Cascabel #32

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Cascabel32 Literaturas

Oaxaca cinco escritores

Escriben: Sonia Prudente López Ma. de los Ángeles Martinez R. Gary Peters Sylvie Taussig Francisco Amador García-Cólotl

La Paz, B.C.S. febrero-marzo 2017


Revista Cascabel No. 32 La Paz, B.C.S. febrero-marzo 2017 Director: Raúl Cota Álvarez Consejo editorial: Julio César Félix Lerma Raúl Antonio Cota Ecatl López Daniel Olimón

En este número: Sonia Prudente López Ma. de los Ángeles Martinez R. Gary Peters Sylvie Taussig Francisco Amador García-Cólotl

Revista Cascabel es una publicación independiente circula bimestralmente en la ciudad de La Paz, B.C.S. y diversos puntos del país. se autoriza el uso del material siempre y cuando se cite la fuente


Prólogo

Todo proyecto editorial que busca alcanzar nuevos lectores, debe abrir sus puertas a nuevos autores, y de la mano formar públicos en busca del fomento lector y la motivación creadora en los que la lectura siembre su influencia nutritiva y transformadora.

Cascabel llega a Oaxaca gracias al apoyo de Francisco Amador García-Cólotl quien reunió a otras cuatro plumas de gran nivel para hacer posible esta nueva entrega de literatura que cada día es más una realidad que una intención de cambio y aporte a las escenas culturales del país.

Esperamos disfruten este abanico de narrativa y poesía, que sirva este esfuerzo para que el tiempo transcurra entre tinta e imaginación. Bienvenidos.

Raúl Cota Álvarez



Sonia Prudente López

[…] la cotización de la experiencia ha caído y parece seguir cayendo libremente al vacío. […] Benjamín Walter

-PROLOGARIO DE POEMA VACÍO Lo ausente es plegaria para soñarte entre truenos y llantos que caen del cielo de lo absoluto. Hacía falta ya, que la tarde se tornara gris para sentirme con ganas de hurgar pero siempre cayendo. De la usanza con la que despertamos nacemos cavernícolas para sentirnos poetas, de lo que no es, sobrevivimos en plataforma; de lo poco que nos sobra nos es suficiente para despertar!!! Me hundo, y el resistir tras-escapa en mi espalda alas de pocas plumas.

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Y cayendo desde la muerte de amores, sin aflicción divago entre el tuétano de mi canto y las uñas enterradas en las plantas de mis pies. Qué rabia es la que invade a esta emboscada de huellas que se derraman degollados. Caer entristece. Sonámbulos!!!, sacudirnos tal perros nacidos de episodios sufrientes, descarada caída -aquí escurre óleo-, huele a vacío, que los extremos poco sostienen tu fondo que cae de caderas al colchón!!! Me he manchado, no sé de qué. -Ojalá mi tracista poeta esté durmiendo. ¿Esto es barro? -esto! es sangre!, ¡mi inventor poeta ha muerto!

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María de los Ángeles Martínez Romero

Instrucciones mientras llega el olvido.

¿Y si no llega el día? Bastará la tinta del recuerdo de un te quiero enmudecido, un diario abandonado, un gato adoptado, una luna amartelada.

Orbitaré en la memoria de tus dedos el eco de los besos y la exultación de una ardiente vaina.

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Llegarán los otros días con su fiesta ambulante y delirante hastío, desfilarán Sabina, Serrat y Fito Páez, navegaré en ríos de tinto y néctar de los dioses hasta olvidar tu desgastado y maldecido nombre.

Y antes que se instale la ocredad del cercano otoño compraré una Scherezade que me cuente sus historias para no extrañar y llorar al gato.

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Premonición

1 Las horas de la tarde lloran porque se saben muertas, su destiempo se anuncia y resbalan desvencijadas las huellas del abandono; epitafio de un amor con fecha de caducidad que se desmorona ante la mirada atónita del gato pardo eterno huésped de los agapandos.

2 En la habitación, otrora reino de eros territorio suicida de húmedos estertores se murmura el silencio de los amantes, el espejo se refleja huérfano de lujuria y jadeantes obsesiones vestidas de encaje negro. Elegía del placer.

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3 Las horas mueren y en su féretro descansan todas las promesas: amar a perpetuidad en lo próspero como en lo adverso en la riqueza y la pobreza; fidelidad eterna monogamia for ever.

4 Afuera llueve y el gato llora. Su tribulación no le pertenece… es la de ellos, los desamorosos que en el camino destejieron a Sabines y al milagroso hilo de los besos postorgasmo. 8


Los desarraigados del paraĂ­so sin manzana ni serpiente, sin cuerpos ungidos de placer. Los desposeĂ­dos que perdieron rumbo y hoy son polvo.

5 Llueve, como premoniciĂłn al llanto a la mudanza de los amantes a las huellas del abandono.

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Gary Peters o Agave Palmerz

There is a place, that embraces you like a bird, taking its young underneath its wings. Whales sing as the ocean caresses the sand and iguanas basking in the afternoon sun. You can taste the tree of life’s nectar and walk behind the sunset hand in hand. You can feel the warmth of the Mexican people in this land. Coconut palms gently swag in the wind, and a sweet smell is in the air. The evening moon lays a trail across the ocean, to the land of spirits, and you can see diamonds in her sky. What magical spell has fallen on my bones, when I want to call this place home. When it’s time to leave, I know a part of her goes with me. For I can always taste her ocean in my tears. Mi corazón está en Huatulco.

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Sylvie Taussig

El gobierno del país P deseaba dotar de un aeropuerto internacional a la región de R.

La gente de la región de R pedía la construcción de un aeropuerto que les permitiera salir así de su buena región de R y de su buen país de P.

La construcción del aeropuerto internacional de R fue confiada a Aeropuerto Para Todos (APT), filial de una multinacional de fármaco-telecomunicaciones que suministraba puertos y aeropuertos de diseño internacional. La Asociación Internacional Olla de Barro (ODB), protestaba cada vez que APT firmaba un jugoso contrato. ODB contraatacaba puntualmente con argumentos indigenistas, derechohumanistas, antipostcolonialistas, anticapitalistas, ecologistas, anti vivisecciónistas, veganistas y antiglobalizaciónistas, y sabía cómo hacerse temer.

Después de un pulso astutamente planeado entre elementos de la APT y de la ODB, que finalmente descansaban sobre la misma obediencia espiritual, se decidió que el aeropuerto de R se construiría en el sitio previsto, en una llanura catalogada como patrimonio inmaterial de la humanidad por la UNESCO bajo el título de paisaje, que se extendía a los pies de un sitio arqueológico antiguo y que dejaba flotar la mirada hasta perderse en la distancia dónde se enfrentaban una cadena de picos nevados dónde la pasada sacralidad se había traducido en un sentimiento de lo sublime y secularizado en tarjetas postales con alpacas en primer plano.

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El diseño del interior del recinto aeroportuario, mostraba toda una variedad de patrones indígenas y convicciones ecológicas que no planteaban ningún problema específico; ni el camuflaje de la pista de aterrizaje parecido a un mosaico marrón y verde semejante a tierras de cultivo y barbecho. Ni la reformulación de una torre de control en un palafito inspirado en las tradiciones forestales de otra región. Pero, ¿cómo transformar aviones en cóndores?, ¿pumas en automóviles?, ¿en serpientes las trayectorias?

El proyecto del aeropuerto fue congelado.

Los indígenas de R fueron organizados en grupos de presión por la TPI (Todo Para la Intermigración generalizada), la organización rival de ODB, que criticaron la cancelación del aeropuerto argumentando discriminación: ¿Quién, en todo el mundo, no cubría sus ruinas con aparcamientos y grandes edificios? ¿Había algún sitio donde no se masacrara el paisaje con turbinas eólicas y extendidos suburbios? ¿Y tenían ellos que estar en parques parecidos a zoológicos condenados a la endogamia? Los pueblos circulaban en avión chárter, se mezclaban para una nueva humanidad, transracial y transcultural, y ellos ¿seguirían conduciendo sus mulas ancestrales?

Debates acalorados como un dúo de ópera: un baile de máscaras. Una fina paisajista finlandesa se inspira en el genio agrícola de los incas y propone un nuevo concepto de aviones que se cubrían de vegetación en el momento de iniciar el descenso y entrar en el espacio aéreo de R. Los aviones no serían cóndores, nombre de triste memoria para la multinacional finalmente estadounidense que tendría todos los beneficios del aeropuerto, libres de impuestos: los aviones serían las volantes imágenes de parcelas de fertilidad selvosa, enriqueciendo el mosaico, el símbolo de una humanidad mezclada. Al salir el tren de aterrizaje, saldrían unas trenzas de lianas y musgo. Y el paisaje no sería desfigurado pero se rendiría al movimiento de la vida, continuando la tradición secular Inca nacida de la aclimatación de plantas selváticas a altitudes extremas. Había que defender una visión no identitaria de la cultura, sostenía la paisajista. Argumento admitido por el consorcio.

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Debates acalorados. Los sindicatos abundan en el sentido de la vegetalización: el accionamiento del botón para poner el vellón verde justificaba la perpetuación de la función de copiloto, muy amenazada por la racionalización financiera y económica. Se decidió que los aviones se cubrirían de vegetación. No se estableció nada sobre el ruido que repercute con violencia el valle, que choca en las paredes de la montaña y se multiplica hasta ahuyentar a toda la población de pájaros. Después, los saudíes exigieron a las compañías que envolvieran en arena sus aviones; los tahitianos que los suyos tuvieran el reflejo de sus aguas color turquesa; solo faltaba a los aviones que aterrizaban en el Polo Norte los osos grizzli para fundirse en el paisaje. La industria aeronáutica fue reactivada por los siguientes quince años y hubo una gran afluencia de peticiones a la UNESCO para clasificar los paisajes y permitir la construcción de aeropuertos eco-turísticos integrados. Los viejos aeropuertos, hace poco implantados en estos países decretados sin carácter propio, fueron abandonados, tierras desiertas, donde se acumulan los cadáveres de antiguos aviones, no naturalizables. Algunas poblaciones, en tránsito eterno, siguen hacinándose allá en pésimas condiciones de higiene, rodeadas por unidades de policía fronteriza. El gobierno de P ha caído hace mucho tiempo. Los habitantes de R tomaban el avión e iban a los aeropuertos internacionales I, K, W, T, todos iguales, salpicados de hierba, arena, nieve, lagunas. Tesis doctorales fueron escritas sobre la percepción de la alteridad en el aeropuerto de R donde los aviones aterrizaban todos despeinados de especias de la selva, en contra de la identidad absoluta que caracterizaba a los aeropuertos del mundo globalizado donde los aviones camaleónicos se camuflaban de los colores del paisaje para incorporarse en el. La anomalía siempre precede a la regla, y el misterio está tarareando una canción sabia. Me gustaría un aeropuerto cubierto con una capa de estrellas. Excepto que la selva se ha ido.

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Francisco Amador García-Cólotl

Tibia y salada

Del portón de la casa salió un hombre cobijado por entre las sombras de la noche. El frío lo recibió insolente e introdujo las manos en las bolsas frontales de la chamarra mientras el viento le mecía un mechón de cabellos despeinados. Levantó la mirada y vio claramente, a dos cuadras, las luces de las torretas de patrullas y gente reunida sobre la calle y, aun así, se dirigió hacia ellas. Caminó sin vacilar, repasando sus actos; por fuera se veía ensimismado y taciturno, por dentro, una mezcolanza de emociones lo hacía sentirse el protagonista del rumbo. Sus pasos sobre la acera lo condujeron hasta el operativo policiaco y contuvo el aliento mientras esquivaba oficiales y a la muchedumbre que rodeaba la zona acordonada. Se sintió observado pero siguió su andar entre los destellos azules y rojos que adornaban la noche invernal. Se asomó a la escena del crimen; el grupo que se arremolinaba en tal sitio ponía su atención a dos payasos muertos. Siguiendo una moda extranjera, aquellos jóvenes se habían disfrazado con miras a atemorizar incautos, quizá como broma, reflexionó entre aquellas personas que conjeturaban sobre las intenciones de aquellas muecas deformadas por el maquillaje corrido. No sacaba sus manos de la chamarra. Luego, alguien gritó pidiendo ayuda. Parte del gentío se trasladó para enterarse de otro crimen; una mujer desnuda, bañada en sangre, yacía en la entrada de un portón a tan sólo dos cuadras. Él mismo fue a la nueva escena del delito y vio aquella fémina obesa y desnuda que yacía boca arriba con los ojos aún abiertos. Fueron los payasos, juzgó rápidamente lo que parecía una comitiva de mirones entrenados. Decidió alejarse del lugar, no vivía lejos y se movió lentamente entre uniformados y entrometidos. Respiró profundamente, sintiendo el alivio de dejar atrás a los encargados del orden de la ciudad y a los que filmaban con sus celulares o nada más husmeaban y cuchicheaban sus hipótesis. Sonrió para sus adentros y trató de olvidarse de aquellos uniformados a los que estuvo a punto de saludar o hacer plática. Treinta metros delante de la escena de los payasos, una voz lo paró en seco. Lo llamó por su nombre.

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En la oscuridad, pudo distinguir la cansada silueta de un viejo policía que se apresuraba por darle alcance. El agente, correa en mano, era casi tirado por un joven y ágil Pastor Belga con bozal y una pechera con el escudo de la corporación. El perro, mucho antes de que el anciano lo alcanzara, comenzó a gruñir y jalar hacia el joven. Martín, espérame, decía trabajosamente el anciano mientras forcejeaba para controlar al canino. Aquel hombrecillo entrado en los setenta años, había trabajado en las filas del cuerpo policiaco desde que era un adolescente. Inició como policía de barrio y nunca ascendió de rango por ser un elemento recto y con verdadera vocación, según sus propias palabras. Era amigo de la familia de Martín, a quien conoció desde la cuna. Caminaron una cuadra entre saludos y preguntas sobre sus padres y abuelos. Este perro es de la corporación, compartió el viejo y en todo el trayecto se esforzó para poder controlar al animal y luego continuó, me lo dieron porque estaba muy inquieto en la escena de la mujer. Parece que nomás para eso sirvo; pendejetes, me usan para calmar al perro. Luego calló por un momento y preguntó a su acompañante. ¿La viste? Qué chingaderas ¿no?, dijo el anciano. Antes no se veían estas cosas en Día de Muertos. Antes la gente ponía su altar y los niños pedían “calaverita”. Casi todos les daban frutas, cacahuates, hasta chocolate. Ahora los chamacos piden dinero o dulces y ha habido casos que hasta les dan dulces echados a perder. Un cabrón repartió paletas con purga en el metro hace un año. Luego suspiró. No. Ya no es igual muchacho. ¿Viste los payasos muertos? Ah, pues que andaban asustando en las calles y les dispararon. Esas son puras chingaderas de otros países, el día de los Santos Difuntos no es así en México, hasta brujas y calabazas le ponen a los altares y los pendejos políticos de la ciudad adornan como si fuera Halloween gringo. Repensó lo que iba a decir y continuó, y luego lo de la señora que murió en el portón de su casa. Pinches payasos culeros. Por medio del radio, sujeto al cinturón del viejo policía, un compañero trataba de comunicarse con él; el perro seguía gruñendo y el anciano le confesó que había olido a la recién asesinada. Le confió a Martín que él ya casi no oía, le pasó el aparato y le pidió de favor que repitiera lo que trataban de comunicarle. Martín escuchó y repitió al viejecillo que concentró su atención en lo que el joven emitía. Habló sereno, viendo al horizonte, un tanto frío pero con voz clara y volumen alto. “Hubo otro crimen, a dos cuadras del de los payasos. Una mujer bañada en sangre”.

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Un pequeño foco rojo se encendía cuando el aparato recibía el mensaje del interlocutor. El viejo ponía atención a la lucecita. Martín volteó a ver al viejo, aquél casi no entendía. Sonrió para sus adentros. Empezó un soliloquio mientras el viejo alejaba al cuadrúpedo que cada vez gruñía más y más hacia Martín: “Se dice que un joven salió de la casa”. El anciano apenas escuchaba. “Dicen testigos que viste de negro”. El foquito rojo del radiocomunicador no se encendía, aunque el joven continuaba acercando el aparato a su rostro y narrando lo que supuestamente escuchaba. El viejo, aunque con dificultades, escuchaba poco y observaba mucho. “Se cree que tomó la calle principal y que va bañado en sangre”. El experimentado agente comenzó a hilar suposiciones. Martín dirigió una mirada soslayada al perro y le habló de lado, despacio y en voz baja. Pinche perro de mierda, tú sí sabes, pero te chingas; hasta que aprendas a hablar me delatas cabrón. Luego volvió a fingir que escuchaba la información en el radio y musitó “La víctima se encontraba desnuda, fue violada en la sala de su casa, entre sangre tibia y salada”. Miraba al frente, ausente, como viendo escenas cortadas de una película. Luego bajó el aparato, repitió sin siquiera notarlo, con la excitación marcada en el rostro, como si hablase a la turba que rodeaba los cuerpos “Tibia y salada”, la boca se le hizo agua, tragó saliva y se relamió los labios para después sonreír con una mueca de presunción. Volteó a ver al anciano con cierto desdén y, reafirmando su superioridad, le devolvió el aparato muy complacido. Siguieron caminando hasta la casa de Martín. Se despidieron. El joven no se dio cuenta que el policía quitó el bozal y soltó al perro justo antes de que cerrara la puerta. El animal, entrenado, se escurrió hacia el patio mientras Martín corría a esconderse. El viejo ya llamaba a sus compañeros por el radio. Martín era un tipo un tanto enclenque y de cuerpo enjuto; el canino le dio alcance rápidamente y lo hizo caer. Luego se detuvo y, en posición de ataque, le ladró amenazante pero sin morderlo. El joven, más inclinado por los gatos, sentía terror por los perros. Sentado, nervioso, asustado, se quitó la chamarra negra. Su pecho estaba pintado en púrpura, de tono muy oscuro. Los miembros del cuerpo policiaco llegaron hasta la casa corriendo y todavía escucharon parte de los gritos de aquel muchacho que narraba, incoherentemente y entre profundas inhalaciones y exhalaciones, piezas de lo que había hecho en la casa de la mujer y rogaba desesperado que le quitasen el perro de encima.

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