Cuentos para el cuentacuentos

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CUENTACUENTOS EN LA CHIQUITICASA

Por alumnos de PAB II del IES Benjamín de Tudela

3 de marzo de 2015


STOK, EL FLAUTISTA, E ISABEL, LA BAILARINA (Soufiane Ben Aicha)

Érase una vez un joven músico que iba de pueblo en pueblo tocando su flauta. Todos los que le oían quedaban encantados y siempre le daban algunas monedas al muchacho para demostrarle lo mucho que les gustaba. Un día, en un pequeño pueblo, una chica se le acercó y le contó que a ella le gustaba mucho bailar y le propuso que fueran juntos por todos los sitios, ella bailando las canciones que el joven tocaba con su flauta. El joven músico, llamado Harlen Stok, era muy bajito, como un duende, era rubio y su pelo largo como una cascada de oro. Sus ojos eran negros como el carbón, tenía una nariz como una zanahoria. Su amiga se llamaba Isabel. Ella era una chica muy guapa, morena, con el pelo corto, ojos marrones, su nariz chata y siempre llevaba pintados los labios, se vestía con una falda azul con diamantes, con una camiseta también azul. Su piel era muy blanca. Un día los dos muchachos se fueron hasta un pueblo muy cercano. Cuando llegaron allí, Isabel le dijo a Harlen: - ¡Oye, Harlen! Empieza a tocar tu flauta mágica, que ya estamos llegando al pueblo. Harlen le contestó: - Vale, pero cuando empiece a tocar tú tienes que gritar “¡quien quiera escuchar al mago Harlen Stok, que le siga!”

Todos los niños del pueblo, cuando oyeron la música, empezaron a marchar hacia donde la oían. Y así, llegaron hasta el bosque que había junto al pueblo, que era donde Harlen e Isabel estaban. Él con su flauta y ella bailando. Tanto les gustaba la música y el baile a los niños que olvidaron la hora que era y no se dieron cuenta de que sus padres se iban a preocupar.


En el pueblo los padres de los niños se preguntaban dónde estarían sus hijos, miraban por todos los sitios, pero no aparecían. Los llamaban muy fuerte: -

¡Pedro! ¡Lucía! ¡Alberto! ¡María! ¡Carlota!

Pero ellos no venían, estaban en el bosque con Isabel y con Harlen. Tanto se preocuparon los padres que fueron a buscar a sus hijos por todas partes. Buscaban por aquí y por allá, por arriba y por abajo. Aquí cerca, bien lejos… Y nada, los niños no estaban en ningún lugar del pueblo. Uno de los padres dijo que tendrían que ir al bosque y así hicieron… Al llegar al bosque, los padres de los niños se pusieron muy contentos y se quedaron bien tranquilos. Estaban viendo a sus queridos hijos cantando y bailando, estaban felices con la música de Harlen y los bailes de Isabel. Los niños al ver a sus padres corrieron con ellos y se abrazaron. Al principio los papás estaban muy enfadados con Harlen e Isabel, pensaban que ellos tenían toda la culpa, pero los niños les explicaron que habían ido hasta el bosque porque la música que oyeron les había gustado muchísimo. Los padres, que escucharon también esa música, pensaban como sus hijos: era muy, pero que muy bonita, era casi mágica, así que perdonaron a Isabel y a Harlen y les invitaron a su pueblo. Esa misma noche, todos juntos en la plaza más grande del pueblo hicieron una bonita fiesta. Harlen tocó su flauta con alegría, Isabel bailó como ella sabía y todos, niños y padres, disfrutaron de la música y el baile como nunca. Y ya nunca jamás olvidaron el día en que Harlen e Isabel visitaron su pueblo. Y colorín colorado este cuento se ha acabado.


EL VIAJE EN BARCO (Miguel Ángel Moreno)

Había una vez un pequeño pueblo que estaba rodeado por todas las partes de agua del mar, o lo que es lo mismo, ese pueblo era una isla. Aunque todos los habitantes de esa isla sabían nadar, de poco les servía pues el pueblo más cercano, otra isla, estaba muy, muy lejos y nadie podía salir de allí. Todos los niños de la isla vivían felices, jugaban unos con otros y lo pasaban muy bien, pero no podían conocer a otros niños de otros pueblos. Un día, Sandra, una niña muy lista, pensaba en todo esto y tuvo una idea, intentaría construir un objeto con el que poder viajar por el mar, intentaría fabricar un barco para así conocer más islas que hubiera en los alrededores.

Sandra, sin que sus padres supieran nada, se fue al otro lado del pueblo y empezó a cortar árboles con el hacha de su padre. Cogía cuerdas y las ataba a los troncos de los árboles… hasta que al final tuvo un barco bien grande en el que viajar con su hermano pequeño, John. Al día siguiente se fueron los dos y llegaron a una torre muy alta con una luz arriba que había en medio del mar, era un faro. No sabían qué hacía eso allí y fueron a mirar y resultó que había una gente que vivía bajo el agua. Su sorpresa fue muy, muy grande. Sandra y su hermano John descubrieron una especie de ascensor y decidieron bajar con él hasta aquella ciudad que había bajo el mar. Las gentes de allí viajaban sobre los peces como si fueran coches y las ballenas hacían las veces de autobuses. Descubrieron un parque y


se encontraron con unos niños muy buenos que les enseñaron toda la ciudad y jugaron mucho con ellos. También les contaron que no conocían la tierra, solo la vida bajo el agua. Se hicieron muy amigos. Pasaron las horas y ya se tenían que ir a casa Sandra y John. Pero no se querían ir sin prometer a sus nuevos amigos que cada día por la tarde irían siempre para jugar con los niños de la extraña ciudad bajo el mar.


EL SOL DORMILÓN (Madiha Issaoui)

Hace mucho, mucho tiempo, un día el Sol se dio cuenta de que estaba muy cansado. Así que se dispuso a dormir y pensó que estaría de esta forma, dormido, hasta que estuviera bien descansado. Así, pasaron los días y los días y siempre era de noche. Las personas de la Tierra dormían sin parar, pues no hacían más que esperar a que saliera el Sol, pero esto no ocurría. Todos los trabajos estaban por hacer, los colegios no abrían, los gallos no cantaban, todo era oscuridad. Así, Julia y sus amigos decidieron que esto tenía que acabar y prepararon un viaje para ir a hablar con el Sol. ¡Había que encontrar una solución! Julia y sus amigos cogieron sus gafas oscuras y se marcharon de viaje en caballo, iban a la casa del Sol, querían convencerle de que despertara de una vez, porque el mundo estaba triste. Julia les dijo a sus amigas: -

Tened mucho cuidado, que el Sol quema mucho; no podemos estar mucho en su casa o si no nos achicharraremos.

Entraron en casa del Sol y consiguieron hablarle. Pero él estaba muy convencido y les contestó: -

Estoy muy cansado de dar luz y calor y además… se está más a gusto durmiendo. Aunque… (y se quedó pensativo un rato) hay una cosa que podéis hacer por mí. Os pediré un deseo y si lo cumplís despertaré de mi sueño y daré luz de nuevo.

Cuando oyeron el deseo Julia y sus amigas se quedaron muy sorprendidas, aunque en el fondo pensaron que el Sol había tenido una buena idea. Su deseo fue que dejara de pasar calor en su casa, en cuanto eso ocurriera se despertaría y se pondría a trabajar. Las chicas no sabían bien cómo cumplir el deseo que les habían pedido, pero una de ellas, Romina, se acordó de que su padre tenía una tienda en la que vendía unos ventiladores muy grandes.


Rápidamente, volvieron a la Tierra y sin más esperar se fueron a la tienda. Al llegar, todas chicas buscaron al padre de Romina y ella le dijo:

-

¡Papá, papá! ¿Nos puedes ayudar en algo?

-

¿En qué hija mía? –le contestó su padre.

-

Queremos que nos des el ventilador más grande que tengas… lo necesitamos para una emergencia…

El padre, que siempre había confiado en su hija Romina, sabía que si se lo pedían así era porque de verdad era importante. Así que no dudó y les dio el ventilador más grande y más potente que tenía, con ese nadie podía pasar calor. Entonces, Julia y sus amigas, volvieron a coger sus caballos y marcharon hasta la casa del Sol. Nada más llegar, lo pusieron en marcha y este comprobó cómo ya no tenía nada de calor. ¡Su deseo se había cumplido! ¡El Sol estaba muy, muy contento! Tanto que decidió dejar de dormir y volver a hacer su trabajo. Las niñas regresaron a la Tierra muy felices, porque ya había luz en el mundo. Al llegar de su viaje vieron cómo todo el mundo cantaba y reía llenos de felicidad porque de nuevo había salido en Sol. Y Julia y sus amigas vivieron felices y comieron perdices.


LOS NIÑOS VOLADORES (Sonia Mateos)

Lucas y María eran dos hermanos que vivían con sus padres. Los andaban siempre un poco tristes. No les pasaba nada, sus padres les querían mucho, tenían amigos… pero nunca reían o se les veía alegres. Una mañana, al despertar, María y Lucas comprobaron que algo extraño había salido en sus espaldas. Corrieron al espejo y lo que vieron les sorprendió muchísimo…. Les habían salido dos diminutas alas a cada uno. Todavía un poco sorprendidos, hicieron un pequeño esfuerzo y comprobaron que… ¡podían volar! Fueron hasta la ventana más cercana corriendo, la abrieron y empezaron a volar. Fueron al parque de atracciones, a la palaya, a uno de sus parques favoritos –que estaba muy lejos– y a muchísimos sitios más. Al llegar a casa, bajaron corriendo al salón a contarles a sus padres lo que les estaba pasando. Cuando llegaron al salón se llevaron otra sorpresa enorme. Sus padres tenían patas de pato, cola de cerdo y cabeza de caballo. Los niños, muy sorprendidos y asustados a la vez, fueron a pedir ayuda a una bruja que vivía en el bosque, alejada de la gente. Se fueron volando hasta donde vivía la bruja Piruja, que así llamaba. Con mucho susto todavía, le contaron lo que les había ocurrido a sus padres. La bruja, que era muy buena, aceptó ayudarles, pero no tenía en ese momento todos los ingredientes para hacer la pócima que sus padres necesitaban para estar como antes. Mandó a los niños a por los ingredientes mágicos que le faltaban al bosque. Los niños volaron, nunca mejor dicho, a por ellos. Cogieron casi todo lo que necesitaba la bruja Piruja, solo les faltaba un ingrediente mágico: una uña de dragón. En ese momento, apareció un enorme dragón frente a ellos. María y Lucas, un poco asustados, se enfrentaron al dragón y le vencieron. Aprovecharon para cogerle una uña, que era lo único que les faltaba para la bruja Piruja. Así, la bruja pudo hacer la poción mágica y hacer que los padres de los niños volvieran a estar como antes. Los padres terminaron muy felices y los niños más aún con sus alas. Nunca más se les volvió a ver tristes. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.


UNA CIUDAD MUY CONOCIDA (Kevin Martínez) Hace muchos, muchos años, en la ciudad de Bagdad los sabios del lugar se reunieron. Se habían dado cuento de que cada vez había menos personas en la ciudad y por eso se pusieron a pensar a ver qué podían hacer para que su ciudad se convirtiera en la más conocida del mundo entero y así todo el mundo quisiera ir a vivir allí. Estuvieron pensando muchas cosas interesantes, pero al final se quedaron con la idea de contratar al famoso circo Safari, un circo de animales muy graciosos. En unos pocos días el circo llegó a la ciudad de Bagdad y la gente empezó a acudir para verlo. Las primeras personas que vieron la función salieron encantadas: les gustaron mucho los tigres, los leones, los osos, los elefantes... Tanto les gustó la actuación que fueron por todos los pueblos y ciudades de alrededor contándoselo a la gente. De esta forma otras muchas personas también fueron a ver el circo Safari. La voz pasó por todos los lados y cada vez iba más y más gente al circo de la ciudad de Bagdad. Uno de los animales que más gusta era el pingüino que cantaba y bailaba. Los padres y los niños no paraban de reír y reír… tanto que cuando salían del circo les dolía la tripa. Tantas veces pasó esto que al final tuvieron que cerrar el circo. Todo el mundo estaba triste: el circo con sus animales y su famoso pingüino se habían marchado. Pero a los pocos días llegó a Bagdad el Mago Dulce, que era un mago que repartía felicidad a los niños: les daba cuches y regalos. Cada vez llegaban más familias con sus hijos a la ciudad y volvía a tener un montón de gente. Tanta gente llegó gracias al Mago Dulce y sus regalos que ya no cabían las personas y en un momento dado… ¡la ciudad explotó! Pero no murió nadie, porque las chuches eran de gelatina y lo que provocaron es la gente rebotara y rebotara sin parar. Tanto es así… que todos los ciudadanos de Bagdad llegaron hasta la Luna y allí construyeron una nueva ciudad. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.


TODO EMPIEZA EN EL JARDÍN (Elvio Castillo) Miguel y su familia vivían felices en su casa. Tenían un bonito jardín, con columpios y un tobogán y allí pasaba Miguel horas y horas, jugando, muy contento. Pero un día algo muy extraño sucedió. Miguel estaba en su columpio favorito, cuando comprobó que unas nubes muy negras venían hacia él. Todo se puso muy oscuro y de repente el suelo empezó a temblar… En medio de esa oscuridad, una luz muy brillante apareció de la nada. Bajaba del cielo a gran velocidad y cuanto más se acercaba más fuerte temblaba el suelo. Miguel, asustado, corrió y se escondió detrás de un enorme árbol que había en su jardín. Desde ahí asomó la cabeza para echar un vistazo y comprobó que la luz que brillaba era una especie de platillo volante.

Al aterrizar, el platillo volador destruyó todo lo que había en el jardín, excepto el enorme árbol. El niño, desesperado, se puso a llorar. Después, cuando se calmó un poco, vio que una puerta del platillo se abría y salió Miguel que venía del futuro y le dijo: -

Yo soy tú. ¿Cómo que tú eres yo? Le respondió Miguel con voz temblorosa. He venido del futuro para salvar la Tierra. Está amenazada por Júpiter y quiere conquistaros.

Miguel seguía muy extrañado, aunque poco a poco empezaba a entender algo... Así que le preguntó al extraterrestre: -

¿Por qué he sido yo el elegido? Hemos hecho un sorteo en Marte para ver quién sería el elegido…


Miguel se quedó pensativo un buen rato… y respondió que vale, que aceptaba ser elegido para salvar a la Tierra del ataque de Júpiter. Así, el extraterrestre le explicó el plan que iban a desarrollar. Irían juntos a Júpiter para buscar una enorme manta mágica y cubrían con ella la Tierra; de esta forma conseguirían desconcertar a los conquistadores de Júpiter. Una vez hecho esto, lo que harían después sería atacarles por la espalda con pistolas láser. El plan salió a la perfección y Miguel y el extraterrestre ganaron la guerra contra Júpiter: la Tierra estaba salvada. Al acabar todo, el viajero del platillo le dio las gracias a Miguel por su valentía y por su ayuda. Y todo volvió a ser como antes.


ÁRBOLES DE CHOCOLATE (Sebastián Puente) Regina y su perro Luck daban largos paseos todos los días. A ella le gustaba caminar por el bosque que había cerca de su casa. Luck le seguía siempre y correteaba alegre por entre los árboles. Un día, Regina daba uno de sus paseos cuando vio algo extraño. Se acercó a un árbol que le pareció muy raro, acercó bien la cara y se dio cuenta de que ese árbol era de chocolate, miró a su alrededor y comprobó que había muchos más… ¡toda aquella zona estaba llena de árboles de rico chocolate! Entonces echó a correr hacia casa. Llamó a todos sus amigos y fueron hacia el bosque. Ellos estaban muy contentos y felices porque les gustaba mucho el chocolate. Empezaron a comer y cada vez comían más y más, hasta que apareció un perro muy, pero que muy, grande. Los niños se asustaron y Regina, Luck, y sus amigos se marcharon corriendo. Esta vez se fueron por un lugar distinto al que habían venido. Corrieron y corrieron hasta que encontraron una casa muy especial. ¡Estaba llena de cuches! Entraron en ella y comprobaron que era una casa muy bonita; la dueña era una viejita de unos ochenta años a la que le encantaba en chocolate y los caramelos. Ella estuvo con los niños muy amable y se quedaron hasta el final del día con ella. Al otro día, Regina y Luck fueron otra vez al bosque, pero el chocolate ya no estaba. Y era así porque el sol lo había derretido y todo el bosque parecía un río de color marrón y esto ocurrió así durante un año… tantísimos árboles de chocolate había habido. Después de que pasó un año los árboles había crecido otra vez, pero los niños que fueron aquella vez estaban ya muy grandes y no querían comer otra vez, así que fueron a su pueblo y llamaron a todos los niños para que comieran y todos estuvieron contentos y felices. Fin.


EL TREN VOLADOR DE JUAN Y LA ORQUESTA DE ANIMALES (Aitor Ochoa)

Érase una vez un niño que se llamaba Juan y que conducía un tren mágico: era un tren volador. Volaba por encima de las montañas, más alto que las nubes, por encima de ciudades y de los tejados y las chimeneas de los pueblos, por encima de los campos de trigo… Juna viajaba por todo el mundo de un sitio a otro buscando amigos para formar una orquesta. Un día llegó a una nube muy blanca y grande y que estaba muy alta y se encontró con una oveja. -

¡Hola, oveja! Estoy buscando músicos para formar una orquesta. ¿Tú sabes tocar algún instrumento? Yo sí –dijo la oveja. Yo toco el tambor… ¿Puedes tocar un poco para mí, por favor? –le preguntó Juan.

¡¡Porrón, porrón, porrón!! -

No está mal esta música. ¡Sube al tren y bienvenida a mi orquesta!

Luego, Juan se fue volando con su tren y aterrizó en la selva. La selva es un sitio ruidoso, grande, verde, con muchos árboles y con calor… Allí se encontró con un mono. -

Oye, mono… ¿sabes tocar algún instrumento? ¡Las maracas!

¡¡Cha, cha, cha!!


Juan estaba muy contento, pues ya tenía dos animales para su orquesta. Siguió viajando con su tren volador y llegó hasta un lugar muy azul y con muchas olas: había llegado al mar. Allí se encontró con una ballena. -

Hola, ballena… ¿te gusta tocar algún instrumento? Sí, yo sé tocar muy bien el piano.

¡¡Piribilibínnnn!!

El tren de Juan seguía volando y volando. Esta vez su viaje fue hasta una cueva en una gran montaña: allí todo era oscuro, había mucho silencio, olía mal y daba un poco de miedo. De repente apareció un león y Juan le preguntó: -

¿Qué tal estás, león? ¿Te gusta la música? ¿Sabes tocar algún instrumento? Sí, yo toco la guitarra.

¡¡Dran dan dran dan tralarannn!! ¡Qué alegría había en el tren volador! En él ya viajaban una oveja, un mono, una ballena y un león. Todos eran muy buenos músicos y la orquesta de Juan sonaba muy bien. De todas formas, él quería más instrumentos, así que siguió viajando. Volando, volando, Juan llegó hasta la mismísima Luna. Allí se encontró con un pajarillo, pequeño y delicado. -

¿Sabes tocar algún instrumento, pajarillo? Claro, yo toco la trompeta.

¡¡Turururururú!! El pajarillo se sumó a la orquesta de Juan. Con este animal el tren ya se llenó… Cuando el tren estuvo completo todos animales miraron a Juan y le preguntaron: “¿y tú, Juan, qué sabes tocar?” Y Juan respondió de buena gana: “¡yo toco la campana!” ¡¡Talán, talán, talán, talán!! Y justo en ese momento Juan despertó del sueño en el que estaba, porque en lugar de una campana lo que estaba sonando tan fuerte era el despertador… Fin.


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