Argonautas N #04

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Argonautas N#04 DICIEMBRE 2014

ISSN 2341-4091

·Juan de Dios Garduño · Pilar Berrio ·

·RELATOS·POESÍA·ILUSTRACIÓN·CINE·OPINIÓN·


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Todos los textos, fotografĂ­as e ilustraciones pertenecen a sus autores, excepto en aquellos en los que se manifieste expresamente lo contrario.


#04

DICIEMBRE 2014

CONTRASTES


Staff Dirección

Elena Álvarez González

Arte

Santiago Sánchez

Juan I. González Fejèr

Redacción

Sandra Carbajo Bueno

Laura R. García

Iván Rúmar

Fotografía

Opinión

Mar Argüello Arbe

Carlos Duch

Los Argonautas que viajan en este número son:

Juan F. Valdivia, Patricia Reimóndez Prieto, ArÁnzazu Mantilla, Sergi Escudero, Óscar Sejas, Bego, Diego Mercado, Ninano, Iván Romero Marcos, Ángel Aznar, Hugustrador, Natalia del Nogal, Shinda Kohi, Jaime Corujo, Sir Kiwi, Jaime San Juan Ocabo, Indiana Caba y Murga. [Edita: Argonautas, Con la colaboración de carlota visier y Luis Cano. en Madrid, 2014] ISSN 2341-4091

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EDITORIAL contraste. 1. m. Acción y efecto de contrastar. 2. m. Oposición, contraposición o diferencia notable que existe entre personas o cosas. 12. m. Contienda o combate entre personas o cosas. contrastar. 3. tr. Comprobar la exactitud o autenticidad de algo. 4. tr. p. us. Resistir, hacer frente. 5. intr. Dicho de una cosa: Mostrar notable diferencia, o condiciones opuestas, con otra, cuando se comparan ambas.

Decía Newton que “el tiempo fluye sin interactuar” y es que aunque sea común a todos, no en todos los rincones del planeta pasa ni se siente igual, mucho menos pesa o vale lo mismo un minuto o un segundo. Puede que no exista época del año más llena de contrastes que ésta en la que para algunos será todo Ho-Ho-Ho y para otros no serán más que un par de meses pesados, llenos de compromisos familiares y/o empresariales. Algunos tiritaremos y apretaremos las bufandas mientras otros mueran congelados. Algunos, pese a la crisis, y pese a quien pese, compartiremos cenas, copas y abrazos y recibiremos regalos, mientras otros sigan compartiendo miedo, recibiendo disparos. A final de año, en España comeremos uvas, asados en Argentina o lentejas en Italia. En Estados Unidos se darán millones besos a las doce de la noche, en Dinamarca se romperán vajillas, brindarán con vino espumoso en Alemania, se vestirán cientos de lunares en Filipinas y desfilarán millares de monstruos en Escocia. Todo en el mismo día y por la misma razón. Pero todo distinto entre si; un mundo entero hecho de contrastes. Distintos rituales, pero rituales al fin y al cabo, para celebrar el mismo momento. Y es que así es la humanidad, tan diferentes y a la vez tan parecidos. A todos esos rituales se puede asistir sin salir de la habitación. La literatura es casi como viajar. Una puerta que nos abre una ventana desde la cual no sólo observar, si no sentir contrastes de cualquier tipo, vivir esas diferencias en un espacio de tiempo reducido. Podemos entrar en el metro de una gran ciudad, sentarnos con un libro, ser durante media hora un marino americano y recorrer las calles de La Valeta para luego volver a nuestra gran ciudad y sentir que hemos vivido en dos mundos completamente diferentes en menos de una hora. O salir del trabajo blasfemando por un día infernal para vivir durante un rato las historias de una tribu africana con la necesidad de iniciar una guerra por falta de comida. Y así, al volver a nuestro mundo, sentir que nuestro día quizá no haya sido tan malo. Por eso hoy en día es tan necesario ser consciente de los contrastes entre los que se mueve el mundo, eso nos ayudará a empatizar y eso, actualmente, hace mucha falta.

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ÍNDICE · 5 · EDITORIAL · 32· creer que es posible es hacerlo realidad · 38 · poesía Agridulce pájaro cómplice contrastes púlsar círculos concéntricos

· 50 · PARA LEER soy infeliz estu· 58 · diando filosofía Página 6


relatos · 8 · Ellos, nosotros Mi única certeza Versus suicidio treinta y seis

Los viejos lienzos de eva · 48 · CINE · 52 · miedo a ser libre · 60 · Conociendo a.. Pilar · 64 · berrio Página 7


Ellos, Nosotros por Aránzazu Mantilla ilustración de Murga Tan sólo verlos basta para darse cuenta. Los roces, las miradas. La complicidad. Y algo de esa frescura de las parejas que están aprendiéndose mutuamente, con curiosidad todavía. Se conocen bien, pero no tanto como para haber perdido el misterio. Te cruzas con ellos en el ascensor, intercambias saludos educados, no puedes evitar devolverles la sonrisa porque la suya te atrapa. Incluso la anciana de la buhardilla se deja conquistar por su amabilidad. Una vez le ayudaron a llevar la compra hasta su casa y les dejó entrar hasta la cocina a dejar las bolsas. No lo ha hecho con nadie más, sólo con ellos. Porque enamoran, no sé cómo lo consiguen, pero enamoran a todo el mundo. Es lógico que tengan tantos amigos. Siempre están recibiendo amigos en casa, casi cada día. La escalera es un trajín de gente que sube y baja de su piso. No es que molesten, la mayoría no lo hacen, excepto alguna voz de tanto en tanto, probablemente porque han bebido una copa de más. Nunca han invitado a los vecinos. La verdad es que, a pesar de su amabilidad, son bastante reservados. Pensándolo bien, no suelen pararse a hablar, no cuentan nada. Tampoco nosotros lo hacemos pero ya llevamos muchos años aquí, ya estamos aburridos de esta escalera, de averías y derramas, de cortesías vacías y palabras dichas sin pensar, de la maldita rutina que cruza las puertas todos los días. Supongo que pensé, cuando llegaron, en la posibilidad de tener con ellos algo parecido a una amistad. Creí que buscarían entre los vecinos algún tipo de afinidad para animar la convivencia. Creí que nos salvarían. Quizá ya no haya salvación posible. Ya es tarde para la vida social, ya es tarde para cualquier vida. Si intento recordar cuándo dejamos de tenerla, me entra el pánico; no hay memoria, no hay vida, somos un planeta inhabitado y estéril que no ha sido tocado por la imaginación. Por eso los envidio. Van y vienen en su mundo propio, un mundo exuberante, al que quisiera pertenecer aunque me está vedado. Yo tenía sueños. Ahora sólo tengo cansancio, este inmenso cansancio que me pesa en los huesos desde el mismo momento en que me levanto cada mañana para arrastrarme en medio de Página 8


un alba demasiado oscura para apreciarla. Al principio salía del portal con la esperanza de que algo, aquel día, fuera diferente; ahora ya da igual. Algo en común. Si al menos tuviéramos algo en común. Pero es imposible, tal como son hoy las cosas. ¿Qué podría atraerles de nosotros? Ya no somos tan jóvenes, nos falta ese aura de confianza en que el destino está a nuestros pies. Una pareja más. La mediocridad hecha matrimonio. Años de mirarnos desde tan cerca que no podemos ocultar los poros abiertos ni las manchas del alma. Hemos estudiado nuestros fallos. Sabemos esquivarlos cuando nos conviene, sabemos también cómo atraparlos al vuelo y golpear con ellos, ser dañinos, lo justo para sentir que respiramos, que corre el aire, que a pesar del silencio no estamos muertos todavía. Quizá lo notan. Quizá ven en nuestras caras el vacío y lo temen, como temería cualquier hombre cuerdo verse contagiado por la locura. La felicidad es un bien frágil. Nos saludan, nada más, con esa sonrisa encantadora que abre un abismo entre nosotros. Y ya está. Cuando cerramos la puerta de casa dejamos el mundo fuera. Para ellos la puerta no se cierra, el mundo va con ellos, son su centro, la fuerza centrífuga que lo mueve. Hubo algo sísmico en su llegada. Rompió el sustrato en que me movía, me hizo temblar, me hizo caer. El suelo se abrió bajo mis pies para enseñarme el fuego que ardía debajo, aquel fuego antiguo que había quedado enterrado y no recordaba. Las lágrimas, al llorar, las sentía como lava. Me quemaban pero no me derretían, ni siquiera me desfiguraban porque yo ya no era yo. Era otra quien se tocaba la cara y encontraba hielo candente que entumecía los dedos. El tiempo había dejado una reproducción en mi lugar. Metálica, mecánica, un autómata de corazón de lata. Por las noches se evidencia más la distancia. Esas noches y todas las noches. En medio de nuestro negro silencio. Ahí encima, chisporroteo y estallido. No están lo suficientemente aisladas las paredes. Los oímos al acostarse, en la madrugada, una vez amanecidos o en la siesta. El cabecero vibra contra la pared con ritmo variable, mensaje en morse de su vitalidad. La vitalidad que yo he perdido. Ellos gozan, aman, viven, mientras nosotros nos limitamos a existir, condenados —un poco más cada día— a la extinción. Nos iremos fosilizando. Hasta desaparecer. Sin dejar huella. Como una burbuja. Como si nunca hubiéramos estado aquí. Pof. Éramos como ellos, hace años, demasiados años tal vez. Demasiado jóvenes cuando empezamos y nos agotamos demasiado rápido. Entonces no imaginaba que todo cansa, incluso el sexo. La vida entera te desgasta. Cuando lo veo bajar con esa energía las escaleras, como si quisiera ir dejando su marca en cada peldaño, en cada baldosa, me entran ganas de avisarle: tranquilo, no corras, no sirve de nada apresurarte para alcanzar antes tus metas. Todo llegará a su tiempo o no llegará nunca. Probablemente, más bien lo último. O quién sabe si a ti te aguarda un futuro brillante. Sigue corriendo, pues, y lo conseguirás o te caerás de bruces. Quizá esté allí para verlo. No es que quiera verte fracasar, no es eso, pero me aliviará un poco esta frustración que me escuece cada día. Página 9


No es nada personal, sólo la naturaleza humana, no me lo tengas en cuenta. Si pudiera ver por una rendija como te espera ella cuando llegas. Seguro que no está mirando el cielorraso desde el sillón, con el libro cerrado entre las manos y la casa sin recoger, mientras suena el lloriqueo trágico de viejos discos a los que se aferra igual que a un pasado de ambiciones sin cumplir. Como si yo se lo hubiera impedido. Jamás le corté las ganas, eso se encargó de hacerlo la maldita realidad. Pero no ha sabido resignarse y ahora lo estamos pagando. Cuidado con estas deudas, amigo, porque salen muy caras. No le dejes beberse los sueños, la resaca se queda para siempre. Aunque a ti no te pasará, supongo, porque su cara dice que su sueño eres tú. Te daría la enhorabuena pero no estoy seguro de que sea una bendición. De ahí a los celos, un paso. Las escenitas de celos son un infierno, lo fueron cuando las sufría, cuando no había motivos pero cada aliento mío pasaba por su colador de agujeros diminutos. Ahora, paradoja y risa, ahora no hay miradas que analicen mis viajes ni reproches que me reciban al regreso. Puedo tirarme a cuantas quiera sin que importe. Puedo entrar en casa con el olor de otra, olor a sexo y satisfacción, que no se inmutará. Se limitará a saludarme mientras sigue sonando su música patética y volverá a mirar al techo, y yo me sentaré en el sofá a mirar la tele, sin hablar, sin saber qué está pensando. Y en tu casa estaréis de fiesta y oiré el ruido de platos y copas y el runrún de conversaciones cruzadas. Y risas. Ya he olvidado el color de su risa. He olvidado todos sus colores de entonces, esa presencia gris los ha matado todos. Tan sólo las noches quedan, algunas noches, cuando la oscuridad habla por nosotros y nos tocamos como si fuéramos distintos. Ahí nos encontramos. Flotando a través de la nada, en gravedad cero, sin peso que nos atraiga hacia tierra firme, lejos de cualquier otra verdad. Sólo existe ella, todos los rostros en el suyo, todos los cuerpos rodeados por el mío, ese suspiro en el hueco de mi cuello, único como una marca al fuego, ese suspiro que me tiene maniatado esa noche, una vez al mes, siempre. Me desconcierta esa forma de mirar. Como si no nos vieran en realidad, como si buscaran algo a nuestra espalda, algo diferente a nosotros, y no les importáramos en absoluto. Pensaba, al principio, que era curiosidad pero he llegado a la conclusión de que no es más que una máscara de cortesía. No les importamos. Ellos ya tienen su vida hecha y nosotros no somos más que una novedad que apenas les afecta. En cuanto hayamos terminado de encajar, nos ignorarán. Si es que encajamos. Yo lo intento, llevo toda la vida intentándolo, pero no puedo evitar la sensación de que jamás conseguiré encajar con los demás. No es lo mismo dejarse llevar, dar las respuestas que sabes que esperan, escuchar a quienes no escuchan y hablar sin decir nada para no llamar la atención. Te mimetizas. Balar es fácil, aunque cuesta dormir con el eco de tantos balidos. Los gusanos del pensamiento se revuelven en sus nidos, incomodan, me hacen dar vueltas hacia ningún lugar, porque en el fondo sé que se mueven a un ritmo distinto a los demás. Página 10


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A veces me pregunto si merece la pena despojarme de mi identidad y no me atrevo a escuchar mi propia respuesta. Estar sola me aterra, me paraliza, no podría soportarlo. Necesito gente alrededor para ser consciente de mí misma. La envidio, cuánto la envidio. Tan independiente. No parece que le importen los viajes de él, no pierde el ánimo, esa serenidad que parece formar parte de ella igual que una mano o un pie. La veo entrar y salir con su media sonrisa sin expresión. En casa escucha música, puedo oírla desde el salón, y creo que se pone a cocinar porque con la ventana abierta me llegan olores que me hacen pensar en pastelerías, en mi infancia, en la inocencia casi olvidada. Si yo pasara sola tanto tiempo me moriría de ansiedad. Mi peor pesadilla es sentirme abandonada. Amor, no me dejes, qué haría yo en una casa vacía sino ovillarme en una esquina hasta diluirme en la oscuridad. No sabría seguir con mi vida. Necesito tener a alguien a mi lado, tocarlo si estiro la mano. Pero sé que no lo harás, no puedes porque me quieres, quieres este cuerpo que se abre a ti cada día, te responde, te acoge, te absorbe hasta agotarte, hasta dejarte incapaz para otra mujer, para otra entrega, para otro amor. No podrás alejarte mientras yo siga amoldando mi deseo al tuyo. Hago de mí lo que tú buscas en cada momento. Soy elástica. De cera. Y te cubro, y te envuelvo, y me pego a ti de forma indeleble. Nunca me podrás borrar. Todavía no hemos discutido, no he permitido que pasara. Docilidad y ruido, mi estrategia contra el conflicto. De momento funciona. Ellos discuten, los oigo a veces, y sus recriminaciones duelen. Nosotros no caeremos, nunca hice nada que puedas echarme en cara, me esforcé mucho en ello, ni guardaré tus fallos con rencor si te quedas conmigo, me olvido de todo, incluso de mí. Sólo voces amigables, nunca discordantes, y compañía que nos arrope para tapar los huecos de las carencias. No dejaré que se vea lo que no quiero que exista. Por eso me resisto a que ellos vengan, temo su mirada que atraviesa, temo ver lo que no somos o lo que podríamos ser. Es agotador mantener atado todo ese miedo y disimular ante la gente, ante ellos, ante ti. Fingir mi sonrisa encantadora. Fingir un amor maravilloso. Fingir una vida perfecta. Fingir siempre. Tengo que hacerlo. Porque, si un día dejo de fingir, no sabré como ser yo. Hay algo atractivo en su silencio, quizá el simple hecho de que sepan convivir con el silencio. No todo es hablar, menos aún si se trata de una cháchara inútil, o si ante la falta de palabras se impone la actividad frenética. Ellos tienen la habilidad de saber vivir sin ruido. A veces me gustaría sentarme con ellos en el sofá a estar simplemente callados, aprender cómo lo hacen. A veces me gustaría estar a solas, nada más. Sin el ajetreo de tanta gente contándose a sí misma sus propias historias. Sin la presión de la responsabilidad sobre actos que no dependen de mí. Sin la necesidad de agitarme como un pájaro que no sabe usar las alas. Sin ella. No pensé que el amor fuera a cansarme, a extraerme la sangre cada día igual que una sanguijuela adherida al corazón. Página 12


La quiero, claro que la quiero, es perfecta para mí, pero esta relación exige todo lo que tengo y ni el sueño queda a salvo de su presencia. Es como una obsesión insana. ¿Cómo hacen ellos para no absorberse el uno al otro hasta perder la solidez? Quizá no se aman como nos amamos nosotros, debe de ser eso. Quizá es sólo cuestión de tiempo y cuando pasen los años nos calmaremos. ¿Cuántos años pasarán hasta llegar a eso? ¿Cuánto tiempo durará esta exaltación que me deja sin resuello? Con ella nunca veo más allá de este momento, sólo lo inmediato existe. Este cigarrillo, esta copa, este chiste, este beso. Resistirme a su influjo es imposible. Sólo una mirada húmeda, un infinitesimal temblor del labio y me rindo. Aquí y ahora. Incluso cuando hay gente en casa. Arrullo de voces en el salón, vamos, rápido, no se enterarán. Pero sí que lo hacían y no nos importaba. Alarga el instante, un poco más, un poco más. Riesgo, exhibición, placer compartido. Hasta dónde se puede llegar cuando te dejas embaucar por los sentidos y te olvidas de pensar. Todas las fantasías enroscadas en un anillo. Es perfecta, es mía. Debería ser feliz. ¿Por qué no lo soy? Algo funciona mal conmigo, algo funciona mal fuera de mí. Si no puedo darle forma, no puedo identificarlo y arreglar el mecanismo. Quisiera saber si ellos dan forma a sus problemas, si los resuelven y por eso siguen adelante. Silencios que lo dicen todo. ¿Es real o un mito? Nosotros, al contrario, hablamos sin decirnos nada y no puedo saber lo que piensa o siente por debajo del maquillaje. Se enmascara con el pintalabios y la excitación. Esa entrega muda me desquicia, no la soporto, quiero apartarme pero no lo consigo porque me arrebata la irritación junto con los pantalones. Soy débil, tómame, haz gozar a mi ceguera irremediable. Enajenación permanente. ¿No les molestará tanta locura, tanto alboroto? Casi espero que suban algún día a protestar y tener una excusa para acabar con ello. Les invitaré a una copa para celebrarlo. No me atrevo a tomar yo esa decisión porque ella pestañeará y le besaré los ojos, las manos, los pies. Y volveremos a empezar. Mi voluntad es un átomo que implosiona bajo las yemas de sus dedos. Me deshago. Cuando estamos juntos no soy yo, no soy nada.

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Mi 煤nica por 贸scar ilustraci贸n de Jaime

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certeza sejas SanJuan Ocabo

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No tengo ni idea de por qué escribo. No sé si siento dentro de mí oscuridad o luz. Si me lleno de palabras o me vacío de significados. No acabo de entenderme ni aunque trate de explicarme una y mil veces. No sé si voy o vengo. Si queda algo de tiempo o por el contrario ya consumí hasta el último de mis segundos. No puedo imaginarme el daño o la alegría que causa cada una de mis líneas. No alcanzo a comprender si tengo el corazón roto o es que late cada vez más lento. No consigo soñar cuando duermo y sin embargo sueño a cada rato cuando estoy despierto. No trato de ser uno más, ni siquiera distinto al resto. No quiero mirarme al espejo cada día sabiendo que pude ser mejor de lo que soy, ni tampoco quiero saber que soy lo que siempre quise, porque eso supondría parar máquinas y cerrar mi vida por derribo, aunque tal vez, ni siquiera haya empezado a construirla. No acostumbro a pensar más en mí que en el resto. Me siguen doliendo las miradas, la crítica destructiva que se camufla entre sonrisas y abrazos. Se me derrumban los escenarios con sus firmes tablas, donde me dejo la piel y la ropa aunque parezca que sigo vestido y sin heridas.

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No me sale la voz cuando grito y grito cuando callo. Me aterra el amor aunque no quiera quedarme solo, las camas de metro y medio que se hacen pequeñas cuando echo de menos, los abrazos que tanto calor me daban y que tanto frío han dejado en mi recuerdo. No me sangran ya las puñaladas, se me abren las cicatrices con cada poema triste que sirvió de bálsamo. Quiero desaprender todo lo aprendido, desandar todos los caminos que no me llevaron a ningún sitio, maldecirme más por sentirme tan pequeño, aunque la báscula sobrepase los cien kilos. No soy capaz de imaginar mi vida ni mi muerte sin letras, las mismas que me bailan dentro, que me dan paz y piden guerra. Que me cosquillean en los dedos. Que son descanso y desvelo, puta y musa al mismo tiempo. Como decía, no tengo ni idea de por qué escribo porque no soy yo el que escribe. No soy yo. Ellas son las que siempre me han escrito a mí, manejando mis manos como una marioneta que baila al compás sordo de lo que ellas dictan, con la incertidumbre del “no sé qué saldrá”. Y esa. Estoy seguro. Es mi única certeza.

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Versus por Juan F. Valdivia ilustración de Jaime Corujo

Por undécima vez seguida Carlos leyó ese ‘Fin de partida. Has vencido’ que sólo le aportaba una absoluta sensación de derrota. Tiró el mando al sofá y se volvió hacia su padre: —¿Es que no lo puedes hacer mejor? Joder, gana aunque sea una sola vez. ¡O empata! ¡Empata una jodida partida! Amadeo permaneció recostado en el sofá mirando con ojos atontados la pantalla. Sus dedos seguían deslizándose sobre la cruceta y pulsando botones. —Que la partida ya ha acabado… Carlos soltó un bufido y se levantó. —Me voy al catre. Mañana madrugo. Y tú también, viejo. Pero a ti eso te da igual, ¿verdad? El hombre estaba dejando el mando de la Play cuando su hijo dio un portazo y se encerró en su cuarto. Emitiendo un gruñido de respuesta, Amadeo giró el cuello hacia el fondo del pasillo. En su rostro se mezclaba a partes iguales la sorpresa y la indolencia. —¿Car… los? De nuevo, volvió a clavar la mirada en la pantalla. El letrero del UEFA’19, escrito con una caligrafía sólida que imitaba al acero, giraba sobre fondo azul. Bajo él resplandecía una invitación a jugar otra partida. Amadeo ya Antes no comprendía esas cosas; menos aún Después. Contempló la pantalla embelesado por el giro de las letras. Rotaban sobre sí mismas en un movimiento sin fin, sin objetivo, de una manera que no llegaba a comprender. Amadeo se sentía identificado con ello. Los minutos se convirtieron en horas y cuando la televisión entró en modo de espera, Amadeo ni se inmutó: él ya llevaba tiempo perdido en el vacío de su mente. *** —¿Aún sigues ahí? —Un Carlos ojeroso entró en la sala sólo vestido con unos calzoncillos. Su padre no se había levantado del sofá—. Maldito B. Me tuvo que tocar a mi uno. Venga. ¡Arriba, haragán! Se acercó a Amadeo y le sacudió el hombro tratando de espabilarlo. —Te dejo la muda y todo encima de la tapa del wáter, ¿vale? No me obligarás a ducharte, ¿verdad? Amadeo profirió un gruñido y se levantó. —Espero que eso signifique que sí, que te las apañarás sólo. Son las siete y media y ya llego tarde al curro. Y más te vale que no te pase eso mismo. No quiero más quejas de tu jefe. —Sí. Vale. Sí. Tran… tranquilo. Ante la ducha Amadeo se peleaba con su ropa intentando desnudarse. La habitación de Carlos se situaba contigua al servicio. Eso le permitía oír sin problema Página 18


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lo que pasaba allí dentro mientras él se vestía. —No, si yo tranquilo estoy. —El vestuario de Carlos por sencillo rozaba lo minimalista. Tras sacar una camiseta del armario sus ojos cayeron en el retrato de su madre que había sobre la mesilla. “Te echo de menos, mamá”, pensó. “Si no faltaras no estaríamos así, ni él ni yo.” Pero las lamentaciones sobraban. En el cuarto de baño seguía sin escucharse el sonido de la ducha—. Date prisa, ¡hostias! No quiero más cartas de tu jefe diciéndome que llegas tarde, sucio, o cualquier otra chorrada. —Tranquilo. Yo… Yo bien. —Vale. Me voy. Te he dejado un tazón en la encimera. Cuando salgas, cierra la puerta… —Sí. —Aunque, ¿quién coño entraría a robar en la casa de un B? Ya se disponía a salir de su cuarto cuando Carlos no puedo evitar lanzar una mirada a la foto de su madre. —Joder, mamá: ni te imaginas la que liaste al morir. *** Camino del Telepi, Carlos se encontró con Alberto, el otro repartidor. El chico vestía de pies a cabeza de pseudocuero negro. Pantalones ceñidos y una chupa de flecos. Las tiras negras y terminadas en remaches hacían juego con la melena. Bajo la cazadora se adivinaba una camiseta de un grupo techno de nombre impronunciable. El conjunto lo remataba unas botas de estilo militar. Su aspecto conjuntado contrastaba con el mucho más informal de Carlos: unos vaqueros, una camiseta de manga corta que rezaba ‘Semen Up’ y sus perpetuas y desgastadas ‘Air Jordan’. —Joder, Car. No sé cómo aguantas así el rasca. Y además esa camiseta… —El frío sólo dura una hora, tron. Luego Lorenzo arrea y ya sabes: esto se convierte en un tostadero. Y además ¿para qué tenemos en la tienda esa jodida sudadera roja? Me la pongo encima y así nadie dice nada. —Vale, sí. Otra cosa: llevas días sin conectarte, tío. Hace tiempo que no echamos un jodido UEFA. Soltando un bufido, Carlos se volvió hacia su colega: —Oño, claro que hace mucho que no me conecto. Espera a que cobre. Como mi padre no está dando la talla, le han bajado el sueldo. ¿Por qué crees que estoy metiendo horas? Por gusto no. —Ah, lo siento. Digo por tu padre… —Sí, bueno. Dejémoslo. Los dos chavales callaron. Alberto sabía que el padre de Carlos era un B. Un tema, como mínimo, desagradable entre familiares o tutores. En ese preciso momento pasaban junto a un jardín. En él se afanaban tres Bs comandados por un capataz normal. Los movimientos de los Bs barriendo las hojas y pasando el cortacésped manual contrastaban con la eficacia del capataz a la hora de podar los setos. Carlos desvió la vista de la cuadrilla, hundiendo la cabeza con gesto huraño. Alberto le imitó, incómodo por haber sacado el tema. Doblaron la esquina dejando atrás el jardín y los operarios. Carlos respiró aliviado al contemplar la fachada roja de la pizzería. “Joder: alegrarme por ver ese antro. A lo que he llegado. Antes yo no era así.”

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Había un Antes. Con A mayúscula. Antes era feliz. Antes tenía amigos más allá de su cárcel de carne. Antes se conectaba a diario. Agradecía el amor obsesivo de su madre tratando de sobrevivir a sus cuidados asfixiantes. De igual manera, toleraba el cariño, huraño y algo celoso, de su padre. Sólo se sentía a gusto de verdad en la Red. Siempre había tenido una consola en su cuarto. Gracias a ellas y al cable, contaba con una ventana virtual al mundo exterior. Amigos por cientos. Charlas sin fin. Fiestas celebradas en esas plazas virtuales llamadas arenas. Rodeado por esas compañías virtuales, Carlos reía y rabiaba, se alegraba con la victoria y entristecía con la derrota. Tras la muerte de su madre todo empezó a hundirse. Para su sorpresa, Carlos echaba de menos esos mimos a los que durante años había hecho ascos y sin ellos, se volcó en la Red. En las arenas trataba de suplir el súbito vacío dejado por su madre. Se conectaba todo el tiempo que podía. Mientras tanto, Amadeo, mucho más analógico, se enfrentaba a la pérdida de su mujer buceando a partes iguales en el alcohol y la depresión. —Todo es por tu culpa, cabrón —gruñía cuando el vodka le dominaba—. Siempre fuiste un problema. Cuando naciste estuviste a punto de matarla. Y continuaba con su cháchara. “Sí”, pensaba Carlos, “mamá sufrió complicaciones en el parto. Pero ¿por mi culpa?” —Desde que naciste se volcó en ti, mierdecilla. Me dejó por ti, bueno pa’nada. Cuando bebía, Amadeo se volvía agresivo. Su puño volaba acertando demasiadas veces en un Carlos incapaz de defenderse. Como de un perro asustado, el chaval se limitaba a encajar los golpes y, una vez pasada la tormenta, a refugiarse en su cuarto. Carlos empezó a apreciar el transcurso del tiempo contemplando la evolución de los moretones. Surgían, cambiaban de color, desaparecían, y otros los sustituían. Una travesía de dolor mal compartido en la que Amadeo no se acaba de ahogar en su particular mar de vodka. Pronto le echaron de la fundición. Tirado en el sofá, el padre sólo atinaba a abrazar la botella y llorar la ausencia de su mujer. El chico tuvo que ponerse al frente de la casa. Sus notas ya iban mal, por lo que dejó los estudios y encontró un trabajo como repartidor. El rencor que Amadeo sentía hacia Carlos aumentó al saberse sustentado por el culpable de su desgracia. La vida de Carlos quedó reducida a trabajar, recibir palizas cuando su padre no yacía inconsciente y huir a la Red. *** Seis meses atrás el planeta entero se encontró con que alguien había trazado una línea, un Antes y un Después, pero inmersos en su infierno privado, ni Amadeo ni su hijo se percataron de ello Para Carlos y Amadeo, la ONU apenas era unas siglas. Ninguno veía los telediarios y en la espiral descendente de su vida, no cabían problemas tales como la inmigración. Poco les importaban las miserias de los otros cuando ellos luchaban por sobrevivir a las propias. ¿Fronteras llenas de vallas? ¿Torretas erizadas de armadas automáticas que conjuraban cordilleras de cadáveres? ¿Guerras por agua o comida? ¿Gente criando hijos con la certeza de que les vería morir? Para Carlos y Amadeo todo ello era nada y menos. El planeta entero se sacudía en shock pero para ellos sólo existía el vacio creado por la muerte de la madre y esposa, un vacío que ni el alcohol ni la Red suplían. Página 21


Una mañana de hacía dos meses, Carlos se encontró a Amadeo tendido en el sofá. Tenía los ojos entreabiertos y por su boca asomaba un charco de vómito. Apenas se sorprendió al descubrir que no le echaría de menos. Descolgó el teléfono y llamó a la policía: —No se mueva de allí —dijo la voz al otro lado de la línea—. No toque al cadáver. En unos minutos se presentará allí una dotación. Mientras esperaba que llegara la policía, Carlos se metió en su cuarto a desmontar la Play. Por fin podría ponerla en la sala y aprovechar la tele grande. Estaba realizando las últimas conexiones cuando llamaron al portero. Al abrir la puerta, a Carlos le llamó la atención el que la dotación consistiera sólo en dos hombres; un civil ojeroso y un policía uniformado, gordo y de aspecto desganado. Carlos conocía al civil, se trataba de un médico al que había visto pasar consulta en su centro de salud. —Perdone, doctor, pero mi padre no está enfermo. Está… El médico le dedicó una mirada indiferente. —¿Dónde? —Allí, en la sala, pero… Caminó hacia donde le indicaba Carlos. El teniente entró llevándose la mano a la gorra a modo de saludo torpe. Al ver el cuerpo, el doctor rebuscó en su maletín. Primero con un fonendo y luego con material más extraño, comprobó el estado de su padre. —Ya dije por teléfono que la ha palmado. Sin hacerle caso, el médico introdujo un voluminoso termómetro en la boca de Amadeo. —Treinta. Gradiente negativo tres. Pasará a B en cosa de un par de minutos, cinco a lo sumo. Gómez, deme el formulario para que lo vaya rellenando. Y también la ficha del censo. Gómez sacó de un bolsillo de su cazadora un papel carbón triplicado y un folio impreso y se los tendió al doctor, que empezó a rellenar el formulario mirando de hito en hito el folio. Carlos cada vez se sentía más desconcertado. —Pero, ¿no debería venir un juez o algo así? —Chico, ¿dónde te has metido estos últimos cuatro meses? Carlos miró al doctor sin comprender. El tono de su respuesta rozaba lo ofensivo. Iba a preguntar de qué hablaba cuando el cuerpo de Amadeo sufrió una convulsión. —¡Hostia puta! ¿Qué cojones…? —Señor Alfageme. Amadeo Alfageme Martín. ¿Se declara súbdito de Estigia, en este momento en condición de exiliado? Amadeo giró la cabeza hacia el médico. En sus ojos no se adivinaba rastro alguna de vida, pero emitió un gemido ininteligible y asintió. —Señor Alfageme. Necesito que firme este formulario. Si por su situación actual no puede, servirá su huella. Con lentitud Amadeo tendió la mano derecha hacia el doctor. Su dedo índice señalaba el formulario. El médico parecía ya versado en esa labor: en un visto y no visto sacó un tampón, entintó el dedo de Amadeo y estampó su huella en los tres papeles carbón. —Listo. Eh… —El médico dudó y consultó el folio impreso— …Carlos. Todo tuyo. Como familiar más cercano, este inmigrante queda bajo tu tutela. Y así, Carlos descubrió la existencia de los exiliados de Estigia, los ciudadanos de segunda. Los B. Página 22

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De nuevo en casa, Carlos hubiera deseado poder conectarse y entrar en alguna arena. O hacer un ping a Alberto y jugar un dúo. Pero no tenía dinero para pagar el cable así que se contentaba con jugar contra Amadeo. Había intentado jugar en tándem contra la IA del juego sólo para descubrir que ésta enseguida descubría la debilidad de Amadeo y se cebaba en aprovechar sus carencias. Jugar con su padre le empezaba a aburrir. Ganar una y otra vez, porque los equipos estaban descompensados. Si pudiera conectarse… Pero cada vez tenía más claro que sus problemas económicos sólo acababan de empezar. Sonó el timbre. Un seco “Yo” fue la única respuesta de Amadeo. Ya en el piso, el padre de Carlos anduvo hasta el sofá y se dejó caer en él. Carlos le miró, no sin cierta envidia: el viejo ya no tenía preocupaciones. Apenas comía, no necesitaba amigos, todo le daba igual. Como ciudadano B y en virtud al tratado de Estigia, el estado no tenía que responsabilizarle de nada. Amadeo agarró el mando abandonado sobre la mesa. —¿Par… tida? Encogiéndose de hombros, Carlos se sentó en el sofá. —¿Por qué no? Activó la consola. El UEFA’19 seguía dentro. El rótulo giratorio les dio la bienvenida. Carlos seleccionó ‘modo versus’. Empezaron a jugar y la partida transcurrió como siempre: anodina y repetitiva. Carlos se volvió hacia su padre. En ese rostro, por lo general indiferente, parecía querer nacer una sonrisa. ¿Podía disfrutar un B de una partida tan simple como aquella? Con tristeza, Carlos se dio cuenta de que no recordaba la última vez que se divertía con la consola. Tirando del hilo, incluso tuvo que admitir que no podía decir cuánto tiempo había pasado desde la última vez que reía de manera sincera. Y sin embargo, su padre estaba sonriendo. Ya no tenía la menor duda. El viejo, el B, estaba disfrutando del juego. Sin pensárselo dos veces, Carlos puso el juego en pausa. Estaba ya camino de la cocina cuando le llegó la queja de Amadeo. —¿Qué… pasa? El cuchillo cebollero en su sitio. Carlos lo agarró y regresó a la sala. Tras sentarse en el sofá, apoyó el extremo del mango en el cojín vacío entre Amadeo y él. Cuidando de no cortarse, Carlos colocó la punta del cuchillo en su pecho, justo a la altura del corazón. —¿Carlos? En la voz de Amadeo se notaba algo que quizá encajara con la duda. O con el temor. —No pasa nada. Tranquilo. Se dejó caer sobre el filo. La hoja seccionó el esófago y el corazón con limpieza, haciéndole escupir sangre. El dolor le sacudió, un latigazo resplandeciente que a punto estuvo de provocarle el desmayo. Pero en el último momento, reunió las fuerzas suficientes para decir: —Espera unos… minutos. La partida mejorará. Estará… más igualada. No habrá contraste. Será… más divertida. Nos gustará... papá.

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Suicidio por Sergi Escudero ilustraci贸n de Shinda Kohi

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El día estaba apagado como la mente durante una resaca de tequila y mi ánimo permanecía negro como una canción de góspel de Bessie Griffin. Los barcos del puerto, navegando en cielos pintados por Turner, soñaban esperanzados con el otro lado del charco. Se desplazaba por el aire el olor a pescado muerto y hacía un frío paralizador. El único calor en el pueblo provenía del bar del teatro, donde mi camarero preferido, Javier, servía cafés hirviendo a los ilusionistas del devenir. Sólo dejaba ver sus ojos verdes. La frondosa barba blanca y el pelo sucio tapaban el resto de la cara. Su aliento era un pozo etílico, y a menudo me lo imaginaba como una reencarnación imperfecta de Ernest Hemingway. Saqué mi moleskine desvencijada, con más papeles entrometidos que hojas, y mi pluma Montblanc, que deslizaba su tinta negra por las páginas blancas como una patinadora rusa baila sobre el hielo. Escogí la primera hoja que permanecía virgen y anoté con letra desgastada la palabra ‘Suicidio’. Le pedí un vaso de absenta y un cuchillo a Javier mientras subrayaba las letras conjuntadas de forma funesta. Torrentes de emoción se entremezclaban en mis entrañas, rotas de amargura. El viento cerró de una bocanada la puerta destartalada que un cliente había dejado abierta al marcharse. Las luces se apagaron. La tormenta ya estaba aquí. Antes de que se cumpliesen dos minutos desde mi petición, el cuchillo, el vaso de absenta, con su azucarillo y su tenedor, estuvieron encima de mi mesa de madera de roble. Afuera empezó a llover a mares y la luz volvió al bar. Un relámpago cayó a menos de cien metros de nuestra posición, retumbando como lo haría el Apocalipsis. Una joven que se tomaba una Coca-Cola se asustó y las manos le temblaron. El viejo habitual del bar ni se inmutó, y no cesó de clavar su mirada en mi cuchillo. Bebí medio vaso de absenta de un solo trago. Mis ojos querían llorar y mi garganta explotó. En el televisor del bar aparecían migajas de un mundo feliz; en la otra parte del país el sol mandaba en el cielo y los habitantes pasaban sus días en playas cristalinas. El presentador iba a informar de la siguiente noticia cuando otro relámpago, más cercano, apagó la electricidad y con ello el televisor. La chica de la Coca-Cola emitió un chillido que puso nervioso al viejo. Javier empinaba la botella de vino que se bebía cada mañana. De reojo quiso saber si yo ya había empezado a realizar la acción que tenía en mi mente. Me dedicó un gesto de compasión y le contesté bajando la mirada. Después me puse a comprobar si el cuchillo estaba perfectamente afilado. Paseé el dedo índice por toda su longitud. Un hilo de sangre que brotó de mi dedo fue la afirmación que necesitaba. Sonreí. Sentí la felicidad por primera vez en mi vida. Entonces escribí la primera frase de mi relato: El día estaba apagado como la mente durante una resaca de tequila y mi ánimo permanecía negro como una canción de góspel de Bessie Griffin. Página 25


Treinta y Seis por Patricia Reimóndez Prieto ilustración de Hugustrador Luces de fluorescentes desfilaban una tras otra ante sus ojos. Decenas de voces la envolvían, no conseguía distinguir cuales eran de mujer y cuales de hombre. Tal vez solo fueran tres. Giraron demasiado deprisa, la camilla derrapó hacia la derecha. Parpadeó, o quizá cerró los ojos un instante, ahora subían, estaban en un ascensor. ¿Cuántas plantas? La verdad, daba igual. Le dolía todo el cuerpo y cada bocanada de aire que cogía más bien parecía lava ardiendo entrando en sus pulmones. Tosió y gotas de saliva quedaron atrapadas en aquel plástico que la cubría, que los protegía de ella. A la una, a las dos, y a las tres. La ponían en una cama. Si pudiese descansar un poco, si pudiese dormir. *** —Es solo un proceso gripal —le dijo el médico de cabecera. —Está seguro, creo que podría ser… —Segurísimo, ve usted demasiada televisión. *** Abrió los ojos. Dos personas habían entrado en la habitación. Llevaban un traje amarillo que les cubría por completo, guantes azules y una aparatosa mascarilla. Una de ellas cambiaba la bolsa de suero mientras la otra le extraía sangre. Quiso preguntar pero al incorporarse un poco para que la escucharan mejor, se mareó. *** Acababa de entrar en el portal de casa cuando le entró la tos. Instintivamente se puso una mano en la boca. Su vecina, la del quinto, esperaba en vano al ascensor con las bolsas de la compra. Se había vuelto a estropear por cuarta vez ese año. Se ofreció a subir la mitad de sus bolsas. Su vecina sonrió aliviada. *** Se despertó temblando. ¿Qué hora sería? Sin una ventana por la que mirar ni siquiera podía deducir si era de día o de noche. Le tomaron la temperatura. Pidió agua. Le dijeron que no. ¿Cuántos?, preguntó. ¿Cuántos más se han contagiado?, insistió. Se fueron sin darle una respuesta. Resignada, cerró los ojos. Página 26


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*** —Hola, ¿te importa si te acompaño? El hombre se sentó a su lado sin esperar su respuesta. Es lo que suele pasar en las barras de bar con taburetes vacíos. —Al menos podrías decirme tu nombre primero. Ni siquiera le prestó atención a lo que dijo pero sí le dio dos besos, uno en cada mejilla. *** Se puso de lado en la cama y se encogió todo lo que pudo. Apretó con los brazos su estómago. Era como si se hubiese tragado un montaña de cristales. Vomitó. Demasiado rojo como para pensar que aquello no era sangre. *** —¿Desde cuando estás aquí? —le dijo su amiga al otro lado del teléfono. —Desde ayer. —¿Por qué no me avisaste? —Estaba cansada. —Pues hoy ya no tienes excusa. Te invito a comer. —No sé, aún tengo cosas que hacer, necesito ponerme al día. —Te he dicho que no tenías excusa. —Ya, ya… ¿Qué tal si lo dejamos para mañana? *** Apretó los ojos y se los cubrió con el brazo. Les suplicó que apagasen la luz. No podían hacer eso. Más suero. Más agujas. Una de las personas de traje amarillo le dijo que aguantase un poco más, que no se rindiese. Retiró el brazo de su cara, por fin habían apagado la luz. *** Miró por la ventanilla del avión. Le pareció que contemplaba una maqueta a pequeña escala con casas diminutas y diminutos coches. Descendían poco a poco. Su acompañante, el de la cara tensa durante todo el viaje, apretó los apoyabrazos hasta que sus

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nudillos se volvieron blancos. Nunca se sabía, decía, hasta que uno no pisa tierra firme podía pasar cualquier cosa. Ella sonrió y volvió a disfrutar de las vistas. *** Entreabrió los ojos todo lo que pudo. Sus párpados pesaban como una torre de elefantes. La persona del traje le dijo que se pondría bien mientras le inyectaba un líquido anaranjado y translúcido. Cerró los ojos. *** Se lavaba las manos en el lavabo. Su vuelo salía en una hora y ella se lavaba las manos. Frotó las palmas, el dorso, entre los dedos, comprobó las uñas. Respiró hondo. O lo hacía ahora o ya no lo haría. Se metió en uno de los váteres y cerró la puerta, lo último que quería era espectadores involuntarios. Sacó una jeringuilla y con cuidado le puso la aguja. Cogió un pequeño tubo, su líquido rojo cambió a la jeringuilla y de la jeringuilla a su cuerpo. Ya no había vuelta atrás. *** Agua fresca descendía por su garganta. A sorbos pequeños, le recordaron. Despacio, le insistieron. No quiso escucharles. Agua fresca inundaba su boca. *** —Estás loca, ¿lo sabías? Mateo caminaba de un lado a otro del cuartucho que usaban para las reuniones. Lucía y Juan, sentados cada uno a un lado de la mesa, no decían nada. —¿Pero vosotros la habéis oído? —Sí —dijo Juan sin mirarle. —¿Y no vais a decirle nada? —¿Qué quieres que digamos? Es su decisión. —Claro, como es su decisión, tu conciencia está tranquila, ¿no? —Déjales en paz. Voy a hacerlo, digas lo que digas. Mateo se fue dando un portazo que hizo temblar las desconchadas paredes de aquella habitación. *** Página 29


Le faltaba sal y era más líquido de lo que debía ser algo que fuera digno de llamarse puré pero poco importaba cuando llevabas días, incluso semanas, sin poder llevarte nada a la boca. Sí, aquel puré color crema sabía a gloria, degustaba cada cucharada como si fuese la última. Abrieron la puerta, dos personas de traje interrumpieron aquel momento. Posó la cuchara en el plato. Más muestras de sangre, más comprobar la temperatura. Volvió al puré en cuanto se marcharon. Dejó caer la cuchara en el plato. Se había enfriado. *** —¿Cómo crees que conseguirás pasar el control del aeropuerto? —le dijo Lucía. —Los síntomas tardan unas veinticuatro horas en aparecer. Solo tengo que inocularme el virus antes de subir al avión. —A ti se te ha ido la olla. —¿Cuántos años llevamos aquí? ¿Aún sigues creyendo que de repente un día nos harán caso? Es la única forma y lo sabes. —Oh, dios, no me puedo creer que… —Lucía, escúchame. Necesito que me apoyes, yo sola no puedo. —¿Y crees que entre las dos vamos a convencerle de que te deje usar una de las muestras? —No, pero si somos los tres... *** La primera comida sólida: pescado. Sin sal, como no. El primer paseo, de pared a pared, agarrándose a la cama de vez en cuando. Volvía a sentirse persona, más o menos, aunque siguiera sin una ventana que dejara entrar la luz del sol o de la luna. Pidió algo para leer, un periódico tal vez. Le trajeron un libro desgastado al que se le soltaban las hojas. Preguntó cuántos días llevaba allí. Algo más de un mes. Se sentó en la cama con el libro en su regazo. Un mes, pensó, en poco más de un mes. *** —¿No te has enterado? —le dijo Juan. —No, ¿qué ha pasado? —No han conseguido la financiación. —¿Qué? Pero si ya casi la teníamos. Página 30


—Tú lo has dicho, casi. —No lo entiendo. —Es fácil, haz los cálculos. Gastos —dijo poniendo su mano derecha como si fuera el plato de una balanza—. Beneficios. ¿Ves?, la izquierda no sube lo suficiente. *** Preguntó cuándo podría recibir visitas. Pronto, le dijeron, muy pronto. Quiso saber si en algún momento le dejarían ver la tele. No consideraron que estuviera preparada aún para saber todo lo que se decía fuera de aquellas paredes. Debía entenderlo, lo hacían por su bien. Sería mejor que descansase. La dejaron sola y apagaron la luz. *** Dentro de aquel traje se sentía como magdalenas horneándose. Estaba hecho para evitar que se infectase, no para que no se calentase bajo los rayos de un sol abrasador. —Vamos, ayúdame —le dijo Mateo mientras agarraba el cuerpo de un hombre por los pies—. A la de tres. No fue difícil levantarlo, apenas pesaría cuarenta kilos. Con cuidado lo sacaron de aquella casa, si es que se podía llamar así a cuatro paredes mal montadas con una especie de tejado sobre ellas. Al sacarlo por la puerta miró a las otras casas, a sus puertas y ventanas selladas con maderas. Marcadas con equis rojas, ¿quién volvería a habitarlas? Llevaron el cuerpo hasta el camión y lo subieron a la parte de atrás. No fue difícil, solo era huesos y piel. *** Llamaron a la puerta y por primera vez tras ella asomó un rostro conocido. Mateo la miraba desde el otro lado de la habitación. Cerró la puerta despacio y poco a poco se acercó a su cama. Se sentó en el sillón reclinable y la miró a los ojos. Él no dijo nada, ella tampoco. Una mano se ofreció. La otra se aproximó. Y, en silencio, los dedos se entrelazaron. *** Con el traje amarillo que le cubría todo el cuerpo, los guantes azules y la aparatosa máscara entró en la habitación donde decenas de enfermos en decenas de camastros reposaban sus débiles cuerpos. Se acercó a Naasik, le tomó la temperatura, le sacó sangre. Después siguió con Taiyang, Umayma, Wadi… sabía todos y cada uno de sus nombres. Al fondo, en una esquina, vio algo que no le gustó. Se le inundaron los ojos. El brazo de Aisha colgaba a un lado de la cama.

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Creer que es posibl Por Sandra Carbajo Bueno Fotografías de Mar Argüello Arbe

ES HACE

Otoño que parece verano. ¿Cuándo el otoño en Madrid ha tenido personalidad propia? Jamás. Siempre viene disfrazado de otra estación. A nosotros, los madrileños, las transiciones no nos gustan. O frío o calor. ¿Qué invento es ese del entretiempo? Y al igual que este otoño, Juan de Dios Garduño no es un escritor de medias tintas.

Hemos quedado en Leganés, municipio de acogida de este cordobés errante. Le veo aparecer empujando el carrito desde donde el pequeño Nico descubre el mundo en el que lleva 5 meses. Su mujer Ana le acompaña con una sonrisa. Si tuviera que definir «familia» con una imagen, sin duda sería el cuadro que tengo delante. Un parque es nuestro escenario y el sonido de los trenes, nuestro hilo musical. Juande es una persona tranquila y serena que encuentra en la soledad un remanso de paz. Tal vez por ello, la escritura sea la forma de evadirse de una realidad de tres terremotos. Absolutamente vocacional, Juan de Dios Garduño tenía muy claro cuál era la respuesta a ¿qué quieres ser de mayor? Con tan solo 7 años, Juande devoraba los cómics de Mortadelo y Filemón y el Rompetechos que su abuelo paterno le regalaba. Dejaba volar su imaginación dando vida a las viñetas que configurarían sus primeras historias. Pero no fue hasta los 12 años cuando realmente comenzó a escribir. "Con esa edad era


le

ERLO REALIDAD

muy enamoradizo y tenía un alto concepto del amor por lo que escribía historias en las que yo era el protagonista". No obstante, Garduño no se caracteriza precisamente por una literatura bucólica. A los 15 años, Stephen King dio un vuelco a su escritura encauzándole en el género que ahora domina con tanta maestría: Terror. Mientras hablamos, su mujer y su hijo nos escuchan, y nosotros a ellos. De vez en cuando, Nico balbucea y Juande

inconscientemente busca al pequeño con la mirada. Yo no puedo verlo pero por la sonrisa de sus ojos (sí, Juande tiene una mirada que sonríe) me indica que no hay ningún problema. Juan de Dios Garduño está atado al arte de la palabra escrita desde que nació ya que existen pocos rincones de España tan literarios como la aldea del escritor: Fuenteobejuna. Demasiadas señales que dilucidaban el futuro profesional del cordobés. De familia humilde, éste rePágina 33


cuerda cómo su madre le reñía por gastar las libretas del colegio para escribir sus historias. La palabra siempre ha formado parte de su vida y como tal, ella ha sido su maestra. "Yo siempre digo que tu principal profesor es la lectura. Por eso, había temporadas en las que me leía más de 100 libros al año. Cuando trabajaba de bibliotecario me podía leer 3 libros a la semana". Edgar Allan Poe, William Hobbs, J. D. Salinger, Bukowski y sobre todo, Stephen King son algunos de los autores que han marcado el camino literario del escritor. Hasta los 18 años sólo leía a este último. Por ello, reconoce que su forma de escribir está claramente influenciada por él. El estilo de Garduño directo y sin excesivas florituras, de frases cortas y personajes bien elaborados recuerda inevitablemente al maestro

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del terror. En sus libros no encontrarás extensas descripciones de lo que acontece alrededor del protagonista sino más bien, un análisis de sus pensamientos. "Me gustan las historias que mezclan el dramatismo con el terror. Aquellas en las que realmente el lector sienta que 'algo se muere en el alma cuando' uno de los personajes muere o lo pasa mal". Además Juande resalta el hecho de para que el género de terror sea creíble debe hacerse lo más realista posible. Se deben introducir los elementos fantásticos en una historia coherente. Aparte de las novelas de Terror, Juande se siente muy cómodo escribiendo literatura fantástica, género negro y realismo sucio. "Hay escritores a los que les gusta escribir y escritores a los que les gusta haber escrito. Yo soy de los que le gusta haber escrito porque para mí


escribir es muy doloroso. Es como un parto". Juande y sus pupilas a través de las gafas me explican la complejidad del proceso de escritura y de su profesión. "El proceso de escribir una novela te exige mucho, te estresa, te desespera, es una lucha constante contra la pereza. Te exige el 100% durante todos los días del año durante los 13 ó 14 meses que tardeas en escribir tu novela. Un parón puede cargarse perfectamente el trabajo de 6 ó 7 meses". Sin embargo, ese sufrimiento se ve recompensado cuando los lectores valoran su trabajo. Juande coincide en que quizá ese punto sea lo que más le guste de su profesión. Valora mucho el contacto con sus lectores y el hecho de que en la era actual sea tan sencillo recibir ese feedback. Por eso, es una persona tan activa en las redes sociales. "Entiendo que haya escritores

a los que no les guste hacia dónde está derivando la figura del escritor ya que rompe con la soledad e introversión de antaño, pero el mercado ha cambiado y nos tenemos que atener a lo que hay". Juan de Dios Garduño es una persona tenaz y persistente, con un sentido de la responsabilidad muy alto, a la que el éxito lejos de relajarle, le mantiene alerta para superarse en cada novela. Por eso mismo, a base de lucha y de no desfallecer, este cordobés de nacimiento y madrileño de adopción ha vivido en su propia piel aquello de que creer que algo es posible es hacerlo realidad. No sólo por ser capaz de convertir su pasión en su profesión y modo de vida, de llevar a sus espaldas la publicación de 4 novelas, numerosos relatos y diversos premios literarios. No. No sólo por haber tenido la valentía de crear una editorial, Página 35


Palabras de agua, en plena crisis a través de Crowfunding y que ésta un año después siga creciendo y editando a jóvenes promesas. No. Juan de Dios Garduño puede presumir de haber cumplido sus sueños. Su novela “Y pese a todo” ha sido adaptada a la gran pantalla por el director español Miguel Ángel Vivas dando lugar a un proyecto hollywodiense llamado “Welcome to Harmony”, cuyo estreno está previsto para el año que viene. Entre chascarrillos, anécdotas y grandes proyectos de futuros cinéfilos, mi entrevista llega a su fin. Sus manos de padre y su mirada limpia y viva me confiesan una última cosa:

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Que su mayor logro es haber alcanzado la felicidad. Y yo sólo puedo sonreír y agradecer una y mil veces tener una profesión en la que pueda descubrir y conocer a personas como Juan de Dios Garduño. Humilde, afable y con una talento innato.

[Juan de Dios Garduño en Twitter]



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Agridulce Pájaro por Diego Mercado ilustración de Indiana CABA

Agridulce pájaro de juventud. Ángel oscuro que permanece imborrable en el recuerdo, que normaliza lo extraordinario. Pájaro de juventud. Celebración del yo-tú-nosotros ver las luces misteriosas: En solitario pájaro de revelación esotérica, trepidante arranque al viaje. En ti pájaro de belleza, de espíritu frenético marcante. En conjunto pájaro con dimensiones de aquelarre, pájaro de celebración psicótica anidada en la memoria gratificada. Agridulce pasajero pájaro de juventud.

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Cómplice por Iván Romero Marcos ilustración de Natalia del Nogal

Vivirás para siempre y ni siquiera existes. No tienes ojos, ni manos, no tienes forma todavía, ni voz, pero me mantiene vivo saber cómo serás cuando te encuentre. Cómplice absoluta de lo eterno comes de mis sueños, vivirás para siempre y ni siquiera existes.

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Contrastes por Bego ilustración de Sir Kiwi

¿Contraste, dices? Contraste es el vacío de mi cartera frente a lo rica que me siento al tenerte cerca. Y es que somos así, inversamente proporcionales a las desgracias que nos pasan, porque cuanto más se destruye lo de fuera más duros se vuelven nuestros cimientos. Tranquilo cariño, que un nuevo amanecer nos espera después de esta noche sin luna, detrás de esta ceguera. Y merecerá la pena haber pasado frío cuando el sol nos bañe por fuera y nos derrita los males de dentro. Y al mirar a contra luz los recuerdos, nos enamoremos de nuevo, y nuestras luces y sombras nos den la fuerza para aguardar los reveses de este destino incierto. Es momento de apreciar la tormenta, amor, arropaditos, bajo la manta, juntos, a cubierto, que de resurgir como el ave fénix de las cenizas de la chimenea que ahora nos calienta, ya tendremos tiempo…

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Púlsar por Diego Mercado ilustración de Bythepain

Órbitas de polvo pasadas, viento sureño sin anunciarse; gotea, gotea la mordida en hilos dorados acertijos sobre el pantano, uno de esos pensamientos de mente estrecha el primer invierno tras la destrucción. Hormiga de la aurora gris, la blancura china del que no duerme. Soy un niño que hunde refugios; cálidas son las aguas turbias del que causa la guerra, puras las de la que riega la paz, oscuras las del tiempo en la luz infinita. Desde ahora soy inmortal, invisible ingrávido.

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Círculos Concéntricos por Ninano Escultura de Ángel Aznar

Centrífugos o centrípetos: así son nuestros encuentros. Vórtices imantados, ojos de huracán, Triángulos de Bermudas, cuando nos entregamos. Erupciones volcánicas, ondas expansivas, aspersores en marcha en los momentos de tensión. Jamás círculos concéntricos, ni superpuestos, ni idénticos.

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Los viejos lienzos de

Eva

Capítulo

l Otoño nos había pillado por sorpresa y todos parecíamos sumidos en unos pensamientos demasiado oscuros. Habíamos quedado en nuestro piso, y mientras Mar preparaba té, Eva miraba desde la terraza las últimas gotas que había dejado la lluvia. Yo por aquellos días me encontraba sumido en una peligrosa reflexión que me obsesionaba, y las noches eran una lucha constante entre las sombras de la casa y las mías. —¿Crees que alguien nos perdonará por todo lo que alguna vez hemos hecho? – Miré a Eva y me fijé en que su brazo temblaba ligeramente. —Son sólo fantasmas. Tarde o temprano dejarán de doler. –Su voz sonaba fría como la noche que se nos presentaba, y mis silencios no ayudaban. Aún así, la vida seguía extrañamente para nosotros, como dos soldados que regresan silenciosos después de haber conocido la muerte y sus mil obras. Para ella eran fantasmas, y para mi, losas de piedra que me impedían respirar. Y aún así lo hacía. Sin saber cómo sonreí a Mar cuando llegó hasta nosotros, cuando se refugió en una manta y guardó el calor de la taza entre las manos. Eva parecía no haberla visto llegar, como si no quisiera que su mundo interior pudiese herirla. Supongo que los dos tratábamos de proteger a Mar de cualquier cosa, como si en ella estuviese nuestra única esperanza de salvación. Y sin embargo, lo que ninguno sabíamos en aquellos días es que Mar no necesitaba de nadie que la salvara. —El mundo te acaba perdonando, Ladrón. Siempre olvida y silencia el ruido... — Pareció volver en sí y ver a Mar por primera vez. Y entonces sonrió, infinitamente cansada—. Te levantas, y vuelves a caminar. —No es tan sencillo – protesté mirando mis manos agrietadas. —Nadie dijo que lo fuera... –intervino Mar mirándome con sus ojos azules.

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Una historia de Luis Cano Para hacer honor a la verdad, en esos momentos me olvidé del mundo, y sólo quería llevarla al dormitorio y hacerle el amor como si todo fuese irreal y sus labios el único alimento. Deseaba mandar a la mierda el dolor y llevármela como los miles de protagonistas que eligieron vivir en vez de luchar. Pero supongo que mi elección estaba hecha, y Mar no era aquella princesa de pies delicados que buscase príncipes. Ella era una luchadora, y su elección, al igual que la mía, ya estaba tomada. —...pero siempre hay alternativas –continuó mientras Eva la miraba atenta–. Siempre habláis de los fantasmas y las heridas, pero nos os dais cuenta de que cuando curan las heridas, las cicatrices son siempre más duras de lo que era antes la piel. —¿No te da miedo que todo se vaya a tomar por culo? —Siempre habrá un mundo en el que caminar –contestó Mar–. Aunque ese mundo no sea el que hubiéramos querido. Era la primera vez que Mar intervenía de una forma tan determinante en nuestras charlas. No porque no tuviese argumentos para demostrarnos otros puntos de vista, sino porque a menudo Eva y yo sólo nos poníamos fatalistas cuando nadie miraba, cuando estábamos solos y con alcohol en el cuerpo. Miré a aquella chica menuda y pecosa como si la conociese por primera vez. Como si de repente hubiese aprendido que nunca estuvo hecha de algodón sino de hierro. Y en ese instante recordé que el diamante no sólo es complejo y delicado. Aquella noche, tres sombras vieron como la noche caía y la lluvia se apagaba, mientras ellas permanecían inmóviles buscando sus propios motivos para seguir luchando, o quizá, como hacen los buenos camaradas, tratando de que nadie se tropiece antes de llegar a la meta.

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La emoción y el cálculo

Para

Por L

“Ninguna aritmética arroja resultado verdadero alguno si tú mismo no eres el cálculo de sus partes”. ¿Sirven de algo las matemáticas cuando se trata de sentir? José Ángel González Franco emplea las palabras como quien busca una fórmula que, aunque no llegará a ser exacta, sigue siendo necesaria. En este poemario se compendian los efectos del desamor y del paso del tiempo y los resultados de intentar atrapar la alegría de un momento, los rescoldos del recuerdo. Pájaros, flores y bosques forman parte del hábitat de Aritmética del desgaste, como un lugar donde el lenguaje no busca la inmortalidad de nada ni de nadie porque reconoce el poder imparable de la naturaleza, frente al cual la Aritmética del desgaste. José Ángel Gon- palabra puede convertirse en ceniza: “Un mozález Franco. Esto no es Berlín Ediciones, mento juntos / finalmente muere / en un des2014. peñadero de verbos”. La poesía se convierte entonces en un intento de descifrar una realidad que se sabe inabarcable, “¿Qué función cumple la idea sobre el amor en un mundo finito?”. Aritmética del desgaste subraya la importancia de la palabra como herramienta: “Lo de tejer historias es un viejo truco, el vacío del que tanto se habla”; como construcción: “Decir la palabras faro, sin ir más lejos, la excusa para toda una isla”; como germen fértil: “Con estas palabras sembraremos la tierra para que nazcan los frutos dulces”. Pero también el valor elocuente del silencio, espejo en el que se refleja esa parte de nuestra experiencia que nunca se expresa verbalmente. Los poemas de González Franco crean un sutil juego de luces y sombras justo donde algo se rompe, mostrando la memoria como una experiencia caleidoscópica. La conclusión quizá sea que la emoción y el cálculo no son tan diferentes: “Todo era un gran símbolo”. Página 50


leer

Laura Redondo García

Perra vida Los relatos incluidos en Pantano hacen honor al título del libro. Escritos sin pudor, son una invitación a enfangarse en un careo con la suciedad humana. Sus protagonistas son seres imperfectos, hay personajes cobardes, personajes trastornados, personajes lisiados, personajes asustados que solo buscan un poco de amor. Personajes capaces de aceptar la implacabilidad de la vida y de continuar a pesar de todo. La idea de “pantano” aflora en un sentido amplio, ya lo señala en el prólogo Marcos Ferrer García: no solo como ciénaga, y como estancamiento, sino también como dificultad. En estas historias hay lodazales inagotables, como la familia o las relaciones amorosas: nos encontramos con hijos descuidados que unas veces pueden perdonar la turbiedad de sus padres a pesar del dolor y la vergüenza y otras desean crecer para vengarse, o con parejas que frente a su fracaso encuentran como única salida posible la escapada, ya sea física o mental. Pantano. Iván Rojo. Sven Jorgensen, 2014.

Iván Rojo consigue crear narraciones redondas con finales que pueden dejar sin aliento. Heredero bien hallado del realismo sucio, Pantano no es apto para todos los estómagos: la violencia aparece en muchos de estos relatos, a menudo de manera despiadada. “El mal suele ser inevitable, pero siempre se ve venir de lejos”, sentencia uno de esos personajes maltratados y a la vez capaces de sentir amor. Y así ocurre en este libro. En él hay lugar para la ironía y la crítica y para el lenguaje más descarnado, incluso procaz, pero también para la poesía: “Y al llegar a casa escribiré un pequeño relato en el que seguramente no conseguiré transmitir lo que deseo: que hay muchas maneras de triunfar, y que solo un uno por mil de ellas son hermosas y puras y gratificantes. Y que desde luego no consisten en tumbarse al sol a la orilla del océano índico por haber aumentado el volumen de ventas de tu empresa”, nos dice con lucidez otro de los personajes. Pantano comparte ingredientes con el barro: la dureza de la tierra y la limpidez del agua. Y es que sus relatos son tan crueles como puros. Página 51


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Por Iván Rúmar

Hay algo que siempre es difícil de asumir: que lo que ocurre dentro de nuestra cabecita es distinto a lo que ocurre fuera de ella. Y no estoy hablando de la base neurológica de los sentidos, que sólo percibimos lo que el cerebro quiere que percibamos y todo ese rollo neurocientífico. Tampoco estoy hablando de nuestras utopías materialistas; es indudable que ese costoso yate o esa mansión en Alaska con un escritorio con vistas a un paisaje nevado la mar de inspirador están algo lejos de cumplirse. Hablo de algo mucho más íntimo y personal. Hablo, por ejemplo, de cómo llegamos a idealizar a nuestra pareja e intentamos moldearla a imagen y semejanza de nuestro ideal. Del dolor que eso causa. De eso quiero hablar yo y de eso habla “Solaris” (2002). ¿Qué es Solaris? Solaris es un planeta misterioso que descubrieron los humanos tiempo atrás cuando se lanzaron a investigar el espacio, pero que se ha mantenido indescifrable hasta el momento. El astronauta Kelvin es enviado a la estación espacial que orbita alrededor del planeta para que continúe la investigación que llevaba a cabo otro científico que murió recientemente y que, al poco de instalarse en la estación, descubrirá que éste planeta ejerce un extraño influjo sobre su mente capaz de materializar a su ser más querido. ¿Y qué tiene que ver una odisea espacial con algo tan terrenal?, os preguntaréis. Pero vayamos por partes, que a veces tengo la sensación de que la ciencia ficción y la fantasía son víctimas de un nutrido desdén que les atribuye una falta de profundidad que sí suelen tener. No en vano, éste género suele ser vehículo para hablar de otros temas, sobre todo de la esencia humana que ya les gustaría tener otras obras de ficción contemporánea. Y la “Solaris” de Stanislaw Lem –obra literaria original–, es un buen ejemplo de ello, sino uno de los mejores. Sin entrar en muchos detalles, pues es el turno de la versión dirigida por Steven Soderbergh y no el de la versión en papel, es capaz, en tan solo trescientas páginas, de ofrecer múltiples lecturas y tratar temas tan humanos como la incomunicación o la soledad. Es cierto que la adaptación de Soderbergh es mucho más simplista y acaba Página 52


ando espejos circunscribiéndose al contraste entre la realidad y las fantasías que tanto daño nos causan, pero en mi opinión –no compartida por la crítica–, consigue rematar la cinta con éxito. Volviendo a la reflexión iniciada en el primer párrafo, podríamos decir que a Kelvin le ocurre algo que nos ha ocurrido a todos: que la persona que imaginamos no es la misma que tenemos delante, por mucho que nos empeñemos en que sea así. Por mucho que nos engañemos para creer que conozcamos al otro, por miedo a que no sea como esperamos que sea y no encaje con el ideal que nos hemos fabricado nosotros. Es en esa tesitura en la que se encuentra Kelvin cuando, de buenas a primeras, recibe la visita de su mujer. Con el tiempo se dará cuenta, además, de que aquello que la convertía en la persona que quería ya no está y que sólo quedan unos recuerdos que ya no casan.

© 2002- Twentieth Century Fox

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Nos pasamos la vida buscando a alguien que sea como nosotros, tal y como Kelvin hacía mientras vivía con su mujer, alguien que cumpla con esas directrices utópicas que nos marcamos, del mismo modo en el que la humanidad de la novela se dedica a buscar otras civilizaciones y transformarlas en nuestro ideal humanizado de extraterrestre –sin éxito–, del mismo modo que intentamos moldear al otro. Quizá por eso nos pasamos la vida buscando espejos en lugar de buscar otros mundos, como diría Lem. Y, como acaba descubriendo Kelvin, había algo especial en su mujer que no es capaz de recrear con sus recuerdos. Será que hasta que no perdemos a nuestro ser querido no nos damos cuenta de lo especial que es y de lo inútil que es intentar cambiarlo. La versión de Soderbergh, aunque se pasa por alto gran parte del libro, sí sabe plasmar a la perfección ese contraste entre la persona real y la de nuestros sueños. Es cierto que no es perfecta: tenía que introducir de forma casi obligatoria unos cuantos giros de guion de esos que gustan tanto y que no vienen a cuento o un desenlace francamente decepcionante si lo comparamos con el de la versión literaria. Se ahorra también la ciencia ficción propiamente dicha eliminando de un plumazo las investigaciones que se llevan a cabo en la superficie de Solaris para acabar reduciendo el planeta a un mero macguffin. En definitiva, tal y como ocurre con los visitantes de Solaris, el original no se parece en nada a la copia, pero no por ello deja de resultar estimulante en su diferencia.

© 2002- Twentieth Century Fox


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ADAPTACIONES qu

tienen que ver con

1. “Invasión” de Oliver Hirschbiegel

Vale, me habéis cambiado la ciudad por el campo. Ya lo hacía la versión de Kaufman de 1978, que es notable. Vale, me habéis cambiado al protagonista masculino por uno femenino. Igualdad de género y todo eso. Vale, habéis hecho lo que os ha dado la gana con los protagonistas. Lo que no puedo tolerar es que me cambiéis el transcurso de la invasión, a los extraterrestres, su ciclo biológico y esa crítica encubierta de la despoblación del medio rural que leí en el original de Jack Finney. Que el ritmo sosegado de la novela o el de la versión de Kaufman, sin ir más lejos, se haya sustituido por una invasión que ocurre de un día para otro y con toneladas de acción a diestro y siniestro no tiene perdón. Vale que el final de la novela es algo light, pero de ahí a sacar la carta sobadísima del inmune es un golpe muy bajo. Tendríais que haber aprendido del final alternativo de Kaufman, más redondo y verosímil que el de la novela.

2. Saga “Harry Potter”, sobre todo a partir de “El cáliz de fuego” de Mike Newell

Qué obvio, comercial y polémico que te has vuelto diréis. Vale, pero es que no hay caso más flagrante para un defensor de las novelas de “Harry Potter” que ver unos resúmenes tan inconclusos como los que perpetraron Mike Newell y David Yates cuando tomaron el mando de la franquicia. Las tres primeras, las de Chris Columbus y Alfonso Cuarón, son buenas adaptaciones: no está todo, pero sí lo más importante. De ahí en adelante el contraste entre el original y la adaptación se reduce a: cojo tres o cuatro cosas, sobre todo aquellas que gustarán a los jovencitos hormonados (véase lo absurdamente principal que es el baile adolescente de “El cáliz de fuego” y lo secundaria y mal contada que es la conspiración de los mortífagos) y armo la película como buenamente puedo. Provocaron que saliera del cine hablando casi exclusivamente de lo que no había en lugar de lo que sí había.

3. “La espada del inmortal” de VV.AA.

“La espada del inmortal” es uno de los mejores seinen que he tenido el placer de leer. Una historia de samuráis poco realista con mucha violencia y personajes inolvidables. Página 56


ue poco o nada su VERSIÓN ORIGINAL Protagonista inmortal que tiene que matar a 1000 personas malvadas para poder morir en paz y atrapado en una lucha entre organizaciones por el control del Japón de la era Edo. Una historia como esta se merecía una adaptación a la altura. Pero no. Pocas veces los japoneses fallan en sus adaptaciones, pero tuvieron que hacerlo en una historia con tanto potencial. Animación pobrísima, un desorden argumental sin ningún fin más allá de comprimir en 13 episodios de 20 minutos una historia de 30 volúmenes y unos personajes que no tienen tiempo de expresar sus matices.

4. “El gran Gatsby” de Baz Luhrmann

A veces tengo la sensación de que podría incluir esta película en cualquier top 5 con malas intenciones. La estética sobrecargada, los movimientos de cámara casi continuos, la búsqueda de lo preciosista por encima de cualquier sustancia, como si de un videoclip popero se tratara, los diálogos encorsetados y las sobreactuaciones hacen mella en una adaptación que lo podría haber tenido todo de no haberla dirigido Luhrmann. Pero, por encima de todo, es una mala adaptación, en tanto que quiere ser tan fiel que acaba por fastidiarlo todo con una voz en off y unos diálogos que copian literalmente la obra de Fitzgerald y, cuando quiere desmarcarse, apostando por escenas que nada aportan a la trama, como la de Carraway narrándonoslo todo desde la consulta de un psicólogo.

5. “Juego de tronos”, de la 2ªT en adelante

No todo es odio en este top 5. De hecho, las versiones en papel de todos los integrantes de este ranquin son excelentes. La diferencia, en este caso, es que estamos hablando de una producción grandiosa…para el que no ha leído los libros, por desgracia. Es especialmente sangrante ver cómo pasajes del libro quedan sin tratar por culpa de la complejidad o polémica inherente que supone representarlos o que haya personajes que queden reducidos a meras anécdotas, a ser sustituidos inexplicablemente por otros sin razón aparente o que, directamente, desaparezcan. Sería demasiado complicado para la audiencia. En este sentido, solo me vienen a la cabeza las palabras de David Simon, creador de “The Wire”: Que le jodan al espectador medio.

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soy infeliz estudiando filología Carlota Visier Estudiante de Filología y firme defensora de las letras.

Soy infeliz estudiando filología. Estudiando a cada autor, me acerco a una visión del mundo, del hombre, del destino y de la vida y esto no me provoca más que infelicidad. Me oprime el pecho hasta el punto de dudar sobre mi propia identidad. Tantas voces gritando a lo largo de la historia… ¿Pero qué historia? Si ni siquiera sabemos lo que había antes, mucho menos sabremos lo que habrá después. Me siento desdichada al no ser capaz de abarcar tanta riqueza cultural, y es que cuánto más se profundiza en algo, más vulnerable se siente uno al darse cuenta de que no sabe nada, de que hay tanto por estudiar, tantas relaciones como poros en la piel. ¿Por qué obviamos algo que hemos estado cuestionándonos desde el principio de los tiempos? ¿Por qué despreciamos las carreras que se dedican a enriquecer el alma, la sensibilidad, el disfrute del intelecto? Quizá resulte menos complicado recurrir a un lenguaje matemático, logarítmico e insustancial, insoportablemente preciso y que explique de forma exacta el universo; y con “menos complicado” no pretendo ser peyorativa sino recalcar que al estudiar aspectos más abstractos y subjetivos como la literatura, el arte o la filosofía, mucha gente considera estos como estudios inferiores, de pasatiempo. Página 58

A menudo, no se considera que poder argumentar varios puntos de vista de la misma metáfora de un poema, constituye parte del enriquecimiento de ideas que las letras aportan a la humanidad. Sí, soy infeliz estudiando mi carrera. Infeliz por no poder explicar, cada vez que me preguntan, para qué sirve estudiar filología. Y es que, aquellos que no se hayan perdido entre libros durante horas, aquellos que no se hayan obsesionado con acaparar volúmenes en sus estanterías, subrayar, reescribir, desdoblarse en cada historia, querer llorar tras leer unos versos o enamorarse del protagonista de Guerra y Paz; no saben lo que es vivir.


¡Pobres periodistas que han estudiado para perseguir a marujas saliendo del gimnasio! ¡Pobres estudiosos de la literatura que acaban incrustados en un aula de cuatro paredes desconchadas, batallando con la más obscena pubertad que he conocido! ¡Pobres cineastas que han aprendido bajo el metraje de los mejores directores y se ven obligados a aplicarlo a los mejores anuncios de desodorante femenino! Soy infeliz porque leo a los románticos y siento la imposibilidad de unir las ideas de mi inconsciente con la palabra. Entiendo su sentimiento de incomprensión absoluta al no saber cómo manifestar todo el arte que en el interior se desborda irremediablemente. El idioma constriñe y debilita la potencialidad de lo que llevamos dentro. Por eso la mente se me retuerce de frustración al mismo tiempo que se maravilla de las posibilidades de la creación. Sin embargo, he de decir que sería todavía más infeliz, si me hubieran obligado a estudiar una carrera científica, una carrera con futuro, de esas cuyas sendas prodigiosas nos aseguran la vida; y hasta la muerte incluso. Y soy infeliz porque no se valore la palabra. Porque seamos uno de esos países cuyos jóvenes presentan uno de los menores índices de comprensión lectora, y lo más grave, que a nadie parezca importarle.

la imposibilidad de mi persona para ejercitar semejantes cálculos y razonamientos. Únicamente me gustaría que ellos valoraran de igual modo la otra cara de la moneda; que apoyaran la importancia de una educación instruida en las humanidades, pero de forma sincera, no como un parche accesorio que obstruya las carencias afectuosas de sus carreras; tampoco como un entretenimiento en el que, por el mero hecho de haber leído El Quijote, ya se sientan en la capacidad de opinar sobre todo argumento de rigor filológico que ataña a la literatura española. Porque es verdad que el lenguaje es accesible a todos, pero no la profundidad a la que cada uno llega si dedica su vida a estudiar una rama específica del patrimonio cultural. Cuando la gente me pregunta que por qué estudio filología, yo les respondo con otro interrogante: “¿Y tú, por qué vives?”

Aunque mi discurso parezca teñido por el desengaño y la aparente réplica; admiro profundamente a los estudiantes de ingeniería o de grados científicos, y mis amigos saben que no paro de avalar la dificultad de su labor y Página 59


MIEDO A SER —¿Elegiste a tu Dios? ¿Elegiste para quién trabajar? ¿Elegiste tu bandera? ¿Elegiste a quién amar? —Elegí la libertad... —¿Sabeis qué? Nadie es libre. Porque, ¿qué es la libertad? —¡La capacidad de tomar nuestras propias decisiones! —¡La acción de emanciparse de lo que nos ata y nos cohíbe! —¡Nuestro derecho de hacer y ser lo que queramos! —Entonces quizá hoy nos odiaré un poco más, porque para mí, nada de eso se da, ni siquiera, aunque nos sintamos libres. Todo es una ilusión, una patraña. Para empezar, simplemente para sobrevivir, son necesarias determinadas acciones obligadas, como son el desarrollo de técnicas para el cobijo, la nutrición y su posterior ejecución. Con lo cual, empezamos constreñidos por el rigor de la naturaleza, algo indiscutible. Partiendo de esta base, utilizando nuestra mejor baza, la adaptabilidad, todo individuo o sociedad humana se rige por aspectos normativos y pautados que obedecen a diferentes lógicas culturales desarrolladas a lo largo de la experiencia. La educación, la transmisión cultural y ciertos fenómenos como la reproducción Página 60

social –que en cierto sentido configuran la estructura misma de las sociedades–, nos alejan obvia y ciertamente de un comportamiento al que pudiésemos llamar “libre”. No se trata de que estemos totalmente determinados de antemano, ni que nuestras decisiones no nos pertenezcan, no. No creo en el destino, ya lo adelanto. Es, simplemente, que no elegimos como individuos racionales, sino que, excepcionalmente, escogemos “caminos” dentro del infinito devenir circunstancial mediante nuestras acciones. Estas pequeñas elecciones son las que


R Libre

Por Carlos Duch

nos aportan individualidad y escriben nuestra historia. Pero, para ser claros, no dominamos el “libre albedrío” (para quien crea en el), como mucho, vivimos en él y bajo sus normas. Pero es que, para mí, ni tan si quiera existe tal libre albedrío, creo que somos demasiado débiles como para soportar tales mareas. Y es que sentimos en función de emociones que no dominamos. Podemos, en cierta medida, controlar el sentimiento, pero nunca elegirlo. Y ahí está el problema. Normalmente tomamos las decisiones en función de los sentimientos, que a su vez son conceptualizaciones de emociones no controlables. Tendemos a ser ingenuos, inseguros y dubitativos, y por eso damos ventaja a la más profunda de nuestras emociones y a quienes las utilizan en su favor. Dejamos que el miedo gane y construimos nuestro presente y nuestro futuro a su imagen y semejanza. Un miedo irrefrenable a la perdida y la muerte bloquea nuestro sistema nervioso y, en gran medida, nuestras voluntad de ser libres, ya que es algo que nos es desconocido. Y lo desconocido nos aterra. Puede que esta sea una razón por la que, pese a conocer toda la miseria y la

injusticia del pasado y el presente, nos agarrotamos cuando se nos presenta la más mínima posibilidad de cambio si esto incomoda el solido pero sórdido esquema de la cotidianidad existencial. Con el paso de los años solemos reciclarnos, desde el idealismo (principio de libertad) al conservadurismo (miedo), perdiendo nuestras alas durante el vuelo; es entonces cuando llega el miedo. Y en vez de volar hacia lo desconocido, aprovechando la inercia, planeamos hacia lo seguro aunque sepamos que no queremos aterrizar. ¿Somos libres?¿O cobardes, incapaces de enfrentarnos a un futuro sin la protección de lo cotidiano, temiendo alejarnos de todo aquello a lo que mansamente nos doblegamos, temblando por la posibilidad de un mañana en el que no podamos culpar a nadie más que a nosotros mismo por nuestros errores? Lo reconozco, tengo miedo a ser libre. La libertad se marchita al son del miedo incipiente. —¿Entonces qué? ¿Estamos condenados a la eterna servidumbre? —Esperaba que mi negatividad no fuese contagiosa... Pero, que sepas, que nada es tan sencillo ni tan rotundo. Pese a Página 61


que muchos a lo largo de la historia así lo constatan, yo no puedo ser tan categórico; no por que piense que se equivocaban, sino porque creo que de entre las oscuras grietas, hasta la luz más débil emerge. Ser totalmente libres es una imposiblidad. Pienso que estamos muy lejos de entender lo que la libertad significa realmente. Pero si existe el miedo, tiene que existir la libertad, por que el antónimo de libertad no es cautiverio, es miedo. Y si luchamos con nuestra entera voluntad contra nuestros temores, si llegamos a discernir entre un bien y un mal lejos de intereses particulares y concretos, si aprovechamos esos pocos momentos en los que nuestra decisión es consciente para utilizarla por el bien común, estaremos mucho más cerca de recuperar las alas, de explotar nuestra potencialidad para ser cada vez más libres. Porque pese a que sigo odiándonos a todos por las atrocidades que cometemos en nombre de la libertad, sigue en mí anclada la esperanza de que algo cambie en nuestro interior, algo que rompa con las limitaciones a las que nosotros mismos nos sometemos y así podamos levantar algún día la cabeza y mirar al horizonte ávidos de cambios revolucionarios.

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Conociendo a: Pilar Berrio Nombre: Pilar Berrio Edad: 34 Origen: Colombia Vivo: Bogotá Se me puede ver en: www.pilarberrio.com Soy una apasionada de: La naturaleza, viajar, leer cómics y literatura de ficción, ver cine… Para relajarme suelo: Leer o jugar algún videojuego. Mi primer dibujo: En el kinder, no recuerdo exactamente qué edad tenía. Mi último dibujo: La portada de esta revista. Aunque hay uno nuevo casi cada noche en mis libretas de bocetos. Mis referentes son: Arte nuevo, cómics europeos, cultura oriental. Mi técnica preferida es: El grafito y bolígrafo para dibujar, las transparencias para el color (tintas, gouache, acuarelas…). Mientras dibujo, escucho: Depende del “mood”, Pink Floyd, The Knife, Metallica, Coco Rosie, Massive Attack, The Yeah Yeah Yeahs… Página 64


Y cuando no, escucho: Música colombiana, Buraka Sound System, The Misfits, Modeselektor, Blondie…

El libro que me inició en la lectura fue: “Alicia en el país de las maravillas”. El que descansa ahora en mi mesilla es: “El Río”, de Wade Davis. La película que marcó mi adolescencia fue: El quinto elemento. La serie que más me ha enganchado nunca es/fue: mmm varias, la última fue True Detective. Supe que quería dedicarme a esto desde: Que estaba en el colegio, hacía dibujos y ganaba premios. Mis expectativas son: Poder seguir haciendo lo que me gusta y compartirlo con aquellos a quienes quiero. Actualmente, en el mundo de la ilustración: Hay mucho que ver, demasiado, hay un boom de cosas buenas y otras no tanto. Como sea, todo este bombardeo de imágenes impulsa a seguir ilustrando, seguir experimentando y aprendiendo. Para mí, el arte es...: La ilustración es mi modo de vida, es mi pasión y mi forma de comunicar cosas. Dentro de cinco años, sin lugar a dudas, seguiré...: Ilustrando, viajando, y tendiendo un lugar tranquilo al cual regresar.

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FEBRERO N#05 PARTICIPA Desde ya, y hasta el 20 de DICIEMBRE, puedes enviarnos tus propuestas para el siguiente número, de temática: SOLEDAD.

Si eres escritor o poeta:

Mándanos tu creación entre los días 1 y 20 del mes. En formato word, PDF, .odt o pages.

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1. Mandanos una muestra de tu trabajo entre los dias 1 y 20 de Diciembre. 2. Una vez hayamos seleccionado los textos que se publicarán en la revista, te enviaremos, entre los días 21 y 30, el texto que, a nuestro parecer, mejor se adapte a tu estilo. 3. Entre los días 1 y 15 de Enero, nos enviarás tu ilustración y, ¡listo! Aparecerá publicada en el próximo número. *Procura mandarnos tu ilustración el la mejor calidad posible, independientemente del formato que elijas.

contacto@revista-argonautas.com


Argonautas, Diciembre 2014


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