Liahona Noviembre 2005

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En busca de paz, redoblé mis esfuerzos para asistir al templo, tiempo en el que medité en el significado de mis convenios como nunca antes lo había hecho. Para mí, en ese momento crucial de mi vida, mis convenios del templo fueron como un cimiento y un estímulo. Sí, tenía miedo, pero me di cuenta de que había elegido contraer compromisos personales, válidos y sagrados que me proponía cumplir. Al final de cuentas, ésa no era tarea de otra persona; era mi llamamiento misional, y tomé la determinación de servir. El padre de José Smith pronunció esta bendición sobre la cabeza de su hijo: “El Señor Tu Dios te ha llamado por tu nombre desde los cielos. Has sido llamado... a la gran obra del Señor, para realizar una obra en esta generación que nadie… la haría como tú en todas las cosas, de acuerdo con la voluntad del Señor”6. El profeta José fue llamado a su parte singular de “la gran obra del Señor”, y a pesar de lo abrumada y falta de preparación

que yo me consideraba, ciertamente también fui llamada a realizar mi porción de la obra. Esa perspectiva me infundió ayuda y valor. En mis oraciones constantes, yo seguía preguntando: “Padre, ¿cómo puedo hacer lo que me has llamado a hacer?”. Una mañana, poco antes de salir a la misión, dos amigas me llevaron un regalo: era un pequeño himnario para que lo llevara conmigo. Más tarde ese mismo día, la respuesta a mis meses de constantes súplicas provino de ese himnario. Al buscar solaz en un lugar tranquilo, acudieron con claridad a mi mente estas palabras: “Pues ya no temáis, y escudo seré, que soy vuestro Dios y socorro tendréis; y fuerza y vida y paz os daré, y salvos de males, vosotros seréis”7. El darme cuenta de una manera muy personal que el Señor estaría conmigo y me ayudaría fue sólo el comienzo. Tenía mucho más que

aprender en cuanto a llegar a ser un instrumento en las manos de Dios. Lejos de nuestro hogar, en un país extraño, mi esposo y yo iniciamos nuestro servicio, a semejanza de los pioneros, con fe en cada paso. La mayor parte del tiempo estábamos literalmente solos, buscando el camino en una cultura que no comprendíamos, expresada en docenas de idiomas que no podíamos hablar. El mismo sentimiento que tuvo Sarah Cleveland, una de las primeras hermanas líderes de la Sociedad de Socorro en Nauvoo, describía lo que nosotros sentíamos: “Nos hemos embarcado en esta obra en el nombre del Señor. Marchemos adelante con valor”8. Mi primera lección en el proceso de llegar a ser un instrumento en la mano de Dios había sido escudriñar las Escrituras, ayunar, orar, asistir al templo y vivir fiel a los convenios que había hecho en la casa del Señor. Mi segunda lección fue que a fin de marchar “adelante con valor”, tenía que confiar plenamente en el Señor y L I A H O N A NOVIEMBRE DE 2005

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