Liahona Noviembre 2005

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y de sus Consejeros, del Quórum de los Doce Apóstoles, de los Quórumes de los Setenta, del Obispado Presidente y de las estacas, los barrios y las ramas; asimismo, definen los oficios de los Sacerdocios Aarónico y de Melquisedec; y establecen los medios para que la inspiración y la revelación fluyan hacia los líderes, los maestros, los padres y toda persona. Ahora, la oposición y las pruebas son diferentes, si es posible, más intensas, más peligrosas que las de los primeros días, y se enfocan no tanto en la Iglesia sino en nosotros, las personas. Las primeras revelaciones, publicadas como Escritura para guía permanente de la Iglesia, definen las ordenanzas y los convenios, y todavía están en vigencia. Una de esas Escrituras promete esto: “...si estáis preparados, no temeréis” (D. y C. 38:30). Permítanme decirles lo que se ha hecho para prepararnos. Tal vez entonces comprendan por qué no temo al futuro, por qué tengo esos sentimientos positivos de confianza. No me es posible describir con detalles o ni siquiera mencionar todo lo que la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles han hecho en años recientes. En eso se ve la revelación continua, que está a disposición de la Iglesia y de los miembros individualmente. Describiré algunas cosas. Hace más de cuarenta años se decidió poner a disposición de los miembros la doctrina de la Iglesia de manera más fácil y rápida; con ese fin, se preparó una edición [en inglés] de las Escrituras para los Santos de los Últimos Días, pusimos referencias correlacionadas de la versión del rey Santiago de la Biblia, el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio. El texto de la Biblia se dejó tal como estaba. Hace muchos siglos se hizo obra preparatoria para nuestros días. El noventa por ciento de la versión del rey Santiago de la Biblia [en inglés] sigue tal como fue traducida por William Tyndale y John Wiclef. Es mucho lo

que debemos a esos primeros traductores, a esos mártires. William Tyndale dijo: “Haré que el muchacho que ara la tierra sepa más de las Escrituras que [el clérigo]”2. Alma había salido de grandes pruebas y se enfrentaba con otras aún mayores. El registro hace constar: “Y como la predicación de la palabra tenía gran propensión a impulsar a la gente a hacer lo que era justo —sí, había surtido un efecto más potente en la mente del pueblo que la espada o cualquier otra cosa que les había acontecido— por tanto, Alma consideró prudente que pusieran a prueba la virtud de la palabra de Dios” (Alma 31:5).

Eso es exactamente lo que pensamos cuando comenzamos con el proyecto de las Escrituras: que todo miembro de la Iglesia pudiera entenderlas y comprender los principios y las doctrinas que se encuentran en ellas. En nuestra época, hemos decidido hacer lo mismo que hicieron Tyndale y Wiclef en la suya. Ambos hombres fueron terriblemente perseguidos. Tyndale sufrió en una helada prisión de Bruselas; su ropa se había hecho andrajos y pasaba un frío intenso. Por eso, escribió una carta a los obispos pidiendo su abrigo y su sombrero; les rogó que le enviaran una vela, diciendo: “En verdad, es L I A H O N A NOVIEMBRE DE 2005

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