Reseña de 'El eco de las muletas. Una aproximación a Manuel Escorza del Val'

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LIBROS El Eco de las muletas. Una aproximación a Manuel Escorza del Val. Dani Capmany, colección: Transhistorias. Piedra Papel Libros. Jaén. 2018. Comentarios: Dolors Marín Dani Capmany (Terrassa, 1976), periodista e historiador, ha realizado una rigurosa labor de investigación bibliográfica y de archivo alrededor de uno de los personajes más desconocidos del movimiento anarcosindicalista de los años treinta y que generó una leyenda negra al entorno de su actuación. Nos referimos a Manuel Escorza del Val militante libertario de gran cultura, austero e innovador, activista anarquista e inspirador de grupos juveniles en los ateneos de barriada como el grupo Faros en la Barcelona pre-juliana de 1936. Por su alta implicación en el entramado libertario de los grupos de afinidad fue designado responsable de los servicios de Investigación de la CNTFAI y, por consiguiente, responsable de la organización de las Patrullas de Control hasta mayo de 1937 en que las y los libertarios son apartados por los estalinistas de los centros de decisión dentro de la marcha de la guerra y la revolución española. Manuel Escorza fue partidario de la colaboración con la Generalitat de Companys y Tarradellas para poder impulsar el proyecto colectivizador anarcosindicalista en la industria y en el campo catalán como instrumento para ganar la guerra y, a la vez, construir en la practica la revolución. Una colaboración que no fue aceptada por algunos sectores confederales y faístas. Dani Capmany revisa quiénes son aquellos que escribieron a favor o en contra del críptico Escorza, sobre el que cayeron todo tipo de especulaciones interesadas, tanto de sus compañeros de sindicato, como de sus detractores políticos que van desde los franquistas, comunistas ortodoxos, nacionalistas catalanes, izquierdistas o, sencillamente, revisionistas históricos de todo pelaje. Porque no solo fue García Oliver, quien en su Eco de los pasos carga sobre «aquel tullido de mente y de cuerpo», -silenciando su propia responsabilidad y la de Federica Montseny, en la ejecución de José Gardeñas y Manuel Fernández-, sino también el periodista Manuel D. Benavides, varios miembros de ERC (Jaume Miratvilles o Pons Garlan-

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dí), el libelo de Miguel Mir sobre las supuestas memorias de un pistolero de la FAI (sorprende la ausencia total de notas a pie de página y la falta de fuentes) o, recientemente, en una obra literaria de ficción a caballo entre la novela gótica y la recreación histórica donde, curiosamente, se dan nombres reales (Manuel Escorza o Dionís Eroles) en la que se demoniza, por enésima vez, la actuación de las y los anarquistas en la Barcelona del 36. La novela de S. Alzamora (2011) según propias declaraciones es: “un thriller que recrea las matanzas de religiosos a manos de los anarquistas”. Toda esta ficción meta-histórica se complementa con las entradas de Wikipedia donde se vuelve a cargar en contra del personaje y, de rebote, contra las y los anarquistas. Como historiadoras e historiadores interesados en el anarquismo español nos impacta ver cómo hoy en día los “incontrolados de la FAI” siguen dando mucho juego literario a la vez que son rentables políticamente para algunos sectores sociales interesados en el desprestigio del proyecto libertario. Y más si estos “incontrolados”, como el prototípico Manuel Escorza, son reconvertidos en personajes periféricos y marginales, descritos como monstruos singulares o individuos sangrientos, aislados hoy de las ideologías y sindicatos que los alumbraron y a los que nadie reivindica dado su poco interés en el juego político parlamentario. Se han creado mitos que se encuadran dentro de un imaginario colectivo nacido de la derecha de siempre, los sectores reaccionarios y el franquismo clásico que enlaza con una burguesía botiguera catalana enraizada en la Lliga de Cambó y refrendado por una historiografía universitaria siempre dispuesta a la especulación gratuita y al amarillismo populista. La investigación de Dani Capmany nos ofrece en primicia el fruto de un trabajo de varios años al entorno de algo mucho más complejo que la acomodaticia tipificación del “anarquista violento” tan útil a casi todo el mundo. Útil, observamos, tanto para los mismos libertarios que pasan de puntillas ante aspectos importantes de la violencia en la retaguardia y útil también para sus tradicionales enemigos, que hacen recaer en las y los anarquistas buena parte de una responsabilidad compartida en aquellos años que puede rastrearse en actas y acuerdos. La participación importante de otras formaciones políticas -no exclusivamente anarquistas- dentro del Comité Central de Milicias Antifascistas y la formación de las Patrullas de Control (hasta junio de 1937) puede hacernos valorar de otra manera la complicidad de formaciones como Esquerra Republicana, comunistas del PSUC, del POUM, Acció Catalana, etc. dentro del espionaje, detención y tortura (que la

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hubo) de elementos quinta columnistas o saboteadores del proceso revolucionario y de la marcha de la guerra civil. Los estudios de Agustín Guillamón, citados por Campany, nos ofrecen un breve dato objetivo en toda esta trama: de los responsables de las 11 secciones que correspondían a los barrios de Barcelona (unos 700 hombres en total) 4 pertenecían a CNT-FAI (Pueblo Nuevo, Sants, Armonía del Palomar y Clot), el resto 4 a ERC, 3 al PSUC y ninguno al POUM. De hecho, el grupo de investigación creado por Escorza no era un grupo de afinidad clásico de los tiempos de clandestinidad, sino que operaba como una Brigada Especial de Investigación de carácter legal bajo el auspicio de la Generalitat de Catalunya de la que cobraban un salario, igual que todos los miembros de las Patrullas de Control. Es decir, institucionalización republicana para con unos servicios indispensables en la retaguardia en tiempos de guerra y de contrarrevolución, de fabricación de armamento y de aprovisionamiento de los frentes de guerra. La imagen que nos ofrece la historiografía actual aún liga las Patrullas de Control y los servicios de contraespionaje a anarquistas de la FAI y perpetúa la leyenda negra sobre matanzas de sacerdotes y expolio económico, algo que repetimos, debe contrastarse. Como contrapunto, Escorza fue valorado por García Oliver en otros pasajes de sus memorias, y por sus partidarios, como la miliciana Concha Pérez, activista de Faros. En el exilio destacó por su austeridad y sobrevivió con su familia gracias a la crítica teatral, literaria, cinematográfica y periodística donde firmaba como M. de Val. Es trabajo valiente el de Dani Capmany que rebusca honestamente en fuentes escritas las bases para el análisis de lo que pasó en el entorno de la Comisión de Investigación dirigida por Escorza y que plantea, más que cierra, muchos interrogantes. Entre ellos marca luces y sombras sobre las biografías de Aurelio Fernández, Antonio Ortiz, Liberato Minué (cuñado de Escorza), Dionís Eroles, Jaume Balius, etc. Capmany aventura alguna hipótesis sobre el poder real que ostentaba Escorza con respecto a muchas decisiones de gobierno importantes, su participación en el asunto de la independencia de Marruecos, las alianzas CNT-FAI con UGT-PSUC, o el giro de los hechos de Mayo que marcan el declive del proyecto libertario. Este volumen es una primicia de la investigación de Capmany, que sigue en curso, y de la que esperamos nuevas aportaciones y saludamos la obra de un investigador joven que se mueve, con dignidad y rigor dentro de las oscuras aguas del olvido.


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