Orsai Número 2

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por Abelardo Castillo

Las larvas no es todo, no vale la pena perder ni siquiera diez minutos… —Yo sé, siempre por Gonzalo, que Abelardo es muy generoso con los escritores jóvenes; como me imagino que habrá sido con él Leopoldo Marechal, cuando Castillo era un pibe. Bueno, no por nada su taller es tan célebre, aunque Castillo crea que los talleres literarios no sirvan para nada. —Una vez leí en un reportaje que él no daba talleres literarios del modo tradicional —me cuenta Chiri—. Decía Castillo que los talleres tienen sentido si uno los entiende como si fueran la redacción de una revista literaria, donde se lee en voz alta, se discuten temas y se escriben cosas. “Un taller literario, para mí, es una revista sin revista”, decía. —Qué lindo. Me guardo esa frase porque me encanta —me entusiasmo—. Y lo decía el tipo que fundó tres revistas legendarias. Pensá un poco: la misma persona que escribió El que tiene sed (para mi gusto una de las mejores novelas argentinas) y varios cuentos eternos, también editó las revistas El Grillo de Papel, El Escarabajo de Oro (junto con Liliana Heker) y El Ornitorrinco… ¿No será mucho? —Además El Escarabajo de Oro sobrevivió unos trece o catorce años —apunta Chiri—. No es un dato menor para una revista literaria. Y tuvo en su “consejo de colaboradores” a Julio Cortázar, a Carlos Fuentes, a Roa Bastos, a Goytisolo... Y en la revista publicaron por primera vez Ricardo Piglia, Humberto Costantini, Pizarnik, Haroldo Conti… —Un despelote —le digo. —Ya entra en la categoría de leyenda (aunque es la pura verdad) que el Escarabajo se hacía en el Café Tortoni; esa era la redacción. Dicen que fue una de las tertulias literarias más importantes que pasaron por las mesas del café. —La de ellos —acoto—, y también la peña que

hacían los viejos Quinquela Martín, Juan de Dios Filiberto, Baldomero Fernández Moreno, y unos pibes jóvenes que se llamaban Jorge Luis Borges, Xul Solar y Raúl González Tuñón. —Qué delantera. —La primera cosa que leí de Castillo fue un cuento increíble —le digo a Chiri—. “La mamá de Ernesto”. Me voló la cabeza. —Me acuerdo. ¿Sabés dónde lo leímos? —No. —En otra revista literaria que nos encantaba: la Puro Cuento que dirigió Mempo Giardinelli en los ochenta. —Es verdad —le digo—. Odio tu memoria. —Era una Puro Cuento de tapa azul con líneas rosas —sigue alardeando Chiri—. Ahí también descubrimos a Javier Villafañe. —Hace unos días me llegó un mail de Mempo —le digo a Chiri—. Me cuenta lo triste que fue el final de esa revista que queríamos tanto. “Entre Cavallo y Erman González arrasaron con empresitas como Puro Cuento”, me dice Giardinelli. “A mí me costó mi casa y quedarme en pelotas con tal de que todos mis colaboradores cobrasen lo que debían y nadie me hiciera juicio”, me cuenta. ¿Y sabés qué me dice también? —Qué. —Me dice que “ojalá hubiésemos tenido la polenta que veo ahora en Orsai”. Es muy loco. Nosotros aprendimos a leer con esa revista, con las recomendaciones de Mempo y su consejo editorial. Cuando leí ese mail se me puso la piel de gallina. —¿Querés que te ponga la piel de gallina otra vez? —Dale. —Jorgito, hermano, ahora tenemos una revista y cerramos el número dos con un cuento inédito de Abelardo Castillo. 

JACK EL DESTRIPADOR SE HIZO FAMOSO A PARTIR DE. 193


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