Politicas De La Postmodernidad.

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La condición de la postmodernidad

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kács en enero de 1968, como la histórica hora cero a partir de la cual la postmodernidad realizó su despegue. El objetivo, representado por la «Sagrada Familia», era sagrado, o grande, arte, Kunst más amplio-que-la-vida, el cual está por encima del resto de nuestras actividades, situado en un pedestal de distinción. El «arte sagrado» era la preocupación favorita y la marca de nacimiento de nobleza de la Kulterbürgertum, la cual fue atacada en 1968, en París, en la persona de sus hijos rebeldes. Pero no sería justo rechazar el arte sagrado o el gran arte como maniobra burguesa y elitista. Tras el proceso de sacralización del arte en la modernidad, y más concretamente en el siglo xix, se esconden motivos tanto nobles como innobles. Desde Schiller a Lukács, los fanáticos de lo estético han experimentado repetidamente con el logro de una emancipación verdadera, la cual ha resultado ser inalcanzable mediante la revolución política, en la esfera de lo estético. (La única diferencia entre ellos era que Schiller era completamente consciente de la resignación política inherente en su propuesta, mientras que Lukács se negaba a admitir, incluso para sí mismo, que su humanismo estético era una huida de las contradicciones del mundo que eufemísticamente había llamado «socialismo no clásico».) Otra dimensión del arte sacro ha comprendido siempre un elemento de esteticismo antiburgués. Uno de los cismas internos típicos del individuo moderno fue adecuadamente localizado por Marx en la desavenencia entre el burgués y el ciudadano. Pero otro escenario para la división socio-esquizofrénica dentro de uno-y-la-misma persona es la que se da entre el actor económico, para quien todo es comerciable, y el experto en arte, para quien la obra de arte es inútil; y, precisamente por ello, es un objeto de culto. Había también motivos mucho menos nobles para la sacralización del arte. El enfermizo culto al genio como nuevo dios proclamado por el Romanticismo, sobre todo por Friedrich Schlegel, y epitomizado por el Führer de Bayreuth de una forma que presagió el anterior, una aplicación paródica e infernal a un mundo no estético por parte de su bien conocido admirador, ha pagado también su cuota a la fundación de la nueva religión del arte. El problema subyacente no puede ser reducido a la bien conocida relativización de la diferencia entre «arte superior» y «arte inferior». El relativismo está ganando terreno más que nada por-


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