La risa, remedio infalible

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remedio infalible

Reírse, la mejor medicina Una antología, para morirse de risa, de los mejores chistes, citas, anécdotas y caricaturas de la revista

Buenos Aires • Madrid • México • Nueva York


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LA RISA, REMEDIO INFALIBLE Corporativo Reader’s Digest México, S. de R.L. de C.V. Departamento Editorial Libros EDITORES: Arturo Ramos Pluma y Cecilia Chávez Torroella TÍTULO ORIGINAL:

Laughter, the Best Medicine, © 2006 Reader’s Digest Association, Inc.

Edición en español propiedad de Reader’s Digest México, S.A. de C.V. preparada con la colaboración de las siguientes personas: Patricia Elizabeth Wocker y Federico Guzmán Federico Guzmán, Laura Manríquez, Miguel Quintero, Carlos Ramírez ADAPTACIÓN: Federico Guzmán CORRECCIÓN DE ESTILO: Patricia Elizabeth Wocker LECTURA DE PRUEBAS: Carlos Ramírez DISEÑO Y PREPRENSA DIGITAL: Zuemmy Antón COORDINACIÓN GENERAL: TRADUCCIÓN:

Los créditos de las páginas 303 y 304 forman parte de esta página. D.R. © 2007 Reader’s Digest México, S.A. de C.V. Av. Prolongación Paseo de la Reforma No. 1236, piso 10 Col. Santa Fe, Delegación Cuajimalpa C.P. 05348, México, D.F.

© 2007 Todos los derechos reservados para la versión argentina. Reader’s Digest Argentina S.R.L. EDITOR:

R.D. Weigandt Graciela Battauz

REVISIÓN Y CORRECCIÓN:

Leonardo Schiano Naranja Diseño - www.naranjadiseno.com.ar

SELECCIÓN Y ADAPTACIÓN DE CHISTES PARA LA EDICIÓN ARGENTINA: DISEÑO, MAQUETACIÓN Y PRE-PRESS:

Derechos reservados en todos los países miembros de la Convención de Buenos Aires, de la Convención Interamericana, de la Convención Universal sobre Derechos de Autor, de la Convención de Berna y demás convenios internacionales aplicables. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación o transmitida en ninguna forma o por ningún medio, sea electrónico, electrostático, cinta magnética, fotocopiado mecánico, grabación o cualesquiera otros, sin permiso por escrito de los editores. Visite www.selecciones.com Envíenos sus dudas y comentarios a editorial.libros@readersdigest.com Esta primera edición se terminó de imprimir el 15 de diciembre de 2007 en los talleres de Leo Paper Products Ltd. 7/F Kader Building, 22 Kai Cheung Road, Kowloon Bay, Kowloon, Hong Kong, China. La figura del pegaso, las palabras Selecciones, Selecciones del Reader’s Digest y Reader’s Digest son marcas registradas.

ISBN 978-968-28-0418-2 Editado en México por Reader’s Digest México, S.A. de C.V. Impreso en China Printed in China


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Introducción Doctor: Le tengo que dar dos noticias: una mala y otra peor. La mala es que le quedan 24 horas de vida. Paciente: ¿Ésa es la mala? ¡Vaya! ¿Y cuál es la peor? Doctor: Que lo he estado tratando de localizar desde ayer. Cuando lo publicamos en Selecciones, este chiste provocó la risa de millones de personas. Sin saberlo, al tiempo que sonreían, nuestros lectores estaban tomando una pastilla para la salud, pues a decir de médicos y científicos, la risa reduce el estrés, regula la presión arterial, fortalece el sistema inmunológico, optimiza el funcionamiento del cerebro e, incluso, protege el corazón. Tal vez por todos estos motivos una persona promedio se ríe 17 veces al día. Al reflexionar sobre la relación entre el humor y la salud se llega, inevitablemente, a tres conclusiones: tenemos algo así como un órgano de la risa, el sentido del humor es contagioso y las carcajadas se transmiten entre personas con la velocidad de una epidemia. El humor también es un remedio para sobrellevar los pequeños problemas de todos los días, como las torpezas que uno comete en y con las computadoras. En este último caso sólo existen dos opciones: enfurecerse o reírse de uno mismo, y de pasada, burlarse de la computadora, que parece ser capaz de notificarnos:

ERROR: No se encuentra el teclado; pulse cualquier tecla para continuar. PULSE cualquier tecla; no, no, no, ¡ésa no! PULSE cualquier tecla para continuar o pulse cualquier tecla para apagar el equipo. Teclee un número primo de 11 dígitos para continuar. Estrelle la frente en el teclado para continuar.

El humor es tan útil y práctico que hasta puede ayudar a resolver temas polémicos y escabrosos, como por ejemplo: “Mientras haya exámenes, los estudiantes de las escuelas seguirán rezando”.

Y cuando tenemos miedo de algo, lo mejor que podemos hacer es tomarlo con sentido del humor. Supongamos que debe someterse a una cirugía. Usted está asustado. Está preocupado. No sabe si lo soportará. Consciente de su estado de ánimo, su mejor amigo lo toma del brazo y le dice que no se preocupe, a menos que escuche alguna de las siguientes frases durante la operación:

“Mejor no uses ese instrumento; lo vamos a necesitar para la autopsia”. “¿Adónde vas? ¿Por qué te vas con sus riñones?” “¡No puede ser! Se me acaba de caer mi reloj adentro de su estómago”. “¡No entiendo nada! Si eso es su páncreas, ¿entonces qué es esto?”

Reader’s Digest siempre ha creído en el poder del humor. Nuestra ya célebre sección “La risa, remedio infalible” ha aparecido en la revista Selecciones durante más de medio siglo. A lo largo de este tiempo hemos publicado más de 100 mil chistes, citas y anécdotas gracias a las más de 20 millones de personas que nos las han enviado. Cada mes recibimos más de 35 mil propuestas y hemos desembolsado más de 25 millones de dólares para remunerar a nuestros sonrientes colaboradores. Nunca fue nuestra intención entrar al campo de la medicina, pero la ciencia insiste en colocarnos en él, y, para ser sinceros, la idea nos encanta.

LO S E D I TO R E S

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d n o t o i n e C De torpes y torpezas

Los tiempos modernos

En el trabajo

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Ponga a un grupo de adultos juntos y pídales que lleven a cabo una tarea útil y con cierto sentido; ya verá que, durante el proceso o al obtener el resultado, se llevará una gran sorpresa.

La vida de hoy, con todas sus ironías, sus sinsentidos y sus maravillas nos desconcierta, nos intriga y, en ocasiones, nos sobrepasa.

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El mundo de los niños 53 Son inocentes, serios e involuntariamente cómicos: lo que dicen no tiene precio, lo que hacen siempre resulta inesperado y las preguntas que formulan siempre nos desconciertan.

79 La gente comete tonterías, y entre más tontas sean, más graciosas resultan. Aquí encontrará los malentendidos lingüísticos, las metidas de pata sociales y las torpezas mecánicas de los que todos nos reímos, siempre y cuando, por supuesto, no seamos los protagonistas.

Envejecer con (in)dignidad 105 ¡Acéptelo! Los años no le sientan bien a nadie, y cuanto antes lo acepte, y tome cartas en el asunto, mejor para usted.


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La guerra de los sexos

En el Arca de Noé

Amén

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Dicen que si se mezcla el amor con la risa y la guerra lo que se obtiene es el matrimonio. A pesar de que lo han intentado durante milenios, el hombre y la mujer aún no acaban de conocerse, pero, al menos, intentarlo resulta muy divertido.

Los perros, los gatos y muchos otros animales se han convertido en nuestros compañeros de todos los días. Y como buenos compañeros, más de una vez nos hacen sonreír.

Un señor se estaba confesando y entonces le dice el cura… Lo que viene después puede acabar siendo un chiste, así que, siempre con respeto, ¡a reír se ha dicho!

Una dosis de humor 157 El humor es la mejor medicina, y, además, ¡no provoca efectos secundarios! Nada tan saludable como reírse de los doctores, de nuestros cuerpos y sus padecimientos y de nuestros intentos desesperados por conservar la salud… y la forma.

Las leyes de la risa 205 La ley siempre está de su lado, salvo que usted esté en contra de ella... Los enredos de los abogados y policías más de una vez concluyen en una sentencia inapelable: la risa.

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Juegos de palabras 257 El lenguaje sirve para comunicarnos y, de vez en cuando, también para confundirnos. Y para reírnos. Y para burlarnos de nosotros mismos. Y para decir mucho más de nuestra esencia de lo que podemos creer.

Punto final 275 Para cerrar con broche de oro, algunos chistes que harán sonreír hasta el rostro más frío y algunas de las frases célebres más divertidas de la historia.


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—El empleado que lo va a reemplazar quiere saber exactamente en qué va a consistir su trabajo; ¿le podría explicar qué es lo que ha estado haciendo aquí durante todos estos años?


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En el trabajo

— LEAH BEACK

n maestro mayor de obras que tiene a su mando a 10 albañiles holgazanes decide un día ponerlos a trabajar. —Tengo una tarea muy fácil para el más perezoso de ustedes —les anuncia—. Levante la mano el más haragán. Nueve alzaron la mano. —Y tú, ¿por qué no la levantaste? —Porque me cuesta demasiado trabajo.

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— ELIZABETH MUSIALEK

lgunos de mis compañeros de trabajo y yo decidimos retirar el pequeño buzón de sugerencias de nuestra oficina porque casi nadie dejaba mensajes. Pusimos el buzón arriba de un estante metálico de dos metros de alto y muy pronto nos olvidamos de él. Meses después, cuando movieron el buzón de ahí durante un trabajo de remodelación, encontramos un pedazo de papel dentro. La sugerencia decía: “¡Bajen el buzón!”

A

— FRANK J. MONACO

oy disléxico y por eso asistí con un amigo a una conferencia sobre este trastorno. Los oradores nos pidieron que compartiéramos con el grupo alguna experiencia personal. Les dije que el estrés agrava mi problema, y esto hace que invierta palabras y letras si estoy muy tenso. Cuando terminé de hablar, mi amigo se acercó a mí y me murmuró al oído: —Ahora sé por qué le pusiste Ana a tu hija

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— CHARLES JEHLEN

LETREROS ABSURDOS

staba de turno como médico en una sala de urgencias cuando llegó un hombre con su hijo; el chico se había metido una de las ruedas de su camión de juguete en la nariz. El hombre estaba muy avergonzado, pero yo le aseguré que esto era algo que los niños solían hacer. Rápidamente retiré el objeto de la nariz del pequeño y ambos se marcharon. Unos minutos después, el hombre regresó a la sala y pidió hablar conmigo en privado. Desconcertado, lo conduje hasta una sala de auscultación. —Cuando íbamos de regreso a casa —empezó a contarme— estaba mirando esa ruedita y preguntándome cómo le había hecho mi hijo para hacer que tal objeto se le atorara en la nariz y… Sólo me tomó unos cuantos segundos sacar la rueda de la nariz del hombre.

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Humor eterno

de los

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Un conocido mío fue contratado como asistente de investigación en el Departamento de Física de una universidad de la costa oeste; su misión era indagar las propiedades termodinámicas de la madera. Dos semanas después de empezar a trabajar, recibió la visita de un vendedor de enciclopedias que le explicó que la adquisición de una de estas obras le daba derecho al comprador a recibir respuesta a tres preguntas especiales. Para ahorrarse un montón de trabajo, el investigador compró la enciclopedia y estipuló que, para su primera pregunta gratuita, le enviaran una disertación completa sobre las propiedades termodinámicas de la madera. Tres semanas después, el jefe del departamento mandó llamar a su asistente y le dijo: —Tenemos la petición de una compañía de enciclopedias. Uno de sus clientes ha pedido un informe completo sobre las propiedades termodinámicas de la madera. Por favor, prepara el informe para ellos. — JOHN F. MELLOR

En la parte inferior de una factura que cubría los servicios de un funeral decía lo siguiente:

“Gracias. Vuelva cuando quiera”. — CARMELA A. HENRIQUEZ

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dio la idea de que me metan cuchillo, así que me preocupé terriblemente cuando el doctor me dijo que debía extraerme las amígdalas. Más tarde, la enfermera y yo estábamos llenando un formulario para el hospital. Estaba tan nervioso que no podía ni hablar. La enfermera dejó a un lado el cuestionario, tomó mis manos entre las suyas y dijo: —No se preocupe. Su operación es muy sencilla. —Tiene usted razón, soy un tonto —dije, sintiéndome aliviado—. Siga por favor. —Bien. Ahora dígame usted —continuó la enfermera—, ¿ya preparó su testamento ?

una penalización de 25 dólares por persona si cambiaba la reservación. —Ah, eso no es ningún problema —me dijo con desdén—. ¿Qué son 50 dólares?

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— ANNA ZOGG

stábamos de visita en la campiña irlandesa con un grupo de escritores de viajes, cuando pasamos por un inmaculado cementerio con cientos de maravillosas lápidas sembradas en un campo de un césped verde esmeralda. Todos tomaron sus cámaras cuando el guía del viaje dijo que el inventor de los crucigramas estaba sepultado ahí. Señaló la ubicación dando las coordenadas: —Tres vertical, cuatro horizontal.

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— E D WA R D L E E G R I F F I N

— STEVE BAUER

Mi esposo y yo trabajamos en una empresa que funciona en Internet, pero él vive, come y respira computadoras. Me di cuenta de su obsesión un día que le estaba rascando la espalda: —No, ahí no —trataba de dirigirme—. Baja el ratón un poco más. — C H R I S T I N E AY M A N

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n mi trabajo como agente de reservaciones de una aerolínea, un día recibí una llamada de un tipo que quería dos asientos para un vuelo, pero que no estaba satisfecho con el precio de 59 dólares por boleto. —Quiero la tarifa de 49 dólares que vi anunciada —insistió, y luego dijo que aceptaría un vuelo a cualquier hora del día. Logré encontrar dos asientos en un vuelo de las 6 de la mañana. —Lo tomaré —aceptó, pero tenía temor de que a su esposa le disgustara que el vuelo fuera tan temprano. Le advertí que había

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na de mis amigas, música de profesión, siempre ha sido optimista. Nada la deprime. Sin embargo, cuando desarrolló tinitus, una enfermedad auditiva que hace escuchar un zumbido en los oídos, me preocupó que eso la abrumara. Cuando le pregunté si su enfermedad era especialmente molesta para alguien que como ella se dedica a la música, movió la cabeza: —En realidad no —dijo alegre—. El zumbido que escucho está en Si bemol, así que lo uso para afinar mi violonchelo medio tono más abajo.

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— K AT H L E E N C A H I L L


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En el trabajo

os padres de familia suelen enojarse mucho cuando sus hijos no ingresan al colegio de su elección. Como orientador en materia de admisiones para una universidad, recibí la llamada de una airada mujer que quería saber por qué su hija había sido rechazada. Evité mencionar que en su expediente académico abundaban las calificaciones mediocres y sólo le explique que su hija no era lo suficientemente “competitiva”, en comparación con los chicos que habían sido admitidos. —¿Por qué no prueba a meterla en otra escuela durante este año? Ya el siguiente puede solicitar la transferencia —le sugerí. —¡Otra escuela! —exclamó la señora—. ¿Ha visto usted sus calificaciones?

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seguían insatisfechos. Cuando pude irme, corrí a la puerta y salí disparado para mi otro trabajo. Al llegar, un mozo me entregó de inmediato la primera orden. —Asegúrate de que estas papas con cebolla estén calientes —me dijo—, porque los clientes acaban de salir del restaurante de la otra calle diciendo que todo el tiempo se las sirvieron frías. — BILL BERGQUIST

iempre me he preguntado qué tipo de personal médico garabatea unas palabras en esos sujetapapeles que se dejan al pie de la cama de los enfermos. Los siguientes son algunos comenta-

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rios increíbles tomados de registros hospitalarios. “El paciente se negó a la autopsia.” “La paciente no tiene una historia previa de suicidios.” “No ha tenido escalofríos con fiebre alta ni sudor frío; sin embargo, su esposo reporta que la sintió muy caliente la noche anterior.” “Está entumecida de los dedos de los pies para abajo.” “La paciente tiene dos hijos adolescentes, pero no reporta ninguna otra anormalidad.” “Estatus del alta: vivo pero sin mi autorización.” — W I L L I A M D. J . M U R P H Y

— S H A LO N D A D E G R A F F I N R I E D

urante una época trabajé como cocinero en dos restaurantes de comida rápida que estaban en el mismo barrio muy cerca uno de otro. Un sábado por la noche estaba por terminar mi turno vespertino en uno de esos restaurantes y me daba prisa para irme al otro. Pero me retrasé porque una mesa devolvía una y otra vez una orden de papas y cebollas doradas a la sartén, insistiendo en que estaban demasiado frías. Las reemplacé varias veces, pero los clientes

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—Haffner, hay un trabajo importante del que me gustaría que se ocupara: el suyo.

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i padre es un contador público calificado, pero no es muy bueno promoviéndose, así que cuando un vendedor de publicidad le ofreció poner un anuncio de su despacho en los carritos del supermercado, aceptó de inmediato. Pasó un año entero antes de que alguien le hablara en relación con el anuncio. —¿Contador público Richard Larson? —preguntó la persona que llamaba. —Así es —respondió—. ¿Le puedo ayudar en algo? —Sí —dijo la voz—. Uno de sus carritos de supermercado está en mi patio y quiero que venga a recogerlo.

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staba a la mitad de una reunión con un vendedor de fotocopiadoras, cuando de repente se puso a hablar de su esposa y de sus hijos, y de lo feliz que era con ellos. Me quedé muy sorprendida, pero lo dejé continuar. Sólo cuando me asomé debajo de la mesa entendí por qué me transmitía esta información personal. La pata de la mesa contra la cual me había estado rascando una comezón en el pie ¡no era para nada la pata de la mesa!

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— EILEEN GASKIN

Como obstetra, a veces veo raros tatuajes cuando trabajo en la sala de partos. Una vez me encontré con una paciente que tenía un tipo de pez tatuado en el abdomen. —Qué bonita ballena —le comenté. Con una sonrisa me respondió: —Antes era un delfín.

n sacerdote católico al que conocía fue un día al hospital a visitar a los pacientes. Se detuvo en el puesto de enfermeras; examinó cuidadosamente la lista de los pacientes y anotó los números de los cuartos de todos los que tenían la marca “Cat” escrito en una tinta llamativa junto a su nombre. Me dijo que ése había sido un gran error. Cuando le pregunté por qué, me respondió: —Sólo después de que hice el recorrido me percaté de que a todos esos pacientes se les había puesto un catéter.

oy oficial de policía y de vez en cuando estaciono la patrulla en áreas residenciales en espera de quienes rebasan los límites de velocidad. Un domingo en la mañana, estaba de vigilancia en una calle, frente a una entrada, cuando vi que un perro enorme trotaba hasta mi auto. Se detuvo y se sentó a unos pasos de mi ventanilla. Por más que traté de que se marchara dándole palmaditas en la cabeza, se rehusó a moverse de ahí. Después de un rato decidí irme a otro sitio. Me alejé de la entrada, miré por el retrovisor y entendí la razón por la cual el perro se obstinaba en quedarse en ese sitio. Rápidamente recogió el diario sobre el cual había estacionado la patrulla y diligentemente volvió con su amo.

i padre empezó a dar clases de administración en la prisión local por intermediación de una universidad de la comunidad. En su primera sesión nocturna, abrió con el tema de los bancos. Durante el curso de su clase, salió a relucir el tema de los cajeros automáticos y él dijo que, en promedio, la mayoría de esas máquinas no llegaban a contener más de 20 mil pesos. Justo entonces uno de los tipos de las filas de atrás alzó la mano. —No quiero parecer irrespetuoso —le dijo a mi padre—, pero el cajero que robé tenía como 100 mil pesos adentro.

— DENNIS SMYTH

— J E F F WA L L

— JENNIFER JOHNSON

— M AT T H E W L A R S O N

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— RON NORRIS

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—Gracias a la tecnología inalámbrica, puedo odiar mi trabajo casi en cualquier sitio donde me encuentre.


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urante los últimos meses de mi embarazo, llevé una almohadilla al trabajo para que la silla me resultara más cómoda. Una tarde volví de comer y encontré que habían empujado mi silla hasta la parte más alejada de la oficina. —Parece que alguien se ha sentado en mi silla —le comenté a una de mis compañeras. Con la vista en mi vientre, ella añadió: —También parece que alguien ha estado durmiendo en tu cama.

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temente había estado trabajando en Carrefour inició el anuncio diciendo: —Atención, clientes de Carrefour… Rápidamente se dio cuenta del error y con gran agilidad salió del problema añadiendo: —…están en el centro de compras equivocado.

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— RUTH MALLARD

xtractos de evaluaciones laborales reales. Espero que ninguna les suene conocida.

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• Trabaja bien bajo supervisión constante y arrinconado como una rata en una trampa. • Sus subalternos lo seguirían adonde sea, pero sólo por curiosidad y morbo. • No rebuzna, porque no alcanza el tono. • No tiene úlceras, pero las provoca. • Si ves a dos personas hablando y una de ellas parece aburrida, seguro que él es la otra persona. 36

— M AT T H E W P E R E N C H I O

—Tendremos que prescindir de sus servicios, pero confío en que caerá bien parado.

n mi trabajo de operador del 911 suelo hablar con gente en diversos estados de pánico. Un día llamó una mujer diciendo que un pariente suyo había sufrido una caída y que necesitaba ayuda. —¿Sabe usted qué causó la caída? —le pregunté. —No —respondió nerviosa la mujer—. ¿Qué fue?

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— R E B E C C A PA R K S

rabajo en un centro de compras donde cada noche, a la hora de cerrar, uno de nuestros representantes de servicios al cliente usa los altavoces para recordarles a los consumidores que nos visitan que deben concluir sus compras. Cierta noche, una mujer que hasta muy recien-

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uestra fotocopiadora se estropeó, así que pegué un aviso sobre ella: “Ya se llamó al servicio de reparación”. Cuando el técnico me dijo que tenía que ordenar algunas refacciones, añadí un segundo aviso: “Ya se pidieron las refacciones”. Durante los siguientes cinco días, mientras tuvimos que usar una copiadora más antigua y más lenta al otro lado del edificio, alguien pegó un tercer letrero en nuestra máquina: “Ya hemos elevado oraciones”.

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— JENNIFER HARRISON

n tipo llega tarde a su trabajo. El jefe le grita: —¡Tenías que haber estado aquí a las ocho y media de la mañana! El sujeto responde: —¿Por qué? ¿Pues qué pasó a las ocho y media?

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Cada vez que las empresas se fusionan, los empleados se preocupan por los despidos. Cuando vendieron la compañía donde trabajo, no fui la excepción. Mis temores parecieron justificados cuando en el sitio web de la firma apareció una foto del nuevo personal luego de la fusión. Al pie de la página se leía: “Se actualiza diariamente”. — DIANNE STEVENS

a tienda de peces donde trabajo tiene más de 20 años. Un domingo llamó un cliente que quería comprar una pecera grande. —A propósito, he gastado mucho dinero en ese negocio en los últimos años —dijo el hombre—, creo que merezco un descuento. —Lo siento, señor, sólo el propietario puede autorizar descuentos —le expliqué—, y él no viene hasta mañana. Cuando el cliente dijo que iría al día siguiente, le pregunté si había algo más en que pudiera ayudarlo. —Sí —me dijo—. ¿Dónde se ubica la tienda?

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No estábamos preparados para la respuesta de una joven recién casada que escribió: —Sí: pastillas anticonceptivas. — FRANCES BOWEN

a agencia de seguros para la cual trabajo tiene tratos con una asociación donde viven exclusivamente jubilados. Una vez, cuando llenaba una solicitud para el seguro de un auto de un cliente, le pregunté cuántos kiló-

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metros conducía al año. Me dijo que no sabía. —Bien, ¿manejará usted unos 10 mil kilómetros al año? —pregunté—, ¿o tal vez cinco mil? Dijo que eso le parecía mucho. —¿En qué mes estamos —preguntó. Le dije que en julio. —Tal vez esto le ayude — añadió—. La última vez que llené el tanque de nafta fue en el mes de febrero. — LY N N B E B E E

— D AV I D A . B I L L I N G TO N

ada nuevo paciente que viene a la clínica donde trabajo tiene que llenar un cuestionario con preguntas básicas sobre su salud e historia personal. Una pregunta a la que inevitablemente responden “No” es ésta: —¿Usa usted actualmente o ha usado alguna vez fármacos con fines de esparcimiento o para sentir placer?

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—Desde que el estilo en mi oficina cambió a atuendos informales, he estado sufriendo esta crisis de identidad. Mi duda es ¿seré todavía un traje? 37


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l vendedor de un gran supermercado sólo hizo una venta ese día, pero fue por la friolera de un millón y medio de pesos. Estupefacto por tal cantidad, el gerente le pidió que le explicara cómo lo había hecho. —Primero le vendí un anzuelo —dijo el vendedor—. Luego le vendí una caña de pescar y un carrete. Cuando descubrí que estaba pensando en irse a pescar a la costa, le sugerí que tal vez necesitaría una embarcación. Luego lo llevé al departamento de automotores y le vendí la camioneta todoterreno más grande que tenemos para remolcar el bote. —¿Le vendió usted todo eso a un tipo que vino por un anzuelo? —preguntó el jefe. —En realidad —dijo el vendedor—, él vino a comprar un frasco de aspirinas para la migraña de su esposa. Yo le dije: “Uy, ya se estropeó su fin de semana. Mejor váyase de pesca”.

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—Quiero ensayar algo, González; acérquese y haga como si me estuviera pidiendo un aumento de sueldo.

ierto día, el director de la orquesta en la que toco se mostró muy molesto con el desempeño de uno de los percusionistas. Varios intentos por hacer que el tambor sonara mejor fracasaron. Finalmente, frente a toda la orquesta, el director dijo con un tono de frustración: —Cuando un músico no sabe tocar un instrumento, se lo quitan, le dan dos baquetas ¡y lo convierten en tamborilero! De repente se escuchó un murmullo que provenía de la sección de percusiones: —Y si no sabe tocar el tambor, le quitan una de las baquetas y lo convierten en director de orquesta.

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— QUINCY WONG

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uando mi esposo, inspector de caminos de la provincia, fue en su vehículo a una clínica por un dolor en la pierna, decidió usar el servicio de valet parking, ya que así no tendría que caminar mucho. Viendo el auto, uno de los jóvenes choferes del valet le preguntó a mi esposo si era un vehículo oficial. —Por supuesto que sí —respondió mi esposo, sorprendido por la pregunta—. De hecho es una patrulla sin los logotipos. —¡Guau! —dijo el joven, deslizándose para tomar el volante—. Ésta es la primera vez en toda mi vida que me toca ir en el asiento delantero.

a mayoría de las personas se sentirían muy enojadas si la empresa donde trabajan fuera vendida y los nuevos propietarios trajeran a sus propios trabajadores para reemplazarlos. No es el caso de nuestro vecino Andy. —Ya sabemos qué sucede —dijo en tono filosófico—. Cada circo trae consigo a sus propios payasos.

— PAT T Y A N N H E I N E M A N N

— CHRIS GULLEN

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i esposa y yo tenemos un pequeño restaurante donde a menudo bautizamos las especialidades con el nombre de nuestros empleados. Tenemos, por ejemplo, platillos como “Pollo Tony”, pues la receta nos la dio el hombre que trabaja lavando los platos; “Costillas Rod”, por un mesero que tenía su estilo personal de hacer la barbacoa. Una noche, después de volver a revisar el menú, rompí la tradición y cambié la descripción del especial al que habíamos bautizado como nuestra chef. A pesar de su talento y excelente reputación, pensé que una entrada llamada “Salmón Ela” no tendría mucho éxito con nuestros clientes.

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— BRETT LEHIGH

l hombre que hacía todo tipo de trabajos en casa de Hal no era el más rápido del mundo; pero cobraba barato. Y como a Hal le encantaba pagar poco, lo contrató para pintar su porche por 80 pesos. —Eres un agarrado —le dijo su esposa—. ¡Nuestro porche abarca la mitad de la casa! Estará aquí trabajando durante días —Hal simplemente sonrió. Una hora más tarde, alguien llamó a la puerta. El hombre ya había terminado. —¿Cómo pudo hacerlo tan rápido? —le preguntó Hal. —Fue muy fácil —respondió el trabajador—. Ah, por cierto, es un Ferrari, no un Porsche.

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Humor eterno

de los

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Uno de los relatos favoritos entre los que procesan películas a color es el del negativo de un caniche que una mujer llevó a un laboratorio de revelado. Cuando la foto se imprimió, el perro salió verde. Imaginando que tenía que haber algún error en la distribución de los colores, un problema común en los procesadores de color, el laboratorio repitió el proceso una y otra vez, hasta que consiguieron que el perro saliera en un tono como bronceado. La mujer que había mandado el negativo se puso furiosa cuando vio la foto del perro bronceado, pues, según informó al laboratorio, le había teñido el pelo de verde. — DONALD M. SCHWARTZ

na mujer, cansada de que su marido llegue todas las noches borracho a su casa, decide darle un susto para que escarmiente. Una noche, cuando el esposo todavía no regresa de la juerga, se disfraza de diablo y lo espera en silencio en la oscuridad. Apenas escucha girar la llave de la puerta, la esposa se prepara y en cuanto el hombre alcoholizado entra, la esposa lo mira fijo y le grita: —¡He venido a llevarte! El hombre mira con tranquilidad y responde: —Me da lo mismo... ¡Hace veinte años que vivo con tu hermana!

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— M A R Í A F LO R E N C I A B A D A N O

i marido y yo llegamos a la agencia de automóviles a recoger nuestro auto nuevo, pero nos recibieron con la noticia de que se les había quedado cerrado con las llaves adentro. Fuimos al departamento de servicio, donde un mecánico estaba tratando de abrir la puerta del lado del conductor. Instintivamente me dirigí a la puerta del copiloto y, voilà, estaba abierta. —Oiga —le grité al mecánico— ¡Está abierta! —Ya lo sé —me contestó él—. Ya la había abierto, ahora estoy tratando con ésta.

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— BETTY M. PHILLIPS

e dedico a dar asesoría en desarrollo personal y profesional y una mañana, cuando un cliente potencial llamó para pedir una cita, le pregunté qué quería obtener exactamente con las sesiones. —Claridad —me respondió con gran aplomo. —¿Y en qué aspectos está usted buscando obtener claridad? —traté de explorar. —Bien —me dijo en un tono menos seguro que al principio—, en realidad no lo sé.

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— SHANA SPOONER

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CITAS CITABLES

La pieza que rechina puede ser la que lleve más aceite, pero también es la primera que hay que reemplazar.

Nadie es famoso si mi madre no lo conoce. — J AY L E N O

— M A R I LY N VO S S AVA N T, Of Course I’m for Monogamy (St. Martin’s)

El césped puede ser más verde del otro lado, pero es igualmente difícil de cortar. — LITTLE RICHARD

Un pavo real que no despliega sus plumas no es más que un pavo. — D O L LY PA R TO N

Cuando trabajaba como repartidor de periódicos, siempre intentaba no darle a los arbustos pero sí atinarle al porche. Fue ahí cuando aprendí por primera vez la importancia de la precisión en el periodismo. — C H A R L E S O S G O O D, Defending Baltimore Against Enemy Attack (Hyperion)

Tienes que ser original, porque si eres como cualquier otra persona, ¿para qué te necesitarían?

Cuando la gente pregunta si yo mismo filmo mis escenas peligrosas, siempre respondo: “No lo hago a propósito”.

— B E R N A D E T T E P E T E R S , en Inside the Actors Studio (Bravo)

Si alcanzas a ver el tren, es que es muy tarde para que te subas en él. — JAMES GOLDSMITH

— B I L LY B O B T H O R N TO N


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os médicos estamos acostumbrados a recibir llamadas a cualquier hora. Una noche, un hombre al que conocía llamó y me despertó. —Lamento molestarlo a estas horas —dijo—, pero creo que mi esposa tiene apendicitis. Todavía medio dormido, le recordé que le había extirpado el apéndice inflamado a su esposa un par de años atrás. —¿Ha escuchado de alguien que tenga un segundo apéndice? —pregunté. —Tal vez no haya usted escuchado nunca de un caso de segundo apéndice —respondió—, pero seguramente si habrá oído hablar de casos de una segunda esposa.

L

uestro sobrino se casó con la hija de un médico. En la recepción, el padre de la novia se levantó para brindar y leer unas palabras que había garabateado en una hoja de papel. Varias veces durante su discurso hizo algunas pausas, supuse que abrumado por un momento de profunda emoción. Pero después de un silencio particularmente prolongado, el hombre explicó: —Lo siento, parece que no logro entender lo que escribí. Alzó la vista para mirar al público y dijo: —Disculpen ustedes, ¿hay entre la concurrencia alguien que trabaje en una farmacia?

N

na cajera en el banco donde trabajo se percató de que un cliente estaba escribiendo algo en uno de los documentos que iba a depositar en la canastilla de transacciones. Cuando miró el contenido de la canastilla, ella alcanzó a leer “Esto es un robo”. La cajera entró en pánico, alzó la mirada para ver al hombre y le preguntó con voz titubeante: —¿Qué quiere? El cliente se dio cuenta del miedo de la cajera y de inmediato se disculpó. —Discúlpeme, lo siento mucho; ese mensaje no es para usted, sino para la compañía de luz.

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— JIM CHOMA

— TO N Y B E L M O N T E

— JAMES KARURI MUCHIRI

aminando por los pasillos de la secundaria donde trabajo, vi a un nuevo profesor interino parado fuera de su salón de clases con la frente apoyada en uno de los casilleros. Lo oí murmurar compungido: —¿Cómo te metiste en esto? A sabiendas de que le habían asignado un grupo difícil, traté de darle apoyo moral. —¿Está usted bien? —le pregunté—. ¿Le puedo ayudar en algo? Alzó la cabeza y respondió: —Estaré bien en cuanto logre sacar a este niño de su casillero.

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— H E L E N B U T TO N

—Buenas noticias, señor Hawkins. Las compañías han despedido a demasiados inútiles y ahora les hacen falta algunos. 41


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¿Cuántos quiroprácticos se necesitan para cambiar una lámpara? Sólo uno, pero hay que verlo varias sesiones. tula. Terminé preguntándole en un tono burlón: —Con ese golpeteo ¿mejora el sabor de los panqueques? —No —respondió—. Pero evita que se zafe el mango de la espátula.

—Tenemos que concentrarnos en la diversidad. Su objetivo, señorita, será contratar a gente que se vea diferente pero que piense como yo.

— NORMAN SMEE

uando una mujer que estaba en la fila llegó a la caja que atiendo en el Wal-Mart, sus compras ascendían a 200 pesos. —Es lo que tenía en la mano. Tiene usted que ser psíquica —bromeó. —Lo soy —le dije riéndome—. Sabía exactamente cuánto quería usted gastar. El siguiente cliente se detuvo y, mirándome burlonamente, sacó una moneda de 1 peso.

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ra el primer trabajo de nuestra entusiasta y nueva recepcionista, y esto se notaba en su forma de vestir: su atuendo atrevido decía a gritos “escuela” más que “oficina”. De la manera más diplomática que encontró, nuestro jefe la llamó a su oficina, le pidió que se sentara y le dijo que tendría que vestirse de un modo más apropiado. —¿Por qué? —preguntó ella—. ¿Me va a invitar a comer?

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— MELISSA MORSE

— C L A U D I A S M E L KO & M A R I O N A B E L

n jugador del equipo de fútbol de la universidad conocía mejor los vestidores que la biblioteca. Así que cuando una compañera de mi esposo encontró a la estrella deportiva dando vueltas por las estanterías con un aspecto confuso, le preguntó si podía ayudarlo. —Tengo que leer una obra de Shakespeare —dijo él. —¿Cuál? —le preguntó ella. —William —respondió, luego de dar un vistazo por los estantes.

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— S A N D R A J . YA R B R O U G H

n preso se lamentaba con otro: —A mí me encarcelaron por un error de juventud. —Pero ¡si tú no eres nada joven! —le dice su compañero de celda. —Yo no, pero mi abogado sí. Tiene 24 años.

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ientras andábamos de vacaciones, mi esposa y yo nos detuvimos a comer. Nos sentamos en la barra, exactamente junto a la cocina. El cocinero era un joven que estaba muy ocupado haciendo panqueques. De cuando en cuando se detenía y golpeaba la hornalla con el mango de la espá-

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LETREROS ABSURDOS

— BENJAMÍN BURBANO

Visto en la puerta de un taller de reparaciones:

REPARAMOS TODO TIPO DE COSAS. (Por favor toque a la puerta; el timbre no funciona.) — V I C TO R I A G O L D E N


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n amigo mío pidió trabajo como vendedor de seguros. En la solicitud de empleo se requería que anotara su “experiencia previa”, y él escribió “salvavidas”. Eso fue todo lo que puso. —Estamos buscando a alguien que no solamente venda seguros, sino que sea capaz de venderse él mismo —le dijo el gerente de Recursos Humanos—. ¿De qué forma diría usted que el trabajo de salvavidas pertenece al área de ventas? —No sabía nadar —respondió mi camarada. Le dieron el empleo.

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— T E D D C . H U S TO N

staba haciendo una inspección a la infraestructura de comunicaciones en Alaska. Como tengo poca experiencia volando en aviones pequeños, me puse nervioso cuando nos acercamos a una pista de aterrizaje en un área cubierta de nieve. El piloto descendió a unos 60 metros, luego aceleró los dos motores, ascendió y dio la vuelta. Mi corazón latía con fuerza, mientras que el pasajero de mi lado se veía tranquilo. —Me pregunto por qué el piloto no aterrizó —dije. —Sólo verificaba que la pista

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efectivamente estuviera despejada —respondió el hombre. Cuando hicimos un segundo acercamiento, me asomé por la ventana. —Parece que está limpia — dije. —No —respondió mi vecino de asiento—. Nadie la ha limpiado desde hace algún tiempo. —¿Cómo lo sabe? —le pregunté. —Porque —me informó el hombre— yo soy el encargado de manejar el vehículo quitanieves. — L AW R E N C E D. W E I S S

os directores corporativos son siempre una buena fuente de citas memorables. He aquí algunos ejemplos de la mediocridad que alcanza la cima.

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• A partir de mañana, los empleados sólo podrán ingresar al edificio usando tarjetas de seguridad individuales. El próximo miércoles se tomarán las fotografías y las tarjetas se les entregarán en dos semanas. • El correo electrónico no se utilizará para pasar información ni datos. Sólo se usará para asuntos de la compañía. • Este proyecto es tan importante que no podemos permitir que otras cosas importantes interfieran con él. • Sabemos que la comunicación es un problema, pero la empresa no va a discutir esto con los empleados. — E . T. T H O M P S O N

ientras revisaba simbología matemática con mis alumnos de segundo grado, dibujé un signo mayor que (>) y un signo menor que (<) en la pizarra y pregunté: —¿Sabe alguien qué significan estos signos? Nadie contestaba hasta que un niño muy seguro de sí mismo levantó la mano: —Uno significa avanzar —exclamó— y el otro es para regresar.

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— TERESA DONN

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—¿Usted quiere un salario o

beneficios sociales?


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un vendedor de una tienda de Nueva York le dolían constantemente los pies. —Son todos esos años de estar de pie —le dijo el médico—. Necesita usted unas vacaciones. Váyase a Miami, remójese los pies en el océano y pronto se sentirá mejor. Cuando el hombre llegó a Florida, fue a una ferretería, compró dos baldes grandes y luego se fue a la playa. —¿Cuánto quiere por dos baldes de agua de mar? —le preguntó al salvavidas. —Un dólar por balde —le respondió el tipo con cara seria. El vendedor le pagó, llenó sus baldes y se fue a su hotel; en su cuarto se remojó los pies. Se sintió mucho mejor, así que decidió repetir el tratamiento por la tarde. De nuevo le dio dos dólares al salvavidas. El hombre tomó el dinero y le dijo “sírvase”. El vendedor se dirigió hacia el agua, y ahí se detuvo sorprendido. La marea había bajado y el agua se había retirado: —¡Guau! —gritó y se volvió hacia el salvavidas—: ¡Qué negocio el suyo!

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Después de estar horas al teléfono con un cliente que tenía dificultades con un programa de computadora, un técnico de soporte de la empresa de cómputo de mi madre escribió en

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— CHRISTY NICHOLS

ace unos días, una clienta llevó a sus dos gatos a la veterinaria de mi esposo para su revisión anual. Uno era un rollizo y atigrado, mientras que el otro era un largo gato negro de pelo muy brillante. Ella puso mucha atención cuando coloqué a cada uno de ellos en la balanza. —Pesan casi lo mismo —le dije. —¡Eso prueba todo! —exclamó—. El negro te hace lucir más delgado; y las rayas te hacen ver más gordo.

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— S U SA N DA N I E L

su informe: “El problema se sitúa entre el teclado y la silla”.

— C A R L D. K I R BY

uando trabajaba como editor de anuncios para un diario, me tocó ver uno que promovía un campamento para niños con asma.

Además de todas las maravillosas actividades de las que los niños podían disfrutar —como canotaje, natación, artesanías—, prometía que su ubicación frente a un lago ofrecía algo que los chicos probablemente jamás esperarían: “paisajes que les quitarán la respiración”.

Nicole Milligan

n el concurrido consultorio dental donde trabajo, un paciente siempre llegaba tarde. Una vez, cuando lo llamé para confirmar una cita, me dijo: —Llegaré unos 15 minutos tarde. No hay problema, ¿o sí? —No, ninguno —le respondí—. Sólo que no nos dará tiempo de ponerle la anestesia. Ese día llegó temprano.

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— T E R R I S PA C C A R OT E L L I

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tes de seguridad volvieron, las mujeres les informaron lo que había sucedido. Sin decir palabra, uno de los oficiales entró caminando al cuarto y liberó a un muy asustado técnico de telefonía. — RUSS PERMAN

ntre los alumnos de mi clase de francés para adultos había varios que trabajaban en el sector salud. Durante una sesión, tosía yo tanto que uno de ellos que era médico alzó la mano. —Si quiere, le doy una receta para un medicamento para la tos. Otra mano se levantó. —Yo podría vendérselo, si le parece —dijo un asistente de farmacia. Para no quedarse atrás, un chofer de ambulancia añadió: —Y si quiere, yo la puedo llevar a buscar el medicamento.

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n domingo cuando daba un sermón, oí a dos jovenci—Otra vez voy a necesitar el serrucho, señor. — J O A N N E D U G U AY tas al fondo de la iglesia atacadas de risa y distrayendo a los i hermana trabaja como l mal tiempo hizo que me quefeligreses. Interrumpí mi sermón secretaria en un aeropuerto dara varado una noche en el y anuncié en tono severo: internacional y tiene una oficina aeropuerto O’Hare de Chicago. —Hay dos de ustedes aquí que adyacente al cuarto donde los Junto con el hospedaje, a cada no han escuchado una sola palaagentes de seguridad detienen pasajero le dieron un vale de bra de lo que he dicho. temporalmente a los sospechosos. 10 dólares. Esa noche, después de Cuando el servicio terminó, fui Un día, los oficiales estaban intecenar, presenté mi cupón al cajero. a saludar a la gente en el portal rrogando a un hombre cuando de —¿Esto vale 10 dólares? de la iglesia. Tres adultos se disrepente los llamaron a atender Nervioso, el cajero respondió: culparon por haberse dormido otro asunto. Para horror de mi —Lo siento, señor, ¿tan malo le durante el servicio y me promehermana y sus compañeras, el pareció lo que le sirvieron? tieron que no volvería a suceder. — WILLIAM C. RUSS — H A R RY A N D R E W S hombre se quedó solo en el cuarto sin llave. Después de unos minutos, la puerta se abrió y él salió caminando. En la puerta de la oficina postal de un pueblo de Nueva York: Armándose de valor, una de las secretarias espetó: TIRE. Si esto no funciona, EMPUJE. Si —¡Regrese de inmediato a ese esto tampoco funciona, la oficina está cuarto y no salga de ahí! El hombre volvió sobre sus cerrada. Venga en otro momento. pasos, se metió y de un portazo — VERA KASSON cerró la puerta. Cuando los agen-

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¿Responsable?, ¿quién quiere ser responsable? Cada vez que ocurre algo malo, la pregunta siempre es: ¿quién es el responsable de esto?

Nunca se nos permite pisar a otros para avanzar, pero podemos pasar por encima de ellos si se interponen en nuestro camino. — S TA R J O N E S , en The View

— J E R RY S E I N F E L D

Si una idea vale la pena una vez, vale la pena dos veces. — TO M S TO P PA R D, Indian Ink

¿La clave del éxito? Trabajar mucho, plantearse metas y casarse con una Kennedy. — A R N O L D S C H WA R Z E N E G G E R

Si el hombre puede manejar el mundo, ¿por qué no puede dejar de usar corbatas? ¿Hasta qué punto es inteligente empezar el día atándose un pequeño nudo alrededor del cuello?

El dinero no habla, insulta. — B O B DY L A N , “It’s Alright Ma (I’m Only Bleeding)”

— L I N D A E L L E R B E E , en The Seattle Post-Intelligencer

Muchos optimistas se han hecho ricos comprándole barata su parte a un pesimista. — R O B E R T G . A L L E N , Multiple Streams of Income (John Wiley & Sons)

Cuando escucho acerca de gente que amasa fortunas sin hacer ningún trabajo productivo o algún tipo de contribución a la sociedad, mi reacción es ¿cómo puedo yo hacer lo mismo? — D AV E B A R RY, en The Miami Herald

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Yo y ▲

mi bocota C

uando mi carrera como jugador de fútbol americano profesional terminó, no tenía idea de cómo pasaría el resto de mi vida. Para mi fortuna, en Estados Unidos si eres un atleta o un actor famoso, la gente quiere comer lo mismo que tú, beber la misma cerveza, usar la misma ropa, en fin. Así fue como me involucré en la promoción del peor producto que pude haber encontrado. Soy calvo y acepté ser el “portavoz” de una empresa que fabricaba peluquines. El concepto de la campaña era que si a un jugador de fútbol americano como Terry Bradshaw no le da vergüenza usar un peluquín, a nadie más le daría. Para mostrar a los clientes potenciales lo bien que me veía con el pelo, la compañía distribuyó a todas las peluquerías

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P O R T E R RY B RA DS H AW CO N L A CO L A BO RAC I Ó N D E D AV I D F I S H E R

del país una réplica de mi cabeza en plástico, a la cual le pegaron un peluquín y luego acomodaron en los mostradores. Para tomarme el molde de la cabeza, me acostaron en una cama, me colocaron unas pajillas en las fosas nasales para poder respirar, y me cubrieron la cabeza con yeso. A ellos les costó trabajo quitármelo y a mí, respirar. Existen muchas formas feas de morir, pero morir asfixiado para “vender” un peluquín ocupa uno de los primeros lugares en la lista. Por fin produjeron la réplica de mi cabeza en cantidades industriales y, sí, se veía como si fuera yo. Los de las pelucas estaban tan orgullosos del producto, que decidieron enviarle uno a mi padre. El problema fue que no le avisé que se lo iban a mandar. Una tarde llegó la cajota a

su casa, y cuando la abrió se quedó simplemente horrorizado al verme mirándolo a la cara. —Novis —le gritó a mi madre—, ¡ven! Nos acaban de mandar la cabeza de Terry en una caja. Esto molestó tanto a mi madre, que volvieron a poner mi cabeza en la caja y la guardaron en el altillo. Como otra parte del trato, filmé varios comerciales usando el peluquín. En uno de ellos, nadaba con un peluquín puesto mientras un locutor decía: “Usted también puede tener una vida plena y vigorosa con nuestro peluquín. Mire qué natural se ve”. Luego salía yo del agua con lo que parecía un animal aplastado en la cabeza. Quizá la peor parte del trato era que había aceptado usar un peluquín cada vez que apareciera en público. Una tarde muy calurosa


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Así buscó su camino al éxito Terry Bradshaw. me encontraba jugando en un torneo de golf. El sudor me corría por la frente y chorreaba por debajo de la tal peluca. Llegó un momento en que ya no la aguanté; me escondí atrás de un árbol, me arranqué el parche de pelo y lo metí en mi bolsillo trasero. No me di cuenta de que al arrancármela me había cortado la cabeza y que me escurría un hilillo de sangre por la cara. Así pasé el resto del torneo. Después de este episodio, los fabricantes me despidieron. Tuve que devolver mi peluca. De nuevo necesitaba encontrar una manera de ganarme la vida. ¿Qué hacer? Hablar es una de las cosas que mejor hago. Cuando jugaba, a los reporteros les gustaba entrevistarme porque solía decirles buenas frases. Por suerte, esto había llamado la atención de varios directivos de las cadenas de televisión. Cierto día, mi teléfono sonó. Un ejecutivo de la CBS me preguntó: —¿Quiere ganarse cinco mil dólares sólo por hablar?

Y entonces cambié de rumbo y entré a hacer carrera en la televisión. Cuando firmé el contrato con la CBS, Terry O’Neil, productor ejecutivo de CBS Deportes, me puso a hacer equipo con Verne Lundquis, un veterano comentarista especialista en análisis jugada a jugada. Verne enfrentaba un gran reto: tenía que enseñarme cómo hacer mi trabajo antes de que yo destruyera su carrera. Mi primera aparición fue en un juego de pretemporada celebrado en San Diego entre los Cargadores y algún otro equipo. Como mariscal de campo, lo único que me había interesado hasta entonces era el panorama general, pero como presentador de televisión pronto aprendí que son los pequeños cuadros los que forman el panorama general. No conocía a los jugadores ni las funciones que tenían asignadas; no sabía cuándo hablar ni cuándo quedarme callado. No sabía adónde dirigir la mirada, cómo describir lo que estaba viendo. Había tantas cosas que no sabía,

que ni siquiera me daba cuenta de lo que ignoraba. No describiría mi primer juego como un desastre, sobre todo porque sería minimizar lo mal que estuve verdaderamente. Por ejemplo, más o menos a la mitad del primer tiempo, me resultó obvio que además de una falta de conocimiento y preparación, tenía un problema grave. —Verne —le dije—, no veo nada. Nunca en mi vida había mirado un juego de fútbol americano a esa distancia. Todo lo que veía era un montón de gente con números que no alcanzaba a distinguir mientras corrían de un lado a otro. —¿De veras, Terry? —me dijo Verne con una calma sorprendente, considerando que el compañero de micrófonos que debía darle opiniones expertas y agudas acababa de anunciar que básicamente resultaba un inútil. —Te conseguiremos unos binoculares para el próximo juego. Poco a poco fui mejorando; pero muy poco a poco. En los primeros 49


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Yo y mi bocota

En los primeros juegos me sentí más nervioso que en cualquier otro momento durante toda mi carrera como jugador profesional. Siempre llevaba conmigo dos camisas limpias, porque sabía que iba a empapar de sudor una de ellas.

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podía relacionar la experiencia con un dolor en la cabeza. Durante mi carrera de jugador, hubo muchas veces en que tuve que jugar lastimado, pero, como escribió un reportero, ésta era la primera vez que tenía que hablar lastimado. Por fortuna todo salió bien. Tiempo después me cambié de CBS a Fox, y he logrado hacer la transición de jugador a comentarista de fútbol americano. Mi papel en la televisión no tiene que ser serio; cuando hablo de fútbol, a la gente no le gusta escucharme decir cosas como: “Ése es el viejo 66, una bendición dentro del campo de juego”. Esperan, más bien, que diga cosas como: “Los Gigantes tienen problemas con su ofensiva hoy, y tienen que hacer algunos cambios. Es como cuando fui de pesca con mi padre la semana pasada; primero atrapábamos un montón de peces y de repente ya no pescábamos ni barro. Luego mi papá me dijo: ‘Hijo, o estos peces se han vuelto realmente inteligentes o ya no les

gustan estos anzuelos. Tenemos que cambiar de carnada. Cuando la defensiva no está apabullando al contrario, tienes que cambiar la ofensiva al medio tiempo. Tienes que cambiar los anzuelos. Para un hombre que alguna vez pensó que su mejor talento era lanzar muy lejos un ovoide inflado, reconozco que he sido muy afortunado en mi carrera. Al final descubrí mi verdadero talento: simplemente ser yo mismo. ▲

LETREROS ABSURDOS

juegos me sentí más nervioso que en cualquier otro momento de toda mi carrera como jugador profesional. Siempre llevaba conmigo dos camisas limpias, porque sabía que iba a empapar de sudor una de ellas. Me ponía nervioso porque quería hacerlo bien. Trabajé mucho. Quería ser bueno, agradar a los televidentes. Y necesitaba ese trabajo. Con la ayuda de Verne, supongo que terminé haciéndolo bien porque la CBS a la larga me ofreció otro trabajo como cotitular del programa La NFL hoy, con Greg Gumbel. Ahí yo iba a ser el analista. Antes de la primera emisión me sentía extremadamente ansioso. Luego, unos minutos antes de que entráramos al aire, un pesado micrófono tipo jirafa me pegó tan duro en la cabeza que casi me hizo perder el conocimiento. Me sentí mareado, tenía ganas de vomitar y mis oídos sangraron. De una manera extraña, ese golpe en la cabeza me relajó. Estar en el estudio era algo nuevo para mí, pero

En la parte posterior de un camión de limpieza de pozos sépticos:

Satisfacción garantizada, o le devolvemos su mercadería sin ningún problema. — J . W. B R A D F O R D


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—¿Y si mejor cobro los impuestos y me descuenta mi salario?


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Como yo era el supervisor de la oficina, tuve que llamarle la atención a una nueva empleada, pues nunca llegaba temprano. Le expliqué que sus retrasos ya eran inaceptables y que los demás empleados todos los días la veían llegar tarde. Tras escuchar mis reclamos, aceptó que era un problema, y hasta propuso una solución:

—Podría entrar por otra puerta. n la tarde en que se celebraba el día de la secretaria, mi colega y yo tuvimos un ratito para ir a comprarles regalos a nuestras asistentes. Mientras estábamos en la tienda, él se dio cuenta de la decepción que me produjo descubrir que en ese almacén no ofrecían el servicio de envoltura de regalos.

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Un alumno de primer grado llegó al consultorio de oftalmología donde yo trabajo para que se le practicara un examen de la vista. Se sentó y apagué las luces. Luego encendí un proyector que presentaba las letras F, Z y B en una pantalla. Le pregunté al chico qué veía. Sin dudarlo un segundo, me respondió: —Consonantes. — STEPHEN DOWNING

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— B A R B A R A D AV I E S

—¿Qué sucede? —me preguntó. —Aquí no nos envolverán los regalos —le respondí. —No hay problema —me dijo rápidamente—. Le pediré a mi secretaria que lo haga. — W E N DA M A

na mañana, tan pronto como se abrieron las puertas de la joyería donde trabajo, llegó un hombre corriendo a toda prisa al mostrador de la joyería. Dijo que

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necesitaba un par de aros de diamantes. Le mostré diferentes modelos, y él rápidamente eligió un par. Cuando le pregunté si quería que se los envolviera para regalo, me dijo: —Estaría muy bien siempre y cuando no tarde; me olvidé de que hoy es mi aniversario y mi esposa cree que sólo salí a tirar la basura. — A N D R E F. PAY S O N I I

—Sanders, acabo de vender su alma. No la usaba, ¿verdad?



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