Ex-libris 151: "Olvido"

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Revista Ex-Libris

2019/ Número 151 / ISSN 1692-7516 Contacto del grupo www.revistaexlibris.com info@revistaexlibris.com Facebook/RevistaExlibris Twitter/@RevistaExlibris Instagram/@RevistaExlibris Issuu.com/revista_exlibris Fotografía: Nick Yei Castro Gómez Ilustración Portada: Nicolás Andrés García Dorado - KHAOS Impresión Serigráfica Portada: Alex Jiménez Martinez - LAPÜ

La presente publicación se realizó gracias a la Beca para proyectos editoriales independientes y emergentes en literatura, concedida por el Programa Distrital de Estímulos de Idartes 2018.


Equipo Ex-libris

Comité Editorial Dirección General Brigitte Gissel Jiménez Rojo Nicolás Andrés García Dorado - KHAOS Dirección de Arte Nicolás Andrés García Dorado - KHAOS Dirección de Redacción Ivette Carolina Saab Rico Dirección de Contenidos Digitales Christian David Acosta Silva Editor Miguel Jaime Rodríguez Puerto

Equipo Contenidos Digitales Juan Camilo Céspedes Walteros Juana Valentina Novoa

Equipo Arte Carolina García Aponte Sofía Rodríguez Rodríguez Nicolás Menéndez Rodríguez Nick Yei Castro Gómez Evelin Piñeros Quintana Laura Duarte Bustos Dayanna Tatiana Arias Camacho Jennifer Hernández Silva Jose Luis Bedoya Villa Andrés Felipe Rueda Téllez

Equipo Redacción Daniel José Barrera Pérez Rossana Cuervo Botero Sara Lucía Vega Rayo Santiago Álvarez Julio Ángela Tatiana Calderón Sánchez Nelson Fabián Gómez Sichacá Natalia González Rodríguez Jhon Alexander Basto Guio Angie Carolina Rocha Herrera Daniel Caballero Ubaque Diego Felipe Vargas Bryan Steven Loaiza Camacho


Índice 6 Editorial Travesía

26 El monstruo que

asustó la historia

28 Memoria indeleble 8 Colaboradores 30 Olvido pero no 10 Physis perdono 12 32 Lo que camina Salida de emergencia conmigo 34 Invitado fotografía 14 ¿Cómo se recuerda lo que ya se olvidó o 36 Eros cómo se olvida que había que recordarlo? 38 El otoño y la nostalgía 16y Paisaje sublime grotesco 40 Memento mori 18 42 El precioso secreto Gina y Rómulo de la memoria 44 En Mí 20 Invitado ilustración 46 Tiempos Añejos 22 Logos 48 Agua (Azul) 24 Gris: Preámbulo de blanco y negro 50 Cómic


Editorial

Travesía

Autor: Cerbero Fotografía: Jeu MenCast


Todos somos distintos a la hora de encarar nuestra realidad, respondemos de diferentes formas y con múltiples visiones; sin embargo, afrontarla siempre implica tomar decisiones, nos compromete con nuestro propio modo de transitar por los senderos de este mundo. En este camino, el nuestro, se encontrarán con tres rutas: nostalgia, violencia y enfermedad; no hay elección correcta o incorrecta, sólo espacios «...no hay elección que transitar. Esta es nuestra correcta o incorrecta, oportunidad de exponernos, sólo espacios que de permitirles conocer cuál es la forma en que decidimos transitar.» afrontar nuestra realidad. Nuestra apuesta no busca olvidarlo todo, busca mirar el mundo desde ópticas distintas. Busca empezar a comprendernos desde nuestras ausencias, desde lo que nos falta y lo que abandonamos. Aunque esto pueda parecer algo nostálgico, queremos que este acercamiento nos permita conocernos a partir de nosotros mismos, de nuestras carencias. Sin más palabras, esa es la invitación. Léanos y descúbrase.

No mientas, a ti también te ha pasado.

Hay instantes en que sentimos que somos los únicos habitantes de nuestro propio planeta. Solo nos fijamos en lo que queremos ver y no nos damos cuenta de que el mundo en el que habitamos es más vasto de lo que creíamos; siendo conscientes de ello, no nos queda más que aterrizar y enfrentarnos a él.


Colaboradores

Comité Editorial

Ángela Tatiana Calderón Sánchez ancalderons@unal.edu.co Humana de pequeñas proporciones y grandes aspiraciones.

Brigitte Gissel Jiménez Rojo Dirección General bgjimenezr@unal.edu.co Cabeza feliz.

Nelson Fabián Gómez Sichacá nfabiangomezs@gmail.com Estudia Artes Visuales, enfocado en dibujo y fotografía. Es del Área de Redacción y ayuda a Arte.

Nicolás Andrés García Dorado KHAOS Dirección General Dirección de Arte niagarciado@unal.edu.co Un cuerpo sin alma en medio de un caos que poco a poco logra entender. Proyecto eterno de diseñador gráfico, ilustrador y fotógrafo. La pulga. Ivette Carolina Saab Rico Dirección de Redacción isaabr@unal.edu.co Más fabulosa que tú, permiso. (Y me caí) Cabeza llorona. Christian David Acosta Silva Dirección de Contenidos Digitales christianacosta.silva@gmail.com Creo contenidos digitales y me encanta hacerlo. Me río de todo y soy el violinista sin quererlo. Miguel Jaime Rodríguez Puerto Editor mijrodriguezpu@unal.edu.co No, Miguel Jaime no suena a puerta-ventana, me dicen referencias locas y me duele la rodilla. Cabeza enojona.

Equipo Redacción Daniel José Barrera Pérez djbarrerap@unal.edu.co Soy santandereano, tengo 23 años, estudio Psicología y me fascina escribir. Rossana Cuervo Botero grcuervob@unal.edu.co Educadora apasionada por la pedagogía, la didáctica, las familias y el autismo. Sara Lucía Vega Rayo svegar@unal.edu.co Me gusta perderme entre cuentos y palabras. Santiago Álvarez Julio alvarezpanpatar@gmail.com El afán cansa el alma, dijo la abuela. Cualquier relación con mi impuntualidad es mera coincidencia.

Natalia González Rodríguez

nataliagonzalezrodriguez@hotmail.com

Reencarnación de gallita de pelea en un ser normal que busca Algo. Jhon Alexander Basto Guio tobiax_pinkblack@hotmail.com Soy de ustedes y no mío.

Angie Carolina Rocha Herrera angie320264@gmail.com Lunática divertida y melancólica a la hora de escribir, queriendo vivir mil vidas en una sola. Daniel Caballero Ubaque docaballerou@unal.edu.co Rinítico por obligación. Lector por pasión. Diego Felipe Vargas dfvargasp@unal.edu.co Lingüista, diletante, pseudosordo, pseudosemiólogo de fútbol y catador ocasional de memes. Bryan Steven Loaiza Camacho bsloaizac@unal.edu.co Con mis ojos, recorro el vasto mundo; con mis dedos, lo trazo en un mapa; con mi corazón, lo quemo.

Equipo Arte Carolina García Aponte vcgarciaa@unal.edu.co ... no soy buena escribiendo, prefiero dibujar. Sofía Rodríguez Rodríguez sofiarr2398@gmail.com Me gusta pintar e ilustrar, me gusta darle sentido emocional a la imagen. También amo los perritos. Nicolás Menéndez Rodríguez nmenendezr@unal.edu.co Fotoilustrador con inspiración en sus ansiedades e inconformidades... Diseñador y pensador gráfico. Nick Yei Castro Gómez nycastrog@unal.edu.co Nick Castro, más conocido en el bajo mundo como Nick Castro. Fotógrafo adicto al pan francés.

Evelin Piñeros Quintana evelinpineros50@gmail.com Me interesa producir imágenes, de ellas se construye el mundo y con ellas se puede cambiar. Laura Duarte Bustos duarteblaura@gmail.com Proyectando sonrisas, voy tan loca como cuerda. Dayanna Tatiana Arias Camacho ariastatiana0232@gmail.com Ilustro los pensamientos que produce mi retorcida mente. La típica asocial amante de los gatos. Jenifer Hernández Silva Jeniferbpw@hotmail.es Koala, amante de los perros y educadora de cachorros humanos. Jose Luis Bedoya Villa jobylandia@gmail.com Me encanta el arte y la cultura, me encanta explorarlos y preservarlos. Esa pasión me trajo aquí. Andrés Felipe Rueda Téllez rueda.andresfelipe@gmail.com Algún día arquitecto y artista. Demasiado sincero con los demás, mentiroso conmigo mismo.

Equipo Contenidos Digitales Juan Camilo Céspedes Walteros juanccw_98@hotmail.com Tan indeciso y perfeccionista que no sabe qué poner aquí. Crying so hard. Juana Valentina Novoa jvnovoa@unal.edu.co Me gustan mucho los libros para niños. También me gusta bailar y hacer recetas deliciosas.


Colaboradores

Redacción

Daniel Mauricio Vanegas R. dmvanegasr@unal.edu.co Me dedicaré a aprender cómo la historia crea libros, pinturas, esculturas, fotografías; arte. También me gusta azotar baldosa al son de una buena salsa. Omar Camilo Moreno camil69@hotmail.com Un animalito silvestre. Erika Dayana Morales Arias erika717morales@gmail.com Mini persona pelirroja y pecosa. Amante de la pizza y el jugo de feijoa. Juan Carlos Cruz Cruz jccruzc@unal.edu.co Licenciado en Español y Filología de la Universidad Nacional de Colombia. Estudiante de Maestría en Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia. Sus intereses son el cine, la fotografía, los estudios culturales de la antigüedad, la cocina y el ciclomontañismo. Andrea Latham andrea.latham@uuabc.edu.mx Escritora mexicana, cofundadora de Poesía Cuchumá, colaboradora de Revista Linotipia y promotora de proyectos culturales. Karen Giseth Galeano Hoyos karen_galeano05@gmail.com Eterna enamorada de la luna, espectadora de la noche, escritora de corazón aunque generalmente distraída en las pequeñas maravillas del universo. Camila Galindo camila.galindo@live.com 12 de mis 25 años los he dedicado a escribir silencios con la danza. Ahora deseo que bailen mis palabras y el cuerpo verse mi epitafio. Javier Camacho Miranda

camachomirandajavier@gmail.com

Transeúnte perenne del arco argumental. Existo por la palabra escrita y para la imagen en movimiento. Melómano empedernido. Ciudadano. (Caracas, Venezuela).

Julieth Paola Acosta León jupacostale@unal.edu.co Estudiante de Literatura de octavo semestre con mejor memoria emocional que a largo plazo. Santiago Castillo Higuera scastilloh@unal.edu.co Soy Estudiante de Pregrado en Literatura de la Universidad Nacional de Colombia. Mis intereses literarios están en las literaturas del romanticismo y en la narrativa latinoamericana. Me llama la atención la creación literaria y la historia del arte. Sylvana Ríos Corona rios.sylvana@gmail.com Escritora mexicana interesada en la teoría literaria, las bellas artes y coordinadora de Libraria en la Revista Linotipia. Lucía González Gaitán luciagonzalezga@gmail.com Artista de la Universidad Nacional, su trabajo reflexiona sobre el tiempo de olvido y memoria ajeno a la voluntad humana. Hace video, performance e instalación. Camila Contreras cami8628@hotmail.com Ingeniera de Telecomunicaciones, apasionada por la escritura, las artes escénicas y el cine. Guionista, miembro fundador del círculo de autores de ABC Guionistas. Ana María Paz anitasol.paz@gmail.com Estudió Artes Visuales. Trabajo mucho con la expresión de sentimientos como la melancolía, la nostalgia, la soledad, etc. A pesar de que escribir no se me dé tan bien, me gusta. Jonny Álvaro Lozano Gutiérrez alvarito_1945@yahoo.es Nacido en Bogotá D. C. Colombia en 1978. Realizó estudios de Filosofía en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Desde el año 2010 hace parte del Colectivo Literario Surgente, Letras informales y el Cine Club Caldo Diojo. Ganador del concurso de cuento corto latinoamericano (2017).

Brenda Pérez brenda10.cruz@gmail.com Ocasional nadadora y ferviente espectadora del teatro. Estudia la Licenciatura en Lengua y Literatura de Hispanoamérica de la Universidad Autónoma de Baja California, México. Va de puerta en puerta en busca de baldosas amarillas. Fabio Alfonso Romero contactograffo@gmail.com Vivo bajo el puente que une la imagen con la palabra. Escritor y dibujante. (Bogotá, 1986).

Colaboradores

Arte

Alex Jiménez Martinez - LAPÜ f _alex13@outlook.com Alex, pequeñas distracciones, caminar por las calles, cada trazo sobre los muros, un poema, extraños lugares, 5 palabras, izquierda, un par de puntos. Catalina Mendoza Tovar catamentova@gmail.com Museóloga, docente, feminista, madre gatuna y mamerta que se describe con etiquetas. Cristian Rivera Rico cristianrivera.r@hotmail.com Diseñador gráfico dedicado a las áreas de la identidad corporativa e ilustración. En cada una de mis piezas busco crear un conjunto de elementos que den respuesta a las necesidades de comunicación que se desean suplir, de esta manera parto de una investigación. Jeulinne Menjura - Jeu MenCast jeumenc@gmail.com Fotógrafa colombiana. Su interés propio es lograr ser parte del medio con el fin de crecer a nivel artístico y aportar conocimiento a quienes despierten gusto por la fotografía. Julián David Jiménez Ariza judjimenezar@unal.edu.co Soy un ilustrador apasionado por los colores, la pizza y las pequeñas historias que conforman el mundo.

Juan Sebastian Cuellar humoilustrando@gmail.com Ilustrador que entre dibujos e ilustraciones oscuras, intenta dar sentido y generar catarsis a través de sus trazos. Andy Maller andymallerilustra@gmail.com Soy una persona que trata de contar sus vivencias y gustos por medio de la pintura y el arte gráfico. Angelica Conde angelicacondeg@gmail.com Fotógrafa bogotana dedicada a explorar tierras digitales lejanas a través de un cristal. Jennifer Paola Vega Barragán jpvegab@unal.edu.co Mi nombre es Jennifer pero me encanta que me digan Jen. Estudio Lingüística y sé mover las orejas. Arturo Larrahondo Avendaño alarrahondoa@unal.edu.co Veo la naturaleza como una fuente de inspiración inagotable, vivo empeñado en soñarla, vivirla y compartirla sea viéndola desde un lente o rindiendole tributo con un lápiz. Camilo Andrés Báez Robayo camilobaez27@gmail.com Soy una persona en construcción, sigo descubriendo y replanteando lo que soy, así que mientras tanto, pinto, diseño, tatúo, animo, escribo, y encuentro en cada una de estas actividades una manera para proyectarme, una forma de desahogo, una pasión. Felipe Mejía Muñoz demodomodo@gmail.com Me gusta el trabajo editorial, las camisetas y las calcomanías. Oriento mi labor hacia proyectos que quieran presentarse con una estética caricaturesca, colorida, simpática e inofensiva.


physis

Un regalo puede surgir de cualquier parte y en cualquier momento, incluso de quienes menos se espera. Nos permitimos, en este par de páginas, obsequiarles una serie de invitaciones a vivir nuevas experiencias, nuevos lugares, nuevas sensaciones, nuevas emociones, porque todo aquello que hemos olvidado o que quizá deberíamos conocer, se convierte en el mejor que se puede recibir. Ilustración: Carolina García Aponte



EX-LIBRIS PHYSIS

¡Changos! Se me quedaron las llaves.

Autor: Brigitte Gissel Jiménez Ilustración: KHAOS

Lo que camina conmigo


El primer programa que escuché fue sobre el robo de una de las primeras ediciones de Cien Años de Soledad que tenían en exposición durante la Feria del Libro del 2015 en Corferias; toda la labor periodística es una cosa admirable, sin embargo, escuchar ese momento casi inverosímil en que un niño de 12 años abraza al hombre que acaba de perder uno de los recuerdos más representativos de su vida y le dice: ‹‹ojalá recuperen su libro››; ese detalle que proponen como clave de lectura de nuestra Bogotá, me caló tan profundamente que, aún hoy, cuando lo evoco se me pone la piel de gallina. Sentí que con ese programa lograron transmitir la esencia de esa ciudad deforme, salvaje, contradictoria y exótica que somos, pero lo que en realidad me impactó fue sentir que las personas que hacían Radio Ambulante eran esos héroes y heroínas que cuando era niña siempre soñé ser.

«... las cosas que logran tocar nuestras fibras suelen llegar así, sin hacer mayor ruido...»

La primera vez que escuché un podcast de Radio Ambulante mis expectativas no eran muy altas; pensé que me encontraría con algo bastante simple, de esas cosas por las que pasas sin que a ti te pase nada y que, como la gran mayoría de los programas con los que nos atiborran hoy los medios, simplemente no llegan a significar nada para ti. Sin embargo, las cosas que logran tocar nuestras fibras suelen llegar así, sin hacer mayor ruido y cuando te descuidas se lanzan directamente a tus entrañas, a lo más profundo de ti.

EX-LIBRIS PHYSIS

Creo que precisamente mi ingenuo sueño de infancia es la mejor descripción que puedo hacer de lo que para mí es Radio Ambulante. Después de la primera vez que me acerqué a ellos no he podido parar; he escuchado cada uno de sus programas y en ellos me sumerjo en un mundo nuevo y desconocido a través de la vida de las personas que integran cada uno de los pedacitos de ese gran conjunto heterogéneo que llamamos Latinoamérica. Estas historias me han llevado a comprender, así sea solo un poco, en dónde estoy y quiénes me rodean, pero más importante aún, me ha llevado a sentirme conectada con un mundo mucho más amplio y a darme cuenta de que ese sueño de ser una súperperiodista nunca dejó de caminar conmigo.

Cuando eres niño sueles pensar que al ser más grande y más fuerte te convertirás en una persona increíble, algo así como un héroe como Naruto o un súper científico como Cerebro. Radio Ambulante me confrontó con ese sueño que creí perdido; el sueño de ser la heroína capaz de mostrar a las personas los horrores de nuestra sociedad y también esas pequeñas cosas que nos llenan el alma. Pero a medida que pasa el tiempo y que el camino recorrido se hace más largo, muchos sueños se nos van quedando y no siguen caminando con nosotros o al menos, eso es lo que creemos que pasa.


Desde que cerré Facebook, ya ni mi mamá me canta las mañanitas.

¿Cómo se recuerda lo que ya se olvidó o cómo se olvida que había que recordarlo? Autor: Julieth Paola Acosta León Ilustración: Felipe Mejía Muñoz

Título: Tu nombre ( 君の名は。Kimi no Na wa) Director: Makoto Shinkai Año : 2016

EX-LIBRIS PHYSIS


Estoy completamente segura de que todos en la vida hemos pasado por la incómoda sensación de haber olvidado algo y por la posterior frustración de querer recordarlo. Un encuentro, un deber, un objeto, un nombre… todos tienen la característica común de que su olvido no trasciende a un par de horas o en un caso extremo algunos días, luego de los cuales recordamos lo que se olvidó u olvidamos que queríamos recordarlo. Pero ¿qué pasa cuando lo que se olvida y la frustración posterior de querer recordarlo son tan fuertes que desestabilizan la vida y nos afectan por años? Tal es el tipo de crisis en el que se centra Kimi no Na wa, una película animada japonesa que, por medio de la mezcla magistral entre la novedad de la trama y la tradición sintoísta, expande los límites temporales y reflexivos que como público solemos imponer al tema del olvido.

«Un encuentro, un deber, un objeto, un nombre…»

Así, gracias a la historia de Taki y Mitsuha comprendemos que la parte más dolorosa del olvido no es dejar de recordar ni decidir hacerlo, sino cuando el olvido no es una elección, pues llega como un viento que nos arrebata nombres, situaciones y hasta personas de la cabeza y no del corazón que sigue buscándolos en el río de la memoria permanentemente. En ese sentido, la película llega a lo más profundo de nuestras emociones y de nuestro pensamiento, provoca un estado de crisis y reflexión similar al de los personajes que nos lleva a más preguntas que respuestas y a una indudable necesidad de volverla a ver.


Sí, a mí se me secó un cactus.

Paisaje sublime

y grotesco

Autor: Santiago Castillo Higuera Fotografía: Jennifer Paola Vega Barragán

«Haec est domus Dei et porta coeli». Traducción: Esta es la casa de Dios y la puerta del cielo.

Es imposible no volver los ojos a la Iglesia de San Francisco. Recuerdo verla por vez primera cuando iba con mamá al centro. Aunque me deslumbró lo insólito del arte del edificio de la Gobernación, lo hizo mucho más el templo franciscano. Mamá no me dejó entrar, pero algo me atraía de ese sitio, quizá la herrumbre de las palomas sobre la piedra de la fachada; quizá los vagabundos con sus muñones apostados en las entradas del templo.

EX-LIBRIS PHYSIS

Mucho tiempo después, entré al fin y allí, cual gárgolas góticas, estaban los vagabundos examinando a los transeúntes con sus rostros suplicantes. Auténticamente grotesco se me antojó el paisaje cuando, al observar el contrahecho rostro de un anciano leproso, entré en el templo colonial. Mentiría al decir que no sentí que me elevaba al cielo mismo. Sus bóvedas achatadas, su multitud de capillas «... cual gárgolas con decenas de retablos; las naves llenas de góticas, estaban imágenes de santos y mártires sufrientes; la los vagabundos peluca enmarañada del Cristo caído y Pedro examinando a de Alcántara lacerado del torso con un látilos transeúntes go en una mano y en la otra una calavera; el altar mayor, lleno de escenas sacras, el falso con sus rostros abovedado y el retablo principal elevándose suplicantes.» altivo ¡era el cielo mismo! Un olor a incienso recubre el lugar, sí, pero es el olor acre de la madera centenaria el que impera, todo lo impregna, todo lo abarca. El templo de San Francisco es de otro tiempo: cuando se entra, ya no se está en siglo XXI, es atemporal; ya no es Bogotá, es ubicuidad.



Autor: Ivette Carolina Saab Rico Ilustración: KHAOS

El precioso secreto de la memoria Título: El recuerdo de Marnie ( 思い出のマーニー Omoide no Marnie) Director: Hiromasa Yonebayashi Año : 2014


Omoide no Marnie nos ofrece un ameno paseo por las penas y temores de Anna, un personaje que no ha podido olvidar, que se niega a aceptar su pasado y vive con él a rastras del dolor. «... nos hace Anna se debate entre constantes un llamado a cambios de aroma, entre lo familiar despertar la y lo aparentemente desconocido, curiosidad y así logra transportarnos a un incellenar las hojas sante devenir entre la confusión y suposición, nos hace un llamado en blanco...» la a despertar la curiosidad y llenar las hojas en blanco pero, a su vez, nos obliga a encontrarnos con lo que nunca debimos ignorar. Es momento de sentirnos afligidos con la misma sensación de ansiedad de Anna al intentar enfrentar nuestras propias memorias, aquellas que queremos olvidar pero que no podemos, que no debemos. Emprendamos un viaje de la mano de Yonebayashi por una narrativa desconcertante y una animación sorprendente que es capaz de jugar con todos los tonos y matices de las emociones. Tomémonos el tiempo de perdonar nuestro pasado y confrontar nuestros vacíos, porque son precisamente ellos quienes ahora nos permiten redescubrir el precioso secreto de la memoria, nuestra verdad. ¿Cuál es la suya?

EX-LIBRIS PHYSIS

Lo tengo en la punta de la lengua.

Existen momentos o personas que marcan nuestras vidas y nos gestan una forma particular de observar el mundo; nos aferramos tanto a ellos que cuando se escapan de nuestro alcance quedamos con una sensación de inestabilidad, nos sentimos desorientados, perdidos, confundidos y es en ese instante en el que decidimos escudriñar en nuestro baúl de recuerdos para borrar aquello que nos atormenta.



ilustraciรณn

Invitado

Luis Carlos Barragรกn



Todas aquellas dudas y preguntas que nos han llevado a decodificar el mundo y el olvido por medio de la escritura tienen aquí su espacio, su lugar. Reflexiones desde el odio, el amor, el dolor, el placer, la desesperación, la esperanza o el desencanto. Estas ópticas extrañas y hasta grotescas son casi un balance de nuestra realidad.

logos

Fotografía: Sofía Rodríguez Rodríguez


Gris:

Autor: Lucía González Gaitán Ilustración: Andy Maller

EX-LIBRIS LOGOS


Recordar

¡Los recibos! Mañana también me va a tocar con agua fría.

aguas fluidas y mojadas...»

Intr. Fundición del cuerpo que resbala Poét. tr. Adiestramiento en la ciencia de con la lluvia mientras ésta alimenta las los mares. Ubicas el norte para llegar a olas. Poét. Luchar contra los vientos por tierra firme, logras cruzar mundos descoaferrarse a alguna isla, pero reconocer la nocidos y otros aprendidos de memoria, naturaleza de las aguas fluidas y mojadas, siempre con cuidado de no dañar las tierras las cuales no te permiten retener nada blancas y sagradas pertenecientes a la dioen tus humanas manos. Así, rendirse y no sa Mnemosyne. Todo en busca de la tierra intentar más encontrar un salvavidas, sino prometida, la cual levantó de entre la nada experimentar un sosiego extraño a merced las columnas fundantes de los sueños y los de las aguas, esas opacas y capaces de cuerpos. c. prnl. 2. Pret. Fuente cristalina ocultar el mundo en su acuosa oscuridad. que trasluce el horizonte del presente y deja a simple vista la imagen del pasado 2. Poét. pres. Las aguas, aunque pueden que pertenece sólo a tu memoria. U. t. c. ser mansas y llevarte mecido entre sus intr. 3. t. Cristalización de la sal, a partir del cantos, también pueden devorarte cual agua que la disuelve, busca hacerse pura bestia famélica de un trago hasta las en el reptar los sólidos diáfanos, informes e profundidades irrecuperables. 3. Líquido irregulares a través del tiempo; los lleva de indomable, el agua, la cual se torna oscura la transparencia a lo blanquecino, de lo liso e impenetrable, oculta las profundidades y a lo granular. Recorbusca hacerse con lo que aún reposa «Luchar contra dar un evento pasaen la superficie, las islas Mnemónicas. 4. Fil. Aletheia, ocultamiento. 5. Med. los vientos por do, difuso y viciado, Codependencia inamistosa con la aferrarse a sea por la nostalgia fuerza blanca. alguna isla, pero o la felicidad. U. t. c. s. 4. Recorrido de reconocer la 400km para recoger naturaleza de las un puñado de sal.

Olvidar

cuerpos.»

EX-LIBRIS LOGOS

Inolvidable

esp. Inmenso negro. Arquitectura comImper. ¡Sangrad eternamente! 2. adj. Cicapletamente anulada, amplio o pequeño, triz de profundidad notable en los huesos imposible de discernir. 2. Símb. Oscuridad y en la médula, molesta como el niño que en la finitud o la infinitud, habitada por jala la falda de su madre y dolorosa como pequeños haces de luz, unos que develan el frío helado verde que congela tu cabeza algo semejante a montañas aisladas una y destiempla tus dientes. 3. Pres. Presente de la otra de un material blanco, granuloy permanente, de un color contraste a su so y frío. 3. t. Tiempo imposible de pensar superficie, imborrable. 4. fig. Cicatriz fría o continuo, fragmentario igualmente en el cálida; al ser fría es convertida en peso para espacio. 4. mat. Cristalización de fraglos hombros, así, además de ensuciar tu mentos de vidrio a causa de la lucha entre camisa, te hunde en las arenas movedizas; el fluido oscuro y la materia blanca. 5. si es cálida te eleva a un estado extático Bioquím. Sensación térmica escasameny te deja disfrutar del sol que rebota en la te por encima de 0. La oscuridad ahora arena blanca, te molesta con el agua que acuosa deshace la sal o la sal seca el agua. inunda tus ojos de alegría y te duele con la 6. poét. grab. Hercúleo risa irremediable producida por las «Todo en busca cosquillas 5. Bioquím. El intento esfuerzo por empuñar la sal contra la potente de la tierra no siempre exitoso de la fuerza fuerza del mar. prometida, la blanca por absorber la oscuridad cual levantó de en estado líquido hasta deshidratarla en un proceso interminable entre la nada de volverse cubo puro. 6. Biol. esp. las columnas Desertificar el vasto mar del fluido fundantes de negro al terreno blancuzco con los sueños y los sabor a sal.

Memoria

Este pequeño aparte gira en torno al fenómeno de la memoria, a la manera en que los recuerdos aparecen o desaparecen en el hombre.

PREÁMBULO DE BLANCO Y NEGRO


El monstruo que nos la historia

asustó

Autor: Miguel Jaime Rodríguez Puerto Ilustración: KHAOS

«Entiendo que usted y yo vamos a hablar de hechos que aunque sucedieron hace mucho tiempo hoy parecen más vivos que nunca». Mambrú R.H Moreno-Durán.

Considero que la historia colombiana está llena de absurdos, pero pocos se llegan a comparar con la absurda participación del ejército en Corea; sin embargo, todo tiene explicación, aunque sea más absurda que el hecho mismo. Quienes pasamos por un colegio algo sabemos de la Segunda Guerra Mundial, aun sin estudio alguno hay quienes conocen de este terrible suceso histórico; si no se enteraron por libros, lo hicieron por películas o por programas de televisión, es imposible evitarlo. Cada año aparece alguna película nominada al Oscar que trata sobre la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo Dunkerque, La lista de Schindler, El pianista, La vida es bella, entre muchas otras; estas películas nos impiden olvidar tan catastrófico momento de «... tendremos que echar memoria la historia, incluso animacomo los abuelos y repasar algunos ciones como El viento se hechos que incluso hoy nos afectan, levanta y La tumba de las algo de lo que quizá ni luciérnagas de Studio Ghibli nos recuerdan la guerra.

A decir verdad, hace poco me enteré de la guerra de Corea y se preguntarán: ¿y qué con eso?, pero permítanme comentarles que Colombia participó en esa guerra al otro lado del mundo. No se preocupe, no haré aquí ni una apología ni un homenaje a los veteranos de Corea, simplemente quiero llamar la atención sobre algo que se nos olvidó hacer, aunque me temo que para hacerlo tendremos que echar memoria como los abuelos y repasar algunos hechos que incluso hoy nos afectan, algo de lo que quizá ni nos enteramos.

nos enteramos.»

El holocausto judío y las víctimas de las bombas atómicas están siempre en nuestra memoria, conocemos los datos importantes; sabemos quién fue Hitler, Churchill y Stalin; sabemos quiénes fueron los aliados y quiénes el Eje, pero ¿qué sabemos de lo que pasó después? Se nos habla de la Guerra Fría y en nuestra mente aparecen imágenes del mundo de los espías, en nuestra memoria aparecen Ethan Hunt y James Bond; luego pasamos a los gringos en la Luna, Tom Hanks en Apolo 13 y no nos dimos cuenta de que se acabó la Unión Soviética (URSS) y que se cayó el muro de Berlín. No se sorprendan si un joven les pregunta qué es el muro de Berlín, todos nos sumergimos en las películas de espías y Star Trek, quedamos tan inmersos que pareciera que se nos olvidó pensar en las consecuencias reales de la Segunda Guerra, aunque no es enteramente nuestra culpa, nadie nos dijo que la Guerra Fría también se libró con balas.


EX-LIBRIS LOGOS

«¿Y a qué venía todo esto? a que nos sentemos a mirar atrás; poco se sabe de esta historia de Colombia, nos la arrancaron a todos.»

El 21 de mayo de 1951 en un buque estadounidense (el USNS AIKEN Victory) se embarcó el Batallón Colombia lleno de voluntarios, campesinos y soldados rasos que no sabían siquiera a dónde iban; de ese modo Mambrú se fue a la guerra, sin saber si volvería; como bien lo dijo R.H Moreno-Durán en su novela Mambrú, se fueron sin saber adónde, a luchar una guerra que no era de Colombia. Por la lucha en el Old Baldy, en Corea, perdieron sus piernas y sus vidas los campesinos colombianos; así nos lo hizo ver Jairo Aníbal Niño en su drama el Monte Calvo. Alguien me podría decir ¿Y qué?, Si ya eso es historia, para qué llorar sobre la leche derramada; sin embargo, la cosa no termina ahí. Este país envió a campesinos y soldados a la guerra por una razón; porque al gobierno se le apareció un espíritu chocarrero, el «fantasma del comunismo» y los sabios dirigentes de este país se dedicaron a no dejar salir nunca al “fantasma” del ropero.

Nos metieron el cuento de que al «fantasma» hay que temerle, que si hay guerrilla es por su culpa y no por la precariedad de muchos y la fortuna de pocos; de repente la historia de Colombia se convirtió en un recorderis del «fantasma» porque todo es su culpa, implantado desde la Guerra Fría hasta hoy; desde los estudiantes muertos el 8 y 9 de junio, los cuatro mil colombianos militantes de la Unión Patriótica, hasta los líderes sociales que son asesinados cada día. ¿Y a qué venía todo esto?, a que nos sentemos a mirar atrás; poco se sabe de esta historia de Colombia, nos la arrancaron a todos. Mientras olvidamos toda nuestra historia y al «fantasma» que nos vendieron, recordamos que Millonarios venció 2-0 al Unión Magdalena mientras el Palacio estaba en llamas; recordamos que Gallito Ramírez fue la más exitosa novela del 86, mientras en Barrancabermeja asesinaban a Leonardo Posada, hecho que anticipó las dos décadas de muertes en que se llevaron a Pardo Leal, a Jaramillo Ossa, a Manuel Cepeda Vargas; pero sí se recuerda que la década empezó con la telenovela Música maestro, que en el 94 apareció la Santodomingo como Luzbella y se recuerda Tentaciones y Betty, la fea. Así se nos olvidó la Segunda Guerra y nos obligaron a olvidar sus consecuencias.

Es la decimotercera vez que tu mamá te trae los cuadernos y ¡ya estás en la universidad!

Recordemos que después de la Segunda Guerra los vencedores quisieron repartir el botín, no era otra cosa que el mundo mismo; es ahí donde aparecen en el mapa Colombia y Corea. Finalizada la guerra, el mundo se convirtió en un tablero de Risk en el que Estados Unidos y la URSS colocaron sus fichas, soldados, caballos y cañones: Cuba, Vietnam y Corea. Dividieron el mundo, uno se quedó con Latinoamérica y el otro con Asia, y se volvió importante el paralelo 38. Empezó el conflicto en Corea, norte y sur, marionetas de las grandes potencias. El gobierno estadounidense convocó a Latinoamérica buscando tropas que lucharán al otro lado del océano y el único país que respondió al llamado fue Colombia, los demás países se ocupaban de sus propias dictaduras y sus propias guerras.

Pero entonces, el «fantasma» siempre se aparecía de manera oportuna; se apareció el 9 de junio de 1954 en la marcha estudiantil después de que la policía le disparará a Uriel Gutiérrez y el entonces dirigente de la nación Gustavo Rojas Pinilla enviara a los mejores cazafantasmas, el Batallón Colombia, que apenas había llegado de la guerra en Corea. Los soldados acordonaron la Carrera Séptima en la esquina de la Calle 13, siguieron órdenes, abrieron fuego contra los estudiantes; a Uriel lo siguieron Raquel Cantor, Jaime Pacheco Mora y nueve estudiantes más. En seguida salieron el ministro de gobierno Lucio Pabón y Rojas Pinilla, dijeron que la masacre se dio por fuerzas oscuras, por el «fantasma» que los agobiaba. Así también sucedió en Marquetalia, pues, en medio de aquellos campesinos que apenas se las pueden arreglar para vivir (abandonados por el Estado) se hospedaba el «fantasma».


Hay cosas que uno termina de entender con el tiempo. A veces porque una nota o un libro cae en tus manos y te revela un detalle, un dato que antes parecía nimio; una epifanía que recoge las piezas que no encajaban y las llena de sentido. En ese momento podemos reconstruir imágenes y recibir una respuesta que tal vez antes nadie nos dio.

En mi caso, por ejemplo, tardé muchos años en entender porqué los noticieros hablaban de bajas de combate. En casa, mi padre los llamaba «comunicados de guerra» y en mi inocencia le preguntaba si iban a atacar nuestra casa o tendríamos que salir con nuestras cosas a la mitad de la noche. ¡Era un niño! En el colegio cantábamos el himno nacional y nos emocionaba la bandera y la escarapela. Simulábamos los combates de la independencia, el paso de Bolívar por los Andes y con amplio dramatismo decíamos “general salve usted la patria”. Ahora que soy mayor puedo recordar muchas cosas de manera distinta, en realidad ahora lo comprendo. La mitad del país se mataba desde hacía más de cincuenta años, varios de sus municipios recibían el eufemismo de «zonas rojas» y, en ellas, los actores armados marchaban campantes ante la falta de Estado. Los noticieros pasaron de los carros bomba del narcotráfico a las imágenes brutales de las masacres paramilitares. Por un lado, La Rochela y El Naya vinieron a colmar nuestras pesadillas y por otro lado los policías y militares secuestrados pedían un canje atrás de las alambradas de los campos de prisioneros en la mitad de la selva. El presidente Pastrana, solo, en una mesa de negociación, era la imagen lacónica de un país desesperado por el horror, pero indiferente, ante la tragedia.

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Memoria

«La verdad, aquí, solo el silencio evoca la memoria de los muertos...»

Autor: Álvaro Lozano Gutiérrez Ilustración: Cristian Rivera Rico La «Seguridad Democrática» emergió como una doctrina salvadora, como un dogma que reunía al país en torno a un mismo proyecto nacional: acabar de una vez con el enemigo interno. Una de las estrategias consistió en la creación de una nueva imagen de las fuerzas militares: los héroes en Colombia sí existen. De esta manera, el proyecto homogeneizador se expresaba en la creación de una nueva lectura de la historia nacional en clave antiterrorista. Las fuerzas armadas debían cumplir una misión, no solo de ejercicio de la fuerza sino simbólica. Así «la gente espera de la iglesia: valores, de la televisión: entretenimiento y de su ejército: autoridad». Un día, en un país donde el conflicto nos había blindado para aceptar lo peor, las noticias nos mostraron que los horrores pueden multiplicarse en los cuerpos de los inocentes. Jóvenes del municipio de Soacha, colindante con Bogotá, aparecieron muertos en combates con el ejército. La noticia no era nueva, normalmente los guerrilleros venían de zonas pobres, de los pueblos donde la falta de oportunidades o el reclutamiento forzado los hacía parte de la guerra como forma de vida. El problema comienza cuando diferentes organizaciones de derechos humanos denuncian el traslado de civiles bajo engaños que posteriormente son presentados como combatientes abatidos. Los falsos positivos hacían su aparición.


Sandra, por su parte, me dice que todos los días habla con su hijo. Siente que lo escucha desde los objetos que guardan sus recuerdos: las fotografías recorriendo Monserrate, las sábanas que algún día conservaron su calor, algunos juguetes. Diego la escucha y la acompaña en su lucha por la verdad; murió hace doce años en Cúcuta, Norte de Santander, a manos de un batallón de contraguerrilla. En su caso había partido con la promesa de un trabajo a recoger café. Raúl Carvajal Pérez, de 63 años, todavía es recordado por exponer el cadáver de su hijo Raúl, de 29 años, en la Plaza de Bolívar. Militar de carrera que se había negado a un procedimiento donde se incluía asesinato de civiles. Las insignias con las que alguna vez soñamos de niños, ahora cubren el féretro que viaja en un destartalado camión. Si bien, el Fiscal General de la Nación afirmó en algún momento que esos jóvenes «no fueron a recoger café», la verdad se manifiesta escandalosa e incómoda. El filósofo Guillermo Hoyos, una de las glorias del pensamiento colombiano, lo denuncia en unas jornadas académicas en Brasil. Al igual que el jesuita Javier Giraldo, que pide a los organismos internacionales presionar al gobierno de Álvaro Uribe Vélez para cesar con los asesinatos de líderes sociales y civiles.

Hoy se sabe que el primer caso es el de Jeisson Alejandro Sánchez, de 16 años en 1984, que a partir del 2002 obedecieron además a incentivos para los militares que mostraran resultados operativos y que los casos se registraban con más frecuencia en la cercanía de bases militares estadounidenses. La sociedad civil lo acepta y lo mira como parte del conflicto e incluso políticos ponen, de vez en cuando, el dedo en la llaga, al argumentar que los muertos eran un problema para su comunidad y que en muchos casos se agradecía al ejército. Mientras miro el Centro Nacional de Memoria Histórica en el centro de Bogotá me doy cuenta de que estoy muy lejos de armar una historia de la guerra. Los monumentos se han dispersado por el país para crear un pasado glorioso y la apariencia de una nación fuerte y soberana. La verdad, aquí, solo el silencio evoca la memoria de los muertos y nos recuerda que cientos de madres marchan los jueves en la Plaza de Bolívar, de la ciudad de Bogotá como testimonio de una verdad negada.

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Y esto es tal vez, lo que me llevó a entender lo monstruoso del acto en sí. Estos jóvenes no eran guerrilleros, no eran paramilitares, ni colaboradores, ni simpatizantes, ni líderes estudiantiles o reclamantes de tierras. Muchos de ellos ni siquiera habían registrado su cédula para votar o habían hecho parte de una marcha para exigir algún servicio público. No, solo eran jóvenes que buscaban una oportunidad para trabajar y colaborarle a sus familias que, ya en sí, vivían una situación precaria en lo económico. La víctima podía ser todos o cualquiera, y las estadísticas lo demostraban.

¡Mierda el papel (literalmente)!

La primera vez que hablé con Gloria se disculpaba de no tener más fotos de Luis, su difunto esposo. Durante más de trece años pensó que la había abandonado con su hijo, de apenas dos años, y una criatura de cinco meses que venía en camino. La aparición de una cédula, guardada por un paramilitar, confesó y se reveló que éste había sido llevado a las afueras de Bogotá y asesinado para encubrir la fuga de dos guerrilleros.


Dónde están las gafas que… tengo puestas.

Olvido pero no

Autor: Daniel José Barrera Pérez Ilustración: KHAOS

perdono

«…y en aquel relámpago de lucidez tuvo conciencia de que era incapaz de resistir sobre su alma el peso abrumador de tanto pasado.» GGM, Cien años de soledad

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«Si el perdón y el olvido van de la mano es de una forma en la cual el primero propicia el segundo o, en su defecto, el segundo libera de la necesidad del primero.»

Perdonar y seguir bajo el yugo de un recuerdo que lastima es ahogarse en una piscina de memorias amargas. Por otra parte, si el perdón solo deviene de un perjuicio, no recordar elimina la necesidad del perdón.

A finales del siglo XVIII, una santandereana arrancó de la puerta de la alcaldía de su pueblo un edicto que anunciaba el alza de los impuestos y lanzó por los aires los papeles rasgados. Este hecho precipitó una explosión de inconformidad que dio lugar a la Insurrección de los Comuneros, uno de los precedentes de las guerras de independencia. Entre el cinco y el seis de diciembre de 1928, miles de trabajadores en la costa

Caribe colombiana fueron masacrados tras entrar en huelga ante condiciones laborales inhumanas. Veinte años más tarde, el nueve de abril de 1948, fue asesinado un político que denunció hasta el cansancio aquella masacre, la hermeticidad de la oligarquía y además, quería prohibir el uso de la ruana en Bogotá. Pero estos sucesos, en un país diagnosticado con el padecimiento desdichado de no tener memoria, van a parar en la tragedia de no saber cuándo ni cómo nuestros ancestros se sublevaron, ni cuántas masacres han sido perpetradas ni porqué surgieron los grupos insurgentes ni en cuáles delitos incurrió el presidente de hace diez años. Al olvidar la ofensa nos olvidamos también de perdonar y esa ausencia de variable en la ecuación lo desequilibra todo. Quizás, al reconocer que concentrarse en no olvidar cuesta más trabajo, nuestro país se dedicó a no recordar. Todos sabemos que hay una historia de deudas, injusticias, corrupción, atropellos y violaciones en que el vivo vive del bobo; revuelta con otra de gente generosa y alegre, logros deportivos, ríos, desiertos, selvas y páramos adornados por dos mares; el problema radica en que nadie sabe a ciencia cierta de qué manera existe todo eso, ni cuándo ni dónde. Hemos dejado en recónditos cajones de la memoria aquel revuelto indiscernible de café y coca, de ceniza y miel. Es la enfermedad autoinmune de Colombia: deshacernos del ayer o revolverlo con la fantasía; un proceso constante cocinado por dos chefs, uno regordete y suntuoso que oculta el plato e intenta guardarlo solo para él y otro flaco y desarrapado que busca por toda la cocina algo con qué distraer el hambre. Al cabo de algún tiempo cada uno logra su cometido.

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Hace unos cinco años asistí a la Lectio Inauguralis del padre Francisco de Roux en la Pontificia Universidad Javeriana. En ese momento los diálogos de paz con las FARC llevaban menos de un año de curso y la charla tuvo como eje el perdón. El padre insistía en este mensaje: el perdón no se pide sino que, al contrario, es algo que se da. Que le pidan perdón no reconforta a una madre que ha perdido sus hijos, más bien, ella lo regala para continuar su vida con la dignidad y el sosiego que las circunstancias le permitan. ¿Esa madre olvidará a su hijo, olvidará el crimen y el dolor? Por supuesto que no, pero el hecho de perdonar implicaría una reconstrucción afectiva, a la cual frases como «perdono pero nunca olvido» no dan lugar. Si el perdón y el olvido van de la mano es de una forma en la cual el primero propicia el segundo o, en su defecto, el segundo libera de la necesidad del primero.


Autor: Omar Camilo Moreno Caro Fotografía: Arturo Larrahondo Avendaño

¿Cómo vivir con la irrefutable certeza del fracaso y la imposibilidad de cualquier esperanza? De un tiempo para acá hay en el ambiente una sensación fundamentalmente ambigua e inquietante que se mueve entre la angustia y deseo (por mucho ingenuo) de cambio y «progreso». Por una parte, los acontecimientos actuales (y los que se ven venir) nos llenan de proyecciones de un futuro desolador que nos hacen sentir como parte de una máquina que camina hacia el abismo y que no podemos detener. Contrario a esto, nuestro presente inmediato nos exige tomar el toro por los cuernos para buscar una salida, una alternativa, un camino o un método que nos lleve de alguna forma a esa fantasía comunitaria de un mundo mejor. Ambas sensaciones se dan en una unidad indisoluble que se agita internamente como un vaso lleno de nitroglicerina y éxtasis. Vivir en esta contradicción tiene sus consecuencias. Se trata de una paradoja que consiste básicamente en la búsqueda de una vía de escape en un panorama donde la misma idea de una salida es un contrasentido. En efecto, no podemos salir. Tampoco podemos quedarnos adentro. No estamos en un no-lugar, pues de hecho estamos vivos y llenos de responsabilidades y lazos. Tampoco nos sentimos como en casa, la misma ciudad es hostil con nosotros y las proyecciones solo auguran torturas mayores. Entonces ¿qué queda de nosotros? ¿dónde estamos? En cierto modo podemos responder que vivimos atrincherados, esquivando balas, esperando un milagro, tirados en el mierdero, azorados, etc. Esto explica que tomemos vías desesperadas, que caminemos

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salida de emerg en

por caminos inexplorados y, por lo mismo, caigamos como carne de cañón fresca y joven. Además, ya no sabemos en qué bando estamos, sin mente pasamos del lugar del oprimido al del opresor incluso cuando tenemos el yugo al cuello y tres rifles apuntando a nuestra cabeza. Se trata de un fuego cruzado en el que muchas veces la única alternativa es escoger un bando y luchar hasta el final. En ese sentido, la desesperación inherente a dicha ambigüedad solo tiene una consecuencia inevitable: un impulso constante e irrefrenable de barbarie y sevicia con unos o con los otros. Escapar no es otra cosa que un acto de profundo odio para con uno mismo y los demás. Por eso, no debemos formular la pregunta con la que inicié este escrito, ya que supone que tenemos esperanzas y sueños. No debemos olvidar que esas esperanzas no son nuestras, como casi todos nuestros pensamientos, sino que se trata de la vigencia de un pasado inmemorable al que pertenecemos y con el cual nos encontramos endeudados hasta nuestra última gota de sangre. Con este recuerdo podemos tomar distancia y ver la desesperanza con otros ojos y, así, ver cómo la misma idea de un destino insalvable o la búsqueda de alternativas son ficciones que sostienen nuestra zona de confort. ¿Por qué? Evidentemente nunca ha habido alternativa, es decir, siempre somos responsables. Es decir, los problemas del país, de la sociedad (ese engendro deforme), de


Entonces ¿qué debemos hacer? No hay respuesta, como dice mi mamá «lo único que estamos obligados a hacer en la vida es morirnos». Sin embargo, desde esta perspectiva pienso que lo primero que podríamos considerar es en qué medida participamos y contribuimos a la conformación de ese «país de mierda» del que tanto nos quejamos. Esto nos podría señalar algo que todos se esfuerzan por callar: que el problema es nuestro y que hemos contribuido de una u otra forma a acumular bultos y bultos de caca. De este reconocimiento ha de hacerse patente nuestra

responsabilidad con aquello de lo que vivimos quejándonos. Hacer esto es absurdamente complicado, muchas veces es más fácil tomar un camino desesperado (como la militancia ingenua o el hedonismo de pobre) que aceptar que el mierdero es nuestro y que limpiarlo implica salir de ese narcisismo pendejo que construye a diario tanta red social y televisión (por no hablar de los videojuegos). Esto no se logra apenas hablando en los bares y refugiándose en la autocomplacencia idiota del bohemio sabelotodo. Implica un voto de disciplina que se hace efectivo como la búsqueda constante de una tranquilidad de conciencia que nos ayude a ponernos de pie ante la muerte. Es más, exige todo un arte del olvido y del recuerdo. Exige poder recordar el olvido en el que vivimos y buscar allí un voto con los demás que están untados como nosotros, lo cual implica dejar a Satanás a un lado y ver en el contrario mucho más que un demonio o en el amigo algo más que un santo. Por otra parte, exige ser capaces de lograr olvidar el recuerdo de un pasado mejor. Esto es un cliché, evidentemente no hay fantasía más peligrosa que aquella que nos llama a la utopía. Más bien, es necesario acostumbrarnos a ser una generación distópica y a buscar al interior de dicha tensión esas salidas de emergencia que se abren allí donde evitamos la autocomplacencia del mártir o la actitud apocalíptica del hedonista asalariado.

¿Y la sombrilla?

las comunidades, de las familias y de la pareja no son en el fondo situaciones límite sino el modo en el que estas son posibles. Por ejemplo, no es posible un presente como el que nos toca a nosotros (los colombianos) sin ese conflicto que desangra nuestra tierra, lo que nos revela que nosotros no debemos comprendernos más allá de dicha barbarie. Esto significa que somos bárbaros y que de una «Con este recuerdo u otra forma (incluso cuando podemos tomar buscamos cambiar cosas) nos distancia y ver la mantenemos en la misma desesperanza con dinámica que refuerza tanto otros ojos...» dolor y desesperación. No es que no haya cambio, sino que la forma en que entendemos las «salidas» y el «futuro mejor» se sostiene sobre el mismo problema que intentamos solucionar y, por tanto, estamos condenados a repetir los mismos errores.



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Invitado

Angelica Conde

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eros En este camino de palabras podemos intuir cómo se siente el olvido; permítase recorrerlo acercándose a experiencias de vidas imaginarias con nostalgia, demencia y deseo. Fotografía: Nicolás Menéndez Rodríguez


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El otoño y la nostalgia Autor: Ana María Paz Ilustración: KHAOS


Antes de todo diríjase a escuchar Chopin, preferiblemente Nocturne op.9. No. 2. Ahora cierre los ojos, procure no hacerlo en la oscuridad de media noche ni a la luz del medio día, busque un tono sutil, brillante pero opaco. Ya cerrados los ojos, imagínese caminando en un parque en otoño, intente dirigir su mirada a los árboles en contraste con el suelo. ¿Puede verlo? ¿No? No se preocupe, le contaré. Las hojas han dejado a los árboles, han caído una a una. ¿Los abandonaron? No, por supuesto que no, les han sido arrebatadas a las ramas, cortadas «Ya cerrados los desde el alma y dejadas al azar del ojos, imagínese mundo donde se marchitarán y caminando en un morirán. He aquí aquellos árbolesparque en otoño, que poseían esas hojas- debilitados, intente dirigir desnudos, indefensos y denigrados, totalmente expuestos a los castigos su mirada a los de la naturaleza. Compárelos con árboles en contraste el suelo, ahora esta superficie inútil con el suelo.» posee lo que una vez al árbol le pertenecía, lo que el árbol necesitaba; sin embargo, el suelo no las necesita, no las utiliza, las ha dejado desfallecer, marchitarse hasta desaparecer. ¡Qué envidia, qué rencor, qué suplicio el que debe sentir el árbol! Dura es la nostalgia, duro es el recuerdo de lo que anhelamos.

¿Ya es más claro? Bueno, le explicaré un poco más. Vámonos al método. ¿Cómo les han robado las hojas a los árboles? Para esto imagínese un espejo, mírese a usted en aquella escena, percatarse del hecho que no solo se trata de los árboles, también de usted, observe cómo el viento empuja con fuerza tratando de quitarle su abrigo, cómo esta demostración delicada de un tornado saca su periódico, su pañuelo o su sombrero a volar y se los deja al suelo muchas veces sin ser devueltos. Lo sé, claro que se dio cuenta, usted tiene la ventaja de poder agarrar las cosas con fuerza, de no dejarlas ir. Si bien puede hacerlo con su abrigo, procure hacerlo con las personas, con los momentos, con las sonrisas, no sea que ya sus hojas estén tiradas en el suelo y usted débil, solo cubierto de nostalgia. Ahora, abra los ojos, si hizo el ejercicio bien pare la canción e intente no llorar por las hojas perdidas.

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Este, usted, mamito. ¡Sí usted, mi hijo! ¿Cómo es que se llama?


Memento

Autor: Fabio Alfonso Romero Ilustración: Juan Sebastian Cuellar

mori

Después de varios minutos buscando por toda la cocina, don Rafael encontró las llaves del apartamento con una nota adhesiva que tenía escritos y subrayados con rojo la hora y el lugar de una cita médica. Guardó las llaves en el bolsillo de la chaqueta y revisó en la puerta de la cocina el listado del orden del día. Llegó hasta el final y miró nuevamente la fecha del papel; la verificó con el calendario de al lado y salió. —Bueno, don Rafael, verá, su memoria está en un proceso degenerativo que va más allá de apuntar las cosas, las alarmas y los recordatorios. Yo le sugeriría que para la próxima vez y de aquí en adelante, venga con un acompañante; es más, hable con su familia para que contraten una persona de confianza que viva con usted el mayor tiempo posible—. Lo miró a los ojos y anotó las recomendaciones en la receta con los fármacos. Al cabo de unos meses, una ayudante empezó a visitarlo en la mañana y en la noche. Aunque al principio solo se encargaba de ayudarle a realizar ejercicios para la memoria, poco a poco le fueron asignadas otras labores como la alimentación y el aseo. Guillermo, el hijo de don Rafael, iba una o dos veces al mes, le pagaba a la ayudante, hablaban durante algunos minutos y luego conversaba con el viejo. Las notas adhesivas, que en otro tiempo eran tan breves, comenzaron a volverse cada vez más complejas; antes de salir a comprar los víveres, don Rafael revisaba una libreta azul con los nombres de quienes lo atendían, luego tuvo que extender la lista para añadirles una descripción física y, finalmente, las indicaciones para llegar.


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¿A qué era que venía? Desde entonces la ayudante lo acompañaba todo el tiempo, o más bien, don Rafael era quien la acompañaba, preguntando mucho, como aprendiendo todo, tratando en vano de recordar rostros, lugares y sucesos. Miraba las fotografías del apartamento con una falsa nostalgia; podía identificar la mayoría de personas con su rol, sabía que eran hermanos, primos, amigos o nietos, pero dejó de tener la certeza de los nombres de cada uno. La ayudante dejó de tener nombre también, luego rostro y después solo era alguien que aparecía y desaparecía con su comida. De vez en cuando miraba el calendario marcado con una «x» en cada día, pero luego no supo si la marca correspondía al día de hoy o al de ayer, por lo que tuvo que dejar una nota adicional, no fuera a quedarse atrapado en la rutina del mismo día. Revisaba su diario con frecuencia, siempre empezaba con la primera página donde estaban sus datos, porque no estaba «Miraba las seguro de cuántos años tenía o, si algún nieto le hacía el fotografías del juego, podía confundirse acerca de su segundo nombre.

apartamento con una falsa nostalgia; podía identificar la mayoría de personas con su rol...»

Una tarde se miró en el espejo del baño con detenimiento y empezó a llorar. Sacó del gabinete varios frascos y mezcló una parte del contenido de cada uno en uno solo. Le puso una nota adhesiva en la que escribió “para morir” junto a una fecha y hora. Cuando salió del baño para anotar las instrucciones en el diario ya era de noche.

En los últimos días desaparecieron los nombres de los objetos; en algún lugar de la casa había una caja que respondía a un botón y emitía imágenes, sonidos y personas; de repente encontraba granos de colores en una superficie blanca y una persona que se los llevaba a la boca; había hedores, manchas y punzadas en su cuerpo; encontró una marca especial en el calendario con una nota para buscar en el diario. Después de ingerir todo el contenido del frasco, cerró los ojos y todo se volvió oscuro. Cuando los abrió de nuevo, se encontró sentado en el sofá con un papel a sus pies y el frasco vacío junto a un vaso sobre la mesita de centro. Se levantó y se asomó a la ventana, la ayudante apareció a su lado y le mostró el papel; el viejo lo leyó, pero no entendió que significaban esas palabras.


Gina & Rómulo Autor: Javier Camacho Miranda Ilustración: KHAOS

«El gol depende de nosotros». Francisco Massiani.

Un gigante pálido, siciliano y envejecido camina desnudo en el patio de un caserón rústico, ubicado en una de las varias colinas de San Antonio de Los Altos. Solamente lleva puesto un casco de soldador, tararea el himno del Palermo y todo le cuelga. Su trayecto es estrictamente circular, un recorrido corto que se empeña en repetir como un poseso alrededor de un carburador prehistórico. Gina lo observa sentada en una mecedora a unos cuantos metros junto a un pequeño huerto al que ahora le toca cuidar sola; un guarapo recién colado en su mano derecha, la izquierda acomoda detrás de la oreja un mechón gris; no se mece, solamente espera. Desde hace tiempo lo único que hace es esperar. Él todavía goza de fuerza física, apetito y ganas de ver fútbol, por lo que luchar contra ese fortachón de tres cuartos de siglo es una tarea inconmensurable, prácticamente imposible, al igual que la aclaración principal al neurólogo. «A ese viejo lo cuido yo, doctor. Hasta que el final de la espera nos separe». Pero la espera pareciera haber echado raíces en esos oteros.


«Va empezar el partido», grita Rómulo desde un sillón en el medio de la sala. Gina deja de hacer peloticas de arroz apenas escucha el leitmotiv en la cocina contigua. Si no se apura comienzan los insultos. «¡Que ya va a empezar el partido!», avisa él por segunda vez, pero ella llega a tiempo y la atmósfera se serena. Va al decodificador que les «A ese viejo lo cuido directo regaló Paolo para que pudieran yo, doctor. Hasta que grabar su programación favorita el final de la espera de DIRECTV. Por la tranquilidad de nos separe.» su vida en el exterior, lo mejor era que su hijo único no se enterara que su padre ahora sólo veía una grabación de la final de la Copa Italia de 2011, en la que para rematar sale derrotado el Palermo tres por uno en contra del Inter de Milán. Sin embargo, Rómulo la experimenta en vivo y directo, al igual que ayer y que mañana. Por suerte la costumbre a los fracasos futbolísticos lo dejan más sereno que alterado y la comida de su mujer siempre le hace dormir como un bebé; incontinencia y llanto incluido. Aunque eso no es culpa de los arancini, la pasta con sardinas, la cassata o el eteno cannoli, la culpa es del seso que se tomó unas vacaciones indefinidas y dejó unas pocas funciones en piloto automático que tienen un efecto energizante en este mecánico jubilado, dióxido de carbono elevado al infinito. «Mañana tengo que reparar el carburador», vocifera el ansioso aficionado justo cuando Emidio Morganti suena su silbato para iniciar el partido por enésima vez. «Noventa minutos de hipnosis garantizada», se dice Gina a sí misma cuando regresa a la cocina para seguir trabajando en sus esferas de arroz y pensar en espabilar a la espera, sacarla de su letargo montañoso e introducirla en forma indolora dentro de esa bola de carbohidratos y proteínas que mira fijamente. Bastaría con cinco pastillitas azules machacadas, de esas a las que solamente debe pedir auxilio en los episodios más bestiales; un atajo necesario, quizás, o la muestra definitiva de su piedad. Pero un lamento a distancia la saca de su abstracción, indicándole que Samuel Eto’o acaba de marcar el primer gol a favor del equipo milanés.

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Mamá, cómo es que se arregla un arroz sin sal.


En Mí

Autor: Brenda Pérez Ilustración: Camilo Andrés Báez

Las horas transcurren lentas cuando uno viaja en avión y si debemos buscar una ventaja en ello es la vista. Un cielo azul e infinito se extiende allá fuera y me pierdo en él para evitar aquella bestia agazapada que me acompaña, pero es imposible, mi mirada se dirige de vez en cuando al contenedor de cerámica debajo del asiento frente a mí. La voz cansada del piloto avisa que estamos en proceso de descenso y todo se ve más cerca: las casas, el tránsito y las plazas comerciales; la estatua de un héroe de la patria que ahora me mira como soldadito de plomo me da la bienvenida. El camino hacia la salida se vuelve una serie de pasos a seguir desde las bandas de equipaje hasta la zona de revisión. Ahí puedo ver claramente las puertas, abriendo y cerrando automáticamente, dejando ver retazos de lo que hay del otro lado: la realidad. Cuando mi padre me ve extiende los brazos regordetes que tiene y me abraza. El sol mismo se me mete en los huesos sanando cualquier herida causada por sostener por tanto tiempo esta cerámica fría. Ya en camino no dice ninguna palabra.

¿La tesis era para hoy?

Por la ventana la ciudad se presenta ante mí y descubro que no es ajena ni diferente, incluso el restaurante familiar está intacto. Cuando la abuela me ve entrar comienza a caminar como si temiera que fuera a desaparecer en cualquier momento, su mirada se detiene en lo que llevo en las manos. Con voz indecisa digo: —Perdón por tardar tanto en traértelo. Había tantos temas triviales que podría haber sacado para aligerar el momento. —Todos lo han olvidado, abuela. Más silencio.

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«El sol mismo se me mete en los huesos sanando cualquier herida causada por sostener por tanto tiempo esta cerámica fría.»

—Todos lo han olvidado. Él dio la vida por una chica indefensa, una chica que él no conocía. Él murió en manos de un novio celoso y enfermo de ira. Él murió desangrado, abuela, desangrado en la calle que siempre usaba para ir a su trabajo. Lo llamaron héroe, le dieron las gracias a la familia y después... nada. Sí, fue un héroe, pero eso no fue suficiente para que su asesino se quedara en la cárcel... Nadie hizo nada abuela, nadie. ¿En qué país vivimos? Dime. —Hija... —Y ahora desecharé lo único que tengo de Manuel. —No. Uno nunca desecha a sus muertos, hija, nunca. El mundo los puede olvidar, puede cometer injusticias con ellos, pero nosotros hija, nunca. Ellos no son la carne, no son el aliento, no son las cenizas ni el puñado de tierra; somos tú y yo; son la vela que prendemos en su nombre ¿entiendes?. Cuando tu corazón deje de sentir esa rabia que llevas lo podrás ver como yo. —Nunca dejaré de estar enojada. —Pero no siempre puedes llevar esto ahí, en tu corazón. Terminarás ahogándote, perdiéndote por completo y serás peor que el que le disparó. —Abuela... Mi abuela me clavó su mirada color ámbar y el dique que había construido desde hace cinco meses se comenzó a romper. Entre lágrimas las palabras buscaban su manera de salir. — No sé perdonar. No sé cómo no olvidar. Me dio un suave beso y dijo:

—Pon atención y aprenderás. A pesar de que papá y la abuela me acompañan al malecón, cuando llego a la orilla me dejan sola. Está a punto de atardecer y las olas son calmadas pero constantes. Dejo que el mar me llegue más allá de la altura de los tobillos y siento el viento, el viento que arrasa con todo; pasa sin miramiento entre nosotros llevándose consigo las lágrimas y los silencios. El vacío ya no está y me quedo en un estado donde el cuerpo flota y veo un infinito luminoso que reclama lo único que me queda de Manuel. Abro la urna y arrojo las cenizas al mar, el viento hace volar unas cuantas motas e intento buscar el lunar que tenía en la oreja o alguno de sus cabellos locos, quizás si pongo mucha atención puedo encontrar un pedacito de su sonrisa, pero no veo nada de eso. La arena se vuelve más amarilla, el mar un poco más claro, el sol que ya está en un punto casi muerto nos regala ardientes rayos. Manuel ya no siente a este mundo, pero al parecer el mundo sí y en mi piel se comienza a iluminar los abrazos que él me dio. Pierdo el aire contenido y en mí se agrieta el resentimiento y la negación, me río y escucho su voz diciendo: «vámonos a la capital, prima», »ya, a la chingada, dile que lo quieres», «Paola... por primera vez en tu vida sé egoísta, sé totalmente tuya.» Cada vez que mi camino cambiaba de dirección, él sembraba en mí una partecita suya, la alegría, las agallas, la ligereza del espíritu. Todo aquello ahora vive en mí.


Un olor nauseabundo inundó toda la casa, Magnolia se levantó trastornada, con el pelo enmarañado y los pies tambaleantes. Lo primero que hizo fue abrir la ventana de su alcoba para respirar profundo, pero sintió una oleada de almizcle entre borracho trasnochado y brisa recalentada. La noche anterior se había celebrado la fiesta de la independencia. El pueblo dormía después de haber botado la casa por la ventana conmemorando la libertad de su patria renca. La pestilencia se le había clavado en las narices sin dejarla respirar, entonces preparó una taza de vinagre con limón y se la salpicó en la cara para quitarse el estupor con que se había levantado. Abrió de par en par la puerta del cuarto que, por años, preservó en el encierro el recuerdo intacto de la tragedia.

«Huele a maleficio, hay que extraerle el azufre que la corroe...»

«Hasta la memoria hiede», dijo mientras rociaba los rincones con el resto de vinagre. Sacudió las cortinas, los forros de los sofás y quitó la cobija de la jaula de los canarios que amanecieron tiesos con el pico quebrantado. Arrastrando los pasos, sudorosa y con el jadeo propio de la calentura del mes, fue oreando por tandas los vejestorios que la acompañaban. El cielo se inundó de chulos que sobrevolaban la casa, ávidos de carroña. Una curiosidad fétida inquietó a los habitantes del pueblo que fueron llegando como sabuesos a husmear por todos lados. «La desgracia ha caído sobre esta casa», armados con abanicos y bayetillas movilizaron el aire maloliente tratando de dirigirlo hacia las ventanas. Era un olor indescifrable, no era a rabo de mula, ni a bagre podrido, ni mucho menos a pobreza; ese ya lo conocían, pues convivían con él desde hacía tiempo. Entre tanto alboroto, entradas de unos y salidas de otros, la vieja Graciela, experta en sahumerios, llegó al atardecer. «Huele a maleficio, hay que extraerle el azufre que la corroe», dijo.

TIEMPOS añejos Autor: Camila Contreras Ilustración: KHAOS

EX-LIBRIS EROS


Pasaron las semanas y Magnolia sentía el flagelo de las tripas pegadas al espinazo. Con las ventanas y puertas abiertas se sentó en la mecedora de mimbre de su abuela y se puso a contemplar los años gloriosos que, estampillados en fotos, se fueron curtiendo de polvo. En la soledad de la vida —pues nadie volvió a pasar por su casa por temor a que el almizcle se adhiriera a sus cuerpos—, sacudió el luto que guardaba en los baúles y revivió el nudo que sentía en la garganta cada vez que recordaba a su hijo. Abanicando su cabellera blanquecina trató de ahuyentar la desgracia de años atrás, la de aquella noche de fiesta patria, cuando el mar decidió embestir con todo su poderío el retoño de sus entrañas para luego devorarlo sin dejar rastro de él. En cada inhalación sentía la oleada fétida de la nostalgia, lo supo desde que vio su aspecto macilento en el espejo. Sin moverse de la mecedora estuvo esperando la muerte durante dos días. Al tercero, torturada por el gaznate seco, rebuscó en su memoria la última vez que había sonreído y entonces, sin avergonzarse de sus lágrimas, revivió en lo abstracto de la vida la imagen de su pequeño hijo. Echó su cabeza hacia atrás, cruzó las manos sobre su regazo y mientras jadeaba el último aliento escuchó el ruido de los desagües por donde empezó a salir a borbotones el agua pútrida que durante semanas la estuvo ahogando. El cuerpo de Magnolia fue llevado hasta la orilla. Con el beneplácito del mar lo desnudaron, y sin prisa, en medio de voces desgarradoras, esperaron con incertidumbre los nuevos vientos que seguramente traerían la recopilación de dolores que la pobre vieja había cargado a cuestas en estos últimos años.

¿No le huele como a quemado? EX-LIBRIS EROS

En la mitad del patio de la casa, se hizo una hoguera donde fueron a dar los tres canarios, las cortinas, la lencería de las habitaciones —que tantos años había tardado en bordar—, algunos muebles y los harapos que vestía con desazón. Esa misma noche, Magnolia bebió su primer menjurje, un revoltijo de babas de serpiente pitón y criadillas de toro que le harían vomitar los hechizos de los que había sido víctima.


Autor: Sylvana Ríos Corona Ilustración: Cinthya Espitia

agua (Azul)


Esa mañana por primera vez Ivana se calló, no dijo ni una palabra después del séptimo misterio. Cerró los ojos y soltó la mandíbula junto Quiso ser esas al resto de sus músculos faciales. Sintió lágrimas, la cabeza pesada, como esta se le conderramarse sumía, la jalaba hacia sí misma, hacia el en el suelo y interior. Se dejó caer con tal devoción mancharle los que golpeó el fondo de su mente o tal solo fue el impacto de su frente zapatos. vez sobre el escritorio de caoba. Fue mayor el susto al dolor que la despertó, pero mayor el eco que se dejó escuchar en toda el aula. Rápidamente Ivana buscó en el rojo de las losetas su rosario, pero lo encontró rodando entre las pecas que goteaban las manos de la hermana Martina, quien la miraba con unos ojos ultramar, casi transparentes, duros. —Sumaya, acompañe a la señorita al baño, que se lave el rostro con agua helada y llévela a mi oficina, que me espere allá — resonó la hermana. Pero Sumaya no tenía rostro de maestra, ni de monja, ni de alumna, de museo tal vez, pero allí no. Ella, de cabello oscuro recogido con una diadema, vestido índigo por debajo de la rodilla y una cruz dorada en el pecho, se acercó desde la puerta hasta el pupitre. Siguiéndole los pasos, la adolescente puso sus ojos en la nuca de la novicia, buscando algo en la piel, en los vellos del cuello, algo que encontró en el cierre de su vestido, ligeramente abierto sobre la más modesta de las pieles. Ivana pensó que seguro podría sumergir su nariz en la elegante abertura, nadar y salir perfumada a óleo consagrado. Era el sueño -pensó-, no lo recordaba, fue tan agresivo que le había arrebatado la memoria y ahora, la coherencia, la vergüenza. Observaba con pupilas dilatadas la piel de una «novia de Dios», si ellas eran santas, libres de pecado, de perversión; Ivana quería lo mismo.

—No es tan grave, a todos nos ha ganado el sueño —dijo Sumaya al pie de la puerta del baño. Frente a los fregaderos, Ivana observó en el espejo cómo ella se miraba los zapatos, se tocaba el pecho, cómo entre sus ropas pasaba las manos, las yemas, hasta sacar un pequeño rectángulo celeste; lo agitó, lo llevó a su boca e inhaló como si fuera la primera vez. Esos tristes segundos se pintaron en el fondo del cráneo, al borde de la raíz de su cabello, llenando el vacío que le había dejado el sueño esa mañana. Pensó en Sumaya y su primer ataque de asma en la primaria, imaginó las veces que habría usado un inhalador: después de correr, antes de un examen, ¿cuántos habría tenido? La imaginó usándolo después de una pelea con su madre, cuando le dijo que quería entrar al convento. Quiso ser esas lágrimas, derramarse en el suelo y mancharle los zapatos. Ahora, seguro, junto a su cama, en la cómoda, tendría solamente una biblia de lomo verde, un rosario, tres pares de calcetines y dos inhaladores más. Abrió las dos llaves del fregadero, el agua le quemó los dedos, le perforó con agujas las palmas, le dolía, pero más sufría por culpa de su imaginación. Se llevó el agua a la cara, una y otra vez, sumergida en el helado que tenía en las manos, quería limpiarse cuerpo entero, que el agua se llevara la vida de Sumaya de su rostro, que se llevara el pecado, la perversión. Quiso lavarse los ojos, las pupilas y el iris hasta que el color le goteara por la cara, pero en el mármol del fregadero vio correr a una Sumaya vestida de hábito, otra ella dudando por las noches. Se talló él rostro con tal fuerza que se dejó rojas las mejillas y entumida la nariz. Rezó por el perdón de Dios, rezó para limpiar todo, por olvidar, por caer en el olvido, en el sueño.

EX-LIBRIS EROS

El burro piensa tres días después de muerto.

Ivana se había perdido entre los coros de sus compañeras después del cuarto misterio. Ave María, madre de Dios… Dios te salve, María… Respondía con fuerza sobre el resto de las voces, la hacía sentir más grande, gigante, eterna.


ómic

Ilustración: Julián David Jiménez Ariza




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