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tanto, que existiera una figura periodística, la del reportero policial, especializada en el seguimiento y/o cobertura de las tareas policiales con el fin de informar a la ciudadanía. Éste sería el trabajo de Jacob Riis. Sin embargo, desde el episodio en la comisaría de policía de Nueva York, todavía pasarían tres años hasta que Riis ejerciera de periodista. Durante el período de 1870 a 1873 ocuparía su tiempo en una serie de trabajos circunstanciales. Elaboró cunas para una mueblería, taló árboles en Swede Hill, ayudó en la cosecha de hielo en los lagos de Filadelfia y en la reparación del vapor que comunicaba Jamestown y Mayville. Se hizo cazador de ratas almizcleras, negocio que compaginó con la impartición de conferencias sobre ciencias naturales en una colonia de obreros escandinavos: “Dos veces por semana, cuando había armado mis trampas en el valle, iba a la ciudad y hablaba sobre astronomía y geología a absortos auditorios que miraban, espantados, a los horrendos saurios y a los detestables pterodáctilos que yo esbozaba en el pizarrón […]. Llevaba a veces a casa hasta dos o tres dólares, después de pagar el uso del salón y la luz, cobrando diez dólares la entrada”39. Pero su carrera como conferenciante pronto se truncó al confundir en una explicación los términos latitud y longitud; un viejo lobo de mar que se hallaba en el auditorio lo acusó de impostor y ya no pudo recuperar su credibilidad ante el público. Decidió entonces partir hacia Buffalo. De camino, estuvo trabajando de instructor de los hijos de un médico mientras ordeñaba vacas y plantaba hortalizas. Una vez en Buffalo apiló maderas y, de nuevo, recurriendo a sus dotes de carpintero, fabricó armaduras de camas en el taller de un ebanista, pero dejó el trabajo porque su patrón era mal pagador. Después fue contratado en un taller de cepillado de puertas; lijaba y tapaba los orificios dejados por los nudos de la madera a quince centavos la unidad. Ante su eficiencia, el dueño del taller rebajó el salario y Riis renunció. Dejó Buffalo para trabajar con una cuadrilla en un policía sacó un paquete de cigarrillos y le pasó unos pocos, y también le dio un reloj. ‘Aquí tienes, papá’, le dijo. Antes de marchar, vi que se ponía la mano en el bolsillo y le daba algunas monedas al viejo. Ya en la calle le pregunté por el reloj. –Es que me da su reloj —dijo el policía— por si alguien se lo quita durante las noches, y yo se lo devuelvo cada mañana. A veces le ayudo con su pierna de madera si no hay nadie más para hacerlo”. Véase Brendan Behan (2012/1964). Mi Nueva York, trad. de Julio Labí, p. 142. Barcelona: Marbot Ediciones. 39

Véase Jacob A. Riis (1965). La formación de un americano, op. cit., p. 65. Ésta fue la primera experiencia sobre la tribuna de Riis, práctica que mejoraría con el paso de los años. [ 28 ]

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