Liahona Noviembre 2004

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Esto ocurre de muchas formas, incluso mediante la experiencia con la adversidad. Una conocida mía me escribió hace poco: “Perdimos un nietecito de dos años y medio por la leucemia… Mis hijos todavía no han sacado su pequeña cama, y pronto hará siete años de su muerte. Es difícil tener fe. Perdí a un amigo de sesenta y nueve años. En diez años tuvo tres tipos de cáncer, y dos veces quedaron en remisión. Primero, lo encontraron en los riñones, después en el cerebro y por último en los pulmones. Ya no pudo luchar más. Hizo todo lo humanamente posible, y hace seis años halló la fe… pero eso no le dio ni un día extra; así que supongo que es difícil creer”. Esta súplica que se me hizo por fe, la contesté como sigue: “Su relato de la pérdida de su nieto debido a la leucemia me conmovió. Espero que usted y sus hijos encuentren paz al buscar las respuestas al propósito de la vida. Nuestra fe se consigue por medio de la oración, con un sincero deseo de acercarnos a Dios y confiar en que Él lleve nuestras cargas y dé respuesta a los misterios inexplicables del propósito de la vida: ¿De dónde vinimos? ¿Por qué estamos en esta tierra como seres mortales? ¿Y a dónde vamos después de nuestra jornada terrenal? Su pequeñito está bien, porque murió antes de la edad de responsabilidad, los ocho años, y está en la presencia de Dios. Busque la fe, y que las bendiciones de Dios la acompañen.” Es interesante el hecho de que el que sufre obtiene fe mediante el sufrimiento y acepta la voluntad de Dios; “hágase tu voluntad”30, dice, mientras que a los familiares y a las personas que lo cuidan les es difícil aceptar el trágico final y ser capaces de fortalecer su fe con la experiencia. No podemos medir la fe por “un día extra”. Cuando nos llegan las dificultades de la vida terrenal, y nos llegan a todos, puede ser “difícil tener fe” y “difícil creer”. En esos momentos, sólo la fe en el Señor Jesucristo y en Su

expiación puede brindarnos paz, esperanza y comprensión. Solamente la fe en que Él sufrió por nosotros nos dará la fortaleza para perseverar hasta el fin. Cuando obtenemos esa fe, experimentamos un potente cambio de corazón, y, como Enós, nos fortalecemos y empezamos a desear el bienestar de nuestros hermanos. Oramos por ellos, para que ellos también se eleven y se fortalezcan por medio de la fe en la expiación de nuestro Salvador Jesucristo. Consideremos algunos de esos testimonios proféticos de los efectos que la Expiación tiene en nosotros. Al hacerlo, les pido que dejen que penetren profundamente en su corazón y satisfagan cualquier hambre y sed que haya en su alma. “Y en ese día descendió sobre Adán el Espíritu Santo, que da testimonio del Padre y del Hijo, diciendo: Soy el Unigénito del Padre desde el principio… para que así como has caído puedas ser redimido”31. Y “el Señor se le mostró [al hermano de Jared], y dijo: …He aquí, yo soy el que fue preparado desde la fundación del mundo para redimir a mi pueblo. He aquí, soy Jesucristo. Soy el Padre y el Hijo. En mí todo el género humano tendrá vida, y la tendrá eternamente, sí, aun cuantos crean en mi nombre…”32. Abinadí testificó: “Quisiera que entendieseis que Dios mismo descenderá entre los hijos de los hombres, y redimirá a su pueblo… Sí, aun de este modo será llevado, crucificado y muerto… [dándole] poder para interceder por los hijos de los hombres… habiéndolos redimido y satisfecho las exigencias de la justicia”33. Y finalmente, está José Smith. Cuando era un muchacho de catorce años, ejerció una fe firme y siguió el consejo del profeta Santiago de “pedir a Dios”34. Debido al llamamiento profético de José, Dios el Padre y Su Hijo Jesucristo aparecieron ante él y le dieron instrucciones. ¡Qué gloriosa fue esa Primera Visión para el primer Profeta de esta última dispensación! Dieciséis años después, en el Templo

de Kirtland, el Salvador visitó otra vez a José y él testificó así: “Vimos al Señor… y su voz era como el estruendo de muchas aguas, sí, la voz de Jehová, que decía: Soy el primero y el último; soy el que vive, soy el que fue muerto; soy vuestro abogado ante el Padre”35. A mi querido amigo y a todas las almas que tienen hambre de fe, los invito “a buscar a este Jesús de quien han escrito los profetas y apóstoles”36. Dejen que el testimonio de éstos de que el Salvador dio su vida por ustedes se hunda profundamente en su corazón. Procuren con sus oraciones obtener un testimonio de la verdad por medio del Espíritu Santo; y vean luego cómo se fortalece su fe al enfrentar con ánimo las dificultades de esta vida terrenal y prepararse para la vida eterna. Jesucristo en verdad vino. Él realmente existió. Y Él vendrá otra vez. Esto lo sé y doy mi testimonio especial en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén. ■ NOTAS

1. Artículos de Fe 1:4. 2. Hebreos 11:1. 3. D. y C. 46:13–14; cursiva agregada. 4. Véase Helamán 14:3. 5. Helamán 16:14. 6. Helamán 16:15. 7. Helamán 16:4. 8. Helamán 16:15–16, 18. 9. Helamán 14:4. 10. 3 Nefi 1:20–21. 11. Juan 20:25. 12. Juan 20:28. 13. Juan 20:29. 14. Helamán 14:21. 15. Helamán 14:27. 16. 3 Nefi 10:12. 17. 3 Nefi 11:2. 18. 3 Nefi 11:10–12. 19. D. y C. 95:6. 20. Romanos 10:17. 21. Mateo 11:15. 22. Santiago 2:26. 23. Enós 1:3. 24. Enós 1:3. 25. Enós 1:4. 26. 3 Nefi 12:6. 27. Enós 1:4. 28. Enós 1:2. 29. Mateo 7:7. 30. Mateo 26:42. 31. Moisés 5:9. 32. Éter 3:13–14. 33. Mosíah 15:1, 7–9. 34. Santiago 1:5. 35. D. y C. 110:2–4. 36. Éter 12:41.

L I A H O N A NOVIEMBRE DE 2004

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