Revista Guidxizá 17

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baúl de letras Para los guerreros milenarios, para los pueblos de Oaxaca. JUDITH SANTOPIETRO

La memoria I Era de noche por las orillas del viento, cada paso de sombra se arremolinaba en el junco, cada palabra seca guardaba su silencio en una jícara, hacía oscuridad entre los pies.

Aquellas aves palparon su mirada una a una con el entrecejo adusto colgando de su frente, para que sus ojos (luz donde el llanto no cabe) se hundieran en el pensamiento herido. Anoche cayeron los siglos como una granizada de plomo que acecha la tarde; tocaron cada puerta de las calles; abrían la memoria que duerme en una cama, en la garganta del anciano atada en el tronco

la del niño con su panza serpenteante de moscas, la del viejo con su espalda quebrada, la de áridos maíces en cada surco de la tierra. II En la plaza hay un tumulto de máscaras antiguas que se mecen por los resquicios del tiempo: en las esquinas se levanta la palabra junto a los muros de ladrillo seco para colarse en la puerta de las chozas y despertar tras del vapuleo hondo. Nidos en medio del cuerpo anegan sus vapores sordos en la boca, mal graznido de garganta quebrada, alarido crudo entre las llamas de un horno que deshila nuestros cuerpos: todo trabazón de terquedad mientras las aves rondan los huesos tendidos por la noche.

en la raíz terca del enfado. III La que por el camino anega leyendas de humo entibiadas en la dura lumbre del fogón, la que nos despertará con la palabra inquieta para decirnos que a la calle han vuelto, que las aves siguen merodeando la plazuela y no se casan, y no olvidan. Pero esta mañana todo es veredas anchas por donde correr, gritos que alcanzan cada trasto de miseria en el borde de una mesa. Ojos de la gente urdimbre de la memoria que teje con sus voces altas los siglos de barro entre sus lenguas. Esas aves cargan la historia en sus garras:

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En el caudal del río, las piernas se hunden con los guijarros de silencio; miradas entre la neblina ciega de los árboles; profundos labios de piedra anidan el musgo y beben de la boca de los peces un poco de sangre para no morir en la curva de un reloj petrificado. Busco los pasos de nuestra muerte entre la polvareda, pero hallo los huesos de un pueblo antiguo que aún no duerme. IV Se han ido a la montaña (como guerreros) para enterrar la memoria de un pueblo milenario. Han caído, con gotas de sol y sangre.


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