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El poema y la canción de Washington Carrasco

CON WASHINGTON CARRASCO Y CRISTINA FERNÁNDEZ

El poema y la canción

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Cristina Fernández y Washington Carrasco se conocieron en los años setenta. En 1976 echaron a rodar un dúo que hoy tiene acumulado trece discos editados y que se apresta a celebrar sus 45 años con un recital en el teatro Solís.

Por Mauricio Rodríguez

En los difíciles tiempos de 1976, Cristina Fernández participaba de un espectáculo en la Alianza Francesa llamado Inti Canto, que era dirigido por Washington Carrasco. Entre ensayo y ensayo, decidieron armar un dúo que solo se identificara con sus propios nombres. Comenzaron a presentarse en el circuito musical de Montevideo y el interior, y en 1980 editaron su primer disco, De puerta en puerta. Desde entonces, no dejaron de hacer música aquí y en el exterior. Publicaron un libro con su historia artística, compartieron escenario con los referentes de la música popular de Uruguay y también con varios músicos del exterior. Y ahora se aprontan a festejar tanta música en el Solís. ¿En qué sienten que ha cambiado hacer música desde aquel inicio y en qué sigue igual? C. Fernández. Cambió porque cambiamos nosotros también. Cambia la vida y cambia todo. Lo que sí me parece que queda dentro de nosotros es siempre tratar de tener un compromiso con lo que hacemos, sobre todo en la elección de los textos que cantamos. Es algo que sentimos en cada momento de estos 45 años. Aunque también pasa que todo se renueva y quiere decir otras cosas. Tal es así, que hay canciones que no las cantamos porque ya para esta época no son, aunque nos encantan. Porque nosotros siempre, por suerte, hemos cantado lo que nos gusta. Siempre. Nadie nos dijo qué cantar. Siempre nos mantuvimos en una línea donde nos tenía que gustar a nosotros, para poder sentirlo y así expresarlo. Creo que es eso, siempre el compromiso de mantener la belleza de la palabra, que es lo que buscamos a través de la poesía. Es el camino que elegimos. W. Carrasco. Sí, es como dice Cristina. Cambiamos estéticamente muchísimas veces porque arrancamos, digamos, con una estética muy de corte folclórica. En nuestro primer espectáculo de 1976 tocábamos charango, bombo, etcétera. Yo ya venía haciendo más o menos algo parecido, entonces de ahí para acá hemos pasado por todo, porque al ir cambiando de músicos cada cual viene con un aporte nuevo. Así empezamos a tocar en los primeros discos, y luego tuvimos un grupo con el que íbamos por todos lados con Fernando Yáñez a la cabeza. Estaba también Sergio Faluótico. Empezamos a ir a Buenos Aires y allá grabamos dos discos en la RCA Victor. CF. Porque generalmente trabajamos bajo la dirección de Washington. Trabajamos como un taller con los músicos, cada uno aporta. Y después, claro, está lo que dice el maestro. Comenzaron en un momento muy particular de la historia del país. 1976 fue la época más oscura de la época oscura. ¿Cómo fue hacer música en ese contexto de amenaza, presiones y censura? WC. Yo ya venía muy de atrás porque empecé a cantar en 1964 y entonces ya sabía lo que era eso. Incluso había estado preso por cuestiones sindicales en la Base Aérea Nº 1 de Carrasco. Un mes y pico estuvimos ahí en el 68. ¡Ya venía domadito! [Risas]. Y entonces sí, hubo prohibiciones, esas estupideces que se hacían. Por ejemplo, dejar cantar a Cristina, pero no dejarme cantar a mí. Pero era peor todavía porque se ponía una silla vacía, con una guitarra arriba, iluminada, entonces la gente ya se daba cuenta de mi “ausencia”. CF. Esa época era muy rara porque estábamos haciendo un espectáculo en un teatro, pero cuando salíamos a cantar en clubes o cuando éramos muchos cantores, prohibían a Washington. WC. El único lugar en el que me dejaron actuar, que por suerte fue donde hicimos un espectáculo maravilloso, fue en el Teatro del Centro. Ahí se ve que me tenían “controlado”. Hicimos temporadas de siete meses cada espectáculo.

En ese momento la música popular tenía una función de denuncia social. CF. Sí, totalmente. Estaba todo ese lenguaje entrelíneas siempre, con la gente que era muy cómplice. WC. En esos espectáculos en Teatro del Centro terminábamos y salíamos a saludar. Siempre a sala llena. O sea, mirá lo que te estoy diciendo: temporadas de siete meses de viernes, sábado y domingo a lleno. Eran unas doscientas personas por función, son seiscientas por semana. Y la gente salía y decía “Gracias, porque mi hijo está adentro”, o “A mi hijo lo mataron”. Entonces eso te da una... [piensa] como una fuerza.

¿En algún momento tuvieron miedo? ¿Recibieron alguna amenaza? CF. Sí, hubo algún momento en el que fueron a la casa de Washington. WC. Un día fui a Maldonado y Convención, donde estaba Inteligencia. ¡Qué atrevido! Me habían prohibido y muy inconscientemente fui y les dije “¿Por qué me prohíben a mí?”. Y me dicen “Espere un momento. Venga el jueves y tráigase una libretita que le vamos a decir por qué”. La tengo ahí todavía. Fui y sabían todo sobre mí. Me dijeron “En el año sesenta y tantos fue a Chile y trató con Fulano. Y se reunió con este y este”. Y dicen “Si quiere hay más”. Y les dije “No, no, está bien” [risas].

CF. Además era una época muy difícil, porque había como una dualidad en el sentido de que, a la vez, era todo muy fermental. Porque eran casi todos contra la dictadura. No había blancos, colorados ni nada. Era todo el mundo y eso fue fantástico. Pero como una dualidad porque había tanta tristeza, tanto dolor ‒yo tenía a mi hermana exiliada‒ pero al mismo tiempo fue como un aluvión creativo. WC. Nos prohibieron en Treinta y Tres un par de veces. Íbamos muchísimo al interior, nacimos prácticamente en el interior. Y nos prohibieron. Al poco tiempo vino la democracia. Asumió el intendente blanco Goñi, que nos hizo un almuerzo de desagravio porque nos habían prohibido. Recuerdo que cantamos en la iglesia. ¿Qué momentos recuerdan especialmente de estos 45 años, los más emocionantes arriba del escenario? CF. Creo que lo mismo que va a decir Washington: la noche anterior al acto del Obelisco, en 1980. Esa noche desproscribieron a Los Olimareños, a Alfredo Zitarrosa. En ese entonces teníamos un espectáculo donde hoy es La Trastienda, que era el cine Miami. WC. Estaban dando una película y después venía el espectáculo nuestro. La gente no podía entrar porque estaban dando una película y ya habíamos arreglado para tocar. La fila de gente llegaba hasta la calle Paysandú. ¡Fue impresionante! Llevé canciones de Zitarrosa, de Los Olimareños y las empezamos a pasar. La gente entraba aplaudiendo porque estaban sonando canciones de ellos... Tengo recuerdos de varias emociones grandes. El espectáculo en el Solís, por ejemplo. CF. Estaba lleno. La gente se paró cuando entramos. Estábamos los dos y me puse a llorar, lo cual nunca me había pasado. Salir al escenario y que te pase algo así... El que hice en noviembre del año pasado me hizo emocionar mucho porque salí y ahí estaba la gente, a pesar del aforo que había. Todos con tapaboca y cantando mi cumpleaños. Fue divino. WC. Otra vez me pasó que me quedé mudo en el Velódromo. Estaba completamente lleno, era un acto de canto popular. Toda la gente empezó a cantar y a saltar y me vino una cosa que no podía cantar de la emoción por ver a toda la gente cantando.

¿Qué es lo bueno y lo malo que tiene ser una pareja de artistas que tienen proyectos en común y a la vez cada uno tiene su propio recorrido artístico? WC. Como siempre dice Cristina, no conocemos otra forma de vida. A esta altura ella ya prácticamente adivina lo que estoy pensando. Es complicadísimo [risas].

Es así. Una vuelta un tipo nos dijo “Ustedes tienen telepatía”. A veces estoy acá y estoy pensando una cosa y baja Cristina y me dice “Podríamos hacer tal cosa”, la miro y es lo que yo estaba pensando. Siempre estamos armando cosas. De aquella época recuerdo espectáculos, de empezar con aquello o lo otro y que no hubiera incompatibilidad. Para nada. A veces nos agarramos de los pelos por un tono [risas]. Tipo “Me queda alto” o “Me queda baja aquella canción”. Cosas así, pero después es la vida. Es nuestra vida. CF. Es así. No conocemos otra forma de trabajo y además nos gusta que cada uno crezca en lo que es. Por ejemplo, yo hice ese disco último y ese espectáculo, y Washington siempre estuvo detrás de lo que yo hacía. O él pinta y yo soy la más crítica de lo que hace [risas]. La idea es que cada uno crezca en su camino, pero siempre la base nuestra es el dúo. Eso es el cerno, digamos.

Hoy la presencia de la mujer en el escenario está mucho más aceptada y es algo natural, pero en aquellos tiempos era mucho menos visible... WC. No había. CF. Yo no me daba cuenta. Pero en un momento dije “Soy la única en festivales”. Había alguna que cantaba sola o acompañada por alguien, pero si no, no había... Estaban las cantantes de tango maravillosas como Olga Delgrossi, Elsa Morán o Nancy de Vita, pero dentro de la música popular era muy poquito. Un día dije “Pero entonces yo estoy cantando porque está Washington, si no, no me llamarían”. Bueno, por suerte enseguida o casi enseguida empezaron a surgir mujeres maravillosas, cantantes, compositoras, etcétera. Hoy creo que hay más, por suerte, aunque no sé si en los festivales. ¿En qué ha cambiado la música popular? ¿Cómo ven la música popular de hoy? WC. Creo que está en una búsqueda todavía. Como empezamos nosotros, que nos dimos cuenta de que no teníamos canciones y letras nuestras. Hay gente que está haciendo las cosas muy bien. En aquella época salíamos un poco “al toro”, a pelearnos con lo que hubiera y con lo que teníamos. Pero ahora la gente se prepara más, estudia, tienen unas posibilidades increíbles que nosotros no teníamos. Por ejemplo, si queríamos tener una canción, pedíamos el disco y lo debíamos grabar en casete y luego devolverlo [risas]. Creo que hay gente que está haciendo las cosas muy bien y también gente que está ahí. En otra época también salió un malón de gente a cantar, porque con decir “la estrella de cinco puntas” y “libertad” ya estaba. Pero la gente no es boba y cuando se pudo quedamos los que más o menos éramos serios. Y estaban los Larbanois-Carrero, Los Zucará, Los Olimareños. Cada cual tenía lo suyo. Todos tienen cosas diferentes, pero todos tienen algo común, es lo que le da esa seriedad. CF. Y también una identidad.

Respecto a los discos, que son algo así como hijos, ¿cuáles tienen un valor especial para ustedes? WC. Para mí es Habrá un mañana. Es un disco, el primero, que grabamos en Argentina por el momento que estábamos viviendo. Además ahí está prácticamente como una columna vertebral de lo que somos, hay canciones que permanecen... ‘El enamorado y la muerte’, ‘La era está pariendo un corazón’. CF. Nosotros actuábamos y grabábamos mucho allá. Vivimos cinco meses en Argentina y cinco meses en Uruguay. Y los otros dos meses en el Vapor de la Carrera [risas]. Nos encantaba... Ese disco fue especial. También un disco que fue especialísimo y se editó en Japón, fue el único que salió en los tres soportes: casete, en Long Play y CD. El primer CD que hubo de canto popular. Como al mes salió Jaime Roos con Seleccionado. Dentro de los discos que tengo en gallego también hay especiales. Hay uno, sobre todo, que me gusta, que se editó allá en Galicia, Unha terra, un pobo e una fala (una tierra, un pueblo y un habla). Ese disco me abrió las puertas para ir a Galicia y que me conocieran más.

¿Acostumbran escuchar canciones de aquellos tiempos? CF. No. ¿Sabés lo único que hacemos, pero lo hacemos como cábala? Todos los fines de año, durante todo el día, cada 31 de diciembre, ponemos nuestros discos para tener trabajo el próximo año [risas]. D

Mauricio Rodríguez. Periodista, gestor cultural y técnico en Comunicación Social. Ha colaborado en medios de prensa, radio y televisión. Tiene varios libros publicados, los más recientes son: Zelmar Michelini, su vida. La voz de todos (2016, Fin de Siglo) y Una vida en el pretil (2017, Planeta).