Alejandra

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Entre la muerte del yo yoel yo muerto. 1

Una travesía pizarnikiana por el siglo xx1

Una travesía pizarnikiana por el siglo xx Tamara Kamenszain

Entre la muerte del yo yoel yo muerto.

Tamara Kamenszain

Tamara Kamenszain

Tamara Kamenszain

En Extracción de la piedra de locura (1968) la hablante ya nace muerta. El primer verso del libro lo dice así: “la que murió de su vestido azul está cantando” y agrega “ella canta junto a una niña extraviada que es ella”. Esta triplicación de voces –un yo lírico enmascarado en una tercera femenina singular que a su vez se ramifica en dos- vale como ejemplo del estado de cosas en que se encontraba la investigación pizarnikiana por esos años. Quién es el que habla, dónde y cómo se sitúa en relación a la escritura, parece ser la pregunta central que impulsa semejante investigación. Una preocupación que hoy, naturalizado el giro copernicano que a comienzos de los 60 dio el estructuralismo, ya se define casi burocráticamente y sin provocar ningún escozor, como la pregunta por el sujeto de la enunciación. Sin embargo, en su momento, el abordaje de esta cuestión por parte de los poetas de la época no fue para nada homogéneo.

En Extracción de la piedra de locura (1968) la hablante ya nace muerta. El primer verso del libro lo dice así: “la que murió de su vestido azul está cantando” y agrega “ella canta junto a una niña extraviada que es ella”. Esta triplicación de voces –un yo lírico enmascarado en una tercera femenina singular que a su vez se ramifica en dos- vale como ejemplo del estado de cosas en que se encontraba la investigación pizarnikiana por esos años. Quién es el que habla, dónde y cómo se sitúa en relación a la escritura, parece ser la pregunta central que impulsa semejante investigación. Una preocupación que hoy, naturalizado el giro copernicano que a comienzos de los 60 dio el estructuralismo, ya se define casi burocráticamente y sin provocar ningún escozor, como la pregunta por el sujeto de la enunciación. Sin embargo, en su momento, el abordaje de esta cuestión por parte de los poetas de la época no fue para nada homogéneo.

Recordemos que Oliverio Girondo murió en 1967 y que la primera edición de En la masmédula es del 63. Y no hay duda de que este libro ya nació embarazado de la pregunta por la enunciación. Su usina, el verbo yollear, se declina incansablemente, o mejor dicho, se declina hasta el “cansancio” (así se titula el último poema de En la masmédula donde el yo lírico se declara “cansado del cansancio”). Lo que en esta declaración se reduplica podría traducirse como estar cansado de la enunciación, o mejor, de lo que ésta conlleva como flexión sobre el lenguaje, como mirada sobre la mirada. “Cansado de las recaricias de la lengua y de los regastados páramos vocablos y reconjungaciones y recópulas”, dice Girondo reduplicando con el prefijo re lo vueltero, lo lenguajero de esta operación enunciativa. Sin embargo, y a pesar de esa especie de decepción póstuma, no parece haber dramatismo alguno en los términos de la investigación girondeana. Más bien se palpa una alegría productiva, una especie de alivio en cuanto a poder desentenderse sin culpa del campo del enunciado. La cabeza de la figura que abre el libro Espantapájaros, se arma con la declinación del verso “yo no sé”. El no saber, ese vaciamiento, esa fractura que hace colapsar el lleno de los enunciados, se transforma sin embargo aquí en motor de declinación verbal, es decir, en fuente de vida.

Recordemos que Oliverio Girondo murió en 1967 y que la primera edición de En la masmédula es del 63. Y no hay duda de que este libro ya nació embarazado de la pregunta por la enunciación. Su usina, el verbo yollear, se declina incansablemente, o mejor dicho, se declina hasta el “cansancio” (así se titula el último poema de En la masmédula donde el yo lírico se declara “cansado del cansancio”). Lo que en esta declaración se reduplica podría traducirse como estar cansado de la enunciación, o mejor, de lo que ésta conlleva como flexión sobre el lenguaje, como mirada sobre la mirada. “Cansado de las recaricias de la lengua y de los regastados páramos vocablos y reconjungaciones y recópulas”, dice Girondo reduplicando con el prefijo re lo vueltero, lo lenguajero de esta operación enunciativa. Sin embargo, y a pesar de esa especie de decepción póstuma, no parece haber dramatismo alguno en los términos de la investigación girondeana. Más bien se palpa una alegría productiva, una especie de alivio en cuanto a poder desentenderse sin culpa del campo del enunciado. La cabeza de la figura que abre el libro Espantapájaros, se arma con la declinación del verso “yo no sé”. El no saber, ese vaciamiento, esa fractura que hace colapsar el lleno de los enunciados, se transforma sin embargo aquí en motor de declinación verbal, es decir, en fuente de vida.

Muy distinto parece ser lo que acontece con la poesía de Alejandra Pizarnik cuando se enfrenta con esta fractura. En Extracción de la piedra de locura, la pregunta de cómo decir algo cuando es el sentido mismo el que está en cuestión, parece tener una única respuesta: con muerte. Si ya no se puede “nombrar las cosas por su nombre” y el hablante tampoco puede ser considerado más el portador incondicional de un nombre propio, la única certeza parece estar del otro lado, habitando esa grieta negra

Muy distinto parece ser lo que acontece con la poesía de Alejandra Pizarnik cuando se enfrenta con esta fractura. En Extracción de la piedra de locura, la pregunta de cómo decir algo cuando es el sentido mismo el que está en cuestión, parece tener una única respuesta: con muerte. Si ya no se puede “nombrar las cosas por su nombre” y el hablante tampoco puede ser considerado más el portador incondicional de un nombre propio, la única certeza parece estar del otro lado, habitando esa grieta negra

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