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Dictados: Uso de «b»/«v» 1 Tras decir esto, sin embargo, miró de nuevo la

cierto y meditativo. Se quedó un rato allí, con

ventana y se dirigió hacia ella con su paso inla frente pegada al cristal, absorto en la contemplación de aquellos estúpidos arbustos que yo conocía tan bien y del sombrío paisaje de noviembre. Yo contaba siempre con la coartada de mi labor, que en esta ocasión me sirvió de salvoconducto hasta el sofá. Henry James, Otra vuelta de tuerca.

2 El sol brillaba en un cielo limpio de nubes y a pesar de

abiertas, hacía tanto calor que la chapa del automóvil

que el taxi circulaba con las ventanillas se asemejaba a la puerta de un horno. He comentado que acababa de bañarme, y sin embargo me sentí sucio y pegajoso. José María Latorre, La incógnita del volcán.

3 Sam se levantó. Se sentía aturdido, y la sangre que le manaba de la cabeza le oscurecía la vis ta. Avanzó a tientas, y de pronto se encontró una escena terrible y extraña. Gollum en el bor-

de del abismo luchaba frenéticamente con un adversario invisible. Se balanceaba de un lado a otro, tan cerca del borde que por momentos parecía que iba a despeñarse; retrocedía, se caía, se levantaba y volvía a caerse. Y siseaba sin cesar, pero no decía nada. J. R. R. Tolkien, El señor de los anillos.

4 Había llegado la mañana del sábado y el ambiente estival, brillante y fresco, rebosaba de vida.

En cada corazón había un cántico, y si el corazón era joven, la música salía por los labios. En

cada rostro había alegría y una primavera en cada paso. Las acacias florecían y la fragancia de las flores llenaba el aire. Cardiff Hill, detrás y encima del pueblo, saturado de verde vegetación, se hallaba justamente bastante distante para parecer un país delicioso, invitando al ensueño y al reposo. Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer.

5 A veces subía a la habitación y la encontraba medio caída en la cama, gritando que había una

serpiente en la almohada. Otras veces estaba sentada con las sábanas sobre la cabeza, chi-

llando que las ventanas ampliaban la luz del sol como una lupa y que se iba a quemar. A veces juraba que ya estaba notando cómo se le freía el pelo. Daba lo mismo que estuviera lloviendo o que hubiera más niebla que en la mente de un borracho; estaba empeñada en que el sol la freiría viva, de modo que yo cerraba las persianas y luego la abrazaba hasta que dejaba de llorar. Stephen King, Eclipse total (Dolores Claiborne).

identifisin embargo, no conseguí posar mi vista sobre ninguna criatura, salvo algún puntual aleteo entre las ramas.

Dictados

6 A nuestro alrededor bullía el inquieto tráfico de la vida, que adivinaba por mil sonidos,

cables unos, como los cantos de las aves; otros, extraños para mis oídos europeos;

Armando Boix, Aprendiz de marinero.

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© grupo edebé


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