La identidad dominicana

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Conferencia Magistral “La Identidad Dominicana” pronunciada por el doctor Roberto Rosario Márquez, Presidente de la Junta Central Electoral, el 09 de julio de 2014, en el Hotel Sheraton

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Señores y señoras: El pasado 23 de junio fuimos invitados por la Universidad Católica Santo Domingo, para disertar en su acto de graduación de esa fecha, y enfocamos algunos aspectos relacionados con la identidad, en sentido general. Hicimos abstracciones respecto a la identidad dominicana, que tomaremos como punto de partida, para la reflexión que compartimos con ustedes. Destacamos varios conceptos de identidad, entre ellos, el expuesto por Iváan Arcost Axt y Mian Elisabet Harbitz, que define ésta como el “estatus cívico legal provisto por el Estado mediante el registro civil y el subsiguiente registro de atributos de identidad única (…) acreditado por los documentos oficiales que emiten las instituciones gubernamentales y que permiten el reconocimiento y la existencia de un individuo como sujeto de derecho y de protección por el Estado”1. Añadimos que “Identidad es una palabra utilizada en múltiples contextos, como lo demuestra el hecho de estar citada 199 veces”, en el Diccionario Para Registros Civiles e Identificación 2013, el cual tiene 146 páginas, y dijimos que, “el concepto de identidad es fundamental para comprender la situación intercultural”. Escribiendo sobre la importancia de apoyar “el desarrollo de una identidad sana”, Dora Pulido-Tobiassen y Janet González-Mena escribieron que, “el proceso de formar una identidad comienza al nacer, cuando los niños absorben la noción de quiénes son de aquellos que los rodean. En las primeras horas ellos pueden diferenciar un color de otro, una voz de otra-y prefieren la de su madre. El apego es parte del proceso de formación de la identidad”2. En el libro “Desarrollo Humano”, escrito por Diane E. Papalia y otras autoras, ven la importancia fundamental de la identidad orientada a la adolescencia, sin negar que ésta se inicia en la niñez. Dicen que “los adolescentes forman su identidad no sólo

1 Arcos Axt, Iváan y Mian Elisabeth Harbitz. Diccionario para Registros Civiles e Identificación 2013. http://publications.iadb.org/handle/11319/3679?locale‐attribute=en 2 www.teachingforchange.org/.../ec_supportinghealtyidentity_spanish.pdf 1


tomando como modelo a otras personas, como lo hacen los niños más jóvenes, sino también modificando y sintetizando identificaciones anteriores...”3 La profesora Celsa Albert Batista, en el libro Diversidad e Identidad en República Dominicana, sostiene que, “la identidad consiste en un conjunto de valores, creencias, conductas, actitudes, creados en el transcurso del tiempo que caracterizan a los distintos grupos humanos permitiéndoles mantener su cohesión social y la memoria histórica”. Nos habla de la diversidad cultural dominicana, cuyo origen está en los aportes de los indígenas, de los españoles y de los negros africanos, pero tiene influencia “de otros grupos mestizados tales como los inmigrantes del sur de los Estados Unidos y las Antillas (afrofrancesas, afroinglesas y afroholandesas)”. Como exponente cultural, la identidad está unida a la interiorización que hacen los individuos de los valores transmitidos por sus ancestros colectivos. Desde el punto de vista social, es la conciencia de pertenecer a un grupo con el cual se tiene similitudes, pese a las idiosincrasias que identifican a una persona como única en el universo. La identidad cultural está asociada al sentido estricto de esta palabra, en cuanto a valores, costumbres y creencias, legados por una historia común, como patrimonio colectivo. De esa forma, la identidad cultural de los dominicanos y dominicanas, la encontramos en nuestra tradición cristiana, en nuestro amor por la democracia, en el merengue, en la preferencia del beisbol como deporte, y en la hospitalidad, para solo citar algunos ejemplos. Estas características nos identifican como dominicanos, pero algunas de ellas también nos identifican como latinoamericanos, otras como hispanoamericanos, y así, podríamos extender el universo, hasta llegar al punto de una identidad cultural propia de todos los seres humanos; porque por más distancia física que exista entre los pueblos, cada hombre es poseedor de un algo coincidente con todos los hombres.

3 Véase: Desarrollo Humano. 8ed. McGraw‐Hill Interamericana S.A. 2001, Pág. 447 2


“… La identidad cultural no existe sin la memoria, sin la capacidad de reconocer el pasado, sin elementos simbólicos o referentes que les son propios y que ayudan a construir el futuro”. Esto nos dice Olga Lucía Molano L.4, recordándonos la importancia de conocer la historia vinculante a nosotros.

El idioma Español

Existe coincidencia en que la identidad cultural de mayor importancia está constituida por el idioma. Tal y como lo apuntala Juan Miguel Castillo Pantaleón, en la obra La Nacionalidad Dominicana, cuando señala: “… El idioma vernáculo en los dominicanos lo es el español castellano, uno de los idiomas más hablado en el mundo, lengua de sus colonizadores y parte indisoluble de su cultura”. El referido autor, destaca, que junto al ensayista Manuel Núñez, puede decir lo siguiente: “la lengua siempre ha sido compañera de la nación dominicana”; y afirma “que ya otros notables académicos e historiadores dominicanos, como Emilio Rodríguez Demorizi y Joaquín Balaguer (lo) habían ponderado…”, agrega

y

que “La ley No. 51-36, del 18 de julio de 1912, declaró la Lengua

Castellana como idioma oficial de la República Dominicana, estableciendo su uso obligatorio para todos los actos de la vida pública…” Nuestra Constitución consagra en su artículo 30 que, “el idioma oficial de la República Dominicana es el Español”. Obviamente, es una herencia de España, enriquecida en nuestro país por palabras “de origen indígena y de otros grupos con valor semántico”5, que caracterizan el habla de los dominicanos y las dominicanas”.

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Ver: “Identidad Cultural; Un Concepto que Evoluciona”. www.google.com.do./ur.

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Albert Batista, Celsa. Obra citada. 3


De acuerdo al Instituto Cervantes, el Español es el idioma de más de 500 millones de personas. Sin embargo, es muy difícil que no sea identificado un dominicano al hablar el Español, en cualquier parte del mundo, incluso en Estados Unidos, donde es hablado por más de 52 millones, según la misma fuente citada6. En “Confieso que he Vivido”, Pablo Neruda, gran poeta de nuestra América, refiriéndose a “la palabra” dijo: “Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos (…) Pero a los bárbaros se les caían de la tierra de las barbas, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”. Nos identificamos por nuestros regionalismos, por la enfatización de las palabras y de las frases, y por los dominicanismos. Sobre el particular, Orlando Alba hizo un estudio, donde se ofrecen datos interesantísimos. Por sucesivas generaciones, los dominicanos y dominicanas en el exterior son fieles a su idioma de origen, y en el caso de Estados Unidos, la mayoría de las familias de esta nacionalidad lo utilizan en sus hogares, incluso las que en sus actividades extra hogareñas se comunican en Inglés.7 Permítasenos dos ejemplos, uno muy conocido y otro tal vez conocido de forma limitada. El primero es la agradable “i” con la que los cibaeños sustituyen la “L” y la “R”, en ciertas palabras, que lamentablemente se está perdiendo, debido a la influencia de la radio y la televisión. ¿Se han detenido algunos de los aquí presentes a pensar si podría existir una manifestación hablada más tierna que cuando una mujer de uno de nuestros campos dice a su novio, “amoi mío”; y cuando escuchamos a nuestros hijos repetir: “Dotoi”? Debemos hacer constar aquí, que aún sin el pronunciamiento de la “i”, por lo menos las cibaeñas de las 6 http://www.cervantes.es/sobre_instituto_cervantes/prensa/2013/noticias/diae‐resumen‐datos‐ 2013.htm 7 cvc.cervantes.es/lengua/anuario/anuario_08/pdf/latinos04.pdf 4


zonas rurales, se conocen por una musicalidad tan especial, tan única con la que adornan las frases. El segundo ejemplo comienza con una cita, que de seguro ha llamado mucho la atención a quienes han tenido la oportunidad de leer “Identidad y Magia”, obra escrita por Dagoberto Tejada Ortíz, y publicada por VICINI. Citamos: “El baile de los atabales era una pasión para Emeteria Mercedes en las festividades en honor a la Santísima Cruz en el Seibo. Bailaba y bailaba sin descanso. Era la mejor bailadora. Todo el mundo la admiraba. Un día, su marido celoso, le pidió que escogiera entre él y el baile. Sin pensarlo dos veces, Emeteria se fue a bailar atabales y no volvió jamás. Desde entonces, de acuerdo con la leyenda, han visto bailando a Emeteria en todas las fiestas de la Santísima Cruz del país.” Un seibano auténtico podrá no gustarle el baile y no haber sido bailado cuando pequeño, pero es muy difícil que no reaccione frente a lo que ellos llaman “baile de palo”, tradición de nueve días en honor a la Santísima Cruz, cada mes de mayo. En esta novena, cada tarde, se realizan sorteos y corridas de toros. A los seibanos les pasa igual que a los dominicanos y dominicanas de hasta tres generaciones en el extranjero, que sin haber residido en este territorio, desde su niñez comienzan a bailar merengue espontáneamente. La “musicalidad tan especial” con la que las cibaeñas adornan sus frases, es una manifestación de la dulzura que caracteriza a la mujer dominicana, por la forma en que ella ha interiorizado las influencias multirraciales, expuestas por la profesora Celsa Albert Batista en el capítulo III de su obra citada anteriormente. Una prueba de la diversidad de nuestros nacionales en sus orígenes, lo constituye el hecho de tener asentado en nuestro registro, la significativa cantidad de descendientes de 118 nacionalidades, de todos los confines de la tierra: Asia, África, Europa, América y Oceanía.

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El Arraigo de la dominicanidad Cuando en 1492 se produjo el encuentro de las dos culturas, la población indígena que habitaba en Quisqueya aún estaba en el infantilismo histórico de la cronología evolutiva, y en el proceso de mestizaje nos legaron la bondad de su inocencia histórica, que unido a la condición materna y a la generosidad puesta por el Todopoderoso en nuestros suelos, ha conformado esa identidad de nuestras hembras. Si recordamos las enseñanzas de nuestros primeros maestros respecto al estilo de vida indígena, podemos vincular a ellos también nuestra identificación con el beisbol, el amor a la libertad, y de manera especial, la hospitalidad. Este amor a la libertad, en nuestra infancia histórica como nación, fue fortalecido por los africanos, que a través de toda la isla de Santo Domingo, protagonizaron las hazañas más hermosas de resistencia a la esclavitud, en la Edad Contemporánea. El cruce de estas dos razas entre sí y con descendientes de España, unido a nuestra historia de lucha contra potencias, y la influencia folklórica legada por conglomerados de inmigrantes en las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, han formado una identidad nacional que hacen de los dominicanos y las dominicanas una estirpe única, identificable en cualquier lugar del mundo. La dominicanidad es algo tan arraigado en nuestro interior, que la mayoría de quienes nacen allende los mares, enarbolan la condición y el orgullo de dominicanos y dominicanas, pese a ser el nuestro un país pequeño, con notables desventajas económicas frente a las naciones desarrolladas. En los ámbitos mediáticos vemos ejemplos que representan convicciones de mayorías anónimas. ¿Acaso todos no disfrutamos de las corridas de Félix Sánchez, que exhibe con orgullo, pese a su vivencia en el país más poderoso de la tierra, en estos momentos, su dominicanidad?, ¿A quién no se le nublaron los ojos, quién no saltó de su asiento, vociferó con satisfacción “soy dominicano”, cuando este extraordinario atleta, colgó sobre sus hombros la bandera tricolor, en cada una de sus hazañas; o cuando Alex Rodríguez declaró que es “tan dominicano como el 6


plátano”, pese a no haber nacido en nuestra tierra, y ser el pelotero mejor pagado de la historia; o cuando nuestros muchachos en el clásico mundial, en un lenguaje propio del “Spanglish” celebraban cada uno de sus triunfos con el “plátano-power”, o “mangú-power”, “para que tengan una idea, en Facebook, hay diversas ilustraciones y diseños alusivos a plátano-power, los medios locales y extranjeros han dedicado reportajes de varias cuartillas al tema”. En ese momento, ese rubro agrícola se convirtió en una simbología de la dominicanidad. No hay la menor duda: esta es una característica exclusiva de los dominicanos. No obstante estos atributos particulares, cada vez se avanza más hacia una cercanía comunicacional que influye en la identidad cultural de las naciones como entes aislados, para acercarnos a una transmisión colectiva que unifica conglomerados dispersos, alrededor de

valores considerados patrimonios de

grupos determinados. Como ejemplo podemos citar las dificultades en la década de los 1980s para saber lo que pasaba en Europa, en contraste con las facilidades de hoy para mantenerse al tanto de cualquier acontecimiento de interés, sin importar dónde se manifieste, bien sea el “Mundial de Futbol” en Brasil, o los enfrentamientos entre yihadistas y el gobierno de Irak, en el lejano Golfo Pérsico. En cualquiera de sus manifestaciones subjetivas, la identidad es dinámica. Se nutre, se fortalece y se depura constantemente, en la medida que los individuos asumen las transformaciones particulares y colectivas, a veces de manera desapercibidas, fruto de este mundo globalizado. El campesino vio interrumpido

su

hábitat

cuando

las

zonas

rurales

comenzaron

a

ser

“modernizadas” con la electricidad y las carreteras estrecharon las distancias con las ciudades, contribuyendo a un intercambio de costumbres con los grupos urbanos, el teléfono, el computador y el televisor, que invadieron su casa, y hasta su habitación.

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Esta interrelación provoca híbridos que en el día de hoy dificultan, muchas veces, establecer si algunas personas “son campesinas”, o sencillamente nacieron, se criaron y/o viven en el campo. Cuando encendemos la televisión o abrimos las páginas web, podemos hasta llorar junto a las madres de miles de niños y niñas barados/as en los Estados Unidos, esperando su deportación. Es un drama humano lastimero que mantiene en velo a toda América y muchos países europeos, atentos al desenlace de esa historia de dolor y lágrimas. La identidad está íntimamente vinculada a la cultura, entendida ésta como el “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social”; como “conjunto de valores, creencias orientadoras, entendimientos y maneras de pensar que son compartidos por los miembros de una organización y que se enseñan a los nuevos miembros, donde la cultura constituye la norma no escrita e informal de una organización”; o como el “conjunto de los elementos materiales y espirituales que, a diferencia del entorno y los medios naturales, una sociedad crea por sí misma y le sirve para diferenciarse de otra”8. Los conceptos de identidad antes señalados, podemos encontrarlos en nuestra formación social, y algunos incluso, expuestos en nuestros símbolos patrios, de manera explícita, o implícita, lo cual demuestra la claridad visionaria y fortaleza ideológica de los hombres y mujeres que visualizaron la República Dominicana, y de algunas eminentes preeminencias de nuestra nacionalidad.

La bandera dominicana tiene la cruz blanca que identifica a los cristianos; el escudo tiene la biblia abierta con la cita “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”; y, tal vez, ningún artífice de la titularidad periodística, haya logrado superar la condensación de algo tan extenso en contenido, tan identificable de una historia, un presente y una proyección hacia la posteridad, como las palabras sacramentales insertas en la parte superior de nuestro escudo: “Dios, Patria y 8 Jiménez Expósito, Vanesa. El concepto de “Cultura” en el siglo XVIII.

www.galanet.eu/.../Cultura 8


Libertad”. Esas tres palabras sintetizan el ideal común de los dominicanos fieles a su origen.

Nuestra Constitución dedica varios artículos a la identidad colectiva e individual, entre ellos el 193: “La República Dominicana es un Estado unitario cuya organización

territorial tiene como finalidad propiciar su desarrollo integral y equilibrado y el de sus habitantes, compatible con sus necesidades y con la preservación de sus recursos naturales, de su identidad nacional y de sus valores culturales. La organización territorial se hará conforme a los principios de unidad, identidad, racionalidad política, administrativa, social y económica”;

y el 64, que en su numeral 3, establece que el Estado “Reconocerá el valor de la identidad cultural, individual y colectiva, su

importancia para el desarrollo integral y sostenible, el crecimiento económico, la innovación y el bienestar humano, mediante el apoyo y difusión de la investigación científica y la producción cultural. Protegerá la dignidad e integridad de los trabajadores de la cultura”. El artículo 55, en sus numerales 7 y 8, explicita los derechos de las personas a conocer la identidad

de sus padres y a obtener los documentos

públicos para mostrar su propia identidad.

Detengámonos ahora en algunas particularidades de la identidad dominicana.

El Cristianismo Para comprender la importancia de este legado, basta leer el Sermón de Montesinos, o detenerse en uno solo de los ejemplos que nos legó la Madre Teresa de Calcuta, o asistir a los asilos donde hermanas de congregaciones cristianas entregan todas sus energías a la causa del prójimo, sin esperar ni 9


siquiera un reconocimiento público, porque dentro de ellas vive el mensaje imperecedero de Jesús el Nazareno. Basta con conocer el ejemplo de hombres que en el nombre de Cristo, abandonan los privilegios de hogares holgados, para compartir las penurias de los más desposeídos. El cristianismo es un distintivo de los dominicanos y las dominicanas, aún de aquellos y aquellas que se mantienen independientes de las congregaciones. Es parte integral del más preclaro de todos los dominicanos, Juan Pablo Duarte, quien nos dijo que “no es la cruz el signo del padecimiento, es el símbolo de la redención”, y en el Juramento Trinitario lo hizo “en el nombre de la santísima, augustísima e indivisible Trinidad de Dios Omnipotente”.

Nuestra culinaria Obviando las especialidades de cada región, y de algunos pueblos, podemos citar exquisiteces apetitosas comunes, como el sancocho, el mangú y la llamada “bandera dominicana”. Aunque la participación de la mujer en el universo productivo ha provocado cierta indisposición de las presentes generaciones femeninas integradas, con “el departamento de humo y grasa”, el sancocho con arroz blanco, y si aparece la “langosta dominicana” o “aguacatico”, mejor, sigue siendo una carta de presentación de las enamoradas, aunque deba ser cocinado por “mamá”, “abuela”, “madrina” o la vecina. El sancocho es algo que muy difícilmente no se brinde a un huésped extranjero; más difícil es aún que en una próxima visita no se pida. No comprendemos la razón, pero la verdad es que el sancocho dominicano es único, aunque nuestra comida tradicional sea “la bandera dominicana”: arroz, habichuela y carne.

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El merengue Es nuestra creación, es nuestra historia, es nuestra inserción musical no solo en otros países, sino en otros continentes; es la expresión artística más exponente de nuestra alegría innata, y de acuerdo a lo expuesto por Carlos Batista Matos, es una imposición popular frente a las preferencias de las clases auspiciadoras de la subordinación permanente de los dominicanos y las dominicanas a potencias extranjeras, en la década de 1840. “Los españoles y las clases dominantes, que tenían el monopolio de la vida artística, social y cultural de la colonia desde hacía tres centurias, mostraban especial predilección por los bailes europeos, villancicos y romances. Y el epicentro de la diversión estaba en la catedral de la ciudad de Santo Domingo”, dice el referido autor9.

Precisamente, el papel de esta expresión cultural, motivó que el Congreso de la República, se ocupara de trabajar una Ley que declara el merengue “como Patrimonio Cultural Musical de la República Dominicana”. En su considerando segundo, se establece que, “el merengue puede declararse un bien cultural musical de la República Dominicana, por su continuidad histórica, su gran relevancia nacional y grado de representación de la identidad cultural del pueblo dominicano”.

El humor

La creatividad humorística, y la capacidad para encontrar el lado dulce a las situaciones más amargas, puede ser herencia de nuestras dificultades históricas, y del aliento necesario como alimento de la incertidumbre colectiva e individual, en diferentes momentos de nuestra existencia como nación.

9 Batista Matos, Carlos. Origen del Merengue. oratoriayartesescenicas.wikispaces.com 11


El humor, como parte importante de nuestra identidad, ha sido fuente del acervo bibliográfico dominicano, como lo demuestra nuestro escritor costumbrista Mario Emilio Pérez, con sus producciones, entre ellas Estampas Dominicanas y Cogiéndolo Suave. Este autor dedica un espacio del primer libro citado, a reflexionar sobre “El Humor del dominicano”. Veamos dos párrafos: “… nadie puede negar que éste es un país donde continuamente se pone de manifiesto un humor seco y cortante en frases oídas al azar, en un piropo o en un apodo genialmente aplicado”. “En eso de apodos el criollo es genial. Por ejemplo, las diversas formas de cráneo y sus dimensiones han provocado motes como ‘medio mundo’, ‘casco de puya’, ‘casquito de mala palabra’ y ‘martillito de juez’”.

Nuestra originalidad humorística ha sido identificada en personajes que representan aspiraciones y frustraciones. Personajes como Balbuena, un humilde sonador y holgazán, que anhelaba viajar a Nueva York en busca del sueño americano, porque estaba convencido que en esa urbe estaba la solución de sus problemas. Este personaje, interpretado por Luisito Martí, terminó en las películas Nueva Yol Parte Uno y Nueva Yol Parte Tres, (“porque las segundas partes nunca son buenas”). Uno de los episodios más comentados fue cuando Balbuena, en un ataque de desesperación e impotencia dijo: “Tú quería Nueva Yol; coge Nueva Yol”.

De igual modo, el inolvidable Freddy Beras Goico hacía estallar en risas a más de uno cuando caracterizaba a don Melencio Morrobel, un aspirante a la Presidencia que se mostraba a sus electores de forma transparente, cónsona con su formación, siempre esbozando de forma directa y sin tapujos sus planes de corrupción. Este personaje era célebre por sus ocurrencias, decía ser el líder de un importante movimiento de ciudadanos que promovían candidatura, de “Las Mujeres de Hoyo Grande”

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Cuquín Victoria interpretaba a Chochueca, con el cual parodia a Bienvenido Martínez, un famoso y pintoresco personaje dominicano ligado a la imagen de la muerte,

pues siempre estaba al pendiente de las esquelas mortuorias,

apareciéndose donde quiera que había un fallecido, con el propósito de gestionar la ropa del difunto, supuestamente para venderla, lo que originó que ningún vecino quería ver cerca de su casa, al popular Chochueca, mucho menos, si había un enfermo en la familia. Chochueca simboliza la característica supersticiosa de un segmento social.

El humorista Felipe Polanco (Boruga), hizo famosos varios personajes, tal como Johannys Burgos, que no es más que una representación del militante político de izquierda tradicional de las décadas del 60, 70 y 80 del siglo pasado, nostálgico y atrapado en el tiempo, que ve la culpa de todos los males de nuestra sociedad, en el capitalismo, y particularmente el imperialismo. Su personaje más emblemático es El-vinVinicio Raposo, individuo tosco, machista y con bigote de brocha, para el cual Nueva Yol representa el grado superlativo en su máxima expresión, pues es lo más lejos, lo más grande.

Este último personaje representó una época del desarrollo económico y social de la República Dominicana, en que algunos sectores de nuestra sociedad habían perdido la esperanza en el país, y veían como solución a sus problemas, la migración hacia Estados Unidos, al extremo que la economía llegó a tener, en su mejor momento de esa época, una marcada dependencia de las remesas. Paradójicamente, esta realidad cambió. De un país emisor de emigrantes, nos hemos convertido en un país receptor de inmigrantes. Nuestro territorio ahora es utilizado por nacionales de otros países, que se aventuran a través del mar, para intentar llegar a Estados Unidos, y se habla de una inmigración que supera el millón de personas; las detenciones de viajeros así lo testimonian. El impacto de esta transformación, al parecer todavía no ha sido bien asimilado.

Reflexión final 13


Con estas características y valores, se puede identificar, en sentido general, la dominicanidad. Y precisamente de eso se trata, de recogerlos y preservarlos en nuestra documentación oficial; para cada persona. Estos datos son: el nacimiento, el sexo, el matrimonio, divorcio y defunción. Pero la cédula es el instrumento que sirve para ejercer los derechos de ciudadanía, que consagra de manera concreta la nacionalidad. Es sin duda, el documento de identidad y de identificación esencial de los dominicanos.

Podemos afirmar, que todos los seres humanos tenemos cualidades y características comunes. Sin duda que es así, más aún, los dominicanos entre sí, somos portadores de mayores vínculos comunes, pero no obstante esta comunidad de características, también es verdad que cada uno es distinto a los demás, a las demás nacionalidades y a nuestros propios connacionales.

Con sobrada razón, el presidente de la Suprema Corte de Justicia, doctor Mariano Germán, afirma “que nuestra identidad nacional, es la resultante de la suma de las características de nuestro Estado y sus componentes humanos”; y sostiene que las razones por las cuales los Estados necesitan de los registros, es “para aplicar normas, garantizar derechos y evitar los excesos”. Para eso registramos, para hacer visibles y ejecutables nuestras normas, sustantiva y adjetivas, para colocar en cada ser humano un sello distintivo, que lo asocia a los demás, pero que a su vez lo diferencia y lo particulariza.

De ahí que, siguiendo las palabras del profesor, se necesita de un documento público, que tenga fe, un documento de valores y principios indiscutibles, que surja de una autoridad legal y legítima, que garantice la seguridad del portador, y que permita un ejercicio pleno de derechos; que haga posible recoger en él el gentilicio dominicano.

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Nuestra cédula, la nueva cédula, no es más que eso: una expresión de nuestra cultura, de nuestra diversidad, de nuestro recorrido histórico, nuestra Independencia y nuestra Restauración; de nuestra solidaridad; de todo lo que significa ser dominicano, razón que debe ser recibida y mostrada con orgullo.

A esa diversidad, de la que han hablado los tratadistas y cientistas sociales citados, es a la que hemos siempre hecho honor los dominicanos, un pueblo que cree en la convivencia multirracial, desde su nacimiento, y así lo expresó nuestro padre fundador, con esta frase: “Los blancos, morenos, cobrizos, cruzados, marchando serenos, unidos y osados, la patria salvemos de viles tiranos, y al mundo mostremos que somos hermanos”.

Esta convocatoria trata, precisamente, de mostrar lo que somos. Por eso, lo que presentaremos a continuación, se inicia con la frase “Yo soy dominicano”, y concluye con la afirmación “Cómo tú no hay dos”, en una evidente reafirmación de nuestra identidad nacional. Esperamos que cumpla su cometido.

¡Muchas gracias!

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