Revista El Pensador # 04

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literatura

porque al acabar la novela desconectado de eso y volcado sobre la solución del enigma del libro diabólico todo pierde unidad y el lector se queda con la idea de que realmente habría sido mejor concentrarse en un solo tema –el club Dumas– y haber dejado completamente de lado el segundo. Para acabar de rematarlo, el enigma final extraído del libro demoníaco después de tantas idas y venidas y de tantos cálculos y laberintos se acaba resolviendo de forma literalmente imposible, pues el reflejo del anagrama final resulta en realidad ilegible en un espejo –como pide el narrador por boca de Varo Borja (p. 487)–, y solo una lectura a la inversa, es decir comenzando por el final, daría el significado del mismo (El lector puede hacer la prueba si quiere: ogertne em isa leído a la inversa da asi me entrego, pero reflejado en un espejo resulta algo completamente distinto y hasta cierto punto indescifrable). Pero el narrador necesita el espejo para mostrar la ‘buena demonización’ de Corso y parece que no le importa saltarse su propia lógica. Y que esto ocurra precisamente en el clímax de esta segunda trama me parece realmente grave y una falta de respeto para los lectores. También tengo mis problemas con la perspectiva narrativa elegida por Reverte. Aunque al final la identidad del narrador se revela en una sorpresa bien trabada, por momentos también da la impresión de ser algo a lo que Pérez Reverte no acaba de encontrar el nervio. Le ocurría en Alatriste, con esa voz en off de Íñigo Balboa que quiere ser a la vez omnisciente y testigo, y en El club Dumas en algunos momentos clave. Las explicaciones que se ponen en boca del narrador no dejan de parecerme una excusa: “De nuevo tengo que pasar a segundo plano, como narrador casi omnisciente de las andanzas de Lucas Corso. Así de acuerdo con ulteriores confidencias del cazador de libros, podrá ordenarse la relación de trágicos sucesos que vinieron después” (p. 92). Me imagino que esto tiene que ver con la poética de Pérez Reverte, que busca una narración más simple o directa, inocente, como dice él en algún momento de la novela, pero precisamente en momentos como este es cuando se diferencia un escritor de calidad de otro que no lo es tanto. El primero sabe complicar el argumento para luego trabajarlo y acabar

presentándolo como algo simple y asequible (Por si acaso, el recurso de Pérez Reverte al narrador-personaje-antagonista tampoco es original; ya Borges lo había empleado de forma muy similar en “Hombre de la esquina rosada”). Creo que la moraleja de la novela va en dos direcciones, la literaria y la existencial, que entiendo como nietzscheana o posmoderna. En la literaria es clara la reivindicación que Reverte hace del folletín, de la literatura de entretenimiento, de la metaliteratura y también del mundo de la lectura y la bibliofilia. Y en esto no hay mucho que objetar, y sí mucho que agradecer. Pero también creo que al mismo tiempo que se puede escribir literatura de entretenimiento se puede escribir literatura de calidad literaria. Lo cortés no quita lo valiente, como dice el refrán, y esa lectura inocente que reclama Reverte, que es una de las mejores cosas que tiene esta novela, no puede convertirse en excusa para desfallecimientos técnicos o estilísticos como los que he señalado. Libros clásicos de literatura infantil como los Cuentos de la selva de Horacio Quiroga o La edad de oro, de José Martí, podrían servir de ejemplo para esa combinación. Más contradictoria me parece la moraleja niestzcheana que creo adivinar en esos coqueteos de la novela con lo demoniaco, a través de la chica-chico, etc. (Por si acaso tampoco Pérez Reverte es original en este acercamiento, pues antes que él lo han tratado escritores como Clarín –“La noche mala del diablo”–, Amado Nervo –“El diablo desinteresado”–, Julio Garmendía “El alma”, Rómulo Gállegos –“El carnaval del diablo” – etc.). Y en todos ellos ocurre algo parecido a lo que vemos en El club Dumas. Porque si, como quería Nietzsche, hay que estar más allá del bien y del mal, Corso y Pérez Reverte acaban fracasando, y es que al final la relación entre Corso y la chica es, simplemente, una historia de amor, es decir una historia de atracción por el bien y la belleza, como ya habían advertido los clásicos. En fin, una novela bastante mejor que lo que conozco de Alatriste, con limitaciones que parecen insalvables, pero que puede ser entretenida si el lector está dispuesto a perdonar a Pérez Reverte un buen número de limitaciones que oscilan entre lo inevitable y lo ilógico.

JUL-SEP 2013

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