HOJAS AL AIRE

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A contracorriente Juan Cervera Sanchís nació en 1933 en Lora del Río, Sevilla, a la orilla del río Guadalquivir. Él era Juanillo el de los muertos, hijo de doña Asunción Sanchís Jiménez y de don Juan Cervera Rueda. En 1968 llegó a México, “porque su canto no cabía en España”, como escribió León Felipe. Ha cultivado el soneto, la décima, las coplas, el verso libre, con el alma de su tierra y de su gente, que desborda en lo Hojas al aire, a la universal humano, sin formar parte deriva, con vocación y de ninguna pandilla literaria, convicción, quiere cosechar y conservadora o vanguardista, si n o sembrar, reclamar un espacio poeta de solitarias claridades, humilde y para la literatura que se encuentra viril, hombre tantas veces encabronado. al margen del canon institucional Su obra ya acumula tres tomos y de las modas. Cosechar con la recopilada por Bohodón Ediciones, a recuperación de la literatura contracorriente amorosa. Así es Juan desperdigada en los puestos de Cervera Sanchís, como su poesía: las calles, en las librerías de enamorado y fúrico, burlón, de una viejo, y sembrar con nuevos vitalidad inquebrantable, solitario, amigo textos de escritores ya olvidados, de vagabundos, de niños, enemigo de sí aún vivos. Un esfuerzo más por mismo y loco por las nubes. difundir una semilla pequeña de literatura, pero rebosante de nuevos bríos.

Haiku Las nubes pasan malheridas de adioses y mudas lágrimas. Juan Cervera Sanchís


De las librerías de viejo

HOMBRE de espeso vino y turbias sales y enredado hasta el hueso en la tristeza. Hombre que fue cercado en la crudeza y vivió soportando viejos males. Hombre que supo mucho de hospitales, que tanto y tanto supo de pobreza. Hombre que, sin embargo, ardió en belleza y sostuvo sus sueños verticales. Hombre no bien amado, pero amante y virilmente fiel a su poesía y al sol de la amistad confortadora. Hombre de corazón determinante, que viviendo y muriendo cada día de lo humano se duele y se enamora.

Hoja al aire. No. 01.

Editores: Leonardo Carabel Abraham Peralta Vélez

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Dos poemas de Juan Cervera Sanchís

Alguna vez Alguna vez creímos en las estrellas jóvenes, y en los planetas niños, y creímos, sin más, porque creímos, en los árboles locos, en los peces dormidos y en el vuelo irisado de las siempre elegantes mariposas. Creímos, sí, creímos en los lagos y, al creer en los lagos, creímos en los cisnes. En las flores creímos, creímos en las nubes, en el agua creímos, en los rayos del sol y en el canto creímos de los embelesados ruiseñores. Alguna vez creímos en la mar y en los barcos, en los días y en las noches. Creímos alguna vez, porque creímos, que la vida era nuestra, aunque pronto supimos todo cuanto creemos hoy saber, si es que sabemos algo, de esta vida que, porque sí y sin más, diariamente morimos.

LA COMIDA Y LA POESÍA El que come y canta... cancionero gastronómico de México En el corazón del pueblo está la comida, por necesaria y gustosa, nunca falta y si faltara se come uno hasta las piedras con sal y ajo, condimentos universales. En la comida se trasluce la identidad de un lugar determinado, por ejemplo, la sopa aguada en México, mezcla de ajo, jitomate, cebolla, caldo de pollo y pasta al puro estilo mexicano. En este platillo se encuentra la ósmosis de dos razas, y la creación como consecuencia. A la vez, lo genuino de un lugar, tal como el nopal, el maíz, la jícama o el cacao, también en México, o el olivo en la Península Ibérica, que llega a ser el símbolo de toda una nación, o hasta forma parte de su mitología; también puede prestarse para legitimar una clase social alta o baja, según las creencias manipuladas del grupo al poder; o la moral y las prohibiciones, como el amaranto en México, que fue prohibido durante el Virreinato, por creerlo un sacrilegio, pues los naturales lo comían como la ostia para la iglesia católica. Así, pues, la comida identifica el vaivén de las regiones, y a los poetas, de paladar hambriento, no se les ha pasado al olvido, y mucho se han sentido identificados con lo que comen: le cantan con sabor, le cantan a corazón sazonado, entre los sinsabores de toda vida, y si no comen, de hambre deseosa le cantan. En este momento rebosa el plato, gracias a un libro que hallé hace algún tiempo, en una de esas librerías de viejo de la calle de Donceles, que conservan azarosos y afortunados hallazgos, y lleva como título El que come y canta... cancionero gastronómico de México, tomo I y II, editado por CONACULTA en 1999, compilado e introducido por Aline Desentis Otálora, de gusto popular, extraído de la transmisión oral, con un fondo de jarana y de violín, de hombres desposeídos y, las más de las veces, cantores anónimos. Cantos de desdichas de amores, la chinita entre los nopales y el camotal usurpado, gustan de los mil sentidos que puede dar el fruto, las denotaciones enamoradas, los erotismos más espontáneos, el albur de los amores. Ahí les van unos apetitosos ejemplos: Todas las mujeres tienen en el pecho una aceituna, Yo no me doy en las veras pero más abajo tienen porque no soy calabaza: la rueda de la fortuna. yo me doy en tierra buena La sanmarqueña, México, como la ciruela pasa. D.F., 1963 3 Tlatlauquitepec, Pue., 1968


Pasando en el mar salado, me dijo don tío Genovevo, que dicen en Alvarado que a nadie le tiene miedo: “Y para comer pescado hay que mojarse los huevos” Veracruz, 1975

El volado

150 DE MORTADELA Hernán Casciari, Mercedes, Provincia de Buenos Aires,1971.<http://editorialorsai.com /blog/post/150_de_mortadela_1> XVIII Supongamos que alguien descubre, por Quisiera ser el bejuco casualidad o empecinamiento, la solución a las de tu leña, mi lucero, grandes preguntas: qué es la vida, de dónde para encender el fogón venimos, a dónde vamos, para qué estamos que caliente tu puchero. aquí. Supongamos que las respuestas han Valladolid, Yucatán, 1967 estado todo el tiempo frente a las narices de cualquiera: en la interpretación de las nubes, en el dibujo de las huellas dactilares de un niño, en un grano de café. Supongamos que las respuestas halladas dan satisfacción a todos los hombres: a los que razonan y a los que sienten, a los que confían y a los que niegan, a todos. Imaginemos que La Verdad nos ilumina de una vez y para siempre. ¿Qué pasaría entonces? ¿La noticia aparecería en la tapa del Clarín? ¿Deberíamos no ir a trabajar al día siguiente? ¿Los abogados dejarían de lado sus trapicheos? ¿Alguien haría otra película genial? ¿Ella me querría? Si la respuesta es no, la filosofía me amarga. VIII Un perro puede estar rengo, ronco, ciego, hambriento, descaderado, sordo, encandilado, roto, puede sacar la lengua porque está cansado e inventarse otro para lamerse; puede ser un hotel lleno de parásitos, puede llorar, aullar, desconsolarse, saberse animal y doméstico, puede no tener dios a su perruna imagen y semejanza, ni virgen maría; ni saber la hora, ni saber el año, ni saber si el frío está afuera o en sus huesos, ni saber si aquello que lo pateó es el diablo; puede entender catorce palabras de hombre, y entender que un año para él son siete años y que la muerte llega así más pronto; un perro puede estar mal, horriblemente mal, a punto de morirse, pero igual —si lo llamás con ganas— agarra y viene y te arma fiesta y te mueve la cola y se te queda al lado, por las dudas de que vos estés más triste.

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LA INUTILIDAD DE LOS LIBROS Roberto Arlt, Buenos Aires, 1900-1942. Me escribe un lector: “Me interesaría muchísimo que usted escribiera algunas notas sobre los libros que deberían leer los jóvenes, para que aprendan y se formen un concepto claro, amplio, de la existencia (no exceptuando, claro está, la experiencia propia de la vida)” No le pide nada el cuerpo… No le pide nada a usted el cuerpo, querido lector. Pero, ¿en dónde vive? ¿Cree usted acaso, por un minuto, que los libros le enseñarán a formarse “un concepto claro y amplio de la existencia”? Está equivocado, amigo; equivocado hasta decir basta. Lo que hacen los libros es desgraciarlo al hombre, créalo. No conozco un solo hombre feliz que lea. Y tengo amigos de todas las edades. Todos los individuos de existencia más o menos complicada que he conocido habían leído. Leído, desgraciadamente, mucho. Si hubiera un libro que enseñara, fíjese bien, si hubiera un libro que enseñara a formarse un concepto claro y amplio de la existencia, ese libro estaría en todas las manos, en todas las escuelas, en todas las universidades; no habría hogar, que en estante de honor, no tuviera ese libro que usted pide. ¿Se da cuenta? Los libros y la verdad No se ha dado usted cuenta todavía de que si la gente lee es porque espera encontrar la verdad en los libros. Y lo más que puede encontrarse en un libro es la verdad del autor, no la verdad de todos los hombres. Y esa verdad es relativa… esa verdad es tan chiquita… que es necesario leer muchos libros para aprender a despreciarlos. Calcule usted que en Alemania se publican anualmente más o menos 10.000 libros, que abarcan todos los géneros de la especulación literaria; en París ocurre lo mismo; en Londres, ídem; en Nueva York, igual. Piense esto: si cada libro contuviera una verdad, una sola vedad en la superficie de la tierra, el grado de civilización moral que habrían alcanzado los hombres sería incalculable. ¿No es así? Ahora bien, piense usted que los hombres de esas naciones cultas, Alemania, Francia, Inglaterra, están actualmente discutiendo la reducción de armamentos (no confundir con “supresión”). Ahora bien, sea un momento sensato usted ¿para qué sirve esa cultura de 10.000 libros por nación, volcada anualmente sobre la cabeza de los habitantes de esas tierras? ¿Para qué sirve esa cultura si en el año 1930, después de una guerra catastrófica como la de 1914, se discute un problema que debía causar espanto? ¿Para qué han servido los libros, puede decirme usted? Yo, con toda sinceridad, le declaro que ignoro para qué sirven los libros, que ignoro para qué sirve la obra de un señor Ricardo Rojas, de un señor Lugones, de un señor Capdevila, para circunscribirme a 5 este país.


El escritor como operario Si usted conociera los entretelones de la literatura, se daría cuenta de que el escritor es un señor que tiene el oficio de escribir, como otro de fabricar casas. Nada más, lo que lo diferencia del fabricante de casas es que los libros no son tan útiles como las casas, y después… después que el fabricante de casas no es tan vanidoso como el escritor. En nuestros tiempos, el escritor se cree el centro del mundo. Macanea a gusto. Engaña a la opinión pública, consciente o inconscientemente. No revisa sus opiniones. Cree que lo que escribió es verdad por el sólo hecho de haberlo escrito él. Él es el centro del mundo. La gente que hasta experimenta dificultades para escribirle a la familia, cree que la mentalidad del escritor es superior a la de sus semejantes y está equivocada respecto a los libros y respecto a los autores. Todos nosotros, los que escribimos y firmamos, lo hacemos para ganarnos el puchero. Nada más. Y para ganarnos el puchero no vacilamos a veces en afirmar que lo blanco es negro y viceversa. Y, además, hasta a veces nos permitimos el cinismo de reírnos y de creernos genios… Desorientadores La mayoría de los que escribimos, lo que hacemos es desorientar a la opinión pública. La gente busca la verdad y nosotros les damos verdades equivocadas. Lo blanco por lo negro. Es doloroso confesarlo, pero es así. Hay que escribir. En Europa los autores tienen su público; a ese público le dan un libro por año. ¿Usted puede creer, de buena fe, que en un año se escribe un libro que contenga verdades? No, señor. No es posible. Para escribir un libro por año hay que macanear. Dorar la píldora. Llenar páginas de frases. Es el oficio, el “métier”. La gente recibe la mercadería y cree que es materia prima, cuando apenas se trata de una falsificación burda de otras falsificaciones, que también se inspiraron en falsificaciones. Concepto claro Si usted quiere formarse “un concepto claro” de la existencia, viva. Piense. Obre. Sea sincero. No se engañe a sí mismo. Analice. Estúdiese. El día que se conozca a usted mismo perfectamente, acuérdese de lo que le digo: en ningún libro va a encontrar nada que lo sorprenda. Todo será viejo para usted. Usted leerá por curiosidad libros y libros y siempre llegará a esta fatal palabra terminal: “pero si esto lo había pensado yo, ya”. Y ningún libro podrá enseñarle nada. Salvo los que se han escrito sobre esta última guerra. Estos documentos trágicos vale la pena conocerlos. El resto es papel…

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Los nuevos olvidados 8, 9 o 10 años, no recuerdo. Tantos días he caminado por estas calles que enmarcan mi casa, mirando lo mismo. Los mismos árboles, las mismas casas, la misma gente. 8, 9 o 10 años he caminado por las mismas banquetas, por ese parque y esa explanada tan hermosos cuando están vacíos. Y puedo decir que han sido los mismos siempre, que no cambiaron. Y sin embargo los he visto siempre diferentes, porque nunca los miro bien, porque voy pensando en otras cosas, porque voy sin ir completamente. Paso también esta noche por los mismos lugares y no me doy cuenta de que yo no soy quien los caminó aquellas otras tantas noches. Les pregunto, entonces, qué fue lo que vieron ellos. Y me sorprendo. “¿Tú has pasado antes por aquí? No te recordamos. Tal vez sí. Hace años pasó un muchacho, olvidado, pero no eras tú. Quizá sí. Pasó tan rápido, sin ver, sin oír, sin escuchar. Eras tú. Pero no eres. Te recordamos, sí, corriendo, tambaleándote, escondiéndote, ¿qué hacías?, ¿terminaste, llegaste? Eras más chico, más tonto, jajaja, te recordamos, jajaja, eres tú quien... jajaja. Por Dios que no has cambiado, pero ¿quién eres? No te conocemos. ¿Cómo es que, si anduviste tanto tiempo por aquí, no nos conocemos?” Yo, bueno, sí he pasado, pero no lo suficiente. (¿Será suficiente algún día? ¿Alguna cosa?) “Tantos pasan que no vemos. Somos tantos, tantos. ¿No eras tú el que pasó hoy, y ayer, y hace un año, caminando? Son todos. Te conocemos, pasaste ya mañana, y también dentro de un año, pero, más bien, ¿no eres tú el mismo que pasa diario, a todas horas? Con tu traje, con tu vestido, con tu gorra, con tu cabello corto y largo, con tus trenzas, con tu novio, con tu novia, con tus hijos, con tus padres, en tu carro. Tú pasas, y todos pasan. Qué aburridos. ¿Es posible que nunca lleguen? ¿Es posible que tú, tan igual, tan hombre, no seas otro?” Versos y proverbios Abraham Peralta Vélez

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Un clásico cierre

En el mar todos los azules se viven juntos.

DESPUÉS DE LOS VIAJES EN TRANVÍA, y tras dejar atrás espantapájaros, el poeta recorre el núcleo mismo de la ciudad moderna. Entre ruidos de motores, multitudes y mortales, aparece de pronto una sublime imagen disfrazada de animal herido. Sólo el poeta puede reconocer la divinidad en unos ojos que se mueren poco a poco. ¿De dónde proviene aquello que se nos escapa del entendimiento, tan sublime y a la vez tan ordinario? ¿Del paraíso, del centro de la tierra? Cómo saberlo, si lo divino se nos muere a diario, sin darnos cuenta, frente a nuestros ojos:

Verso, martirio, ¿palabra de placer o desvarío? Otoño. Tus hojas, me gritan cada paso. Mirada perdida; fui a buscarte y también me perdí. Haiku Decir tres versos. Es como un todo, pero en pequeño. Zarzamora. Un panal sin abejas y colores violetas. Intemperie una casa grande sin paredes. Gabriela Jiménez

Fuegos Usualmente quien vive económicamente de la poesía no son los poetas, sino los maestros de poesía, en academias y en talleres. En cambio, quien vive de ella espiritualmente son los poetas, aunque tengan que comer hortalizas a fuerza dinero.

Aparición urbana ¿Surgió de bajo tierra? ¿Se desprendió del cielo? Estaba entre los ruidos, herido, malherido, inmóvil, en silencio, hincado ante la tarde, ante lo inevitable, las venas adheridas al espanto, al asfalto, con sus crenchas caídas, con sus ojos de santo, todo, todo desnudo, casi azul, de tan blanco. Hablaban de un caballo. Yo creo que era un ángel. Oliverio Girondo

Si quieres colaborar: Se reciben cualquier tipo de textos, poesía, ensayo, narrativa, diálogos... que puedan caber en estas Hojas al aire, es decir, no más de dos cuartillas, Times New Roman, núm. 12. Con nombre del autor, fecha de nacimiento y lugar de procedencia. Si quieres, lector o colaborador, imprimir estas páginas en casa y regalarlas a quien gustes, serás aire de esta literatura. El propósito es crear una red cada vez más amplia, con los recursos posibles.


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