Orsai Número 2

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FABIÁN CASAS para recibir a los muchachos que volvían. Ya despierta, esa tarde, la mujer escuchó en la radio que los dos estaban vivos, desmovilizados, y regresando a casa. En la vida nos tocan seres oscuros y luminosos, aprendemos de los dos. Mi padrino fue un ser luminoso, que nunca se quejaba por nada y que vivió casi noventa años sin padecer ninguna enfermedad. No le recuerdo ni una gripe. Saltaba la soga en la terraza hasta los setenta años sin problemas y le gustaba tomar sol en una reposera que mi papá le regaló. Como solía decir mi viejo, vivió más años de argentino que de italiano. Una vez le pasé unos poemas en italiano de Pavese, para que mirara mis traducciones, pero me devolvió el libro diciéndome que no recordaba bien el idioma, que lo había perdido. A pesar de elegir vivir con nuestra familia —una familia grande, como ya no abundan, compuesta de tres hijos, una tía, mi primo y mis padres— él era un solitario. Almorzaba siempre con nosotros pero salía todas las noches. Tuvo, según mi viejo, un gran amor, una muchacha judía a la que sus padres le impidieron que la siguiera viendo. De hecho, una noche en que la estaba esperando en una esquina de Villa Crespo, se le acercaron varios hombres, lo rodearon y le tajearon la ropa con gillettes, como advertencia. Mi padrino fue técnicamente mi padrino en mi bautismo religioso. Mis hermanos tuvieron otros padrinos pero los olvidaron rápido. Para ellos, mi padrino era su padrino. Mis amigos del barrio, que casi vivían en mi casa, no le decían Bruno, le decían “padrino”. Así que el tema del padrinazgo no era una cosa que yo iba a tomar a la ligera. La primera ocasión de ponerme a prueba llegó, de manera inesperada, cuando trabajaba en un diario. El Mono, un gran amigo, había tenido un hijo y él y su mujer estaban muy entusiasmados con la criatura. El Mono se sentaba en el escritorio que estaba frente al mío. Tenía el pelo largo, rubio, muy fino, cortado tipo beatle. Escribía con un pucho en la boca. A veces se volvía loco cuando las cosas no le salían y le pegaba trompadas a la computadora y tiraba todo lo que tenía sobre el escritorio. Cuando nos prohibieron fumar en el diario, lo hacía en los pasillos, apoyando la pierna derecha contra la pared, como una garza en el agua. Un día me dijo que quería que yo fuera el padrino de su hijo. El

LOS CLÁSICOS DEL CINE VUELVEN A LA PANTALLA GRANDE: DOWNLOAD + LCD 42".

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