Liahona Noviembre 2004

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de fe o a que no comprenden el plan eterno, se vuelven amargadas y pierden la esperanza. Una de ellas fue un escritor del siglo XIX que logró fama y riqueza gracias a su sentido del humor y a su destreza para escribir. Su esposa procedía de una familia religiosa y él quería tener fe en Dios, pero dudaba de Su existencia. Entonces se enfrentó con una serie de pruebas difíciles. En 1893, una crisis económica nacional lo dejó sumido en deudas; su hija mayor falleció mientras él estaba de viaje; la salud de su esposa se deterioró y falleció en 1904; su hija pequeña falleció en 1909; y su propia salud se vio mermada. Su estilo para escribir, que antaño era tan repleto de chispa, ahora reflejaba su amargura. Progresivamente se fue convirtiendo en una persona más deprimida, falta de fe y de ilusión, y así se mantuvo hasta su muerte, acaecida en 1910. A pesar de toda su brillantez, careció de la fuerza interior necesaria para afrontar la adversidad y simplemente se rindió a sus infortunios. No importa lo que nos suceda sino cómo reaccionamos ante lo que nos sucede. Esto me recuerda un pasaje de Alma. Tras una larga guerra, “muchos se habían vuelto insensibles”, mientras que “muchos se ablandaron a causa de sus aflicciones”8. Idénticas 20

circunstancias generaron reacciones contrarias. El escritor que tanto había perdido fue incapaz de sacar fuerzas de la fe. Cada uno precisa disponer de una fuente de fe propia que nos permita elevarnos por encima de los problemas que son parte de este período de probación. Thomas Giles, un converso galés que se unió a la Iglesia en 1844, también sufrió mucho en la vida. Era minero y cierto día, mientras excavaba carbón en una mina, una gran roca le golpeó en la cabeza causándole una herida de 23 centímetros de largo. El médico que lo examinó dijo que no viviría más de 24 horas, pero entonces llegaron los élderes y le dieron una bendición. Se le prometió que se recuperaría y que, “aun si no recuperaba la vista, viviría para hacer mucho bien dentro de la Iglesia”. Ciertamente, el hermano Giles vivió, pero quedó ciego para el resto su vida; un mes después del accidente ya viajaba por el país atendiendo a sus deberes eclesiásticos. En 1856, el hermano Giles y su familia emigraron a Utah, pero antes de partir de su tierra natal, los santos galeses le regalaron un arpa, la cual él aprendió a tocar con maestría. En Council Bluffs, se unió a una compañía de carros de mano y se encaminó

hacia el Oeste. “Aunque estaba ciego, él tiró de un carro de mano desde Council Bluffs hasta Salt Lake City”. Mientras cruzaba las llanuras, su esposa y sus dos hijos fallecieron. “Aun cuando su pesar era terrible y casi se le parte el corazón, su fe no le abandonó. En medio de semejante dolor, dijo, como dijera otro hombre en la antigüedad: ‘Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito’ ”9. Cuando el hermano Giles llegó a Salt Lake City, el presidente Brigham Young, conocedor de su historia, prestó al hermano Giles una arpa de gran valor hasta que la de él llegara de Gales, que después viajó por los asentamientos de Utah… alegrando el corazón de la gente con su dulce música”10. El uso que demos al albedrío moral que Dios nos concedió explica por qué nos suceden determinadas cosas. Algunas de nuestras elecciones tienen resultados imprevistos, que pueden ser buenos o malos; pero a menudo, sabemos de antemano que algunas de nuestras decisiones tendrán consecuencias dañinas o perjudiciales. A éstas yo las llamo “decisiones informadas”, pues sabemos que nuestros actos tendrán consecuencias desastrosas. Dichas decisiones informadas incluyen las relaciones sexuales ilícitas o el uso de drogas, de alcohol y tabaco.


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