Liahona Noviembre 2004

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ser dignos de ser llenos del espíritu de nuestro llamamiento, del Espíritu Santo y de las revelaciones de Jesucristo, para que conozcamos la intención y la voluntad de Dios con respecto a nosotros y estemos preparados para magnificar nuestros llamamientos y llevar a cabo la rectitud y ser valientes en el testimonio de Jesucristo hasta el fin… Nunca ha habido un momento en que la obra de Dios haya requerido un testimonio y una labor más fieles de parte de los apóstoles y de los élderes que hoy día” (“An Epistle”, Deseret News Weekly, 24 de noviembre de 1886, pág. 712). Hagan de cada uno de sus quórumes una gran organización de servicio para el beneficio de toda la humanidad. Y ahora esta advertencia de las Escrituras: “Por tanto, aprenda todo varón su deber, así como a obrar con toda diligencia en el oficio al cual fuere nombrado. “El que sea perezoso no será considerado digno de permanecer, y quien no aprenda su deber y no se presente aprobado, no será considerado digno de permanecer” (D. y C. 107:99–100). Así que les digo a ustedes, las dos Autoridades Generales que se han unido a nuestro Quórum, y a todos ustedes, los hermanos que pertenecen al sacerdocio de Dios, que Dios nos bendiga a cado uno en nuestros llamamientos para dar servicio. Que nuestra fe nos fortalezca a medida que servimos en rectitud, guardando fielmente los mandamientos. Que nuestro testimonio siempre se fortalezca a medida que buscamos la fuente de la verdad eterna. Que la hermandad que existe en nuestro quórum sea de consuelo, fortaleza y seguridad a medida que pasamos por esta fase terrenal de nuestra existencia. Que el gozo de prestar servicio en el Evangelio permanezca por siempre en nuestro corazón al seguir adelante para cumplir con nuestros deberes y nuestras responsabilidades como siervos en el reino de nuestro Padre Celestial, es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén. ■ 26

Fe y llaves ÉLDER HENRY B. EYRING Del Quórum de los Doce Apóstoles

Tenemos que saber que las llaves del sacerdocio en efecto las poseen los que nos guían y nos sirven. Eso requiere el testimonio del Espíritu.

E

n una capilla lejos de Salt Lake City, en un lugar al que rara vez va un miembro del Quórum de los Doce, se acercó a mí un padre de familia que llevaba de la mano a su pequeño hijo. Al llegar junto a mí, miró al niño, lo llamó por su nombre y, señalándome con la cabeza le dijo: “Él es apóstol”. Comprendí, por el tono de la voz de ese padre, que esperaba que el hijo sintiese algo más que si estuviera delante de un señorial visitante. Esperaba que el niño sintiese la convicción de que las llaves del sacerdocio estaban en la tierra en la Iglesia del Señor. Ese niño va a necesitar esa convicción una y otra vez. La necesitará cuando abra la carta de algún futuro profeta que nunca habrá visto y que le llame a una misión. Le será imprescindible si le toca sepultar a un hijo, a la esposa o a uno de los padres. Le hará falta para tener la valentía de seguir la indicación de prestar servicio. La

necesitará para tener el consuelo que brinda el confiar en el poder para sellar que ata para siempre. Los misioneros invitarán hoy día a investigadores a conocer a un obispo o a un presidente de rama con el mismo propósito. Esperarán que los investigadores sientan mucho más que si conociesen a un hombre bueno o incluso a un gran hombre. Rogarán que los investigadores sientan la convicción de que ese hombre, al parecer común y corriente, posee llaves del sacerdocio en la Iglesia del Señor. Los investigadores necesitarán esa convicción cuando entren en las aguas del bautismo. Les será imprescindible cuando paguen el diezmo. Esa convicción les hará falta cuando el obispo se sienta inspirado a darles un llamamiento. La necesitarán cuando le vean presidir en la reunión sacramental y cuando los nutra al enseñarles el Evangelio. Y así, misioneros y padres de familia, y todos los que servimos a los demás en la Iglesia verdadera, deseamos lograr que los que amamos adquieran un testimonio perdurable de que los siervos del Señor en Su Iglesia poseen las llaves del sacerdocio. Hablo hoy para animar a todos los que se esfuerzan por infundir y fortalecer ese testimonio. Será útil reconocer algunas cosas. Primero, Dios es infatigable y generoso al brindar las bendiciones del poder del sacerdocio a Sus hijos. Segundo, Sus hijos deben escoger por sí mismos hacerse merecedores de recibir esas bendiciones. Y, tercero,


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