Revista Asia Sur - Edición Nº 96

Page 18

18

///el arte de la fuga

Jeremías Gamboa

Temor a temer

Ha dedicado demasiadas horas a malgastar su cerebro pensando inútilmente en casi absolutamente todo lo que le ocurre. Escribir libros de ficción o columnas como esta le han permitido encontrarle un sentido a tan absurda actividad.

/// ¿Por qué Gastón Acurio la ve mejor que nosotros cuando se trata del miedo?

Una tarde de sábado, después de una primera vuelta electoral que nos dejó a todos en el dilema de elegir a nuestro próximo presidente entre las opciones del “cáncer” y el “sida”, me ocurrió algo que gatilló esta columna: una amiga mía, bastante inteligente y sensible, me confesó que había estado llorando casi toda una tarde por la debacle en que se sumiría el país de llegar al poder Ollanta Humala. Su sufrimiento y desesperación eran reales. De nada habían valido los artículos especializados que le había mandado a ella y a otros amigos para convencerlos y para convencerme a mí de que en definitiva nada desbarataría el crecimiento económico ni la democracia que habíamos experimentado durante los últimos años. Los había leído y le habían parecido razonables, pero nada podía detener su ansiedad y temor. Lloraba y algo en ella me generó de pronto un rechazo visceral. Y ahora logro entender, parte de lo que ella sentía también existía en mí, solo que yo luchaba tenazmente por evitarlo. Esta fue la primera elección en la que tomé la decisión deliberada de no sentir miedo. Lo había padecido demasiado en mi vida y era momento, me dije, de ponerle fin. En 1990, siendo adolescente, pude ver con lástima cómo la candidatura de Mario Vargas Llosa caía desbaratada por una campaña de pánico que aterró a millones de personas. En 1995 y 2000, tuve que aceptar el hecho de que mucha gente cercana a mí decidiera reelegir al gobierno autoritario de Alberto Fujimori por temor al improbable regreso del fantasma terrorista. Y después, en 2001 y 2006, me vi a mí mismo votando presa del miedo: la primera vez asustado por el retorno de Alan García y la segunda realmente empavorecido ante la amenaza chavista que representaba Ollanta Humala. Pero dos años viviendo en Estados Unidos como testigo de excepción del pánico colectivo de una sociedad que no era la mía me hicieron despertar. Este 2011 no me pasaría lo mismo. Después de la primera vuelta, dosifiqué al máximo y en algunos casos eliminé mi consumo de aquellos espacios periodísticos que claramente manipulaban a su audiencia. Me alegré sinceramente de no frecuentar las redes sociales, bloqueé a mis contactos con tendencias apocalípticas y me esforcé

Ilustración: Felipe Esparza

por decidir mi voto sin sentir temor. Humala, me dije, no era la traslación del régimen de Hugo Chávez como Keiko Fujimori no significaba el regreso mimético de la dictadura de su padre. Nada era tan terrible como nos lo pintaban. El día de los resultados de la segunda vuelta, la periodista Rosa María Palacios le dijo al congresista Daniel Abugattas que escucharlo declarar era como estar oyendo de pronto a PPK, y este le respondió que en verdad su candidato y él venían hablando así desde hacía varias semanas, pero nadie los había querido escuchar. A los días de caer la Bolsa de Valores, no solo se recuperó sino que empezó a abrir al alza y muchos de los medios masivos que temblaban de pánico y habían hecho temblar a sus lectores se sumaron a un súbito clima de optimismo. Como si, de pronto, nada hubiera pasado. Perplejo, viendo la tele o leyendo los editoriales de los medios, hablando con personas que súbitamente se mostraban lejos de la histeria de los días preelectorales, me pregunto qué fue lo que vivimos las semanas anteriores a la segunda vuelta. ¿Fue acaso un gigantesco lapsus? No sé qué piensen ustedes, pero yo creo que pasado el susto, tendríamos que permitirnos –por salud, por amor propio– sentir algo más intenso que el alivio. Deberíamos indignarnos. En un artículo publicado en El País tras las elecciones, el escritor Alonso Cueto escribe sobre una vendedora ambulante que teme sinceramente que Humala le quite su carretilla de trabajo y de un abogado acomodado que preparaba su pistola para salir a protestar a la calle –y en defensa de sus hijos–, en caso de que el candidato de Gana Perú resultara elegido. Pienso en ambos, en mi amiga y en mí, y me digo que todos deberíamos reflexionar sobre lo terrible de haber sido víctimas de una manipulación que nos tornó vulnerables y nos impidió ver con serenidad la realidad. No deberíamos volver a temer. O acaso sí, pero de la manera en que Gastón Acurio confesó hacerlo cuando la periodista Sol Carreño lo invitó a tener miedo en aquellos días confusos de la segunda vuelta. «¿Acaso no tienes nunca temor?», le preguntó ella. «Sí», le respondió el chef. «Tengo miedo de temer». Ese debería ser el único miedo que deberíamos permitirnos.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.