Dictados: Tilde diacrítica y diéresis 1 Ya sé que te he perdido; he interferido, y tú lees dictados de esa mujer —y al decir esto alcé
los ojos hacia la otra orilla del lago, donde seguía nuestra infernal testigo—, tú has encontra-
do la forma más sencilla y perfecta de librarte de mí. Henry James, Otra vuelta de tuerca.
2 Y cuando pronunció estas palabras creo
Pues no significaba tan sólo obedecer a
que todos nosotros nos sentimos de acuerdo con él. un loable sentimiento de marinero, sino que también era una buena medida táctica, pues demostraba a nuestros adversarios que despreciábamos su fuego artillero. R. L. Stevenson, La isla del tesoro.
3 Cuando hube atravesado la parte estrecha de la galería, ésta se hizo espaciosa, unos veinte
pies a mi entender. La visión que tenía ante mí era maravillosa, pues nunca había visto en la
isla un lugar tan prodigioso. Daniel Defoe, Robinson Crusoe.
4 Sabía que no hay que coger la manzana cuando aún está verde.
vez madura; cogiéndola verde se pierde la manzana, se estropea
Ésta caería por sí sola una el árbol y sólo se consigue un sabor agrio en los dientes. Como un cazador experimentado, sabía que la bestia estaba herida, con la fuerza con que solamente el pueblo ruso sabe herir; pero si estaba herida de muerte o no, éste era un problema todavía no puesto en claro. Leon Tolstoi, Guerra y paz.
5 Le confesé, para vergüenza mía, que, una vez se hubo disipado mi asombro,
mucho por el golpe que íbamos a dar en aquel instante al general. Me producía
me regocijaba un efecto muy
estimulante, y, muy alegre, caminaba a la cabeza del grupo. Fedor Dostoyevski, El jugador.
6 La calle de la Cadena es corta y no me fue difícil averiguar el domicilio específico del antiguo
jardinero del colegio, a quien todo el vecindario parecía conocer y apreciar. En el curso de mis
pesquisas averigüé también que el individuo en cuestión, habiendo enviudado tiempo atrás, vivía solo y, por añadidura, muy escaso de medios.
Dictados
Eduardo Mendoza, El misterio de la cripta embrujada.
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