roma (residencia veraniega del entonces papa Clemente VII) o al Palacio Té de Mantua para percatarse de su modernidad3. Se trata de una teoría que, si bien no se halla avalada por los documentos, puede ser tenida en cuenta en virtud de la suma importancia que el emperador Carlos tuvo en el contexto internacional de su tiempo, un nuevo Carlomagno a los ojos de sus contemporáneos que, lógicamente, necesitaba de una adecuada imagen que fuera reflejo de su poder; poder que rivalizaba con el del propio papa, quien, recordemos, se vio obligado a coronarlo como emperador tras Il Sacco (saqueo) de Roma en 1527. De hecho, no debe descartarse la posibilidad de que Carlos V llegara a conocer a Giulio Romano, pues el emperador visitó la corte de Federico II en Mantua, en el momento en que el arquitecto se hallaba trabajando en las obras del referido Palacio del Té. Sea como fuere, lo cierto es a juzgar por la correspondencia, tanto Pedro Machuca como Luis Hurtado de Mendoza desempeñaron un papel fundamental en la génesis del palacio. Al comenzar las obras en 1533, Machuca se instaló en la propia Alhambra, donde guardó las trazas y una maqueta en madera del palacio (siguiendo la tradición de los arquitectos italianos) para dirigir las obras junto con su aparejador Juan de Marquina.

GÓMEZ-MORENO MARTÍNEZ, Manuel. Las águilas del Renacimiento español: Bartolomé Ordóñez, Diego Silóe, Pedro Machuca, Alonso Berruguete. Madrid: Uguina, 1941. 2 ROSENTHAL, Earl. El Palacio de Carlos V en Granada. Madrid: Alianza, 1988 [ed. y traducción de Pilar Vázquez Álvarez]. 3 La propuesta fue esbozada por Manfredo Tafuri en su polémico artículo «Il palazzo di Carlo V a Granada: architettura 'a lo romano' e iconografía imperiale». Storia dell'arte, 32 (1987), pp. 4-26 [ed. española en Cuadernos de la Alhambra, 24 (1988), pp. 77-108] y la concretó en su libro Ricerca del rinascimento: principi, città, architetti. Milán: Eunadi, 1992 [ed. española Sobre el renacimiento: principios, ciudades, arquitectos. Madrid: Cátedra, 1995]. 1

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EL PALACIO, ÓNFALOS DEL IMPERIO Tras los tanteos iniciales y las enmiendas realizadas al proyecto por orden del emperador, hacia 1542 se envió a la corte una versión bastante acabada del mismo (plantas grande y pequeña del Archivo General de Palacio). Los planos muestran la envergadura de un programa que sobrepasa la construcción del palacio para integrarlo en el recinto palatino de la Alhambra. Así, a la poderosa mole renacentista quedarían ligadas las habitaciones que en tiempos de la reina Isabel se habían construido en la zona de Daraxa y en las que andando en el tiempo se hospedaría el escritor romántico Washington Irving, famoso autor de los Cuentos de la Alhambra. Igualmente, en los aledaños del Palacio de los Leones se levantarían las cocinas y la iglesia de Santa María de la Alhambra.

Dos aspectos fundamentales para comprender la significación del palacio son su planta y los ciclos histórico-alegóricos desarrollados en los alzados. La planta se instituye en el juego magistral de dos figuras geométricas, el círculo y el cuadrado, lo que ha dado lugar a numerosas interpretaciones, como aquéllas que ven en él la imagen de palacio cósmico que funde lo terrenal –el cuadrado, imperfecto– con lo celeste -el círculo, la forma pura. Más allá de interpretaciones simbólicas, resultan tremendamente interesantes las proporciones de su patio, exactamente coincidentes con las del teatro marítimo de la Villa Adriana en Tívoli (siglo II). Además, tampoco parece casual que en los dos grandes espacios que para la vida y la muerte estaba levantando la monarquía en Granada -palacio y catedral-panteón- se inserten sendas rotondas, en el caso de la catedral con idéntico diámetro a la del Santo

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Sepulcro de Jerusalén y con clara reminiscencia a los martiria romanos. Entre los precedentes también cabe señalar la fascinación que en el Renacimiento despertó el célebre Panteón de Agripa. Por otra parte, la fusión del cuadrado y el círculo suponía una experimentación geométrica de plena actualidad que aspiraban resolver los arquitectos de la vanguardia del clasicismo, caso de Bramante en su proyecto de patio para San Pietro in Montorio; Rafael, en la Villa Madama; Peruzzi, en su diseño para San Michele in Bosco; o Vignola en Caprarola. De manera que, al igual que estos ejemplos, podemos considerar al palacio de Carlos V como una temprana obra manierista. No menos interesante resulta la inserción de una tercera forma intermedia, el octógono, destinada a capilla en el extremo nororiental y que quizás evoca la capilla palatina de Aquisgrán, mandada construir por Carlomagno. Del mismo modo, la capilla serviría de enlace entre las alas noroccidental (del emperador) y suroriental (de la emperatriz) del palacio, al igual que en el ángulo opuesto, el suroriental, se situaría el dormitorio real para el encuentro íntimo. El segundo aspecto a destacar del palacio son sus alzados, verdaderos alegatos del clasicismo y puntas de lanza de toda la iconografía imperial en los que encontramos igual acierto de proporciones, a partir de la relación 1:4 entre altura y lado. De estas fachadas destacan la occidental y meridional, dedicadas respectivamente al emperador y la emperatriz, que quedarían monumentalizadas con sendas plazas porticadas, finalmente no construidas. Las fachadas, a excepción de la norte, se dividen en dos cuerpos organizados por pilastras –abajo toscanas fajadas y arriba jónicas– que acogen la rítmica sucesión de vanos circulares y rectangulares. De tremendo interés son el banco corrido del piso bajo y, especialmente, su almohadillado rústico, que se emplea aquí por vez primera en toda la arquitectura española del Renacimiento y que nada debe envidiar a los que andaban imaginando Giulio Romano (Proyecto de logia serliana sobre portada rústica, Albertina, Viena) o Perín del Vaga (Proyecto para el palacio de Andrea Doria en Génova, Ámsterdam, Rijksmuseum). Sus pilastras fajadas acogen unas potentes aldabas de bronce, formadas por la unión de las columnas de Hércules con el lema Plus Ultra. Se trataba del nuevo emblema que para su heráldica había adoptado la monarquía española, resultante de trocar el viejo Non Plus Ultra de las columnas de Hércules, alusivo a unos confines del mundo –«No más allá» del estrecho de Gibraltar– que acababan de ser revolucionados con el descubrimiento de América. Y es, curiosamente, el mismo emblema que daría nombre a una moneda española, el columnario, que con la adición de una S devendría en el símbolo del dólar americano. Volviendo al palacio, mucho más delicado resulta el aparato decorativo de su cuerpo superior, que se ornamenta con relieves alusivos a la orden del Toisón, las columnas hercúleas, guirnaldas, jarrones y putti. No obstante, la labor escultórica de más fina labra se concentra en las dos portadas monumentales, ejecutadas en mármol y

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destacadas de la línea de fachada, que ofrecen un discurso encomiástico sobre las hazañas del emperador. En la portada occidental aparecen Victorias aladas sobre el frontón, tondos con el escudo real y episodios de los trabajos de Hércules –en alusión al victorioso césar Carlos– mientras que los plintos aluden a triunfos terrestres como la memorable batalla de Pavía, en la que apresó a Francisco I, rey de Francia. La otra gran portada, la meridional, se concibe como doble arco triunfal y sirve para narrar, de la mano de los míticos dioses del mar Neptuno y Anfítrite, los triunfos marítimos de Carlos V, como la conquista de Túnez, que es recordada por la alegoría de la Historia y difundida por la de la Fama. En el interior del palacio destaca su extraordinario patio circular, articulado en dos columnatas superpuestas de órdenes dórico-toscano abajo y jónico arriba, realizadas en piedra pudinga. El piso bajo se cubre una singular bóveda anular de cantería, que presumiblemente estaría destinada a acoger algún ciclo pictórico al fresco, en consonancia con el carácter de «jardín secreto» que para Rosenthal tenía el patio.

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altoelfuego


KAY ENTE. ÍA MAC IENDE LA G R E L FELISA DO SE ENT lán il N HABLA uel Moreno M n a M é Jos ADOS. QUEM S E H C os L Y CO FÚTBO Jiménez Burg o g in m . Do IBIDAS S REC E N IO AC PUBLIC ión 14. Redacc AIGÓN S E D N NTACIÓ PRESEción Redac OS. POÉTIC S O T S AC OTROción Redac


FELISA LERÍA MACKAY

Luces y glorias En la presentación de Saigón 14, Felisa Lería Mackay nos agradeció el logro del IV Premio «Saigón» con este poema dedicado a Lucena y a Cabra que compartimos con nuestros lectores: Las luces que hay en Lucena van en su escudo de armas: luces de mucha nobleza, luces de mucha lealtad y unas luces muy marianas. Y yo, con humilde acento, con mi voz de ayamontina, de rondeña y sevillana, estas glorias les ofrezco: ¡Gloria a esta ilustre ciudad! ¡Gloria a su hermosa campiña! ¡Gloria vid! ¡Gloria olivar! ¡Gloria a la imagen divina de la Virgen de Araceli! ¡Gloria, gente lucentina! ¡Gloria por siempre jamás! Igualmente van mis glorias para Cabra y su comarca. Desde su cumbre, el Picacho de la Virgen de la Sierra, hasta su fondo, en el río, donde están las Huertas Bajas. ¡Gloria para su Castillo! ¡Gloria para sus Murallas! Y también proclamo y digo: ¡Gloria a la gente de Cabra!

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JOSE MANUEL MORENO MILLÁN

Hablando se entiende la gente Si hacemos caso de la manida expresión que indica el título de este artículo, sería facilísimo erradicar todas las disputas y problemas que se originan por los distintos puntos de vista e interpretaciones que hacemos de las cosas. El diálogo, el debate, el empleo de la palabra, en definitiva, estaría considerado como un arma muy eficaz para llegar a un acuerdo o, al menos, para dejar clara nuestra opinión y alcanzar una solución respetuosa en cualquier tema. Muchas veces es la falta de vocalización al hablar o la ininteligibilidad de lo que se nos cuenta lo que hace que no lleguemos a un acuerdo. «Si ni siquiera entiendo lo que me dices». Cuando la comunicación la hacemos en una lengua distinta a la nuestra, las dificultades que encontramos para comprender y para expresar los mensajes aumentan desorbitadamente. Tomando como ejemplo el inglés, vamos a señalar distintos aspectos que contribuyen a hacer de nuestro discurso una tarea compleja y a veces confusa para nuestro interlocutor: 1. Las vocales. Partiendo de la base de que en nuestro idioma sólo tenemos 5 y en inglés hay 12, la dificultad ya está planteada. En la mayoría de los casos una mala pronunciación de la vocal no produce malentendidos, pero en otros sí. Ejemplo: la pronunciación de bitch (perra, bruja) y beach (playa) varía en la vocal (/i/ en el primer caso e /i:/ en el segundo). Así, habrá que tener en cuenta la diferencia entre estas dos vocales cuando queramos comprar unas gafas, pues no será lo mismo pedir unas gafas para the beach que para the bitch. 2. Las consonantes. La pronunciación inglesa de ciertas consonantes sí entraña dificultades para los hispanohablantes a la hora de producirlas y puede derivar en dificultades de comprensión por parte de nuestro oyente. Ejemplo: La obligada aspiración de p, t, k cuando aparecen al inicio de sílaba

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acentuada. Los españoles, al empezar a estudiar el idioma, tendemos a omitir esta aspiración (entendida como una cantidad extra de aire que expulsamos al articular tal sonido). De esta forma un hablante inglés confundiría pin (alfiler) con bin (cubo de la basura), a no ser que le demos aspiración a la p. 3. La acentuación. Hay varios casos en que nuestro oyente interpreta la información que le damos de una manera errónea si hemos cambiado de posición el acento de una palabra. Ejemplo: I´m an important man, donde important es acentuado en la segunda sílaba, hará entender a nuestro interlocutor: Soy un hombre importante. Por el contrario, si damos el énfasis a la primera sílaba de important, nuestro contertulio creerá que decimos impotent, y la frase quedaría: I´m an impotent man (Soy un hombre impotente). La diferencia es acusada. 4. El ritmo. Este elemento ocupa también su papel a la hora de hacer que nuestro discurso sea inteligible o no para un nativo. El inglés, al menos en la teoría, tiene un ritmo basado en el acento, es decir, las sílabas acentuadas aparecen cada determinados intervalos de tiempo, independientemente del número de sílabas no acentuadas que haya de por medio. En el caso del español es un determinado número de sílabas el que aparece cada tiempo concreto, sin tener en cuenta si están o no acentuadas. Aceptando esta diferencia sabemos que muchos británicos son capaces de reconocer palabras basándose en estos parámetros de ritmo aún cuando las vocales y consonantes no se han articulado de manera clara y distinguible. Es famoso el caso de un extranjero en Inglaterra que acudió a las taquillas de una estación de tren con la idea de comprar un billete para Tottenham Court Road (siendo el gráfico de ritmo el siguiente: 0o 0o. Para aclarar diré que «0» representa la sílaba acentuada del discurso y «o» las átonas). Esta persona lo pronunciaba con un parámetro de ritmo distinto (0oo 0o), lo que hacía al vendedor creer que el viajero iba a Kensington High Street. Así pues, vemos cuán importante -que no impotente- es el uso correcto y apropiado de la lengua ya que en varias ocasiones puede salvarnos del bochorno, la duda, la incomprensión e incluso de la disputa y enfrentamientos. HAY QUE HABLAR PORQUE ES BONITO, SALUDABLE, GRATIS Y ENRIQUECEDOR. Pero hay que HABLAR BIEN.

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DOMINGO JIMÉNEZ BURGOS

Fútbol y coches quemados Son las diez y diez de la mañana. No es un buen día. Hace frío en la calle y dentro de las aulas. Los niños están cansados y el recreo apunta a una algarabía general en pocos minutos. Un rato de charla es lo mejor. – A ver, Dominique, ¿qué has hecho el fin de semana? – A ver, maestro (gesto de concentración, como si destapara con sacacorchos los recuerdos ocultos en su memoria), el viernes por la tarde he ido a entrenar a las nueve y el sábado me he levantado y he ido a ver el partido de Youssef contra Aguadulce. Han ganado 2-3, pero el partido fue muy duro. Un montón (sopla, girando la cabeza hacia un lado). »Por la tarde hemos ido a las pistas del Sampedro y a las seis hemos ido al campo a ver el partido de los niños pequeños y han ganado quince a cero a la urbanización de Las Marinas. ¡Vaya paliza! Es que los de Las Marinas no son mu buenos y no saben defender (sonríe). Hasta Dani, el «Pisquita», metió un gol, ¡con lo malo que es! (Aquí se carcajea divertido). » El domingo por la mañana hemos ido a la iglesia (se pone serio) y después por la tarde he ido a mi partido en Las Norias. Y el partido ha sido muy duro (se pone más serio). Había mucha gente en ese partido y hemos ganado 1-2, pero el partido era duro porque nosotros íbamos ganando dos a cero en la primera parte y, luego, en la segunda nos han marcado y nos hemos puesto nerviosos y la gente chillaba un montón al árbitro y hacían muchas faltas y el partido era horroroso. Pero ganamos (gesto de satisfacción). » Cuando ha terminado el partido, que ha terminado a las cinco y cuarenta y siete, hemos ido a casa todos después. He salido de marcha y hemos ido a las Kentias y después de… sobre las diez menos quince… más o menos, nos hemos ido a la calle Solera y hemos visto fuego y los senegaleses tirando piedras. Y nosotros hemos preguntado qué es lo que había pasado y nos han dicho que habían matado a un hombre de Mali (ahora se pone mucho más serio, medita más las palabras).

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»Y entonces nosotros hemos ido a las tiendas que tenían los cristales rotos. Pero no hemos cogido nada, ¿eh? Había unos coches quemándose y otro había explotado. Y había gente llorando y otros discutiendo. Y nos hemos muerto de miedo. La gente corría de un lado a otro gritando. Unos hablaban en senegalés, otros en español, algunos en marroquí. Había mucha gente enfadada. Parecía peligroso estar allí porque unos pocos estaban todavía tirando piedras y te podían dar. Y en las ventanas había algunas personas mirando el jaleo. ¡Qué miedo, maestro! »El lunes por la mañana hemos ido a ver lo que ha quedado. Mucha policía en cada sitio y un montón de furgonetas verdes, de esas de la Guardia Civil. Nosotros viendo las radios de comunicaciones y las cámaras de la televisión. En muchos sitios estaban preguntando lo que había pasado. Después hemos ido al campo de fútbol a jugar un partido de convivencia entre nosotros. Y ha estado bien. »¡Adiós! (Ha tocado el timbre). La Mojonera, 9 de diciembre de 2008.

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PUBLICACIONES RECIBIDAS José Manuel Valle Porras. El rumor de las piedras. Ayuntamiento de Cabra, 2009. José Manuel Valle, miembro fundador de nuestra Asociación y del Consejo de Redacción de Saigón y colaborador habitual, ha escrito su primer libro; en él incluye dos estudios sobre la nobleza y la historia egabrense así como varios anexos (callejeros con la ubicación de cada escudo, cuadros con listados de nobles y de sus propiedades, fotografías de algún expediente de hidalguía...) y un apéndice documental. El núcleo de este trabajo lo constituye un catálogo con 150 escudos de armas, casi todos de los siglos XVI al XVIII, con su descripción y fotografía y una breve historia y genealogía de la familia noble que los mandó hacer. Son escudos que han llegado hasta nuestros días o se encuentran ya desaparecidos, y que pertenecen a nobles linajes como los Gómez de Aguilar, Fernández Tejeiro, Enríquez de Herrera, Aranda, Luque, Heredia, Cabrera, Uclés, Portocarrero, condes de Cabra... También incluye escudos eclesiásticos (de órdenes religiosas o símbolos de Jesús, la Virgen María...) y el municipal de Cabra. Adolfo Marchena, La reconstrucción de la memoria. Córdoba, Groenlandia, 2008. El primer poemario editado con el impulso de la Jefa de la revista Groenlandia, Ana Patricia Moya, quien lo denomina como «una poesía muy personal, que bebe de muchos autores consagrados y que él tanto admira». Un poemario de verso intenso y breve.

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EscriViendo, 6. Rute, 2010. Desde la vecina Rute, la Asociación Artefacto edita esta cuidada publicación en la que encontramos varias apuestas literarias: poesía, microrrelato, relato (incluso infantiles), reseña literaria y una aportación lexicográfica de un término ruteño. Lo más llamativo es que cada texto va acompañado de una ilustración creativa con el que se corresponde perfectamente, pues del dibujo surge el poema o el relato y viceversa; lo que demuestra un interesante planteamiento que logra buenos frutos.

Aldaba, 11. Sevilla, 2010. El nuevo número de Aldaba, revista publicada por nuestros amigos de la Asociación artístico-literaria Itimad (Sevilla), está dedicado a Miguel Hernández. Con el atractivo del buen hacer y de la constancia al que nos tienen acostumbrados, encontramos poemas y trabajos dedicados a su memoria, entre los que hallamos algunos nombres que han aparecido también en nuestras páginas: Agustín Pérez González, Ana Patricia Santaella, Manuel Guerrero Cabrera, Araceli Granados y Carmen Valladolid.

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Presentación de Saigón 14 Dentro de los actos del día del Libro de Lucena, el 24 de abril se presentó en la Biblioteca Municipal el número 14 de nuestra revista, dedicado a oriente, donde se entregó el IV Premio «Saigón» de Literatura a Felisa Lería Mackay en la modalidad de microrrelato, quien nos entusiasmó con su simpatía y su ilusión. En la foto, la citada Felisa sostiene el diploma del Premio, junto a Carmen Güeto, concejal de Cultura de Cabra, Pepe Rodríguez, representante del Ayuntamiento de Lucena, y Manuel Guerrero Cabrera, director ejecutivo de nuestra Asociación.

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Otros actos poéticos En marzo y en junio de este año nuestra Asociación dedicó tres recitales de diferente temática y tono. El 5 de marzo realizó un recital de poesía religiosa con la participación de Juan Parejo y José Rodríguez en la Casa de la Virgen, gracias a la Real Archicofradía de Ntra. Sra. de Araceli. El 20 de marzo, con motivo del día mundial de la poesía, ofrecimos un recital en varios idiomas en la Biblioteca de Lucena: quince voces procedentes de diferentes lugares de mundo (Colombia, Ecuador, Túnez…) y de Andalucía en nueve idiomas (ingles, francés, árabe, japonés, griego…), gracias a la colaboración de la Delegación de Juventud de Lucena y la asociación Mujeres por la diversidad. Y, por último, el 11 de junio participamos en una lectura dedicada a Miguel Hernández basada en su trayectoria poética con una veintena de participantes que leyó principalmente con el acento del sur de Córdoba (Lucena, Cabra, Rute…), momento al que pertenece la foto.

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