Liahona Agosto 2010

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Después la familia sintió un deseo aún mayor de guardar los mandamientos a fin de llegar a ser una familia eterna. Menos de una semana antes de la muerte del padre de Diana, él dio una lección en la noche de hogar sobre ser unidos al guardar los convenios a fin de poder estar juntos para siempre. “Nadie tiene el mañana garantizado”, dijo. “Tenemos que estar preparados para que si uno de nosotros muere, igual podamos estar juntos”.

Fotografía del presidente Eyring por Craig DIMOND.

Guardar los convenios cambia los corazones

Diana ha aprendido que al esmerarse juntos por guardar los convenios del Evangelio, los miembros de una familia pueden unirse más, y se siente agradecida de haberlo aprendido antes de que fuera demasiado tarde. El día en que murió el padre de Diana, lo último que le dijo a su hija antes de que ella saliera para la escuela fue: “Te quiero mucho, Dianita”. Diana confía en la promesa extendida por el Señor, según la cual su familia puede volver a estar junta si sigue guardando los convenios que ha hecho. “He visto cómo el Padre Celestial nos ha unido más porque seguimos al Salvador”, explica la joven. “Tengo que creer que también va a cumplir Su promesa de que estaremos juntos para siempre si guardamos los mandamientos”. “Sé que nuestra familia de verdad puede ser eterna gracias al divino plan. “Sé que podemos lograr la gloria eterna que promete el Padre Celestial. Sólo perseverando hasta el fin, poniendo nuestro corazón en las cosas de Dios y ayudándonos mutuamente podremos lograr nuestro objetivo de ser una familia eterna”. ◼

Un modelo de unión

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rear la unión no es siempre fácil cuando todos en torno a nosotros son diferentes, pero a pesar de ello, la unión es un mandamiento. Diana Vásquez y Jhonathan Herrera Barra, un amigo de ella perteneciente a otro barrio de la Estaca Inti Raymi, Cusco, Perú, se encontraron para conversar sobre un principio importante que puede servir como modelo para crear la unión en toda relación, ya sea entre amigos, familiares, compañeros de clase o integrantes de un quórum. Imaginemos a dos personas en los extremos opuestos de una raya horizontal. La distancia que los separa representa su falta de unión. Para que se unieran, sería necesario que uno se desplazara hacia el otro, o que los dos lo hiciesen. No obstante, incluso cuando ambos saben que deben ser unidos, son muchas las cosas que les impiden acercarse. Tal vez los dos piensen que tienen la razón. Posiblemente el orgullo o el enojo impida que uno de los dos se desplace. Los malentendidos con frecuencia causan división. A menudo, para que los dos se desplacen el uno hacia el otro en esa raya horizontal, tienen que hacer concesiones, lo cual puede crear su propia tensión adicional. Encontrarse en un punto intermedio puede resultar difícil cuando no se pueden poner de acuerdo sobre dónde queda ese punto. Ahora, imaginemos que hay una tercera persona que se encuentra encima de las otras dos, creando así un triángulo. Esa persona viene a ser el Salvador. En la medida en que nos acerquemos más a Él, al final descubriremos que también hemos cerrado la distancia entre uno y otro. “El punto intermedio es Jesucristo”, comenta Diana. “Si todos nos dirigimos a donde está Él, nos acercamos unos a otros”. Jhonathan señala que esto puede suceder si con dignidad “participamos de la Santa Cena para renovar nuestros convenios, prestamos servicio, vamos al templo y dejamos atrás el mundo. Si no somos limpios, no podemos estar junto a Él y el Espíritu no nos puede acompañar”.

Notas

1. Henry B. Eyring, “Seamos uno”, L­ iahona, septiembre de 2008, pág. 2. 2. Véase Thomas S. Monson, “Hogares celestiales, familias eternas”, ­Liahona, junio de 2006, pág. 66. 3. Véase Henry B. Eyring, “Para que seamos uno”, ­Liahona, julio de 1998, pág. 72.

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