EL DÍA QUE LA COMUNIDAD COMBATIÓ POR SU CASERÍO por Freddy Quevedo Macuado

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EL DÍA QUE LA COMUNIDAD COMBATIÓ POR SU CASERÍO Por: Freddy Quevedo Macuado Periodista e Historiador "Este es un adelanto del Libro "Historia de Puente Piedra" que contendrá más de 200 Páginas de la historia de este Distrito y que el empeño e investigación de su autor hará realidad dentro de muy poco. Nos honra en extremo el poder ser portadores de tan buena noticia para la cultura y el conocimiento del heroísmo que rodó la fundación de éste distrito que nos hace realmente sentirnos orgullosos de él. Es por eso y dada la importancia de la defensa que se hizo del Caserío en aquel entonces, antes de que se convirtiera en Distrito es que recogemos esta interesante Crónica que es parte importante del libro en ciernes y que mostramos tal y como nos lo ha entregado su autor. De obligatoria lectura para quienes amamos a Puente Piedra y nos llamamos puentepedrinmos y que ahora enfrentamos los arrebatos posesionarios de un peligro que creíamos extinguido y que hoy reaparece por culpa de unos cuantos traidores al distrito" (Francisco Bocángel Sánchez) Hay una fecha en el remoto almanaque de la pre-fundación, que se recordará como la más decisiva de todas. Cargado de dramatismo, incertidumbre, solidaridad y valentía, ese día marcó el porvenir de la colectividad. De no haber pasado lo que pasó, posiblemente no hubiese existido el distrito. Corría el año 1922 y la ley de expropiación se había promulgado, mientras que, contradictoriamente, cuándo no, justicia comprada, en los tribunales los jueces le daban la razón a Marzano. Con la misma flema con que burócratas de los Registros Públicos solaparon su inscripción en áreas estatales ya ocupadas por muchas familias y más de 150 hectáreas cultivadas. Marzano se zurró en la ley que, en medio de un paquete de derechos, taxativamente mandaba “no perturbar a los posesionarios”; y preparó el desalojo como un “asalto relámpago” al caserío San Isidro de Puente Piedra. Su objetivo era lanzar a aquellos “inquilinos precarios” (?) y arrasar sus ranchos para iniciar su propia lotización urbana. Lo que viniera después, por supuesto, con él dentro, sería sobre hechos consumados. Como lo hiciera en Surquillo, donde, se murmuraba, botó a una población, destruyendo sus ranchos. Tal vez, para Marzano, eran situaciones idénticas.


Imaginemos el pueblito de 800 habitantes, con su anchurosa calle, que no era otra que el antiguo camino a Copacabana, y a ambos lados sus manzanas de quincha, entre las cuales asomaba su parque y glorieta. Al fondo, delante de los cerros, verdeaban las chacras de Carmen alto; no siendo distinguible al norte, un dominó de Gramadales sembrados. Todo ello y mucho más le pertenecía, -pudo decir Marzano-, y pensaba reconquistarlo esa mañana. En el caserío los amenazados montaban guardia desde días atrás. La defensa fìsica había sido planeada por los comuneros y el abogado. Ignoramos hasta hoy si hubo actuación policial o judicial de respaldo a Marzano. Suponemos que el comisario, consciente del poderío de Marzano y el coraje campesino, se puso de perfil al problema. Doña Felícita Ortiz contaba en 1997 que eran unos 50 matones contratados por Copacabana, detrás de dos tractores de oruga. Marzano se movía a caballo, distribuyendo órdenes, vestido de vueludos pantalones de montar y altas botas negras. Los atacantes ingresaron a la avenida Comercio con palos y herramientas de demolición y ya humeaban las candelas. A mitad de calle, como una milicia, se plantaron las mujeres, en la retaguardia los hombres, por recomendación del asesor legal. Y hasta los niños participaban. -”De acá nos sacarán muertos”, era el clamor. De las puertas salían cabezas y cada vez más pobladores. Una muchedumbre enormemente superior a la hueste marzanista. Y también eran temibles. Llevaban en las manos piedras, varas, lampas, hondas y machetes. Alguien llevaba recipientes con orina y tal vez algo más. La batalla se declaró cuando los “bulldozer” avanzaron hacia las casas y se echó fuego sobre las viviendas. Con las mujeres delante comenzó una lluvia de piedras. Felícita Ortiz embestía buscando al mal patrón. Las mujeres se enfrascaron en un cuerpo a cuerpo con los agresores, y cuando entraron los varones se desató el pandemonium. Palazos, pedradas, puñetazos y patadas, alguien que quemaba una puerta y otro que la apagaba. Marzano llevaba un revólver, pero sabía que usarlo era un suicidio. Fela y las cañetanas Tagle y Garretón se abrían paso sin perderlo de vista.


Y lo rodearon por fin, blandiendo filudos machetes. Marzano cayó de su montura tratan do de cruzar la acequia, y, chorreando agua negra, corrió hasta un tambo donde se refugió, trancando la puerta. Cual una rabiosa jauría, las puentepedrinas sitiaron la casa de José “Misterioso” Su. Los matones, heridos y asustados, se retiraron en desbande a Copacabana. Uno de ellos llamó a Lima. Al atardecer, un tren extra atestado de policías pitaba en la distancia. La tropa desembarcó y haciendo tiros al aire sacó al hacendado de su escondite, escoltándolo hasta su hacienda. Siguiéndolo por la calle, las morenas, sin miedo a los gendarmes, mostraban fieramente sus machetes a Marzano y le advertían que no regresara nunca más. ¡Victoria! La posesión se mantuvo.

Foto de la mayoría de los comuneros que enfrentaron a Marzano, (aunque se trata de un agasajo en la campaña por lograr la ley de expropiación). De izq. a derecha, figuran, sentados: con sotana y cuello clerical, el RP Juan Arana, Juan Lecaros, el Ministro Lauro Curletti, Anco Marcio Saco y Manuel Garay. Parados: Gregorio Quiroz, Sixto Tafur, Félix Gaviria, Nicasio Quiroz, Manuel Tapia y Rafael Napán.


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