Pöpujedi in NYC (1ª parte)

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LA UNIDAD DE COMBATE PÖPUJEDI SE DISPONE A ATERRIZAR.

o ha habido manera. Por más que lo he intentado de nada ha servido. Ni viviendo como un monje durante meses –años, en mi caso- he sido capaz de lograrlo. El plan, claro que sí, consistía en atravesar los States de costa a costa; pero, a diferencia del comando Popular 1, con el fin de acortar un poco el viaje, en mi caso se alternarían etapas por carretera con trayectos por aire. Compréndelo, 40 días son demasiadas vacaciones incluso para un futuro funcionario de la enseñanza como yo. Sin embargo, este objetivo, el sueño húmedo que todo popuhead persigue cumplir como mínimo una vez en la vida, de momento se ha visto frustrado ante la escasez de liquidez. Y es que ya te puedes imaginar lo caro que resulta hacer algo así… Sobretodo cuando a la expedición no se apunta ninguno de tus colegas (lo que imposibilita repartir los gastos de carburante y alojamiento), y, encima, tienes que costearle el pasaje y la estancia a tu acompañante si no quieres emprender la aventura tú solito... No obstante, todo el esfuerzo y sacrificio empleados en el intento por amasar esa pequeña fortuna no acabaron en saco roto. Me quedaría sin cruzar territorio comanche en una motor-home, pero en su lugar viviría una semana en la ciudad de los rascacielos, una opción mucho más modesta pero no menos estimulante. Y es que no hay nada como despertar cada mañana en la ciudad que nunca duerme (y que no siempre te deja dormir). •

TEXTO: PÖPUJEDI FOTOS: PÖPUJEDI


Casualmente, unos días antes de enzarzarme en la planificación del viaje, el Popu publicó “24 horas en NYC”, un reportaje a modo de diario en el que César Martín relata lo que es capaz de dar de sí la ciudad en una sola jornada. Por descontado, algunos de los enclaves que allí se citan acabaron figurando en mi propio plan de ruta; no lo hicieron, en cambio, aquéllos vinculados al jazz, el folk, o las tiendas de disfraces, ni todos esos viejos edificios -hoy día derribados- que en el reportaje se nombran. En su lugar, añadí direcciones ligadas al mundo de los súperhéroes, los psycho-killers y las series de televisión, intereses mucho más afines a mis gustos personales que Charlie Parker, Bob Dylan o las jodidas pelucas. Además de Popular 1 (el especial “On Tour USA” del número 291 también me fue de gran ayuda) las fuentes consultadas para confeccionar mi itinerario fueron webs, blogs, y libros y revistas de mi colección privada, amén de unas cuantas guías turísticas (!). Sí, puede sonar extraño, pero, créeme, algunas de esas guías (sobretodo Lonely Planet y Time Out) contienen en sus páginas abundantes direcciones de interés cinéfilo y rockero. Aunque, a decir verdad, toda esa información me hubiese servido de poco de no ser por un dato que hallé en la guía Trotamundos; un dato que, definitivamente, hizo posible que el viaje no diese al traste al poco de iniciarse. En un momento te lo cuento con detalle. Pero, antes de entrar en materia, nos pondremos en situación al más puro estilo Jack Bauer en “24”: “la siguiente historia tuvo lugar en New York City, entre las 7 de la mañana del día 25 de enero y las 3 de la tarde del día 2 de febrero”. Año del Señor, añado yo, 2010.

ME GUSTARÍA PODER DECIR QUE ESTUVE ALLÍ, PERO ESTAS TRES FOTOS PERTENECEN A LA WEB WWW.BROOKLYNVEGAN. COM.

LUNES 25

Todo hacía presagiar en la mañana de ese lunes que NYC me tendría reservado un agradable recibimiento. Ni más ni menos que ¡un concierto de Cheap Trick! Y no es que ahora me confiese su fan número uno, pero los ‘Trick son una de las pocas bandas de Rock que he conseguido que mi novia (y compañera inseparable en este viaje) soporte sin pedirme que baje el volumen del reproductor. Aunque supongo que el mérito de ese logro hay que atribuírselo por entero al hecho de haber cedido un par de temas (“Surrender” y “Dream Police”) al videojuego Guitar-Hero (saga a la que mi chica es aficionada). Reconocimientos aparte, la idea de llevarme al oído las fantásticas melodías de todos los hits de sus primeros discos (sin despreciar los pertenecientes a sus dos últimas obras) implicaba una dosis de placer que no quería dejar correr. La hora prevista de mi llegada era de alrededor las cuatro de la tarde, a las que, sumando el tiempo de recogida del equipaje y el desplazamiento hasta el hotel, me situaría, a más tardar, no pasadas las ocho. Tiempo de sobra, por lo tanto, para coger un taxi hasta The Fillmore at Irving Plaza, el recinto en el que a partir de las ocho y media tendría lugar el doble concierto; y digo doble

HASTA LA PRÓXIMA, MUCHACHOS. QUIZÁS EN OTRA OCASIÓN…

porque, además de los de Chicago, el cartel incluía como teloneros a la pareja formada por Jason Falkner y Roger Joseph Manning Jr, ambos muy queridos en el Popu gracias a sus años de militancia en Jellyfish (una banda que, personalmente, no me dice nada, y cuya actuación, siendo franco, no me importaba lo más mínimo). Pero, con lo que no contaba era que, tras más de doce horas de vuelo, el temporal que asolaba en el Aeropuerto Internacional JFK obligaría a desviar el rumbo del aparato trescientos kilómetros hacia el norte, concretamente hasta Boston, donde se tomó tierra a la espera de que las condiciones climatológicas sobre New York permitiesen un aterrizaje libre de incidentes. Sin una triste película para distraer al pasaje, en el ya incómodo asiento de la cabina se hubo que permanecer unas cuantas horas más, sin noticias desde la torre de control e imaginándome lo peor: pasar la noche en una sala de la terminal, como Tom Hanks en el film de Spielberg. Por suerte, tras la agotadora espera emprendimos el regreso hacia nuestro destino inicial. Treinta minutos después, la accidentada travesía llegaba a su fin dejando un balance de más de tres horas de retraso sobre el horario programado. La posibilidad de ver a Cheap Trick, pues, se iba al garete. Bien, la posibilidad de ver a Cheap Trick, y la de ver a Zakk Wylde, quien también actuaba a la misma hora en otro punto de la ciudad. El ahora ex-guitarrista de Ozzy Osbourne ofrecía un show especial de tributo a Les Paul en el Iridium Jazz Club, y aunque no niego lo interesante de la cita, una actuación tan intimista como ésa (a Zakk le acompañarían algunos de los músicos de la banda del mítico guitarrista) no entraba en mis planes como primera opción (ese honor lo ocupaban Nielsen, Zander, Carlos y Petersson). Afortunadamente, por lo que pudiera pasar, tuve la prudencia de no comprar los tickets de forma anticipada; aunque, a decir verdad, ése hubiese sido el menor de mis problemas. Mucho más grave fue lo que estuvo a punto de sucederme a los pocos minutos de desembarcar del avión... ¡Virgen Santa, de la que me libré! Aquello sí hubiese tenido consecuencias fatídicas. Y es que, tal como he mencionado en la columna de la izquierda, gracias a la guía Trotamundos me zafé de un percance que podría haber tirado el viaje por la borda justo nada más comenzar. El caso es que, y esto es algo que muy poca gente sabe –así que atención-, uno de los motivos por los que un agente de inmigración puede denegar la entrada a un extranjero, es que éste se halle en situación de desempleo, una circunstancia en la que en ese momento me encontraba. Por fortuna, en los días previos a cruzar el charco, no sólo me empapé a fondo las páginas de la guía turística que recopilan los nombres de bares y locales nocturnos, sino que tuve a bien echarle un ojo a la sección “Consejos”, donde recogí esa preciada advertencia. Preciada, y providencial,


porque en ninguna otra guía que pasó por mis manos se alude a ese requisito (insalvable si te pilla con la guardia baja). Por suerte quien esto suscribe iba preparado, y aunque la posibilidad de ser interrogado por el agente acerca de mi situación laboral era remota, más me valía ensayar una mentira que sonase firme y libre de sospechas. Y bien por mí que así lo hice, pues, ¡bingo!, el funcionario latino que me atendió no medió más de dos frases conmigo hasta que me soltó a bocajarro la inquisitoria pregunta: “¿En qué trabaja usted?”. “Soy profesor” le dije. “¿De qué?”, inquirió él. “De matemáticas. En un instituto de secundaria”. Este último dato no venía a cuento, pero qué demonios, había que darle veracidad al asunto (aunque dudo que el tipo entiendese qué significaba “instituto de secundaria”, un término muy alejado del “high school” que ellos utilizan). Y dicho esto, el guardia estampó su sello en mi pasaporte permitiéndome así el franqueo a la salida del aeropuerto. Por suerte, hasta el momento a nadie se le ha ocurrido instalar polígrafos en las cabinas de aduanas, de lo contrario no me hubiese salvado ni Cristo Redentor… Ya en la parada de taxis, tanto mi pareja como yo mismo no cabíamos en nuestro asombro. Al contrario que a mí, a ella no le habían preguntado cuál era su ocupación, así que no pudimos más que reírnos de mi mala sombra y celebrar que soy un mentiroso muy convincente. No era para menos: acabábamos de librarnos de la deportación. Hubiese sido terrible tener que regresar a Barcelona con la miel en los labios. A la llegada al hotel, y tras el check-in de rigor, las manecillas del reloj sobrepasaban de largo las nueve de la noche; pero, aunque el agotamiento era más que considerable y las bajas temperaturas que reinaban en el exterior no invitaban precisamente a vagar por las calles, la excitación del momento (y sobretodo el hambre, no en vano llevábamos más de siete horas sin probar bocado) nos empujó a tomar la ciudad por asalto. Por cierto, el hotel que me alojaría en los siguientes días fue el Wellington, un imponente establecimiento de clase turista que acogió a la banda femenina The Go-Go’s en 1981, durante la grabación de su debut “The Beauty and the Beat”. Situado a un par de manzanas de Central Park y a menos de quince minutos andando al norte de Times Square, el Wellington es, hablando en plata, cutre y viejo de cojones (en España no tendría más de dos estrellas), pero su privilegiada ubicación y su proximidad a una boca de metro suple sobradamente sus carencias. Es lo que tiene Manhattan: la oferta hotelera es muy cara, por lo que no queda más remedio que olvidarse del lujo y el alto standing y resignarse a niveles de limpieza y confort de lo más ajustados. Hecho este inciso, y retomando el hilo del relato, nuestro paseo nocturno nos llevó a través de la Sexta Avenida hasta la marquesina del Radio City Music Hall, mítico enclave del showbizz neoyorkino cuya programación para esa semana no casaba lo más mínimo con mis apetencias musicales; y de allí, hasta la resplandeciente Times Square y la no menos centelleante calle 42. Para mi compañera, que no había pisado antes estas calles, el shock fue tremendo. ¡Increíble primera toma de contacto, desde luego! Y debo admitir que no era la única persona visiblemente emocionada. Yo mismo me hallaba en un estado de agitación incontenible

que, durante más de una hora, hizo que se me olvidase el vacío que atenazaba mis tripas. Así, antes de una frugal cena en un McDonald's (¡qué le voy a hacer! a mi chica –experta en nutrición- se le antojó una McPollo), nuestros pasos nos condujeron hasta la polémica valla publicitaria de Weatherproof, una reconocida firma de ropa que, aprovechando que Barack Obama lució una de sus chaquetas en su primera visita oficial a China, ha convertido (en contra de su voluntad) al presidente afroamericano en modelo de excepción y “líder en estilo”. Al parecer, el anuncio se colocó el pasado 6 de enero, pero, pese a las acciones legales emprendidas por la Casa Blanca para retirarla, tres semanas después todavía seguía expuesta (y, quién sabe, es probable que aún continúe allí). Sin embargo, lo cachondo de este asunto es que, justo en el edificio de al lado, la cadena AMC ha emplazado la publicidad de la tercera temporada de “Breaking Bad”, y lo ha hecho dándole la réplica a Obama, con una valla muy similar en la que puede verse al actor Bryan Cranston, la estrella de la teleserie, enfundado en una chaqueta parecida a la del mandatario, con la Gran Muralla china como telón de fondo, y una ligera modificación en el slogan publicitario utilizado por Weatherproof, cambiando la palabra “leader” por “dealer” (en clara alusión a las actividades delictivas que lleva a cabo el protagonista de la serie). Una parodia genial e irreverente a partes iguales, en definitiva. Por cierto, en el momento de escribir estas líneas he tenido ocasión de ver el primer episodio de esta tercera temporada, y debo decir que todo apunta a una nueva tanda de gloriosos capítulos. Siguiendo con las series de TV, y a pesar de que el anuncio de “Breaking Bad” ha debido tener un impacto mediático considerable, las dos series que acaparaban toda la atención publicitaria en ese momento eran “Spartacus: Blood and Sand” y “Human Target”. Y no exagero si digo que, junto al cartel de “Edge of Darkness”, el nuevo (y recomendable) film protagonizado por Mel Gibson, media ciudad estaba cubierta con anuncios de esas dos propuestas televisivas. De ambas sólo he podido ver sus dos primeros capítulos, pero creo que no me precipito al afirmar que “Spartacus” la supera en todos los aspectos. Con producción de Sam Raimi, la serie se centra en un grupo de gladiadores de la Antigua Roma, y a la estética propia de la película “300” hay que sumarle sus atrevidas escenas de sexo (con desnudos frontales tanto masculinos como femeninos) y unas secuencias de lucha rebosantes de sangre y gore como sólo del firmante de la trilogía “Evil Dead” se puede esperar. En cuanto a “Human Target”, es la adaptación de un cómic cuyo protagonista, un rudo –y atractivo- guardaespaldas de tendencias suicidas, resuelve los casos que le encomiendan en la más pura tradición de la saga

ARRIBA:

EJEMPLO DE PUBLICIDAD ENGAÑOSA. ABAJO: LA PUBLICIDAD DANDO (MAL) EJEMPLO (PERO SIN ENGAÑOS).

LA SERIE DEL MOMENTO EN USA. SANGRE Y ARENA, PERO SIN VALENTINO

DE TORERO.


CONVERTIDO EN UNA CELEBRIDAD (A COSTA DE HACER EL PAYASO EN TV), EL MADMAN SIGUE EXPRIMIENDO LA GALLINA DE HUEVOS DE ORO CON LA QUE PROMETE SER SU BIOGRAFÍA DEFINITIVA.

EN ESTA ESCALINATA, Y DURANTE CINCO MINUTOS, TOM MORELLO Y SUS CAMARADAS COMBATIERON (SIN ÉXITO, PERO SIN BAJAS) AL PODER ESTABLECIDO. LA BATALLA CONTRA EL SISTEMA - DESDE EL CORAZÓN DEL SISTEMA - NUNCA FUE TAN BREVE.

“Misión: Imposible”. Acción trepidante y hostias a tutiplén en un producto de elevado presupuesto (con cameo incluído de Danny Glover) cuyo segundo capítulo está lejos de igualar el nivel de su efectivo episodio piloto. Esperaré a ver un par más de capítulos antes de decidir si la sigo o no, aunque las opiniones vertidas en la Red no le son demasiado favorables. Y bien, no quiero finiquitar este primer día sin antes detenerme en la realidad que se vive en la zona de Times Square y la calle 42 en cuanto cae la noche. Y es que, pese al espectáculo de luces y neones, no es oro todo lo que reluce. Ni muchísimo menos. El caso es que, durante los intensos minutos que pasamos en los aledaños de Times Square, tuvimos contacto con varios mendigos y algún que otro buscavidas de los bajos fondos. El primero se nos acercó en el McDonald's mientras engullíamos nuestra cena, instándonos a que les comprásemos un ejemplar de la versión yankee de La Farola (“el periódico que da pan y techo”, según reza su lema); el siguiente nos abordó mientras esperábamos a que un semáforo nos diese paso, pidiéndonos limosna mientras canturreaba, con una inquietante sonrisa de psicópata en los labios, una pegadiza canción; y el último se limitó a pasar de largo a nuestro lado, arrastrando un carrito de supermercado lleno de cachivaches. Y entre unos y otros, un camello apoyado en la verja de una tienda de souvenirs no dudó en ofrecerme su mercancía. Al final todos resultaron ser inofensivos, pero por un momento me vinieron a la cabeza todas esas voces que

se han pronunciado en los últimos años asegurando que la administración del alcalde Giuliani consiguió limpiar la calle 42 y sus inmediaciones. Bien, pues visto lo visto, debo decir que dejaron la tarea a medias.

MARTES 26

El día no pudo comenzar peor. El puto jet lag se ensañó de lo lindo con mi reloj interno, provocando que a las cinco de la mañana ya estuviese despierto. Madre mía... ¡hacía años que no madrugaba tanto! Por si no fuera suficiente, las sirenas y el ruido del tráfico procedente de la calle (y la música del hotel de enfrente, que la emitía a todas horas desde su vestíbulo) me impedía retomar el sueño. Bien, la próxima vez será cuestión de pedir una habitación en la decimoséptima planta y no en la sexta. Total, que no me quedó más remedio que esperar hasta que el despertador sonase a las ocho y se levantase mi chica para volver a ponerme en movimiento de nuevo. El plan previsto para iniciar la jornada consistía en adentrarse en el distrito financiero, a mi parecer la zona más impersonal de la ciudad, pero, dado que para mi compañera de viaje todo era nuevo, era de vital importancia para ella recorrer todos y cada uno de los puntos de interés turístico que las guías de viajes recomiendan no perderse. Okey, no problem. Aunque es un engorro tener que pasar los controles de seguridad que hay en la mayoría de esos lugares (con la correspondiente pérdida de tiempo), siempre es un placer contemplar la ciudad desde lo alto del mirador del Empire State Building, perderse por los pasillos del Museo de Historia Natural, o admirar la impresionante colección de armaduras que atesora el Metropolitan Museum. Pero antes de ponerme en marcha le eché una ojeada a los periódicos gratuitos del día, y... ¡sorpresa! El diario AM New York dedicaba en sus páginas interiores un pequeño espacio a KISS, quienes, con motivo del 125º aniversario de la marca de refrescos Dr Pepper, se encargaron la víspera anterior de cerrar la jornada bursátil asestando el tradicional mazazo que marca el fin de las cotizaciones; y, desde la portada del rotativo Metro, el ínclito Ozzy Osbourne nos daba los buenos días con la noticia de la firma de ejemplares esa misma tarde (a partir de las 19 horas) de su flamante autobiografía “I Am Ozzy” en la librería Borders de Columbus Circle, ubicada, precisamente, muy cerca del Wellington Hotel. No obstante, iba a resultar imposible estar allí a la hora anunciada; más que nada porque esa noche tenía intención de acudir a otro acontecimiento musical, un concierto concretamente, a priori un evento más interesante y enriquecedor a nivel personal. Y no me malinterpretes: adoro al Madman y su obra, pero la idea de hacer cola durante un par de horas para que me garabateen un libro no me atrae lo más mínimo. No soy nada mitómano, la verdad, y el rollo de los autógrafos no va conmigo. Volviendo a mi itinerario turístico, de todos los enclaves que visitamos en el Lower Maniatan ese día, el único con cierto cariz rockero fue Wall Street. Y no porque el pichabrava de Michael Douglas rodase allí el film dirigido por el drogadizo Oliver Stone, sino porque en esa estrecha y escueta calle Rage Against the Machine protagonizaron -diez años atrás, casualmente también un 26 de enero- uno de los episodios más sonados de su carrera y uno de los más excitantes que se han vivido en ese lugar. El incidente tuvo lugar durante el rodaje de su clip “Sleep Now in the Fire” -realizado por otro broncas, el orondo Michael Moore-, en el que, ni cortos ni perezosos, se apostaron en la escalinata del Federal Hall National Memorial, una construcción de estilo clásico situada a escasos metros del edificio de la Bolsa, e interpretaron el tema que habían venido a promocionar. Como recordarás si has visto el video, el altercado provocado por la actuación –y el fallido intento de la banda por acceder al interior del parqué- obligó, por una parte, a intervenir a las fuerzas del orden, quienes custodiaron a los músicos lejos del punto caliente, y por otro lado, a cerrar las puertas principales del edificio que alberga el mercado de valores. La actividad bursátil, sin embargo, continuó como si tal cosa en el interior, lo cual demuestra que, por mucho que se les ladre, los perros que ostentan el poder jamás soltarán su hueso. Con todo mi amor hacia ellos: we gotta take the power back, motherfuckers!


Y del centro neurálgico de las finanzas internacionales partimos en dirección al puente de Brooklyn, imagen icónica donde las haya que, a lo largo de los últimos cien años, ha servido de marco para un sin fin de escenas memorables pertenecientes al cine y el cómic. Desde lo alto de su estructura se lanzó Johnny Weissmüller en el film “Tarzán en Nueva York”, por su pasarela peatonal desfilaron hordas de muertos vivientes en la cutrona “Nueva York bajo el terror de los zombies” de Lucio Fulci, allí sufrió Spiderman la pérdida de un ser querido a manos del Duende Verde (ver el despiece que ronda estas líneas), y no han sido pocas las veces que lo hemos visto saltar por los aires en varios films catastrofistas. Aunque, si por un motivo lo recordarán los miembros de la KISS Army, es porque el 4 de septiembre de 1996 las Criaturas de la Noche (las originales, las de Ace y Peter) interpretaron, con motivo de los MTV Video Music Awards, un set de cinco temas bajo la imponente construcción. Localización de lujo, en definitiva, para momentos estelares de la cultura popular. Resulta por ello imperdonable que en mi anterior estancia en la ciudad no encontrase tiempo para cruzar esos 1825 metros de cemento que conectan la isla de Manhattan con el distrito de Brooklyn, así que era el momento de saldar esa vieja cuenta pendiente. No sin dificultad, eso sí, ya que el gélido viento que soplaba desde el East River no nos lo puso fácil ni un instante, entorpeciéndonos el avance y calándonos hasta el tuétano con su humedad durante los más de veinte minutos que duró el paseo. Una vez en el otro lado, el siguiente objetivo era emplazarse en el cruce entre las calles Washington y Front, una intersección que todo amante del cine de Sergio Leone debería conocer, pues en ese punto exacto fue donde se tomó la imagen que ilustra el cartel de “Érase una vez en América”, el inolvidable film con Robert De Niro y James Woods como protagonistas. Estando allí de pie me resultó imposible no tararear el tema central de la pelí-

cula, una melodía preciosa que a día de hoy sigue poniéndome la piel de gallina. Muy cerca de esa confluencia, en esa misma zona -conocida como DUMBO (acrónimo de Down Under the Manhattan Bridge Overpass, una de tantas maneras que tienen los neoyorkinos de abreviar el nombre de barrios y sectores de la ciudad)-, se encuentra la

EL ARMAZÓN METÁLICO QUE SE ALZA MÁS ALLÁ DE ESTOS EDIFICIOS NO CORRESPONDE AL PUENTE DE BROOKLYN, SINO AL SITUADO UN POCO MÁS AL NORTE, EL BRIDGE.

MANHATTAN

SPIDER-MAN IS EVERYWHERE IN NEW YORK CITY, GUYS!!

Uno de los aciertos más notables de Stan Lee cuando creó los cómics de Spider-Man, y por extensión de todo el Universo Marvel, fue que, a diferencia de Superman y Batman -que operan en ciudades imaginarias como Metropolis y Gotham-, el Trepa-Muros tiene su base de operaciones en un urbe que pertenece al mundo real: New York. Que el decorado de la acción se convierta, por tanto, en un elemento reconocible y cercano al lector, confieren una mayor afinidad con el protagonista, mucho más humano, por otra parte, que los personajes de DC, su rival editorial. Siendo niño (y todavía de hoy, qué demonios), leer un cómic del Cabeza de Red implica, no sólo empatizar con Peter Parker a causa de sus problemas cotidianos, sino también descubrir una ciudad en la distancia; lo cual tiene como efecto que, una vez se visitan determinados lugares, uno no pueda evitar recrear mentalmente decenas de viñetas protagonizadas por tc. Spidey: el distrito de Queens -donde se crió-, el puente de Brooklyn -donde su chica fue asesinada-, la Estatua de la Libertad -su punto de reunión con la Antorcha Humana-, la zona de Chelsea donde se instaló al independizarse-, etc. En la foto, el Foxwood Theatre de la calle 42, donde el 28 de noviembre se estrenará el musical "Spider-Man: Turn Off the Dark" (inicialmente anunciado para el 18 de febrero). Pese al gancho de la partitura compuesta por Bono y The Edge, la escasa venta anticipada de tickets augura uno de los fracasos más estrepitosos de la historia de Broadway.

¡CINE CON MAYÚSCULAS! “ONCE UPON A TIME IN AMERICA”, LA OBRA PÓSTUMA DEL ITALIANO SERGIO LEONE, ESTÁ AL MISMO NIVEL QUE LA SAGA MAFIOSA DE COPPOLA.


A PRINCIPIOS DE FEBRERO .357 LOVER ENTRÓ EN EL ESTUDIO DE GRABACIÓN, ASÍ QUE ES MUY PROBABLE QUE HAYA NUEVO DISCO DE LA BANDA ANTES DE QUE ACABE 2010. explanada de Fulton Ferry Landing, el lugar donde KISS ofrecieron su recital catorce años atrás. No me tomé la molestia de ir a visitarlo, porque ya oscurecía y el frío a orillas del río se hacía insoportable; y, ¡qué carajo!, se aproximaba la hora de inicio del show que nos animaría la velada. Un show por el que, sinceramente, me había costado decidirme. Y es que esa misma noche, más o menos a la misma hora, había dos opciones de peso por las que decantarse. La primera de ellas, Hail!, una cover band de Heavy Metal con formación de auténtico lujo: Ripper Owens a la voz, Andreas Kisser a las guitarras, David Ellefson al bajo, y Mike Portnoy a la batería (el puesto más inestable del combo, pues tras los tambores ya han pasado Jimmy DeGrasso, Roy Mayorga y Paul Bostaph). Sobre el papel la cosa pinta muy bien, pues en su setlist habitual, aparte de temas pertenecientes a las bandas donde militan (o militaron) sus miembros -es decir, Judas Priest, Sepultura y Megadeth (de Dream Theater no tocan nada)-, también hay himnos de Pantera, Mötorhead, Accept, Black Sabbath, Iron Maiden, AC/DC y Metallica. Buff, ¡no está nada mal para un metal-head como yo! El problema es que a mi chica toda esta tralla la supera, así que, si no (ARRIBA)

DAVE ELLEFSON DÁNDOLO HAIL! (IZQ.) EN EL LOCAL DE B.B.KING LA

TODO JUNTO A

MARQUESINA CAMBIA A DIARIO.

quería pasar solo las siguientes horas, más me valía descartar las ceremonias metálicas y encontrar algo más apropiado. Afortunadamente, la segunda alternativa de la noche se ajustaba mejor a los gustos musicales de mi partenaire: los pomposos (en su acepción más positiva) .357 Lover, de quienes qué te voy a contar de ellos a estas alturas... Su debut “Diorama of the Golden Lion” es una excentridad, puro anacronismo en pleno 2010, pero cuenta con los suficientes ingredientes atemporales (grandes melodías, arreglos barrocos, un saludable punto humorístico) que lo convierten en una obra vigente. Si no les conoces, y sientes una enfermiza inclinación hacia la etapa 70's de Queen, las canciones de John Cameron Mitchell, y los “Bat Out Of Hell” de Jim Steinman y Meat Loaf, no lo dudes y hazte con su ópera prima (y, en este caso, te aseguro que lo de ópera no es gratuito…). Promociones al margen, debo puntualizar que en el momento en que me disponía a acudir a verles todavía no había caído en mis manos el disco, y únicamente conocía su tema “Maybe Tonite” (una composición, por cierto, que no desentonaría en la banda sonora de “Hedwig and the Angry Inch”, uno de mis scores favoritos de todos los tiempos junto al de “El Fantasma del Paraíso”), pero con semejante canción ya me habían convencido de su grandeza. No era cuestión de perdérselos. Esa noche, asimismo, la banda ponía punto final a su residencia en el club Knitting Factory (361 Metropolitan Ave. de Brooklyn), por lo que el show adquiría connotaciones de acontecimiento histórico. Y, encima, el precio del ticket era irrisorio: ¡¡cinco míseros pavos!! Con lo que no contaba, mal que me pese, era que el mapa que llevaba conmigo, minucioso y preciso para la isla de Manhattan, desdeñaba las leyes básicas de la cartografía para los distritos colindantes, convirtiéndose en un galimatías indescifrable de cuadrículas y nombres. Cojonudo, pues. Noche cerrada, ni un alma en las calles, y el sentido de la orientación on vacation. En suma, que estábamos más perdidos que un hijoputa en el día del padre... Tras mucho andar, finalmente dimos con una zona habitada pero mal iluminada, un conjunto de edificios destartalados en lo que parecía ser una humilde barriada obrera. Allí encontramos a dos miembros de la comunidad afroamericana, quienes, tras poner a prueba mis exiguos conocimientos del idioma oficial, muy amablemente nos informaron que la dirección a la que nos dirigíamos estaba donde Cristo dio las tres voces. O más allá, quién sabe, porque no se cansaban de recalcar que nuestro lugar de destino estaba muy, pero que muy lejos. Y bien, llegados a este punto no estoy seguro si mis oídos me jugaron una mala pasada, o si la dicción de los hermanos (propia de los coristas de Ice-T) hizo inteligibles sus palabras, pero creí entender que para cubrir la distancia que nos separaba del club eran necesarios ¡50 minutos! ¡¡yendo en coche!! “Oh, shit. ¿Dónde coño hay ahora un taxi?”. En todo el tiempo que llevábamos en Brooklyn no había visto circular ninguno... A mi preocupación se le sumaba, además, una duda: ¿el brother dijo cincuenta (fifty) o quince (fifteen) minutos? Imposible dilucidarlo, de verdad, aunque lo más probable es que dijese lo segundo, porque un trayecto de casi una hora en NYC da para cruzar la ciudad entera de un extremo a otro. Si la barrera idiomática no resultaba suficiente, para acabar de redondear la situación mi chica se hallaba realmente asustada. ¿El motivo? Para empezar, la impresión que le había causado el barrio fue la de salir de allí cagando leches de inmediato; y el comportamiento de la pareja de afros no es que le ayudase demasiado a paliar su estado de pánico. Y eso que los tipos para nada procedieron de forma maliciosa... Fue sólo que, tras intentar convencernos de que lo más sensato era desistir en nuestra búsqueda, muy amablemente nos instaron a acompañarles por unas oscuras callejuelas. La excusa era indicarnos la salida del complejo de viviendas, pero, claro, un gesto tan cortés por parte de unos completos desconocidos -y en ese ambiente, nada menos- le despertaba las alarmas a cualquiera. Y sí, admito que yo también pasé un poco de miedo durante el trecho en el que fuimos escoltados, pero una vez solos, fuera del recinto urbanizado, recuperé completamente la compostura. Por desgracia,


mi compañera no, y lejos de sentirse aplacada, su único deseo era largarse de allí, con viento fresco y cuanto antes, rumbo al hotel. Con el miedo metido en el cuerpo, de nada me sirvió insistir. Tras esperar un cuarto de hora apostado en una intersección, un cab-driver pakistaní nos devolvió sanos y salvos a Manhattan. Adiós, pues, Lovers. Adiós, monstruo del Hava Nagilah. Con el ánimo abatido, y sin otra cosa mejor que hacer, vagamos por los alrededores del Wellington para curiosear un poco. Con lo primero que nos topamos fue el Carnegie Hall, la emblemática sala de conciertos que, un par de meses después de nuestro paso por la ciudad, fue testigo de un tremendo hostión por parte de Iggy Pop, que dio con sus viejos huesos en el suelo tras saltar al público haciendo stage diving. Al día siguiente del incidente, La Iguana de Detroit anunciaba en los medios su retirada de tan peligrosa práctica, una promesa que, a la vista de las crónicas de la actuación de los Stooges en Madrid el pasado mes de abril, no ha tardado en romper. Yo jamás he hecho mosh en un concierto, pero es evidente que algo especial debe tener el crowd surfing para arriesgarse de esa manera... En la manzana adyacente al Carnegie Hall, exactamente en el 211 West de la calle 56, casi nos dimos de bruces con los airbags de las chicas que trabajan en Hooters, una cadena de comida rápida que se cuenta entre las preferidas de Michael Scott y algunos de sus empleados en la corrosiva serie de la NBC “The Office”. Las camareras de este distinguido local son también unas viejas conocidas de los lectores de Popular 1, pues en el especial USA César Martín escribió acerca de ellas con motivo de su caliente aparición en el programa de David Letterman. Consciente de lo mucho que significa “The Office” en mi vida, mi novia propuso volver otro día al restaurante con el fin de probar alguno de sus suculentos menús basura. Indiscutiblemente, su oferta resultaba irresistible, pero escudándome en el tipo de clientela que había en el local en aquel momento -100% masculina, y con pinta de estar todos salidísimos-, decliné su invitación con un “mejor no, cariño. No quiero que te sientas incómoda”. Mentira podrida, por supuesto; la triste realidad es que mi negativa estaba motivada porque me

conozco a mí mismo demasiado bien y sé que sería incapaz de evitar que mis ojos se fuesen detrás de todas aquellas bellas señoritas, lo cual acabaría por provocar un malentendido de tres pares de cojones con mi pareja. Uno no es de piedra, por favor, y el uniforme que se gastan las chicas no es precisamente un ejemplo de recato, así que... ¡hey!, deja de acusarme con el dedo de esa manera y continúa leyendo, ¿okey? Muy cerca de Hooters se encuentra el Ed Sullivan Theater, el estudio donde se graba a diario el espacio televisivo “The Late Show with David Letterman”. Y no, pese a haber releído varias veces el “No Me Judas, Satanás” que The Man le dedicó en su momento al ilustre presentador, no me considero fan de Letterman en absoluto. Supongo que lo correcto sería decir que no tengo una opinión formada acerca de él, más que nada porque jamás he visto su programa. Mi nivel de inglés no me permite encadenar -en el mejor de los casos- más de dos frases seguidas; y qué demonios, los talk-shows me importan un rábano. Harina de otro costal es la relevancia musical que el Ed Sullivan Theater alberga entre sus muros. No hay que pasar por alto que en su plató han tenido lugar actuaciones clave en las carreras de primeras espadas: Elvis, los Beatles, The Doors, los Stones,... Apariciones todas ellas envueltas en controvertidas polémicas que con los años han pasado a ser legendarias. Pero, a decir verdad, y al margen de la importancia histórica de este lugar, el motivo de peso que me atrae a este edificio es la obsesión de mi chica por toparse con algún famoso. ¡Recuerda, estamos en New York, donde todo es posible! Para echar más leña al fuego, si a la innata fijación de mi chica por los VIPs le sumamos que le he explicado que en mi primera visita a la ciudad me crucé en plena Quinta Avenida con el idiota de Liam Gallagher, es comprensible que su faceta de paparazzi estuviese a flor de piel. Por cierto, el encuentro con el mequetrefe de Oasis –pese a que la persona que iba conmigo se declaraba fan de los británicossimplemente se saldó con un ligero cosquilleo de sorpresa por nuestra parte (él -supongo- ni se inmutó) y un fugaz intercambio de miradas (la suya, como siempre, rebosante de asco, agobio y hostilidad). Felizmente, mi acompañante no hizo el menor atisbo de abordaje; cosa que le agradezco, porque siempre he pensado que, de no haber sido así, el encuentro se hubiese saldado con mis huesos dando en el suelo, tendido sobre un charco

LÁSTIMA QUE EXQUISITECES COMO ÉSTA NO SE INCLUYAN EN EL MENÚ.

KNOCK, KNOCK, KNOCKING ON HEAVEN’S DOOR. YEH-YEH-YEH-YEH-YEAAH.

LIAM GALLAGHER, UN TIPO FELIZ.


de sangre ante la mirada indiferente de los transeúntes. Y ya que hablamos del más soberbio de los hermanitos Gallagher, aprovecho para hacer hincapié en que, a finales del pasado marzo, este fantoche fue elegido por los lectores británicos de la revista Q como el mejor frontman de todos los tiempos. ¡El mejor! Tócate los huevos. Para más inri, el cantamañanas admitía estar a la altura del mismísimo Rey del Rock'n'Roll: “Estamos Elvis y yo. No podría decir quién de los dos es el mejor”. Jaja, qué cachondo el tío (porque es una coña, ¿no?). Bien, ehem, mejor correr un tupido velo ante tan bochornosas declaraciones. Volviendo al Ed Sullivan Theater, diariamente el programa de ¿????? Letterman cuenta con una deslumbrante estrella del show business internacional entre su lista de invitados. Así, durante mi estancia, las celebridades se distribuyeron de la siguiente forma: Denzel Washington (martes), Whoopi Goldberg (miércoles), Kiefer Sutherland (jueves) y Sigourney Weaver (viernes). ¡Poca broma! Dejando a un lado a los señores Oreo (los amigos Denzel y Whoopi, para entendernos), la perspectiva de dispararle el flash de mi cámara al indestructible agente Jack Bauer o a la intimidante Teniente Ripley resultaba, cuanto menos, de lo más tentadora. Sin embargo, la cordura se impone y optamos por dedicar nuestro limitado tiempo a patear a conciencia la ciudad en lugar de esperar varias horas en la puerta trasera del teatro

(por donde acceden los invitados), fantaseando con inmortalizar a alguna movie star. No obstante, llegar a esa decisión no nos impidió, días más tarde, acercarnos a Balthazar y Minetta, dos restaurantes de moda que, según el artículo “24 horas en NYC” de C.M., suelen frecuentar pop/rockstars como Madonna y Paul Stanley, o astros de la gran pantalla como Mickey Rourke y Steve Buscemi. Sin embargo, a ninguno de esos establecimientos llegamos a entrar; simplemente permanecimos en la puerta unos minutos a ver si, por casualidad, entraba o salía algún miembro de la realeza artística. Al final nuestras esperas no dieron su fruto, pero si consideramos las horas a las que nos personamos en los locales (las dos veces pasadas las cuatro de la tarde), es normal que allí sólo quedasen los camareros recogiendo mesas.

MIÉRCOLES 27

CONTINUARÁ EN UNOS DÍAS AVANCE: PLANET OF THE APES ROBERT DE NIRO BRUCE SPRINGSTEEN ANTHRAX JOEY RAMONE JOHN VARVATOS THE DICTATORS

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