Liahona Noviembre 2005

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los que tienen derecho a recibir inspiración. Aquellos que han sido llamados, sostenidos y apartados tienen derecho a recibir nuestro apoyo sustentador. He admirado y respetado a cada obispo que he tenido. He tratado de no poner en tela de juicio su guía, y he sentido que al sostener y seguir sus consejos he sido protegido de la “estratagema de hombres… [y de] las artimañas del error”6. Eso fue porque cada uno de esos líderes llamados y escogidos tuvo derecho a la revelación divina que viene con el llamamiento. La falta de respeto a los líderes eclesiásticos ha causado que muchos padezcan un debilitamiento y una caída espirituales. Debemos ver más allá de las aparentes imperfecciones, fallas y deficiencias de los hombres que han sido llamados a presidirnos y apoyar el oficio que poseen. Hace muchos años, solíamos llevar a cabo en nuestros barrios actividades para recaudar fondos para pagar los servicios públicos y otras actividades y gastos locales que hoy en día se pagan de los fondos generales de la Iglesia y del presupuesto de la unidad local. Solíamos tener bazares, ferias, cenas y otras actividades para recaudar fondos. En ese entonces, teníamos en el barrio un obispo maravilloso, responsable y devoto. Un miembro de un barrio vecino descubrió que una máquina para zambullir a la gente era un medio excelente para recaudar fondos. Los participantes pagaban para lanzar pelotas de béisbol a un brazo mecánico. El acertar al blanco provocaba que un mecanismo hiciera que la persona que estuviera sentada en la silla de la máquina cayera en una pila llena de agua fría. Nuestro barrio optó por utilizar esa máquina y alguien sugirió que más gente pagaría para lanzar pelotas si el obispo estuviera dispuesto a sentarse en la silla para ser zambullido. Nuestro obispo era comprensivo, y debido a que era responsable de recaudar el dinero, consintió de buena gana en sentarse en la silla. Al poco rato, alguien empezó a comprar

pelotas y a lanzarlas al blanco. Varios acertaron y el obispo quedó empapado. Después de media hora de esa actividad, él comenzó a tiritar. Si bien la mayoría de las personas pensaron que había sido muy divertido, mi padre se sintió muy ofendido por motivo de que el oficio de obispo se hubiese degradado de esa forma, e incluso que se le hubiese expuesto al ridículo o aun al desprecio. Aunque el dinero que se recaudaba era para una buena causa, todavía recuerdo sentirme avergonzado porque algunos de nuestros miembros no demostraron más respeto tanto por el oficio como por el hombre que día y noche nos servía tan bien como nuestro buen pastor. Como poseedores del sacerdocio de Dios, debemos dar el ejemplo a nuestras familias, a nuestros amigos y a nuestros colegas de sostener a los líderes de la Iglesia. Las Santas Escrituras, al igual que las Autoridades Generales y locales de la Iglesia, proporcionan una red protectora de consejo y de guía para las personas de la Iglesia. Por ejemplo, durante toda mi vida, las Autoridades Generales han instado a nuestros miembros, desde éste y de otros púlpitos, a vivir de acuerdo con nuestros ingresos, a abstenernos de las deudas y a ahorrar un poco para situaciones difíciles, puesto que siempre las habrá. He vivido tiempos de gran dificultad económica como lo fue la Gran

Depresión de los Estados Unidos y la Segunda Guerra Mundial. Las experiencias que he tenido me hacen tener temor de no hacer lo que pueda para protegerme a mí y a mi familia de las consecuencias de dichas catástrofes. Agradezco a las Autoridades Generales ese sabio consejo. El presidente de la Iglesia no llevará a los miembros de la Iglesia por mal camino. Nunca sucederá. Los consejeros del presidente Hinckley lo apoyan sin reserva alguna, al igual que el Quórum de los Doce, los Quórumes de los Setenta y el Obispado Presidente. Por consiguiente, como he dicho, existe un amor y una armonía especiales en los consejos presidentes de la Iglesia por nuestro presidente y entre nosotros. El sacerdocio de Dios es un escudo; es un escudo contra las maldades del mundo. Ese escudo se debe conservar limpio, ya que, de lo contrario, la visión de nuestro objetivo y de los peligros que nos rodean será limitada. El agente purificador es la rectitud personal, pero no todos pagarán el precio para mantener su escudo limpio. El Señor dijo: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos”7. Somos llamados cuando se imponen manos sobre nuestra cabeza y se nos confiere el sacerdocio, pero no somos escogidos sino hasta que le demostremos a Dios nuestra rectitud, nuestra fidelidad y nuestra dedicación. Hermanos, esta obra es verdadera. José Smith vio al Padre y al Hijo, y oyó y siguió Sus instrucciones. Ése fue el inicio de esta gran obra, la responsabilidad de la cual descansa ahora sobre nosotros. Doy solemne testimonio de su divinidad, en el nombre de Jesucristo. Amén. ■ NOTAS

1. D. y C. 55:1. 2. Discourses of President Gordon B. Hinckley, 1995–1999 (2005), Tomo I, pág. 509. 3. Citado en Brigham Young, Deseret News, 15 de agosto de 1877, pág. 484. 4. Véase de Susan Easton Black, Who’s Who in the Doctrine & Covenants, págs. 188–189. 5. Véase Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, págs. 364–365. 6. Efesios 4:14. 7. Mateo 22:14

L I A H O N A NOVIEMBRE DE 2005

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